Opinión
Nuevo mapa político del Congreso (parte 2)
En la primera parte hemos podido describir las ideologías y las agendas de las 13 bancadas del Congreso. Ahora vamos a llevarlo a la práctica, para poder aprender a realizar una proyección de votos.

Por Edison Mamani
Un ministro pregunta a su coordinador parlamentario: ¿Se aprobará la moción de interpelación en mi contra? ¿Y con cuántos votos aproximadamente? ¿Con qué congresistas tenemos que hablar para evitarlo?
Un parlamentario pregunta a su asesor principal: ¿Se aprobará mi proyecto de ley? ¿Y con cuántos votos aproximadamente? ¿Con qué bancadas tenemos que hablar para promoverlo, primero en la comisión y luego en el pleno?
Un empresario pregunta a su “asesor legislativo”: ¿Se aprobará el proyecto de ley que afecta al régimen económico? ¿Y con cuántos votos aproximadamente? ¿Con qué bancadas tenemos que hablar para evitarlo?
Al momento de realizar una proyección de votos de un proyecto de ley o de una moción, si lo que buscas es un buen pronóstico, pues debes tener un buen diagnóstico, si lo que buscas es acercarte lo más posible al resultado anhelado, pues debes conocer bien la correlación de fuerzas dentro de este Congreso, a veces amado y a veces odiado; y si lo que buscas es conocer la realidad política pues debes dejar que tu corazón no nuble tu cerebro.
Pueden existir muchos criterios y todos pueden ser válidos teóricamente, desde la ideología que se le mire, pero mi labor es netamente práctica, empírica y utilitaria: si la proyección de votos no acierta, pues no sirve, y si acierta con un margen de error aceptable, pues es útil. Lo importante es la tendencia. La realidad política del Congreso no es tan impredecible como nos han contado aquellos que o bien no conocen o bien conociendo no quieren que conozcamos. Los resultados en mis proyecciones de votos en el Congreso respaldan mi trabajo, como por ejemplo en la última elección de la mesa directiva.
Primero, se debe leer el mapa político del Congreso para diferenciar entre derecha, izquierda, centro y progresistas (de derecha e izquierda). Por ejemplo, Fuerza Popular, Perú Libre, Somos Perú y el Bloque Democrático, respectivamente. Aclarando siempre que este es un ejercicio referencial porque dentro de cada bancada hay universos que ni se hablan.
Segundo, se debe leer el cuadro de perfiles de los 130 congresistas, para distinguir los temas de interés de cada parlamentario, identificando su agenda política o tema bandera. Puede incluso bastar una frase que distinga al congresista del resto de los demás. Por ejemplo, Alfredo Azurín, su tema bandera es la seguridad ciudadana. Una forma rápida de saberlo es revisar en que comisiones son miembros titulares, en todas las legislaturas, y también sus proyectos de ley. Para un trabajo más especializado las entrevistas son la forma indicada. Sus intervenciones en las comisiones y el pleno también, pero en la mayoría de las veces los parlamentarios solo leen lo que sus asesores escriben.
Tercero, se debe diferenciar entre votos oficialistas y de oposición. El circuito en la derecha es el siguiente: Alianza para el Progreso (principal bancada oficialista), Fuerza Popular, Avanza País y Somos Perú, que tendrían una coalición tácita. En el segundo peldaño, a regañadientes, porque no forman parte de los beneficios de estar en el bloque anterior, pero apoyan a Dina Boluarte por ser un “mal menor”, Honor y Democracia y Renovación Popular. En el último peldaño, Acción Popular, parcialmente, que ahora sí puede tener una postura en bloque porque el partido manda. Podemos Perú, que tiene congresistas de izquierda, centro, progresistas y derecha, actualmente, es mayoritariamente oficialista y minoritariamente de oposición, y eso también puede cambiar constantemente, porque nunca tienen una postura en bloque. En la izquierda y el sector progresista: en el primer peldaño están Perú Libre, Bloque Democrático y la Bancada Socialista. En el segundo peldaño, Juntos por el Perú, donde algunos han tenido vinculaciones por el Gobierno, aunque en temas puntuales y excepcionales. En el tercer peldaño está el Bloque Magisterial, porque muchas veces no solo no apoyan las interpelaciones, sino que incluso algunos defienden abiertamente a un ministro en el debate.
Cuarto, se debe diferenciar los votos duros de los votos flexibles. El camino de un voto duro hacia uno flexible en la derecha es el siguiente: comenzamos con Renovación Popular (llamada por sus críticos como la “derecha radical”), Honor y Democracia, Fuerza Popular y Avanza País. En el segundo peldaño están Alianza para el Progreso, luego con Somos Perú, y terminamos en Acción Popular. Podemos Perú, que tiene de izquierda, centro, derecha y progresistas, pues es la “bancada de la inestabilidad del voto”, por excelencia. En la izquierda y el sector progresista, comenzamos con Perú Libre (llamada por sus detractores como la bancada “comunista” o “extremista”), continuamos con el Bloque Democrático (o bancada “caviar”, según sus opositores), seguimos con la Bancada Socialista, luego Juntos por el Perú (donde comienza la inestabilidad del voto), y finalmente el Bloque Magisterial. Podemos Perú y el Bloque Magisterial podrían recibir el título de ser las “bancadas semáforo”, porque muchas veces han votado en verde, rojo, amarillo, e incluso no han asistido al pleno (que en la práctica sería amarillo): es decir, cuatro posturas dentro de una misma bancada, al mismo tiempo. Eso también ha sucedido en otras tiendas políticas, pero en menor medida. El sector progresista se autodenomina de centro, pero llegado el momento no ceden ni un milímetro, en sus votaciones, por ejemplo, sobre la agenda de género, lo que evidencia que no son de centro, por lo menos no en el Perú. La distinción de un voto duro de uno flexible es muy importante, sobre todo en un tema polémico donde la presión mediática normalmente tiene más éxito en cambiar el voto de las cuatro bancadas de centro del Congreso: Alianza para el Progreso, Somos Perú, Acción Popular y Podemos Perú.
Quinto, se debe revisar los antecedentes de votaciones, ya sea del pleno o en las comisiones, analizando los gestos en la misma votación. Si son varias se podría tener una tendencia y centrarse en las más recientes, si son pocas o es una sola votación se tiene que revisar el debate completo de la sesión para conocer la coyuntura exacta. Se debe verificar si fue un voto en bloque de la bancada, mayoritariamente, o solo individual, si las demás bancadas que tienen una postura similar apoyaron o no, si fue por tablero electrónico o de forma oral, si realizó una intervención, leyendo un papel o de forma espontánea, antes de votar, o si cambió de voto en la misma sesión. La inasistencia es un signo de votar en abstención.
Sexto, se debe jugar con los números formales y materiales de las bancadas y los números formales y materiales de las votaciones requeridas para cada tema, planteando escenarios. En los medios de comunicación se comete frecuentemente el error al realizar proyecciones de contar numéricamente las cantidades formales de cada bancada, incluso para justificar su proyección señalan que ya hubo acuerdo de bancada, pero no tienen en cuenta todas las recomendaciones que he mencionado. Por ejemplo, en una interpelación se requiere de 20 firmas para presentarla, y 40 a 44, aproximadamente, para aprobarla. En una censura se requiere 33 firmas para presentarla, y 66 para aprobarla. Ahora imaginemos que la izquierda y el sector progresista, tienen las mismas agendas y los mismos intereses. Si se unieran tendrían 37, con lo cual podrían presentar dichas mociones, sin ningún problema, pero no lo hacen porque no quieren y porque no pueden, lo que demuestra que en su núcleo duro no tienen las mismas agendas ni los mismos intereses, sino más bien son opuestos, muchas veces. Eso significa que los votos duros no son 37 sino mucho menos. En la época de Pedro Castillo y de Vladimir Cerrón, se llegaba a 44 votos duros, aproximadamente, ahora solo tenemos 16 votos duros aproximadamente, que tal vez pueda crecer a 28 aproximadamente, como techo. Todo esto explica porque se sufre para presentar una simple moción de interpelación, a pesar que matemáticamente son 37. Debido a la “derechización” y/o “caviarización”, procesos que tampoco son estables ni conscientes, hay congresistas que los lunes son de izquierda, los martes de derecha, los miércoles del sector progresista, los jueves de centro, y los viernes descansan. Por otro lado, la derecha generalmente llega a los 50 votos duros, aproximadamente, tomando como referencia (aunque no necesariamente a todos sus integrantes) a Fuerza Popular, Renovación Popular, Honor y Democracia, Avanza País, Alianza para el Progreso y Somos Perú. Esto podría crecer a los 65, aproximadamente, si Alianza para el Progreso y Somos Perú (que son votos que defienden lo mismo que la derecha, pero con una posición más “institucionalista”, pensando en la “gobernabilidad” o en ser “moderados”), se comportaran más de derecha que de centro. Luego podríamos agregar a Acción Popular, incluso a una parte de Podemos Perú, pero con la misma lógica que APP y Somos Perú (no contando a todos), y llegar fácilmente a los 70 votos, aproximadamente. Podemos Perú, al ser la “bancada de la inestabilidad del voto”, genera desconfianza en la derecha y en la izquierda.
Séptimo, al momento de elaborar una proyección se debe buscar más que una aproximación matemática una tendencia del voto, porque hay factores materiales que siempre ocurren. Por ejemplo, en la mayoría de bancadas, por cuestiones del azar, siempre hay por lo menos uno que no asiste, es decir, no son 130 los que votan, sino de 110 a 120, aproximadamente, y esto se complica cuando la sesión es obligatoriamente presencial. Esto le ocurre incluso a la bancada más disciplinada que es Fuerza Popular, aunque en menor medida.
Octavo, se debe revisar los pronunciamientos de las bancadas en bloque, primero, y luego los individuales, analizando más que la literalidad los gestos políticos de los protagonistas, distinguiendo entre voceros y congresistas que no ejercen ningún cargo. El vocero tiene más peso, pero solo en una bancada disciplinada.
Noveno, se debe revisar las entrevistas y las declaraciones de los protagonistas, distinguiendo entre lo accesorio y lo principal. Tener en cuenta que muchas veces los congresistas hacen una declaración en un sentido, pero algunas veces, legítimamente o no, para inducir a error. Lo mismo sucede con las llamadas “fuentes del Congreso”. Por ejemplo, en la última elección de la mesa directiva del Congreso, medios de comunicación aparentemente “serios”, publicaban que José Elías sería el candidato de consenso entre Alianza para el Progreso y Fuerza Popular, y que tenían más de 66 votos asegurados, cuando todo era una cortina de humo para ocultar a los verdaderos candidatos y evitar que puedan ser cuestionados antes de tiempo.
Décimo, se debe revisar las noticias sobre este tema, en el transcurso de la semana anterior. Si no hay alertas del Congreso significa que los votos no se han movido. La presión mediática es otro factor que toma relevancia en un Congreso sin formación ni experiencia política: un titular puede cambiar un voto, 10 titulares pueden suspender a un congresista de algún cargo, 100 titulares pueden cambiar, incluso, a un presidente del Congreso.
Aquí la primera parte:
Opinión
Los PRONOEI hoy y su antecedente histórico en Puno
Lee la columna de Marisol Verónica Giordano Silva

Por Marisol Verónica Giordano Silva
Las siglas de PRONOEI constituyen los Programas No Escolarizados de Educación Inicial, comprendiendo el servicio educativo a niños de 0 a 5 años principalmente en áreas rurales y urbano-marginales. Es decir, son programas donde no existe acceso a la educación inicial escolarizada.
El antecedente histórico más antiguo lo tenemos en el año 1967, cuando los PRONOEI nacen como una iniciativa de la organización Caritas del Perú, teniendo como gestor al Padre y secretario general Ramón León Alvarado, como modelo educativo gestado en la comunidad de Santa Rosa de Yanaque, del distrito de Acora, zona aimara de la provincia de Puno, con la denominación Wawa Uta (casa del niño) a cargo de una madre cuidadora.
Posteriormente, entre 1991 al 2002, en Puno, el nombre originario de Wawa Uta / Wawa Wasi, (casa de niños), cambió de denominación al de Programa No Escolarizado de Educación Inicial – PRONOEI para todo el país. Ahora, si bien los PRONOEI no tienen centros educativos escolarizados, no obstante, gracias a ellos se logra ampliar la cobertura educativa a los sectores más necesitados y se promueve el desarrollo integral de los niños mediante actividades lúdicas y de participación familiar.
Podemos encontrar los PRONOEI en zonas rurales y urbano-marginales, generalmente en espacios comunitarios y buscando responder a las necesidades locales. Pero, ¿dónde está su estrategia? Estriba en el desarrollo integral del niño, considerando aspectos cognitivos, socioafectivos, psicomotrices y lingüísticos mediante el juego y las experiencias significativas.
Un componente fundamental del proceso educativo es la participación de los padres de familia y de la comunidad con el objetivo de proporcionar servicios educativos culturalmente relevantes y flexibles que consideren las características sociales, culturales, económicas, y de migración temporal o permanente, contribuyendo a ampliar el acceso a una educación inicial de calidad, promoviendo también prácticas de crianza adecuadas y ampliando la cobertura de la educación inicial, con la tarea de formar a los niños para la educación primaria.
¿Quiénes son los formadores? Son las promotoras educativas y las profesoras coordinadoras, ambas guiando y acompañando a los niños y a los padres de familia en el proceso educativo, facilitando el acceso a la educación inicial de calidad entre la población más vulnerable de Perú.
Como la propia UNESCO lo ha documentado, cabe recordar que los PRONOEI operan en nuestro país hace medio siglo. Precisamente, con la aprobación el año 1972 de la Ley General de Educación (Decreto Ley N° 19326), se incorporó la Educación Inicial como parte del sistema educativo, y así se llegó la creación oficial de PRONOEI, el 17 de julio de 1973.
Respecto de su configuración tal como hoy conocemos al PRONOEI, tenemos como antecedentes que el Ministerio de Educación gestionó el programa piloto no escolar, dirigido por un maestro de educación inicial o coordinador y además a su lado estaba un promotor comunitario elegido y capacitado por la comunidad para cuidar a los niños.
Luego surgió el Programa Integral de Estimulación Temprana Basado en la Familia (PIETBAF) para atender las necesidades de los niños menores de 3 años en áreas urbano-marginadas cuyas madres no trabajaban fuera del hogar; y el año 1981, el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo en Educación (INIDE) y la Dirección de Educación Inicial y Especial, comenzaron a brindar atención a niños de 0 a 2 años.
En nuestro país, existen más de 17,000 PRONOEI, atendiendo a 160,000 niños y niñas en el Ciclo I y Ciclo II. Lo sustantivo de los programas está en un enfoque basado en los derechos, que garantizan y respetan la dignidad de todo ser humano y los derechos de niños y niñas a través de acciones implementadas por el Estado, las comunidades y las familias para permitir a los niños vivir y desarrollarse en un ambiente protegido y amoroso. Bajo esta línea se respetan los derechos de los pueblos indígenas y las comunidades campesinas, como el derecho a ser educados en su propio idioma y entorno cultural.
Finalmente, como nos recuerda Nelly Coello, Coordinadora del Módulo 11 de la UGEL 07, esta modalidad funciona como estrategia educativa e integradora en la región Puno, en provecho de la diversidad cultural, garantizando el acceso a mejores oportunidades y sin discriminación a los niños menores de 6 años de las zonas rurales y urbanas periféricas. En la referida UGEL la especialista de PRONOEI es Lucia Marcela Ramírez Centeno, quien acompaña el trabajo que se realiza en cada uno de los 21 módulos existentes. Cada módulo está formado por una docente coordinadora y 8 promotoras educativas comunitarias.
Opinión
El último acto de Nicolás Yerovi
Casi un año después de presentar su último libro, la FIL 2025 le rindió un merecido homenaje póstumo en el auditorio Eielson.

Por estas mismas fechas, hace apenas un año, Nicolás Yerovi presentó su último libro: ‘Monos y Monadas – La sonrisa perdurable’. Aquel volumen de 263 páginas era más que una recopilación de ocurrencias; era un testamento de ingenio que hilvanaba las voces de tres generaciones: Leonidas abuelo, Leonidas padre y él, Nicolás, el nieto que abrazó con devoción el legado familiar, haciéndolo suyo, elevándolo al arte y a la risa.
Aquel 3 de agosto de 2024, en el auditorio César Vallejo de la Feria del Libro de Lima, el humor y la memoria se abrazaron en un acto apoteósico. Recuerdo haber fruncido el ceño de disgusto por la elección del presentador —un personaje que poco tenía que ver con el universo Yerovi—, pero eso no impidió que nos riéramos como niños. “Tanto mi abuelo como mi padre se dedicaron como salvavidas a cultivar la gracia, la sátira y el ingenio”, dijo Nico, entre carcajadas suyas y nuestras. No sabíamos que era su despedida.
Cinco meses después, el 19 de enero de este año Nicolás partió a la posteridad. Su ausencia nos dejó huérfanos de su pluma afilada y su sonrisa generosa. Ese enero fue para mí el mes más oscuro: apenas diez días antes, el 9, también se fue Picasso, mi fiel compañero de cuatro patas.
Íbamos a encontrarnos en ‘Juanito’ la tercera semana del mes con tertulia de café negro y butifarras, para rajar con cariño de ciertos pasajes de la literatura, y, sobre todo, para seguir soñando con el material que Nicolás tenía guardado en un baúl invisible, esperando el momento justo de ser desempolvado para recopilar más ediciones de las aventuras de ‘Monos y Monadas’. Pero él ya no llegó. Se fue sin aspavientos, directo a hacer reír a la eternidad.
Hoy celebro que, en esta edición de la FIL 2025, casi un año después de aquella noche inolvidable, la Cámara Peruana del Libro le haya rendido un homenaje póstumo en el auditorio Eielson. Porque, aunque el Perú ya no podrá reírse igual sin Yerovi, nos queda la esperanza, terca y luminosa, de seguir construyendo un país con memoria, cultura… y sentido del humor.
(Columna publicada en Diario UNO)

El espacio más visitado de la 29 Feria Internacional del Libro de Lima no fue una sala de conferencias ni un estand literario. Fue el patio de comidas. Y, paradójicamente, el libro del que más se habló fue el que no se presentó: Revolución en los Andes, del cabecilla terrorista Víctor Polay, publicado por la editorial Achawata. Para algunos, la cancelación fue censura. Para otros, un acto de justicia simbólica en memoria de las víctimas del MRTA, organización responsable de secuestros, asesinatos y atentados que desangraron al país.
Tras el anuncio de la cancelación, agentes de la Dirección Contra el Terrorismo (DIRCOTE) ingresaron al recinto y acudieron al estand de Achawata para cumplir con su deber: prevenir, investigar y, de ser necesario, denunciar el delito de apología al terrorismo. Su presencia no fue intimidación ni espectáculo, sino una respuesta institucional ante una amenaza latente. Porque sí, los remanentes del terrorismo ya no usan fusiles, pero siguen activos, disfrazados de editores, académicos o “intelectuales”.
Muchos parecen olvidar —o no entender— qué es la apología del terrorismo. No se trata de debatir ideas, sino de exaltar actos criminales. Es el intento de presentar como heroicos a quienes sembraron el terror, con el riesgo de influir en nuevas generaciones o justificar futuras violencias. El artículo 316 del Código Penal peruano lo tipifica claramente: no se castiga la opinión crítica ni el análisis histórico, sino el discurso que banaliza o glorifica el terrorismo y genera un peligro real para el orden público.
El problema es que esta apología se disfraza con frecuencia bajo una pátina de “memoria”, “resistencia” o “justicia social”, usando un lenguaje simbólico y nostálgico que busca edulcorar el horror. Es un intento burdo —aunque efectivo— de manipular la historia reciente del Perú para legitimar causas ideológicas.
¿Es esto lo que se quiso permitir en el mayor evento editorial del país? La cultura no puede ser excusa para relativizar el dolor de miles de peruanos. Y mucho menos, un escudo para quienes buscan reescribir la historia.
Antes fue el líder terrorista de Sendero Luminoso Abimael Guzmán, con su libro “De puño y letra”, publicado por Manoalzada Editores. Hoy es la editorial Achawata. Lamentablemente, siempre habrá filoterroristas defendiendo lo indefendible.

Por Juan José Sandoval
Que decepción que la presencia de intelectuales de talla mundial como Javier Cercas, Ray Loriga, Rosa Montero, la poeta Piedad Bonet o el mega entrañable Copybryce Echenique, pase desapercibido frente a la espinosa polémica por la suspendida presentación del libro de Polay, hijo del líder aprista Víctor Polay Risco, y fundador del grupo terrorista MRTA.
Los defensores de la libertad se han encontrado en una compleja decisión: denunciar una presunta censura contra la editorial Achawata, sería defender a un delincuente que hizo daño a miles de compatriotas. Por lo que la lista de firmantes ha quedado levemente desnutrida, frente a la condena inmediata que nos hizo recordar los crímenes que realizó durante décadas el terrorista Polay.
Es fácil encontrar data sobre lo que hicieron estos traidores de la patria, pero, el facilismo de las redes nos aleja de una opinión argumentada con historia, por lo que se pasa a la descalificación prepotente. Surgen entonces mentalidades con el chip de que a los que piensan distinto se les debe exterminar.
Uno de mis primeros libros, comprados con presupuesto propio, como estudiante universitario, fue en el año 1997, poesía completa de Javier Heraud. Un autor que me llamó la atención desde niño, no porque me gustara desde siempre la literatura, sino porque en el colegio, en primaria, tuve un compañero de carpeta de apellido Heraud. El papá de Diego fue un prestigioso doctor, uno de los pioneros de la medicina deportiva en el país.
Diez años antes de comprarme ese libro, en la primaria, durante una clase de historia, la profesora hablaba de los grandes escritores que había en nuestro país. Entonces mi compañero de aula, Heraud, intervino para decir orgulloso que su tío abuelo fue también un gran escritor peruano. ¿Quién fue tu tío? Preguntó la profesora. Javier Heraud, dijo y recibió de inmediato una respuesta contundente: ¡Ese es un terruco!
El chico Heraud se fue ese día cabizbajo. A la siguiente clase, pidió la palabra para aclarar que su tío abuelo fue poeta y guerrillero, pero cuando murió ya había dejado las armas. Su papá lo apaciguó y lo mandó al colegio con más confianza para responderle a la profesora: Mi tío abuelo no es un terrorista, ¡es un poeta!
A mí se me quedó grabado el nombre y diez años después, un acto irracional me llevó al Congreso de literatura de la U de Lima, donde vi al doctor Heraud en la cola del auditorio. Cuando lo saludé, quise saber por qué un médico estaba en un evento literario, me enteré ahí que tenía dos maestrías en literatura y era un estudioso de la obra de su tío, el poeta Javier Heraud.
Al salir de ese congreso me compre el libro del poeta. Eran otros tiempos, los libros estaban accesibles y las editoriales no se habían frivolizado. No había internet ni influencers.
Hace poco fui de incursión a la FIL con mi causa el Waro, que es un antropólogo que se autodefine como progresista de izquierda. Él fue quien señaló el estand de la editorial Achawata y nos acercamos. Era un espacio con títulos que no había en ninguna parte de la Feria, que ya de por sí es bastante precaria en novedades y actividades.
Para los curiosos que solo vieron el stand por televisión con presencia de policías, debo indicar que había libros sumamente interesantes. Claro, para quien prefiere la oferta de autoayuda, cómo tener un millón de likes y bestsellers de cocina peruana, había otros pasillos. Aquí había anarquismo, Marx, Bakunin. Estaba la biografía de Passolini, cosas bastante reaccionarias y reactivas para un público con pocas intenciones de (auto) crítica.
Algún conservador podría pensar que esta editorial no sólo es la sucursal del infierno, sino también la propagación del cáncer que acaba con nuestro Perú, como el terrorista Polay y su libro.
Deban saber los beodos que disertan en las mesas del bar Queirolo, con una res de pisco, gaseosa blanca y limones cortados, que el líder emerretista Polay, antes de convertirse en un criminal, fue junto al autoeliminado expresidente Alan García, la esperanza del partido de Haya de la Torre. Alan y Polay representaban el futuro del partido. Uno logró ser el presidente más joven de país y llevó a la quiebra, el segundo optó por destrozar el Perú bajo la lucha armada, los crímenes a mansalva, secuestros millonarios y asesinatos selectivos.
Justamente, mi gran amigo el Waro es autor del libro ‘Yo fui pobre’, donde comparte el testimonio de su tío abuelo, quien junto a su hermano fundaron Lima Caucho y llegaron a ser líderes en la distribución de camiones en todo el territorio nacional. Don Antonio Rosales fue secuestrado a fines de los ochentas por el MRTA y posteriormente liberado luego de un millonario pago. Y en 1990, antes de la asunción de mando de Fujimori, fue abatido a tiros con ensañamiento, representando un claro mensaje a la comunidad empresarial y al nuevo gobierno entrante.
Celebro que el Waro no figure en la lista de intelectuales firmantes contra la presunta censura en la FIL, a pesar que sus grandes compañeras de lucha política lideren el abanderamiento de una supuesta dignidad que reivindica la figura de un ideólogo delincuente.

En la ciudad lila de Lima, unas quinientas personas hicieron fila para esperar una firma de un escritor de novela romántica. Finalmente, la cola se interrumpió porque tenían que cerrar el evento y entonces se apagaron las luces. Al otro día, el autor —un novelista que usa gorrita y bluyins— arremetió en las redes contra la organización del evento. No era una escena del realismo mágico, sino una postal del Perú, país del junco y la chanfaina.
Frente al espectáculo, me pregunto: ¿Cuántos lectores hacen fila para un libro de poesía? ¿Para uno de Juan Ojeda, Juan Ramírez Ruiz o de Enrique Beleván? ¿Cuánta gente conoce en el Perú a Jorge Pimentel, o a Nájar? ¿Cuántos se inscribieron al último taller del
notable poeta Miguel Ildefonso?
En ese sentido, pensar que “la cultura no vende” implica comprender que, en el amplio mercado de ofertas y demandas, sí hay sectores que tienen un público cautivo y que logran, a través de un armatoste mediático, posicionarse entre los lectores. Por ejemplo, las novelas de terror, novela sobre la guerra interna, novela de ciencia ficción o del Plan Lector, logran sostenerse gracias a promociones y diversos impulsos académicos.
Pero la respuesta de fondo no solo es el gusto, sino cómo se estructura el mercado cultural. En La última mitología, el profesor Cass R. Sunstein afirma que los efectos sociales, las redes, son
determinantes para la toma de decisiones. No somos totalmente dueños de nuestro gusto, sino del deseo de pertenecer a un grupo.
¿Acaso esas quinientas personas no son parte de un club especial, así como los lectores de una novela de Watt pad o de Stephen King o los lectores (me incluyo) de Vila-Matas? Pablo Neruda creía que la novela era el bistec de la literatura, mientras que la poesía apenas un bocado. Según Bachelard, hay que tener deseos de leer mucho, de seguir leyendo, de leer siempre.
Por eso mismo conviene tener una dieta diversa y no solo normada por los efectos de la digitalidad. Abra, lector, su menú literario: muchos títulos lo esperan, incluso los que no tienen likes en las redes sociales.
Opinión
El pueblo llegó a Gobierno, pero no al Poder: La lucha histórica del pueblo peruano
Lee la columna de Ramiro Puelles

Por Ramiro Puelles
Durante más de quinientos años, el pueblo peruano ha librado una lucha incansable por conquistar el poder y forjar su propio destino. Desde los días de la colonia, marcados por la masacre y el saqueo de los pueblos originarios, hasta las gestas revolucionarias que desafiaron el yugo extranjero, nuestra historia es un testimonio de resistencia. En el siglo XVI, Manco Inca, desde Vilcabamba, enfrentó a los invasores españoles que se apropiaron de estas tierras. En el siglo XVIII, Túpac Amaru II lideró una rebelión que, aunque terminó en su cruel desmembramiento, encendió una llama de libertad que nunca se apagó. Estas luchas, lejos de doblegar al pueblo, fortalecieron su anhelo de autodeterminación.
La llegada de José de San Martín en 1820 marcó un hito en la lucha por la independencia, pero no todos se unieron a la causa patriota. Muchos, seducidos por el poder del ejército realista, traicionaron la lucha por la libertad, un eco que resuena en quienes, aún hoy, parecen priorizar intereses externos sobre los de la nación. Sin embargo, el pueblo andino, con figuras como Mariano Bellido, un arriero que conocía las rutas de la sierra y la costa hasta Bolivia, y su esposa María Parado de Bellido, quien enfrentó la muerte con un silencio heroico para proteger al ejército patriota, demostró un compromiso inquebrantable. Con la llegada de Simón Bolívar y la victoria en la Batalla de Ayacucho en 1824, sellada en la Pampa de la Quinua, el Perú logró su independencia formal. Pero la victoria militar no se tradujo en poder real para el pueblo. Los descendientes de quienes apoyaron a los realistas, junto a las élites criollas, asumieron el control, relegando a los campesinos y pueblos originarios a la marginación, tildándolos de “iletrados” e incapaces de gobernar.
Por más de dos siglos, la historia del Perú ha sido una lucha desigual. Golpes de Estado, gobiernos militares al servicio de intereses extranjeros y una élite económica que perpetúa el saqueo han marcado nuestro camino. Incluso en el siglo XX, los gobiernos, incluidos los de Ollanta Humala, no lograron romper con este legado de exclusión. Sin embargo, en 2021, el pueblo peruano dio un paso histórico. Contra todo pronóstico, desafiando encuestas manipuladas y una campaña de desprestigio que acusaba de “terruco” a cualquiera que defendiera un cambio, Pedro Castillo, un maestro rural de Cajamarca, ganó las elecciones presidenciales. Este triunfo no fue solo electoral: fue expresión pura de siglos de lucha, un momento en que el pueblo, por primera vez, pareció acercarse al poder.
El 28 de julio de 2021, la juramentación simbólica de Guido Bellido en el premierato enviaba un mensaje claro de reivindicación. La Pampa de la Quinua se convertía, una vez más, en un escenario de victoria para el pueblo, con la gran diferencia de que esta sería una victoria electoral democrática frente a las fuerzas que, por siglos, han intentado someter al pueblo peruano. La elección de Castillo y la designación de Bellido representaron, para muchos, una reivindicación genuina, un logro histórico para un pueblo que, durante quinientos años, ha enfrentado una lucha desigual contra élites, poderes fácticos y traiciones internas.
Sin embargo, este momento de esperanza no estuvo exento de desafíos. La breve gestión de Bellido como premier estuvo marcada por controversias y una feroz oposición que buscó desestabilizar al gobierno desde su inicio. El escudero de un gobierno democrático había caído, y con ello, el inicio del fin se avizoraba. La destitución de Castillo —tras un proceso jurídicamente cuestionable— y el ascenso de Dina Boluarte al poder evidenciaron que el pueblo había llegado al gobierno, pero no al poder. Las élites, apoyadas por sectores mediáticos y económicos, lograron frustrar el proyecto popular, dejando un sabor amargo entre los millones que votaron por un cambio.
Hoy, a cuatro años de la asunción de Castillo y la juramentación de Bellido en la Pampa de la Quinua, la lección es clara: la lucha del pueblo peruano no termina con una victoria electoral. La historia nos enseña que el verdadero poder exige organización, vigilancia y resistencia constante frente a quienes, desde dentro o fuera, buscan perpetuar la exclusión. Este 28 de julio de 2025, en homenaje a los patriotas que han dado su vida por la patria, reafirmamos que no retrocederemos. Nuestra lucha, que comenzó hace más de quinientos años, sigue viva. El pueblo peruano, combativo y grandioso, continuará batallando hasta que el poder que le corresponde por derecho sea verdaderamente suyo.
Opinión
Lima es un caos sobre ruedas
Nadie ordena, nadie fiscaliza y nadie sanciona con rigor. Lima, atrapada en el caos vehicular se hunde en la anarquía del tránsito, donde la imprudencia se normaliza y la ausencia de autoridad convierte cada viaje en una amenaza constante.

Por años, Lima ha convivido con un tránsito caótico, pero en los últimos tiempos la situación ha llegado a niveles alarmantes. La ciudad se ha convertido en una jungla vial, donde la temeridad de muchos conductores, tanto de transporte público como privado, se impone a diario sobre cualquier indicio de orden o respeto a la vida humana.
El más reciente ejemplo trágico ocurrió el miércoles 30 de julio, cuando una cúster de transporte público invadió y colisionó en los carriles exclusivos del Metropolitano, causando la muerte de tres ciudadanos. Sin embargo, lejos de generar una reflexión colectiva o una respuesta contundente de las autoridades, el hecho ha sido absorbido por la rutina de la indiferencia. Especialmente habría que poner la mira de la fiscalización a los choferes de empresas como ‘El Anconero’, ‘El Chosicano’, y ‘El Chino’, entre otras, que continúan sembrando el terror en sus pasajeros debido a sus maniobras temerarias.

Los casos de vehículos invadiendo las vías del Metropolitano son cada vez más frecuentes y atrevidas. A pesar de las advertencias y del historial de accidentes fatales, diversos conductores, incluso policías con vehículos civiles siguen ingresando sin autorización a estas rutas diseñadas para el transporte masivo formal.
La infracción y la imprudencia tampoco es exclusiva del transporte público. Motociclistas, taxistas, autos particulares, e incluso triciclos circulan con total desparpajo por estos carriles. Algunos lo hacen amparados en lunas polarizadas, otros simplemente evaden controles inexistentes. Lo más alarmante es que, hasta vehículos del Estado (sobre todo de la PNP) han sido registrados cometiendo esta misma falta, como si el ejemplo desde el poder no tuviera mayor importancia.
Las motos lineales son otro problema crónico y desatendido. Con una impunidad pasmosa, cientos de motociclistas invaden veredas, se cruzan los semáforos en rojo, conducen en sentido contrario y ponen en riesgo la vida de peatones y conductores por igual. Ellos se han apropiado del espacio público como si les perteneciera, y encima responden agresivamente y orondos cuando alguien osa reclamarles por sus acciones. Y todo ocurre a la vista y paciencia de la Policía de Tránsito, la ATU, la Sutran y la Municipalidad de Lima, entidades que parecen actuar más como espectadores que como autoridades. Nadie pone orden, nadie fiscaliza y nadie sanciona con rigor y mano dura.

Más preocupante aún es que miles de conductores del transporte público con decenas de papeletas continúan circulando sin problema alguno. ¿Cómo es posible que el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC) permita esto? ¿Por qué sigue sin implementarse un sistema de depuración real del parque automotor? Lo que Lima necesita con urgencia es una reforma estructural del transporte, pero lo que recibe a cambio son promesas vacías, medidas tibias y una bochornosa confrontación política entre el alcalde de Lima, que más parece estar enfocado en su campaña presidencial y el ministro de Transportes, el acuñista César Sandoval. Mientras estos personajes se lanzan dardos en medios y redes sociales, los limeños arriesgan su vida cada día al abordar un bus o simplemente al cruzar una pista.
La anarquía vial de Lima no es producto del azar. Es la consecuencia directa de años de permisividad, abandono institucional y falta de voluntad política. El tránsito en esta ciudad ya no es solo ineficiente y deplorable, es letal. Y si las autoridades continúan mirando hacia otro lado, el próximo accidente de tránsito ya no será una sorpresa; simplemente será parte de una tragedia anunciada y cotidiana.
Opinión
Corte Interamericana de Derechos Humanos vs. Gobierno peruano
Lee la columna de Leonardo Serrano Zapata

La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ordenó al Estado peruano suspender de manera inmediata el trámite del proyecto de Ley N° 7549/2023-CR que concede amnistía a miembros de las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y los Comités de Autodefensa implicados en la lucha contra el terrorismo entre 1980 y 2000, por violar tratados internacionales firmados por el Perú, y que busca blindar a militares, policías y comités de autodefensa implicados en violaciones de derechos humanos.
Durante la ceremonia de graduación de nuevos suboficiales de tercera de la PNP, la presidente Dina Boluarte alzó la voz no como jefa de Estado, sino como jefa de una cruzada peligrosa: la legalización del olvido. La institucionalización de la impunidad. «No somos colonia de nadie, espetó, refiriéndose a la Corte IDH. ¿desde cuándo defender los derechos humanos es un acto de sumisión extranjera? ¿Quién protege al país de un grupo que quiere impunidad pese desatar el terrorismo de estado? También sostuvo: «no permitiremos la intervención de la Corte Interamericana que pretende suspender un proyecto de ley que busca justicia» no es un acto de firmeza. Es, en realidad, una negación abierta a cumplir tratados internacionales. Llamar «justicia» a lo que claramente es preparar el terreno para que no sea llevada a juicio por las muertes en el sur. El gobierno de Dina Boluarte quiere un país sin memoria.
Como si los desaparecidos de Ayacucho, los ejecutados extrajudicialmente en Barrios Altos, caso por el cual la Corte IDH declaró responsable al Estado peruano por violaciones al derecho a la vida y la integridad personal, o los estudiantes secuestrados en La Cantuta, fueran meros fantasmas que incomodan la escenografía oficial. ¿Quién, en su sano juicio, puede justificar esto sin ruborizarse? Solo la presidente de los amigos, de ese pequeño sector que sostiene su precario gobierno.
El canciller Elmer Schialer, ha dicho que la Corte IDH pretende «abortar un proceso legítimo y constitucional. ¿Legítimo para quién? ¿Para las víctimas o para los victimarios? Cuando el jefe de la diplomacia peruana trata de poner límites a una Corte que solo exige que no se consagre la impunidad, no está defendiendo la soberanía: está defendiendo un blindaje contra quienes deben purgar condena sin excusas ni disculpas disfrazadas. Dice que la Corte «debería esperar a que se promulgue la ley
. ¿Esperar qué? En el Perú durante la época del terrorismo se asesinó estudiantes y se desapareció campesinos, ¿esperar no es también una forma de complicidad?
Por su parte el premier Eduardo Arana ha dicho, sin pestañear, que el Perú «está sometido al Sistema Interamericano de Derechos Humanos, pero que la Corte IDH debería dejar el «activismo». ¿Activismo? El único activismo que hay aquí es el del Congreso y el Ejecutivo por enterrar la memoria. Afirmación tan reveladora como peligrosa. Porque cuando los defensores del poder acusan de activismo a quienes deben velar por los derechos humanos, están confesando que no les gusta cuestionamiento alguno y mucho menos si es contrario a su agenda.
Quieren hacernos creer que el Perú es una víctima de la Corte IDH, como si el verdadero atropello fuera el pronunciamiento internacional y no los desaparecidos, los torturados, los niños ejecutados por balas del Estado. ¿cómo puede un país que no ha cerrado las heridas del terror querer perdonarse a sí mismo? ¿Cómo puede el Gobierno mirar a los ojos a las madres de La Cantuta o de Accomarca y decirles que «la Corte no debe hacer activismo»?
¿Cuál es el rol del gobierno de Dina Boluarte? Se indigna con la Corte IDH por atreverse a pedir que se suspenda su promulgación. No habrá reconciliación real. A eso no se le llama soberanía. Se les llama traición a las víctimas. Recuerde, las víctimas no olvidan presidente Boluarte.
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