Mauricio Electorat. Foto: Enrique Cerda.
Mauricio ha llegado a la 19 Feria del libro de Lima a presentar su última obra Alguien soñará con nosotros, un conjunto de relatos publicado por el Fondo editorial de la Universidad César Vallejo. Dentro de sus lauros literarios se cuenta el famoso Premio Biblioteca Breve 2004 por su novela La burla del tiempo. Casado con Sophie, compañera francesa de su larga estadía europea, Mauricio regresó a Chile y hace cinco años se encuentra en Santiago. Actualmente es profesor de Litertura y Encargado de Relaciones Internacionales de la Cátedra Bolaño de la Universidad Diego Portales.
En tu último libro, Alguien soñará con nosotros, auscultas la reconstrucción de la memoria a partir de personajes afincados en el exilio. ¿Cómo crees que ha contribuido la visión desde el exilio para la chilenidad?
El exilio ha estructurado la vida social chilena desde el golpe de estado de 1973, por una razón sencilla: Pinochet cerró universidades, echó profesores, persiguió artistas e intelectuales, de tal manera que buena parte de la elite intelectual chilena se vio obligada a partir al exilio, y los que se quedaron vivieron una suerte de «exilio interno» durante años, sin libertad de expresión, sin medios, muchas veces sin trabajo. Esto produjo con los años que la cultura chilena sea doble: la que se hace dentro y la que se hace fuera del país. Esto es válido en literatura, en artes plásticas, en cine, pero también en ciencias. Poetas como Gonzalo Rojas, Armando Uribe, novelistas como Patricio Mans e Isabel Allende, entre tantos otros, han hecho buena parte de su obra en el exilio (yo mismo, modestamente, me incluyo en esa categoría); pintores como Roberto Matta, Enrique Zañartu, Eugenio Téllez; cineastas como Raúl Ruiz, y un largo etcétera: buena parte de la cultura chilena ha venido o viene de lugares tan remotos como Suecia, Francia, Italia, España o Estados Unidos… Este fenómeno marca una cultura, sobre todo una cultura habitualmente marginal o periférica como la chilena. Mediante el exilio, podríamos decir que la cultura chilena entra en la posmodernidad: se fragmenta y pierde sus señas de identidad, recogiendo al mismo tiempo señas de otras identidades extremadamente diversas, la cultura chilena se vuelve palimpsesto. No creo que haya otro país de América Latina en el que se haya dado un proceso de deconstrucción/reconstrucción cultural tan intenso (en la época moderna, claro) como en el Chile que surge de la dictadura.
Dentro de tus relatos usas la ironía para deslizar una sutil crítica política a ciertos discursos rígidos u ortodoxos. Varios personajes relitivizan las diferencias entre izquierda y derecha. ¿El autor piensa lo mismo que estos personajes? ¿Crees que la historia ha terminado difuminando las diferencias entre ambos grupos?
No, en absoluto. Lo que ocurre es que con la «normalización» que acarrea la democracia, surge una especie de casta o de clase política, gente que proviene en su mayoría de los mismos medios sociales y que comparte lo que Pierre Bourdieu llama un «habitus», esto es, un sistema de percepciones. Es ese «habitus» de la clase política el que yo crítico abiertamente, porque la primera de las percepciones de ese «habitus» es que ellos –los políticos‑ conforman justamente una casta, una especie de «club» en el que poco importa que seas de derecha o de izquierda, lo que importa es que perteneces al «club». Es el «club» de la «gente que entiende», de los «técnicos», de los que «saben», son en definitiva esa casta que Gramsci definió como los intelectuales orgánicos, salvo que ahora, tras el vaciamiento de las nociones de «política», de «derecha» o de «izquierda», en provecho de la ideología monoteísta posmoderna: la del mercado, esa «casta» tiene como principal cometido uno sólo: mantenerse en el poder cueste lo que cueste. Pero eso no significa que yo crea que la izquierda y la derecha son la misma cosa: lo que sucede, a mi juicio, es que que la izquierda ya no está donde estaba antes, en los partidos socialistas o comunistas, que se han vuelto partidos conservadores, sino en los movimientos sociales, en las redes ciudadanas, en las asociaciones que se oponen al poder de esa «izquierda-derecha», en todas aquellas instancias de sujetos que, ejerciendo su ciudadanía, se oponen a la masacre ecológica, a la tiranía de la lógica del mercado como dios de la vida social, etcétera, etcétera…
Tanto en tu presentación como en anteriores entrevistas has sido explícito en reconocer el impacto que recibió tu generación de la dictadura y el proceso de reconciliación. ¿Cómo se ha expresado en tu literatura esta circunstacia?
Todas mis novelas y relatos tocan el tema de la violencia: eso es lo que se aprende cuando se nace a la vida consciente bajo una dictadura. La violencia regula la vida social mucho más que las leyes. ¿Qué es aquello que se llama «el orden internacional» sino violencia? ¿Qué es el capitalismo sino violencia pura? ¿Qué es, o fue, el llamado socialismo real sino violencia, abuso y humillación de las minorías? Ignorar esta realidad, es ignorar la realidad del mundo. Foucault dice que la modernidad es una actitud: la del intelectual orientado resueltamente hacia el presente. Por eso podemos decir que Borges, por ejemplo, es un clásico: Borges habla del mundo desde la literatura, la metafísica, la poesía, la paradoja. Pero la mayoría de los escritores latinoamericanos –como no tenemos ni la cultura, ni la experiencia del mundo de Borges, a quien admiro irrestrictamente, dicho sea de paso- hablamos del mundo desde el presente que vivimos, hablamos de nuestro mundo.
Los relatos que acabas de publicar están relacionados con tu vida. Has dicho que todo escritor apela al ejercicio de rebusque y ficcionalización de lo vivido, en ese sentido se ha notado una preferencia a lo verosimil. ¿Has escrito alguna obra de fantasía?
Que uno use materiales biográficos no significa que no apele a la fantasía. Bolaño decía que se escribe a partes iguales con la memoria y con la imaginación. Mis relatos son esquirlas tomadas del sedimento biográfico, pero trabajadas por la imaginación. No es autoficción, ni biografía o autobiografía… sino ficción a secas, en el sentido de que la mayoría de los desarrollos, de las tramas y de los personajes son inventados.
Sin caer en las clasificaciones rígidas, se habla de la configuración de personajes frustrados, contradictorios, angustiosos, etc. Personajes que se orientan más al precipicio que los va empujando la condición humana como los frustados de los cuentos de Ribeyro o los angustiados de algunos personajes borgeanos. ¿Cómo podrías calificar a tus personajes?
Los definiría como personajes en busca de su pasado, o asaltados por ese pasado que les revela algo crucial de sus identidades… Son de alguna manera personajes de tragedia griega, en el sentido de que se encuentran con alguien o algo que los hace comprender mejor quienes son, a esa especie de revelación los griegos la llamaban anagnórisis. Salvo que como los míos son extremadamente «banales» y tienen el sentido del humor del chileno común y corriente, son tragicómicos, o sea, modernos….
A propósito de lo biográfico, sabemos que tu madre es peruana y uno de tus abuelos es trujillano. Nos podrías sintetizar esa anécdota de tu madre y tu padre y la forma cómo demostraba su molestia cuando discutían .
Mi madre tenía un disco –uno solo, de 45 revoluciones- que contenía por ambas caras el himno nacional del Perú. Cuando se enfadaba con mi padre, ponía ese disco a todo volumen. De manera que yo, al regresar del colegio, si escuchaba los acordes del «Somos libres…» sabía que el horno no estaba para bollos, como se dice. Demás está decir que terminé por aprenderme el himno de memoria. De adolescentes, incluso, muchas veces lo cantábamos con mi hermana; pero ahora que soy casado con francesa escucho más a menudo La Marsellesa que el «Somos libres», lo que prueba que estoy viejo….
Sobre el vínculo común entre Perú y Chile, ¿qué escritores peruanos han sido importantes en tu bagaje literario? En la presentación mencionaste a César Vallejo, ¿qué aprendiste o qué significó la obra vallejiana para ti?
Vallejo significó el descubrimiento del lenguaje de la modernidad en la poesía española y también que se puede ser de vanguardia o postvanguardia y hablarte directamente al corazón, con la prístina sencillez de los poetas medievales –Juan de Mena, el Marqués de Santillana-, la carga emotiva y la sorprendente pirotecnia formal de Garcilaso de la Vega, la profundidad de Manrique… En Vallejo parece confluir toda la poesía anterior y esto es lo propio de los grandes genios de la poesía.
Pero en mi formación fueron igualmente importantes poetas contemporáneos como Rodolfo Hinostroza, Enrique Verástegui y otros, anteriores, como Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen y no sigo. Ahora, no puedo dejar de mencionar a Mario Vargas Llosa: si yo he escrito, o he intentado escribir narrativa es porque contraje el virus de la ficción leyendo sus novelas, de adolescente en los largos veranos que pasaba en Antofagasta o Arica. Luego, en París, leí con devoción a Julio Ramón Ribeyro y Bryce Echenique… El Perú, la tierra de mi madre, ha sido siempre como una especie de patria mítica de la literatura para mí.
Pecando de infidente, en una reunión que tuvimos luego de tu presentación, conversamos de la obtención del Premio Biblioteca Breve, y del cambio, digamos de orientación del premio. De la inexplicable repercusión mediática en Santiago. ¿Podrías darnos un comentario adicional sobre estos puntos?
Los premios literarios suelen ser como decía Rousseau que somos los seres humanos: nacen puros, la sociedad (o las exigencias del mercado) los corrompe. Hablando en serio, el premio que un editor inventa para descubrir escritores, el jefe de márketing lo transforma en un arma para seguir ganando dinero. Y ahí se acabó el premio.
Con relación a la influencia mediática en la literatura como en cualquier otra esfera cultural, ¿qué impacto le puede hacer o le está haciendo a la literatura el hecho de el estilo periodístico, la crónica, la reseña o semblanza en vez de crítica se esté imponiendo?
Yo defino ese tipo de crítico como el crítico-stripper, el que se desnuda y habla de sí mismo antes que de la novela que se supone debe comentar. Es la «farandulización»de la crítica. Ningún aporte para la literatura. Ni para los lectores.