Mario Pozzi-Escot: “Ser alternativo es una forma de vida”
Mario Pozzi-Escot es mi papá, mi viejo. Y hace cine, su cine, de manera independiente, con la determinación y tenacidad que yo, a mis 23 años, anhelo para mi propio futuro. Este domingo 2 de agosto estrenará, vía Facebook, “El lugar de los encuentros”, documental sobre el poeta, escritor y periodista Germán Carnero Roqué. Una línea telefónica nos conecta, él en su casa y yo en la mía, en medio de esta Lima pandémica, y me concede la entrevista para la que me he estado preparando desde, que, de niño, era su asistente de rodajes. Apreto “grabar” y arrancamos.
-A mí me tocó conocer a Germán de tres formas. La primera fue en Cuatrotablas, hace muchos años, en un espectáculo que realizó Mario Delgado, y llegó Germán, invitado. Después, buscando sus libros, lo pude volver a conocer leyendo El Lugar de los Encuentros, un libro fantástico. Eso me motivó a seguir buscando quién era este poeta, y descubrí que vivía en México, donde había dirigido la oficina de UNESCO, y había nacido ahí, hijo de peruano. Pasó el tiempo, y cuando entré a la Dirección de Cine de San Marcos, él era el director del Museo de Arte, y pudimos conversar, me regaló libros, nos hicimos amigos. Me gustó su manera de ser, es un gran amigo, leal, hombre progresista, de izquierda, sin ser dogmático…Y, 10 años después de haber trabajado juntos, una tarde, releyendo sus libros, me di cuenta de que tenía que hacer este documental.
-¿Qué aspectos de Germán quieres mostrar en el documental?
-Es un reto, ya que, para mí, documental es vida. Y es cámara. Su obra, y lo que él es, fue lo que me retó a mostrarlo a través de cámara, en base a conversaciones, a lo que pude ver de su vida cotidiana. Su esposa, Adita, es una mujer maravillosa, es su compañera de toda la vida. Tú entras a su casa, y es una cosa hermosa, poder verlos juntos, conversando, trabajando. Ellos, como pareja, como unidad, me motivaron mucho. En el documental trato de mostrar la cotidianidad de Germán, su vida, a través de la cámara.
-Tu labor de difusión cultural comienza décadas atrás, con proyectos como, por ejemplo, Videomemoria. Hoy, continúas esa labor a través del internet. ¿Cómo has vivido ese proceso?
-Videomemoria comenzó en los 80. Surge ya que me revienta, me indigna, esta falta de memoria de nuestro país, ese olvido de su gente. Nuestro pueblo está marcado por este olvido, y es algo que arrastramos hasta hoy, con el COVID. Descubrimos, otra vez, que carecemos de muchas cosas, como sociedad, como país. A mí me pasó algo fuerte en el sentido político, moral, ético. Estuve en Barcelona buscando material de archivo para una película que estaba haciendo, y, en ese proceso, veo, en un film, bajando de un tranvía, a quien yo pensé era Vallejo. Pido que me separen esa secuencia, la veo, y no era Vallejo…o sí, era… bajaba del tranvía, parecía un judío errante, con su sombrero. Esa experiencia me marcó. A mi regreso, lo comento con Jorge Pimentel, de Hora Zero, quien me dice: “Pero Mario, aún hay poetas vivos”. Comienzo así con los poetas de los años 50: Romualdo, Sologuren, Washington Delgado… Desde la Casona, y mi trabajo en el Centro Cultural de la Universidad San Marcos, años después, son una extensión de Videomemoria. Para eso, logré un acuerdo internacional con Livemedia y pusimos el canal web. Hoy, retomo la web como espacio de difusión, ya que, creo, nuestro sistema ha mediatizado la expresión cinematográfica, la expresión libre de la gente. El cine es economía, política, arte, tecnología, expresión, y merece un espacio más.
Mario Pozzi-Escot y Jorge Pimentel, 1988
-¿Cómo entras al cine?
-Estudié en el Franco Peruano, y la filosofía, las preguntas de la vida, el tiempo, y el sentido siempre me motivaron a leer mucho, y a buscar, también, dentro de mí mismo. Comencé a entrenar bastante, me volví un fanático del gimnasio, pero, a la vez, había estado en el Leoncio Prado, y había encontrado, ahí, un Perú maravilloso: Arguedas, Vallejo… Entré a la Universidad Villarreal, pero mantenerse en clases, en esa época, era muy complicado. Los 60 fueron una época muy emocionante, de pura lucha. En la Villarreal, en esa época, había un gran partido arengando, trabajando… Conocí al APRA, Haya de la Torre.. Y estando en eso, mientras estudiaba filosofía, veo un aviso de la escuela de cine de Armando Robles en el periódico. Al día siguiente me fui para allá, hablé con Armando, me explicó lo que estaba haciendo, y me pasé a la escuela. Estudié ahí, y Armando me contrató, junto con Fausto Espinoza, Jorge Suárez, Nora de Izcue, quien ya era su socia. Y entramos a trabajar con él.
Mario Pozzi-Escot y Armando Robles Godoy, rodaje de “La Muralla Verde”, 1970.
-¿Qué aprendiste de Armando?
-De Armando aprendí todo. Inculcó en nosotros esa gran pregunta de qué hacer con el cine, y ese cuestionamiento nunca se nos fue. Armando fue uno de los grandes vanguardistas de nuestro cine, uno de los primeros en luchar por una legislación. Con él, aprendimos a trabajar, ser independientes y creativos. Cuando trabajamos en películas como Espejismo o La muralla verde, éramos muy jóvenes, tendríamos tu edad…22, 23… (risas) Me volví escenógrafo, maquinista, asistente de cámara… Fue una maravilla haberlo conocido.
-Según tu experiencia, ¿qué significó la ley de cine de Velasco para la producción cinematográfica de los 70?
-La ley de cine de Velasco debe ser vista en el contexto sociopolítico de la época. Velasco fue un dictador progresista, nacionalista, era la cara opuesta de esa gran mascarada de las dictaduras fascistas que había en Latinoamérica, en Argentina y Chile, por ejemplo. Velasco cambió la historia del Perú. Aquella ley de cine propició que el cine nacional se viera obligatoriamente en las salas. Nuestra cuota era abierta, todos producíamos cortometrajes: el Banco de la Nación nos prestaba el dinero, que devolvíamos en base a la recaudación, y de ahí pasábamos al largometraje. Pero eso duró lo que tenía que durar, fue una especie de gran sueño llevado a cabo que nos formó como profesionales. En esa época trabajé con Armando, con Dennis Hopper, hicimos nuestros cortos…Yo me interesé por el asunto de la expresión, del rescate de la memoria. Hice un corto sobre Tilsa Tsuchiya, hice Baila Negro, otro sobre Cuatrotablas, un mediometraje… De ahí cae Velasco y entra Morales, quien, a mi parecer, lo traiciona, y regresa todo a como estaba. Borrón y cuenta nueva.
Mario Pozzi-Escot en el rodaje de “The Last Movie” de Dennis Hopper, 1971.
-¿Cómo ves el rumbo que ha tomado el cine peruano en los últimos años?
– El cine peruano es un reflejo del subdesarrollo peruano. La oferta cinematográfica está copada por producciones norteamericanas, por la gran industria, donde hay basura, y, de vez en cuando, buenas películas. Acá no se ve cine de Japón, de Argentina, de Francia…Nuestro cine se ha ido adaptando a eso, y ha logrado ciertas líneas comerciales, malas, y líneas personales de cineastas que han hecho su propio cine, lo que ellos han querido hacer. A partir de la ley de cine dada por el dictador Fujimori, en los 90, el panorama se volvió terrible, en el sentido en que si no entrabas en lo comercial, la cosa no daba para más. Desde entonces, el gran público ha estado copado por las líneas comerciales, industriales, y en ese contexto el cine peruano ha logrado grandes éxitos comerciales, pasando el millón de espectadores, por primera vez, con una película que es una basura, un film superficial, falso, chabacano… El cine debe aún lograr muchas cosas. No es solamente entretenimiento. También educa, lleva a la gente a la conciencia de su realidad.
– Es que también es políticamente conveniente para ciertos sectores tener un cine masivo de puro entretenimiento…
-Es la ley neoliberal: entretener, desinformar y explotar a la gente. El cine, a través del sistema de estímulos estatales, tiene haciendo cola a un montón de ingenuos cineastas nuestros. Muchos de los jóvenes están detrás de esto. Los viejos, de mi generación, ya se dieron cuenta hace rato. Este sistema de concursos implica, a mi parecer, una autocensura de los cineastas, para poder coincidir con los principios, las exigencias, que establece el concurso. Eso hace enmudecer este cine peruano, que, en el mundo, es virtualmente silenciado. Es, por lo tanto, frente a esta situación que yo adopto un cine como forma de vida, un cine libre, expresivo, y es por eso que me gusta trabajar con otros artistas, sobre todo con poetas.
-¿Cómo, en medio de este panorama, en el que muchos cineastas dependen de los estímulos estatales o de auspicios privados, mantener esa independencia creativa?
-El reto es no caer en el juego oficial. Ser independiente, ser alternativo, es una forma de vida, que va en paralelo a mí, a mi forma de expresarme y hacer mi cine, que no depende del gran público, ni, mucho menos, de dineros o aportes del Estado. Videomemoria y mis expresiones a nivel cinematográfico tienen, en ese sentido, un público restringido. Es experimental: yo soy resistente a esa visión del cine comercial, de ese cine que depende de las líneas políticas reinantes de la coyuntura en la que el Estado le da el premio a alguien. El cine es un gran abanico de expresión: entretiene, forma, educa, informa… Cuando, dentro de estos cuatro elementos, das mayor peso al entretener, chau…Se fue “a la M” toda la expresión… Pero si entretienes, y además informas y educas a la gente, ya estás agarrando carne política, ideológica, filosófica…y el cine cobra otro color.
Mario Pozzi-Escot y Andrew Colquhoun, socio de Livemedia, en transmisión en vivo para “Desde la Casona” (Centro Cultural UNMSM), 2009.
-Tu cine es una proyección de ti mismo, de tu visión del mundo. ¿Dirías que es algo que te ha permitido encontrar un lugar propio en el mundo, una vida propia?
-La primera pregunta que uno se hace es la del sentido de todo esto. Y todo esto es un sinsentido. Valga la redundancia, es ese sentido del sinsentido lo que siempre ha guiado mi búsqueda. Es algo que me he hecho adoptar muchas posiciones, actitudes, y, si no fuera por el cine, por la creación artística, estaría metido en política, o sería un indignado gritón en la calle, protestando…(risas) El cine me ha permitido encontrarme a mí mismo. Comencé cuando tenía 20 años, han pasado más de 50, y sigo trabajando y manteniendo. Acabo de terminar la película de Germán, estoy haciendo otra, y lo hago sin depender de grandes capitales. Como dijo un gran cineasta, el cine es una cámara y una idea. Entonces, esa cámara y esa idea las llevo a cabo contra viento y marea. Me niego a seguir la ilusión del éxito. Lo que me importa es trabajar, ser como soy, decir lo que quiero decir. Estoy terminando una película que se llama Martín, con mi cámara, y un actor natural, maravilloso, que encontré. Empecé a grabar Martín antes del COVID,y ahora estoy editando y grabando cosas complementarias. También, voy a terminar mi Ochenio, documental sobre la dictadura de Odría. Me interesó mucho realizar un documental sobre Eloy Jáuregui, poeta Horazeriano y gran periodista, que está colgado en Zonavideored, junto con otros documentales, como Mundos Andinos, Lima Opinión pública, Arguedas Los Ríos profundos, con Cuatrotablas. Acá en casa, tengo mi computadora, mi cámara, mi biblioteca. Claudia, mi esposa, me ayuda muchísimo, también Amparo, mi hija, y tú. Tus hermanos mayores, estando en lo suyo, colaboran mucho también. Y ahí vamos, avanzando. El cine hay que hacerlo hasta el último momento en que uno tenga fuerza y capacidad de expresión.
-Es la búsqueda de una vida entera.
-Exacto. Para mí, vivir es hacer cine. Así trabajo yo, y así voy a seguir.
“EL LUGAR DE LOS ENCUENTROS- GERMÁN CARNERO: POETA, ESCRITOR, PERIODISTA” SE ESTRENARÁ ESTE DOMINGO 2 DE AGOSTO A LAS 6 P.M VÍA FACEBOOK.
Vuelve la Fiesta del cine 2025: lunes 28 y martes 29 de abril todos los cines ofrecerán entradas desde 7 soles
Llega la Fiesta del Cine 2025, organizada por la Asociación Nacional de Salas de Cine del Perú (ANASACI). Disfruta tus películas favoritas y aprovecha esta oportunidad para vivir una experiencia de película.
Este lunes 28 y martes 29 de abril, todas las cadenas de cine del Perú, en todas sus salas, ofrecerán entradas desde S/7 en los formatos regulares 2D. Los formatos especiales como Prime y 4DX a mitad de precio.
Además, la cadena Cinemark habilitará entradas 3D a S/ 8 soles y asientos Dbox a S/ 12. Es importante tener en cuenta que Cinemark aplica un recargo de S/0.5 por cada entrada comprada en línea, así como un recargo de S/0.8 por compras de productos de confitería realizadas en línea.
Por su parte, Cineplanet informó que las promociones del 28 y 29 de abril también son válidas para las películas en formato Xtreme, en todos los horarios.
Podrás adquirir tus entradas desde el viernes 25 de abril por todas las plataformas establecidas por las cadenas de cine como sus canales digitales y de manera presencial.
Es la oportunidad perfecta para no perderte ningún estreno. En cartelera: El día que la tierra explotó: una película de Looney Tunes, Until Dawn: Noche de Terror, Soltera, Casada, Viuda y Divorciada 2, Drop: Amenaza anónima, Minecraft, Amateur y más.
La séptima edición del Festival RENDER de Cine Universitario hecho por jóvenes realizadores del Perú y Latinoamérica, se presentará del 22 al 30 de abril en 13 sedes a nivel nacional, ubicadas en las regiones de Ucayali, Loreto, Huancavelica, Pasco, Apurímac, Moquegua, Ancash, Amazonas, Puno, Ica, La Libertad, Huánuco y Lima. RENDER es una iniciativa que surgió en las aulas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con el objetivo de fortalecer el ecosistema audiovisual y cinematográfico desde la formación en universidades públicas dentro del Perú, y dar visibilidad a la obra y miradas de los universitarios que están haciendo cine peruano.
El VII Festival RENDER presentará más de cincuenta obras cinematográficas, entre largometrajes y cortometrajes seleccionados. El público podrá apreciar historias, posturas y diversos puntos de vista de lo que sucede en nuestros territorios a través de las obras de jóvenes creadores audiovisuales tanto del Perú como de Latinoamérica. Este año las categorías son: Competencia Nacional e Internacional de Cortometrajes para universitarios y Competencia Internacional de Óperas Primas de cineastas Latinoamericanos, con películas estrenadas desde el año 2023.
Además, Render cuenta ahora con la conformación de un Jurado joven, integrado por jóvenes con interés en diversos aspectos del cine y el audiovisual, procedentes de distintas regiones del país, quienes pasaron por un largo proceso de selección Ellos serán los encargados de premiar las obras latinoamericanas en la categoría ópera prima.
La inauguración del festival es el martes 22 de abril a las 6.30 pm en el Auditorio del Centro Cultural de San Marcos. El programa inaugural incluye el Foco: “La Materia de los Sueños, las películas producidas por Lali Madueño” y se proyectará la película “El Archivo Bastardo”, dirigida por Marianela Vega. Al término de la proyección habrá un diálogo con Lali Madueño.
El ingreso a todas las proyecciones es gratuito, tanto en Lima como en regiones. Las funciones se realizarán en el Centro Cultural San Marcos, Sala Armando Robles Godoy, Centro Cultural Universidad Cayetano Heredia, Cine Morún (Ancash), Cineclub Lambayeque, Grupo Audiovisual del Consejo de Cultura de Huancayo (Junín), Asociación Gargüeros (Moquegua), Cineclub Layqa (Puno), Cineclub Cusco (Cusco), y Cineclub Qawakuna (Ayacucho). Además se cuenta con el apoyo de plataformas de streaming como Retina Latina y Nuestro cine MX para acercar los contenidos a toda Latinoamérica. Y en regiones, con cineclubes, colectivos, universidades y centros culturales que trabajan por la promoción del cine y el audiovisual peruano en cada uno de sus territorios.
Toda la programación está disponible en las redes sociales del Festival RENDER, tanto en Instagram como Facebook y tik tok, con la información acerca de las funciones a nivel nacional, conversatorios y actividades anexas.
Desde el inicio, lo que une a los personajes de Cenci (Mia Farrow) y Leonora (Elizabeth Taylor), es la perdida. De una madre y una hija, respectivamente. En una secuencia silenciosa, la joven Cenci sigue a quien cree es su madre (Leonora), por un tramo de la ciudad, desde las afueras de una iglesia hasta un cementerio, este último, lugar en donde la hija de la ex prostituta está enterrada. La joven observa fascinada a su madre reaparecida (revivida) –extrañamente, Leonora tiene un parecido con la occisa. (Pero ese es un dato menor, lo importante es cómo la ve la muchacha, que parece no haber salido aún de la infancia). Con persistencia logra llevar a la mujer a su casa. Leonora acepta, entre curiosa y oportunista, se entera que la joven es adinerada. (La casa enorme y laberíntica la impresiona, al mismo tiempo que la atemoriza. Es raro que no haya nadie más viviendo allí). Entre ambas, una relación compleja empieza a surgir, se desarrolla. Las comodidades a las cuales no está acostumbrada la mujer mayor son atrayentes, pero también lo es la posibilidad de replicar su papel de madre, cortado abruptamente por la muerte temprana de su hija. Entonces parece surgir una especie de acuerdo implícito, en donde cada una puede encontrar satisfacción en el papel que encarnan. Una vida que no se tuvo, una hija que se reemplaza. O la vuelta de la madre querida, de la infancia recobrada. Solo que algo parece enturbiar sus relaciones, algunos de sus acercamientos tienen la sensualidad que podría surgir entre dos adultas, sin vínculo sanguíneo. A Leonora eso le recuerda la vida que tuvo de meretriz, lo cual la atormenta y está cansada. Y ciertas conductas de su “hija” Cenci, la enfrentan a la verdad de su farsa. (En una conversación con dos parientas de la joven, resentidas porque no recibieron nada de la fortuna familiar, se entera que Cenci tiene veintidós años).
Como una aparición, un ser perverso que viene a quitarles algo, el padrastro Albert (Robert Mitchum), regresa a perturbar la relación madre-hija. Descubre a Leonora, la desprecia. Intenta llevarse a Cenci, retomar su relación (ambos están juntos desde que ella era una adolescente), y obtener el dinero de la herencia. Su presencia deteriora el frágil vínculo de las dos, recordándole a Cenci el aspecto más crudo de su crecimiento, su sexualidad. En un punto en que la joven se vuelve el objeto en disputa, Leonora parece ir quedándose atrás en su condición de símil. De pronto ya no es tan parecida a la occisa, aparentemente le falta ese “algo” que las clases sociales altas poseen en su vivencia, y que las hace reconocibles entre “sus iguales”. El desengaño provocará el suicidio de Cenci. No mucho después, Leonora tomará venganza, asesinando a Albert.
El director Joseph Losey y su equipo, adaptan el relato del argentino Marco Denevi, colocando a sus personajes en una ciudad compuesta de parajes y calles desoladas, de lúgubres e intrincadas instalaciones. (Incluso en un hotel en la playa, solo vemos a dos o tres trabajadores, aparte de las huéspedes). Lugar donde se viven obsesiones, sufrimientos y malicias, funciona al mismo tiempo como una extensión –o proyección-, de esas mentes afligidas. Como esas calles amplias y solitarias a las cuales miran los personajes con recelo, o las habitaciones decoradas de objetos que parecen no pertenecerles, y que portan un aire antiguo y decadente, aunque de igual manera los utilicen, como si estuvieran haciendo una travesura o infringiendo alguna regla. Así, la recreación del vínculo maternal, que en un momento parece estar “protegido” por la enorme mansión y sus ventajas materiales, es al mismo tiempo una especie de encierro frágil, muy vulnerable a los “peligros” de afuera: a la “realidad” que podría devolver a la mujer a su vida retirada y obligadamente austera, y a los seres malvados que vendrán por la hija-benefactora, para poseerla y aprovecharse de ella.
“El hombre debe saber en qué mundo vive, y en este momento el mundo es Roma”. Era una época en que el mundo giraba en torno a las decisiones de un emperador, donde millones de personas vivían o morían bajo su voluntad, siendo consideradas muchas de ellas como esclavos o ciudadanos de segundo orden.
En el año 1959 la Metro Goldwyn Mayer estrenó lo que sería una de más épicas y fascinantes películas de época, utilizándose más de 2,500 caballos, 200 camellos y más de 10,000 extras. Se elaboraron enormes sets donde se rodarían las más recordadas escenas, como la carrera de las cuadrillas, la misma que fue planificado cerca de un año, pero que solo duró 9 minutos en pantalla.
Aquella película de más de tres horas de duración se llevó en los premios Óscar de 1960 once estatuillas, incluidas las de Mejor Película, Mejor Director (William Wyler), y Mejor Actor (Charlton Heston). Esta hazaña no fue igualada hasta el estreno de Titanic en 1997 y El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey en 2003.
Ahora, el largometraje dirigido por William Wyler, volverá a las salas locales este jueves 17 y viernes 18 de abril para deleite de los cinéfilos. Para ello, Warner Bros. ha decidido ofrecer a los fanáticos una experiencia renovada con una versión restaurada deBen Hur, que promete resaltar los detalles de la película que podrían haberse perdido con el tiempo.
Las restauraciones digitales y los avances tecnológicos han permitido que los efectos especiales y las secuencias más icónicas se vean mejor que nunca, lo que hace que este reestreno sea una ocasión aún más especial para los cinéfilos y aquellos que nunca han tenido la oportunidad de ver el clásico en la pantalla grande.
El dato:
En Cineplanet se pasará los días 17 y 18 de abril en sus salas de Alcázar, Centro Jr. De La Unión, Mall del Sur, Norte, Primavera, Puruchuco, Risso, San Borja, San Juan de Lurigancho y San Miguel. En tanto, Cinemark la pasará solamente el 17, proyectándose en sus sedes de Jockey Plaza, Gamarra, Mallplaza Angamos y San Miguel, con una única función a las 3:00 p.m.
La miniserie Adolescencia, producida por Netflix, logra capturar lo que pocos logran: la cruda realidad de la juventud, con sus contradicciones, su pasión y su falta de respuestas claras. Aquí no hay lugar para idealizar ese período de la vida. No se nos ofrece una visión edulcorada, ni el escape fácil a un mundo sin complicaciones. En cambio, Adolescencia se enfrenta con valentía a la inestabilidad emocional y la búsqueda de identidad que caracteriza a los adolescentes. Y en este desafío, el trabajo del director es un punto clave, como una brújula que guía al espectador a través de un paisaje emocional denso, pero cautivador.
El director Philip Barantini, sin ningún alarde innecesario, muestra una maestría indiscutible en el uso de la técnica del plano secuencia. Aunque este recurso ha sido ampliamente utilizado en el cine, rara vez se emplea con la eficacia que se ve en Adolescencia. Los planos secuencia aquí no son un simple ejercicio visual, sino que se convierten en una extensión de las emociones de los personajes. La cámara, en constante movimiento, sigue a los jóvenes como una sombra, casi como si fuera un miembro invisible de sus vidas, capturando sus momentos más vulnerables sin interrupciones ni cortes abruptos. Esta técnica, lejos de ser un capricho estético, funciona a la perfección para sumergir al espectador en la tensión emocional que subyace en cada escena.
No es difícil notar la influencia de directores que han hecho de este tipo de planos una marca de autor (Alexander Sokurov), pero en Adolescencia no se trata de un simple virtuosismo visual. Aquí, cada plano secuencia está al servicio de una historia que, por su crudeza, no necesita artificios. Al contrario, la desnudez emocional de los jóvenes queda al descubierto a través de la continuidad, la fluidez de los movimientos, como si el tiempo se deslizara sin darnos respiro.
En cuanto al guion, Adolescencia evita las trampas de lo predecible. No nos encontramos ante una narrativa convencional que nos ofrezca lecciones fáciles o finales reconfortantes. Los diálogos son naturales, a menudo llenos de pausas incómodas y frases a medias que reflejan la incertidumbre y el caos emocional de los personajes. La escritura es aguda, certera, y aborda temas universales como el amor no correspondido, la búsqueda de pertenencia y el enfrentamiento con las expectativas ajenas, todo ello sin caer en clichés. Cada línea de guion respira autenticidad, y es en esa autenticidad donde la serie encuentra su mayor fortaleza.
El guion de Adolescencia también es un reflejo de cómo la juventud de hoy se enfrenta a presiones sociales que antes no existían con la misma magnitud. En un mundo saturado de imágenes y expectativas a través de las redes sociales, los personajes luchan por encontrar su lugar, por trazar su camino en medio de la confusión. Los conflictos internos son tan universales como atemporales, pero el guion los presenta de una manera que se siente urgente, como si no hubiera tiempo para dudas o vacilaciones. Los personajes no están buscando respuestas fáciles, sino que las preguntas los devoran.
Y, por supuesto, las actuaciones merecen un aplauso aparte. En Adolescencia, el elenco no necesita de gestos exagerados ni de actuaciones sobrecargadas para transmitir la profundidad de sus personajes. Al contrario, hay una contención impresionante en la manera en que los actores construyen a sus personajes. Cada mirada, cada gesto, es un reflejo de esa lucha interna que define la adolescencia. La frescura y la naturalidad del elenco juvenil son un hallazgo, una de esas rarezas en las que la interpretación fluye con tal realismo que parece que estamos viendo algo que va más allá de la ficción.
Es fácil pensar que Adolescencia podría haber sido una serie convencional más sobre la juventud, con su carga de tópicos y superficialidad. Pero el director, el guion y los actores logran un equilibrio que eleva la serie por encima de las expectativas. En lugar de darnos una representación simplificada de la adolescencia, nos enfrentan a la complejidad de esa etapa: un terreno pantanoso donde las emociones están a flor de piel, donde todo parece tan urgente y definitivo, pero en realidad es solo el comienzo de algo mucho más grande.
El trabajo del director no se limita a la técnica; es, ante todo, un ejercicio de empatía. Es un director que entiende que la juventud no es un campo de batalla de una sola guerra, sino una serie de pequeñas batallas, algunas ganadas, otras perdidas. Y es este entendimiento el que hace que Adolescencia sea una miniserie que se siente, en su interior, como un retrato honesto y sin adornos.
Sin concesiones fáciles, sin caer en el sentimentalismo barato, Adolescencia se convierte en un testimonio de la juventud, despojada de adornos y mostrando sus grietas. La serie no ofrece respuestas, y quizá eso sea lo que la hace tan poderosa. Porque, al final, la adolescencia nunca tiene respuestas claras. Y esa es su grandeza.
El caos se desata. La ciudad se derrumba. La lucha por sobrevivir ha comenzado. Sin previo aviso, un terremoto catastrófico sacude la ciudad con una fuerza devastadora, reduciendo enormes rascacielos a montañas de escombros. En cuestión de segundos, las calles se convierten en un paisaje apocalíptico de fuego, polvo y destrucción. Pero lo peor aún está por venir.
Atrapados en un infierno de concreto y acero, entre los restos de la ciudad, cientos de personas quedan varadas en un laberinto de edificios en ruinas. En lo más alto de los rascacielos, en ascensores averiados y en pisos a punto de colapsar, un grupo de sobrevivientes debe luchar contra el pánico, la desesperación y la incertidumbre. Con cada réplica, las estructuras tiemblan y se desmoronan, amenazando con sepultar a los que aún siguen con vida.
Pero la tragedia no termina ahí…Las tuberías rotas y el colapso del sistema de represas desatan un nuevo peligro: inundaciones imparables que convierten los edificios en prisiones mortales. El agua sube rápido, llenando pasillos y habitaciones, dejando a los sobrevivientes sin escape. Ahora, no solo deben encontrar una salida entre los escombros, sino también ganarle la carrera al agua antes de que sea demasiado tarde.
Cada segundo cuenta. Cada decisión puede ser la última. Mientras el caos se apodera de la ciudad, un grupo de desconocidos deberá unir fuerzas para enfrentar lo imposible y desafiar al destino. Pero en un mundo que se desmorona a su alrededor, no todos lograrán salir con vida…
Una película de desastre y suspenso extremo que te dejará sin aliento.
Una cámara “flota” al interior de una casa. Miramos fotos sobre paredes opacas, muebles, objetos diversos, aparentes vestigios de un pasado. Allí un hombre mayor (Alexander), recuerda como era su pueblo hace cincuenta años, cuando era un niño y vivía con su padre en una pensión, junto a un pequeño grupo de amigos, entre ellos el jefe de la policía local, Iván Lapshin. Ese recuerdo es la reconstrucción ficcional que nos propone Aleksei German (1938 – 2013, San Petersburgo, Rusia), –y su equipo-, de la vida de una localidad de provincia en la Rusia de los años treinta del siglo XX.
La voz del narrador inicia los segmentos, divide etapas en el transcurrir del relato. (Incluye su parecer sobre los cambios naturales y de infraestructura que ocurren en su pueblo). Luego, en la mayor parte del metraje, la voz parece retirarse, aunque su punto de vista mudo acompaña a Lapshin en todo lo que acontece, pero siempre a un costado, o cerca, o detrás de los personajes en una escena poblada, o entre la gente, como si estuviera haciéndose lugar, captando una serie de conversaciones fragmentarias, “historias a medias”. La cámara sigue a esos personajes, comentando los últimos sucesos, bromeando, quejándose o criticando las condiciones de vida –y sus carencias-, intentando así un registro detallado del colectivo, como un conjunto polifónico de distintas intensidades. Después, la película opta por dos argumentos que reducen su primera diversidad y trata de centrar sus conflictos en unos pocos personajes -el círculo inmediato a Lapshin. (Un triángulo amoroso y la persecución a un criminal).
La risa y la ironía son medios que permiten sobrellevar los problemas cotidianos, pero una soterrada tristeza se percibe en casi todas las conversaciones y encuentros. Imposible de ocultar, incluso en el aparente gesto despreocupado de Khanin, el amigo escritor de Lapshin, al narrar la muerte de su esposa por la difteria, ocurrida cuando él estaba de viaje. Por ello no es de extrañar que el tono de la película, en muy buena parte, vaya de lo burlesco a lo trágico. (Khanin, culpándose, fallará en su intento de suicidio).
Un sentido de comunidad aflora en varios planos y secuencias. Un “nosotros” visto en las formas de convivencia, en la ayuda mutua, las reuniones, en la distención de las jerarquías, en cierta confianza –si bien desigual-, en la construcción de un orden nuevo, de un futuro. Lo vemos en los momentos de chanza y fiesta, y en el trabajo de los actores de la compañía de teatro sacando adelante una obra para todos. (También en la labor de la policía contra la delincuencia, en especial en la captura del jefe de una banda local –Solovyov-, conocido por sus crímenes violentos). Sin embargo, es en este punto donde observamos una contradicción entre los ideales del progreso soviético y la visible precariedad material. Esas contradicciones se extienden sobre lo real –pasado- a medida que la película se torna en una reflexión sobre el proceso estalinista, aunque no haya algún tipo de proclama o una condena evidente. Lapshin ejemplifica la confianza en ese proceso, mientras que otros, colegas y amigos, siguen esas convicciones de manera ambivalente. A menudo estos personajes se ven como figuras cansadas en un paisaje en donde sus esfuerzos apenas les deparan alegrías. (Sus asuntos personales son muestra de ello. La actriz Adashova rechazará los avances románticos de Lapshin, aunque ella no podrá irse con Khanin –él no está interesado-, y este por su parte, retornará deprimido a Moscú).
El director German propone una ficción inscrita en un determinado momento histórico, visto desde sus actores de base, alejados de los grandes centros urbanos. Sus comportamientos y creencias por erigir una sociedad diferente, chocan con incertidumbres, cuestionamientos, con su propia pobreza. Quizás por ello, a pesar de la esperanza y de cierto desarrollo que se describe como la “multiplicación de casas y de líneas de tranvía”, asoma el antiguo contexto real, aquel de las carencias –hambrunas-, la colectivización y las purgas.
Kayara, la tan esperada película animada de Tunche Films, del director César Zelada ya está lista para su estreno mundial y se proyecta a convertirse en uno de los estrenos del cine peruano del 2025. Esta producción ha sido realizada en coproducción con España y promete llevar al público a un fascinante viaje por la milenaria cultura peruana, explorando temas de valentía, identidad y legado.
La película cuenta la historia de Kayara, una joven atleta de 16 años que desafía las normas de su tiempo al convertirse en la primera mujer en unirse a los legendarios mensajeros incas, los chasquis. Enfrentando obstáculos y superando desafíos, Kayara se convierte en una heroína que protege su tierra y el legado de su pueblo, todo mientras ocurre la llegada de los conquistadores españoles.
Kayara es el más reciente logro de Tunche Films, el estudio peruano que en 2022 ganó el prestigioso Premio Platino a la Mejor Película de Animación de Iberoamérica con su película Ainbo: La Guerrera del Amazonas. Al igual que AINBO, Kayara ha obtenido un gran éxito de ventas en casi todos los mercados internacionales, lo que asegura un estreno global que llevará nuestra cultura a audiencias de todo el mundo.
“Con Kayara, buscamos no solo entretener, sino también mostrar al mundo el valioso legado de los Incas y la riqueza de la cultura peruana”, comentó el director César Zelada. “La historia de Kayara es una metáfora de la lucha por la identidad, el coraje y el respeto por nuestras raíces, algo que todos los peruanos podemos sentirnos orgullosos de compartir con el mundo”.
fuente: tunche films.
La película tuvo su estreno mundial el 2 de enero en Ucrania. Ahora, con el lanzamiento de su tráiler, comienza la cuenta regresiva para su llegada a los cines peruanos. Kayara se estrenará a nivel nacional el 6 de marzo y más adelante, el 30 de marzo, debutará en Estados Unidos.