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El búho insomne / J. Rosas Ribeyro

LOS PREMIOS NO MIDEN NADA

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Escribo “los premios”  y se me mete en la memoria una novela de Cortázar, que leí hace tiempo y de la cual no recuerdo nada. Inmediatamente después me acuerdo de que Roberto Bolaño contaba que, en sus primeros años en España, participaba en cuanto premio literario encontraba (y allá hay cientos) con el único fin de ganar un poco de dinero para sobrevivir. Más tarde, mientras que el tema me da vueltas en la cabeza, rememoro una crónica que escribí y publiqué hace un tiempo y que, si recuerdo bien pese a mi mala memoria consuetudinaria, titulé “Mis premios Nobel”. Por supuesto, en ella no trataba de los que he ganado yo, por la sencilla razón de que no he obtenido ni obtendré nunca un premio Nobel, lo cual en verdad no me preocupa en absoluto.

No, si la memoria no me falla, en ese artículo abordaba yo los casos de los múltiples escritores que considero entre los mejores de los mejores y que nunca han ganado la recompensa sueca que no dejaba dormir a Vargas Llosa antes de que se la otorgaran a él. Imagínense, ¡lo tenía García M y no Vargas L!, ¡qué injusticia tan injusta! Evocaba, en cambio, si mal no recuerdo, a Pier Paolo Pasolini, Jean Genet, Malcom Lowry, Marcel Proust, Juan Carlos Onetti, Elsa Morante, Thomas Bernhard y muchos escritores más entre mis preferidos que, de hecho, por ser lo que eran y escribir lo que escribían, tenían vedado el camino a la jugosa recompensa. Y realmente creo que les importaba un comino el asunto.

Todo esto viene al caso porque hace unos días leí una entrevista al poeta español Juan Carlos Mestre en la que, entre otras cosas interesantes, decía: “Los premios son un mal…yo no sé si necesario, pero desde luego, no miden absolutamente nada, ni tienen que ver nada con la poesía. Tienen que ver con la sociología de lo público, tienen que ver con el mundo editorial, tienen que ver con las posibilidades de difusión de una obra; pero no tienen absolutamente nada que ver con la escritura de un solo poema.” Suscribo totalmente esta idea, nomás que yo añadiría que no tienen nada que ver tampoco con la calidad de las novelas o de los libros de cuentos. Eso no quiere decir, por supuesto, que el premio Nobel, el Alfaguara de novela, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos  y tantos otros de aquí, allá y acullá solo se los hayan otorgado a escritores que no merecen ningún reconocimiento.

No es eso, por supuesto, lo que estoy diciendo, pero me parece que esos escritores de valía son los que ennoblecen la recompensa más que lo contrario, son la excepción más que la regla. Y más aún cuando el premio, cualquiera que sea, logra sacar del anonimato a un gran escritor y nos permite descubrirlo, lo cual, lamentablemente, no es lo que suele ocurrir. De estas excepciones recuerdo, así de repente, dos: en el caso del Nobel, la excelente poeta polaca Wislawa Szymboska, que muy pocos conocían, y en cuanto al premio Alfaguara de novela, sólo por poner un ejemplo, el otorgado al mexicano Xavier Velasco por una novela de gran calidad titulada Diablo guardián.

Como decía antes, un escritor inmenso, como es el austríaco renegado Thomas Bernhard, nunca recibió el Nobel pero sí diferentes premios locales o de la lengua alemana que le permitieron, como a Bolaño, sortear los momentos difíciles de una vida dedicada a la literatura. Sobre ello hablaBernhard en Mes prixlittéraires (Mis premios literarios), una recopilación de textos publicada en francés por las ediciones Gallimard. En uno de ellos, sobre el premio que otorga la ciudad de Brême, cuenta el escritor austríaco que le tocó ser miembro del jurado: “Yo quería que se le diera el premio a Canetti, que se recompensara Auto de fe, una genial obra de juventud que había sido reeditada un año antes de esta reunión del jurado. Repetí varias veces Canetti y cada vez los rostros alrededor de la gran mesa parecía que sufrían. Ocurre que varios de los jurados allí presentes no sabían siquiera quién era Canetti.”Lo ocurrido en Brême de seguro ocurre en muchos de los premios que se otorgan cada año: los jurados no conocen a los candidatos ni han leído sus obras. Se sabe que lo que está detrás de muchos premios es una especie de guerra civil entre casas editoras, una guerra en la que no se combate con argumentos literarios sino comerciales o de poder económico en el seno de la industria del libro.

Dicho todo esto quiero acercarme un poco a la situación francesa donde, precisamente en estos días, acaban de atribuirse los principales premios “literarios”. De hecho el principal de todos es el Goncourt, no porque entregue montañas de dinero (como es el caso, por ejemplo, en España, del premio Planeta, el cual, seguro que por eso mismo, trata siempre de que haya un candidato “favorito” ya desde antes de que se reúna el supuesto jurado), no, porque el Goncourt no le otorga al ganador ni cinco euros ni nada. El interés de ganar esa “prestigiosa” recompensa está en otra parte, está en lo que se gana por la multiplicación enormes de las ventas del libro recompensado. Un ejemplo reciente muestra claramente lo que estoy diciendo. El año pasado obtuvo el Goncourt Le Sermon sur la chute de Rome (El sermón sobre la caída de Roma), novela de un autor no muy conocido hasta ese entonces llamado Jerôme Ferrari. En la primera semana posterior a su puesta en venta se habían vendido de este libro 8 937 ejemplares, en cuanto se supo que formaba parte de la lista de candidatos al premio, las ventas en una semana pasaron a 37 826 y ya cuando se anunció que era el ganador se llegó a más de 43 mil ejemplares en una semana.

Luego, durante el año posterior al premio el nivel de ventas prosiguió a un alto nivel sostenido hasta alcanzar el total de 333 271 ejemplares. Este es solo un caso y no de los mejores, por supuesto en términos comerciales y no literarios (la calidad literaria no tiene nada que ver en esto, repito), ya que quien tiene el récord en números de ventas en los últimos 25 años es Les Bienveillantes, muy gruesa novela escrita en francés por un estadounidense por entonces residente en España: Jonathan Littell. En su caso le fue favorable el que se desatara una polémica, ya que se trata del larguísimo monólogo de un ex nazi. La casa Gallimard editora de este libro, y la Grasset, las más grandes de Francia, son las campeonas de los premios “literarios” galos, ya que en un cuarto de siglo ha acumulado 32 de los Goncourt, Renaudot, Fémina, Goncourt de los estudiantes de secundaria (que cada día funciona mejor comercialmente), premio de las lectoras de la revista Elle, premio del libro Inter y el Interallié, o sea, de los siete premios más importantes de Francia. Le siguen Seuil con 20, Actes Sud y Albin Michel con 13, y el resto, es decir 23 premios se los han repartido nada menos que seis casas editoras.

Unos datos más que me parece interesante mencionar antes de concluir. El promedio de ventas de un premio Renaudot, “prestigioso” pero con menor notoriedad que el Goncourt, es de 187 mil ejemplares, y del Fémina 105 mil. En 25 años han sido premiados 152 escritores de sexo masculino y sólo 51 mujeres. Frente a todas estas cifras y los millones de euros que ellas implican tanto para los editores como para los autores, no puedo sino sonreír cuando en el Perú hay gente que se destripa por ganar un premio nacional y maldice a la humanidad entera sino se lo otorgan, pese a que no les significa en verdad gran cosa que meterse en el bolsillo. Un amigo escritor, que no es Vargas Llosa ni Bryce ni Bayly, me decía un día, entre triste y resignado: “si en el Perú vendes mil ejemplares debes estar contento, ya eres un bestseller.” Desde ese punto de vista no existen, pues, puntos posibles de comparación, pero tanto acá como allá, tanto con cifras millonarias como con sumas miserables, los premios “literarios” no tienen nada que ver con la literatura y, como decía el poeta Mestre más arriba, “no miden absolutamente nada”.

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J. Rosas Ribeyro. Escritor, poeta y periodista nacido en Lima, Perú, residente en París, Francia. Salió del Perú deportado por una dictadura militar. Sus obras han sido publicadas en Perú y México principalmente, pero también en España, Estados Unidos, Ecuador, Reino Unido y Francia. Tiene un doctorado de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Es miembro de la redacción de la revista francesa Espaces Latinos y colaborador de la revista literaria virtual latinoamericana El Hablador. Ha sido periodista y productor de programas culturales en Radio Francia Internacional. Ha realizado traducciones de: Jacques Roubaud, Boris Vian, Blaise Cendrars y otros autores en lengua francesa Libros publicados: Curriculum mortis , París, 1985, Ciudad del infierno, Lima, 1994, País sin nombre, Lima 2011, Todo es aluvión, México, 2012. Contemplaciones (apuntes de un sobreviviente), Lima, 2013.

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RECORDANDO A TULIO MORA (1947-2019) / UN TESTIMONIO Y 5 FOTOS

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Recibí la noticia de la muerte de Tulio Mora mientras iba en un autobus a encontrar a una amiga, en Barcelona. Lo supe por un escueto post de Eloy Jáuregui en Facebook. No fue una sorpresa: hace unas semanas, estando yo en Lima, fui a visitarlo con Jorge Pimentel en su lecho de enfermo y sabía muy bien que el cáncer ya lo había condenado. Sin embargo, pese a verlo muy débil y conversar con él levemente, pensé que aún viviría algunos meses más. No lo quiso la Parca y el que era un viejo amigo, Tulio Mora, ha partido dejándonos su excelente poesía, muchos recuerdos y el dolor de su ausencia.


Justamente, pensando en los recuerdos fui a buscar imágenes de Tulio en mi archivo fotográfico. He aquí lo que encontré:
Primeramente, una foto muy conocida, captada por el Chino Domínguez en el Túngar, el taller de baterías que Leoncio Bueno tenía en Breña. La foto no tiene fecha pero debe de ser de 1967 o 68. Tulio, de pie, al lado izquierdo de la imagen tiene una mano apoyada sobre un hombro de José Tang, a quien ahora ha ido a acompañar en el imperio de la nada, junto con Pablo Guevara y Juan Ramírez Ruiz, también presentes en la foto.

Tulio Mora Gago, Jorge Pimentel, Fernando Sánchez «Carancho», Rosina Valcárcel Carnero, Leoncio Bueno, Juan Ramírez Ruiz y Zevallos.


La segunda imagen fue tomada por un fotógrafo ambulante en el Parque Universitario, en una mañana húmeda de julio de 1967. Tulio está sentado a la derecha y yo a la izquierda, al medio Ana María Mur (que falleció hace algunos años) y Alfredo Pita.


Ese día nos fuimos a casa llevando cada uno una copia de la foto anterior en la que previamente escribimos algo. Como ésta que tengo es mi copia no figura en ella lo que yo escribí, aparecen en cambio -como pueden ver-, en lo alto, unas palabras de Ana María; al centro lo que escribió Tulio y que no logro descifrar, y abajo lo de Pita.


La foto siguiente la tomé yo en Ayacucho durante la Semana Santa de 1969. Sentado a la izquierda: Edgar Verástegui y a la derecha Tulio.Esta foto sí que era, hasta hoy, totalmente inédita.


Foto inédita es también la última. Fue tomada por Juan Morillo en Ayacucho y, como la anterior, durante la Semana Santa. Tulio tiene el rostro hinchado pues fue agredido con una quena metálica durante una bronca que nos hicieron,días antes, unos ayacuchanos sin que yo sepa hasta ahora porqué. En verdad, pienso que fue una agresión completamente gratuita.
Con estas fotos de nuestros años juveniles quiero recordar con cariño al amigo Tulio Mora, quien publicó su primer poema en «Estación reunida», la humilde revista que yo y otros compañeros editábamos en San Marcos. Estos recuerdos llevan consigo ahora el dolor de su ausencia.

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LA IZQUIERDA UNIDA JAMÁS…

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No hay manifestación en el mundo de la autodenominada «izquierda» en la que no se grite «¡la izquierda unida, jamás será vencida!». Alain Touraine, célebre sociólogo francés, con fuertes lazos intelectuales, políticos, amistosos y familiares con Latinoamérica y, en particular, con Chile, dijo una vez, en tono un poco burlón, que la izquierda nunca ha estado unida y que siempre ha sido vencida.

Esto, que parece una broma, que escandaliza a algunos «izquierdistas», es hoy tan cierto como lo fue ayer en diversas partes del mundo. En el Perú, como era de esperar, el llamado Frente Amplio en vez de unir fuerzas se está desuniendo por lo lo menos en dos corrientes, a lo cual hay que agregar a los partidarios de Santos que nunca aceptaron entrar en el FA ni el liderato de Verónica Mendoza.

En España la división no solo se hace realidad a través del enfrentamiento entre el PSOE y Podemos sino que en el interior mismo de estas organizaciones ésta se instala y puede incluso llevar a sonadas rupturas. En Francia, la situación es similar: división profunda en el propio PS y una brecha enorme entre este partido y la alianza Front de Gauche-Partido Comunista. En Reino Unido lo mismo: en verdad bajo el manto del Partido Laborista conviven dos sectores irreconciliables.

En Alemania la socialdemocracia tiene a su izquierda una organización que crece y se desarrolla, La Izquierda, formada por disidentes del Partido Socialista y antiguos miembros o simpatizantes del PC. Así, pues, la situación es bastante similar en muchas partes y pone en evidencia que la socialdemocracia y la «izquierda» electoralista pasan por una profunda crisis, una enfermedad grave de la cual no se salvarán sino ponen de vuelta y media sus frágiles principios, que ya no corresponden con el mundo de hoy, no cambian sus sistemas organizativos y, lo más importante, dejan de ser la ambulancia social del sistema imperante y se reafirman como lo que nunca debieron dejar de ser: los más radicales críticos del capitalismo y sus instituciones, los más firmes anticapitalistas Y eso en el seno de las bases sociales y no con simples discursos en los parlamentos. 

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CINE LATINO, TOULOUSE: MEMORIA ARGENTINA (DEL CINE)

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Leonardo Favio.

Dos documentales proyectados en Cine Latino de Toulouse, recrean la memoria del cine argentino a través de dos personalidades opuestas y controvertidas: el gran cineasta Leonardo Favio y el empresario que utilizó el cine para enriquecerse Héctor Olivera.

Leonardo Favio (1938-2012) se llamaba en el registro civil Jorge Fouad y nació en un medio sumamente pobre. Por toda Latinoamérica se hizo muy famoso a través de sus canciones, pero se ignoraba (ignorábamos) que era cineasta, un inmenso cineasta. Recuerdo que alguien me habló de su cine en los años setenta, pero solo me fue posible ver sus películas mucho tiempo después.

Y fue precisamente en Toulouse, en este festival al que asisto, llamado por entonces «Encuentros con el cine de América Latina», que pude por fin descubrir su cine a través de «Crónica de un niño solo» (una obra maestra a nivel mundial), «Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más…», «Juan Moreira» y»Nazareno Cruz y el Lobo», si mal no recuerdo. Después he visto prácticamente todas sus películas, salvo «Perón, sinfonía del sentimiento» una hagiografía del controvertido líder argentino. Y desde aquella vez en Toulouse hasta ahora le tengo una enorme admiración pese a su enardecido peronismo que no comparto para nada.

Este año Cine Latino presenta el documetal titulado «Favio, estética de la ternura», realizado por los hermanos Andrés y Luis Rodríguez. Aunque es un documental bastante mediocre, nos da la posibilidad de escuchar al propio Favio hablando de su cine poco antes de fallecer y tambien los testimonios de su mujer, su hijo, su hermano, algunos de los actores que trabajaron en sus filmes y amigos.

Donde más falla este documental es al incluir filmaciones actuales, no tanto las de los barrios populares a los que estuvo ligado el cineasta y cantautor, sino aquellas que «actualizan» imágenes de sus películas y, sobre todo, de «Crónica de un niño solo». Como si las imágenes filmadas por el propio Favio no bastaran. Otro fallo del filme es no detenerse nada en la carrera de cantautor, pese a que él liga una a la otra: sin el éxito como autor e intérprete de música popular nunca hubiera podido hacer su cine, las películas tal y conforme él las quería, según su propio testimonio.

El otro documental argentino ligado a la memoria y al cine es «La sombra», de Javier Olivera. Mientras se sigue paso a paso la demolición de la mansión que fuera de Héctor Olivera, el realizador recuerda a su padre. Mientras Favio entregó su vida al cine y se hizo incluso cantautor para poder hacerlo, Olivera se sirvió del cine para hacerse rico. Y en el documental del hijo vemos la ascensión social de un nabab que encontró en el cine su mina de oro.

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CINE LATINO, TOULOUSE: DESDE CUBA MELODRAMA, MORALISMO Y DIDACTISMO

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Si bien hoy el cine cubano logra escapar a veces al control directo del oficial ICAIC, no por eso nos entrega necesariamente películas transgresoras, originales, rompedoras. Parece ser que ya pasó la época de los chabacanos filmes que imitaban a la comedia popular italiana y lo que ahora se puede ver, como es el caso en Toulouse, en el festival Cine Latino, son melodramas moralizadores, cargados de santas intenciones, en los que los personajes nunca cobran vida en la pantalla porque en verdad no son personajes sino seudo encarnaciones de vicios o virtudes, lo que está mal o lo que está bien, comportamientos desviados o comportamientos ejemplares, etc.

Dos ejemplos de lo que decimos los hemos encontrado en estos días de festival en Toulouse.  Uno es «El acompañante», película dirigida por Paven Giroud, que forma parte de la sección competitiva del evento. Este melodrama, que transcurre en un «sidatorio», o sea los sanatorios donde se encerraba manu militari a quienes lleveban el virus Hiv en la sangre, confronta a un boxeador que se dopó y tuvo que dejar los guantes, a un exsoldado que se infectó de sida en África, una doctora militar muy estricta pero de corazón bueno, un doctor descarriado, mentiroso, degenerado, y un enfermo que no piensa sino en ganar dinero a través de apuestas, entre otros seres «ejemplares» negativa o positivamente.

Algunos de ellos se redimirán con el sacrificio y la bondad y, en un caso, podrá triunfar (el boxeador) o morir entregándose a una «causa buena».  Otro ejemplo de este cine moralizante y «didáctico» es «Conducta», filme de Ernesto Daranas, que se exhibe en Francia con el título: «Chala, una infancia cubana».

Aquí lo que encontramos es un niño semi abandonado a su suerte por una madre puta y drogadicta, una maestra abnegada que lucha contra la rigidez de las normas y las decisiones burocráticas, un vecino (amante de la puta) que se dedica al combate de perros y a las apuestas, etc.

Aquí también se trata de prototipos que se utilizan como marionetas para moralizar sobre lo que está bien y lo que está mal en una sociedad como la cubana y plantear una moraleja didáctica. Estas películas tienen algo en común con, por ejemplo, el cine que se hacía en España en la época franquista: filmes que debían educar, moralizar, señalar el buen camino, es decir, plantear tareas que no son las del arte auténtico.

Sin embargo, siempre en el marco del cine independiente, se puede oponer las películas antes señaladas a verdaderas creaciones cinematográficas como «Juan de los muertos» de Alejandro Brugués, un filme de vampitos que es, al mismo tiempo, una de las críticas más feroces al sistema burocrático cubano post revolucionario, y «La obra del siglo» de Carlos Machado Quintela, una película que combina ficción y documental para crear una obra original, estéticamente lograda y también con una fuerte carga crítica y de ruptura en relación a mucho de lo que se viene haciendo en Cuba.

A mi parecer este filme, que el año pasado estuvo en Cine Latino de Toulouse, solo se puede comparar a «Memorias del subdesarrollo», la obra maestra de Tomás Gutiérrez Alea.

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CINE LATINO, TOULOUSE: «ALBA», ANA CRISTINA Y MACARENA, DESDE ECUADOR

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Hoy pensaba referirme a varias películas, pero finalmente sólo hablaré de una, que me ha seducido por completo. Viene de Ecuador y es la opera prima de Ana Cristina Barragán. También es la primera participación como actriz de Macarena Arias, quien era en el momento una chica púber de 11 años y hoy es una adolescente de 14 que quiere continuar actuando.

La película se titula «Alba», pero bien podría llamarse; parafraseando un título del gran Leonardo Favio: «Crónica de una niña sola». Alba es una niña que vive en un mundo muy propio, encerrada en sus juegos, sus rompecabezas, como queriendo obviar un entorno real marcado por la convivencia con una madre enferma, que prácticamente no se levanta nunca de la cama.

Ana Cristina Barragán nos narra con mucho dominio del lenguaje cinematográfico la soledad interior de esta niña magníficamente interpretada por Macarena Arias. Sensibilidad con retención, colores mates, música que no invade ni apoya demasiado las imágenes, son algunas de las características de este nuevo descubrimiento del cine ecuatoriano.

Hay que destacar la extraña belleza de la muy joven Macarena Arias, la cual se conjuga maravillosamente con su talento e inteligencia: todo el filme reposa sobre sus hombros. Le auguro un enorme futuro como actriz. Por otro, subrayar también el talento y la sensibilidad de la joven ralizadora que empezó a imaginar este proyecto cuando solo tenía 21 años y se preparó para llevarlo a cabo realizando varios cortometrajes sobre chicas púberes. Y hay algo de la propia realizadora que se refleja en el rostro de Alba.

Para finalizar quiero precisar que esta «crónica de una niña sola» se convierte, conforme transcurre el filme, en el encuentro de dos soledades: la de la niña que pierde a su madre y la del descubrimiento de un padre tan solitario como ella misma. En suma: una bellísima película que se suma a algunos de los logros ya obtenidos por el cine ecuatoriano.

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La campaña electoral es un asco

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Aunque, como ya lo he dicho y repetido varias veces, no daré mi voto a ninguno de los candidatos que aspiran a ser presidentes del Perú, sigo con bastante dedicación el desarrollo de la campaña electoral. De lo que he escuchado y visto ¿qué conclusiones saco?

1) Es un asco. Y lo es no solo porque buena parte de los candidatos no tienen el nivel intelectual ni la catadura moral como para hacerse cargo de la presidencia de un país, sino -y sobre todo- porque en ella no se aborda casi nunca la política en lo que tiene de noble, es decir, la confrontación de visiones del mundo y de la sociedad en que actúan, la propuesta de proyectos de transformación, una perspectiva hacia el futuro, una reafirmación de principios esenciales de libertad y de aliento a la creación en el campo de la cultura y las artes y también de las ciencias.

2) Lo que hay -y de sobra- son insultos, condenaciones de unos a otros, estigmatizaciones, rechazos a veces incluso violentos de los candidatos a los que no se sigue, una competencia por designar quién es el más corrupto, el más plagiario, el más mentiroso, el más criminal, el más incapaz, el más bruto y etc etc. O sea, el grado cero de la política.

3) En medio de este lodazal que es la «política» peruana, se puede rescatar, creo yo, a dos candidatos: Alfredo Barnechea, quien, como ya lo he dicho antes, destaca por su conocimiento real del país, su nivel intelectual muy superior al de todos los demás, su propuesta de acciones concretas para superar las lacras del Perú y, sobre todo, porque aporta una visión de país hacia el futuro, un proyecto de país. Yo no votaré por él porque ese proyecto, que podemos calificar de socialdemócrata, no es el mío: yo soy anticapitalista y libertario.

El otro candidato es una candidata: Verónika Mendoza. Ella lleva un lastre dificil de borrar: es la gran amiga de Nadine Heredia y una de las fundadoras de ese engendro que es el Partido Nacionalista de Ollanta Humala. Es verdad que una vez elegida con dicha bandera «rompió» con el nacionalismo pero, creo yo, esa ruptura no es tal: el discurso muy ONG de Mendoza en verdad no rompe con esa vieja y carcomida ideología que es el nacionalismo «social».

Otro lastre de Mendoza es su entorno político: una izquierda que, desde Mariátegui hasta ahora, no ha aprendido nada, discute con dificultad con quienes no ven las cosas como ella, descalifican en lugar de confrontar visiones, ideas y proyectos y aunque proclama una soñada unidad no logra ésta ni en sus propias filas: hay otras candidaturas que pretenden representar a la «izquierda» y muchos que se acercaron al Frente Amplio han terminado alejándose de él.

Pese a todo eso, Verónika Mendoza presenta cierto nivel intelectual, parece ser que no es personalmente corrupta, por lo menos cree en lo que dice, aunque por lo general es tan general lo que dice que es difícil estar en desacuerdo, en principio, con ella. Pese a estas objeciones, tanto Alfredo Barnechea como Verónika Mendoza no me producen vergüenza, lo cual, en medio de la podredumbre política peruana, ya es algo.

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Lo mejor del cine en el 2015

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Cemetery of Splendour, de Apichatpong Weerasethakul.

Antes de que la amnesia que caracteriza al mundo de hoy hunda en el olvido el año 2015, quiero recordar aquí, en una lista, las películas que me interpelaron, estremecieron, interrogaron, interesaron, emocionaron… Películas venidas de todas partes del mundo que tuve la suerte de ver en las salas de París.

Un cinéfilo como yo ve cada año cientos de filmes, muchos en festivales y otros en salas de la distribución comercial y de “cine arte” de Francia. No me voy a poner en plan juez y decidir cuál es mejor que otra, sé que mi lista –como todas- es arbitraria porque corresponde a mi gusto personal y a lo que me lleva a mí a una sala oscura, que no es comer popcorn ni beber litros de gaseosa.

Estas es, pues, mi lista, sin orden de preferencia sino siguiendo el impulso de mi memoria.
-Cemetery of Splendour, de Apichatpong Weerasethakul (Tailandia)
Las mil y una noches (trilogía), de Manuel Gomes (Portugal)
Hill of Freedon, de Hong Sangsoo (Corea)
Mia madre, de Nanni Moretti (Italia)
Fatima, de Philippe Faucon (Francia)
Mustang, de Deniz Gamze Ergüven (Turquía/Francia)
-Broadway Therapy, de Peter Bogdanovich (Estados Unidos)
-Shan He Gu Ren (Más allá de las montañas), de Jia Zhang-Ke (China)
21 nuits avec Pattie, de Arnaud y Jean-Marie Larrieu (Francia)
El botón de nácar, de Patricio Guzmán (Chile)
A la folie, de Wang Bing (China)
El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra (Colombia)
Nuestra hermana menor, de Hirokazu Kore-Eda (Japón)
Foxcatcher, de Bennett Miller (Estados Unidos)
Casa grande, de Felipe Barbosa (Brasil)
Las maravillas, de Alice Rohrwacher (Italia)
Back home, de Joaquim Trier (Noruega/Francia)
El club, de Pablo Larrain (Chile)
Ixcanul, de Jayro Bustamante (Guatemala)
-Much Loved, de Nabil Ayouch (Marruecos)
Une histoire de fou, de Robert Guédiguian (Francia)
Sangue del moi sangue, de Marco Bellocchio (Italia)
La loi du marché, de Stéphane Brizé (Francia)
Que horas ela volta?, de Anna Muylaert (Brasil)
Güeros, de Alonso Ruiz Palacios (México)

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DOS GRANDES DECEPCIONES

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Ya conté en un post anterior que cuando estoy en el Perú solo leo literatura peruana. Igualmente, en las librerías mi aprovisiono casi exclusivamente en libros peruanos o editados en el Perú. Así, pues, en mi último viaje adquirí, entre otros libros,»Vallejo en los infiernos» de Eduardo González Viaña y «Marginalia» de Carlos Yushimito, dos libros muy diferentes uno con el otro y de autores de generaciones, formaciones y universos literarios absolutamente distantes.

Debo decir que la novela de González Viaña sobre Vallejo antes de su viaje a Europa y las razones y consecuencias de su encarcelamiento en Trujillo, quería leerla hace tiempo, pero siempre me fue imposible encontrarla en cualquier tipo de librería.

Me intrigaba ese libro y me interesaba conocer la información nueva que decía poseer el autor sobre Vallejo en esos años. Poco antes de regresar a París pude satisfacer mi deseo y comprar «Vallejo en los infiernos». Y fue ésta mi primera lectura recién desembarcado yo de nuevo en Francia. Qué decepción, siento decirlo.

González Viaña se pierde en estampas costumbristas, se deja ganar por su afición por la magia, los hechiceros, los curanderos y a veces por su necesidad de reafirmar el compromiso político del poeta. El resultado es una novela pesada, no por la calidad de la narración sino porque se pierde en el camino. Con la información que tenía el autor hubiera podido hacer una novela compacta, sin palabrería, seca, algo así como el «Ravel» de Jean Echenoz, una pequeña obra maestra.

«Marginalia» lo compré una tarde en la librería El Virrey de Miraflores. Me impresionó de entrada la belleza de la edición y luego me intrigó el contenido, ya que no se trataba de una obra narrativa sino en un conjunto de fragmentos en los que el autor se acerca a temas muy diversos. Me dio la impresión de que era algo similar a las «Prosas apátridas» de Ribeyro, libro que aprecio muchísimo.

Yo había leído antes «Las islas», libro de cuentos de Yushimito, muy «bien» escrito, muy pulcro, una buena tarea de un alumno inteligente y aprovechado de una respetable universidad privada. En San Marcos, un día que fui para participar en el taller de narrativa, encontré a un joven que estaba en plena redacción de su tesis doctoral en literatura y no sé cómo hablamos de Yushimito.

Coincidimos en considerar que «Las islas» es un libro vacío, sin carne, sin alma. Un libro de alguien con buena formación universitaria pero que no tiene mucho que decir no puede asumir tampoco que la buena literatura es fuego. Pues cuando leí «Marginalia» me ocurrió algo parecido y muy pronto perdí el entusiasmo inicial.

En los fragmentos de este libro una vez más tenemos a un Yushimito sin sangre, sudor ni lágrimas, que nunca va al fondo de las cosas, allí donde duele, angustia, preocupa o se sueña. De todo el libro solo rescato yo el fragmento 44 subtitulado «Autobiografía». Si Yushimito avanzara por ese camino, creo yo que podría escribir una literatura valiosa, pero hasta ahora no es el caso.

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