Opinión
Los carnavales en el Perú
Lee la columna de Raúl Villavicencio

Por Raúl Villavicencio
Del latín ‘Carne vale’, que viene a ser “adiós a la carne”, de la época de los Romanos, estrechamente vinculada años después al Cristianismo con los preparativos de la Cuaresma, los carnavales a través de los siglos ha representado una época donde las personas pueden dar rienda suelta a todo aquello prohibido durante el año, llegando incluso a orgías y bacanales donde todo, absolutamente todo, estaba permitido.
En el Perú, dependiendo del lugar, los carnavales pueden durar una semana hasta un mes, correspondiendo al mes de febrero ese momento donde los niños y adultos se maquillan con pinturas naturales el rostro y todo el cuerpo, se arrojan agua o talco, danzan alrededor de un árbol, o beben cantidades incalculables de licor. Son esas fechas donde se puede satirizar a nuestras autoridades con inmensas alegorías, disfrazarse con atuendos típicos de la región, cantar, bailar, juntarse con las amistades y dejar que nuestros sentidos se dejen llevar por la música y la efervescencia.
Sus primeras celebraciones datan de 1544, proveniente de los españoles; sin embargo, existen registros de que en distintas regiones del incanato era usual de los antiguos habitantes el colocarse máscaras en claro distintivo festivo.
Los carnavales también tienen una fuerte connotación sociológica en el sentido de que las distintas clases sociales podían celebrarla a su manera, de los más altos oligarcas coloniales, pasando por los mestizos, e incluso los esclavos, pues sus amos veían conveniente otorgarles unos cuantos días de distensión ya que el resto del año iban a trabajar arduamente, evitando así posibles revueltas contra ellos.
Continuando con la época colonial, los ciudadanos utilizaban cáscaras de huevo vacías para rellenarlas con agua o pintura, ya que aún no se inventaban los globos.
Ya en la época republicana, esas costumbres continuaron manteniéndose bajo ciertos matices como por ejemplo la inclusión de bailes tradicionales peruanos, sobre todo de los afrodescendientes, resistidos en un principio por la clase alta al considerarlas herejes.
Durante el oncenio de Leguía se intentó reordenar esa festividad haciéndola parecer más a la usanza europea, con corsos, flores, confetis y hasta una reina del carnaval. Con la llegada de Manuel Prado se instauró que se celebre solo un domingo, pero la población la fue celebrando cada domingo, tal como hasta ahora se acostumbra.
(Columna publicada en Diario UNO)

Puedo verlo así. Son dos cuerpos, uno junto al otro, un cuerpo se dedica al otro, el cuerpo joven cuida y conserva en vida y a la vez en imagen al cuerpo más viejo. La gloria del cuerpo viejo es la riqueza de los afectos, de las memorias, aunque las memorias se vayan retirando y disipando de ese cuerpo. Pero ese cuerpo, por su sola existencia, en sí mismo, en lo que es, y por eso había que mostrarlo tal cual, sigue siendo memoria viva, luz, simiente, amor, herencia. Sin ese cuerpo viejo no habría cuerpo joven. No habría nada.
El cine, aquí, quiero decir, la imagen, actúa como un homenaje a la vida, a la continuación de lo viviente. Y no hay que eludir la muerte, hay que, de algún modo, traspasarla. Una nieta ayuda a su abuela, una nieta y su abuela conversan y no hay nada más natural. La esencia de todo, en los pequeños momentos que se dan día a día. Hay que percibir, el regalo, el presente. Para eso es el cine. La relajada y máxima cotidianidad expuesta y compartida contiene lentitudes, inercias, desvíos, encantos y secretos.
También están las pequeñas secuencias reflexivas y en cierto sentido ‘enfriadoras’; distancias, instancias de reflexión, momentos ‘clínicos’ como la contemplación introspectiva de las radiografías, u otros momentos que incluyen más cercanamente la materialidad y la tecnología del recuerdo: tanto las clásicas fotos familiares como trampolín o espejo o pequeñas máquinas del tiempo, así como los negativos, con su peculiar aspecto colorido, usados como una discreta y efectiva estrategia de extrañamiento.
El montaje, -con el espejo como portal o un umbral (posible o imposible) de un mundo a otro- superpone y hasta fusiona (¿poéticamente? ¿de manera metafísica?) ambos cuerpos, en el sentido de que ambos son o fueron o serán uno solo. O también es como si fuesen dos edades distintas de un mismo cuerpo. Hay incluso en la película una suerte de alusión al respecto.
Será obvio, y en este trabajo más, porque es un buen ejemplo de esto, pero quiero recalcarlo. No se requiere de sentimentalismo alguno para expresar con veracidad toda una gama creíble de sentimientos. No se requiere de exageraciones o de contorsiones dramáticas para mostrar el sutil peso de lo real.
Opinión
«Muéstrame donde quieres que ponga la rosa»: volver a Verástegui en 2025
Lee la columna de Nicolás López-Pérez

Por Nicolás López-Pérez
Los días de ira bajo un cielo lila: 27 de julio de 2025, quinto aniversario luctuoso de Enrique Verástegui (Lima, 1950-2018); 28 de julio de 2025, conmemoración número doscientos cuatro de la independencia del Perú. No solo Lima, sino todo un país se levanta para saludar al más allá. Al leer los vínculos entre deseo y creación desde Verástegui, el arte aparece frente a nosotros como un sistema de vida y un programa de obra.
En el verano de 1994, Verástegui y un grupo de escritores publicaron la declaración constituyente de la Sociedad para la liberación de las rosas, suscrita en la primavera del 1993 y pensada en 1992 frente al quinto centenario del primer viaje de Cristóbal Colón. Antes, el cañetano había irrumpido en la escena literaria con el inolvidable En los extramuros del mundo (1971) y otros libros de poesía y ensayo. Por aquel entonces, los manifiestos de Hora Zero ya habían cumplido la mayoría de edad. El poema integral, Splendor (1972-1995), que después involucró a mentes de la Red de los poetas salvajes, quienes lo publicaron en un solo libro recién en 2013. Aunque a la fecha de la declaración, el grueso de Splendor había sido escrito y publicado. Ese es el presente desde el que nos dice: “Si los sucesivos textos que se han escrito sobre el Perú no han devenido más que en retórica, devaluados por la continua guerra civil que atraviesa su historia (…) no nos queda otro camino que denunciar estas prácticas corruptas que han hecho imposible la constitución del Perú como sociedad, como nación, y como país donde los hombres y mujeres que lo habiten encuentren finalmente el hecho mismo del ser que los constituye como realidad y como fin: la felicidad”.
El Perú es un país de cantos y épicas. El Perú fue y sigue siendo crónica: se cuenta y se denuncia. Justamente, esos textos sobre el Perú son pura retórica y están devaluados por la incesante guerra civil que se libra, son el centro de gravedad, aunque si sus autores lo niegan. El mejor ejemplo es César Vallejo, vitoreado y abucheado por sus contemporáneos. En la actualidad, Julio Barco, es un caso paradigmático: leído y criticado, caricaturizado y vapuleado. Cantos y épicas, crónicas y denuncias, eso también es la declaración de la Sociedad para la liberación de las rosas.
El canto a los objetos benignos: pareja, educación, ecología y rosas. La denuncia de los objetos malignos: el Estado, la droga y el analfabetismo. Verástegui vislumbraba el fin de siglo y el comienzo de un nuevo milenio como un acontecimiento, precisamente por su educación integral en religiones y cultura. Casi como una obra que desempeore el mundo, las referencias son conceptos que han estado ausentes en la historia y una obra que se ejecuta no solo en la declaración, sino también en la vida personal y la propia obra profesional. Cuando aludía a Splendor, por ejemplo, en una entrevista del verano de 1996 a Valentín Ahón para el segmento de cultura de El Comercio e intitulada “Ética para un final de siglo”, lo separaba en pecado, redención, virtud y conocimiento; y agregaba que todo ello conjugaba una ética que debiese “partir a nivel personal, sin invadir la intimidad ajena”.
De lo individual a lo colectivo, la declaración constituyente estuvo firmada por los peruanos Beatriz Ontaneda, Brenda Camacho, Elena Cáceres, Rubén Grajeda, Santiago Risso, José Beltrán Peña, Egidio Auocahuaque, Antonio Sarmiento, el boliviano José Mario Illescas, el catalán Jordi Royo, desde Girona, el chileno Roberto Bolaño y el mexicano Mario Santiago Papasquiaro. Entre periodistas, físicos, matemáticos, poetas y novelistas se constituye esta sociedad. Y la organización no queda en el simple ente institucional, sino que cabe la posibilidad de reconstituirse como: “células de estudio, que, en el futuro, puedan transformarse también en células de acción social”. La declaración de la Sociedad es intrínseca y extrínsecamente política. El norte de los militantes o socios debiera estar en la reivindicación de las libertades individuales, las libertades para la creación, para la investigación científica y para la reivindicación de las rosas, todo bajo los principios rectores de vida, belleza, verdad, justicia y felicidad, claves para que el Perú y América Latina puedan alcanzar un proyecto de realización. Este último deseado por los libertadores para las generaciones venideras.
Verástegui, en su obra profesional y en sus agenciamientos colectivos, plasmó estas directrices para la vida misma. A más de treinta años de la declaración, henos aquí ni cantando a las rosas ni haciendo florecer la rosa en un poema ni haciendo mermelada de rosa mosqueta, sino más bien delante a uno de los últimos movimientos poéticos transversales de América Latina. El Perú es un caldo de cultivo de la injusticia, de ahí que manifiestos, vanguardias y rabietarios literarios y artísticos se den con maestría y trascendencia. El legado de la Sociedad de Verástegui es esa posibilidad de volver a asociarnos para fomentar el amor, la educación, la ecología y las rosas.
En las rosas reside esa última ratio de la belleza: cómo el florecer de la rosa simboliza la perfección. Tal como poetizaba Hafez de Shiraz: “¿Cómo osó la rosa / atreverse a abrir su corazón / y dar al mundo / toda su belleza” (The Gift, Poems by Hafiz, the Great Sufi Master. Londres: Penguin, 1999, p. 40. Traducción propia). La poesía persa lograba sintetizar el lenguaje y el conocimiento en la naturaleza: el vino que se hace de las uvas en Omar Khayyam y la rosa en Hafez. Verástegui es un cultor de la rosa, cuya presencia no es ignota en la literatura peruana. Es más, un poema de Eduardo Chirinos nos pone frente a la espada y la pared: “Las rosas se abren y se cierran como ojos. Como libros que son ojos, ¿es posible la contemplación de la rosa y cerrar por un instante lo libros y los ojos?”. La rosa prevalece a los libros: es una belleza que nada más podría enseñarnos. Nos unimos por la ética y por la estética.
La rosa en la historia de la literatura, igualmente, es un ejercicio de tenacidad. Por ejemplo, los casi de veintidós mil versos octosílabos del poema Roman de la Rose (1240) o la Isla de las Rosas que existió en las costas de Rimini desde 1958 a 1967 para ver “florecer las rosas en el mar”, aparecen como consagraciones a la rosa, pero ¿seremos capaces de ser devotos a la rosa, en circunstancias que el capitalismo neoliberal, la crisis climática y el individualismo radical se han tomado nuestras sociedades?
“Reivindicamos la rosa como misterio de perfección y belleza de la naturaleza y le damos, también, un contenido simbólico”, nos dice también la declaración. No solo la rosa, sino el vínculo con la naturaleza: desde una grecolatina poiesis a una pulsión que busca representar y evaluar críticamente; desde una guirnalda de flores a las hojas del árbol. Cambian los tiempos, cambian las materialidades: la rosa es un ideal, pero no es que quien escribe o hace arte debe reproducirla tal cómo es. Verástegui nos recuerda que la rosa por milenios ha sido una imagen de la belleza, pero que, en el siglo XXI, nuestras creaciones tienen que poblar el mundo literario y vital como las rosas existen en el reino vegetal. En otras palabras, la creación involucra, intrínsecamente, tomar los materiales de la realidad y del tiempo y reproducir un mensaje capaz de criticar nuestro modo de hablar.
Ahí cabe la poesía, probablemente, uno de los motores de la organización celular que pudiera tener la Sociedad para la liberación de las rosas. Aunque Verástegui dijera, en una entrevista de 2005 con Paul Guillén, uno de los pocos que se han atrevido a pensar en y con la obra del cañetano, que la Sociedad no era sino una “sociedad clandestina, una sociedad secreta, una sociedad científico-mística que tiene por meta investigar la ciencia y la religión, eso es todo lo que puedo declarar”. El trabajo en las sombras era una buena idea para llevar adelante una investigación independiente, sin embargo, en nuestra sociedad actual es necesario defender y propagar las rosas de día y de noche; de lo contrario, la literatura es casi onanismo para cultores del ocio. Como destino, no solo el Perú, sino también la defensa de las libertades en todas las esquinas.
¿Contra qué dirán los lectores? El poeta italiano Franco Fortini nos lo aconsejaba con claridad en 1966: “El prejuicio común y antintelectual, la recurrente oposición reaccionaria del sentimiento a la razón, de la intuición a la dialéctica” (L’ospite ingrato. Bari: De Donato, 1966, p. 40. Traducción propia). Aun teniendo esto, ¿cómo defender las libertades en todas las esquinas? Asumiendo que los derechos humanos son el horizonte de nuestro tiempo, pero también trabajando en el buen vivir colectivo: amor, educación, ecología y rosas. En la creación literaria y poética, cuidarse de lo que nos advertía Fortini, hechos que quizás estén por impactar irreversiblemente en las prácticas letradas a través de la Inteligencia Artificial (IA).
Hace unos meses, un querido amigo me envió una reseña de uno de mis libros hecha por una IA sin revelarme la identidad de su autor: me asombró que estuviese bien escrita, pero había un vacío en el pecho. Quien escribió no paladeaba las palabras, puede que eso sea síntoma de qué aún nos queda una instancia que nos separa de las máquinas. La IA todavía no logra asimilar en perspectiva y multiplicidad de saberes, ¿por qué la digresión hacia la IA? Los productos literarios y poéticos de la IA oponen, recurrentemente, el sentimiento a la razón y viceversa; la intuición a la dialéctica y viceversa. La producción de literatura o poesía, alineada con los valores de la Sociedad, debiese volverse atractiva en la forma y en el modo de presentar la información. La misión, en el mejor de los casos, reside en la recuperación de los lectores que se han perdido: o porque no volvieron a la lectura o leen literatura destinada al fútil entretenimiento. Tal vez guiar a ese lector, conducirlo y encantarlo, es lo que probamos para salir de ese autoculpable olvido de la imaginación que padecen los tiempos actuales.
Puede que la antología Yo construyo mi país con palabras (2020) de Julio Barco o Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego (1979) al cuidado de Roberto Bolaño, entre los ejemplos que me vienen a la mente o incluso Black Waters City (2019) de Américo Reyes Vera, sean una manera de presentar panoramas literarios reales o imaginarios como una descentralización y desconcentración de la literatura; y qué nos dicen la literatura en la forma, no hay receta única al escribir. La Sociedad nos presenta lineamientos para jugárnosla por una literatura para el siglo XXI, pero, al mismo tiempo, difuminar la oposición entre poeta e intelectual; científico e individuo público. Lo importante es ganar cómplices si también estamos, desde hace más de medio siglo, viviendo una guerra contra la imaginación.
Verástegui intentó una praxis colectiva sin vanidad. Asimismo, sin definiciones presuntuosas, solo en el cultivo de los principios de la Sociedad se materializa en la acción colectiva. No se nombran intelectuales ni luces del siglo, establecen las bases de un movimiento social desde el intelecto, la discusión y el trabajo local y en grupo. Justamente, debiésemos ser capaces de articular células que puedan aunar la estrategia tripartita de lucha que Antonio Gramsci conjuraba en un artículo de 1919: instrucción, conmoción y organización.
En este nuevo aniversario luctuoso, exhorto a Verástegui con una delicadeza poética de Splendor: muéstranos donde quieres que pongamos la rosa. Ya lo decía nuestro querido cañetano: si no tenemos espacio para cultivar las rosas, “podemos entrar en un parque público, y plantarlas”; y, sobre todo, una vez plantadas, cuidarlas y ofrecerlas para seguir en la belleza. Sé que estamos en la supervivencia, que muchos no llegan a fin de mes, que muchos no tienen para parar la olla al almuerzo, pero estamos tocando fondo. Ya habrán visto la prepotencia de quienes compran el silencio y avasallan a los desposeídos, cosa de ver a algún jefe de Estado mediático (agréguese al déspota de turno), nosotros todavía tenemos cabeza, poesía y a nosotros mismos. Aunque sean pocos, acudan al llamado de la Sociedad a propiciar agenciamientos humildes en torno al bien común: ya no basta con el escritor que se atrinchera solo, sino que la unión hace la fuerza. Cuidado: en la vuelta de la esquina, se asocian los que vendrán contra, las contrarrevoluciones están a flor de piel. Por eso, volver a Verástegui en 2025, 2026, 2027 y así sucesivamente: la sangre de los pueblos yace en la cultura para no extinguirse.

Por Tino Santander Joo
El 24 de febrero de 2024, el fallecido expresidente Alberto Fujimori declaró que el fujimorismo había decidido que la presidente Dina Boluarte se quedaría hasta el 2026. El Parlamento, la prensa y los medios de comunicación anunciaron la decisión como un mandato. Fujimori estaba abocado a reordenar a la derecha política y a los grupos de poder económico, formales e informales, en torno a su candidatura. Combatió hasta el 11 de septiembre de 2024. Fue despedido con honores de Estado y reconocido por la inmensa mayoría de peruanos, que perdonaron sus delitos y reconocieron sus logros.
Con la muerte de Alberto Fujimori, la coalición fujimorista perdió fuerza. Sin embargo, logró renovarse el pacto político en el Parlamento entre Fuerza Popular, Somos Perú, Alianza para el Progreso, Acción Popular, Perú Libre (llamada “la izquierda provinciana”) y otros grupos parlamentarios. Esta alianza evidencia el primer paso de una gran coalición nauseabunda. A ella se suman los grupos de poder económico, tanto formales (bancos, grandes empresas, etc.) como informales (mineros ilegales, organizaciones criminales), que, con la anuencia del gobierno, garantizan la continuidad de un modelo oligopólico y la impunidad de Dina Boluarte.
Esta coalición ha vendido las candidaturas al Parlamento, ha distribuido zonas de influencia política y dispone de millones de dólares. Además, cuenta con el respaldo del gobierno de Boluarte. Las elecciones están diseñadas para que la coalición que gobierna el Parlamento y controla el Ejecutivo continúe en el poder. Todo esto ocurre con la complicidad del presidente del Jurado Nacional de Elecciones, quien denunció que más de veintitrés partidos están inscritos con firmas falsas. Luego de su denuncia, el país esperaba que actuase correctamente y desafiliara a los partidos mafiosos; sin embargo, ha guardado silencio, convalidando el fraude y la ignominia del sistema político.
La coalición nauseabunda —compuesta por la izquierda, la llamada centro derecha, los medios de comunicación tradicionales, el Parlamento, la fiscalía, el Tribunal Constitucional, las universidades, y los gremios empresariales y sindicales— es cómplice con su silencio e indiferencia del fraude electoral y de la desesperanza de la mayoría de los ciudadanos, que observa este proceso electoral con repudio. Intuyen que serán los mismos corruptos de siempre, quienes ya tienen compradas sus curules y sinecuras. Ningún “precandidato presidencial” se pronuncia sobre el fraude electoral. No les importa el país, ni la gente que sufre por la falta de salud, educación e infraestructura productiva. Solo les interesan sus privilegios y enriquecerse mediante la venta de candidaturas y los aportes ilícitos de los grupos de poder económico, formales e informales.
El país está dividido en dos sectores: por un lado, los candidatos mafiosos; por otro, la inmensa mayoría de peruanos que se levantan temprano a trabajar y estudiar, y que aún creen en la promesa de la vida peruana: un país libre, próspero, en el que sus ciudadanos sean felices. Esa fue la promesa de la independencia, una promesa incumplida. Los peruanos sabemos que los políticos corruptos jamás cumplirán los anhelos de los libertadores.
Al Perú no le queda otro camino que la insurgencia democrática, es decir, la toma de conciencia ciudadana, la organización desde abajo, el voto nulo, la movilización pacífica. Además, el derecho a la desobediencia civil está amparado por el artículo 46 de la Constitución: “Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador ni a quienes asuman funciones públicas en violación de la Constitución y de las leyes”.
Es necesario rebelarnos, cerrar el Parlamento, destituir a Boluarte y permitir que una Junta Transitoria —presidida por un miembro del Tribunal Constitucional o de las Fuerzas Armadas— asuma el gobierno por un año y convoque a elecciones limpias, no fraudulentas.
No hay otro camino, querido lector. Usted decide: ¿nos rebelamos o seguimos con la coalición nauseabunda que busca perpetuarse en el poder?

Por Guido Bellido Ugarte
Alguna vez, ante los ojos de los más de 33 millones de peruanos, Dina Boluarte se presentó como una de nosotros: mujer andina, provinciana, con verbo encendido contra la oligarquía limeña. En la campaña de 2021 gritaba ¡nueva Constitución ya!, juraba que el capitalismo era la cadena que ataba al Perú profundo y alababa a los gobiernos populares de Venezuela, Bolivia y Cuba.
Hoy, sentada en Palacio, el giro es radical, dice que tomó el mando para “salvar al Perú” de la propia gente que la eligió. Su ascenso, marcado por la sorpresa y la desconfianza, ha sido leído por amplios sectores como una traición política de proporciones históricas. ¿Quién es realmente Dina Boluarte? ¿Luchadora popular o topo de la derecha infiltrado en nuestras filas?
El viraje no es casual, tiene raíces profundas. Muchos compatriotas migran a Lima por necesidad económica y laboral, entran a la política por oportunidad, no por convicción política. Se visten de radicales cuando les conviene, pero sus principios son de papel. Esa es la costra de la reacción: los que más gritan resultan ser los primeros en arrodillarse ante el poder y nunca han levantado una bandera con verdadera convicción.
La narrativa de su llegada al Ejecutivo fue clara: una mujer provinciana, de origen humilde, que encarnaba las esperanzas de una nueva representación popular. Pero lo que siguió fue un giro abrupto hacia una alianza tácita con las élites políticas y económicas que ella misma había cuestionado en campaña.
Los críticos la acusan no solo de romper con el ideario de izquierda que la llevó al poder, sino de haberse convertido en un engranaje funcional de la derecha tradicional. Las muertes ocurridas durante las protestas que exigían su renuncia, la tibieza frente a las demandas de una nueva Constitución y su cada vez más evidente cercanía con partidos conservadores y sectores empresariales, refuerzan esa percepción.
Boluarte encarna ese perfil. En 2021 prometió enfrentar a la élite; hoy se abraza a ella. Denigra y ordena plomo contra el mismo pueblo que la llevó al gobierno, un pueblo que la derecha jamás hubiera aceptado ni por asomo. Duele, porque después de sabotajes, insultos y desprecio, la derecha se apropió de un gobierno que costó sangre y esperanza, y lo hizo con el aval de quien compartía nuestra mesa y nuestro idioma, y hoy se enorgullece de pertenecer al bando opuesto.
Esta traición no es solo personal; es la traición a nueve millones de peruanos que votaron por el cambio, por la dignidad, por la primera voz genuinamente popular en 200 años de República. Hoy nos sentimos despojados de esa victoria. Dina Boluarte no es simple giro ideológico; es la herida abierta que demuestra cómo la reacción puede disfrazarse de pueblo y clavar el puñal desde adentro.
Dina Boluarte ya no es vista como una heredera del voto popular, sino como un engranaje más de la maquinaria política que ha sabido absorber, neutralizar y sobrevivir a todo intento de transformación desde adentro. En tiempos donde la política exige definiciones, su ambigüedad no es astucia: es claudicación.
Pero esta no es solo la historia de una traición personal. Es también el reflejo de un sistema político que se traga a quien lo desafía.
¡El Perú profundo no olvida ni perdona!
Opinión
No seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso
Ya no se les llaman inca, ni emperador, ni rey, y menos virrey, ahora los llamamos presidentes y la estructura consiste en tres Poderes del Estado: Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial.

Por: Maruja Valcárcel
«Ama sua, ama llulla, ama quella». Sí, así de fácil, nada más esas tres normas éticas, y esto porque eran situaciones y actos que afectaban a la sociedad en su conjunto. Un daño que sufrirían todos. ¿Qué pasó desde esos tiempos donde el Inca gobernaba? Si hacemos cuentas estas leyes empezaron a desobedecerse desde que llegó Francisco Pizarro, personaje que hizo lo que se hacía entonces y se sigue haciendo hoy.
Esto es incorporar más tierras al imperio. Y para recordar el contexto de esos tiempos, el Inca también lo hacía. Tanto así, que cuando llegaron los españoles los primeros que los recibieron con sus mejores bailes fueron los diferentes pueblos anexados al inmenso Imperio Incaico. Claro, tenían que sacarse de encima al inca con esas tres leyes restrictivas que les impedían ser y hacer lo que les mandaba como consigna un endemoniado ADN, porque nadie les iba a prohibir lo que no era su costumbre. De esa manera, se llega a la conclusión de que parte de sus hábitos era tomar lo ajeno, mentir y no dedicarse a trabajar.
Pero … ¿cómo se vincula todo este retazo de nuestra historia con los habitantes de hoy?
No es tan complicado, echemos una mirada a cómo funciona un sistema que se entroniza en lo que llamamos Estado. Ya no se les llaman inca, ni emperador, ni rey, y menos virrey. Ahora los llamamos presidentes y la estructura consiste en tres Poderes del Estado. Poder Ejecutivo, Poder Legislativo y Poder Judicial. O sea, todo se complicó más. Ya no es uno el que manda sino ‘tres’, y se tienen que poner de acuerdo para llevar adelante sus propios proyectos, que en realidad no tienen relación entre ellos.
Claro está, que cuando aparecen cada cinco años (porque el reparto entre hermanitos y el beneficio tiene que compartirse) cambian de personajes. Además, inventaron una serie de instituciones supuestamente para controlarse entre ellos, porque vaya que traen un apetito voraz.
Es muy largo explicar ¿qué quiere decir Estado? ¿cómo nació? y ¿cómo funciona? Por lo pronto, el pueblo, el de verdad, sabe de qué se trata y está muy enojado. Hasta el punto de que, si las autoridades llegan para los discursos de rigor a las diferentes poblaciones donde les ofrecen el oro y el moro (cuidado con lo del oro que se les está escapando de las manos…) simplemente ya no los reciben de rodillas y con flores, sino, con piedras. Y quien se supone, que es algo así como un antiguo mandatario, hoy debe hasta esconderse, porque lo podrían convertir en una Chullpa.
Pero hay más, no sólo tenemos a todos estos “personajes” que mandan de diferente manera, pero mandan. Está también otra repartición del poder, porque todos quieren un pedazo del pastel… ¡los alcaldes!, Ahhh, ellos están en esos cargos y ‘encargos’ bajo el mismo sistema (llamado lo mejor de lo peor) de democracia. O sea, a usted le preparan una relación en una lista muy bien elaborada con muchos nombres, y cada quién se encarga de mostrarse como el salvador de todas las tragedias y, ¡fácil, muchachos! Un día con mucha fiesta tienen que elegir a uno, colocando en una linda cajita el nombre de quien se ve más apetitoso.
Y para que usted se sienta parte de la fiesta, esta vez nos tocó un glotón que por su apariencia llamaron Porky, el cerdito de los cuentos infantiles, y quien, como en esas historietas para niños hace lo mismo. Veamos: él no dice la verdad desnuda (no le mencionemos esa palabra porque luego se azota por pensar cosas horribles), y más bien, la viste con ropas que lo tranquilizan.
Se manda sin permiso a una fábrica de trenes para que se los den sin pagar (supuestamente se los han donado… aunque luego sus propios súbditos tendremos que pagarlo) porque algo de ese ADN debe tener. Él no ha tenido que mover un solo músculo, lo sentimos, pero no se lo encontrarían, los músculos digo, porque nuestro marranito, con todo cariño, nuestro Porky, así le gusta que lo llamen en inglés, está rebosante en grasa.
Lástima que con esa especial clase de grasa no pueda hacer deslizar el tren por donde quiere, pues ahora, mal o bien, se le ha interpuesto sorpresivamente enfrente, algo que no se veía muy a menudo: la inteligencia y la razón.
Con todo mi afecto… Maruja Valcárcel.
Opinión
Feria Internacional del Libro de Lima y el intento de legitimar al MRTA
Se canceló la presentación del libro del terrorista del MRTA. Historiador Antonio Zapata fue el autor del prólogo.

La Feria Internacional del Libro de Lima (FIL- Lima) programó la presentación del libro Revolución en los Andes (2020) para hoy 29 de julio de 2025, testimonio del terrorista Víctor Polay Campos, líder del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), condenado por terrorismo. Sin embargo, gracias a la presión mediática se canceló este vergonzoso evento.
Lo que debería ser una fecha para celebrar la independencia, iba a ser el evento que daría voces al análisis de un texto que justifica la barbarie disfrazada de testimonial. Para quienes no tienen memoria o son muy jóvenes para recordarlo, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru surgió en 1982 con Polay como su mando principal fue el responsable de la toma de la embajada del Japón en diciembre de 1996 y la muerte muchos peruanos inocentes.
¿En qué momento decidimos que era aceptable legitimar el relato del comandante del MRTA organización armada que cometió secuestros, asesinatos y actos de violencia contra los peruanos? ¿Qué clase de memoria se está escribiendo cuando se le cede la palabra a un condenado por terrorismo, sin que medie crítica, sin contexto, sin un mínimo de dignidad hacia las víctimas? O es que luego de aprobar la ley de amnistía para quienes causaron el terror desde el estado peruano, en la FIL- Lima creyeron que los peruanos quedamos desmemoriados por decreto. No señores, y lo más cuestionable es ¿Quiénes presentarían el texto publicado en plena pandemia? El historiador Antonio Zapata, la antropóloga Natalí Durand y el analista político César Coca.

El prólogo del libro de Play lo escribió el propio Antonio Zapata, quien dejó clara su postura:
“La invitación de Víctor Polay para escribir el prólogo de su testimonio fue una agradable sorpresa”, tiene derecho a sentir agrado por un terrorista o por sus ideas. Pero eso no lo exime de la responsabilidad de lo que implica eso. En el ensayo escrito, Zapata lo describe como un “romántico revolucionario”, “valiente” y “elegante”. Nunca lo llama terrorista. Nunca lo juzga. Se limita a explicar, matizar. Dice que no pensó en el largo plazo.

Además, confiesa simpatizar con alguno de sus actos “me gustó la campaña del Nor Oriente porque fue alegre y desenfadada”, madre mía, simpatizar con lo hecho por el MRTA. Zapata quizás se refiera a la toma de Tabaloso y Soritor (San Martin) en 1990, liderados por el frente nororiental de Víctor Polay Campos, quien junto a su destacamento subversivo tomaron ambas ciudades luego de atacar el puesto policial. Marcando el inicio de su lucha terrorista. ¿Qué tiene de alegre el inicio del MRTA señor Zapata?
Jóvenes, Víctor Polay no es un perseguido o condenado por sus ideas. Es un preso por hechos concretos: asesinatos, secuestros extorsivos, atentados contra gente inocente. Una cifra desgarradora destacada por Zapata: “En el razonamiento de Polay, ahí está la causa del bajo número de víctimas causadas por el MRTA; según las cifras de la CVR (Comisión de la verdad y reconciliación) algo menos del 2%”. Esto nos hace recordar al vocero Jorge Trelles del fujimorismo quien en un exceso de sinceridad nos recordó en el 2011: «En todo caso, nosotros (el fujimorismo) matamos menos, menos que los dos gobiernos que nos antecedieron». Es el mismo razonamiento, los dos lados del terror en los noventas dando él su testimonio.
Polay no está preso por pensar distinto. Está preso por haber dirigido una organización armada terrorista.

Nos queda reflexionar que, a pesar de la cancelación del evento, existió la pretensión de presentar este libro en un espacio público como la FIL Lima, no es una mera coincidencia o un error de los organizadores, es un acto político auspiciado por el Ministerio de Cultura, la municipalidad de Jesús María, entre otros, justo en el último año del gobierno de Dina Boluarte. Es un intento deliberado de insertar la narrativa del MRTA en el debate cultural, con el aval de académicos y editoriales que deberían, al menos, tener la decencia de reconocer la gravedad del personaje al que le están prestando su voz. Creo que seguirán buscando espacios, este libro ya ha encontrado espacios en Chile del lado del MIR.
¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando esta amnesia selectiva? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que la cultura sirva como escudo para blanquear relatos violentistas?
No intentemos reconstruir la historia. La memoria no se negocia. Se construye con verdad, con justicia, pero también con límites.

Hace unas semanas, el poeta Kenneth O’Brien presentó una muestra individual de pinturas en la casa Poco Floro del centro de Lima a la que tituló “Atávicos & cromáticos” con cuadros de diferentes formatos y soportes, en su mayoría reciclados de las calles, cartelones, triplay, mapresa, pedazos de cuna y demás con colores vivos y resaltantes.
Quizás las obras que más llaman la atención sean: “La Pelirroja”, “Un largo y hondo desprecio por la humanidad” o sus bicicletas o motos a lo Chagall o Basquiat con un toque callejero o suburbano o un descafeinado Duchamp-Humareda-Polanco, etc.
Queremos confesar que vimos la exposición a destiempo, aunque ya habíamos apreciado en su casa (la que ahora tiene en La Punta) algunos de estos trabajos, siempre con una aureola de locura, excentricidad o atrevimiento y más en estos tiempos en que lo conceptual está inhabilitando la capacidad de crear o por lo menos aprobar la perspectiva.
Pero Kenneth es sobre todo un poeta en color y en libros como OS o esa antología poética titulada La Bestia Ambulante. En un texto inédito que nos pasó hace unos meses, se puede leer: He visto escaleras vacías/Ni subían, ni bajaban (…) Como corcheas o ropa mojada/Que tendidas en un pentagrama/Hacen una sinfonía a la nada. O este otro donde vomita su estro: Habría que escribir los malditos poemas/Como un hada catastrófica/Mitad rata, mitad Dios/Habría que construirlos/Como quien se muda de una a otra casa…
Este escriba le ha seguido el rastro estos últimos dos años con sus recitales en “Rayuela”, un bar contracultural en “Chorranco” donde bajaban personajes de la fauna literaria o bohemios bebedores de cerveza; espacio que luego se mudó a la avenida Terán donde discurría la poesía como un río desbordado, la música selecta en estéreo (Nicolás Duarte, Humberto Campodónico, Blanca Galdos, etc.), y las buenas conversas; así como también extendidas partidas de ajedrez que tenían una trampa porque después que logras ganar algunas partidas te chocas con una pared, un amigo que tiene un Elo de 2000 y pues ahí se acaban todos los sueños de opio ajedrecero, sobre todo para los que aprendimos de pie en las mesas del parque Universitario.
Y Kenneth O’Brien ríe a mandíbula batiente, no se hace problemas. Es más, los necesita. Es soñador con un cigarrillo en las manos siempre planeando nuevos trabajos y nuevas formas de hacernos ver el (su) mundo.

Desde niño me enseñaron que los símbolos patrios eran sagrados. Representaban no solo la grandeza del Perú, sino también el reflejo de lo que podíamos ser como ciudadanos; personas justas, trabajadoras y con identidad. Recuerdo con cariño los cursos de Cívica y Formación Laboral, donde más allá de la teoría, aprendíamos a respetarnos, a pensar en el bien común y a sentirnos útiles como parte de una patria compartida.
Cada 28 de julio era una verdadera fiesta. No por las bandas o los desfiles oficiales, sino porque en el corazón de cada peruano palpitaba el orgullo de ser parte de esta tierra. Y aunque éramos muy jóvenes, no nos faltaba sentido crítico. Preguntábamos y queríamos entender qué pasaba en el país. Mientras otros jugaban en el recreo, yo leía el periódico. Así me enteré que el crimen en Perú siempre existió, conocí nombres como el ‘Loco Perochena’ o ‘Django’, y también descubrí el dolor de las pérdidas, como la muerte de Elvis. Fue en esas páginas impresas, donde me enteré de que Perú apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas y donde encontré el humor político de ‘Monos y Monadas’, revista que años después me uniría en una entrañable amistad con Nicolás Yerovi.
Mi amor por el himno nacional y la bandera no se ha desvanecido, aunque hoy muchos miren con escepticismo esos valores. Es cierto, vivimos en la era del TikTok, de los influencers y youtubers, que con palabras soeces y chacota desmedida trivializan el respeto y banalizan la realidad. Pero eso no significa que el patriotismo sea un falso valor y mucho menos anticuado. Al contrario, hoy es más necesario que nunca.
A las nuevas generaciones les digo: —en tiempos difíciles, amar al Perú es construir solidaridad desde lo cotidiano, participando, informándose, respetando al otro, y cumpliendo a cabalidad las leyes. Si los gobiernos de turno no promueven masivas campañas de valores, hagámoslo nosotros desde casa, desde las aulas, desde el trabajo, desde las redes—.
No dejemos que la decepción y el desencanto nos robe la esperanza. El Perú no es solo su caótica clase política. El Perú somos nosotros, porque somos más grandes que cualquier transitoria crisis. Y por eso, hoy y siempre, con orgullo, emoción y firmeza, grito:
¡Feliz 28 de julio… Felices Fiestas Patrias!
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