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La voz de Bielsa también alcanza a Perú, por Umberto Jara

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Por Umberto Jara

Al final de esta tarde en la ciudad de Charlotte, en los Estados Unidos de Norteamérica, el técnico Marcelo Bielsa brindó una conferencia de prensa valiente y ejemplar. En estos tiempos la obligación de decir las cosas como son se ha convertido en un mérito, y Bielsa asumió esa obligación sin temor a las consecuencias. Dijo, en voz alta y firme, lo que todos sabemos y pocos se atreven a decir: la gran mayoría del periodismo continental es cómplice del poder.

En concreto, Bielsa dijo que el periodismo no se atreve a señalar la cuestionable actuación de los que ostentan el poder en el fútbol. Señaló que un buen sector del periodismo sirve a los intereses de los dirigentes y no cumple con la función que realmente debe tener: mostrar aquello que no se hace correctamente. Más todavía, manifestó que un gran sector del periodismo no cumple con su real función de informar porque elige servir a los intereses dirigenciales a cambio de las ventajas que obtienen. Y lo que Bielsa expresó alcanza no solo a los periodistas sino a los dueños de los medios que, en última instancia, son los que permiten la situación descrita.

Seguramente será criticado porque en un mundo Tik Tok no gusta el estilo frontal. También será discutido, por ejemplo, por varios de los impresentables de ESPN versión Argentina. Lo cierto es que expuso una inmensa verdad: los problemas del fútbol sudamericano provienen de la Conmebol, una institución corrupta presidida, desde el 2016, por Alejandro Domínguez, un personaje que, desde su sede central en Asunción, recluta a personajes con antecedentes cuestionables que, a cambio de prebendas, le permiten entronizarse en el cargo.

Lo dicho por Bielsa —cuyo derecho a hablar como habla se lo ha ganado por su gran nivel profesional y su limpia trayectoria— alcanza no solo a Uruguay, a cuyos futbolistas la Conmebol pretende sancionar para encubrir todos los errores cometidos en la organización de la Copa América 2024. En realidad, ha desnudado la corrupción del fútbol en Sudamérica: las componendas de la Conmebol con las empresas que transmiten los torneos; la designación de árbitros; los pactos con el periodismo; y las amenazas a directores técnicos y futbolistas que se atreven a levantar la voz.

Todo lo señalado por Bielsa alcanza al Perú. Un facineroso llamado Agustín Lozano preside la Federación Peruana de Futbol (FPF) junto a un directorio compuesto, en su mayoría, por gente de su misma calaña. El protector de Lozano es el titular de la Conmebol, Alejandro Domínguez, quien a sabiendas de que el fútbol peruano está destruido por la corrupción lo mantiene en el cargo.

Lo digo con pleno conocimiento de causa porque estuve en la Conmebol y presenté sólidas pruebas sobre la millonaria reventa de entradas liderada por Lozano y que constituye delito de lavado de activos. Han pasado cinco años y Lozano sigue en funciones. La misma información fue entregada a la FIFA y Lozano sigue en su puesto. ¿Qué significa? Que quienes detentan el poder en el fútbol son corruptos que protegen a los corruptos que manejan las federaciones locales. Y los protegen a pesar de que en sus reglamentos existen normas muy claras que deberían dejar fuera de juego a personajes como Agustín Lozano cuya actividad delictiva abarca, incluso, mas allá del fútbol por las decenas de denuncias penales que existen contra él.

¿Qué hace un mayoritario sector del periodismo peruano? Exactamente lo que Bielsa ha denunciado: desviar la atención para que el corrupto se proteja. El periodismo nacional cuestiona que no haya logros deportivos; se indigna porque la selección peruana fracasa en las competencias internacionales; se crispa porque el torneo local es un desastre pero pasa por alto la causa de todos los males: la gestión de Agustín Lozano en la FPF.

No existe ninguna campaña sostenida, ninguna investigación colectiva y firme que logre la caída de Agustín Lozano mostrando el problema principal: la dirigencia ha esfumado el dinero de la FPF; ha destruido las divisiones menores y por eso no surgen figuras; se ha apropiado de los derechos de televisión que era la única fuente de supervivencia de los clubes que, en poco tiempo, se irán a la quiebra.

¿Qué hace la mayoría del periodismo nacional? Nada. Muestra los problemas pero no se ocupa de aquel que origina esos problemas. ¿Alguien se atreve a investigar los pactos oscuros que tiene Agustín Lozano con el Ministerio Público y por eso no va preso a pesar de las numerosas pruebas? ¿Alguien se atreve a señalar que el famoso fiscal Rafael Vela Barba lo protege? ¿Alguien sabe que el fiscal Carlos Puma Quispe se niega a actuar?

No estoy descubriendo nada. En las páginas de ONCE Digital hemos publicado decenas de investigaciones y casi ningún periodista de televisión o prensa gráfica se ha interesado en hacer de todo esto una causa común para evitar que se siga destruyendo el fútbol peruano que bastante destruido ya está.

A este tema también se ha referido Marcelo Bielsa en su histórica conferencia de prensa hecha de decencia y valentía: “¡Todas las mentiras que han dicho diciendo que las canchas están perfectas, o los campos de entrenamiento están perfectos! Esto es una plaga de mentirosos”.

Así estamos. Lo único que existe es tristeza porque los hinchas, los abuelos, los padres, los hijos y los nietos no pueden disfrutar de la hermosa alegría que da el fútbol. Lo que Marcelo Bielsa ha dicho, desde su amor al fútbol, es que no debemos dejar que los dirigentes corruptos nos quiten la alegría incomparable que otorga una pelota que no se mancha.

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¡Felices Fiestas Patrias!

La familia y los símbolos nos unen.

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Desde niño me enseñaron que los símbolos patrios eran sagrados. Representaban no solo la grandeza del Perú, sino también el reflejo de lo que podíamos ser como ciudadanos; personas justas, trabajadoras y con identidad. Recuerdo con cariño los cursos de Cívica y Formación Laboral, donde más allá de la teoría, aprendíamos a respetarnos, a pensar en el bien común y a sentirnos útiles como parte de una patria compartida.

Cada 28 de julio era una verdadera fiesta. No por las bandas o los desfiles oficiales, sino porque en el corazón de cada peruano palpitaba el orgullo de ser parte de esta tierra. Y aunque éramos muy jóvenes, no nos faltaba sentido crítico. Preguntábamos y queríamos entender qué pasaba en el país. Mientras otros jugaban en el recreo, yo leía el periódico. Así me enteré que el crimen en Perú siempre existió, conocí nombres como el ‘Loco Perochena’ o ‘Django’, y también descubrí el dolor de las pérdidas, como la muerte de Elvis. Fue en esas páginas impresas, donde me enteré de que Perú apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas y donde encontré el humor político de ‘Monos y Monadas’, revista que años después me uniría en una entrañable amistad con Nicolás Yerovi.

Mi amor por el himno nacional y la bandera no se ha desvanecido, aunque hoy muchos miren con escepticismo esos valores. Es cierto, vivimos en la era del TikTok, de los influencers y youtubers, que con palabras soeces y chacota desmedida trivializan el respeto y banalizan la realidad. Pero eso no significa que el patriotismo sea un falso valor y mucho menos anticuado. Al contrario, hoy es más necesario que nunca.

A las nuevas generaciones les digo: —en tiempos difíciles, amar al Perú es construir solidaridad desde lo cotidiano, participando, informándose, respetando al otro, y cumpliendo a cabalidad las leyes. Si los gobiernos de turno no promueven masivas campañas de valores, hagámoslo nosotros desde casa, desde las aulas, desde el trabajo, desde las redes—.

No dejemos que la decepción y el desencanto nos robe la esperanza. El Perú no es solo su caótica clase política. El Perú somos nosotros, porque somos más grandes que cualquier transitoria crisis. Y por eso, hoy y siempre, con orgullo, emoción y firmeza, grito:

¡Feliz 28 de julio… Felices Fiestas Patrias!

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La broma infinita: César Acuña, poeta universal

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Por Juan José Sandoval

Tuve que ir obligado por una chamba a la Feria Internacional del Libro de Lima, cuyo pago era equivalente al costo de la entrada, un libro de remate, un café y una lata cerveza. Nada más, bueno tampoco había que hacer mucho en la labor encomendada, reducida a aplaudir a los autores de una presentación de libro, además de transmitirlo por redes.

Usualmente llego a la FIL con nulas expectativas. Lo que quiero está caro o no hay. Pero vi mucha producción peruana de cómics y literatura de géneros como la ciencia ficción y el horror.

Me consta que la producción editorial independiente es mucho más atractiva que la oferta librera de las grandes cadenas, que usualmente acaparan los reflectores.

Sé de buena fuente también, que las ganancias son bajas, a pesar de las grandes cifras récord que los organizadores anuncian cada año.

Eso se refleja también en que cada vez ganan más presencia los influencers, cuyos stands no sólo venden libros sino también merchandising exclusivo.

Genera gracia que haya un síntoma mediático de que en el Perú se celebra la cultura con la FIL. Pero preocupa que no se note a la hora de elegir a nuestros gobernantes, cuyas políticas públicas taclean la expresión de arte que emerge de la ciudad, como lo hacen los alcaldes de Miraflores y La Molina, que pertenecen al grupo celestial del alcalde de Lima, posible candidato presidencial.

A saber del vocabulario político que manejan estos dueños de pequeñas parcelas de la patria, muy poco o nada han de leer para desafiar a la ignorancia.

La otra vez di en obsequio un libro de Vargas Llosa a un empresario fujimorista y lo tomó como una ofensa. Yo siento que leer a MVLL es no solo crecer en ideas, sino también conocer el Perú en sus relatos. Lamentablemente la mitad del país se siente a gusto siendo analfabeta e incluso con prepotencia para argumentar.

Por eso, a pesar de que me aburre y desprecio la FIL, voy porque tengo que chambear, tengo que chismear y de paso otear el paisaje literario.

En ese sentido, el panorama es bastante repetido, las mismas caras en diferentes mesas hablando lo de siempre. ¿No somos acaso un país innovador? Uno de los libros más disruptivos de la historia lo hizo un puneño, Carlos Oquendo de Amat. Eso fue hace cien años. Su libro se vende a 20 soles, versión Universidad Ricardo Palma, y 10 soles versión Contracultura. A propósito del stand de este último, aún quedan ejemplares de David Galliquio, que es uno de los ilustradores más corrosivos de esta parte del continente.

Quizás la zona que más me llamó la atención fue la de los fondos editoriales universitarios, donde se puede apreciar la producción intelectual por la que apuestan las casas de estudios.

Sorpresa no menor fue el stand de la universidad César Vallejo, del empresario César Acuña. Intrigado me acerqué pensando que encontraría investigaciones plagadas de inexactitudes con alto grado de turnitín, o alguna tesis que sobrevivió a los huaicos.

 Por el contrario, vi un catálogo bastante atractivo en cuanto a literatura. Donde esperé encontrar mediocridad intelectual, vi títulos de escritores como Villoro y Piglia. Colecciones de gran factura de la cultura peruana, literatura infantil y ediciones de lujo de la obra de Vallejo.

Haciendo gala de mi momento DBA, quise payasear con uno de los editores de la universidad con la pregunta: ¿dónde está el libro «Plata como cancha»? Buscando saber sobre aquel trabajo periodístico que detalla cómo el dueño de la universidad fue construyendo un imperio a base de perro muerto y arreglos millonarios bajo la mesa, como las cláusulas de confidencialidad que mantiene de por vida con su hermano Virgilio, con el profesor al que le robó la tesis y con su primera esposa.

Acuña ha buscado por años encarnar el personaje del emprendedor provinciano que vino de abajo a conquistar el mundo. Muy lejos de aquel político que manda en el país a punta de maletinazos.

Mantengo la hipótesis que César Acuña posee un inescrupuloso plan a largo plazo, con el que busca apropiarse de la imagen del creador de «Los heraldos negros», y que las nuevas generaciones comiencen a ver a este diminuto picapiedra como el vate que revolucionó la lírica de la palabra.

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Libro del líder del MRTA en la FIL

Lee la columna de Edwin Cavello

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Por estos días de julio, cuando los peruanos deberíamos izar la bandera en señal de orgullo y memoria por nuestra república, la Feria Internacional del Libro de Lima —esa vitrina de la cultura— ha decidido brindarle micrófono, auditorio y solemnidad a uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente: Víctor Polay Campos, cabecilla del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), grupo armado que sembró muerte, secuestro y destrucción bajo el disfraz de una falsa revolución.

El libro Revolución en los Andes: desde la prisión, Víctor Polay responde; no es literatura: es una operación ideológica disfrazada de testimonio. Es la puesta en escena de una voz que jamás pidió perdón, que jamás renunció a la violencia como vía para imponer su voluntad, y que ahora, desde la cárcel, busca reescribir la historia con tinta y papel lo que antes pretendió imponer con fusiles y dinamita.

Lo más escandaloso no es que el libro exista —la libertad de expresión admite incluso a los monstruos—, sino que sea promovido en una feria con auspiciadores desde instituciones gubernamentales, privadas, diplomáticas, y donde incluso participa la embajada de Japón (residencia que fue tomada por el MRTA en 1996).   Le preguntamos a la Cámara Peruana del Libro. ¿Dónde está el criterio moral? ¿Quién decidió que la historia de un terrorista debía presentarse el mismo 29 de julio, en pleno aniversario patrio, como si se tratara de un tributo alternativo al Perú?

Y peor aún, ¿por qué figuras como Antonio Zapata, Natalí Durand y César Coca prestan su voz a este acto de apología al terrorismo? La gran pregunta es: ¿Lo hacen en nombre de la pluralidad académica o de una militancia camuflada de neutralidad?

La Fiscalía ha solicitado ampliar la investigación por apología del terrorismo. Ojalá la justicia llegue antes de que la historia se contamine aún más.

El MRTA no fue una utopía extraviada ni una noble causa mal ejecutada: fue una organización terrorista. Y Polay no es un pensador: es un reo por delitos de lesa humanidad. Convertir su palabra en “memoria” es una ofensa para sus víctimas. Y permitir que se presente como autor en una feria cultural es simplemente obsceno. 

Seguro Francisco Sagasti estará en primera fila solicitando un nuevo autógrafo o, como a él le encanta decir, “diploma de rehén”.  

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El peor Congreso de la historia elige una Mesa Directiva a su medida

Fujimoristas conversos, falsos marxistas, niños y un acusado por delitos graves, esa es la mesa directiva que este Congreso se merece.

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Por: Jorge Paredes Terry

El Congreso de la República, esa institución que debería ser el reflejo de la voluntad popular y el equilibrio democrático, ha vuelto a superar sus propios récords de indignidad. Con un 4% de aprobación, sumido en escándalos de corrupción, acusaciones de tráfico de influencias y una absoluta desconexión con las necesidades del país, este desprestigiado Legislativo ha elegido una mesa directiva que es el fiel reflejo de su decadencia: ilegítima, cuestionada y, sobre todo, hecha a la medida de los intereses más oscuros de la partidocracia corrupta y delincuente.

No es exageración decir que es un parlamento de la cloaca. Este es, sin duda, el peor Congreso de la historia reciente. Sus integrantes han sido señalados por presuntos delitos, sus bancadas se fragmentan en luchas de poder mezquinas y su labor legislativa se reduce a blindar impunidades y repartirse prebendas. Mientras el país clama por soluciones a la crisis económica, la inseguridad y la corrupción, nuestros «honorables padres de la patria» (¿honorables?) se dedican a negociar votos bajo la mesa para asegurar puestos clave.  

La mesa directiva que nadie quería pero que ellos y solo ellos buscaban, fujimoristas conversos, cerronistas y niños, todos comiendo en un solo plato.

Está elección no ha sido más que un reparto de cargos entre los mismos de siempre. Los nombres que hoy ocupan la presidencia y las vicepresidencias no representan a la ciudadanía, sino al reparto de favores que solo buscan controlar la agenda a su conveniencia. ¿Democracia? Aquí solo hay un pacto de sinvergüenzas.

Y lo peor es que todo huele a ilegalidad. Denuncias de compra de votos, de presión a congresistas disidentes y de maniobras al límite del reglamento, han marcado este proceso. Pero, ¿qué podemos esperar de un Congreso donde la ética es un concepto ajeno y vacío y el servicio público un negocio privado?  

Un insulto a la ciudadanía  

Mientras millones de peruanos luchan por sobrevivir en medio del desempleo y la precariedad, este Congreso se encierra en sus juegos de poder. La mesa directiva elegida es el símbolo perfecto de esta podredumbre: un grupo que no tiene la más mínima legitimidad moral para dirigir el Legislativo, pero que, eso sí, sabe muy bien cómo repartirse los privilegios.

¿Habrá consecuencias? Difícil. En un sistema donde la impunidad es la norma, estos actos quedan en la indignación momentánea y luego… nada. Pero el pueblo no olvida. Y aunque hoy esta casta política crea que puede seguir burlándose de la democracia, la historia los juzgará como lo que son: cómplices de la decadencia nacional.

Este Congreso no nos representa

No hay otra forma de decirlo: este Congreso y su nueva mesa directiva son una vergüenza. Son el resultado de un sistema corrompido, de una clase política que ha convertido el servicio público en un botín. Y mientras ellos celebran sus acuerdos en la sombra, el país se hunde.

Pero que no se confíen. El desprecio ciudadano ya los alcanzó, y aunque hoy crean que pueden actuar sin consecuencias, el tiempo y la memoria de un pueblo harto, les pasará la factura. Este es el Congreso que se merecen… pero no el que nosotros merecemos.

Basta ya!

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Verástegui eterno

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El calendario no miente: este 27 de julio se cumplen siete años de la muerte de Enrique Verástegui. Y hoy que suenan los cantos escolares por fiestas patrias y el sol irrumpe por
los vericuetos de la casa, hago un tiempo para pensar en él. Ahí lo veo, desgreñado y taciturno, sentado en su casa repleta de libros o en un bar del centro de Lima, sorbiendo un poco de café expreso y en profunda meditación consigo mismo.

Parte del Movimiento Hora Zero, sus motivos no solo fueron literarios, sino también lingüísticos, económicos, esotéricos o matemáticos. En su escritura hay un afán totalizador, interdisciplinario y altamente reflexivo. Por ejemplo, en Motor del deseo (1987) maneja variables determinadas para comprender la creatividad y composición poética. Propone que un poema, en realidad, es una máquina de significados que produce cortocircuitos o “desajustes” a la máquina social. En ese sentido, la ecuación verásteguiana sería “Poema = Cuerpo y Cuerpo= Poesía”. La correlación entre hablar y escribir recupera una necesaria unión entre palabra y humano: gracias al poema, el hombre puede resignificar su máquina mental, es decir, el poema es una forma de hackear la maquinaria social y liberar el cuerpo.

Por otro lado, sobre la integridad de diversos saberes en el discurso poético afirma: “el texto no es más que la articulación de los diversos discursos (…) desde la matemática a la música, desde la economía a la filosofía y desde ésta a la antropología y la físico-química más la biología pasando por la astronomía”. Amplificando los géneros, también brinda una explicación sobre las “medidas de fuerza de los códigos académicos” que dictan las formas posibles y aceptadas de la escritura poética. Así funcionan como medios de mantener un canon determinado mediante medidas de austeridad homólogas a las dictaminadas por los gobiernos y el Estado; por eso, los poetas que buscan la “pureza del lenguaje” solo se aprovechan de la “plusvalía” que les brinda el gusto estético aprobado.

Murió en Lima en el 2018. En la víspera, leyó Maitreya: Florecí más que nadie/pero perfidia cayó sobre mí,/doblándome como una flor,/herrumbrándome, y fui silenciado. /Maitreya pasó desapercibido como una sombra por la /vida,/¿no dan ganas de llorar?

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29 Festival de Cine de Lima: Punku, un cine experimental tedioso

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Hay películas que se parecen a sueños mal recordados: fragmentarios, inconexos, cargados de símbolos que no conducen a ninguna parte. Punku, del director Juan Daniel Fernández Molero, es una de esas películas. Pretende ser un portal hacia un cine nuevo, “descolonizado”, libre de las ataduras narrativas del occidente, pero acaba siendo un callejón sin salida donde se acumulan pretensiones estéticas y un experimentalismo vacío que confunde lo críptico con lo profundo.

La cinta, ambientada en la ciudad de Quillabamba, se presenta como un retrato caleidoscópico de personajes locales. Pero lo que se vende como observación poética es en realidad un catálogo de anécdotas deshilachadas, carentes de conflicto, emoción o siquiera una mínima intención dramática. El espectador se ve obligado a contemplar una sucesión de imágenes que más parecen material de archivo que cine en sentido pleno. ¿Dónde está la historia? Ni siquiera el exotismo, que tantas veces ha sido el salvavidas de ciertas películas tropicalistas, aparece aquí con algún vigor.

Fernández Molero parece obsesionado con la ruptura: rompe con la estructura narrativa, con la continuidad visual, con la lógica emocional. Recurre a múltiples formatos —Super 8, 16 mm, digital— como si el mero cambio de textura pudiese suplir la ausencia de contenido y de talento. El resultado es un ejercicio que no dialoga con el público, sino que lo margina, como si la incomprensión fuese parte del mérito.

Lo más preocupante, sin embargo, no es la audacia formal, sino la costra de seudo-intelectualidad que recubre cada plano. Punku no invita a pensar; obliga a soportar. Ni siquiera el desfile del concurso de Miss Sirena —que en otra película podría ser un momento de humor o crítica social— logra romper la monotonía general. Todo permanece encapsulado en una solemnidad forzada, como si el director temiera ser entendido.

¿Qué hace esta obra en la competencia de ficción del festival? No lo entendemos, pero Fernández Molero, sigue atrapado en el umbral de una idea que nunca llega a desarrollarse, continúa explorando un cine que parece escrito en clave, y que desprecia al espectador.

Punku significa puerta, pero esta puerta no se abre ni conduce a ningún lado: es un muro disfrazado de cine.

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Hernán Barcos, liderazgo positivo desde Alianza Lima

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Por Rafael Romero

He tenido la oportunidad de escribir algunas notas sobre el Club Alianza Lima. Por ejemplo, el 22 de julio del 2022 en EXPRESO, cuando publicamos el título “Pablo Lavandera, futbolista del pueblo” (https://www.expreso.com.pe/opinion/pablo-lavandeira-futbolista-del-pueblo/). Pero en el segundo párrafo de esa columna ya hacía referencia al Pirata Hernán Barcos con estos términos:

El 2021, Barcos mostró su liderazgo y lo sigue haciendo, pero este 2022 Lavandeira aporta lo suyo a un grande del fútbol peruano. Sin ir muy lejos, en los últimos años, Alianza Lima ha consolidado su porte y marca en el plano futbolístico e institucional, y eso gracias a sus dirigentes, socios, hinchas y cuerpo técnico -en buenas manos como las del profesor Carlos Bustos-, sin dejar de lado lo que siempre ha caracterizado a esta escuadra, es decir, su pasión, mística y “corazón” sobre el gramado, potenciados por el respaldo popular que no abandona ni deja de alentar, lo cual constituye una fortaleza para el club “blanquiazul”.

Empero, han pasado cuatro años, y hoy, en la era de Pipo Gorosito, la figura de Hernán Barcos reluce con gran vigor y se ha hecho del corazón aliancista y de millones de peruanos.

No cabe duda que actualmente Barcos es un líder de marca mayor, realidad que nace de su esencia humana, por ser una buena persona que trasciende al fútbol y al club para convertirse en un referente a imitar por su don de gentes, por su humanismo y sus nobles sentimientos de respeto a propios y extraños, amén de su sensibilidad social, especialmente para con los niños, a quienes les lleva alegrías incluso cuando están en su lecho de recuperación médica, proporcionándoles el 9 de Alianza Lima su ayuda y optimismo.

En el presente 2025, Hernán Barcos, a sus 41 años, ha ratificado una vez más su  grandeza blanquiazul desde Porto Alegre, al anotar el gol de empate frente a Gremio, con lo cual no solo selló el 3 a 1 a favor de Alianza Lima sino que enmudeció a un estadio que tenía más de 60,000 almas y demostró la “ciencia y saber” del Club Íntimo, tal como reza la letra de la clásica polca “¡Arriba Alianza!”, compuesta por el profesor Óscar Corcuera Osores (1924 – 2020), coetáneo, paisano cajamarquino y amigo de mi padre, Uladislao Romero Araujo (1921 – 2021).

Sin embargo, más allá del balompié, el Perú y el mundo necesita más “Hernán Barcos”, más “Piratas”, en tanto seres humanos con carácter, determinación, franco compañerismo, en tanto apóstoles que actúan con fuerza espiritual, con compromiso, con voluntad de triunfo y con positivismo para superar los retos.

Es decir, se requiere personas que triunfen, que sean dueños de un especial porte personal, como Hernán, poseedor de un “alma grande” y que en todo ejerzan el liderazgo, pues todos esos elementos constituyen fortalezas y paradigmas no solo para la gente que le sigue en el fútbol sino más allá de los estadios, especialmente entre los más jóvenes y adolescentes. Porque el liderazgo de Barcos es deportivo, pero también es un liderazgo extradeportivo que trasunta bondad, empatía, paz y amistad.

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Amotape Libros y El Gato descalzo, dos editoriales independientes en la FIL de Lima

Dos propuestas literarios que te recomendados en tu visita a la 29 Feria Internacional del Libro de Lima.

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Fotos: Ricardo Mendoza

En medio del bullicio de la Feria Internacional del Libro de Lima —ese carnaval cultural que, año tras año, erige templos efímeros al libro entre avenidas congestionadas y discursos oficiales que suenan más a trámite que a celebración— hay espacios que escapan del espectáculo masivo para recuperar el sentido más íntimo y revolucionario de la lectura: la formación de un lector libre. Es el caso de dos editoriales peruanas que, en esta 29ª edición de la FIL, no se conforman con vender ejemplares: pretenden sembrar mundos.

La primera es Amotape Libros, una modesta pero tenaz editorial que se ha propuesto la osadía de hablarle a los niños no como seres ingenuos, sino como interlocutores capaces de comprender la complejidad emocional del mundo. Sus libros infantiles no recurren al colorinche fácil ni a la moraleja simplona, sino que exploran temas silenciados —la tristeza, la ira, la diversidad— desde una narrativa lúdica y artística. “Muchos de los libros que tenemos para esta feria abordan temas emocionales desde una perspectiva lúdica, narrativa y ficcional”, explica Alfredo Ruiz, su editor. Detrás de esas palabras se advierte una convicción: la literatura no es un ornamento para la infancia, sino una herramienta para entender el caos de estar vivos.

Amotape no solo edita obras propias; también importa títulos cuidadosamente seleccionados, creando un catálogo que desafía el empobrecido panorama de la literatura infantil peruana, dominado por textos escolares y fábulas recicladas. En su stand, diminuto en metros cuadrados pero vasto en imaginación, se respira una pedagogía de la libertad: enseñar a los niños a sentir, a pensar, a imaginar.

La otra trinchera se llama El Gato Descalzo. Con 13 años de existencia, esta editorial ha hecho de la resistencia su estética. Sus libros —económicos, sin pretensiones tipográficas pero plenos de contenido— circulan como ediciones libertarios en ferias, calles y plazas. A diferencia de los grandes sellos, que repiten autores y formatos como si de una fábrica se tratara, El Gato Descalzo apuesta por los desconocidos, por los inéditos, por los que escriben desde la periferia.

Durante esta edición de la FIL, no solo presentarán títulos nuevos, sino que han lanzado una convocatoria que parece salida de un sueño de Borges o de Arguedas: Misterios de los Andes, una antología de cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror inspirados en los mitos y enigmas de la cordillera. Se trata de una iniciativa que no solo reivindica el imaginario andino, sino que lo reinterpreta desde la ficción contemporánea. Una forma de devolverle a la literatura peruana ese carácter mágico y trágico que alguna vez tuvo, antes de ser domesticada por el mercado editorial o la corrección política.

Estas dos editoriales —tan distintas en forma, tan semejantes en espíritu— nos recuerdan que el libro sigue siendo un acto subversivo en un país donde leer es todavía, para muchos, un privilegio. En un escenario ferial que muchas veces prioriza la selfie con el influencer de turno o la caza de descuentos, Amotape y El Gato Descalzo perseveran en su quijotesca empresa de formar lectores, no consumidores. Y eso, en tiempos donde la banalidad amenaza con vaciarlo todo, es un gesto de valentía y de fe.

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