Curiosa la calidad de la actividad mental de los que, según ellos, se encuentran con algo temible, o temerario, en La piel más temida; una película que, me temo, es, más bien, bastante tímida y temerosa: no abandona su segura superficie, la de la cómoda medianía, la del lugar común, de lo más inofensivo y conformista que uno pueda imaginar en realidad. ¿Y Calero por qué se juega? A mí me parece (a diferencia de quienes la atacan o la defienden) una película que, en resumidas cuentas, no se decide a jugarse a fondo por nada.
La piel más temida no quiere —o no puede— ser mucho más que, básicamente, una ‘enunciación teórica’; es decir: la confección descuidada de una lista de clichés de compra de mercado, esperando que el receptor sea tan frívolo como el emisor (sin desmontaje, sin desmenuzamiento, sin mayor análisis crítico) acerca de un tema —qué duda cabe— importante para nosotros a nivel individual y social. Tema al que, tristemente, no aporta nada… O muy poco. ¿O es que alguien pensó que solo bastaba que pareciera hacerlo?
Su tibieza rítmico-narrativa puede rápidamente anestesiarte y, en vez de procurar ser fiel —¡por qué no lo hizo!— al drama personal tanto como al colectivo (y a la relación entre ambos, un gran campo para una valiosa exploración) resulta, en cambio, una película que no se atreve a… o que no tuvo nunca, en primer lugar, intención de trabajar para formular alguna idea nueva. O si esto es mucho pedir… para defender con energía renovada viejas ideas. O para examinar con cierto detenimiento, con cierta seriedad, posiciones opuestas o diferentes… Lo cual hubiera constituido un verdadero diálogo, porque valoramos la democracia, verdad, ¿o no?
La película como tal (bien oída) tiene, y no poco, de lectura dramatizada de un guion, pero sin saber esperar revelaciones, omitiendo o tragándose pausas y matices enriquecedores, con un ritmo ligeramente acelerado en dicha ‘lectura’, lo mismo (en consecuencia) que en la sucesión de planos y escenas —como si tuviera claro que no podía pasarse del límite de las dos horas—. Las dos horas temidas. Llámalo, si quieres, cine de guion, ilustrado por imágenes. Y no de la mejor manera.
Un ejemplo. En un aspecto digamos ‘tonal’ la protagonista es más pausada y el personaje del tío va sin duda bastante más rápido en su respiración, en su pronunciación de las palabras. El desajuste podía resolverse (o tematizarse) con más minutos… o con menos escenas y diálogos. Así, el personaje mejor trabajado, tanto en diálogos como en actuación, es el de la abuela, pero claro, eso no basta en un sentido global pero sí que da una muy buena idea de lo que pasa cuando ‘dejas ser quien es’ a tu personaje, cuando tocas ‘su esencia’ y entonces la cosa sí que fluye con naturalidad y libertad.
Otro ejemplo. La sumisión al guion es tal que llega a lo absurdo. Al inicio, con la llegada de la protagonista a la casona en venta de su familia, ésta observa ‘unas flores hermosas’ (geranios, flores bastante comunes) y la cámara a duras penas hace un giro-paneo tan rápido (que incluso parece ralentizado) convirtiendo lo que iba a ser un momento de contemplación, de descanso, una pausa (de esas en las que la película evita meterse), si se quiere, un momento de comunión con la naturaleza, en un ‘solo hacemos un barrido miserable por las flores porque aparece, maldita sea, escrito así en el guion… y encima lo hacemos mal’. Se me podrá decir que es un detalle pequeño, pero evidencia toda una mentalidad.
La cámara no se acerca ni se detiene ‘más de lo necesario’ en las caras (no las escruta ni las deja ‘respirar’ lo suficiente como para que no te den algo más de lo que se supone que dice el guión que tienen que decir), no busca silencios incómodos, ‘duelos de miradas’ (bueno, hay uno, medio abortado) ni planos entregados a la observación que sean capaces de captar la ambigüedad y la complejidad, en vez del énfasis tonto de lo ya sabido, de lo aburridamente obvio.
Poco costaba suponer que el drama familiar iba a ser, con el correr de los minutos, más importante —o menos— que el interesantísimo y picantísimo asunto de Sendero Luminoso. Pero no. ¿El director dudó entre ir más por o bien por lo uno o bien por lo otro y hasta, tal vez, ¡qué atrevido! por tratar ambas cosas a la vez? Y lo que sucedió fue que no se lanzó por ninguna de las tres posibilidades. Pero vamos, quedaba aún otra opción, tal vez no la más valiente: que haya decidido, desde un principio, no atreverse a nada; quiero decir a nada interpretable por la temperatura ambiente de derecha matonesca como un poquito demasiado peligroso. Y dejar (eso sí) guiños, muecas, trazos y simulacros de algo que nunca desarrollaría ni profundizaría. Es decir, haces como que tratas, o que vas a tratar un tema, pero…
Qué más. Tal vez, con la intención de darle un toque ‘documental’ a la cosa, la cámara se mueve un poquito, pero lo que notas es una cámara en mano titubeante y no el uso de un recurso de manera eficaz. Al fin parece que no se produjo la decisión de fijarla en paz en un trípode como tampoco la de moverla más, porque la cámara también puede moverse o ser movida para sacarles cosas escondidas o desapercibidas a los humanos; reveladora indecisión.
En cuanto a una manera de usar la música, aprecio la diferencia entre el oído absoluto y no tener en absoluto oído: el recurso reiterado y poco inspirado de coser planos vía colita musical al final de un plano anunciando su final y anunciando que ya viene… otro plano. Qué temor al silencio o a la magia del corte ‘simple’.
El tema económico está muy presente, y de una manera un tanto rara, en esta película. Y no es el tema de la injusticia estructural que causa la pobreza en nuestra sociedad, sino el de lo bien que les va económicamente a los protagonistas. La venta de la casa de la familia, lo que harán con el dinero, los problemas para lograr un buen precio, etc., ocupan varios minutos. Parece más bien una digresión, una pérdida de tiempo, cuando sobraban otros temas más importantes que eso. Muy clasemediero el asunto. ¿Cuál sería, entonces, el objetivo?
Hay intentos, entre desconcertantes, patéticos, y divertidos, de aludir ‘nuestro drama histórico’, dos con retablos y uno con una pintura en una iglesia, en ellos se ve la desgracia de los pueblos, las matanzas, etc., que presencia de pasadita la turbada y esforzada protagonista venida desde lejos. Pero tranquilos, no hay ningún peligro, su ‘toma de conciencia’ no se dará. La protagonista ha ido por un asunto económico y no metafísico o filosófico o moral o intelectual o cognitivo. Se irá en ese sentido tal cual vino. Muy neoliberal… Ejemplar de cierta izquierda… Muy limitado el personaje, que se supone es, además, tengo entendido, la protagonista.
¡Tanto costaba hablar en serio por 5 minutazos sobre nuestro pasado no tan lejano! ¿Está prohibido intentar ser inteligente o profundo? ¡O es un tabú! Yo diría que hay síntomas de autocensura. O de simple tontería.
-Y esto antes de la probable intervención de la institución estatal peruana que financia las películas (que no es por otra parte ininvestigable), es decir, antes de que probablemente las películas peruanas sean aún más planas de lo que generalmente son-.
La derecha, toda corazoncito gamonal (tan inocentes, tan preocupados por la justicia, siempre tan solidarios y sensibles… con sus privilegios y prebendas) temen (¿no era según ustedes que su héroe pillo acabó para siempre con el terrorismo?) al lobo, o lo que entrevieron, que no era más que su sombra… en una película que no llega, o llega, apenas, a penitas, con las re justas, a ser la sombra de un tierno corderito que les bala dos o tres débiles slogans. Vaya, que así esta película va a transformar conciencias…
Ya termino. Resulta sintomático cómo el director ‘resuelve’ o nunca resuelve, con miradas que tendrían que impresionarnos y conmovernos por lo cargadas de significado (muy impostadas, más a brochazos que con pincel, muy escuelita de teatro) entre padre e hija. Y al plano siguiente ‘el terco terruco con mamitis’ ya está bien muerto, y lo están velando acuáticamente (que sí es una escena lograda que, por cierto, y para ser completamente franco, parece de otra película). Es como si Calero cerrara el tema antes de abrirlo de verdad. Más que sutil…
Cualquier director amante o curioso de las posibilidades de la dramaturgia salivaría por ver una manera bella o eficiente (y convincente) de representar semejante situación-límite (o momento cumbre, que podía ser resuelto también con un anticlímax) con elegancia, sutileza, potencia emotiva, cómo modelaría el enjambre de emociones involucradas, etc. Otro momento que deja a las claras lo poco que importa todo si se procede de manera rutinaria y sin tomar retos o riesgos.
El personaje del terrorista, si me da terror, es por lo estereotipado: su presencia es inútil; tanto es así que les propongo un juego: imaginen que nunca hubiera aparecido, en carne y hueso, pero que se hablara mucho de él, digamos, como la pieza que explicaría muchas cosas… de él mismo, d ellos demás, de toda una sociedad, de lo humano en general… Eso hubiese sido -de lejos- más provechoso, para la película y para los espectadores. Pero en una película que no supera el standard, la literalidad, por supuesto, manda.
En fin. Me temo en general (sin negar un puñado de momentos pasables, sobre los que pueden leer en otros textos) una falla con la potencialidad de lo que se cuenta, o la obediencia al manual (o ambas cosas), lo cual hace que dé lo mismo que le pase lo que le pase a quien sea que le pase: da lo mismo que vomite quien vomite (si todos los vómitos suenan igual y duran lo mismo) o que sufra quien sufra o que se muera quien se muera o que resucite… o que todos hayan sido terroristas o que ninguno lo haya sido, ni siquiera en sueños…
Mario César Castro Cobos es cineasta y crítico de cine. Fundó y dirigió el Festival de Cine Lima Independiente así como las revistas Voyeur, Abre los ojos y el blog La cinefilia no es patriota, y condujo el programa de radio del mismo nombre en Radio Lima Gris. Además, escribió para Cronopia, Las sumas voces, Butaca, Mabuse, Godard!, Diario 16 y Buensalvaje. Formó parte de los cineclubs del BCR, Biblioteca Nacional, Centro Cultural Arcais, Universidad Científica del Sur, Universidad Cayetano Heredia y Universidad de Ciencias y Humanidades. Acaba de estrenar su cuarto largometraje.
Una vez más el sistema de justicia peruano hace gala de su rol discrecional y parcializado. La Sala Civil Permanente de la Corte Suprema ratificó la ilegalidad de la organización política liderada por el mayor (R) Antauro Humala. Los derechos fundamentales de la población corren peligro y con ello el sistema democrático, si se permite que dicha organización participe en el lance electoral general. Si así hubiesen pensado los magistrados en la década del 2000, al declarar la ilegalidad del partido fujimorista hoy en día la inestabilidad política y el deterioro de las instituciones democráticas serían hechos del pasado nefando.
¿Qué de democrático representan el fujimorismo y sus aliados ultras para la sociedad peruana? ¿Han hecho un mea culpa por su pasado autoritario y abiertamente criminal? Los más jóvenes no deberían olvidar que el fujimorismo se encargó de destruir las instituciones democráticas en los 90. La cooptación, el clientelismo y el peculado fueron moneda corriente por esos años y los fujimoristas –que controlaban el Congreso y el Gobierno– pusieron todos los medios a su alcance para perpetuarse en el poder, pues tenían un proyecto político de largo plazo (veinte años). Por consiguiente, se trataba de una organización antidemocrática y profundamente autoritaria.
Irónicamente, un político esperpéntico como Antauro Humala comparte muchos rasgos en común con los fujimoristas y sus aliados ultras. Todos buscan aprovecharse de las prerrogativas del régimen democrático para licuar o desvirtuar esas mismas instituciones democráticas. Acá se aprecia claramente la paradoja de la tolerancia y cómo la sociedad peruana debería protegerse legítimamente de todas las organizaciones antidemocráticas y de corte totalitario (y mafioso). ¿Acaso los nacionalsocialistas no hicieron lo mismo en las entrañas de la República de Weimar? Ya sabemos cuál fue el vergonzoso y sangriento corolario.
Los que aplauden fervorosamente que el partido de Humala haya quedado fuera del mercado electoral son los mismos que eligieron a un cruzado intolerante como burgomaestre o a políticos que petardean la democracia desde el Congreso. Es decir, pisotean los valores democráticos liberales de civilidad, libertad y tolerancia. En el fondo, anhelan un pensamiento único (el suyo) y un régimen político a su medida. Solo respetan las reglas de juego democrático cuando les conviene; cuando no, patean el tablero (como se vio en el último proceso electoral). No están a favor del consenso y de la razón comunicativa (salvo para defender sus intereses crematísticos de una forma corporativa). En suma, son un peligro para la democracia, incluso esta imperfecta y endeble que tenemos.
Una pequeña lección de cine, y una lección de cómo construye David Lynch sus películas. Una muerte. Una manera de morir. Una manera de presentar la muerte. Siempre el misterio… pero qué es el misterio… Usando una cámara vieja, casi fantasma. Es la cámara, o una de las cámaras del principio de todo, una cámara de los Lumière. —Como para recordar los cortos en blanco y negro de Lynch o su primer largo, Eraserhead—. La regla para esta película colectiva en homenaje a los Lumière y a los 100 años del cine, es darte tres oportunidades para rodar, sin cortar, y solo podías usar un rollo al final.
Lo siniestro, en Lynch, es la reintegración —placentera, o no tanto, pero que se impone como absolutamente necesaria y con toques o rayos de absurdo, comicidad y burla—, que incluye lo negado, lo rechazado, que regresa con gran fuerza, si alguna vez estuvo realmente ausente. Y Lynch se encarga de restregarnos lo que quisiéramos que permaneciera escondido o ignorado. Y que a la vez deseamos tanto saber y desvelar…. El ser humano, completo, desde lo más ideal y bonito (aunque sea solo un sueño) hasta lo más horroroso (y no es necesariamente solo una mera pesadilla lo que vemos y sentimos).
Exterior. Resplandores de saturación de luz. Campo abierto. Tres policías típicamente uniformados a la usanza de una vieja película norteamericana. Se acercan al cadáver de una mujer. Y luego qué. Interior. Otra mujer, mayor que la primera, en su casa, sentada en un mueble, con la ventana detrás, parece sentir o presentir algo, mueve la cabeza hacia su costado izquierdo. Fin de la escena. Qué sigue. Unas mujeres jóvenes en un decorado decimonónico, con vestidos de velos, con escote, la imagen es nocturna y algo pasa, una de ellas se levanta. Escena siguiente. Una mujer joven y desnuda dentro de un cilindro lleno de agua, y hay seres alienígenas que parecen experimentar de alguna manera con ella al tenerla ahí.
Pantalla negra, o blanca, con humo, y fuego (marcas relevantes para la pequeña película). En la última escena, el aspecto, y la cabeza del policía parecido a la de uno de los seres alienígenas (al quitarse la gorra, cuando da la noticia, creo, a los padres de la chica asesinada)… a lo que se suma una sombra tras la ventana…
El poeta es el que expande la lengua, las posibilidades de su uso. El poeta entonces puede ser el que escribe los poemas o el que simplemente los dice al viento y renueva, al dejarse oír, la mente de otros. El óxido que cubre las mentes encerradas en sus cajas dogmáticas es recuperado por la frescura del arte de la palabra. Esta frescura tiene sus herramientas estéticas. Así, entre las figuras literarias más reconocibles tenemos a la metáfora, la metonimia y la sinécdoque. Aunque cada una versa sobre un determinado uso: su rol es encontrar relaciones entre los elementos. La metáfora funciona como un reemplazo de un concepto por otro, por ejemplo, fuego por deseo. En el caso de la metonimia encontramos una relación de dos elementos por diferentes conexiones, por ejemplo, cuando decimos pásame un Vallejo, para referirnos a un libro del autor peruano César Vallejo. La sinécdoque trabaja con las relaciones de todo parte; así, cuando alguien dice “gritaron muchas bocas”, al reducir al ser humano a una boca, el recurso nos invita a la sintaxis.
Desde las clases de la escuela sabemos que son usados para exaltar y crear nuevas dimensiones del hablar diario. En ese sentido, el uso se reactualiza, renueva y experimenta de forma más intensa en la escritura de los poemas, dado que la búsqueda del lenguaje poético no se reduce al mero ejercicio de dar mensajes con fines básicos, sino a picar la palabra como piedra. En ese deseo de expandir metáforas, metonimias y sinécdoques aparece el poemario Solagrio (Almandino Editores, 2021) de Miguel E. Medina Anaya cuyo título ya nos aproxima a una metáfora: la idea de un sol que no es amarillo, que no da vida ni virtud, sino que habita en sabores amargos. ¿Acaso nos bello guiño a las flores malignas de Baudelaire?
Con 67 poemas con título numerado, de corte variopinto y estilo de inspiración breve (salvo el último poema que se desborda como río), explora las dimensiones que permite el lenguaje: encuentro con uno mismo, recuerdos, bosque de sentidos y certezas.
En relación al uso de la metáfora, este poemario presenta diversos escenarios que permiten la exploración de la figura retórica. Así, al expresar, por ejemplo, la certeza de “Yo soy tu verdugo”, el yo poético no se atribuye un título criminal, sino que explora la idea de asesinar como la muerte diaria, simbólica, de la infancia o la soledad, la muerte que nace de la pobreza, la que arrastra al “huérfano herido”. Uno se pregunta, ¿qué busca matar el yo lírico? ¿Qué desea asesinar? La idea de muerte dentro de la poesía sigue un camino interesante en autores como Rimbaud y Lautréamont; sin embargo, este poemario no persigue aquellos resquicios dementes. Pensemos en los fragmentos de Los cantos de Maldoror cuando el alucinado narrador cuenta cómo asesina a los niños que se le presentan en su caminata.
La idea de asesinar, entonces, es una metáfora, aunque se presente frontalmente en otras partes del poemario. Por ejemplo, cuando escribe: Los asesinos no sufrimos la muerte, con lo que propone una idea de amoralidad, para dar posteriormente la afirmación de que Nadie sueña con ser un criminal, que afirma la ética del poeta. Asesinar entonces también se asume como el que verdugo de instantes, recuerdos, inocencias.
En el caso del verso, “Niñez de sombra /en espejos sin nombre”. Otra vez, las asociaciones nos llevan al recurso metafórico: el uso de la preposición de en vez de con significa un atributo de contenido. Así, niñez de sombra se asume como alimentada de oscuridad: infancia sin esperanza, ni luz, ni belleza, ni acceso a la ternura o el amor, que alimentan y dan color a la vida. Así también versos como “Madre hoguera”, “vientre y ajuar de tumba”, “en el corazón cabalga un llanto intenso”, “pecho desbocado”, “alfil nocturno”, “manos de cicuta”, “cielo preñado”, “estrellas pálidas”, “sol melódico”, “música reptil del desierto”, “migajas de sombra”, cumplen el papel de metáfora.
En algunos también veo el uso de la sinestesia, es decir, fusión de sentidos que no corresponden originalmente con la entidad, como en “sol melódico”, que es una metáfora sinestésica, que confiere música a una entidad astronómica.
En relación a la metonimia, encontramos, por ejemplo, cuando expresa aquello de “Que el tiempo te cure”, la idea de tiempo reemplaza a lo que significa ese peregrinaje por el tiempo: es decir, vivencias, experiencias, transiciones sine qua non para una curación genuina. O cuando expresa que “…el mundo te engullirá”, para manifestar la idea de que la sociedad, es decir, las otras personas, pongamos los políticos, ladrones, asesinos, ellos, en realidad, serán los que te “engullan.”. Además, la propuesta de engullir para mundo permite al poeta presentar a esta entidad como un ser con “boca”, lo que le da la posibilidad de hacer la metonimia de mundo y cuerpo. En ambos casos, hay un uso de otro recurso de la prosopopeya, que dota a estos sustantivos en seres encarnados. También versos como “Tú eres el hogar”, etc.
Por otro lado, aunque en menor magnitud, las sinécdoques se presentan en algunas pinceladas: “creo que tus ojos / no pertenecen / a este implante espiritual” Hay también uso de oxímoron, como en “terso infierno” o “piedras líquidas”; que nos da una idea contradictoria a la conceptualmente posible para infierno”. O fusiones de metáfora con metonimia en “Tus aves negras / rojas de octubre”, que funcionan como reducción de aves por cuerpo y encuentran una interrelación que representa una entidad no asociada: ave negro como reemplazo del cuerpo. Y esto es lo genial de la metáfora, cómo une, en el bosque de símbolos, las diversas correspondencias, encontrando toda clase de analogías.
Si bien todos estos recursos poéticos amplifican las ideas y sentimientos de los poemas, el formato también impide que se llegue a una conclusión exacta de la propuesta: Solagrio es una nebulosa. El objetivo de los poemas es apartarnos del diálogo entre los seres y las cosas, de la experiencia, de las circunstancias, de las voces poéticas: en la neblina, el hablante aparece desfigurado, como en pedazos, armando un discurso entre retazos de sentidos embalsamados en metáforas, a veces siendo frontal, otras oscureciéndose, pero siempre quebrando el diálogo, esa conversación que es la palabra poética; a veces callando, a veces hablando a tientas, reptando, en vorágines, en depresión, entre metonimias y sinécdoques:
El sol agrio, escama del desierto, cartílago ígneo.
Perpetuo cosmos en sí, depilación de tocador. Es la diáspora mi ego en ciernes de pajas, embrujado en la locura de fríos retretes.
En este pasaje vemos lo que dije anteriormente: el poema se abre como un conjuro ante el vacío, como un grito a retazos que no articula un discurso protector de la idea del poema, sino ramalazos de ideas. Esto puede ser genial si es que eres Vallejo escribiendo Trilce oGirondo en En la masmédula, en caso contrario, resulta una propuesta que peca de experimentalista y que pierde posibilidades de intensidad.
Ahora me pregunto cuál es el límite de la experimentación en la poesía. Si analizamos lo que fue el siglo XX a nivel poético, veremos un mar de propuestas de ruptura que, si bien resultan atractivas como documentos históricos, no siempre sobreviven al paso de los años. La experimentación que fue la brújula vital de la poesía ahora es también un muro alto que saltar para los contemporáneos. Eso, claro, es necesario en la poesía, porque genera nuevas propuestas, aunque siempre será un salto al vacío.
Por eso, este poemario, lector, es una propuesta que busca innovar: su eficacia será qué tanto impacto genera en los que lo leemos. En mi caso, siento que el poemario pierde al no consolidar una “voz particular”: si bien la poesía es un acto de escapar de uno mismo para habitar la multiplicidad ontológica, es necesario que un poeta sepa confeccionar con nitidez cada una de sus máscaras. La máscara como metáfora de rostro: en Solagrio no hay rostro, no hay personalismo.
Así, sorprende encontrar un poema como el último: que destaca por ser el de mayor extensión y el que persigue una voz más singular. Aquí encontramos una estructura conductora del poema con diálogos insertados como faroles en medio del recorrido. Es decir, como en muchos poemas largos (pensemos en Piedra de Sol, de Octavio Paz, por ejemplo) la estructura textual se sujeta de subtextos que permiten expandir el formato y sujetarse a una columna vertebral mayor. La conversación revela situaciones, la problemática de un hermano, la venta de ropa en la calle, para finalizar con una tertulia sobre los barcos, los niños y el sentimiento de reconocer (otra vez) el cuerpo. Sin embargo, lejos de conseguir una voz personal, este poema regresa a los recursos anteriormente presentados para mostrarse dubitativo de un asidero concreto.
En general, yo noto que hay un poeta explorador iniciándose en este libro. Alguien que busca los primeros espejos y disolverse en la efusividad del lenguaje. Por eso, la experiencia de la poesía es ontológica: el que la escribe debe iluminar las piedras del lenguaje para soldar un instante, un grabado, una forma, un grito. Hay comprensión de la limpieza de la palabra, es decir, del tallado de la piedra, y evidente comprensión del quehacer del artista y su trabajo con el fuego, pero aún adolece de una voz determinante.
El tiempo añadirá experiencia y afinará la sustancia.
El patriótico mes de julio fue dos veces el espacio – tiempo para la fundación y el retorno de la organización partidaria del periodista y broadcaster Ricardo Belmont Cassinelli (RBC). Su institución política el 8 de julio de 1989 tuvo como nombre el del Movimiento Cívico Obras; y oficialmente el 15 de julio del 2024 regresó con la denominación de Partido Político Cívico Obras.
Dialéctica y cuánticamente es un partido nuevo dentro de lo viejo, conjugando la fuerza de la innovación y la experiencia de los años, pues el 89 insurgió a la política para renovarla dado que la clase dirigente del Perú para entonces ya mostraba cansancio y una corrupción generalizada, pidiendo la ciudadanía a gritos un recambio y nuevas ideas.
En ese contexto, RBC -reconocido como el outsider- le gana las elecciones municipales de Lima al FREDEMO (Acción Popular, Partido Popular Cristiano y Movimiento Libertad), al Partido Aprista Peruano (que en ese momento estaba en el gobierno nacional) y a la Izquierda Unida (que entonces influía y controlaba los más poderosos sindicatos del país).
Recordemos que el 8 de julio de 1989 se fundó el Movimiento Cívico Obras por Ricardo Belmont, y en noviembre, es decir en apenas tres meses, ganó las elecciones ediles. Pero este periodista a sus 44 años de edad ya había trajinado tanto en la vida empresarial de la radiodifusión peruana, como en la labor social con la Teletón; y en el quehacer personal, enfrentándose al poder duro y crudo, ese que genera el abuso, la corrupción, la injusticia y la impunidad; e incluso sobrevivió a un atentado contra su vida perpetrado el 7 de mayo de 1985. Sin embargo, Dios con su milagrosa naturaleza le salvó.
Con buena gestión, pues muchos reconocen a RBC como uno de los mejores alcaldes de Lima junto a la administración de Luis Bedoya Reyes, gobernó la ciudad con éxito pese a la trampa que le dejó el APRA, la IU y el PPC en el seno del Concejo Municipal de Lima, sin importarle a esta claque usar a los trabajadores para su perverso plan.
Pues sucede que por el régimen laboral de la 276, en diciembre de 1989, solo debían ser nombrados como estables en el municipio 200 empleados ediles, pero los regidores de esas fuerzas políticas le pusieron una bomba de tiempo a RBC antes de que entrara a gobernar la ciudad el 1 de enero de 1990; y para ello nombraron irregularmente -entre gallos y medianoche del 29 de diciembre de 1989- a más de 1300 trabajadores sólo con el único propósito de boicotear una gestión que recién empezaba.
Sin embargo, no lo lograron pues RBC culminó su administración el 31 de diciembre de 1992 con éxito pese a la trampa del APRA, de la IU y del PPC, así como pese a la hiperinflación y el terrorismo existentes, habiendo sido incluso RBC reelegido para gobernar Lima por tres años más, del 1 de enero del 1993 al 31 de diciembre de 1995.
En este año, ya instalado el fujimontesinismo tras el golpe del 5 de abril de 1992, el establishment corrupto le roba al Movimiento Cívico Obras las elecciones presidenciales y se reeligió Alberto Fujimori, cuyo jefe de campaña a la luz del día y desde las sombras fue el tristemente célebre Vladimiro Montesinos, quien haciendo uso de todos los recursos del Estado (incluso de las FFAA) y teniendo el RENIEC, la ONPE y el JNE en sus manos, perpetró un fraude electoral reconocido hoy por los analistas e historiadores más serios del Perú y del extranjero.
Del año 1995 a la fecha han pasado treinta años y nuevamente insurge OBRAS, ahora como partido político, y vuelve -como en 1989- para renovar, refrescar y refundar la política. Pero eso no se logrará sin el concurso de los mejores hijos del pueblo y los mejores compatriotas que ya están cansados de ver como en esas tres décadas los más pillos, esos que se van de una tienda electorera a otra, los más desalmados y perversos, son los que han tomado casi todos los puestos públicos para robar y para prostituirlos. Y eso debe terminar
Esos partidos cascarón, sus argollas y los clanes mafiosos deben ser reconocidos y señalados por todos los ciudadanos de bien. Basta ya de su continuidad en el poder. La gente no debe votar por ellos y tiene que deslindar ya mismo denunciando a los conocidos operadores y operadoras del táper. Esa mala gente tiene que ser expectorada de la administración pública, pero para que ello ocurra antes el elector no debe venderse durante las campañas electorales por un plato de lentejas.
En ese sentido, se requiere el respaldo de los buenos peruanos al Partido Político Cívico Obras, cuyas puertas están abiertas a lo largo y ancho del territorio nacional y en los comités de peruanos en el exterior.
Finalmente, como RBC lo viene predicando por décadas, OBRAS se basa en la filosofía estoica; en la disciplina espartana; en la honradez e integridad del “ama quella, ama llulla y ama sua”; en el legado patriótico de los precursores de la independencia, como Hipólito Unanue; en la lucha anticorrupción de Manuel Gonzales Prada; en la visión crítica latinoamericana de Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui; en la emoción social de su antepasado Ramón Castilla y Marquesado y de su padre Augusto Belmont Bar; y en el grito combativo de los luchadores sociales que dieron su vida por una patria unida, justa, culta, educada, desarrollada, con seguridad, paz, trabajo, salud y felicidad.
La industria cinematográfica en el Perú es una farsa. Un país que no valora su cultura jamás podrá desarrollar una industria sólida en el sector cultural, y el cine no es la excepción. A pesar de que el Ministerio de Cultura (MINCUL) menciona a menudo la importancia de fomentar esta industria, la verdadera situación es desalentadora. El cine peruano sigue siendo considerado un lujo para unos pocos, y la falta de apoyo institucional deja a los cineastas peruanos en una constante lucha por sobrevivir.
El cine en el Perú es menospreciado por autoridades que parecen desconocer el valor histórico y cultural que tiene la memoria visual. Mientras tanto, esa indiferencia es aprovechada por personajes que se disfrazan de funcionarios públicos para lucrar con el escaso material cinematográfico que sobrevive en espacios privados. Esto demuestra el verdadero desinterés por construir una infraestructura sólida que permita al cine peruano prosperar.
Es imposible hablar de una industria cinematográfica cuando no existen ni siquiera las bases necesarias para su formación. Nuestro país carece de una facultad de cine que permita formar a futuros profesionales. Los peruanos que quieren estudiar cine, tienen que hacerlo fuera del país, y para eso deben tener los recursos económicos, mientras que el resto se ve obligado a convertirse en autodidactas, muchas veces en condiciones precarias. Este elitismo sigue vigente, reforzado por un MINCUL que distribuye fondos de manera selectiva, favoreciendo siempre a los mismos cineastas y dejando a las nuevas voces sin oportunidades.
Por otro lado, resulta grosero hablar de una industria cinematográfica en el Perú cuando ni siquiera se tiene una cinemateca, un espacio fundamental para conservar y promover el cine nacional. La promesa de crear una cinemateca se arrastra desde la década de los setentas, pero aún no se ha concretado. Esta falta de interés en preservar nuestro patrimonio cinematográfico es otro reflejo del escaso compromiso del gobierno con la cultura.
Mientras tanto, países como Chile, Argentina y Colombia han logrado avanzar significativamente en el desarrollo de sus industrias cinematográficas. Estos países no solo han invertido en formación y conservación, sino que también han logrado que sus cineastas encuentren mercados locales e internacionales para sus obras. En comparación, el Perú sigue dando pequeños pasos en un terreno infectado por la corrupción.
Hoy en día, crear asistentes virtuales personalizados ya no es un lujo exclusivo de grandes corporaciones. Gracias a los avances en inteligencia artificial (IA), es posible diseñar asistentes enfocados en resolver problemas específicos, analizar información o automatizar tareas, con costos mínimos y recursos accesibles. Sin embargo, la mayor barrera actual no es tecnológica ni económica, sino cultural: muchas empresas y emprendimientos aún no adoptan estas soluciones por desconocimiento o falta de confianza en la IA.
Desde el punto de vista económico, el costo inicial para crear un asistente virtual es accesible. Una computadora equipada con una tarjeta gráfica como la NVIDIA RTX 3060 (entre S/ 1,800 y S/ 2,300), un procesador Ryzen 5 o Intel Core i5, 16 GB de RAM (S/ 1,500 a S/ 2,000) y un disco sólido de al menos 500 GB (S/ 200 a S/ 400) es suficiente para entrenar y ejecutar un modelo de lenguaje en casa. Sumando fuente de poder, gabinete y accesorios, el costo total de una PC adecuada oscila entre S/ 4,500 y S/ 5,500, haciéndola accesible para emprendedores y pequeñas empresas.
Con esta infraestructura, se pueden desarrollar asistentes para áreas específicas. En educación, pueden resolver dudas sobre matemáticas, ciencias o historia, ofreciendo explicaciones claras y personalizadas. En ventas, pueden aprender sobre los productos de una empresa y recomendar opciones adecuadas a los clientes, optimizando el proceso de atención. En turismo, pueden ayudar a planificar itinerarios, brindar información sobre destinos y sugerir actividades según las preferencias del usuario. Además, en las organizaciones, estos asistentes pueden analizar documentos internos, identificar problemas en los procesos y sugerir mejoras. Por ejemplo, pueden evaluar reportes de ventas, señalar áreas con bajo desempeño y proponer estrategias para optimizar resultados.
A pesar de los costos bajos y las herramientas gratuitas disponibles, como Python y PyTorch, la mayor limitante sigue siendo la cultura de adopción. Muchas empresas ven la IA como algo complejo, pero con un enfoque adecuado y capacitación básica, estas tecnologías están al alcance de todos. En conclusión, la barrera no son los recursos, sino el desconocimiento. Dar el primer paso hacia la innovación permitirá transformar sectores clave como educación, ventas, turismo y gestión organizacional.
Santiago Risso (Lima 1967) es sin duda uno de los grandes animadores de la poesía de los noventas; amigo y colaborador de otros grandes vates como José Watanabe, Manuel Pantigoso o Enrique Verástegui; y que poco a poco, en una larga carrera que sobrepasa las tres décadas, ha ido cimentando una poética propia, con textos breves o brevísimos, haikus y un intenso trabajo en promover las letras tanto en colegios del Callao y de Ventanilla como en otros lares; así como también en medios escritos, diarios, revistas, antologías y plaquetas.
En esta ocasión, nos trae su Culto al Cuerpo y otros poemas, editado en español y portugués por el poeta brasileño José Hilton Rosa donde aparte de sus nuevos textos, nos trae otros ya revisitados anteriormente como Bogo o Estalactita. “En culto al cuerpo, presenta su performance en la forma en que expresa su sensibilidad hacia su propio cuerpo. Ver y valorar las fórmulas libres de todo juicio. La perfección se ve de tal manera que se comprende la extensión al alma” (JHR). Y que abre con este texto: “Todos los días/ le rindo culto al cuerpo/ a mi cuerpo/ desparramado/ entre sábanas/ y/ hojas/ y/ arbustos/ de /mi /enjunglada /anatomía /deslizo mi silueta/ la cual parece/ querer detener/ la capacidad de/ mis frustraciones…”
Hay que agregar que hace poco, en 2024, salió también Mujer Impresa, Breve antología de poemas en español y griego por Stelios Karayamis, quien apunta: “La poesía del poeta peruano Santiago Risso, me ha encantado con su autenticidad, su erotismo y sensibilidad vital. El poeta es un maestro de la metáfora y de los recursos estilísticos que utiliza. Diría que su poesía es, en líneas generales, comprometida con los valores humanos.”
Este escriba recuerda que, en un encuentro de poesía en Chimbote-1994, estaba volando en fiebre con una neumonía y Risso me acompañó al médico para que me pongan una inyección. Esa solidaridad es el común denominador en este noble poeta que, creo, era el único que asistía a los recitales noventeros acompañado de su señora madre, Elena Bendezú Molinari (lean Madre solo una: “Y fue el primer llanto rojo./ Con los ojos cerrados aún/ Te vi querida mamá”); y que ahora está terminando de construir, en su propia casa, lo que será el espacio de Mammalia, comunicación y cultura. Un esperado lugar para la poiesis y los bardos.
Si hoy persiguen al partido ANTAURO, mañana podrían perseguir a cualquier otro que ose desafiar el statu quo. La defensa de la verdad y la justicia es un compromiso que trasciende a un solo partido. Es una lucha por la democracia misma. Y esa lucha, la seguiremos librando.
Recuerdo vívidamente el año 2020. Antauro Humala estaba recluido en el Penal Militar Virgen de las Mercedes de Chorrillos. Una idea comenzó a tomar forma en mi mente: un partido político que capitalizara su ya reconocido nombre. Le dije: «Tu nombre es como la Coca Cola, no necesitas propaganda para que la gente lo recuerde». Esa mañana, la idea de ANTAURO nació.
No se trató solo de una sugerencia casual. Elaboré un acróstico, un PowerPoint que imprimí y llevé un domingo hasta el penal. Cada letra de su nombre representaba un sector clave para la unidad nacional: Alianza Nacional, englobando un nacionalismo presente en muchos partidos a nivel mundial; Nacionalismo; Trabajadores; Universitarios; Reservistas; Obreros. No era solo un nombre; era una plataforma. Era una declaración de intenciones.
El diseño no fue arbitrario. Busqué la resonancia, la fuerza simbólica. Quería ir más allá de un simple nombre llamativo. Quería un nombre que representara una visión, una promesa. Una promesa de inclusión, de representación de sectores a menudo silenciados.
La respuesta fue abrumadora. Reservistas, trabajadores, el pueblo organizado… se unieron a la causa. ANTAURO se convirtió en una realidad, un partido legalmente inscrito. Pero la verdad, a veces, tiene un precio. Hoy, ANTAURO enfrenta una persecución política, jurídica y judicial. Se le ataca por decir la verdad, por representar a quienes otros ignoran.
La elección del nombre «ANTAURO» fue estratégica y simbólicamente poderosa. Más allá de la simple asociación con Antauro Humala, el nombre mismo resonaba con fuerza. Su sonoridad, su brevedad, su fácil recordación, lo convertían en un nombre ideal para un partido político. En un panorama político saturado, un nombre memorable es fundamental para captar la atención y construir una identidad. ANTAURO logró precisamente eso: un nombre que se graba en la memoria, que transmite una sensación de fuerza y unidad, y que, al mismo tiempo, se asocia directamente con un líder carismático y con una ideología claramente definida. Este impacto en la imagen del partido fue crucial para su crecimiento inicial y para la movilización de apoyo popular.
Aunque hoy nuestros caminos no son los mismos, mantengo siempre mi patriotismo, mi nacionalismo radical, y los exhorto a no rendirse. La lucha continúa. La justicia debe ser ciega, imparcial. Si hoy persiguen a ANTAURO, mañana podrían perseguir a cualquier otro que ose desafiar el statu quo. La defensa de la verdad y la justicia es un compromiso que trasciende a un solo partido. Es una lucha por la democracia misma. Y esa lucha, la seguiremos librando.