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Cultura

La fe de Bruno Pólack en las carreteras del norte (reflexiones sobre Fe de Bruno Pólack & breve narración sobre un casi accidente)

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Si hay algo divertido dentro de la vida poética nacional son los festivales. Divertido, en el sentido de que te permiten ampliar tu criterio y lecturas, conocer otros lugares y otras realidades poéticas y aprender mucho. Salir de tu zona de confort poética y experimentar otras realidades de artistas nutre tu capacidad de juicio. Por eso, los que se realizan en el Perú tienen un corte de heroico por ser también radiadores culturales en un espacio en un espacio hostil para estas actividades.

Uno de los últimos festivales de poesía al que asistí el 2019 fue al de Chepén Chepén, gesta liderada por Julia Wong, que viene trabajando ya 10 años con un evento que se realiza tanto en colegios como en las municipalidades y que aglutina a varios poetas no solo del país sino del extranjero, quiénes pasan cuatro días expresando y compartiendo su arte. Fui invitado al décimo festival, que se realizó el 2019 durante dos semanas de setiembre. Recuerdo que desde el primer día hicimos un generoso intercambio de libros todos los que nos reunimos en el hotel de Guadalupe: Diego Bardales, Walter Lingán, Bruno Pólack.

Entre las muchas actividades que realizamos tuvimos una donde viajamos hasta Pacasmayo, una playa cruzando Chepén. Para este viaje se me ocurrió ir atrás de la camioneta, en el espacio de la carga- contrariando a Diego y Ray Paz que me decía que mejor viaje dentro de un taxi, para evitar el viento con piedritas en los ojos-sin techo y apoyado a los vidrios del asiento trasero. La mirada era hermosa: panorámica.

Triste y apacible mañana de sábado. Era una tarde plomiza verde, con poca gente en la calle, cuando cruzamos Guadalupe y salimos a la carretera. Bruno Pólack también se sentó atrás e incluso trajo dos latas de cerveza cristal de trigo y nos pusimos a conversar de poesía mientras la camioneta –conducida por Luis Bocelli- siguió su rumbo.

Las carreteras del norte nos llevaron a la memoria el nombre de Juan Ramírez Ruiz, poeta de obra ya celebrada que falleció atropellado por un camión en una carretera de Virú; simultáneamente el viento desordenaba mis cabellos y la cerveza helada sintonizaba con el silencio de la carretera. Yo miraba las dunas y los desiertos.

-¿Y qué piensas de Ramírez Ruiz? –me preguntó Bruno.

-Un poeta alto y consecuente, vida y obra son un solo pentagrama. Me pregunto por qué Tulio Mora no colocó el Manifiesto Palabras Urgentes 2 en su antología Los broches mayores del sonido. Hay ahora muchos poseros que no conocen a los artistas de verdad y solo se dedican a criticar por redes.

-Sí, es difícil ahora vivir así. Es como otro tiempo, otra mente, ahora ya no existe tanto lo beat.

De improviso, la camioneta dio una vuelta a la izquierda –innecesaria, nos enteraríamos luego- que desembocó en otra vuelta en U para volver al carril inicial; este giro me dejó directamente frente a un tráiler, es decir, face to face, con una máquina descontrolada  que avanzaba a toda velocidad; el instinto me hizo inmediatamente saltar de la camioneta a la pista, pensando que así me libraba de ser embestido por el tráiler.

Felizmente caí con los dos píes, acuclillándome mientras sentía mi peso en la pista, observé a la derecha por si venía otro carro, entonces crucé del otro lado y miré a la camioneta: Bruno Poláck tocaba la ventana para que la camioneta regresará y yo atrás corriendo para volver a subir.

Ahora la escena me da risa pero en su momento la pasé asustado, así como todos los que se encontraban dentro de la camioneta. Recuerdo que la poeta chilena Elvira Hernández, con la que también viajábamos, me preguntó si me sentía bien. Yo pienso que de no haber saltado tal vez el tráiler nos embestía y todos hubiéramos salidos en las noticias de los diarios al día siguiente.

Lo cierto es que no sucedió y llegamos tranquilos a la vieja estación de Pacasmayo, donde actualmente se yergue el centro cultural del pueblo. Puerto, en fin, visitado por Martín Adán en su adolescencia, donde el mar tiene un espíritu que enajena la suculenta arena. Luis Eduardo García, también invitado, minutos antes del recital, me contó de un poema que había escrito sobre los puertos del norte. Ahí, siguiendo nuestra agenda, leímos unos poemas frente a un público nutrido por niños y curiosos. Bruno no perdió la oportunidad de contar el hecho y leyó uno de los poemas de Fe:

Porque también si nosotros morimos tenemos el derecho de
conservar,
                  por un tiempo prudente,
                            nuestro último pensamiento.
Quisiera ponerles un ejemplo: si a Uds. al cruzar la pista los enviste
un auto rojo y venían pensando en una flor amarilla:
días después
quizá ya bajo tierra, aparecerá entre sus manos una flor amarilla(1)

Líneas muy certeras para el conato de accidente, ¿cuál sería el último pensamiento que guardaríamos nosotros un tiempo prudente? Palabras que ahora no solo vibran con la luz del verso bien cuajado, ni con la música que propiamente poseen, sino con la certeza de la carretera: morir y despertar trasformado en una flor amarilla puede ser demasiado garciamarquezriano como también juliocortazariano. La poesía tiene ese efecto de ser fortuitamente bienvenida, de actuar como espejo en cualquier escena.

Sin embargo, mi reflexión de  Fe (2016)  es mayor. Meses después del Festival, pude terminar el libro entero y darme mayores ideas de qué va la fe en Pólack. Subrayarlo, leerlo, encontrar la conexión pertinente entre los versos que permitiera entender los puentes y andamios subrepticios del proyecto de Bruno. De antemano, debo admitir que es un poemario que gira en dos escenarios mentales determinados: a)la cotidianidad, b) la trascendencia poética; que, nos dejan penetrar a c) el “espacio de la fe”. Bajo esta trifurcación, Pólack alza su fe en el absoluto poético:

En todos los pisos una madre llama a la cena.
En todos los pisos es alguien
el encargado de la poesía y la basura. (2)

Como sabemos, desde la modernidad que inaugura Trilce de Vallejo, al insertar escenas “no poéticas” en los poemas, o, el propio Parra, al crear la anti poesía y bajar a los poetas del Olimpo, el periplo de todo poeta en el siglo XX y en adelante no es ajeno a la certeza de que la poesía como realidad y esencia se somete a la bulla de la propia modernidad. El poeta, fuera de lo empíreo, trabaja como otro obrero más, bruñendo el lenguaje, en el resplandor de toda la bulla. Esta cotidianidad se filtra en los versos de Pólack como pequeños destellos que nos devuelven a lo cotidiano:

Sirves el vino, llamas a la mesa,
mientras continúo/ con la mano izquierda en el bolsillo
jugando a adivinar el altorrelieve
de la moneda/ que arde/ en el anular/ entre falanges(3)

Curiosamente, la escena de las manos dentro del bolsillo –como un gatillo que nos regresa del sentir poético a la realidad más concreta: dedos dentro del bolsillo, largos dedos acariciando monedas- se repite más adelante:

Por ejemplo ahora que juego con la moneda/ dentro del bolsillo/
entre la falange y el anular,
                                  entre una cara fría y una cara ardiente(4)

También la cotidianidad se filtra en la propia observación del entorno, lo que confiere eso que el propio Pólack -citando tal vez a José María Arguedas (5) – entiende como el poder de trasmitir la materialidad de las cosas desde el lenguaje:

Transmigración del alma de las palabras a las cosas
de la poesía a las cosas
del mar a las cosas
corazón palpitante, que entre mis manos, caes con violencia hacia
                                                                                                los surcos
y germina el fruto, la palabra, la sangre (6)

Esa cotidianidad, por instantes, es oscura certeza, es una mirada sórdida sobre lo real, -el poeta ya no habita el monte, ni la soledad del anacoreta, sino la vida urbana, entre edificios y supermercados- o crítica a la falsedad literaria y sus escenarios de cartón:

“Poeta peruano leerá sus marranadas en Casa de América”.
Cruzo la calle, tiro el periódico al tacho. (7)

Incluso irónicamente se comprende lo inútil de cualquier acto que desgaste la fuerza de la juventud; y el propio poema se enfrenta a esos juicios, es decir, no puede pensarse fuera del sentido común. Y hace de su sentido común el lugar del encuentro poético:

“Nada es lo suficientemente digno para malgastar las fuerzas de la juventud. (…)

Quizás sí el amor procaz, la vagancia desmedida,
la trasmigración del lenguaje a las cosas
                                        del mar a las cosas
porque hoy la poesía es una labor doméstica
amas de casa leen mientras hierven las verduras (8)

Sin embargo, es esa mirada la nos descubre el encuentro con una realidad más intensa del lenguaje, ese, trasmigrar del lenguaje a las cosas, del mar a las cosas que desplaza lo cotidiano de su papel ubico -desplaza la cotidianidad de tocar una moneda dentro de tu casaca- y expresa la realidad en su plasticidad más intensa:

Corto la soga entre la realidad y el sueño con el colmillo de perro
que pende de mi cuello/ y veo
zarpar los barcos hacia los puertos de mi infancia (9)

Esto hace que  el a)la cotidianidad y b)la trascendencia poética se compenetren en la lucidez de realizar poesía en cualquier habitación, casa, sótano y edificio de la ciudad, conectado a internet, con buses y tráfico, con humanos lanzando naves a la luna y abriendo el interior de los átomos o abriendo libros de Dante, Li Po o de Paracelso. Lo contemporáneo es una fiesta de los encuentros. Al ingresar a la poesía, entonces, accedemos a eso que Hinostroza versaba La cotidianidad puede ser tan hermosa como el heroísmo sin salir de su casa se puede conocer el mundo el movimiento del aminoácido (10) Esa mirada cotidiana sobre la que se funda la fe de Poláck –botar la basura, tocar monedas, hervir las zanahorias, colgar la ropa- le permite aprehender la poesía como conjuro, como entidad infinita que al repetirse conduce a otros estados mentales. Ello genera la poética del libro: la fe como estado poético que permite trascender. Así, vemos dos afirmaciones sobre la fe y la poesía:

(1) La fe como conjuro:

(…)porque toda palabra ansía ser algo así como un conjuro mágico
algo así como un ave maravillosa(11)

Porque toda palabra, como todo pez, es un conjuro mágico
(solo representa la idea de la palabra)
si la repetimos con Fe/ nace la plegaria/ o la poesía(12)

(2)La poesía como el abanico del conjuro:

La poesía es este hilo luminoso que de árbol a árbol cruza el cauce del río
(y al medio, en la parte más convexa, se roza suavemente con el río)
en este verso, por ejemplo, solo hay una silla abandonada en la otra ribera
en este otro verso solo existe el rumor de una urraca que ha partido
este otro verso es un verso vacío (13)

Gracias a esta simbiosis en Fe de Bruno Pólack se cumple la escritura, es decir, ese conjuro donde la mente se expande. Y escuchamos entonces la intensidad de la partitura:

Porque en esta ciudad
un ser humano aborda a otro ser humano con un gesto animal
un ser humano ve a otro ser humano y finge no haberlo visto nunca
un ser humano deshonra constantemente a otro ser humano
Compramos helados. Sonreímos. (14)

Si bien en Fe se da la bifurcación entre lo cotidiano y sagrado, gracias justamente a esa división ocurre la magia poética. Logrando un tono muy particular que conecta con el logos universal del lenguaje, ese poder que es el de amplificar lo real dentro de los signos. Son los versos de alguien que busca en sí mismo, para sacudir el entorno. Inmediatamente, entramos a su mente y exploramos sus vericuetos. La música poética se desprende, como virus, del contacto con los objetos y lo real, abriendo así claves para mostrarse en toda su lujuria y éxtasis verbal. Con Fe, Bruno Poláck apuesta por escribir entre la realidad y el deseo y sale ganando.

***

Empezamos hablando de Juan Ramírez Ruiz y quisiera terminar comentando su obra y la de Bruno. Ramírez Ruiz también usa la cotidianidad para poetizar: Un par de vueltas por la realidad (1971) es una obra que totaliza justamente la realidad en versos poéticos muy intensos. Sin duda, este libro y el de Pólack –aunque cada uno en su propia subjetividad- encuentran una épica en lo cotidiano. La realidad como tal es el poema a escribir y la épica del itinerario poético lo escribe cada uno arrojado a la vida. Esta forma caníbal de usar lo inmediato como estro poético, une a Pólack y Ramírez Ruiz. Herederos, claro, de la vanguardia inaugural de inicios del siglo XX que une para siempre arte y vida. Pólack con una mirada buscando lo sagrado, Ramírez Ruiz con un ímpetu más vital. A los dos libros lo separan casi 40 años de distancia. Tiempo curioso para reflexionar sobre los alcances de la poesía peruana, sus nuevas búsquedas y hallazgos.

Yo no puedo terminar este texto sin abrir la primera página de Fe y leer la dedicatoria: Para Julio/ con amistad y fe en la poesía, Chepén Chepén, setiembre del 2019. Y recuerdo nuestro diálogo detrás de la camioneta –minutos antes del accidente-cuando el viento sacudía los cabellos y la cerveza seguía gélida y la atmósfera era ocre azul celeste:

-Hay que tener fe en la palabra, creer te permite crear.

-Y crear es lo más complicado –le dije- especialmente en épocas donde nadie tiene tiempo para el verso. ¿Te imaginas un Juan Ramírez Ruiz en tiempos de internet?

Notas sobre el poemario Fe de Bruno Pólack

1.Poema: El pez fue puesto sobre la mesa

2.Poema: Y este amor tan sublime

3.Poema: Con un mágico desconocimiento

4. Poema: Acabados el día y el revuelo.

5. Cuando ese vínculo se hacía intenso podía transmitir a la palabra la materia de las cosas (José María Arguedas, libro El zorro de arriba y el zorro de abajo)

6.Poema: Universal/ Particular

7.Poema: Con un mágico desconocimiento.

8.Poema: Nada es lo suficientemente digno.

9. Poema: Hay un tiempo, antes del inicio de la tragedia.

10. Del poemario Contranatura (1971) de Rodolfo Hinostroza.

11.Poema:Hay un tiempo, antes del inicio de la tragedia.

12.Poema:El pez fue puesto sobre la mesa.

13.Poema: Ya de noche y tumbados en la cama.
14. Poema: Universal/Particular

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Julio Barco Ávalos (1991) poeta peruano, nacido en el distrito de El Agustino, Lima-Perú. Fundador del grupo Tajo. Redactor de las revistas Literalgia, Asia Sur, The fucking Times. Sus poemas aparecen en diferentes revistas online de Latinoamerica. Autor de los poemarios Me da pena que la gente crezca (2012) , Respirar (2018), Arder (gramática de los dientes de león), La música de mi cabeza volumen 7 (lenguajeperueditores), Arquitectura Vastísima (2019) (Primer puesto Huauco de oro, 2019). Novela: Semen (música para jóvenes enamorados), Des(c)iertos (2020) (editorial Metaliteratura). Participó y participa activamente en ferias, eventos, talleres, recitales a lo largo de todo el Perú. Actualmente trabaja los espacios Poético Río Hablador y dirige la web lenguajeperu.pe. A su vez activa la editorial Higuerilla, colecciones de poesía y prosa.

Cultura

Rodolfo Muñoz, un modelo desnudo lleno de historias [VIDEO]

Un recuerdo del querido personaje bellasartino.

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El jueves 24 pasado se conoció el fallecimiento del Hércules de Bellas Artes. Rodolfo Muñoz trabajó por más de 60 años en la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú, su trabajo era despojarse de su ropa para que los alumnos de la ENSABAP lo inmortalicen con sus primeros trazos.

En el reciente podcast de Lima Gris, Edwin Cavello y Luis Felipe Alpaca recordaron lo entrañable del querido personaje que fue pintado por maestros como Humareda, Szyszlo, Tilsa, Tola, Ángel y Gerardo Chávez, entre otros.

Aquí el podcast especial sobre Rodolfo Muñoz.

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Cultura

Falleció Jorge Acuña, el mimo que habló con el alma

Su familia confirmó el deceso. El extrañable personaje falleció a los 94 años en la ciudad de Estocolmo en Suecia.

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El Perú ha perdido una de sus almas más silenciosas. Jorge Acuña, el emblemático mimo peruano que durante varios años convirtió la Plaza San Martín en un escenario de poesía muda, falleció recientemente, según confirmó su familia. Tenía el don raro de decir mucho sin palabras, de conmover sin un solo sonido. Hoy, el eco de sus gestos queda flotando en el aire como un susurro entre adoquines y palomas.

Acuña fue más que un artista callejero; fue un testigo del tiempo. A finales de los años sesenta, cuando el país se debatía entre la incertidumbre política y la efervescencia cultural, él apareció como un oasis de belleza en medio del caos. Su rostro pintado de blanco y sus movimientos precisos eran una forma de resistencia, una poesía viviente que se ofrecía gratuitamente a todo transeúnte que supiera detenerse a mirar.

“Ser mimo no es disfrazarse, es desnudarse”, dijo alguna vez en una entrevista para Lima Gris. Esa frase —que hoy resuena con una fuerza mayor— resume la filosofía de vida de Acuña: el arte no como espectáculo sino como verdad desnuda, como entrega absoluta. En esa misma entrevista, también confesó: “La calle me enseñó a ser humilde, pero también me hizo fuerte. No hay escenario más honesto que el pavimento”.

Jorge Acuña dedicó más de cuatro décadas a su arte. Viajó, enseñó, formó discípulos en talleres y escuelas independientes, pero nunca se desligó de la calle, su primer amor y su escuela más sincera. “Podría estar en un teatro con luces y telón, pero prefiero el aplauso de una niña que me mira desde la vereda”, dijo con una sonrisa tímida, sin quitarse el maquillaje.

Sus personajes —el anciano que lucha contra el viento, el niño que juega con una mariposa invisible, el obrero cansado que carga el peso del mundo— no eran simples pantomimas. Eran espejos de un país que muchas veces no se detiene a mirarse. Y él, sin pedir nada a cambio, ofrecía esos reflejos todos los días, bajo el sol o bajo la llovizna limeña.

La noticia de su muerte ha conmovido a quienes lo conocieron y a quienes alguna vez se detuvieron, siquiera por un instante, a contemplar su arte. No hay grandes homenajes, no hay titulares ruidosos. Pero en la Plaza San Martín, donde tantas veces detuvo el tiempo con un gesto, alguien ha dejado una flor. Y eso basta.

Porque Jorge Acuña no ha muerto del todo. Vive en cada silencio que conmueve, en cada gesto que dice más que las palabras, en cada niño que se detiene a mirar a un artista callejero con los ojos bien abiertos.

Su cuerpo se ha ido. Su arte perdurará.

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Cultura

César Gutiérrez autor de Bombardero: «Nunca me sentí influenciado por la prosa de Vargas Llosa» [VIDEO]

En un nuevo episodio del podcast de Lima Gris, conversamos con el escritor y periodista cultural César Gutiérrez.

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César Gutiérrez es ampliamente reconocido como uno de los más destacados periodistas culturales del país, pero también —y quizás con mayor intensidad— como un escritor de singular talento que, durante años, ha mantenido un silencio tan enigmático como elocuente. Gutiérrez Rivas no es un autor cualquiera: en 2008 dejó una marca indeleble en la literatura peruana con la publicación de Bombardero, una obra que reveló su formidable capacidad narrativa y lo consagró como una de las voces más potentes y originales de su generación.

Con su libro Bombardero, César Gutiérrez irrumpió en la literatura peruana con una prosa que desafía las convenciones, un torrente verbal tan desbordante como preciso, que evoca y provoca vértigo narrativo.

En una reciente entrevista para el podcast de Lima Gris, conversamos con César Gutiérrez sobre su silencio literario, Mario Vargas Llosa y el periodismo cultural. El autor de Bombardero no se calla nada. Aquí la entrevista completa.

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Cultura

Xavier Bacacorzo: un retrato íntimo

Lee la columna de Hélard Fuentes Pastor

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Por: Hélard André Fuentes Pastor

Recuerdo el día que lo conocí con la nitidez propia de mis veinte años. En ese entonces, presidía el Centro de Estudios Históricos para el Desarrollo Social (CEHDES) “Guillermo Galdós Rodríguez”, que organizó una única actividad: el Primer Congreso Regional de Historia del Arte Popular en la Alianza Francesa de Arequipa.

Durante la organización del evento, y motivado por razones familiares, propuse la participación del doctor Xavier Bacacorzo como ponente magistral. Una noche, lo visité en la Facultad de Filosofía y Humanidades, donde dictaba cátedra. Me acerqué con la ingenuidad de un universitario, mencionando que había sido profesor de mi padre y tras una breve conversación evocando ese recuerdo, respondió a la invitación con una serie de quejas sobre el funcionamiento de la Universidad de San Agustín, cuyo letargo, como lo viví después, ha generado impotencia y frustración en más de uno.

Recuerdo la expresión de decepción en su mirada cuando me dijo: “Participaré cuando estemos en la Católica con doble C”, dando a entender que el evento lo organizaba San Agustín y prefería no asistir. No quise ser cargoso; porque insistir o explicarle ―pensé―, lo impacientaba aún más.

Siempre lo vi y leí con admiración, y quizás por eso, a lo largo de estos catorce años, mi sentimiento de reconocimiento hacia su obra se mantuvo intacto. Su legado no solo se refleja en cerca de una decena de títulos, sino también en una actividad cultural impresionante, especialmente a mediados del siglo XX, y en una valiosa contribución periodística como columnista en diversos medios, entre ellos Arequipa Al Día. Este sentimiento persiste en mí, a pesar de los encuentros y desencuentros que vivimos, tan propios de los intelectuales, artistas y literatos.

Xavier Bacacorzo no era cortesano; no esperaba caer bien ni mal. Comunicaba lo que pensaba, lo que había leído o lo que intuía a través de los astros y sus conexiones espirituales, aunque a veces no lo hacía de la mejor manera.

Un día lo encontré caminando por el Portal de Flores, con una visible cojera que, sin embargo, no le impedía recorrer largos tramos del Centro Histórico. Me acerqué a él, mencionando mi nombre, pero al alzar la mirada, con sus ojos esquivos, no respondió a mi saludo. Esta vez, porfiado, insistí un par de veces, y cerca del quiosco de periódicos en la intersección con la calle Mercaderes, le dije:

—Soy el autor del libro del 50… La lucha del pueblo arequipeño (…).

Con eso, arranqué de sus labios una respuesta.

—Por cierto —dijo—, muy mal escrito.

Yo sonreí y, sin perder el ánimo, le pregunté las razones por las que pensaba eso. Entonces, señalándome el McDonald’s, me dijo:

—¿Tienes tiempo?… Vamos por un café.

Conversamos mucho. Le conté que su hermano Jorge había dado por muerto a un niño en un poema. Le mencioné que había leído sus artículos sobre el movimiento popular de junio de 1950 y que incluso había empleado su división cronológica en mi libro. Creo que también se lo entregué ese día.

Hablamos de poesía, de un poemario que estaba por publicar. Corrigió algunos versos de mi poema Noctámbulo. También conversamos sobre mi tío abuelo, Pedro Luis González, de quien —según me contó— había sido jurado de tesis y quiso sorprenderlo con un trabajo voluminoso (con un “sillar”).

En medio de todo, me preguntó por mi signo zodiacal, entre otras cosas. Luego, avanzamos hasta una fotocopiadora, donde hizo copiar algunos de sus artículos, uno sobre la visita de Pablo Neruda a Arequipa —a quien había recibido personalmente—, y otra a color de una pintura en honor a Francisco Mostajo, a quien retrató en vida.

Antes de despedirse, me dijo:

—Serás mi discípulo.

Yo, que no creía mucho en esas cosas, porque no son de mi tiempo, solo sonreí y le respondí:

—Doctor, creo que cada quien hace su propio camino, pero es un honor escucharlo.

Me lo encontré incontables veces en el Panorámico, en Mercaderes y en San Francisco. A veces, acompañado de su esposa, María Esther Basurco. En una de esas ocasiones, nos detuvimos a conversar sobre Mariano Melgar. Unos estudiantes de antropología lo habían invitado a dar una charla sobre el vate arequipeño.

Me preguntó:

—¿Irás?

—No puedo, doctor, porque en las mañanas enseño en un colegio. Allá… en Mariano Melgar —respondí.

Luego, me preguntó qué tema me gustaría que tratara, y yo le dije:

—Quizás sobre la naturaleza fenotípica o étnica de Melgar, recordando los dibujos que lo representan como un europeo y aquellos que lo muestran como un hombre mestizo con rasgos predominantemente andinos.

La ocasión más difícil ocurrió un atardecer en Mercaderes, a la altura de una sede de la Librería San Francisco. Me acerqué para saludarlo, pero cuando escuchó mi nombre, visiblemente molesto, me dijo que no quería saber nada de mí. Me dejó consternado.

Resulta que unos amigos suyos, abogados, le dijeron que yo había escrito un libro sobre Melgar, cosa que nunca ocurrió, y que, además, no citaba su trabajo. Entonces, traté de aclararle la situación, y creo que logré demostrarle que lo único que había escrito sobre Melgar era un artículo que aparece en mi obra sobre el Cementerio de la Apacheta, y que, aunque no tenía su libro, sí lo citaba. Le expliqué que cómo no lo iba a citar si alguna vez nos habíamos encontrado y conversado al respecto.

—¡Evento al que no asististe! —me dijo.

Y yo le respondí:

—Estaba trabajando, doctor, como le mencioné en aquella ocasión.

Se tranquilizó. Sin embargo, debo confesar que en ese momento experimenté desconcierto. Preocupado por su edad y por el impacto que mi acercamiento pudo haber tenido, decidí alejarme.

Años después, en 2018, organizamos un homenaje a Carlos Meneses Cornejo, con la publicación de un libro sobre su vida y un opúsculo de saludos. Sabiendo que María Esther había publicado en Arequipa Al Día (que dirigió don Carlitos), la invité a escribir unas palabras de homenaje. Grata fue mi sorpresa cuando respondió, además, con un segundo texto suscrito por los hermanos Gustavo y Xavier Bacacorzo. ¡Genial! Y aún más grato fue que asistiera al evento, realizado en la Biblioteca Mario Vargas Llosa, espacio vinculado a un novelista del que discrepó y renegó en más de una ocasión. En medio de la incertidumbre que domina los sentidos, me acerqué y el doctor me saludó con familiaridad. Le dije: «¿Y usted cuándo se deja hacer un homenaje?», mientras me mostraba, de un cartapacio que llevaba en las manos, una serie de artículos y algunas biografías de él, pues su trayectoria aparece en diccionarios locales y nacionales.

Lo más inolvidable aún fue el abrazo que se dieron con Eusebio Quiroz, con quien habían tenido una serie de polémicas académicas sobre temas como la Guerra del Pacífico o la llamada “Revolución del 50”. Ambos se preguntaron cómo estaban y se desearon lo mejor.

Luego llegó la pandemia, y no volví a verlo. Supe de él por los correos electrónicos que compartimos con su esposa, cuando lo invité a participar en el libro Voces de la poesía peruana (Parihuana, 2021).

En ciertos libros, he leído que nació en 1931. En mi antología aparece el año que consulté en registros oficiales, 1930. Sin embargo, en una de nuestras comunicaciones, María Esther me comentó que fue en 1932. Todo en él siempre fue un misterio, lo que lo convierte en un intelectual único, sin igual.

Xavier fue un personaje excepcional por múltiples razones; pero era, en esencia, hombre; un hombre de letras, y ser un hombre de letras implica profundas lecturas, inolvidables diálogos, polémicas, reflexiones humanísticas, aciertos y desaciertos. Por eso, resulta más sencillo comprender al hombre que fue, al que hoy recordamos, porque la congoja y el pesar que acompañan el ocaso de la existencia, nos permiten entender de mejor manera el orden de las cosas, asimilar los recuerdos con reconciliación y valorar esos buenos momentos, apreciando cada circunstancia de aprendizaje, cercanía y alejamiento en nuestras vidas. Xavier fue uno de los personajes de la vieja escuela, cuya obra es clave para comprender los procesos históricos-literarios del siglo XX y una época crucial en nuestra ciudad.

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Cultura

Álvaro Vargas Llosa: su pareja lo deja, la ex contraataca y Bayly opina

Un dolor de muelas en el corazón. Así es la vida amorosa de Álvaro, quien ha tenido que vivir un duelo doble, primero por la muerte de su padre nuestro premio Nobel, y después la ruptura relámpago de su pareja de origen libanés. Aquí los pormenores.

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¿Cuándo se jodió Álvaro? Quizás fue en este 2025 cuando su romance terminó de manera inesperada. O tal vez en 2021 cuando dejó atrás la solidez de un matrimonio de casi treinta años por la aventura de rejuvenecer con una nueva pareja. Sea que Álvaro esté mirando la Gran Vía de Madrid o desde la Diagonal de Barcelona, es muy seguro que ve al mundo desde donde esté como la Avenida Tacna, sin amor.

Nada se va, Nada se fue

 En una carta publicada en el diario El País, el conferencista reveló que su pareja lo abandonó en el momento más difícil de su vida. Según relató, mientras él lidiaba con el dolor de la muerte de Su padre, Mario Vargas Llosa, Nada regresó a su país natal sin ofrecerle ninguna explicación, poniendo fin a su relación de cuatro años.

“Pues te cuento, ya que el diálogo continúa, que, como todos los dramas, el tuyo tiene un toque tragicómico: mientras tú agonizabas, morías y se iniciaba mi duelo, mi pareja… regresó a su país para siempre sin que medie una conversación de despedida”, escribió Álvaro en una carta abierta en El País, titulada “Elogio fúnebre de mi padre”. El ensayista de 59 años no solo rinde homenaje al legado intelectual y humano de Mario Vargas Llosa, sino que también comparte con los lectores el doloroso momento personal que le tocó vivir paralelamente al duelo familiar. En el texto, da entender  que Nada se fue sin ofrecer una despedida o una explicación clara.

De inmediato como si fuesen las mismas Erinnias de Esquilo, aparecieron como glosistas de la carta su ex mujer y su ex amigo (¿?).

La ex esposa contraataca

Con garbo y elegancia, Susana la ex de Álvaro, lanzó un tweet que hace volar la imaginación de los internautas: 

«Dos palabras: Efímero: pasajero, de corta duración y Mentecata: tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón.  A buen entendedor, pocas palabras»

Álvaro Vargas Llosa y Susana Abad.

No solo eso, la ex esposa de Álvaro Vargas Llosa reconfiguró su biografía  en Instagram, llamando la atención de los usuarios en lo que obviamente es una clara indirecta hacia su exesposo: “El mundo es redondo y da muchas vueltas”.

Además, compartió una serie de imágenes acompañadas de frases reflexivas, como “Confía en la intuición, te avisa antes que la razón”, “Que la sed no te haga beber del vaso equivocado” y “Cada uno da lo que tiene en su corazón”.

Álvaro Vargas Llosa y Susana Abad se casaron en 1992 y, fruto de su romance, nacieron tres de sus hijos: Julio, Leandro y Aitana. Sin embargo, después de dos décadas de matrimonio, la pareja decidió separarse en 2021, sorprendiendo al público. La noticia se dio a conocer de manera insólita y poco convencional: Susana, en lugar de hacer un comunicado o de hablar con la prensa, cambió su biografía en Twitter, afirmando que estaba en “proceso de divorcio”.

Como si no hubiera quedado suficientemente claro que su relación con Álvaro Vargas Llosa había llegado a su fin, Susana Abad compartió un mensaje revelador: “Una vez le dijeron: eres muy bella para estar sola. Ella respondió: Nada de eso, soy demasiado maravillosa para estar con cualquiera”. A lo que añadió: “Pues eso”, subrayando de manera definitiva que no había marcha atrás en su decisión.

Una vez consumado el divorcio, no pasó ni un mes para que el hijo mayor de Mario Vargas Llosa presentara públicamente a su nueva pareja: Nada Chedid, una traductora libanesa a quien conoció en 2006 y con la que retomó contacto en 2020, justamente cuando aún estaba casado con la madre de sus hijos. En ese momento, comenzaron a circular rumores que sugerían que la relación con Nada había sido un factor decisivo en la disolución definitiva de su matrimonio.

Nada Chedid y Álvaro Vargas Llosa.

Y para colmo Bayly 

Para el periodista, la revelación de Álvaro resulta inoportuna, y es que no fue el momento para dar un anuncio como este por lo que lo calificó de ‘desatinado’.

“Es una carta preciosa, un texto muy bien escrito y seguramente muy bien leído. Pero, ¿tenía que revelar Álvaro, al final de esta carta de despedida a su padre, que su novia lo había despedido? Yo creo que fue un paso en falso. Creo que fue un anuncio desatinado, inoportuno en esa circunstancia”. Y luego agregó: “Álvaro no debió contar algo tan íntimo, tan personal, en los funerales de su padre. Y es evidente, para mí, que si ya lo había contado y luego tomaba la decisión de publicar el discurso en el diario El País de España, pudo haber suprimido esas tres líneas quejumbrosas. Me parece un paso en falso”.

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Cultura

Día Internacional del Libro 2025: en promedio, menos de dos libros al año lee un peruano

Este 23 de abril se celebrará importante fecha en distintos países del orbe y en comparación con otros países de la región estamos muy por debajo en lectura.

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Uno de los inventos más grande de la humanidad no requiere de electricidad, ni de modernas tabletas, y tampoco del pago de una suscripción, solo sostener en sus manos aquellas hojas que conforman una historia fascinante, misteriosa, reveladora o sumamente intrigante.

Cada libro es una historia diferente, puede que el tema sea el mismo, pero la manera y estilo de escribirlo, y sobre todo de imaginar cómo se desarrolla la trama, hace que ninguno de ellos sea idéntico. También influye la etapa en que lo leamos, ya sea de muy jóvenes, ya adultos o en nuestros años otoñales.

En épocas de inteligencias artificiales, mega computadoras, plataformas que encadenan a las personas a deslizar su dedo de abajo hacia arriba, los libros han quedado relegados en algún rincón de la casa. Ya pocas personas se toman el tiempo de ‘desconectarse’ de la vorágine del mundo entrampado a un enchufe y una conexión a internet; podría calificarse como ‘rara avis’ a aquellas personas (hombres, mujeres o niños) que están en la calle concentrados en algún capítulo de su novela favorita.

A propósito del Día Internacional del Libro a celebrarse este miércoles 25 de abril, cabe recordar que menos del 50 % de peruanos ha leído un libro, según la Encuesta Nacional de Lectura (ENL) realizada en el año 2022, teniendo como universo de encuestados a personas entre los 18 y 64 años.

En estricto, de acuerdo a las cifras arrojadas por la ENL, el peruano en promedio lee 1.9 libros al año, cifra sumamente baja a comparación de otros países en la región. Por ejemplo, en Argentina sus ciudadanos leen 6.4 libros año, de acuerdo a la Cámara Argentina del Libro. En tanto, en Brasil se lee 4.7 libros. Nuestro vecino país de Chile lee en promedio 3.9 libros al año, de acuerdo a data recabada por la Biblioteca Nacional de Chile.

Nuevas generaciones optan por los contenidos digitales. Foto: Gobierno del Perú.

Factores del bajo nivel de lectura en el Perú

Una crítica que se tiene que realizar a todos los padres de familia es el no acostumbrar a sus hijos a coger un libro en su tiempo libre, optando por entregarles un celular para su distracción lo que hace que a la larga se pierda el hábito de la lectura de manera voluntaria.

Otro de los factores es la aparición de distintos medios digitales. Los peruanos se han ‘mal acostumbrado’ a leer solo las portadas y un poco de texto, desechando cualquier otro tipo de información más detallada.

Y cómo no soslayar el hecho de los altos precios de algunos libros, espantando a muchos ciudadanos de querer adquirirlos. Cabe recordar que nuestro país es mayoritariamente informal y acceder a un libro, ganando solamente el sueldo mínimo, puede representar un gasto considerable en la economía de una persona.

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Cultura

Mariana Enríquez: «El Papa era el poderoso más compasivo»

«Una cosa que sí me enseñó Francisco fue a bajar diez cambios con el anticlericalismo» la escritora argentina Mariana Enríquez se despide del Papa Francisco en sus redes con un mensaje de una agnóstica que deja de lado el orgullo y reconoce que hay puntos de encuentro y aceptación en las discrepancias que el magisterio de Francisco dejó. Tal vez aquí empieza el milagro.

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Recientemente vimos un post en la cuenta de la escritora argentina Mariana Enríquez que no pudo dejar de sentir la muerte de Francisco como algo propio:


«Una vez, o dos, lo vi cuando era arzobispo de Buenos Aires en el subte E yendo para la villa. No me caía bien entonces: Jorge Bergoglio tuvo posiciones cuestionables. Cuando lo anunciaron como Papa me asusté. Con los años no me hice más ni menos católica, pero si me di cuenta de que se convirtió en un enorme líder y un buen pastor para sus fieles. Gente que jamás hubiese imaginado que podría siquiera respetar a un Papa le tenía afecto. Me incluyo. Solo conozco las acciones más visibles de su pontificado, porque no me pasé estos años prestando atención: no soy religiosa. Pero me da mucha pena su muerte y me da orgullo que haya sido alguien como Francisco el primer papa de América Latina. Se que estaba en contra de muchas cosas que me parecen elementales, pero está bien, no le pido a la Iglesia que vaya en contra de su doctrina, es un capricho eso. Sí me acuerdo que su primera misa fuera de Roma fue en Lampedusa y habló de los migrantes, una situación que sigue igual y que permanece bastante afuera de la conversación pública. Una vez, en Roma, en una heladería, se dieron cuenta de mi acento, gritaron «como el Santo Padre» y me regalaron un gelatto BENDECIDO. ¿Qué es esa pavada de ahora, de que hay que hablar del muerto y no de uno? ¿Cómo se hace eso? Esas son las necrológicas y las hacen los profesionales. Habrá muchos, espero, que puedan escribir sobre Francisco y dimensionar su figura. Lo normal es recordar lo personal, qué más vamos a hacer, y más aún en la despedida de un gran hombre. Me alegra por él y por los creyentes que haya podido dar la bendición de Pascua en la Plaza. Una cosa que si me enseñó Francisco fue a bajar diez cambios con el anticlericalismo y ser tolerante con los demás, con su fe y sus contradicciones. Los agnósticos somos muy arrogantes y nos creemos por encima del barro humano, a veces. Esta foto del Vaticano en la pandemia es mi favorita. Y ahora CONCLAVE: que DÍAS por delante. Espero que sea mejor que esa película horrenda que le gustó a todo el mundo. Un gran abrazo a mis amigos católicos y a todos los que sentimos que el Papa era el poderoso más compasivo y con más criterio de este Occidente».

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Cultura

Mario: una leyenda

Lee la columna de Alexander Campos Soto

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Conocí a ese señor por mi papá. Vivíamos lejos de la ciudad, en medio de unas colinas que tocaban el paraíso. Y solo los fines de semana íbamos al pueblo por suministros. A mí me gustaba ir, sobre todo, por las películas que pasaban en televisión abierta los sábados y domingos después del mediodía. Y siempre me llevaba alguna sorpresa. Mi hermano Haya —quien vivía con los abuelos— me esperaba en la puerta, corría hacia mí y sacaba de adentro de su polo (holgado como esos que usan los jugadores de béisbol) un VHS. Le he robado a doña Dorila…, me decía riéndose. Doña Dorila era una señora flaquita, de cabeza pequeña como la de un gorrión, y temperamento de hierro. En su casa, estaba nuestro Cinema Paradiso. Ella vendía y alquilaba películas en VHS y, desde luego, las que nos gustaban tratábamos de hacerle olvidar y, rara vez, se la devolvíamos.

En uno de esos fines de semana, papá cogió su carcacha y fue al pueblo sin nosotros. Recuerdo que me enojé mucho pues la semana anterior habían anunciado una película sobre un perro gigante que volaba. Y ya no la podía ver. Entonces, mamá me llevó hasta la casa de la familia Sánchez Quiroz (los únicos que tenían paneles solares en sus techos de teja); pero una lluvia intensa, acompañada de granizo, hacía bailar a la antena parabólica y era imposible terminar de ver la película. La pantalla se veía como bolitas de granizo que estaban golpeando sobre los vidrios de las ventanas.

El lunes, por la mañana, escuchamos la carcacha de papá estacionarse en el patio de la escuela. Yo no lo quería ver, por supuesto; pero Coco, mi otro hermano, se levantó de su cama y fue corriendo a su encuentro. Escuchaba su voz y la voz de mi mamá y la de mi hermano pequeño diciendo: ¿Me has traído el rompecabezas del hombre araña? Y papá se lo entregó y él llegó hasta mi cuarto y me decía: ¡Mira lo que me han regalado! Y bailaba dando vueltas de alegría.

Fui a comer y papá seguía en la mesa. Y cuando me vio, me dijo: Para ti, he traído el mejor regalo. Está ahí, en esa caja. Era una caja pequeña, aún más pequeña que una caja de zapatos de los que él compraba. Inmediatamente, sentí una ligera exaltación. Me había dicho que, si ese año aprendía a resolver una raíz cuadrada, me compraba un minitelevisor, de esos que funcionaban a pilas y tenían la pantalla pequeña, casi como de unas gafas de sol. No podía ser otra cosa; mi sueño se había hecho realidad. Abrí la caja apresuradamente y encontré, en vez de un minitelevisor, un libro de carátula blanca con la fotografía y el nombre de ese señor. Seguí buscando y había más libros parecidos. Entonces, miré a papá y le dije sorprendido: Pero, yo pensé que era el minitelevisor. Y papá, muy sereno, me dijo: Sí, de alguna manera, lo es. Si lees con cuidado y te concentras bien, esas páginas se van a transformar en imágenes, en colores, en voces, en sensaciones; y las podrás ver más claras y reales que las del televisor. Y, ¿dónde las podré ver?, le dije. Enseguida, respondió: Dentro de tu cabeza. Además, puedes tú participar en la historia. Pero, ¿cómo?, le dije. Arreglándola a tu modo, así como de los dramas que inventas con tus compañeros o los cuentos que mamá te leía de más pequeño. Y mamá dijo: ¿Te acuerdas de Ernesto, el niño que andaba a caballo con su papá y era huérfano de madre? Claro que me acuerdo, mamá: el que asistía a un internado y lo cuidaban unos curas. Mamá asentía con la cabeza. ¿Y recuerdas, también, que creábamos otras cosas sobre Ernesto?; que tenía mamá y papá y hermanos y amigos que lo querían. Sí, claro; me acuerdo, mamá. ¿Y quién las inventó? No lo sé, le dije. Y luego, ella pronunció su nombre: Arguedas. Sí, él; claro, mamá. Y ahora, ese señor que ves en las carátulas de esos libros hace lo mismo, inventa muchos Ernestos. Y luego, me alcanzó un libro: Los cachorros, de Mario Vargas Llosa, ese hombre entrecano de mirada seria e imperturbable.

Desde entonces, Mario, me has acompañado toda la vida. Te conozco más de lo que tú crees. Tú no me has visto crecer porque estabas demasiado ocupado pensando sobre este desafortunado país en cual nos tocó nacer. En cambio, yo sí te he visto andar como actor de cine, llevando el nombre del Perú por todos los confines de la tierra; andando como un sol entre las élites académicas más importantes del mundo; diciendo el Perú existe, yo soy el Perú. Y, en verdad, lo eres. Has dado luz al mundo a través de tus historias. Me alumbraste en la etapa más triste de mi vida porque, en algún momento, en mi sueño más irrealizable, quise ser como tú. Pero, un amigo de Arequipa —que te quiere tanto o más que yo— me dijo: Mario solo hay uno. Y aterricé en la realidad.

                Y te cuento, brujo de las palabras, que fue papá quien me hizo conocerte. Y también, hace un par de horas, fue papá quien entró a mi cuarto, con celular en mano y me dijo: Vargas Llosa ha muerto. Lo primero que se hace frente a la incertidumbre es no creer, que es algo imposible que el Perú haya muerto. Y, desde ahora, es demasiado triste saber que ese sol ya no nos alumbra. Saber que ya no te podemos buscar para mirarte desde lejos por los malecones de Barranco o Miraflores. Y Orlando, con sus dos metros de estatura y señalando con su dedo índice a tu casa, ya no me podrá decir: Hoy, veremos a Mario. Pero nunca nos acercamos. Te respetábamos mucho y también sabíamos que el sol nos puede quemar.  Ahora, todos los peruanos —aquellos que fueron tus críticos y nosotros, los devotos— quisiéramos ser cómo tú, Mario: ¡una leyenda!

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