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Cultura

La ciudad y María Santísima; una película de Mario César Castro Cobos (2023)

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Por Aldo Gaspary

“Para el flâneur su ciudad ya no es su patria, sino que representa su escenario.”[1]

“La multitud, como aparece en Poe –con movimientos atropellados e intermitentes–, se describe con todo realismo. Su descripción contiene, a favor suyo, una verdad más alta. Estos particulares movimientos son menos movimientos de la gente que avanza así tras sus negocios, que los movimientos de las máquinas que de ellos se sirven. Con la mirada vuelta a lo lejano, Poe parece haber ido adaptando de ese modo su ritmo a sus gestos y a sus reacciones. Pero el flâneur no comparte esta actitud. Más bien parece que se desconecta; su ir sereno sería no otra cosa que protesta inconsciente contra el tempo del proceso productivo.”[1]

Película experimental hecha a base de escenas recogidas en el deambular por la ciudad de Lima.  El director rescata la tradición del flâneur para realizar un film con lugares y personajes sacados de la cotidianidad. El situarse en ese lugar permite a sus ojos tener una mirada que el viandante sumergido en su cotidianidad ajetreada no se lo permite. Las situaciones recogidas que conforman la película son fruto de una criba entre una serie filmadas en paseos realizados, vagabundeos propios de alguien que se sitúa fuera, escenas que retratan la ciudad y habitantes, en algunos casos especialmente llamativos, desde la óptica que el papel adoptado suscita, hace que se encuentre fuera del trajín o circunstancias filmadas. Estas escenas no están colocadas de manera azarosa, hay un orden, una composición, aunque aparentemente pueda entenderse que, simplemente, son un montón de escenas puestas unas delante de las otras sin ningún criterio, cabe hacerse también esa lectura, no tiene por qué haber un sentido, ¿una especie de cadáver exquisito cinematográfico? O también consideramos viable la posibilidad que, por parte del director, no haya existido voluntad de establecer orden alguno a la hora de seleccionar las escenas y ordenarlas en la película, suponiendo que este fuera el caso, aun así, consideramos válido interpretar nosotros la película como si sí lo hubiera, y de hecho, consideramos válido suponer que dicho orden lo haya dictado el propio subconsciente del director, por lo que, incluso podríamos sostener, por eso mismo, como de mayor valía que si lo hubiera hecho conscientemente. Sea como fuere es muy probable que una vez hayamos terminado de escribir todo esto nos sintamos absolutamente en desacuerdo con las tesis sostenidas. En todo caso, intentamos conjugar algunas de las afirmaciones con las escenas expuestas para proponer una interpretación posible, conscientes que no pretende agotar sus posibilidades ilimitadas de lectura, mi interpretación no pretende defender alguna tesis definitiva que dé punto final al asunto: “La ciudad y María Santísima”, esto es obvio, es un desarrollo tomando como criterio la propia película para elaborar a partir de ahí una interpretación posible, entre otras. Partiendo por lo sostenido al inicio, durante la primera escena, acerca del carácter matricial, como fuente originaria que serviría de patrón creativo para la propia película; me remitió a las tesis sostenidas por Peter Sloterdijk en Esferas I y por, otro, la noción de flâneur desarrollada en Baudelaire y, de ahí, en Benjamín, me han servido para elaborar una interpretación de la película.

 Supongamos que esta es una película-documental hecha como un collage compuesto por recortes de realidad, ordenados de tal manera, que en su conjunto, configuran la trama, ordenamiento de escenas recogidas de la cotidianidad urbana; estas se encontrarían, pues, organizadas semánticamente, de modo que, en su conjunto conformarían un texto, es decir, una determinada trama significativa que se encuentra reunida y organizada de acuerdo a un sentido, que aflora cada vez que la obra acontece, libremente, en una multiplicidad de interpretaciones, siempre en función del registro -de lo contrario no comunicarían nada-, son escenas recogidas al modo del “objet trouvé” por un vagabundo, un paseante, más concretamente por lo que los franceses, y especialmente Baudelaire, llaman: “flâneur”. “Kínico” moderno que deambula por la ciudad, libre de las presiones que somete el capitalismo a la existencia, sujeto que desde la posición marginal en la que se sitúa, recoge y registra unas escenas que, de lo contrario habrían sido vistas por nadie, descontando los testigos presenciales que pudieran haberse encontrado ahí, evidentemente desde la perspectiva de cada uno, en ningún caso la del videógrafo. 

Dentro de esta recepción de escenas, en donde figuran personajes variopintos, predicadores, músicos callejeros, vendedores ambulantes, todos anónimos, aparece el único cuyo nombre figura como elemento componente al título de la película: María Santísima.

Al principio de la película se habla sobre la figura de la madre. Teniendo en cuenta que el nombre del personaje simboliza a la maternidad y conlleva cierta idea de la mujer; virgen, pura, inmaculada, etc. Todos elementos que se suelen identificar con esta figura al interior de nuestra cultura. El personaje, además, sale en la película con una piñata, que es rota en escena, esta tiene la particularidad de ser en forma de una iglesia, en cuya superficie aparece escrita la siguiente frase: “la única [iglesia] que ilumina es la que arde”; todos estos elementos significativos, articulados en su conjunto, interpretamos que tienen un sentido irónico; la piñata en forma de iglesia, lo escrito en su superficie, el pseudónimo del personaje; “María Santísima”, el disfraz de monja que utiliza: y como toda ironía, apela a la inversión; una lectura posible es: la única iglesia que ilumina es aquella que es quemada, destruida, la iglesia como símbolo de la comunidad, de aquella comunidad que se trasmuta y emancipa del gobierno heterónomo de la religión (o de las caras que esta pueda tomar), de la repetición acrítica del prejuicio heredado, mediante la autonomía y el pensamiento crítico. Recordemos que el fuego es también signo prometeico, de ilustración, de la emergencia desde la caverna de la servidumbre al ígneo señorío solar, reino apolíneo ideal de la verdad y de la justicia, sin embargo, lo apolíneo no puede interpretarse jamás ajeno a su pareja dionisíaca, y en esto radica el peligro –pero también su salvación- que late en su seno; Dionisos palpita en la entraña apolínea; atreverse a pensar por uno mismo implica riesgos, recorrer caminos desconocidos, danzar solarmente iluminado al ritmo de Dionisos sin caer en el abismo. Ya no creemos que la razón sea un fundamento absoluto, lo mismo que antes lo fuera Dios, tras la quema de la iglesia no es, por lo tanto, cuestión de sustituir la irracionalidad de una creencia infundada por la solidez de un fundamento irrebatible, toda racionalidad, en última instancia, no puede escapar a los prejuicios y creencias, la muerte de Dios, por lo tanto, no ha supuesto la salida de una perspectiva absoluta, pero falsa, para entrar en una perspectiva absoluta, pero verdadera, la sustitución de Dios por la Razón fue la de sustituir, un absoluto por otro, si bien Dios había muerto, todavía permanecíamos bajo su sombra, por eso, su muerte significó la cancelación a cualquier posibilidad de perspectiva absoluta que nos pudiera brindar la seguridad de una base sólida que nos procurara certezas “claras y distintas”. No es posible alcanzar una “verdad objetiva”, pero esto tampoco significa que la verdad sea “subjetiva”, ni una cosa ni la otra porque la verdad acontece en una relación, no hay objeto sin sujeto así como tampoco hay sujeto sin objeto, y luego, no es que estos respectos sean previos a su vinculación, es al revés, el entre en el que acontece el des-ocultamiento, la apertura, el claro es previo a su separación, lo que yace encima y lo que yace debajo son en su relación, es esta la que los constituye como tales, lo que más bien hay es una emergencia al unísono de la cosa y del decir. Emergencia que acontece dentro de un determinado horizonte, al interior de un juego de lenguaje, o como generador de uno nuevo, en función de una gramática de la que se alimenta y regenera, dentro de una trama de respectividad, sin embargo lo comprendido en una lengua siempre es provisorio, inestable, histórico, falible, encarnado y en función de una vida, mediante la cual un determinado lenguaje se piensa y procura comprender la alteridad que es sí misma, un mundo, una determinada perspectiva que trasciende histórica y espacialmente la individualidad y la determina. La verdad brota desde la falsedad, esta es su esencia, motivo por el que siempre acecha el peligro de un develar incorrecto[2], la no-verdad señala los límites del propio des-ocultamiento en un doble sentido, en tanto que ocultamiento inherente a la propia des-ocultación (todo aquello que se oculta tras lo des-oculto), y como la apariencia (fuente del error, de lo falso, del paralogismo, del equívoco, etc.) contrapuesta al fenómeno (el presentarse algo siendo lo que es).[3]

Tras la primera escena en la que se trata el tema de la madre, le siguen otras en la calle, los primeros personajes en aparecer tienen en común el tema de lo religioso, escape, en muchos casos, ante la insatisfacción y la miseria del mundo que les ha caído en suerte; frente al báratro que ha secuestrado los destinos de muchos hombres y mujeres en la ciudad, fruto de sus condiciones materiales, y, por ende, de naturaleza insoslayable, optan por la huida hacia el futuro frente a la miseria del presente.

¿Qué sentido tiene todo esto? tiene que haberlo, aunque sea mentira. Algunos personajes que aparecen en la película son representantes de una realidad socioeconómica trágica, en la que se agudiza en mayor medida que en otra parte un dilema existencial entre la alienación o el suicidio. En otros, como la sesión de fotos de los novios, ellos son la muestra de los que prefieren mantenerse sumergidos (o sea, también alienados) en la seguridad que les brinda la tradición (religiosa), optan por repetir el ritual aprendido.

La ruptura de la (iglesia) piñata puede entenderse también como la simbolización de un acto de rebelión, de una ruptura respecto a una moral de rebaño -la iglesia simboliza a una determinada grey-, performance similar a la del flâneur, frente a la asfixia susceptible de generar determinadas (de)formaciones, es decir, imposiciones de ordenamiento, en el sentido que pueden ser vividos como domesticaciones realizadas por instituciones represivas, castrantes, tales como la iglesia o el cuartel; el colegio, en muchos casos, son espacios formadores del espíritu de masa gregaria y emasculante, especialmente en los colegios de perfil militar o religioso[4][5].

 En otra escena, nuevamente en el mismo salón que aparece el principio de la película, también la imagen tiene el mismo efecto caleidoscópico que aquella, pero de manera más acentuada; ahora el tema es la imagen de uno mismo. En algún momento se dice, glosando a Sartre: “el infierno son los otros porque el espejo son los otros”. Nosotros sostenemos que toda obra de arte, en tanto creación de un poeta, sería su autorretrato, el autor se reflejaría en su obra a semejanza de un espejo, en el sentido que, independientemente a que el tema no sea él mismo, su propia creación supone proyectarse, es una criatura surgida desde su propia identidad, desde su propia entraña, efecto de sus afectos, desde el horizonte que constituye su presencia y que emerge desde lo que está siendo sido, que condujo a cierto presente del cineasta cristalizado en el film, pero este no es un volcarse del sujeto-artista en la obra, él solo participa de un camino ya caminado, la obra es un juego que, como todo juego, comprehende a sus participantes y él es sólo uno de ellos, en ese sentido, para jugar bien, debe ceñirse a las reglas que le impone.

Peter Sloterdijk nos recuerda que la fabricación de espejos de manera industrial es algo reciente, y, por lo tanto, nuestra familiaridad con ellos también; hasta hace relativamente poco tiempo eran utensilios de lujo que no podía tener cualquiera, este hecho nos indica que la experiencia directa de familiaridad y comprensión que tenemos de nuestro propio rostro -identidad- gracias a que nos podamos mirar a través de estos es un hecho reciente, seguramente las personas habrían tenido la experiencia de verse reflejadas ocasionalmente en charcos de agua o en algún metal pulido y brillante, por ejemplo, pero dichos eventos no se darían con la misma asiduidad con la que nosotros nos solemos mirar en espejos actualmente, esto explicaría porqué Narciso podría sorprenderse ante la imagen de su propio rostro y creer que era de otro. Lo que entendemos quiere señalar Sloterdijk con esto es que la idea que podíamos tener de nuestro propio rostro no es algo que dependiera de nosotros, sino que era una construcción social, pero que, en realidad, lo sigue siendo, porque esta se desarrolla en nuestra interrelación social constantemente, aunque siempre esa interrelación se da con cuerpos diferentes. La identidad que proyectamos en nuestras obras se hace patente en el estilo. Pero ese “rostro reflejado” en la obra, en tanto que la obra se pone en obra, en tanto que acontece, es decir, en su interpretación, lo proyectado, que es el cariz reflejado de la identidad del artista en su propia obra, se difracta, porque lo pensado en el texto es co-pensado por el espectador.

 “Lo que un día será mi yo parlante es un desarrollo de aquel tierno lugar al que aprendí a volver mientras el con estaba ahí cerca. El que da sombra precede en cierto modo al que la recibe. En tanto existe él, existo yo también. El con es lo primero que existe y que permite existir. Si tengo en mí los medios para pasar de ser también a ser yo, es, no en último término, porque el con me ha hecho sentir el lugar en el que he comenzado a asentarme aquí como ser complementable, que siente hacia el otro lado, polarmente abierto. […]”.[6]

Aquello que Sloterdijk llama “con” haría referencia a la configuración estructural que se daría a partir de la vivencia placentaria durante nuestra gestación, es decir, de carácter no cósico, que constituye el primer trazo de nuestra vivencia de espacialidad, con la particularidad que en los seres humanos esta se desarrolla lingüísticamente y, en ese sentido, propiamente podemos considerarla mundo y no meramente hábitat, como ocurre con el resto de los animales. Es en función de esta primera experiencia vital, de esta primera vivencia, que derivarían las siguientes, primero, en tanto ser complementable, y luego en tanto ente que necesariamente se encuentra en una relación con un ente intramundano, un instrumento o instrumentos y un equipo de instrumentos interrelacionados de acuerdo a una determinada respectividad, esto es, de acuerdo a una determinada interpretación, una determinada trama de significatividad, de sentido, pero también en tanto entes sociales que establecemos relaciones con otros coexistentes, en tanto que podemos coestar con otras coexistencias que están/son-en-el mundo en el mismo mundo que nosotros, pero desde su propia perspectiva, claro está. Siguiendo esta misma lógica esferológica concebida por el profesor de Karlsruhe, esta experiencia, en tanto que habitantes estructurales, esto es, desde siempre, de una determinada espacialidad que nos constituye existencialmente y que es lo que Heidegger denomina “mundo”, que define como uno de los momentos estructurales de una totalidad no posible de descomponer: “ser-en-el-mundo», espacialidad, que en el seno materno nos cobijó, puede producir una especie de sentimiento de añoranza que se encuentre detrás de nuestras búsqueda del sentido de la totalidad, y es también la condición de posibilidad de la floración de lo divino ante ciertas derivaciones de la imaginación entre las consciencias que habitan al interior de la ciudad. Este animal, que habla y en tanto que habita en su propia lengua coestá con divinos y mortales, con fantasmas, demonios, y ángeles, porque el parto nos produce un vacío existencial que necesitamos negar de algún modo, de ahí los muñecos infantiles, las almohadas, las frazadas, también los muñecos vudú, los fetiches, y en general cualquier modo de alteridad, como la propia película.

 La estructura que esta abre da pie al juego de lenguaje filmográfico en el que el director desempeña el papel de una especie flâneur, ese es el rol que aquí cumple, modo de ser que ha recogido del mundo en el que habita, lo cual conlleva que hereda una determinada sensibilidad desde la que se detiene y comporta, y a la luz de la cual se puede leer su obra, otro participante es el espectador, otro, el lector, otros elementos que pueden entrar en juego en su puesta en obra son los referentes anteriores a la película, lo sepa o ignore su creador, actores que han recorrido ya su camino, aunque siempre de un modo diferente, cada caminante hace su propio camino, aunque para que eso sea posible es necesario que haya habido anteriormente otros caminantes, una tradición, tal podría ser aquí el caso del fotógrafo Eugène Atget. Son todos elementos que forman parte del mundo desde donde la obra surge y con los que articula constelaciones cada vez que se pone en juego, juegan también significativamente en la puesta en obra las posteriores que dialoguen con ella, como lo podría ser este texto. Todos los integrantes hacen, cada vez, el juego que es la obra. Juego que se realiza también bajo la forma de una relación con lo divino que los primeros personajes filmados, tras la escena caleidoscópica del inicio, manifiestan, al margen que dicha relación sea o no auténtica. Esto, respecto a las afirmaciones que sobre el tema de la madre se hicieron al principio de la película y de la cuestión del paso desde el origen que es la madre, se tiene en cuenta la complejidad de todo lo que simboliza[7], pero también lo que dicha experiencia significa para la existencia humana, en tanto que con. Todo inicio determina y, al menos, en este caso, estructura lo que va a venir después.

W. Benjamín[8] sostiene que, en el siglo XIX surge una temática artística, que nacería a partir de la literatura fisiológica, para diseminarse en otras manifestaciones, como la pintura o la fotografía. Adopta su nombre a partir de una frase: “el escritor una vez pone el pie en el mercado, mira el panorama en derredor”, la que enfatiza en una comprensión de lo panorámico en un sentido móvil (diorama). El flâneur, personaje que haría “botánica al asfalto”situado entre Dionisos y un mercader, se identificaría con el arte de panorama en su apacibilidad, él mismo se identifica con dicha figura; consideraba que el vagabundear entre la multitud era un antídoto al aburrimiento. Constantine Guys, a quien consideraba “paradigma del dandi”, pensaba que la única posibilidad para aburrirse entre la multitud es ser un imbécil. Según W. Benjamín para el flâneur lo exterior es lo interior. Justamente nuestra experiencia de lo interior y exterior hace referencia a configuraciones existenciales de nuestra espacialidad existencial que, de acuerdo con Sloterdijk, habrían tenido su génesis durante nuestra gestación. El hogar, lo hospitalario y familiar que ésta nos pueda resultar, que, a su vez, implica lo in-hóspito, tendría como fuente patronal a nuestra propia vivencia gestante en el vientre materno. Para Benjamín, siguiendo a Baudelaire, el flâneur, tendría como interior a la propia ciudad. Deambula como observador por la ciudad, al margen de la masa, mantiene su aislamiento aun inmerso en medio de las aglomeraciones. El flâneur, señala el filósofo judío, contempla los adoquines grises y el trasfondo gris del despotismo; al respecto agrega:

“La ociosidad propia del flâneur es una activa manifestación que se enfrenta a la actual división del trabajo.”[9]

Película


[1] Walter Benjamín; Obra de los Pasajes; J, 60 a, 6

[2] Cerezo Galán, Pedro; “Arte, Verdad y Ser en Heidegger”; 1963; p. 133

[3] Seminario sobre “El Origen de la Obra de Arte” dictado por el profesor Alejandro Escudero

[4] La propia “María Santísima” ha testimoniado públicamente su experiencia  en un colegio de monjas durante su infancia y pubertad.

[5] Lo cual no implica que yo descalifique la educación en general, todo lo contrario, considero que puede ser también un ejercicio fundamental para una domesticación del humano en función de su propio gobierno, libertad, y convivencia armónica con los otros miembros de la comunidad, dicho con otros términos, la educación también puede canalizarse hacia la forja de la autonomía moral, si bien la educación es un proceso que no culmina en el colegio, sino que prosigue a lo largo de la vida, y que tiene que ver con el desarrollo indefinido e histórico de la comprensión, en el seno de un horizonte-mundo.

[6] Sloterdijk, Peter; “Esferas I”; 2009; p.325

[7] Prejuicio que determina significativamente y forma parte de la gramática desde la cual el cineasta poetiza, constitutivo de la significatividad que conforma el mundo que comparte con una determinada comunidad y que, a su vez, es momento estructural de su ser, en tanto ser-en-el-mundo, horizonte desde el cual la obra opera y cuya operación cabe modificarlo parcial o superarlo totalmente, es decir, hacer época. La película, en tanto puesta en obra de una obra de arte es, en tanto se pone en juego, la apertura de un Mundo en su pugna con la Tierra (Confróntese: Martin Heidegger; “El Origen de la Obra de Arte”; 2016); la lucha entre lo apolíneo y lo dionisíaco que hemos comentado ha de entenderse en este mismo sentido.

[8] https://www.youtube.com/watch?v=ZbcrXYiRJp0

[9] Walter Benjamín, Obra de los Pasajes, M 5, 8

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Cultura

Un amigo escritor para Hitler: El obituario del Premio Nobel 

Lee la columna de Hans Herrera Núñez

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Si usted cree que Vargas Llosa es controversial, es porque no conoce a Knut Hamsun. Se cumplen 80 años en que el 30 de abril murió Hitler en la Cancillería de Berlín. Una semana después, en Noruega, la leyenda de la literatura escandinava, Hamsun, escribiría un obituario en honor del Gran Dictador de Europa.

Hamsun en 1945 tenía 86 años, el famosos novelista y premio Nobel, era una leyenda viviente entonces, autor de obras maestras como Hambre y Pan que desarrollan la novela psicológica heredera de Dostoievski en una exploración acertada del monólogo interior de sus protagonistas.

Durante el ascenso de Hitler y luego durante la ocupación de Noruega por Alemania, el inmortal escritor se mostró favorable a Hitler.

El obituario de Hitler

Knut Hamsun escribió en mayo de 1945, estando la guerra perdida, un obituario de Adolf Hitler en el periódico Aftenposten. El panegírico de Hamsun a Hitler sirvió como artículo principal del periódico colaboracionista sobre la muerte de Hitler.

El breve obituario dice en su totalidad:

«No soy digno de hablar en nombre de Adolf Hitler, y su vida y sus acciones no me incitan a ninguna provocación sentimental. Hitler fue un guerrero, un guerrero por la humanidad y un predicador del evangelio de la justicia para todas las naciones. Fue un reformador de primer orden, y su destino histórico fue actuar en una época de brutalidad sin igual, que al final le falló.

Así puede el ciudadano europeo occidental mirar a Adolf Hitler. Y nosotros, sus seguidores más cercanos, inclinamos la cabeza ante su muerte”, escribió Knut Hamsun.

El obituario se publicó la noche del 7 de mayo de 1945, una semana después de la muerte de Hitler.

Cuando su hijo Tore le preguntó sobre el motivo de este obituario, Knut Hamsun respondió: “Fue un gesto de caballerosidad hacia un gran caído”.

Para el propio Hamsun, el obituario y otras declaraciones y escritos llevaron a su arresto poco después del fin de la guerra. Sin embargo, los cargos en su contra se suavizaron cuando el profesor Gabriel Langfeldt y el médico jefe Ørnulv Ødegård determinaron que tenía “capacidades mentales permanentemente deterioradas”.

Antes de morir fue acusado de traición y finalmente fue seriamente multado y calificado de loco. En 1948, tuvo que pagar una suma ruinosa al gobierno noruego de 325.000 coronas (65.000 dólares o 16.250 libras esterlinas en aquel entonces) por su presunta afiliación al Nasjonal Samling y por el apoyo moral que brindó a los alemanes, pero fue absuelto de cualquier afiliación nazi directa. Si era miembro del Nasjonal Samling o no, y si sus capacidades mentales estaban deterioradas, es un tema muy debatido incluso hoy en día.

Hamsun declaró que nunca migró a ningún partido político. Escribió su último libro a los 90 años, Paa giengrodde Stier (Sobre senderos cubiertos de maleza), en 1949, un libro que muchos consideran una prueba de su capacidad mental.  En él, critica duramente a los psiquiatras y a los jueces y, con sus propias palabras, demuestra que no está enfermo mental. Hamsun murió en 1952.

Después de la guerra, los noruegos quemaron libros de Hansum y su recuerdo sigue siendo espinoso entre sus compatriotas. Como dijo una escritora de su país, ningún noruego habla abiertamente de Hansum pero todos tienen al menos un libro suyo en casa.

El autor danés Thorkild Hansen investigó el juicio y escribió el libro “El juicio de Hamsun” (1978), que causó revuelo en Noruega. Entre otras cosas, Hansen declaró: “Si quieres conocer idiotas, ve a Noruega”, pues consideraba indignante ese trato al veterano autor ganador del Premio Nobel. En 1996, el cineasta sueco Jan Troell basó la película “Hamsun” en el libro de Hansen. En “Hamsun”, el actor sueco Max von Sydow interpreta a Knut Hamsun; su esposa, Marie, es interpretada por la actriz danesa Ghita Nørby.

El profesor Atle Kittang, de la Universidad de Bergen, escribió sobre el legado de Hamsun en el sitio web del Centro Knut Hamsun. Afirmó que existían razones complejas detrás de la publicación del obituario por parte de Hamsun. Señala que, tras su único encuentro en 1943, Hitler no ocupaba un lugar destacado en la evaluación de Hamsun. En consecuencia, Kittang cree que el obituario debería considerarse parte de la necesidad de provocación de Hamsun, como lo demuestran su vida y obra.

Hamsun, la leyenda de la literatura

Más de medio siglo antes, un joven Hamsun se oponía al realismo y al naturalismo. Argumentaba que el objeto principal de la literatura modernista debía ser la complejidad de la mente humana, que los escritores debían describir el «susurro de la sangre y la súplica de la médula ósea». Hamsun se convertiría muy pronto hacia 1800 a ser considerado el «líder de la revuelta neorromántica de principios del siglo XX». 

Entre sus admiradores se encontraban Thomas Mann, Hermann Hesse, Robert Musil, Arthur Schnitzler, Jakob Wassermann, Stefan Zweig, Martin Buber, Arnold Schoenberg y Alfred Einstein. Todos ellos contribuyeron a la publicación conmemorativa que se publicó en Alemania con motivo del 70º cumpleaños de Hamsun. Al Festschrift publicado en Noruega con el mismo motivo también contribuyeron Maxim Gorki, Gerhart Hauptmann, Heinrich Mann, Tomáš Garrigue Masaryk y André Gide. Otros admiradores incluían a Ernest Hemingway, Franz Kafka, John Galsworthy, Henry Miller e incluso el joven Bertolt Brecht. Uno de los periodistas y escritores más conocidos de Alemania en aquel momento, Kurt Tucholsky, también confesó en un breve artículo en el Vossische Zeitung del 1 de enero de 1928: “Kurt Tucholsky ama… a Hamsun”

Todo empezó en 1888, cuando el barco de vapor danés Thingvalla en que viajaba un Hamsun pobre y desconocido se encontraría con la musa. Fue en ese viaje en que su barco estuvo amarrado en Kristiania durante un día en su camino de EEUU a Copenhague, que dicha ciudad danesa le trajo recuerdos desagradables del año 1886, cuando tuvo que soportar allí un duro período de hambre, sin trabajo. Hamsun no abandonó el barco y esa noche escribió las primeras líneas de la novela, que ya capturan la atmósfera opresiva de todo el libro: 

«Fue en ese tiempo cuando yo vagaba y me moría de hambre en Cristianía, en esa ciudad extraña de la que nadie se va hasta que ha sido marcado por ella”.

En Copenhague alquiló una habitación en el ático y, padeciendo nuevamente hambre, continuó escribiendo. Presentó el manuscrito inacabado a Edvard Brandes, el editor de arte del periódico Politiken. Profundamente conmovido, Brandes persuadió a Carl Behrens para que publicara partes del libro de forma anónima en la revista danesa Ny jord (Nueva Tierra) en noviembre. La obra llamó inmediatamente la atención por la radicalidad de su representación y su ruptura con el concepto aún joven del nuevo realismo. La revista Dagblad pronto reveló el misterio que rodea la identidad del autor. Hamsun continuó trabajando en la obra, que fue publicada íntegramente, aunque todavía de forma anónima, en 1890. Ese mismo año fue publicada en traducción alemana por Samuel Fischer.

Hambre narra en primera persona el declive físico y psicológico de un joven escritor y periodista fracasado en Kristiania, la actual Oslo. De vez en cuando logra vender un artículo a un periódico, pero sus ganancias rara vez son suficientes para cubrir comida y alojamiento, por lo que deambula por la ciudad hambriento y a veces incluso sin hogar. Al intentar ocultar su precaria situación, el narrador en primera persona la empeora aún más. Describe su estado mental con gran detalle y de forma vívida; Su estado de ánimo fluctúa entre la depresión, la euforia, la desesperación y la vergüenza.

El narrador anónimo en primera persona sale de su habitación y camina sin rumbo por Cristianía. Cuando conoce a un hombre pobre, a pesar de su propia situación, empeña su chaleco y le da la mayor parte del dinero que recibe. Poco después, persigue a una mujer,  luego busca un empleo y fracasa, después se le ocurre un texto brillante y escribe lo que intuyo es una obra maestra, envía el manuscrito a un editor, sin un centavo y viviendo en la calle se le ocurre entrar furtivamente a la habitación que alquilaba y de donde lo echaron por deudor, y es entonces que descubre una carta, su libro tiene suerte y le han adelantado 10 coronas. Aquí empieza la historia.

El autor y crítico danés Erik Skram elogió la obra como un “acontecimiento literario de primer orden”, y el crítico noruego Carl Nærup escribió en 1895 que “sentó las bases de una nueva literatura en Escandinavia”. Muchos críticos consideran que la novela es la mejor obra de Hamsun. El autor se hizo famoso de la noche a la mañana, fue un invitado bienvenido en los círculos intelectuales y fue invitado a dar lecturas en los EE.UU.

Influenciado por la psicología de Dostoievski (el narrador recuerda ciertos rasgos de Raskolnikov, el antihéroe de Crimen y castigo, pero también protagonista de El sótano) y por el naturalismo de Zola, Hamsun, en Hambre, prefigura también los escritos de Kafka y de la literatura existencialista del siglo XX.

Recepción en el siglo XXI: En su novela de 2017 Suleika abre sus ojos, Gusel Jachina retoma una imagen de Hamsun: la gente intenta superar el hambre cortándose con un cuchillo y chupándose la sangre de los dedos.

Respecto a esta raza de artistas vagabundos descrito en Hambre, Virginia Nicholson escribe en Among the bohemians: Experiments in Living 1900-1939:

«Después de cincuenta años podríamos juzgar que la pobreza de Dylan Thomas era noble, mientras que la de Nina Hamnett no tenía sentido. Sin embargo, una artista menor y sin dinero se vuelve igual de famélica que un genio. ¿Qué los impulsó a hacerlo? Creo que tales personas no sólo escogieron el arte, sino también la vida de artista. El arte les ofreció un estilo de vida diferente, uno que creyeron les compensaba de la pérdida de comodidades y respetabilidad».

Tal vez Hamsun viera en Hitler a aquel artista frustrado que como él vivió el hambre y la soledad del anonimato en esa otra Christiania llamada Viena.

«En aquel tiempo tenía hambre y vagaba por Christiania, esa extraña ciudad de la que nadie sale sin llevar sus marcas…»

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Cultura

El poeta y el mimo

Lee la columna de Edwin Sarmiento

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Por Edwin Sarmiento

(Estando yo en un pueblito, por las alturas de Lima, y sin Internet, se murió mi amigo Jorge Acuña, el mimo más grande que tuvimos en la década del 70 en el Perú. Se nos fue a la edad de 94 años. Las redes sociales se llenaron de nostalgia al informar de este desenlace. Y pensar que Jorge era un tipazo fuera de serie. Hace cuatro años yo publiqué en mi muro una semblanza de dos amigos: el poeta Reynaldo Naranjo y el mimo Jorge Acuña, con quienes aparezco en una fotografía de esas que nos tomamos, casi siempre, con el corazón. Muerto Naranjo, hace unos años, y ahora Acuña, hace unos días, deseo compartir este texto a modo de homenaje a ambos y a esas épocas doradas que nos tocó vivir)

I

Debió ser en la Casa de la Literatura, al costado de Palacio de Gobierno, cuando algún amigo nos tomó esta fotografía. No recuerdo, exactamente, el año. Aquí estoy junto al poeta y periodista Reynaldo Naranjo y el actor peruano, mimo y promotor del teatro de la calle, Jorge Acuña (al centro y de pelo cano). Él debe estar cumpliendo, ahora, 91 años, en Suecia, donde radica, mientras que Naranjo nos dejó cuando tenía 84, hace dos años, al ser atropellado por un camión, cuando cruzaba, una mañana, la avenida Benavides, en Miraflores. Con ambos alterné en situaciones distintas de mi vida. Al poeta lo recuerdo con la sonrisa y picardía criolla, permanentes. Fue uno de los mejores tituleros que tenía el periodismo de los 70. Convivieron en él la creatividad del poeta social, con la neurosis de los cierres de edición en las salas de redacción de diarios y revistas, en los cuales trabajó como periodista. Cuando coincidíamos en el bar Palermo de la Av. Colmena, yo recitaba este poema, escrito en 1968:  (A un edificio en construcción) “Obreros y cemento/ curiosos e ingenieros/ ingresan a la gran mezcladora// Mientras el ruido gira/ va naciendo el gigante/ hijo robusto/ que ha de crecer/ hasta el veintavo piso// Danza de músculos/ de cerebros y días// Nos pararemos/ en el piso más alto/ tal los conquistadores/ de las altas montañas// Alzaremos los brazos/ para tocar el cielo/ y el flamante ascensor,/ como nave dorada,/ nos dejará en la tierra/ con las manos vacías// Vendrá la burocracia// Gerentes, policías,/ padrinos y ahijados// Contratarán porteros/ y nos serán cerradas/ las puertas que pusimos” Luego de un reverencial silencio, yo preguntaba, ¿recuerdas quién escribió este tremendo poema? Y él, soltando esa carcajada que llegaba hasta la Casona de San Marcos, decía, creo que fue un tal Reynaldo Naranjo. Y yo gritaba: ¡respuesta correcta! Junto a César Calvo, Javier Heraud, Arturo Corcuera, Mario Razzeto fue una las figuras representativas de la denominada generación del sesenta. Naranjo, Calvo y el poeta uruguayo Alfredo Zitarrosa fundaron, en algún momento, la Casa de la Poesía, en el distrito de Barranco. Luego, grabaría con Calvo y el músico Carlos Hayre, el disco Poemas y Canciones, que los muchachos de entonces, escuchábamos en el LP que circulaba de mano en mano, prestadito nomás.

II

Jorge Acuña es un tipazo, un actor de primera, un mimo que empezaba su función, al aire libre, en la plaza San Martín, a las tres de la tarde. Lo hacía colocando, primero, un letrerito sobre cartón y escrito a plumón que decía: «Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él” (César Vallejo). Luego, procedía, lentamente, a maquillarse la cara, mientras los curiosos se iban aglomerando, formando un semicírculo que él había trazado, previamente, con tiza, muy cerca del monumento al libertador San Martín. Las tardes, si eran de invierno, empezaban a calentarse a medida que la gente, mayormente de rostro cobrizo, empezaba a compactarse codo a codo, hombro a hombre, uno detrás de otro, hasta que empezaba la función. El mimo iniciaba su trabajo con una explicación sobre el teatro, señalando la función del artista en un país pobre como el nuestro, la necesidad de que el buen arte debería salir a las calles a buscar al pueblo, lejos de esperar en salas pequeñas y selectivas, sólo al alcance de quienes podían pagar una entrada y en este chamullo, que la gente escuchaba en silencio, el actor terminaba citando a Vallejo, a Mariátegui, también al Che Guevara, a Marx y a un largo etcétera marxista, maoísta, pensamiento Mao Tze Tung. Y sus amigos, que no éramos pocos, nos arrancábamos con unos aplausos, seguidos por un público que por casualidad pasaba, esa hora de la tarde, por la plaza San Martín. Ya en el “tempo” exacto del buen arte, Acuña se arrancaba con su lenguaje corporal moviendo manos, brazos y piernas, o abriendo los ojos, lo más que podía, o cerrándolos, si sus historias tenían que ver con trepar las paredes, abrir las puertas, cocinar una sopita, asombrarse de algo o soportar el terror de una mala noticia, en fin. El público reía a rabiar, comentaba en voz alta, aquello que el mimo los iba describiendo, en silencio, sólo con el movimiento de su cuerpo. Dos horas más tarde, el público seguía aplaudiendo y él decía que al artista no había que explotarlo, porque era un trabajador como cualquiera y tenía derecho a ser recompensado. Aclaraba que esa recompensa sería voluntaria y gracias por su apoyo, compañeros. Es cuando sus ganchos, o sea, nosotros, le ayudábamos a pasar el sombrero entre el público que iba soltando un sol, dos soles, una china, a veces un caramelo, como después descubriríamos al hacer el recuento en el bar Palermo, a eso de las seis de la tarde, cuando, en una mesa, hacia el extremo del bar, nos instalábamos para acompañarlo hasta pasada la medianoche. Él formaba montoncitos de diez soles cada uno y cuando ya no había nada que contar, Acuña, separaba la mitad de lo que había en la mesa, lo guardaba en un bolsillo y decía que el resto sería para disfrutar la noche y así era.  Ahora que ya no estará con nosotros, me viene la nostalgia. Fue un tipazo.

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Cultura

Rodolfo Muñoz, un modelo desnudo lleno de historias [VIDEO]

Un recuerdo del querido personaje bellasartino.

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El jueves 24 pasado se conoció el fallecimiento del Hércules de Bellas Artes. Rodolfo Muñoz trabajó por más de 60 años en la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú, su trabajo era despojarse de su ropa para que los alumnos de la ENSABAP lo inmortalicen con sus primeros trazos.

En el reciente podcast de Lima Gris, Edwin Cavello y Luis Felipe Alpaca recordaron lo entrañable del querido personaje que fue pintado por maestros como Humareda, Szyszlo, Tilsa, Tola, Ángel y Gerardo Chávez, entre otros.

Aquí el podcast especial sobre Rodolfo Muñoz.

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Cultura

Falleció Jorge Acuña, el mimo que habló con el alma

Su familia confirmó el deceso. El extrañable personaje falleció a los 94 años en la ciudad de Estocolmo en Suecia.

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El Perú ha perdido una de sus almas más silenciosas. Jorge Acuña, el emblemático mimo peruano que durante varios años convirtió la Plaza San Martín en un escenario de poesía muda, falleció recientemente, según confirmó su familia. Tenía el don raro de decir mucho sin palabras, de conmover sin un solo sonido. Hoy, el eco de sus gestos queda flotando en el aire como un susurro entre adoquines y palomas.

Acuña fue más que un artista callejero; fue un testigo del tiempo. A finales de los años sesenta, cuando el país se debatía entre la incertidumbre política y la efervescencia cultural, él apareció como un oasis de belleza en medio del caos. Su rostro pintado de blanco y sus movimientos precisos eran una forma de resistencia, una poesía viviente que se ofrecía gratuitamente a todo transeúnte que supiera detenerse a mirar.

“Ser mimo no es disfrazarse, es desnudarse”, dijo alguna vez en una entrevista para Lima Gris. Esa frase —que hoy resuena con una fuerza mayor— resume la filosofía de vida de Acuña: el arte no como espectáculo sino como verdad desnuda, como entrega absoluta. En esa misma entrevista, también confesó: “La calle me enseñó a ser humilde, pero también me hizo fuerte. No hay escenario más honesto que el pavimento”.

Jorge Acuña dedicó más de cuatro décadas a su arte. Viajó, enseñó, formó discípulos en talleres y escuelas independientes, pero nunca se desligó de la calle, su primer amor y su escuela más sincera. “Podría estar en un teatro con luces y telón, pero prefiero el aplauso de una niña que me mira desde la vereda”, dijo con una sonrisa tímida, sin quitarse el maquillaje.

Sus personajes —el anciano que lucha contra el viento, el niño que juega con una mariposa invisible, el obrero cansado que carga el peso del mundo— no eran simples pantomimas. Eran espejos de un país que muchas veces no se detiene a mirarse. Y él, sin pedir nada a cambio, ofrecía esos reflejos todos los días, bajo el sol o bajo la llovizna limeña.

La noticia de su muerte ha conmovido a quienes lo conocieron y a quienes alguna vez se detuvieron, siquiera por un instante, a contemplar su arte. No hay grandes homenajes, no hay titulares ruidosos. Pero en la Plaza San Martín, donde tantas veces detuvo el tiempo con un gesto, alguien ha dejado una flor. Y eso basta.

Porque Jorge Acuña no ha muerto del todo. Vive en cada silencio que conmueve, en cada gesto que dice más que las palabras, en cada niño que se detiene a mirar a un artista callejero con los ojos bien abiertos.

Su cuerpo se ha ido. Su arte perdurará.

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Cultura

Czar Gutiérrez autor de Bombardero: «Nunca me sentí influenciado por la prosa de Vargas Llosa» [VIDEO]

En un nuevo episodio del podcast de Lima Gris, conversamos con el escritor y periodista cultural César Gutiérrez.

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Czar Gutiérrez es ampliamente reconocido como uno de los más destacados periodistas culturales del país, pero también —y quizás con mayor intensidad— como un escritor de singular talento que, durante años, ha mantenido un silencio tan enigmático como elocuente. Gutiérrez Rivas no es un autor cualquiera: en 2008 dejó una marca indeleble en la literatura peruana con la publicación de Bombardero, una obra que reveló su formidable capacidad narrativa y lo consagró como una de las voces más potentes y originales de su generación.

Con su libro Bombardero, Czar Gutiérrez irrumpió en la literatura peruana con una prosa que desafía las convenciones, un torrente verbal tan desbordante como preciso, que evoca y provoca vértigo narrativo.

En una reciente entrevista para el podcast de Lima Gris, conversamos con Czar Gutiérrez sobre su silencio literario, Mario Vargas Llosa y el periodismo cultural. El autor de Bombardero no se calla nada. Aquí la entrevista completa.

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Cultura

Xavier Bacacorzo: un retrato íntimo

Lee la columna de Hélard Fuentes Pastor

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Por: Hélard André Fuentes Pastor

Recuerdo el día que lo conocí con la nitidez propia de mis veinte años. En ese entonces, presidía el Centro de Estudios Históricos para el Desarrollo Social (CEHDES) “Guillermo Galdós Rodríguez”, que organizó una única actividad: el Primer Congreso Regional de Historia del Arte Popular en la Alianza Francesa de Arequipa.

Durante la organización del evento, y motivado por razones familiares, propuse la participación del doctor Xavier Bacacorzo como ponente magistral. Una noche, lo visité en la Facultad de Filosofía y Humanidades, donde dictaba cátedra. Me acerqué con la ingenuidad de un universitario, mencionando que había sido profesor de mi padre y tras una breve conversación evocando ese recuerdo, respondió a la invitación con una serie de quejas sobre el funcionamiento de la Universidad de San Agustín, cuyo letargo, como lo viví después, ha generado impotencia y frustración en más de uno.

Recuerdo la expresión de decepción en su mirada cuando me dijo: “Participaré cuando estemos en la Católica con doble C”, dando a entender que el evento lo organizaba San Agustín y prefería no asistir. No quise ser cargoso; porque insistir o explicarle ―pensé―, lo impacientaba aún más.

Siempre lo vi y leí con admiración, y quizás por eso, a lo largo de estos catorce años, mi sentimiento de reconocimiento hacia su obra se mantuvo intacto. Su legado no solo se refleja en cerca de una decena de títulos, sino también en una actividad cultural impresionante, especialmente a mediados del siglo XX, y en una valiosa contribución periodística como columnista en diversos medios, entre ellos Arequipa Al Día. Este sentimiento persiste en mí, a pesar de los encuentros y desencuentros que vivimos, tan propios de los intelectuales, artistas y literatos.

Xavier Bacacorzo no era cortesano; no esperaba caer bien ni mal. Comunicaba lo que pensaba, lo que había leído o lo que intuía a través de los astros y sus conexiones espirituales, aunque a veces no lo hacía de la mejor manera.

Un día lo encontré caminando por el Portal de Flores, con una visible cojera que, sin embargo, no le impedía recorrer largos tramos del Centro Histórico. Me acerqué a él, mencionando mi nombre, pero al alzar la mirada, con sus ojos esquivos, no respondió a mi saludo. Esta vez, porfiado, insistí un par de veces, y cerca del quiosco de periódicos en la intersección con la calle Mercaderes, le dije:

—Soy el autor del libro del 50… La lucha del pueblo arequipeño (…).

Con eso, arranqué de sus labios una respuesta.

—Por cierto —dijo—, muy mal escrito.

Yo sonreí y, sin perder el ánimo, le pregunté las razones por las que pensaba eso. Entonces, señalándome el McDonald’s, me dijo:

—¿Tienes tiempo?… Vamos por un café.

Conversamos mucho. Le conté que su hermano Jorge había dado por muerto a un niño en un poema. Le mencioné que había leído sus artículos sobre el movimiento popular de junio de 1950 y que incluso había empleado su división cronológica en mi libro. Creo que también se lo entregué ese día.

Hablamos de poesía, de un poemario que estaba por publicar. Corrigió algunos versos de mi poema Noctámbulo. También conversamos sobre mi tío abuelo, Pedro Luis González, de quien —según me contó— había sido jurado de tesis y quiso sorprenderlo con un trabajo voluminoso (con un “sillar”).

En medio de todo, me preguntó por mi signo zodiacal, entre otras cosas. Luego, avanzamos hasta una fotocopiadora, donde hizo copiar algunos de sus artículos, uno sobre la visita de Pablo Neruda a Arequipa —a quien había recibido personalmente—, y otra a color de una pintura en honor a Francisco Mostajo, a quien retrató en vida.

Antes de despedirse, me dijo:

—Serás mi discípulo.

Yo, que no creía mucho en esas cosas, porque no son de mi tiempo, solo sonreí y le respondí:

—Doctor, creo que cada quien hace su propio camino, pero es un honor escucharlo.

Me lo encontré incontables veces en el Panorámico, en Mercaderes y en San Francisco. A veces, acompañado de su esposa, María Esther Basurco. En una de esas ocasiones, nos detuvimos a conversar sobre Mariano Melgar. Unos estudiantes de antropología lo habían invitado a dar una charla sobre el vate arequipeño.

Me preguntó:

—¿Irás?

—No puedo, doctor, porque en las mañanas enseño en un colegio. Allá… en Mariano Melgar —respondí.

Luego, me preguntó qué tema me gustaría que tratara, y yo le dije:

—Quizás sobre la naturaleza fenotípica o étnica de Melgar, recordando los dibujos que lo representan como un europeo y aquellos que lo muestran como un hombre mestizo con rasgos predominantemente andinos.

La ocasión más difícil ocurrió un atardecer en Mercaderes, a la altura de una sede de la Librería San Francisco. Me acerqué para saludarlo, pero cuando escuchó mi nombre, visiblemente molesto, me dijo que no quería saber nada de mí. Me dejó consternado.

Resulta que unos amigos suyos, abogados, le dijeron que yo había escrito un libro sobre Melgar, cosa que nunca ocurrió, y que, además, no citaba su trabajo. Entonces, traté de aclararle la situación, y creo que logré demostrarle que lo único que había escrito sobre Melgar era un artículo que aparece en mi obra sobre el Cementerio de la Apacheta, y que, aunque no tenía su libro, sí lo citaba. Le expliqué que cómo no lo iba a citar si alguna vez nos habíamos encontrado y conversado al respecto.

—¡Evento al que no asististe! —me dijo.

Y yo le respondí:

—Estaba trabajando, doctor, como le mencioné en aquella ocasión.

Se tranquilizó. Sin embargo, debo confesar que en ese momento experimenté desconcierto. Preocupado por su edad y por el impacto que mi acercamiento pudo haber tenido, decidí alejarme.

Años después, en 2018, organizamos un homenaje a Carlos Meneses Cornejo, con la publicación de un libro sobre su vida y un opúsculo de saludos. Sabiendo que María Esther había publicado en Arequipa Al Día (que dirigió don Carlitos), la invité a escribir unas palabras de homenaje. Grata fue mi sorpresa cuando respondió, además, con un segundo texto suscrito por los hermanos Gustavo y Xavier Bacacorzo. ¡Genial! Y aún más grato fue que asistiera al evento, realizado en la Biblioteca Mario Vargas Llosa, espacio vinculado a un novelista del que discrepó y renegó en más de una ocasión. En medio de la incertidumbre que domina los sentidos, me acerqué y el doctor me saludó con familiaridad. Le dije: «¿Y usted cuándo se deja hacer un homenaje?», mientras me mostraba, de un cartapacio que llevaba en las manos, una serie de artículos y algunas biografías de él, pues su trayectoria aparece en diccionarios locales y nacionales.

Lo más inolvidable aún fue el abrazo que se dieron con Eusebio Quiroz, con quien habían tenido una serie de polémicas académicas sobre temas como la Guerra del Pacífico o la llamada “Revolución del 50”. Ambos se preguntaron cómo estaban y se desearon lo mejor.

Luego llegó la pandemia, y no volví a verlo. Supe de él por los correos electrónicos que compartimos con su esposa, cuando lo invité a participar en el libro Voces de la poesía peruana (Parihuana, 2021).

En ciertos libros, he leído que nació en 1931. En mi antología aparece el año que consulté en registros oficiales, 1930. Sin embargo, en una de nuestras comunicaciones, María Esther me comentó que fue en 1932. Todo en él siempre fue un misterio, lo que lo convierte en un intelectual único, sin igual.

Xavier fue un personaje excepcional por múltiples razones; pero era, en esencia, hombre; un hombre de letras, y ser un hombre de letras implica profundas lecturas, inolvidables diálogos, polémicas, reflexiones humanísticas, aciertos y desaciertos. Por eso, resulta más sencillo comprender al hombre que fue, al que hoy recordamos, porque la congoja y el pesar que acompañan el ocaso de la existencia, nos permiten entender de mejor manera el orden de las cosas, asimilar los recuerdos con reconciliación y valorar esos buenos momentos, apreciando cada circunstancia de aprendizaje, cercanía y alejamiento en nuestras vidas. Xavier fue uno de los personajes de la vieja escuela, cuya obra es clave para comprender los procesos históricos-literarios del siglo XX y una época crucial en nuestra ciudad.

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Cultura

Álvaro Vargas Llosa: su pareja lo deja, la ex contraataca y Bayly opina

Un dolor de muelas en el corazón. Así es la vida amorosa de Álvaro, quien ha tenido que vivir un duelo doble, primero por la muerte de su padre nuestro premio Nobel, y después la ruptura relámpago de su pareja de origen libanés. Aquí los pormenores.

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¿Cuándo se jodió Álvaro? Quizás fue en este 2025 cuando su romance terminó de manera inesperada. O tal vez en 2021 cuando dejó atrás la solidez de un matrimonio de casi treinta años por la aventura de rejuvenecer con una nueva pareja. Sea que Álvaro esté mirando la Gran Vía de Madrid o desde la Diagonal de Barcelona, es muy seguro que ve al mundo desde donde esté como la Avenida Tacna, sin amor.

Nada se va, Nada se fue

 En una carta publicada en el diario El País, el conferencista reveló que su pareja lo abandonó en el momento más difícil de su vida. Según relató, mientras él lidiaba con el dolor de la muerte de Su padre, Mario Vargas Llosa, Nada regresó a su país natal sin ofrecerle ninguna explicación, poniendo fin a su relación de cuatro años.

“Pues te cuento, ya que el diálogo continúa, que, como todos los dramas, el tuyo tiene un toque tragicómico: mientras tú agonizabas, morías y se iniciaba mi duelo, mi pareja… regresó a su país para siempre sin que medie una conversación de despedida”, escribió Álvaro en una carta abierta en El País, titulada “Elogio fúnebre de mi padre”. El ensayista de 59 años no solo rinde homenaje al legado intelectual y humano de Mario Vargas Llosa, sino que también comparte con los lectores el doloroso momento personal que le tocó vivir paralelamente al duelo familiar. En el texto, da entender  que Nada se fue sin ofrecer una despedida o una explicación clara.

De inmediato como si fuesen las mismas Erinnias de Esquilo, aparecieron como glosistas de la carta su ex mujer y su ex amigo (¿?).

La ex esposa contraataca

Con garbo y elegancia, Susana la ex de Álvaro, lanzó un tweet que hace volar la imaginación de los internautas: 

«Dos palabras: Efímero: pasajero, de corta duración y Mentecata: tonto, fatuo, falto de juicio, privado de razón.  A buen entendedor, pocas palabras»

Álvaro Vargas Llosa y Susana Abad.

No solo eso, la ex esposa de Álvaro Vargas Llosa reconfiguró su biografía  en Instagram, llamando la atención de los usuarios en lo que obviamente es una clara indirecta hacia su exesposo: “El mundo es redondo y da muchas vueltas”.

Además, compartió una serie de imágenes acompañadas de frases reflexivas, como “Confía en la intuición, te avisa antes que la razón”, “Que la sed no te haga beber del vaso equivocado” y “Cada uno da lo que tiene en su corazón”.

Álvaro Vargas Llosa y Susana Abad se casaron en 1992 y, fruto de su romance, nacieron tres de sus hijos: Julio, Leandro y Aitana. Sin embargo, después de dos décadas de matrimonio, la pareja decidió separarse en 2021, sorprendiendo al público. La noticia se dio a conocer de manera insólita y poco convencional: Susana, en lugar de hacer un comunicado o de hablar con la prensa, cambió su biografía en Twitter, afirmando que estaba en “proceso de divorcio”.

Como si no hubiera quedado suficientemente claro que su relación con Álvaro Vargas Llosa había llegado a su fin, Susana Abad compartió un mensaje revelador: “Una vez le dijeron: eres muy bella para estar sola. Ella respondió: Nada de eso, soy demasiado maravillosa para estar con cualquiera”. A lo que añadió: “Pues eso”, subrayando de manera definitiva que no había marcha atrás en su decisión.

Una vez consumado el divorcio, no pasó ni un mes para que el hijo mayor de Mario Vargas Llosa presentara públicamente a su nueva pareja: Nada Chedid, una traductora libanesa a quien conoció en 2006 y con la que retomó contacto en 2020, justamente cuando aún estaba casado con la madre de sus hijos. En ese momento, comenzaron a circular rumores que sugerían que la relación con Nada había sido un factor decisivo en la disolución definitiva de su matrimonio.

Nada Chedid y Álvaro Vargas Llosa.

Y para colmo Bayly 

Para el periodista, la revelación de Álvaro resulta inoportuna, y es que no fue el momento para dar un anuncio como este por lo que lo calificó de ‘desatinado’.

“Es una carta preciosa, un texto muy bien escrito y seguramente muy bien leído. Pero, ¿tenía que revelar Álvaro, al final de esta carta de despedida a su padre, que su novia lo había despedido? Yo creo que fue un paso en falso. Creo que fue un anuncio desatinado, inoportuno en esa circunstancia”. Y luego agregó: “Álvaro no debió contar algo tan íntimo, tan personal, en los funerales de su padre. Y es evidente, para mí, que si ya lo había contado y luego tomaba la decisión de publicar el discurso en el diario El País de España, pudo haber suprimido esas tres líneas quejumbrosas. Me parece un paso en falso”.

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Cultura

Día Internacional del Libro 2025: en promedio, menos de dos libros al año lee un peruano

Este 23 de abril se celebrará importante fecha en distintos países del orbe y en comparación con otros países de la región estamos muy por debajo en lectura.

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Uno de los inventos más grande de la humanidad no requiere de electricidad, ni de modernas tabletas, y tampoco del pago de una suscripción, solo sostener en sus manos aquellas hojas que conforman una historia fascinante, misteriosa, reveladora o sumamente intrigante.

Cada libro es una historia diferente, puede que el tema sea el mismo, pero la manera y estilo de escribirlo, y sobre todo de imaginar cómo se desarrolla la trama, hace que ninguno de ellos sea idéntico. También influye la etapa en que lo leamos, ya sea de muy jóvenes, ya adultos o en nuestros años otoñales.

En épocas de inteligencias artificiales, mega computadoras, plataformas que encadenan a las personas a deslizar su dedo de abajo hacia arriba, los libros han quedado relegados en algún rincón de la casa. Ya pocas personas se toman el tiempo de ‘desconectarse’ de la vorágine del mundo entrampado a un enchufe y una conexión a internet; podría calificarse como ‘rara avis’ a aquellas personas (hombres, mujeres o niños) que están en la calle concentrados en algún capítulo de su novela favorita.

A propósito del Día Internacional del Libro a celebrarse este miércoles 25 de abril, cabe recordar que menos del 50 % de peruanos ha leído un libro, según la Encuesta Nacional de Lectura (ENL) realizada en el año 2022, teniendo como universo de encuestados a personas entre los 18 y 64 años.

En estricto, de acuerdo a las cifras arrojadas por la ENL, el peruano en promedio lee 1.9 libros al año, cifra sumamente baja a comparación de otros países en la región. Por ejemplo, en Argentina sus ciudadanos leen 6.4 libros año, de acuerdo a la Cámara Argentina del Libro. En tanto, en Brasil se lee 4.7 libros. Nuestro vecino país de Chile lee en promedio 3.9 libros al año, de acuerdo a data recabada por la Biblioteca Nacional de Chile.

Nuevas generaciones optan por los contenidos digitales. Foto: Gobierno del Perú.

Factores del bajo nivel de lectura en el Perú

Una crítica que se tiene que realizar a todos los padres de familia es el no acostumbrar a sus hijos a coger un libro en su tiempo libre, optando por entregarles un celular para su distracción lo que hace que a la larga se pierda el hábito de la lectura de manera voluntaria.

Otro de los factores es la aparición de distintos medios digitales. Los peruanos se han ‘mal acostumbrado’ a leer solo las portadas y un poco de texto, desechando cualquier otro tipo de información más detallada.

Y cómo no soslayar el hecho de los altos precios de algunos libros, espantando a muchos ciudadanos de querer adquirirlos. Cabe recordar que nuestro país es mayoritariamente informal y acceder a un libro, ganando solamente el sueldo mínimo, puede representar un gasto considerable en la economía de una persona.

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