1.
Esa mañana, en la sala de redacción del diario El Comercio me estaba esperando Mario Campos. Lo encontré envuelto con su humor corrosivo y tierno y me abrazó como siempre. Era mi hermano mayor y junto a él, y sentado con desparpajo, había un hombre maduro de rasgos andinos que me observó con profundidad. Era una mirada que hoy me observa desde el cielo. Los ojos de ese periodista que murió en noviembre del 2012 persiguiendo la inmortalidad de la noticia tragado por las aguas del río Tarma. Javier Ascue, “Taita”, el hombre de las comisiones imposibles. Yo dije que venía a buscar la sabiduría. “Queda abajo”, me contestaron al unísono. Y bajamos. A las once de la mañana pedimos las primeras cervezas donde el bar de “Pedrito” y lo juro, no hablamos de otra cosa que no sea de periodismo. Del periodismo duro, de las crónicas no de la prensa informativa y cierto, esa era la sabiduría
El maestro del periodismo Manuel Jesús Orbegozo siempre que podía me refregaba esa máxima de la prensa: “la pirámide invertida”. Igual que el gran Alfonso Reyes me insistía del bendito “lead” que en la revista Visión terminé siendo su joven “gorrero”. El llamado “gorro” en la redacción periodística es el clítoris de la historia, el anzuelo, la carpintería de la que hablaba García Márquez. Campos, Ascue, Orbegozo y Reyes hoy están muertos. Los extraño porque hicieron de mi profesión un lujo entre la decencia. Y vamos que entre las redacciones, las cantinas, los burdeles, uno aprendió a vivir con esta enfermedad crónica, la traza de contar crónicas.
Hoy la crónica es la habilidad de contar historias y esparcir el foco periodístico entre sus personajes principales y los secundarios. Personajes que tienen canto, encanto y desencanto. Así priman las escenas narradas como en el mejor cine y se construye la arquitectura modular de cada uno de los párrafos. Sin embargo, observo cada vez que el periodista solo maneja información para contarle a los que lo ven –no los que lo leen—, es decir a la multitud amorfa, a la masa, lo que le sucede a un clan de poderosos. Aquello que le ocurre a esa caterva de irresistibles mediocres. Y hoy el poderoso mediático es el canalla, el asesino, el ladrón. Así, masificados tras estos sujetos, los que consumen periodismo, son objetos de la trivialización.
La prensa de estos días observa a esta esfera de anodinos “poderosos” sin gracia y con baba. El que no es influyente, afamado o no es culona o pelotero, no cuenta para el gran periodismo. De esta manera y no de otra, para ser sujeto mediático, para ser persona televisiva, tienes que ser un miserable o perverso. El crimen es el único documento válido en este mercado de infames o desventurados. Frente a esta información despreciable, está la crónica que gracias al storytelling –el ingenio de contar historias—, escribe noticias de cualquiera de nosotros, de nuestro hechizo usual, de nuestras hazañas domésticas, de nuestras capacidades humanistas contra la seducción de la insignificancia.
2.
Con mis viejos maestros –no con todos– llegaba a esa casa que aun en las noches más oscuras siempre parecía iluminada por un sol esplendoroso. El día de sus ambientes, como chillona primera plana, era una ilusión sexual. El sexo tiene 69 horas de centellantes tapas cuales portadas de diario amarillo. La casa quedaba en el barrio limeño de Lince. Buen nombre para una mirada precisa para la presa mujer una casi convertida en prensa. Sus cuatro amplios ambientes, llamaban la atención del viandante más despistado que seguro imaginaban que ese templo era una iglesia metodista o algo así. Se equivocaban, la casa era el único burdel para periodistas del ejido, el “Clarita”. Ese castillo fue la universidad de varios ‘tundeteclas’ púberes. Un buen lagar para el lugar de las prácticas pre profesionales. Que como diría Manzanero, ‘contigo aprendí’.
Al tratar de ingresar a la casa uno se encontraba con un tipo, una suerte de guachimán benedictino quien siempre hacía que leía “El hombre mediocre” de José Ingenieros. Esa era su ingeniería para detectar a los parroquianos indecentes. El ‘derecho de admisión’ era uno de los valores más rígidos de aquel lupanar, más, incluso que el televisor plasma. Luego del vigilante la vigilia era escabrosa. Las damas se repartían en las 18 mesas, de a dos o tres, jamás de cuatro. Dicen que la cifra alienta el malagüero. El detalle era escucharlas, todas hablaban de las últimas noticias. Las había ésas de los trascendidos, las otras de las notas informativas, las más de los grandes casos del periodismo de investigación y habían las que se especializaban en opinión pública y redes sociales, dueñas de jerarquía mayor y humor cáustico.
Pamela fue mi favorita, la que hoy se llamaría “periodista 24/7”. Apenas me veía ingresar y se me abalanzaba con sus enormes tetas como quillas de nave de bucaneros en ron. “Sabes la última”, luego me decía al oído. Y podía hablarme de la reelección de Obama, el ‘waterloo’ republicano, el Tea Party, el uso recreativo de la marihuana o el matrimonio gay en EE.UU. Además, cuando estaba picada, explicaba sobre el bloqueo en Wall Street o cómo había cerrado el Dow Jones en Nueva York. Obvio, amén de las prostitutas mediáticas, se encontraban los colegas. Ahí uno hallaba al popular “Perfil de buque”, a “Tetera” y hasta el “Martillo”, de la sección política de Correo.
Estaban también los de “El Bocón” pero los que más abundaban eran los de policiales de todos los medios, arteros y bellacos. En sus mesas brotaban las cervezas como la mala hierba y los ‘Cuba libre’ como las pulgas en panza de perro. Ya de amanecida, se mezclaban las meretrices, las carcajadas y las palabrotas que inflamaban el antro. La orden de gerencia era que se podía bailar pero sin metida de mano, solo se permitía ‘rodilla profunda’ en la que eran sabios los del diario “Ajá”.
3.
Antes, las chicas nos abrían los ojos en las tesis de Martínez Albertos o los géneros de Martín Vivaldi, a saber, que no eran menos de 32. La algazara se erotizaba en la madrugada cuando entrabamos al terreno de los ‘titulares’. Teresita, la más ajetreada, había sido “cabecera” en “El Peruano” y se ufana de haber sido amante del viejo Ney Barrionuevo, el maestro de Vargas Llosa. Entonces se lucía en el uso de adverbios, gerundios y nos pegaba la clase maestra en el arte de titular. Más allá, las maduras, explicaban sobre la teoría de la “pirámide invertida”, que como ya lo dije, era la piedra angular para la excelencia de la nota informativa. “Lo más importante, en la primera oración y sin emoción”, chillaba la Negra Bertha, sabia en el arte de la felatio retrocarga y le llovían los tragos.
Pero uno sabía que en esa coyuntura lo importante era el “arreglo” para subir a las alcobas. Con Pamela no había problemas. Le bastaba que le hablase del “periodismo gonzo”, el sistema de Hunter S. Thompson y el revolcón era más que inminente. Pero el destino es traicionero como las uvas salvajes. Aquella vez, henchido de alegría por mi ascenso a editor, subido sobre una mesa decreté la abolición de la “pirámide invertida” e instauré el tiempo de la “pirámide pervertida”.
Un silencio del carajo se apoderó del recinto. La misma Pamela me observó como anaconda en dieta. Del fondo creció un murmullo. La misma “Clarita” alentó a la turba. Yo alcancé a desviar el primer botellazo pero del segundo a la altura de la sien, ya casi no recuerdo. Luego me alzaron en peso y de la casa iluminada solo me quedó la más negra oscuridad. Cuando en el hospital el policía me preguntó sobre la causa de aquel linchamiento solo atiné a decir: “fue por culpa de una nueva técnica del mejor periodismo”. Gracias “Taita”.
(Texto tomado del libro EL MÁS VIL DE LOS OFIDIOS julio del 2013).