Opinión

Hojas caídas, de Aki Kaurismäki (2023)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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El grado, notable, y que ya es parte del chiste, de autoconciencia, y hasta los guiños más divertidamente explícitos —digamos, algo que su maestro Bresson no haría nunca, ni siquiera bajo tortura— no le restan para nada fuerza a esta película. Sin dicha autoconciencia y guiños, estaríamos ante otra cosa, más mecánica insípida o pretenciosamente solemne y menos elaborada. Y carente de ese espíritu y fondo emotivo que la definen.

Sus citas, que no escasean, no solo al cine de Ozu o Bresson —un Bresson a veces un tanto filtrado por Godard— sino al cine más clásico, dejan en claro, por si alguien aún no se había dado cuenta, una voluntad sistemática de homenaje a las convenciones -incluso a una cierta simplificación caricaturesca-, una pertenencia central, amorosa, cinéfila, agradecida a una tradición, en fin, pero a partir de ahí socarronamente va a ponerse a jugar a torcerla un poco; aquí el gesto moderno y posmoderno.

Todo, claro, para usar otra vez su ya conocida y por lo demás virtuosa paleta de colores, su dominio del ritmo y de la forma, que incluye la minimalista y sabia y precisa construcción de las atmósferas anímicas necesarias (entre tiernas, neutras, frías, desoladas, y románticas) para la fábula que desea tanto representar, poner en escena, y que no se cansa nunca de contar, como si fueran su propio hogar. La salvación por el cine…

Kaurismäki insiste sin cesar en que el dato de la explotación del hombre por el hombre, de la injusticia, es clave, ineludible, es su deber incluso restregárselo por la cara a los espectadores más descomprometidos: define el mundo. A la vez cree en la pureza del hombre, o en una pureza dolida y maltrecha pero pronta a renacer si se dan buenas o mínimas circunstancias para que eso ocurra. Kaurismäki cree, sin dejar la sonrisa, en la manipulación del melodrama, que al mismo tiempo pone en total evidencia de manera cómica e irónica; y cree en el absoluto, que es para él sin reservas y sin dudas el amor. Kaurismäki cree en una inocencia indestructible, en un fondo firme y confiable de bondad humana. Todo eso conmueve.

Los personajes semi aislados y semi perdidos no son una novedad, la expresividad que nace de su aparente inexpresividad tampoco, y como su humor, es seguro el goce que producen.

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