Opinión
«Gorriti, el eterno guardaespaldas toledista», por Umberto Jara
Lee la columna de Umberto Jara

Escribe Umberto Jara
Me entero que Gustavo Gorriti ha escrito un artículo tributándome ofensas. Lo ha escrito él solo, sin ayuda. Digo sin ayuda porque últimamente escribe en co-autoría auxiliado por alguien de la redacción que aún sobrevive en ese lugar en venta que es IDL-Reporteros.
Le debe haber costado porque ha tardado un par de semanas en borronear lo único que sabe: insultar. De ideas, nada. Es comprensible porque para expresar ideas, primero, hay que saber escribir y ya sabemos que Gorriti no tiene prosa sino garabato tieso y áspero que hace juego con su oficio de guardaespaldas de Alejandro Toledo, cargo que ocupa desde “La marcha de los cuatro suyos” hasta hoy.
Resumo la vetusta artillería utilizada en su texto panfletario: vuelve con la monserga de la campaña de desprestigio que en el año 2000, desde Frecuencia Latina, Gorriti, Baruch Ivcher, Chichi Valenzuela y demás gonfaloneros organizaron para decir “Jara fujimontesinista” basados en desinformar, distorsionar, mentir. Cuando fui testigo principal en el juicio contra Fujimori ellos, obviamente, pasaron, y siguen pasando, por alto ese capítulo. Y ahora en el año 2023 no puedo contener la risa al ver que Gorriti dice lo mismo que hace 23 años. Da lástima el ocaso gorritiano con sus insultos enmohecidos.
Lo concreto es que Gorriti insulta para tratar de ocultar las cuentas que él debe rendir: su rol de defensor de la mega corrupta empresa Odebrecht; su ilegal papel junto con los fiscales Lava Jato para dejar en la impunidad a tantos corruptos del Caso Odebrecht; sus sospechosos silencios sobre Alejandro Toledo y Eliane Karp. A esa lista indigna se suman otros actos sombríos: sus enjuagues con el inepto ex fiscal de la Nación Pablo Sánchez y su respaldo a Martín Vizcarra y al ex ministro de Salud, Víctor Zamora, dos forajidos que en la pandemia contribuyeron a la muerte de 200 mil peruanos.
Como se ve, la biografía de Gorriti está compuesta por una larga lista de hechos que, en su momento, darán lugar a que rinda cuentas ante la justicia, especialmente por su (presunto) rol en la muerte del ex presidente Alan García.
Junto a las sombras que lo denigran, existen otros hechos interesantes de relatar: el verdadero origen de ese aburrido libro suyo sobre Sendero Luminoso; su viaje en protegido helicóptero militar a Uchuraccay donde murieron verdaderos periodistas de los que van a pie al lugar de los hechos; la suculenta historia de su falso secuestro; el por qué de ese mamarracho camuflado como libro: “Petroaudios”; o el episodio tragicómico del programa de televisión que le regaló Ivcher y que tuvo apenas 10 emisiones porque los camarógrafos se partían de risa ante el más tieso y duro aprendiz de imposible conductor televisivo. Se hace largo así que dejamos aquí el parcial recuento.
Quedémonos, por ahora, con el tema Alejandro Toledo. Cuántas verdes deudas y sórdidos secretos tendrá con el corrupto ex presidente, hoy encarcelado, para que 18 años después Gorriti vuelva a tributarme sus insignificantes diatribas.
¿Por qué digo 18 años después? Recordaré al lector que en el año 2005 al publicarse la primera edición de mi libro “Historia de dos aventureros, Toledo y Karp: la política como estafa”, Gorriti se acomodó el viejo chalequito que hasta hoy usa y cumpliendo su rol de guardaespaldas del cholo sano y sagrado (y corrupto), escribió un artículo dedicado a insultarme. De ideas, nada. 18 años después y a raíz de la segunda edición ampliada del mismo libro (y con Gorriti de personaje) retorna a la misma usanza, siempre con su raído chalequito a cuestas y su malhumor de guardaespaldas. Nuevamente, de ideas, nada.
Se entiende que Gorriti carezca de ideas. Para tenerlas hay que formarse, hay que leer, hay que reflexionar, tareas que no puede realizar alguien dedicado a manejos turbios con fiscales; que declama la “honestidad” de la corrupta empresa Odebrecht; que trafica información destruyendo la reserva de los procesos; que se dedica a operativos políticos; que trama confabulaciones para dañar al país y sacar ventajas; y escribe patrañas como ésta a favor de un delincuente: «Toledo ha sido un buen presidente; si lo evaluamos por sus resultados, quizá el mejor que hayamos tenido en muchos lustros».
La síntesis de la carrera de Gorriti es esta: un individuo financiado desde el exterior que usa el disfraz de periodista para actuar como operador político y constante desinformador.
La más reciente y ridícula muestra de desinformación la exhibió hace unas semanas cuando salió a denunciar una amenaza de muerte porque habían dejado una rosa blanca en la puerta de IDL-Reporteros. En realidad, (consta en video), un hípster alemán le dejó una rosa blanca, con agüita incluida, como muestra de respaldo por la soledad inmensa que hoy padece el guardaespaldas toledista Gustavo Andrés Gorriti Ellenbogen.
Salir en los medios de comunicación gritando “amenaza de muerte” cuando apenas se trata de una flor, se llama desinformación en su versión más ridícula. Que alguien piadoso le avise a Gorriti que ya concluyó el reinado caviar que durante años impuso, obligó, exigió considerar como verdad lo que eran mentiras. Vaya pobrísimo líder que tuvieron los caviares.
Una broma, con enorme dosis de verdad, circula desde siempre entre aquellos que tienen la desdicha de compartir el día a día con este factótum de la desinformación. Se trata de este diálogo:
—¿Sabes quién es el segundo de Gorriti?
—No. ¿Quién es?
—Dios.
A Gorriti lo agobia desde siempre un ego desmesurado y patológico. Esa es su desdicha. Su entorno debiera apiadarse haciéndole un pedido a Soros: una remesa adicional para pagarle una terapia pero me temo que ni Freud, si viviera, podría lidiar con ese ego deforme que le hace creer a Gorriti que es más de lo poco que realmente es.
Si este penoso cacique caviar se hubiese tomado el afán de acceder a una mínima cultura quizá habría encontrado esta frase de John Steinbeck: “Sabemos que nos engañan desde que nacemos hasta que nos cobran demasiado por nuestros ataúdes”. Es cierto, así ocurre, pero nos damos cuenta. Por eso los operadores políticos y los desinformadores terminan fracasando. El caso de Gorriti es uno más entre un montón, aunque su ego lo engañe diciéndole que es único.

Desde niño me enseñaron que los símbolos patrios eran sagrados. Representaban no solo la grandeza del Perú, sino también el reflejo de lo que podíamos ser como ciudadanos; personas justas, trabajadoras y con identidad. Recuerdo con cariño los cursos de Cívica y Formación Laboral, donde más allá de la teoría, aprendíamos a respetarnos, a pensar en el bien común y a sentirnos útiles como parte de una patria compartida.
Cada 28 de julio era una verdadera fiesta. No por las bandas o los desfiles oficiales, sino porque en el corazón de cada peruano palpitaba el orgullo de ser parte de esta tierra. Y aunque éramos muy jóvenes, no nos faltaba sentido crítico. Preguntábamos y queríamos entender qué pasaba en el país. Mientras otros jugaban en el recreo, yo leía el periódico. Así me enteré que el crimen en Perú siempre existió, conocí nombres como el ‘Loco Perochena’ o ‘Django’, y también descubrí el dolor de las pérdidas, como la muerte de Elvis. Fue en esas páginas impresas, donde me enteré de que Perú apoyó a Argentina en la Guerra de las Malvinas y donde encontré el humor político de ‘Monos y Monadas’, revista que años después me uniría en una entrañable amistad con Nicolás Yerovi.
Mi amor por el himno nacional y la bandera no se ha desvanecido, aunque hoy muchos miren con escepticismo esos valores. Es cierto, vivimos en la era del TikTok, de los influencers y youtubers, que con palabras soeces y chacota desmedida trivializan el respeto y banalizan la realidad. Pero eso no significa que el patriotismo sea un falso valor y mucho menos anticuado. Al contrario, hoy es más necesario que nunca.
A las nuevas generaciones les digo: —en tiempos difíciles, amar al Perú es construir solidaridad desde lo cotidiano, participando, informándose, respetando al otro, y cumpliendo a cabalidad las leyes. Si los gobiernos de turno no promueven masivas campañas de valores, hagámoslo nosotros desde casa, desde las aulas, desde el trabajo, desde las redes—.
No dejemos que la decepción y el desencanto nos robe la esperanza. El Perú no es solo su caótica clase política. El Perú somos nosotros, porque somos más grandes que cualquier transitoria crisis. Y por eso, hoy y siempre, con orgullo, emoción y firmeza, grito:
¡Feliz 28 de julio… Felices Fiestas Patrias!

Por Juan José Sandoval
Tuve que ir obligado por una chamba a la Feria Internacional del Libro de Lima, cuyo pago era equivalente al costo de la entrada, un libro de remate, un café y una lata cerveza. Nada más, bueno tampoco había que hacer mucho en la labor encomendada, reducida a aplaudir a los autores de una presentación de libro, además de transmitirlo por redes.
Usualmente llego a la FIL con nulas expectativas. Lo que quiero está caro o no hay. Pero vi mucha producción peruana de cómics y literatura de géneros como la ciencia ficción y el horror.
Me consta que la producción editorial independiente es mucho más atractiva que la oferta librera de las grandes cadenas, que usualmente acaparan los reflectores.
Sé de buena fuente también, que las ganancias son bajas, a pesar de las grandes cifras récord que los organizadores anuncian cada año.
Eso se refleja también en que cada vez ganan más presencia los influencers, cuyos stands no sólo venden libros sino también merchandising exclusivo.
Genera gracia que haya un síntoma mediático de que en el Perú se celebra la cultura con la FIL. Pero preocupa que no se note a la hora de elegir a nuestros gobernantes, cuyas políticas públicas taclean la expresión de arte que emerge de la ciudad, como lo hacen los alcaldes de Miraflores y La Molina, que pertenecen al grupo celestial del alcalde de Lima, posible candidato presidencial.
A saber del vocabulario político que manejan estos dueños de pequeñas parcelas de la patria, muy poco o nada han de leer para desafiar a la ignorancia.
La otra vez di en obsequio un libro de Vargas Llosa a un empresario fujimorista y lo tomó como una ofensa. Yo siento que leer a MVLL es no solo crecer en ideas, sino también conocer el Perú en sus relatos. Lamentablemente la mitad del país se siente a gusto siendo analfabeta e incluso con prepotencia para argumentar.
Por eso, a pesar de que me aburre y desprecio la FIL, voy porque tengo que chambear, tengo que chismear y de paso otear el paisaje literario.
En ese sentido, el panorama es bastante repetido, las mismas caras en diferentes mesas hablando lo de siempre. ¿No somos acaso un país innovador? Uno de los libros más disruptivos de la historia lo hizo un puneño, Carlos Oquendo de Amat. Eso fue hace cien años. Su libro se vende a 20 soles, versión Universidad Ricardo Palma, y 10 soles versión Contracultura. A propósito del stand de este último, aún quedan ejemplares de David Galliquio, que es uno de los ilustradores más corrosivos de esta parte del continente.
Quizás la zona que más me llamó la atención fue la de los fondos editoriales universitarios, donde se puede apreciar la producción intelectual por la que apuestan las casas de estudios.
Sorpresa no menor fue el stand de la universidad César Vallejo, del empresario César Acuña. Intrigado me acerqué pensando que encontraría investigaciones plagadas de inexactitudes con alto grado de turnitín, o alguna tesis que sobrevivió a los huaicos.
Por el contrario, vi un catálogo bastante atractivo en cuanto a literatura. Donde esperé encontrar mediocridad intelectual, vi títulos de escritores como Villoro y Piglia. Colecciones de gran factura de la cultura peruana, literatura infantil y ediciones de lujo de la obra de Vallejo.
Haciendo gala de mi momento DBA, quise payasear con uno de los editores de la universidad con la pregunta: ¿dónde está el libro «Plata como cancha»? Buscando saber sobre aquel trabajo periodístico que detalla cómo el dueño de la universidad fue construyendo un imperio a base de perro muerto y arreglos millonarios bajo la mesa, como las cláusulas de confidencialidad que mantiene de por vida con su hermano Virgilio, con el profesor al que le robó la tesis y con su primera esposa.
Acuña ha buscado por años encarnar el personaje del emprendedor provinciano que vino de abajo a conquistar el mundo. Muy lejos de aquel político que manda en el país a punta de maletinazos.
Mantengo la hipótesis que César Acuña posee un inescrupuloso plan a largo plazo, con el que busca apropiarse de la imagen del creador de «Los heraldos negros», y que las nuevas generaciones comiencen a ver a este diminuto picapiedra como el vate que revolucionó la lírica de la palabra.

Por estos días de julio, cuando los peruanos deberíamos izar la bandera en señal de orgullo y memoria por nuestra república, la Feria Internacional del Libro de Lima —esa vitrina de la cultura— ha decidido brindarle micrófono, auditorio y solemnidad a uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente: Víctor Polay Campos, cabecilla del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), grupo armado que sembró muerte, secuestro y destrucción bajo el disfraz de una falsa revolución.
El libro Revolución en los Andes: desde la prisión, Víctor Polay responde; no es literatura: es una operación ideológica disfrazada de testimonio. Es la puesta en escena de una voz que jamás pidió perdón, que jamás renunció a la violencia como vía para imponer su voluntad, y que ahora, desde la cárcel, busca reescribir la historia con tinta y papel lo que antes pretendió imponer con fusiles y dinamita.
Lo más escandaloso no es que el libro exista —la libertad de expresión admite incluso a los monstruos—, sino que sea promovido en una feria con auspiciadores desde instituciones gubernamentales, privadas, diplomáticas, y donde incluso participa la embajada de Japón (residencia que fue tomada por el MRTA en 1996). Le preguntamos a la Cámara Peruana del Libro. ¿Dónde está el criterio moral? ¿Quién decidió que la historia de un terrorista debía presentarse el mismo 29 de julio, en pleno aniversario patrio, como si se tratara de un tributo alternativo al Perú?
Y peor aún, ¿por qué figuras como Antonio Zapata, Natalí Durand y César Coca prestan su voz a este acto de apología al terrorismo? La gran pregunta es: ¿Lo hacen en nombre de la pluralidad académica o de una militancia camuflada de neutralidad?
La Fiscalía ha solicitado ampliar la investigación por apología del terrorismo. Ojalá la justicia llegue antes de que la historia se contamine aún más.
El MRTA no fue una utopía extraviada ni una noble causa mal ejecutada: fue una organización terrorista. Y Polay no es un pensador: es un reo por delitos de lesa humanidad. Convertir su palabra en “memoria” es una ofensa para sus víctimas. Y permitir que se presente como autor en una feria cultural es simplemente obsceno.
Seguro Francisco Sagasti estará en primera fila solicitando un nuevo autógrafo o, como a él le encanta decir, “diploma de rehén”.
Opinión
El peor Congreso de la historia elige una Mesa Directiva a su medida
Fujimoristas conversos, falsos marxistas, niños y un acusado por delitos graves, esa es la mesa directiva que este Congreso se merece.

Por: Jorge Paredes Terry
El Congreso de la República, esa institución que debería ser el reflejo de la voluntad popular y el equilibrio democrático, ha vuelto a superar sus propios récords de indignidad. Con un 4% de aprobación, sumido en escándalos de corrupción, acusaciones de tráfico de influencias y una absoluta desconexión con las necesidades del país, este desprestigiado Legislativo ha elegido una mesa directiva que es el fiel reflejo de su decadencia: ilegítima, cuestionada y, sobre todo, hecha a la medida de los intereses más oscuros de la partidocracia corrupta y delincuente.
No es exageración decir que es un parlamento de la cloaca. Este es, sin duda, el peor Congreso de la historia reciente. Sus integrantes han sido señalados por presuntos delitos, sus bancadas se fragmentan en luchas de poder mezquinas y su labor legislativa se reduce a blindar impunidades y repartirse prebendas. Mientras el país clama por soluciones a la crisis económica, la inseguridad y la corrupción, nuestros «honorables padres de la patria» (¿honorables?) se dedican a negociar votos bajo la mesa para asegurar puestos clave.

La mesa directiva que nadie quería pero que ellos y solo ellos buscaban, fujimoristas conversos, cerronistas y niños, todos comiendo en un solo plato.
Está elección no ha sido más que un reparto de cargos entre los mismos de siempre. Los nombres que hoy ocupan la presidencia y las vicepresidencias no representan a la ciudadanía, sino al reparto de favores que solo buscan controlar la agenda a su conveniencia. ¿Democracia? Aquí solo hay un pacto de sinvergüenzas.
Y lo peor es que todo huele a ilegalidad. Denuncias de compra de votos, de presión a congresistas disidentes y de maniobras al límite del reglamento, han marcado este proceso. Pero, ¿qué podemos esperar de un Congreso donde la ética es un concepto ajeno y vacío y el servicio público un negocio privado?
Un insulto a la ciudadanía
Mientras millones de peruanos luchan por sobrevivir en medio del desempleo y la precariedad, este Congreso se encierra en sus juegos de poder. La mesa directiva elegida es el símbolo perfecto de esta podredumbre: un grupo que no tiene la más mínima legitimidad moral para dirigir el Legislativo, pero que, eso sí, sabe muy bien cómo repartirse los privilegios.
¿Habrá consecuencias? Difícil. En un sistema donde la impunidad es la norma, estos actos quedan en la indignación momentánea y luego… nada. Pero el pueblo no olvida. Y aunque hoy esta casta política crea que puede seguir burlándose de la democracia, la historia los juzgará como lo que son: cómplices de la decadencia nacional.
Este Congreso no nos representa
No hay otra forma de decirlo: este Congreso y su nueva mesa directiva son una vergüenza. Son el resultado de un sistema corrompido, de una clase política que ha convertido el servicio público en un botín. Y mientras ellos celebran sus acuerdos en la sombra, el país se hunde.
Pero que no se confíen. El desprecio ciudadano ya los alcanzó, y aunque hoy crean que pueden actuar sin consecuencias, el tiempo y la memoria de un pueblo harto, les pasará la factura. Este es el Congreso que se merecen… pero no el que nosotros merecemos.
Basta ya!
Opinión
Verástegui eterno

El calendario no miente: este 27 de julio se cumplen siete años de la muerte de Enrique Verástegui. Y hoy que suenan los cantos escolares por fiestas patrias y el sol irrumpe por
los vericuetos de la casa, hago un tiempo para pensar en él. Ahí lo veo, desgreñado y taciturno, sentado en su casa repleta de libros o en un bar del centro de Lima, sorbiendo un poco de café expreso y en profunda meditación consigo mismo.
Parte del Movimiento Hora Zero, sus motivos no solo fueron literarios, sino también lingüísticos, económicos, esotéricos o matemáticos. En su escritura hay un afán totalizador, interdisciplinario y altamente reflexivo. Por ejemplo, en Motor del deseo (1987) maneja variables determinadas para comprender la creatividad y composición poética. Propone que un poema, en realidad, es una máquina de significados que produce cortocircuitos o “desajustes” a la máquina social. En ese sentido, la ecuación verásteguiana sería “Poema = Cuerpo y Cuerpo= Poesía”. La correlación entre hablar y escribir recupera una necesaria unión entre palabra y humano: gracias al poema, el hombre puede resignificar su máquina mental, es decir, el poema es una forma de hackear la maquinaria social y liberar el cuerpo.
Por otro lado, sobre la integridad de diversos saberes en el discurso poético afirma: “el texto no es más que la articulación de los diversos discursos (…) desde la matemática a la música, desde la economía a la filosofía y desde ésta a la antropología y la físico-química más la biología pasando por la astronomía”. Amplificando los géneros, también brinda una explicación sobre las “medidas de fuerza de los códigos académicos” que dictan las formas posibles y aceptadas de la escritura poética. Así funcionan como medios de mantener un canon determinado mediante medidas de austeridad homólogas a las dictaminadas por los gobiernos y el Estado; por eso, los poetas que buscan la “pureza del lenguaje” solo se aprovechan de la “plusvalía” que les brinda el gusto estético aprobado.
Murió en Lima en el 2018. En la víspera, leyó Maitreya: Florecí más que nadie/pero perfidia cayó sobre mí,/doblándome como una flor,/herrumbrándome, y fui silenciado. /Maitreya pasó desapercibido como una sombra por la /vida,/¿no dan ganas de llorar?
Opinión
29 Festival de Cine de Lima: Punku, un cine experimental tedioso
Lee la columna de Edwin Cavello

Hay películas que se parecen a sueños mal recordados: fragmentarios, inconexos, cargados de símbolos que no conducen a ninguna parte. Punku, del director Juan Daniel Fernández Molero, es una de esas películas. Pretende ser un portal hacia un cine nuevo, “descolonizado”, libre de las ataduras narrativas del occidente, pero acaba siendo un callejón sin salida donde se acumulan pretensiones estéticas y un experimentalismo vacío que confunde lo críptico con lo profundo.
La cinta, ambientada en la ciudad de Quillabamba, se presenta como un retrato caleidoscópico de personajes locales. Pero lo que se vende como observación poética es en realidad un catálogo de anécdotas deshilachadas, carentes de conflicto, emoción o siquiera una mínima intención dramática. El espectador se ve obligado a contemplar una sucesión de imágenes que más parecen material de archivo que cine en sentido pleno. ¿Dónde está la historia? Ni siquiera el exotismo, que tantas veces ha sido el salvavidas de ciertas películas tropicalistas, aparece aquí con algún vigor.
Fernández Molero parece obsesionado con la ruptura: rompe con la estructura narrativa, con la continuidad visual, con la lógica emocional. Recurre a múltiples formatos —Super 8, 16 mm, digital— como si el mero cambio de textura pudiese suplir la ausencia de contenido y de talento. El resultado es un ejercicio que no dialoga con el público, sino que lo margina, como si la incomprensión fuese parte del mérito.
Lo más preocupante, sin embargo, no es la audacia formal, sino la costra de seudo-intelectualidad que recubre cada plano. Punku no invita a pensar; obliga a soportar. Ni siquiera el desfile del concurso de Miss Sirena —que en otra película podría ser un momento de humor o crítica social— logra romper la monotonía general. Todo permanece encapsulado en una solemnidad forzada, como si el director temiera ser entendido.
¿Qué hace esta obra en la competencia de ficción del festival? No lo entendemos, pero Fernández Molero, sigue atrapado en el umbral de una idea que nunca llega a desarrollarse, continúa explorando un cine que parece escrito en clave, y que desprecia al espectador.
Punku significa puerta, pero esta puerta no se abre ni conduce a ningún lado: es un muro disfrazado de cine.

Por Rafael Romero
He tenido la oportunidad de escribir algunas notas sobre el Club Alianza Lima. Por ejemplo, el 22 de julio del 2022 en EXPRESO, cuando publicamos el título “Pablo Lavandera, futbolista del pueblo” (https://www.expreso.com.pe/opinion/pablo-lavandeira-futbolista-del-pueblo/). Pero en el segundo párrafo de esa columna ya hacía referencia al Pirata Hernán Barcos con estos términos:
“El 2021, Barcos mostró su liderazgo y lo sigue haciendo, pero este 2022 Lavandeira aporta lo suyo a un grande del fútbol peruano. Sin ir muy lejos, en los últimos años, Alianza Lima ha consolidado su porte y marca en el plano futbolístico e institucional, y eso gracias a sus dirigentes, socios, hinchas y cuerpo técnico -en buenas manos como las del profesor Carlos Bustos-, sin dejar de lado lo que siempre ha caracterizado a esta escuadra, es decir, su pasión, mística y “corazón” sobre el gramado, potenciados por el respaldo popular que no abandona ni deja de alentar, lo cual constituye una fortaleza para el club “blanquiazul”.
Empero, han pasado cuatro años, y hoy, en la era de Pipo Gorosito, la figura de Hernán Barcos reluce con gran vigor y se ha hecho del corazón aliancista y de millones de peruanos.
No cabe duda que actualmente Barcos es un líder de marca mayor, realidad que nace de su esencia humana, por ser una buena persona que trasciende al fútbol y al club para convertirse en un referente a imitar por su don de gentes, por su humanismo y sus nobles sentimientos de respeto a propios y extraños, amén de su sensibilidad social, especialmente para con los niños, a quienes les lleva alegrías incluso cuando están en su lecho de recuperación médica, proporcionándoles el 9 de Alianza Lima su ayuda y optimismo.
En el presente 2025, Hernán Barcos, a sus 41 años, ha ratificado una vez más su grandeza blanquiazul desde Porto Alegre, al anotar el gol de empate frente a Gremio, con lo cual no solo selló el 3 a 1 a favor de Alianza Lima sino que enmudeció a un estadio que tenía más de 60,000 almas y demostró la “ciencia y saber” del Club Íntimo, tal como reza la letra de la clásica polca “¡Arriba Alianza!”, compuesta por el profesor Óscar Corcuera Osores (1924 – 2020), coetáneo, paisano cajamarquino y amigo de mi padre, Uladislao Romero Araujo (1921 – 2021).
Sin embargo, más allá del balompié, el Perú y el mundo necesita más “Hernán Barcos”, más “Piratas”, en tanto seres humanos con carácter, determinación, franco compañerismo, en tanto apóstoles que actúan con fuerza espiritual, con compromiso, con voluntad de triunfo y con positivismo para superar los retos.
Es decir, se requiere personas que triunfen, que sean dueños de un especial porte personal, como Hernán, poseedor de un “alma grande” y que en todo ejerzan el liderazgo, pues todos esos elementos constituyen fortalezas y paradigmas no solo para la gente que le sigue en el fútbol sino más allá de los estadios, especialmente entre los más jóvenes y adolescentes. Porque el liderazgo de Barcos es deportivo, pero también es un liderazgo extradeportivo que trasunta bondad, empatía, paz y amistad.
Opinión
Amotape Libros y El Gato descalzo, dos editoriales independientes en la FIL de Lima
Dos propuestas literarios que te recomendados en tu visita a la 29 Feria Internacional del Libro de Lima.

Fotos: Ricardo Mendoza
En medio del bullicio de la Feria Internacional del Libro de Lima —ese carnaval cultural que, año tras año, erige templos efímeros al libro entre avenidas congestionadas y discursos oficiales que suenan más a trámite que a celebración— hay espacios que escapan del espectáculo masivo para recuperar el sentido más íntimo y revolucionario de la lectura: la formación de un lector libre. Es el caso de dos editoriales peruanas que, en esta 29ª edición de la FIL, no se conforman con vender ejemplares: pretenden sembrar mundos.
La primera es Amotape Libros, una modesta pero tenaz editorial que se ha propuesto la osadía de hablarle a los niños no como seres ingenuos, sino como interlocutores capaces de comprender la complejidad emocional del mundo. Sus libros infantiles no recurren al colorinche fácil ni a la moraleja simplona, sino que exploran temas silenciados —la tristeza, la ira, la diversidad— desde una narrativa lúdica y artística. “Muchos de los libros que tenemos para esta feria abordan temas emocionales desde una perspectiva lúdica, narrativa y ficcional”, explica Alfredo Ruiz, su editor. Detrás de esas palabras se advierte una convicción: la literatura no es un ornamento para la infancia, sino una herramienta para entender el caos de estar vivos.

Amotape no solo edita obras propias; también importa títulos cuidadosamente seleccionados, creando un catálogo que desafía el empobrecido panorama de la literatura infantil peruana, dominado por textos escolares y fábulas recicladas. En su stand, diminuto en metros cuadrados pero vasto en imaginación, se respira una pedagogía de la libertad: enseñar a los niños a sentir, a pensar, a imaginar.
La otra trinchera se llama El Gato Descalzo. Con 13 años de existencia, esta editorial ha hecho de la resistencia su estética. Sus libros —económicos, sin pretensiones tipográficas pero plenos de contenido— circulan como ediciones libertarios en ferias, calles y plazas. A diferencia de los grandes sellos, que repiten autores y formatos como si de una fábrica se tratara, El Gato Descalzo apuesta por los desconocidos, por los inéditos, por los que escriben desde la periferia.

Durante esta edición de la FIL, no solo presentarán títulos nuevos, sino que han lanzado una convocatoria que parece salida de un sueño de Borges o de Arguedas: Misterios de los Andes, una antología de cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror inspirados en los mitos y enigmas de la cordillera. Se trata de una iniciativa que no solo reivindica el imaginario andino, sino que lo reinterpreta desde la ficción contemporánea. Una forma de devolverle a la literatura peruana ese carácter mágico y trágico que alguna vez tuvo, antes de ser domesticada por el mercado editorial o la corrección política.
Estas dos editoriales —tan distintas en forma, tan semejantes en espíritu— nos recuerdan que el libro sigue siendo un acto subversivo en un país donde leer es todavía, para muchos, un privilegio. En un escenario ferial que muchas veces prioriza la selfie con el influencer de turno o la caza de descuentos, Amotape y El Gato Descalzo perseveran en su quijotesca empresa de formar lectores, no consumidores. Y eso, en tiempos donde la banalidad amenaza con vaciarlo todo, es un gesto de valentía y de fe.
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