Enrique Polanco. Fotografía Luis Estrella.
Enrique Polanco a sus sesenta años, se ha despojado de su actitud rabiosa y contestataria de los últimos treinta y cinco años, y hoy vive su año chino, el de la serpiente, es por eso que él prefiere ahora, en una etapa más sosegada y filosófica, encerrarse en su taller para pintar durante horas, aunque el mundo se acabara.
Acaba de exponer su muestra “Obra reciente” en una galería de Miraflores, en homenaje a su gran amigo el poeta Antonio Cisneros, y una vez más nos sorprende con sus pinturas de colores más intensos y una figuración que ha a través del tiempo ha sabido marcar notablemente las líneas. Enrique Polanco admite que se halla en una etapa de madurez en el que ha encontrado la luz. La cita, fue en su casa-taller de Barranco, un refugio que lo mantiene alejado del bullicio, y la bohemia. Él nos recibió con vino tinto, y fuimos testigos de una mágica atmosfera; la que recibíamos a través de los ventanales que acogían la rojiza luz de la tarde, en el que predominaban los viejos caballetes, enormes cuadros antiguos, decenas de gastados chisguetes de oleos, y paletas multicolores, que no eran otra cosa que platos descartables. El taller fue cómplice de una tertulia desparpajada que reveló los aspectos más singulares de nuestra cultura popular, como el feroz barrio de La Parada, su fervor hacia San Martín de Porres, el mítico Víctor Humareda, la tradicional Escuela de Bellas Artes, y el recordado movimiento Kloaka. Todos ellos, símbolos de la ingrata y amada Lima, que para el artista simplemente son el Perú en “chiquito”.
Te has reencontrado con el público después de algunos años.
Es cierto. Ya hace bastantes años que no exponía. Mi última muestra creo que fue en el dos mil ocho, y se cumplía cien años del nacimiento de Martin Adán; esa fue la última vez que expuse. Y reencontrarse con el público es bueno, lógicamente, en un lugar tan visitado como es la galería Luis Miró Quesada, en el que circula infinidad de gente.
Tu obra urbana, de contenido popular, muestra lo marginal y está expuesta en un barrio pituco como lo es Miraflores ¿No es eso irónico?
No me parece irónico. Lima tiene cinco espacios culturales, y también cinco galerías comerciales para exponer, entonces algo de eso se tiene que aprovechar. El anarquismo por el anarquismo ya no va, y decir que no expongo mi muestra en Miraflores porque trata del centro de Lima, no tiene mucho sentido. La cosa es exponer en un lugar donde la mayor cantidad de gente te vea.
Pero tú has creado tu propio mercado, y no necesitas de las galerías para vender
Ya hace muchos años que no expongo en galerías, pero mucha gente me sigue, y entiende mis cosas, y con eso me basta.
¿Por qué nunca hiciste abstractos?
Porque nunca me interesó. Así de simple, y cuando llegué a la escuela de Bellas Artes, yo ya sabía más o menos lo que quería mostrar con mi trabajo.
Eres un expresionista que hoy tributa al silencio ¿Cuántos años requeriste para llegar a ese estado?
Bueno, me tomó algo de treinta y cinco años para empezar a ver la luz. Por eso, yo siempre les digo a los jóvenes pintores: paciencia, calma; la pintura es un oficio muy complicado, y no es una cosa en el que tu obra deba ser enteramente lúdica, porque eso está de moda en estos momentos, y dicen: qué bonito, qué lúdico, qué bacán, y ahí te marketeas, y ese trabajo termina siendo lo menos importante, simplemente circunstancial; cuando en realidad debería ser al revés.
¿Cuál es la nostalgia que te causa recordar la escuela de Bellas Artes, a estas alturas?
Siempre recodar Bellas Artes, es una nostalgia muy fuerte, porque allí pasé casi seis años muy importantes de mi vida. Mi formación pictórica, la adquirí allí, porque yo entré a la escuela sin saber por qué. En esa época yo trabajaba, en el servicio de geología y minería, y un día viendo el periódico, leí un aviso: se comunica a los alumnos de la escuela de Bellas Artes, que la inscripción para postulantes vence tal día; y luego fui a tramitar mi documentos, y postulé, e ingresé apenas con 10.5, gracias al Centro Federado de estudiantes que antes habían protestado para que todos los que obtenían 10.5, ingresaran como si fuera un 11, y así lo hice yo.
Es un dato importante. Porque mucha gente que antes ingresó con nota 15, o con 20, tampoco ha trascendido en la pintura
Claro. Eso es muy común y triste a la vez. De mi promoción que se llamaba Víctor Humareda, egresamos algo de sesenta alumnos, y ahora quedamos dos, o tres a lo mucho, pero afortunadamente, mi primera muestra causó polémica y crítica, y así es hasta el día de hoy.
Si no hubieras hecho esas caminatas con Víctor Humareda, por las calles de La Parada, y San Cosme, ¿crees que habrías conocido nuestra realidad social?
Probablemente sí. Porque ya por el hecho de llegar a la escuela de Bellas Artes era conocer la realidad. Yo sostengo que Lima es el Perú en chiquito, pero Víctor Humareda a mí me presentó un barrio totalmente marginal como lo es La Parada. Él iba todas las mañanas a la escuela muy temprano, y nadie le daba bola, porque pensaban que era un loquito, pero yo me hice muy amigo de él, y empecé a frecuentarlo durante muchos años, y efectivamente, salíamos a caminar por la Parada. Recuerdo, que había un lugar donde recalaban todos los ropavejeros de Lima, a eso de las cinco de la tarde, y él compraba trapos de colores, porque su caballete estaba repleto de ellos, y decía que eso era bueno porque le hacía matizar el color; y es cierto, porque si tú tienes trapos de diferentes colores, como el naranja, violeta, amarillo, y rojo, es un incentivo al color, y en esas caminatas también fuimos a esos prostíbulos de quinta categoría en San Pablo, algo espantoso, que era una especie de infierno. Pero todo eso, alimentó un poco mi concepción sobre lo que es Lima.
Se ha dicho mucho de él ¿Hay cosas que te han molestado?
Sí, hay cosas que me han molestado; que Humareda era borracho, y él no tomaba más que manzanilla; y se confunde al personaje anecdótico y bufonesco que quería ser Víctor a veces, pero esa actitud era como una especie de burla para la sociedad; el hecho de bailar marinera, y decir cosas extrañas. Yo creo que esa es la parte más anecdótica de Humareda. Yo he conversado miles de veces con él, y era un tipo totalmente profundo, y me dio las primeras inyecciones de pasión por la pintura.
(Lee la entrevista completa en la revista Lima Gris N°7)