Decidí regresar al Perú después de 25 años pero no solo sino acompañado de un amigo canadiense el cual conocí en mis épocas de estudiante de Literatura Hispana en la lejana Zaragoza del 2001. Decidí hacerlo porque no hay nada más hermoso que reencontrarte con tus seres queridos, con viejas amistades de barrio, con su comida, sus atardeceres en Punta Hermosa, sus lunas llenas afuera en la calle cuando no había más lumbrera que la pequeñez de un alfajor pintado en la noche.
Del Perú veía muchas cosas pero solo por las noticias, estaba consciente de que había cambiado, que los lugares a los que yo frecuentaba posiblemente ya no se encuentren y que en su reemplazo esté un edificio de 20 pisos con departamentos de estreno. Ahora con la tecnología lo puedes ver casi todo, digo casi porque lo que me pasó, o mejor dicho, viví, sentí, experimenté no fue nada preparado. Eso no lo podía aprender de una fría pantalla táctil en la comodidad de mi habitación en Johannesburgo. Eso lo tienes que descascarar con tus propias manos.
Luego de tantos años mi español estaba muy descuidado así que opté por hablar con mi amigo Thomas en inglés durante nuestra estadía en Perú. Él, por su parte, estaba muy entusiasmado de conocer por fin Machu Picchu y tomarse fotos en las líneas de Nazca. Su información, evidentemente, no le reprocho nada, era escaza de la coyuntura de mi querida tierra. Eso sí, es un ser muy sencillo y humanista el cual le debo muchas cosas de mi juventud, así que estoy seguro que pasará momentos agradables durante su visita, es más, me encargaré de eso ni bien pise suelo Inca.
“So, we landed alive, *****”, fue lo primero que mencionó sarcásticamente ya que el vuelo resultó algo turbulento cerca a Panamá debido a un tifón que pasaba por ahí.
¿Qué es lo primero que veo ni bien la puerta del avión se abre? Bueno, primero que nada… ¡carajo, cómo extrañaba ese gris del cielo limeño! Lo demás fue un cartelito con mi nombre y apellido sostenido por mi queridísimo hermano Beto, el cual llegué a verlo dos años atrás cuando fue a visitarme con su familia a Sudáfrica. Un abrazo efusivo: “Oh man, i´ve been waiting so many fucking years for this”, él me toma del hombro y me contesta “ya está hermano, ya estás acá, vamos a la casa que nos están esperando”, yo no salía de mi paroxismo, no podía evitar derramar unas lágrimas de alegría, “ya, ya huevón, go home, go home”, se reía mi hermano mientras le hacía un gesto de acercamiento con las manos a mi amigo Thomas que solo atinaba a celebrar nuestro reencuentro con un sutil aplauso de camaradería.
De pronto la novela estilo Oscar Wilde va tomando forma. Camino al estacionamiento en busca del auto de mi hermano se nos acerca un taxista, a pie, a ofrecernos su servicio de transporte: Good afternoon, may i help you? Mi hermano, muy barranquino él le contesta que estamos bien, en español. Escuchadas las palabras de mi querido hermano mayor, el taxista cambia el tono de su voz a un poco más coloquial: Ya, gringuito cuánto quieres, habla pe´; Beto, un poco incómodo le replica que su camioneta está cerca, que muchas gracias cholito. Creo que la forma cómo lo dijo también incomodó al taxista porque se fue masticando un “ya, ya conchetumare” que logré percibir con un poco de tino. Alcé mi vista hacia mi amigo pero él estaba tranquilo. Asunto arreglado, dije, no hay más inconvenientes.
Rumbo a La Molina, no dejaba de apreciar cómo había cambiado la ciudad, parece ser cierto lo del boom inmobiliario porque de tanto en tanto una nueva construcción aparecía a la vista. Beto, por el retrovisor cae en mi estado desorbitado: A long time ago, eh bro? Mi amigo Thomas se anticipa a mis palabras “The moments passed as at a play…” Yo sonrío sin dejar de mirar por la ventana: “I had the wisdom love brings forth, i had my share of mother-wit, and yet for all that i could say…” (1). Mi hermano extrañado me mira ¿qué dijiste? Solo tengo ojos para la vista de una ciudad perdida, respondo lentamente – William Butlers Yeats, my dear brother -. “Ya, ya, whateva”, juega conmigo mi hermano: en casa nos esperan, no estés tan alucinado desde tan temprano, hermanito.
Llegamos.
Beto, generosamente ofreció toda la planta superior de su casa para Thomas y yo durante el tiempo que dure nuestra estadía. Almorzamos en familia, recordamos viejas anécdotas de los viejos cuando estaban vivos. Conocí en directo a mis sobrinos; en la noche cabernet, risas y piscina hasta las dos de la madrugada.
Ya en la mañana Thomas se me acerca y me pregunta si antes de salir rumbo a Cusco podemos hacer una breve excursión por el centro de la ciudad. Yo tenía pensado llevarlo a conocer a unos viejos amigos que vivían cerca pero no podía rehusar una petición de un invitado como él. Ok, let me find the keys of the car and we go out, le digo – no, no let´s take the urban transport – se apresura a contestarme. Me quedo mirándolo y asiento con la cabeza: ok, un poco de aventura en la selva de cemento no vendrá mal, pienso despreocupado.
Primero que nada ¿cómo llegamos allá? Tengo pensado llamar un taxi. Mi hermano sale por la puerta y nos da una breve indicación de cómo llegar. Parecemos dos niños yendo a comprar por primera vez a la bodega de la esquina.
En el paradero tomamos el bus que nos llevará al centro de Lima; nos sentamos en la parte trasera y conversamos en inglés mientras trato de explicarle, si mal no recuerdo, de los lugares que vamos pasando. Llegamos a la plaza mayor pero Thomas aún seguía inquieto, me pregunta qué hay más allá, cruzando el puente. Yo, un poco consternado ya, respondo que no lo sabía exactamente: maybe more people? Sonrío tímidamente. Se queda mirándome durante unos segundos, insatisfecho de mi respuesta; la gente pasaba a nuestro alrededor, la mayoría más bajos en estatura que nosotros, así que nuestras cabezas sobresalían entre la multitud. Pareciera como si tratara de leerme la mente. De pronto gira su mirada hacia esa gran cruz que está encima de ese cerro con casitas de colores en sus orillas. Avanza unos pasos con dirección al puente, avanza otros sin voltear a ver. Esta atravesado por una idea y yo no logro descifrarla.
Caminamos sin hablar.
Yo me sentía un extraño en mi propia ciudad
Será que me está devorando
Que sus pasos me llevan a otro camino
Donde años llevo llorando este río
Y que sus aguas oscuras arrastran mi tristeza.
El río que calla mi voz
El peso de mi dolor que hunden mis palabras
Sobre piedras mi olvido se oculta
O mis ojos no quieren ver mi reflejo.
Te toman de sorpresa los recuerdos
Sobre nubes grises te buscan en silencio
Mientras allá en lo alto
Al vuelo ángeles negros atrapan estrellas.
(1) WILLIAM BUTLER YEATS. “A memory of youth”, en: Responsabilites and other poems (1911).