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En torno a Repulsión, de Roman Polanski (1965)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Me gusta pensar entre otras cosas para mi propio placer y siendo fiel a mi propia conexión con la obra pero sabiendo que no es quizá del todo exacto, que Repulsión es una película sobre la vida interior (ya sé: cierta calidad de vida interior con una fisonomía crecientemente patológica no necesariamente muy plácida). El lugar común muy sensato por otra parte contra el que no tengo ninguna objeción en especial afirma bien simplemente que es una-película-sobre-la-locura. Tan simple, por complicada que sea la locura, que siento que hay una trampa ahí. En fin. Y podrías decir: Querida locura, dame mi dosis exacta, pero no más. No como en esta película, no hasta este punto, el de la gestación o el eslabón último, cuando se desata la explosión y la implosión si se quiere horrorosa, triste, inevitable, definitiva. Oquendo de Amat diría, tuve miedo y me regresé de la locura…

La locura en ciertas locas películas o en películas ciertamente sobre la locura, es tan previsible -sobran signos-, quiero decir, en las dimensiones narrativas involucradas para ‘entenderla’, y, por lo tanto, y a mi entender, resulta con desesperación insuficiente. La locura es desde ya un razonable y super estabilizado lugar común estilo mira lo que te va a pasar si no te tomas la sopa. Además, y de seguro, tema desarrollable, el cómo mirar la locura haciendo de o con ella un objeto o un estado apetecible, al menos en teoría, en fase contemplativa, en encontrarla sumamente divertida, a modo de terapia, tipo bicicleta estacionaria, contra el aburrimiento. Turismo psíquico para que uno no se mueva de donde está, como si sí. Sazonador de locura en la vida más sometida para que la caricatura humana general se siga representando en todos los teatros. La regla -rota por un ratito- garantiza que es irrompible.

Locura erótica: se puede postular o formular una erótica de la locura sin grandes contratiempos. La belleza gélida de Catherine Deneuve, espesura melenuda sin reacondicionador, ojona respingona y delgadita, ayuda.

En mi caso y como espectador me inclino por los momentos preciosos de soledad del personaje, de rica inmersión, aunque entrañen anonadamiento. O precisamente por eso. No enloquecemos solos, por nosotros mismos, es la sociedad la agente enloquecedora, la perpetradora de la violación ontológica, incluyendo la sexual. O esa es la metáfora que sigue resonando en mí.     

Película:

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Mario César Castro Cobos es cineasta y crítico de cine. Fundó y dirigió el Festival de Cine Lima Independiente así como las revistas Voyeur, Abre los ojos y el blog La cinefilia no es patriota, y condujo el programa de radio del mismo nombre en Radio Lima Gris. Además, escribió para Cronopia, Las sumas voces, Butaca, Mabuse, Godard!, Diario 16 y Buensalvaje. Formó parte de los cineclubs del BCR, Biblioteca Nacional, Centro Cultural Arcais, Universidad Científica del Sur, Universidad Cayetano Heredia y Universidad de Ciencias y Humanidades. Acaba de estrenar su cuarto largometraje.

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Hobart, de Carlos Rejano (2020)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Desde la paradoja, o casi -real y aparente- y la calculada ‘naturalidad’ del registro (porque la naturalidad es otra pose, otro artificio, otro dispositivo, otro método, otro mecanismo, otro ‘hábito’ muy estudiado ¿o no?) que es o que se quiere documental, que se hace o que da la impresión de que se hace’ mientras se graba, ‘sin intermediación’, o con un grado de manipulación mínimo, aunque el director – protagonista –  hilo conductor – narrador (o mejor diré ‘contador’) en efecto se dirija – nos dirija, hacia lo supuestamente ominoso… Que será, también, lo que no se ve, lo que no se puede ver, lo que nunca se verá.

Es el campo de juego del metraje encontrado (o eso es lo que tenemos que creer o jugar a creer) que funcionaría como indicio, evidencia o materia probatoria. Y narrativamente, claro, como creación de intriga. Y esto ¿adónde nos lleva? ¿Más allá del puro ejercicio?

Hay una notoria, y notable economía de medios, en la grabación realizada por la cámara de un celular, en su naturaleza o modo, digamos amateur, casual, casero, ante lo impredecible. Que se va desplegando, inadvertidamente, ante nuestros ojos (o ante los ojos de la mente). Aunque se editorializa un poco y se subrayan advertencias. ‘El decir que algo va a pasar para que algo pase’. Reportero de sí, de su micro aventura, o de su intuida desventura, de su inocente peripecia, que se irá complicando, así, ‘de la nada’, como si nada. Y como corolario de esta economía se nos niega la imagen trágica, siniestra.     

La línea que seguimos puede ser resumida o enunciada muy fácilmente. Una pareja de turistas se pierde sin más, se acumulan sospechas, la zona por la que andan, un gran parque, calles, están insólitamente vacías, o vaciadas. Un poco de aislamiento los saca de sus casillas. Y así se intenta colar lo ominoso, lo cotidiano sin maquiilaje…

Película:

https://www.youtube.com/watch?v=TR4_6iqcGfA&t=7s&ab_channel=CRP

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En busca de Ricardo Quesada

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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Ricardo Quesada (1956-2011) fue un poeta urbano que caminaba por el centro de Lima. Editó Blue moon of Kentucky (Hipocampo Editores, 2004). Muchos lo recuerdan con sus lentes a lo Jhon Lennon, sus jeanes raídos y un morral que siempre cargaba colgando de uno de sus hombros y donde llevaba siempre sus plaquetas Desakato que repartía a diestra y siniestra. Algunos de sus títulos son: Chica Dark, Rituales para la sensualidad, El exilio, El ángel que no podía desprenderse de sus alas, One after 909, Tratado de lo obsceno, etc. Pero no siempre fue así, el poeta antes había trabajado para Centromin Perú y un descubrimiento tardío de Martín Adán, en 1982, lo llevó directo al parnaso literario.

Hace unos días, pudimos asistir al «Primer Encuentro Nacional e Internacional de Narradores ‘Sandro Bossio Suárez’” que organizó el poeta Giosuè Chico en Huancayo y aprovechando la ocasión reanudamos una directiva con el combativo bardo Gabriel Tiempo: visitar la tumba de Ricardo Quesada. Es así que nos dirigimos al cementerio de Umuto con una lluvia torrencial y después de cargar una pesada escalera para dejarle unas flores, leímos los poemas de su último texto “El Sur es el camino del desierto, pero también de los volcanes, los lagos, los ríos y el cielo azul”. Un pequeño homenaje al hermano caído.

Y como no existe casualidades sino causalidades, también se llevó a cabo un evento homenaje a Quesada dentro de la Antigil nro. 5 que organiza el escritor underground Miguel Fegale a espaldas de palacio de gobierno, y se editó la revista/fanzine “Aquella Cucaracha que anda” a cargo de Natalie Celio y que trae textos de Primo Mujica, Fernando Laguna y Carlos Valencia.

En mi poder guardo muchos poemas sueltos de Quesada, esa era su forma de saludar a los amigos, alcanzando sus plaquetas y conversando solo un rato para después partir. No era gregario. Y también viajar por Estados Unidos o Latinoamérica al modo de los beatniks o como hippie subte. Sus últimos días en Huancayo fueron de una tristeza infinita, solo los amigos le alcanzaban algunos alimentos o le daban hospedaje como el vate horazeriano Sergio Castillo, quien además hizo todo lo posible para que el entierro de Quesada fuera digno.  

Quienes quieran visitar a Ricardo Quesada, lo encuentran en el cuartel “Señor de los Milagros” F-19 de Umuto. Y siempre en sus poemas.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Congreso enemigo de la universidad peruana y los estudiantes

Lee la columna de Rafael Romero

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Por Rafael Romero

Como dice la canción salsera, “te conozco bacalao, aunque vengas disfrazao”. Efectivamente, la actual representación del Congreso de la República, con sus 130 burócratas, salvo honrosas excepciones que se verá pronto en el horizonte, y en especial con su dizque Comisión de Educación, Juventud y Deporte vienen demostrando una ignorancia supina y mala fe que atenta contra la universidad nacional peruana y sus estudiantes.

Es necesario decirle a cada uno de los congresistas de dicha comisión que ya está bueno y que es hora de que cambien de actitud y le demuestren al pueblo que no son asesinos de universidades, que no son lobistas de intereses particulares, envalentonados hoy para destruir las universidades nacionales, acaso repitiendo el libreto que viene desde la década de los noventa del siglo pasado, en pleno período fujimontesinista.

Notifiquemos y tomemos el nombre de los congresistas de la Comisión de Educación, que por acción u omisión vienen fomentando el intervencionismo en emblemáticas e históricas universidades nacionales del país, haciendo de tontos útiles de aquellos magnates de las universidades privadas que vienen desde dicha década o aquellos que han creado universidades particulares con filiales que se multiplican como hongos en cada región y provincia del país al empezar este siglo XXI.

Así viene ocurriendo en los últimos 35 años por lo menos, maltratando a la universidad nacional peruana con falsas y antojadizas “reorganizaciones” bajo el pretexto de la intervención cuando solo sirven a intereses subalternos.

Ya basta, y es duro decirlo porque tendrán que salir al fresco esos congresistas que no tienen autoridad moral para “reorganizar” nada y sí se debería reorganizar un Congreso que hasta tiene redes de prostitución dentro de sus oficinas y esto es un insulto al pueblo, a la universidad nacional y a los estudiantes porque eso no se puede pasar por alto ni perdonar el lobismo, la mala fe y ese subjetivismo trasnochado del juego entre derechas e izquierdas en medio de la universidad peruana.

Esos señores de la Comisión de Educación del Congreso, en lugar de prepararse mejor y de aprender qué es y qué dice el principio “societas delinquere non potest”, que señala que una persona jurídica no delinque, deberían solo apoyar y recomendar que las instancias pertinentes del Estado separen e individualicen a quienes habrían cometidos faltas penales o administrativas en cada universidad pública, porque el hecho de que haya dos o tres personas cuestionadas no justifica ningún intervencionismo y menos una “reorganización”.

La universidad tiene autonomía que viene desde la Reforma Universitaria de Córdoba, iniciada por los estudiantes argentinos en junio de 1918, con su manifiesto dirigido “A los hombres libres de Sudamérica”, consagrando el principio de la autonomía universitaria, principio que bajo pretextos hoy los congresistas lobistas dueños de universidades privadas o haciendo de empleados de los mismos, solo buscan debilitar a la universidad peruana pública.

Es hora de que la representación nacional se ocupe de cosas más importantes y de asuntos verdaderamente de Estado que sí merecen su atención y no se presten a un juego ideológico de izquierdas y derechas, de sofismas de dizque liberales y comunistas, para agarrar de piñata a las universidades nacionales y menos intentar “reorganizarlas” porque harán más daño que beneficio al estudiante y al padre de familia de dichas casas superiores de estudio.

Que la Comisión de Educación del Congreso no sea llevada de la nariz por sujetos interesados en sus negocios, en sus luchas ideológicas o en sus complejos más retrógrados de derechistas y liberales, pues la universidad peruana está por encima de ello. Por tanto, tomemos nota de quienes son esos malos congresistas que dicen que la reorganización es la panacea de todo cuando no conocen la realidad de la universidad peruana. Esos congresistas tarde o temprano tendrán que rendir cuentas de sus actos de destrucción de la universidad nacional peruana.

En suma, individualicen las responsabilidades y no por dos o tres malos elementos, como los hay dentro del propio Congreso dizque se va a “intervenir” a determinadas universidades estatales.

De manera que, en medio del contexto del lobby permanente en provecho y beneficio de universidades e institutos superiores particulares, y máxime cuando sus dueños tiene bancadas congresales o congresistas empleados, no se debe permitir el abuso y la prepotencia para supuestas “reorganizaciones” ya que el remedio puede ser peor que la enfermedad en la actual coyuntura de intereses inmorales y desvergüenza de “padres de la patria” que parecen padrastros que hasta se llevan 50,000 soles de sueldo, aguinaldo y bono por estas fechas, y quienes cada vez más se alejan del pueblo como de la universidad peruana.

¿Quién es quién en la Comisión de Educación del Congreso? Seguiremos informando.

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Los delincuentes matan, los gobernantes roban

La estrategia de Dina Boluarte y el Congreso, pareciera ser que la delincuencia asole el país ya que una población con miedo y aterrada por la delincuencia no reclama, no cuestiona, solo se dedica a protegerse, mientras los gobernantes asaltan las arcas del Estado y crean leyes para su beneficio.

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Por Jorge Paredes Terry

Existe una creciente sensación de que la permisibilidad de la criminalidad se está utilizando como una herramienta de distracción por parte del gobierno de Dina Boluarte y el Congreso. Mientras la población se encuentra aterrorizada y desorientada por la ola de delincuencia, se están llevando a cabo acciones que favorecen a los poderosos, pasando desapercibidas en medio del caos.

La evidencia sugiere una correlación preocupante entre el aumento de la criminalidad y la falta de reacción ciudadana. El dato de que en algunas zonas del país el 90% de los pequeños negocios pagan algún tipo de extorsión es alarmante, reflejando un clima de miedo e impunidad que paraliza la capacidad de reclamo de la población. En ciudades como Trujillo, la situación es especialmente crítica, con la delincuencia organizada operando con aparente impunidad, incluso con la posible complicidad de algunos miembros de la policía.

Esta situación no es casual. Un gobierno y un Congreso que se benefician del desgobierno pueden usar el miedo y la inseguridad como herramientas para desviar la atención de sus propias acciones. Mientras la población lucha por su seguridad personal y la supervivencia de sus negocios, las reformas que favorecen a la élite política pueden pasar desapercibidas. La falta de reacción ciudadana, producto del miedo y la desesperación, crea un vacío de poder que es aprovechado por quienes buscan enriquecerse a costa del Estado.

La permisibilidad de la criminalidad no es simplemente una falla en la seguridad pública; es una estrategia política. Es una forma de control social que silencia la disidencia y facilita la corrupción. La falta de una respuesta contundente por parte de las autoridades solo refuerza esta estrategia, creando un círculo vicioso de miedo, impunidad y corrupción.

Para romper este círculo, es necesario un cambio radical en la estrategia de seguridad. Esto implica no solo un aumento en la presencia policial y una mayor inversión en tecnología, sino también una reforma profunda de las instituciones policiales para erradicar la corrupción interna. Además, es crucial fomentar la participación ciudadana en la seguridad, creando mecanismos de denuncia que garanticen la protección de los testigos y una respuesta efectiva por parte de las autoridades.



Pero la solución no se limita a la seguridad pública. Es necesario abordar las causas subyacentes de la permisibilidad de la criminalidad, incluyendo la falta de transparencia y rendición de cuentas en el gobierno y el Congreso. La impunidad de los poderosos debe terminar, y se deben implementar mecanismos para asegurar que los responsables de la corrupción sean llevados ante la justicia. Solo así se podrá reconstruir la confianza en las instituciones y crear un ambiente donde la ciudadanía pueda reclamar sus derechos sin temor a represalias. La lucha contra la criminalidad no puede ser solo una cuestión de seguridad pública; debe ser una lucha por la justicia y la democracia.

La falta de reacción ciudadana frente a la delincuencia tiene consecuencias de gran alcance, que van más allá de la simple percepción de inseguridad. Esta inacción alimenta un círculo vicioso que erosiona la confianza en las instituciones, debilita el tejido social y, en última instancia, perpetúa la impunidad y la violencia.

Cuando la ciudadanía se acostumbra a la delincuencia y deja de reaccionar, se crea una sensación de normalidad. La delincuencia se convierte en un elemento cotidiano, aceptado como parte del paisaje social. Esta normalización genera una sensación de impotencia y resignación, lo que a su vez reduce la presión sobre las autoridades para que tomen medidas efectivas.

La falta de reacción ciudadana envía un mensaje claro a los delincuentes: sus acciones no tienen consecuencias. La impunidad se convierte en un incentivo para que la delincuencia se expanda y se vuelva más audaz. Los delincuentes se sienten empoderados, sabiendo que pueden operar con relativa libertad sin temor a represalias.



Cuando la ciudadanía percibe que las autoridades no están tomando medidas efectivas para combatir la delincuencia, la confianza en las instituciones se erosiona. La población se siente desprotegida y abandona la esperanza de que el Estado pueda garantizar su seguridad. Esta desconfianza puede traducirse en un aumento de la violencia y la autodefensa, lo que genera un clima de caos y descontrol social.

La delincuencia y la falta de reacción ciudadana generan un clima de miedo y desconfianza. La gente se aísla en sus hogares, evitando la interacción con sus vecinos. Las relaciones comunitarias se debilitan, lo que dificulta la creación de redes de apoyo y la colaboración para combatir la delincuencia. La falta de solidaridad y cooperación facilita la expansión de la criminalidad.

La delincuencia tiene un impacto devastador en la economía. Los negocios cierran, las inversiones se retraen y el turismo se ve afectado. La falta de reacción ciudadana exacerba estos problemas, creando un círculo vicioso de pobreza, delincuencia y falta de oportunidades. La economía se estanca, lo que a su vez alimenta la desesperación y la violencia.
Pero cada vez más se escuchan voces que exigen acciones radicales como última solución para combatir la delincuencia desbordado.

La mayoría de la población aceptaría un régimen de excepción, donde una Junta cívico militar tome el control total de las decisiones, cuyas acciones inmediatas serían la restitución inmediata de la servicio militar obligatorio, redadas conjuntas del ejército en zonas peligrosas, expulsión de delincuentes extranjeros, control total de las fronteras, unificación de los cuerpos de seguridad interna (Rondas Campesinas, Serenazgo, seguridad privada y otros) bajo un solo un solo mando, de igual forma la población va a exigir cambios en la legislación y el código procesal penal, que consistirá en jueces sin rostro para procesar a los delincuentes, pena de muerte para crímenes atroces como el asesinato de niños, de igual forma implantar la pena capital contra la alta corrupción.

Estas medidas pueden asustar a algunos, pero la gran masa vería con buenos ojos este tipo de decisiones, drásticas pero necesarias.

Frente a la ineficacia y corrupción de un gobierno y Congreso que usa el caos como elemento distractivo para robar, la reacción popular tarde o temprano los hará despertar y será demasiado tarde.

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¿La Policía respeta?

Desde hace buen tiempo la frase “A la Policía se la respeta” cobró auge porque, de acuerdo a las normas constitucionales, la Policía Nacional del Perú tiene la misión de proteger al ciudadano de la criminalidad; así como mantener el orden público interno. Sin embargo, actualmente ¿cuál es el papel que cumple la PNP?

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Hace 22 meses siete policías fueron emboscados y acribillados en la zona del VRAEM por remanentes del grupo terrorista Sendero Luminoso. No olvidar que en los años ochenta cuando los terroristas de Sendero Luminoso aniquilaban a un policía, le colgaban un cartel que decía: —Así mueren los perros—.

Décadas atrás, cuando éramos pequeños nuestros tutores nos decían: “El policía es tu amigo”. Si bien es innegable que ellos se enfrentaron a los terroristas en zonas de emergencia, mientras en la capital vivíamos en nuestra estancia de confort; tampoco es menos cierto que hubo excesos y actos delictivos contra inocentes civiles que fueron víctimas de algunos malos policías. ¿Acaso fueron hechos aislados?

Eso me recuerda a la escalofriante historia que hace 11 años me contó personalmente el productor norteamericano Montgomery “Monty” Fisher quien arribó a Lima exclusivamente para estrenar su película ‘Ciudad Jardín’. El filme narra lo que él tuvo que vivir en 1980 cuando llegó a Perú para practicar surf, y cómo tuvo que escapar del Penal del Sexto, tras haber sido torturado por policías de la Guardia Republicana y de la PIP, quienes injustamente le habían ‘sembrado’ droga.

Actualmente en nuestro país se habría creado una práctica “sistémica” en la Policía Nacional, donde los delincuentes prácticamente han pasado a ser “colegas” de los uniformados. La población está asustada y ya no sabe de quién cuidarse; si de los criminales o de los policías.

¿Cómo es posible ver al Comandante General de la PNP Víctor Zanabria bailar ‘perreo’ con su presunta amante? Sin duda la institución policial atraviesa una de sus peores crisis, y en las últimas semanas hemos sido testigos de noticias execrables, como el caso del policía Darwin Condori que descuartizó a la joven Sheyla Cóndor. Y qué decir de los efectivos PNP que le robaron el celular y la billetera a su colega Pablo Baltazar mientras era evacuado tras haber recibido un tiro en la cabeza. O la detención de los tres agentes Terna que extorsionaban a los propios extorsionadores. Y ni hablar de los dos policías Luis Miguel Lago Olivares y Jarlin Ali Dávila Risco que se dieron a la fuga, luego de haber intentado cobrar una coima e intentar abusar sexualmente a una mujer en San Juan de Lurigancho.

Comandante general de la PNP Víctor Zanabria bailando perreo.

¿Qué dirían actualmente los valerosos policías Mariano Santos y Alipio Ponce? No cabe duda, que la PNP requiere una purga generalizada y una reingeniería en toda la institución.

 

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Luigi Mangione: El héroe que mató a un criminal

Lee la columna de Tino Santander Joo

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Tino Santander Joo

Luigi Mangione es considerado un héroe de la lucha anticapitalista por millones de jóvenes y ciudadanos del mundo que están cansados de que los seguros de salud y la industria farmacéutica tengan como fin la codicia, utilizando el dolor de la humanidad. Comentarios en redes sociales como “Mangione desafió el verdadero cáncer de la sociedad” han inundado foros y plataformas digitales, convirtiéndolo en un símbolo global contra la codicia desmedida. No se trata de que no ganen, sino que no lleven su codicia al límite, afirman millones de norteamericanos en las redes sociales. La prensa norteamericana y mundial trata la noticia describiendo a Mangione como un personaje desequilibrado que, perteneciendo a la élite norteamericana, lo perdió todo en un acto de locura.

No es un anarquista radical ni un subversivo marxista; es un joven ingeniero y miembro de la clase alta norteamericana que dejó un manifiesto en el que describe la corrupción de las compañías de seguros y las farmacéuticas. Lamentablemente, solo conocemos párrafos del manifiesto, puesto que ha sido vetada su difusión en la prensa mundial. Se sabe que el documento denuncia políticas de rechazo de reclamos, aumento desmedido de precios de medicamentos esenciales, y acuerdos secretos entre aseguradoras y farmacéuticas que dejan a millones de personas sin acceso a tratamientos críticos. Según los medios de comunicación, el manifiesto retrata la pésima salud mental de Luigi Mangione, pero su contenido refleja una denuncia estructural contra la industria.

El acto de Luigi Mangione representa un símbolo en la lucha contra el capitalismo contemporáneo, que percibe el sistema de salud como un negocio donde los pacientes son mercancías a las que deben exprimir brutalmente. La codicia y la esquizofrenia de los CEO corporativos de las compañías de seguros y farmacéuticas están provocando reacciones como la de Mangione. La política de retrasar diagnósticos, negar asistencia y tener estrategias defensivas judiciales en todas las instancias genera una creciente indignación.

Mangione es un símbolo de desafío al poder transnacional; su manifiesto, a pesar de no haber sido difundido, es un mensaje, una invitación, un llamado a la rebelión contra el sistema. Las reacciones en redes sociales de todo el mundo evidencian esta lectura: ciudadanos se organizan para realizar colectas y respaldar la defensa de este héroe contemporáneo. Su acción ha puesto el foco sobre el sistema sanitario como una de las caras más despiadadas del capitalismo actual.

Es un crimen político porque expresa un rechazo al sistema. Por ejemplo, el asesinato de Salvador Allende en 1973 fue un crimen político del fascismo chileno, porque consideraba al presidente socialista un enemigo de Chile. Mangione representa la lucha contra el lucro desmedido de las compañías de seguros, contra las estructuras injustas, y, lo más importante, ha convertido a las corporaciones de seguros y farmacéuticas en los malvados y culpables de la muerte de millones de personas.

La violencia política se convierte peligrosamente en un instrumento de los ciudadanos para expresar su odio, rechazo y frustración porque están al margen del sistema de salud. En el Perú, la dependencia del sector salud a intereses privados no es casual: los bancos, dueños de farmacias, aseguradoras, clínicas y laboratorios, aseguran su poder mediante lobbies que desabastecen hospitales públicos y promueven leyes a su favor. Esta concentración del poder clama por una resistencia organizada que denuncie y desmonte estas redes de explotación.

La fiscalía y el poder judicial están subordinados a los intereses de los bancos que dominan la economía nacional. El Congreso, por su ignorancia y servilismo a los bancos y a los grupos mercantilistas legisla a favor de sus interese y de las organizaciones criminales y promueve la farsa electoral del 2026 para que todo siga igual. En un mundo donde el capitalismo convierte la vida en mercancía, los símbolos como Mangione surgen como recordatorios del costo humano de la codicia. La pregunta no es si necesitamos héroes, sino cómo canalizar esta rabia colectiva hacia una transformación real, es decir una revolución social democrática que ponga la dignidad humana en el centro del sistema.

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Macondo y los renegados del cine

Lee la columna de Edwin Cavello Limas

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Cien años de soledad, una de las obras más emblemáticas de la literatura latinoamericana escrita por el colombiano Gabriel García Márquez, llegó a Netflix en una serie de ocho capítulos, lo cual ha provocado curiosas reacciones, pero hay un argumento recurrente que resulta un tanto absurdo: el de quienes deciden no verla por temor a “distorsionar la imaginación” que tuvieron al leer la obra. Aquellos parecen ignorar que cualquier lectura ya es una interpretación personal. Olvidan que cada lector ha creado su propio Macondo.

La serie no es una copia fiel al libro, como ninguna obra literaria que ha sido llevada al cine tampoco lo ha sido. El propio Mario Puzo primero se resistió a que su obra “El Padrino” fuera publicada y luego llevada al cine, pero al final se convirtió en un clásico.  La serie de Netflix puede incomodar a los puristas pero no deja de ser un intento honesto de plasmar en pantalla la complejidad y riqueza de la narrativa de García Márquez. El resultado, si bien irregular, tiene momentos brillantes, especialmente en sus últimos dos capítulos, donde logra capturar el espíritu de los personajes y conmover al espectador.

Más allá de las críticas, es importante recordar que García Márquez no solo fue un maestro de la literatura, sino también un apasionado del cine. Su amor por el séptimo arte lo llevó a ser uno de los fundadores de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba, un espacio donde se han formado generaciones de cineastas de diversos países.

Además, la serie está despertando un renovado interés por la figura de García Márquez y su legado literario. Nuevas generaciones están descubriendo a este genio colombiano que, en 1982, recibió el Premio Nobel de Literatura. Si la serie ha conseguido esto, ya podemos considerarla un logro significativo y una gran recompensa económica para la familia del escritor.

Al final, cada uno vive su propio Macondo. Esa es la magia de la obra de García Márquez: un universo literario tan vasto que deja espacio para cada lector y espectador. En ese sentido, podríamos decir que, al igual que los Buendía, todos también creamos nuestros propios monstruos, ya sea en la imaginación o en las decisiones que tomamos frente a las historias.

(Columna publicada en Diario UNO)

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Cartografía “Costumbrista” de una novela posmoderna en clave metafísica

Lee la columna de Carlos Rivera

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Por Carlos Rivera

La escritora moqueguana Yajahira Castellanos pudo hacer suyas estas palabras de la poeta chilena Teresa Wilms Montt: “Traigo a tus pies la suave ofrenda de mi libro, que deposito en ellos, como el más sutil perfume de mi inspiración». No pretendo construir vasos comunicantes entre estas dos autoras por un anhelo utilitarista sino porque ambas voces coinciden en una brutal expresión literaria hecha con atrevimiento en sus formas y amalgamando los misterios del dolor y la incertidumbre de la vida a un horizonte de lenguaje donde brillan las palabras y lo sonidos repiquetean como pajarillos sobre los lectores. Ser disruptivo en la literatura no es el capricho de una repentina vanidad, sino que obedece a construir una historia desde los cimientos de una compleja elaboración literaria. Atrevimiento puro y duro.

No concibo la categorización de literatura femenina en contraposición a la hecha por los hombres. Ni creo que las obras de poetas o novelistas (y cualquier expresión artística, académica o científica) deba ser valorada por el género del creador (o creadora) y soslayar sus valores estéticos en pos de un acomodamiento a un discurso tan en boga en estos tiempos de cobardías. Disculpo a los barulleros que vieron en esta obra literaria otros mensajes subalternos. No valoramos la escritura de   Susan Sontag por ser mujer o por su opción sexual sino por el brillo e inteligencia de sus palabras. Ni tampoco a Beatriz Sarlo por ser mujer sino por sus poderosos argumentos que salen de su cerebro. O las bellas crónicas de Leila Guerrero, Alma Guillermo Prieto, las quebradas historias de Rosa Montero, los melancólicos versos de Blanca Varela, los gritos de piel de María Emilia Cornejo o los versos oprimidos de Magda Portal, Clorinda Matto de Turner. Ellas producen alta literatura y es mérito de ellas la elevación que alcanzaron con el lenguaje. Desde luego que esto no nos exime de reconocer la violencia contra la mujer históricamente y su exclusión de los círculos creativos, políticos o científicos relegándolas a meras sirvientas o parte un decorado sin voz, sin voto y apolillada sin explorar las dimensiones de su mente y las libertades de su cuerpo. La mujer hoy en día participa en todos los campos de la vida humana y desafía el estatus qou, las tradiciones y hasta los discursos de vanguardia. Pretender una igualdad totalitaria le hace daño a la magia de sus instintos, al vigor de sus infinitas ganas de devorarse el mundo y sus circunstancias.  Libres para siempre. Ya no tienen una obligación con la cordura.

Yajahira Castellanos ha escrito su primera novela Las malditas ganas de estar triste (Editorial Boluarte,2024) y viene cumpliendo las expectativas de sus lectores fervorosos que abren sus hojas y ven esta muralla de palabras que trasmite la novela un arrebato de complicidad y sobre todo una revelación intimista y cambiante que desafía los tradicionales formatos de la novela.

Dice Jorge Luis Borges: “…toda literatura es autobiográfica, finalmente. Todo es poético en cuanto nos confiesa un destino, en cuanto nos da una vislumbre de él». Es una novela corta poseedora de una fuerza sentimental abrazadora, refulgente en su registro verbal y su estética intimista. En tiempos de autoficción o de lacrimógenos textos que intentan recrear la vida (familiar o social), pero adolecen de verosimilitud o en su defecto elevan montañas de paparruchadas cursis donde los autores se debaten en intonsas explicaciones de la génesis de sus historias. Yajahira se atreve a desdoblarse, escarbar en sus turbaciones, tragedias, hundirse en los infiernos de su memoria y disponer sus recuerdos solventemente (arte narrativo, polifonías, lenguaje efectivo) trazadas con un cuidadoso lápiz ficcional donde la verdad es solo un pretexto para alcanzar la plenitud de la escritura. El resultado:  130 páginas de una buena literatura.

La novela explora los vericuetos de Viviana. Un –posible- alter ego de la escritora. Un personaje inconforme que apunta con un arma a su siquiatra y le pide cuentas no precisamente por el historial de su terapia sino para que simplemente tenga las ganas de escucharla sin murmuraciones.

Desde esas primeras hojas se nos revela una prosa palpitante y con alta dosis de poesía:

“Solo fuimos tus ojos neuróticos y tu risa psicópata”.

Luego de este preámbulo la protagonista se nos revela:

“Viviana no era anarquista, en verdad, hasta Bakunin le caía mal, a fin de cuentas, los filósofos están locos y son muy complicados, o lo complican todo y absolutamente todos los políticos son unos mentirosos hipócritas doble moral, claro, como la mayoría de la gente, pero con un puesto notable en la sociedad”.

Va avanzando con una voz plural, plástica, retorcida, enamoradiza, quebrada e intenta clarificar su conciencia:

“…Viviana logra distinguir los primeros rayos de sol. Había esperado este día con muchas ansias. Negro anuncia con sus maullidos que es hora de levantarse para observar juntos el amanecer y preparar la mente para un nuevo día sin él. Para una nueva vida sin nadie”.

La novela está hecha con retazos de géneros. Tiene de diario personal, crónica, relato, poesía, novela negra, un poquito de ensayo y hasta un sutil juego con lo pastiche. Escrita con una dosis de arrebato feminista que reviste la historia de un discurso político pero que no trastoca el ánimo puramente artístico ni cae en el burdo panfleto de naderías que la moda progresista celebra antes que marcar las verdaderas cualidades de una obra como tal. Claro que Viviana es un ser político, una mujer con una postura (un discurso) ante la vida y sus circunstancias. Si bien la voz del personaje y sus experiencias dictaminan una cronología juvenil, pero ella es   un mundo atravesada con el dolor de la experiencia, de ver contra si misma los cataclismos colectivos e individuales alrededor de sus recónditos infortunios (sentimentales y existenciales) que debe enfrentar cara a cara. Por eso escribe:

“Duele, Antonio… dueles demasiado. Dueles tanto que podría vender mi alma al diablo para olvidad que te conocí, que me enamoré de ti como demente, como una maldita demente. Es necesario esto, tengo que dejarte, botarte, expectorarte, desaparecerte de mí”.

La filosofía, la psicología, la política, el sexo, el amor, la muerte, son elementos de composición que usa la autora para revestir la arquitectura de su obra con una porción de pesimismo propios de un mundo sin humanismo de un ser que enfrenta el desgarro de su lacerante vida amorosa, las torturas de la insatisfacción contra todo. Incluso contra la tradición familiar, la plenitud amorosa, el confort social, la desdicha    de su propio destino y sin una pizca de miedo incendia hasta lo sagrado:

“¿Su dios? No existe para mí, es solo un grito desesperado en las calles, pero muy silenciosos. Más allá de que es real o no, quien existe y quien no, preferiría mil veces cortarme las piernas antes de arrodillarme ante su dios”.

Entonces Viviana no es un solo ser. Es un maremágnum de muchos moldes, de licencias de voces, sexos, psicologías tratando de encontrar razones a su destino.  Como decía Schopenhauer “La vida es una cosa miserable y yo me he propuesto dedicar la mía a reflexionar sobre ello”. Viviana lo hace contando lo único que tiene entre manos: el testimonio monstruoso de su dolor. Su destino es la muerte persiguiéndola a pesar de todas las personalidades que habitan en su alma:

“Viviana, escúchame a mí, sabes que soy real, sabes que te acompañaré siempre, no te librarás de mí, soy tu única esperanza. Soy la muerte en tu cabeza, y no habrá más nada que pueda perturbarte y aquí los verás a todos. Te lo prometo. Deja que sea el mismo bisturí con el que mataste a todos, el que te corte a ti. No te dolerá. Nada en este mundo ni en ningún otro será más doloroso que tu existencia aquí. Yo sé que quieres hacerlo”.

Y conforme va cerrando su novela. Puede verse a una Viviana pesimista pero liberada. Llena de fantasías y con una increíble ternura que trata de ocultar entre “su risa psicópata” y su candor juvenil:

“Y ahora, si yo pudiera pedir tres deseos, si yo pudiera pedir tres deseos, pediría: 1. Que nadie aquí esté muerto;2. Que lluevan manzanas los jueves y pizzas los viernes; 3. Cruzar el cielo por un arcoíris montada en un dragón y llegar al paraíso”.

Yajahira Castellanos entra a la literatura peruana con pie firme. Las malditas ganas de estar triste es una ofrenda de buena prosa, un pretexto para quedarse cualquier domingo o un feriado y entregarse al placer de su lenguaje, desglosar los nervios de su historia que nos pueden sacar unas lágrimas o una encantadora piedad por los desgraciados o los fantasmas de nuestra conciencia. Pero, a pesar de todo, querer vivir porque “la tristeza forma parte de esa idea suicida llamada vida”.

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