Opinión
El caótico Perú, un modelo para el desastre en Latinoamérica
Lee la columna de Hans Herrera Núñez.

Una historia de odio, deslealtad y caos, eso es Perú en los últimos cuatro años. Pasamos de la subversión constitucional del ex presidente Castillo a una situación de mayor incertidumbre mientras las protestas en las provincias estallan en forma de bloqueo de carreteras. Entre tanto la prensa internacional se pregunta ¿Qué demonios está pasando en Perú?
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Después de 495 días en el poder, Castillo cayó. Quedó claro desde antes de su juramentación como presidente del país andino, que Castillo no la tendría fácil. Para ser honestos el Congreso y en especial la derecha peruana no le dio cuartel ni un solo mes de los 16 que gobernó.
Fueron 16 meses de desastre. Su gobierno tenía el tinte de una izquierda conservadora que ni siquiera convenció a los derechistas más afines al movimiento pro familia. Desde el comienzo la derecha liberal y conservadora tuvo una actitud confrontacional dando muestras groseras de poder, con el único fin de tirarse a un gobierno débil como era el de Castillo.
16 meses, 5 gobiernos y 78 ministros distintos. Solo el ministro de comercio duró casi desde el principio. La cartera de interior cambió hasta 7 veces de titular. La ausencia de proyecto (¿te suena Boric?) fue la característica de este gobierno. Pero sobre todo el bloqueo de parte del Congreso.
Un auto knock out
Por otra parte, la actitud poco honesta del presidente y su entorno dejaba poco margen de cariño a un presidente acorralado como él. Su mujer, cuñada y dos sobrinos están bajo investigación del Ministerio Público. Su gobierno ha sido una auténtica tortura para él, su familia y su país. Tal vez eso explique cómo su gobierno arrinconado a las cuerdas de otra moción de vacancia (ya perdí la cuenta) lo llevara a hacerse un suicidio político tan patético como su intento de golpe. Un autogolpe que resultó un auto knock out.
Lo que triunfó el miércoles no fue la democracia sino la política de una guerra sin cuartel de parte del Congreso.
Nunca ningún presidente fue tan atacado por un Congreso. Nunca. Sin embargo, hay que reconocer que su intento de golpe no fue por la gobernabilidad sino un vulgar intento de mantenerse en el poder y dejar atrás las acusaciones de la fiscalía que le pisaban los pies. El mismo Tribunal Constitucional declaró de intento de golpe de Estado lo hecho por Castillo el miércoles.
Detenido por el tráfico del centro de Lima en un intento de alcanzar la embajada de México para buscar una salida diplomática en forma de exilio, se volvió en la mofa en redes. Detenido como un narcotraficante. Con ametralladoras apuntándole. En serio, bastaba con un revolver de juguete para detenerlo, no más. Nunca la figura del presidente de la República había caído tan bajo. Este es un golpe a la imagen institucional irreparable, y precisamente en una república de tradición francesa como la nuestra, que no es una democracia parlamentaria sino una democracia presidencial. La soberanía recae en la figura no de ese abstracto que es el pueblo sino en el símbolo, se supone fuerte, que ha de ser el presidente.

Perú, una tentación para la derecha internacional en el tablero Geopolítico
Perú es un mal ejemplo para latam. El fracaso del proyecto de izquierda en Perú marca un peligroso precedente regional. Si bien nadie sabe qué va a pasar, en términos continentales, fácticamente Perú ya no es un país de izquierda. Y el tablero se mueve y podría estimular movimientos más avezados cómo en Brasil, donde ya se conspira abiertamente para impedir la asunción al mando de Lula. Perú podría contagiar la inestabilidad a una región ya de por sí polarizada. La tentación para una derecha cada vez más radicalizada es enorme. Y si bien muchos proponen el pragmatismo, hay que recordar que el pragmatismo funciona en teoría. En la práctica y con la polarización que se tiene ahora, es difícil que las cosas salgan bien para el poder de turno.
2022 que pudo haber acabado como la consagración del poder de la izquierda rosa en latam, al ganar Colombia y Brasil, ahora deja un sabor de peligrosa incertidumbre. Solo un día antes de la debacle de Castillo, la ex presidente de Argentina, Cristina Fernández, fue condenada a seis años de prisión. Una reforma electoral en México de parte de AMLO fue bloqueada por el senado. Y todo hace parecer ver qué la derecha más pinochetista intentará imitar el modelo peruano para ahogar a un Boric cada vez más errático, el cual tampoco tiene, como Castillo, un camino claro de gobierno después de su derrota en el plebiscito constitucional.
Es seguro que emerja en 2023 un nuevo eje en el sistema de gobiernos de LATAM.
Entre tanto, ejecutivos más débiles en relación a la fragmentación de las bancadas en los congresos podrían ser garantía en el continente de mayor incertidumbre y caos que se traduzca en violencia política.
En Perú la figura de incapacidad moral en el impeachment marca un peligroso y tentador precedente político. Cabe recordar que Vizcarra y PPK caen sin Investigación judicial previa.

Racismo peruano
Veámonos a las caras, somos aindiados. Pero nos detestamos sin perdón. Una de las razones de rechazo a Castillo fue su obvio origen rural. Si bien la izquierda más liberal lo dibujo en un primer momento como el éxito de la Reforma Agraria (el documental La revolución y la tierra, es un ejemplo de preparación de camino desde el ámbito cultural progresista), como el campesino que llega al poder, de inmediato esa misma izquierda lo abandonó a su suerte.
El rechazo a Castillo recuerda mucho del rechazo a Toledo entre 2001 y 2006. Pero Toledo aguantó, y obviamente, pues era un gobierno liberal.
Si en la bonita vecindad de Latinoamérica AMLO es Godínez, Castillo fue el Chavo del 8. Un Chavo que daba pena. Beto Ortiz desde su exilio mexicano declaraba como la familia del ex presidente salía de palacio así: «hemos visto la imagen [de su familia] tratando de sacar algunas petacas, algunos atados y bolsas de mercado». La insinuación es obvia. Si ya antes se burlaban de su sombrero (en verdad ¿tanto molestaba un sombrero?), el miércoles fue una celebración a la caída de un hombre. La detención de una persona es asunto suyo, pero por Dios, somos católicos, parece que a nadie le importa lo que puedan sentir su familia. Yo no soy bueno, pero hasta yo con mi corazón negro de pirata pensé en sus hijos y en sus padres.
Lo del miércoles no fue el triunfo de la democracia sino de nuestro odio hacia nosotros mismos. Definitivamente Castillo no era un hombre lo suficientemente competente para ser malvado, como sospecho podrían ser Antauro o ese pesado de Cerrón, daba hasta lástima verlo leyendo su mensaje temblando. Un hombre que ni sabía leer. Si, Castillo es el hijo de la Reforma Agraria. Una Reforma inconclusa, una revolución a medias, una peruanada de revolución. Es un hombre que es profesor y no sabe leer, un hombre elegido de chiripa presidente y que nunca estuvo listo. Un cholo, un indio al fin al cabo. Paco Yunque de la política. Y como Paco Yunque abusaban de él, lo manipulaban y volvían abusar de él. Ahora el juguete roto tirado a la basura por la izquierda cobarde. Y la derecha regodeada en su crapulencia. Puedo sentir empatía por lo que está pasando la familia del expresidente/dictador (elige tú la etiqueta que prefieras) Castillo, tuve parientes presos políticos (no se habla, no se dice) y yo mismo de niño fui exiliado a un país que si conocía los DD.HH. Mi madre trabajaba en una pastelería doce horas al día. Y se por ella que mil veces es mejor tu país que ser invitado en casa ajena. Un extranjero siempre es una visita incómoda. «Mejor profesional pobre en tu país, que lavaplatos en París o Madrid», me decía mi mamá, «para eso no se educa a los hijos, para lavaplatos y camareros, no».

Provengo de una buena familia de la sierra. Pobre, pero buena. Y a mí Castillo no me caía mal. Como buenos mistis nunca lo estimamos a la altura de soberano de una nación. Pero de ahí a tenerle un odio personal como toda la clase media y toda la derecha peruana le tiene, eso jamás lo pude entender. Hay unos odios que en este país no se pueden entender. Hay unos complejos del peruano, que ni yo. Este país necesita urgentemente ir a terapia o confesarse con un cura.
Entretanto en Perú la supuesta paz se ha convertido rápidamente en protestas en provincias, bloqueo de carreteras y gas lacrimógeno en la Plaza San Martín. La primera mujer presidente del Perú, ¿cuánto demorará en convertirse en el nuevo chivo expiatorio del Congreso? La chalhuanquina ha pedido diálogo a los zorros hambrientos. Y estos afilan sus dientes en un espejo.
Un gobierno que no puede aprobar nada, que estimo será el de la presidente, no es Gobierno. Nuestra primera presidente mujer temo acabe siendo apedreada políticamente. La misoginia la huelo a kilómetros.
Por su parte el congreso actual tiene el tablero a su favor. Interpreta la constitución con una ley hecha a medida. Simplemente el gobierno, el que sea, no se podrá defender. No hay contrapesos, así de simple. Todo gobierno futuro está condenado al fracaso. Y este es el modelo peruano que Latinoamérica podría comprar.
Un dato, los gringos de la agencia Ficht están revisando nuestra calificación. Ahora mismo la han pasado de estable a negativa.
La otrora locomotora de Sudamérica que era Perú, (y sí que lo fuimos) ya no lo es. Perú cada vez está peor. Menos mal tenemos a Chile que está recontra peor.
Cómo dijo el cura de mi pueblo: hay una luz al final del túnel y es un tren que viene hacia nosotros.

Esta película posee el espíritu cansado y sonámbulo de alguien paseando de noche, o de día, no importa tanto, por un cementerio… Eso sí: con ideas ingeniosas y hasta prometedoramente chocantes. Dudo, y esto dentro del espacio de la propia ficción, si sus personajes en realidad están aún (del todo) vivos. Son intercambiables, con gran facilidad, por sus propios sueños. Es la vieja duda que siempre despiertan los sueños.
Pienso en el protagonista (sin pudor buscando el parecido con Cronenberg, y yo hubiera querido ver al propio Cronenberg actuado en su propia película) como en alguien que ya se ha ido, con quien tanto amaba. O que, por decirlo así, vive en una zona intermedia; ‘ni aquí ni allá’.
Pero lo cierto es que hay una separación y que se resiste a aceptarla. No es más que una metáfora de nuestro hacer. Por esa razón (la pérdida, la separación) hacemos poemas, películas o lo que sea. Lo mejor y lo peor. Y claro: ¿qué queda de uno cuando se pierde a alguien con quien se ha sentido tan profundamente unido?
The shrouds está cuajada de diálogos, de especulaciones, de teorías, de obsesiones, de caminos perdidos. Citaré una idea, acaso la principal. Querer ver cómo tu ser querido se va descomponiendo dentro de su tumba es una idea hermosa, consoladora para el protagonista. No se le puede negar energía a este punto de partida…
El gusto por encontrar o por formar imágenes extrañas, misteriosas, excitantes, memorables, se extraña, la voluptuosidad por los detalles, por el estilo, ¿en dónde está? Esa búsqueda decae vertiginosamente en favor del guión, de los diálogos, del teatro, de las palabras.
Me imagino sin dificultad a algunos personajes de Crash -más viejos- en esas escenas coitales tan encantadoras, pero más encantadoras por evocadoras. La mujer, hablando sin parar para excitar más y más al hombre… en fin, la cosa tiene su gracia, y es repetitiva y ya nostálgica. ¿Y la audacia para dar un paso más allá?
Sin la distancia y sin el uso de mayores recursos para manipular de una manera más sabia el material -de un potencial radiante- se nota en Cronenberg una torpeza de principiante superado por su tema. ¡Pero no se trata de ningún principiante y se supone que es un arco temático que en teoría domina! Un Cronenberg devorado por su autobiografía.
Película
https://ok.ru/video/9837031524966

Mi película n. 24 dura casi 26 minutos. Me sirvió para aclarar ideas, definir caminos. Qué encontré en ‘mi personaje’. Reticencia o resistencia o temor a viajar (fuera de su ciudad). Se ve a alguien que pareciera aparte de no haber dormido muy bien entre molesto y divertido por la entrevista – conversación que le están haciendo (más molesto que divertido, más cansado que entusiasmado, a juzgar por el aspecto de su cara). ¿Entonces, por qué hablar? De alguna manera, o de más de una, el entrevistado está rompiendo o ensayando romper con su querida y sostenida vida sedentaria.
¿No parece todo esto algo banal? Se puede especular sobre el esfuerzo que le cuesta el viaje (¿algún trauma detrás?) no obstante los obvios beneficios múltiples de un viaje… Surge pronto la idea de un desdoblamiento, de estar allá y acá, de ser dos y de llevar dos vidas, de ser al menos dos personas, y el intentar parir algo negado en el medio de un viaje… Astroboy aporta el mito encantador que muestra (desde la infancia lejana y cercana) un camino.
El entrevistado no parece alguien muy místico, precisamente, pero se agarra del concepto o de la sensación de que hay energías dentro y fuera de sí que necesita hacer suyas o si se quiere, conectar con ellas. Unirse a ellas. Darles forma, expresión, vida particular y concreta. O más modestamente, ser un canal para que se expresen a través de él. Sea como fuere hacerlo es decisivo.
Creo que la parte más interesante (incluso la que justifica este trabajo, me parece) es cuando por fin se aprecia más claramente la herida personal. La necesidad de oponer al mundo (a versiones poco inspiradas del mundo) PRUEBAS. Esa voluntad de probar algo porque nadie te cree, de esforzarte para dar los mejores argumentos posibles contra la corriente del sentido común o la estupidez, y es así como el entrevistado (el cineasta) describe el ambiente humano tras su bonita y pacífica experiencia en el preescolar: enfermos, brutales, groseros, violentos… ¿Exagera?
Y lo mismo con una rama de su familia. Una conclusión: tienes una razón para vivir si quieres que te dejen vivir, sí: vivir tu propia vida y afirmar cómo te sientes, qué piensas, y construir una obra es eso para ti.
Película
Más películas
https://www.youtube.com/@marszproject7155/videos
Opinión
Las minas para quienes las trabajan
La CONFEMIN PERÚ convoca a la movilización NACIONAL más contundente en la historia de la pequeña minería y minería artesanal.

Por Jorge Paredes Terry
El jueves 26 de junio, a las 8:00 AM, en el Campo de Marte (Jesús María, Lima), no habrá espacio para la indiferencia. Nos movilizaremos con fuerza para exigir lo que nos corresponde por derecho: el control de nuestras minas y el pleno desarrollo de nuestra actividad. No nos quedaremos callados ante la injusticia. Este no es solo un reclamo por nuestros trabajos, sino una lucha por la justicia social y el reconocimiento de la importancia vital del sector de la pequeña minería y minería artesanal (PMMA) para la economía peruana.
Por generaciones, la PMMA ha sido el sostén de miles de familias en todo el Perú, generando empleo, impulsando el desarrollo local y contribuyendo significativamente al Producto Bruto Interno (PBI). Somos los guardianes de un legado ancestral, los que extraemos los recursos minerales que alimentan la industria nacional e internacional. Nuestra actividad no solo genera riqueza, sino que fortalece el tejido social de nuestras comunidades, preservando nuestras tradiciones y cultura. Sin embargo, a pesar de nuestra innegable contribución, hemos sido históricamente marginados, relegados a la informalidad y sometidos a políticas que nos perjudican.
Basta de promesas vacías, de leyes ineficaces y de un proceso de formalización que nos excluye. Por siglos hemos trabajado estas tierras, somos herederos de una tradición milenaria, y el saqueo por parte de la oligarquía y las empresas extranjeras TERMINA AHORA. Exigimos la inmediata ampliación del proceso de formalización, la aprobación de la Ley MAPE y la Ley de Reversión de concesiones ociosas. No nos callarán, no nos ignorarán, no nos detendrán. Nuestro trabajo dignifica a miles de familias peruanas, sostiene economías locales y contribuye al desarrollo del país. No permitiremos que nos arrebaten nuestro sustento. Por nuestros derechos, por nuestras familias, por el futuro de nuestras comunidades, ¡LEVANTÉMONOS Y DEFENDAMOS LO NUESTRO! Difunde este llamado. El jueves, ¡todos a Campo de Marte! Que se escuche nuestra voz. ¡Las minas son para quienes las trabajan! ¡Unámonos y hagamos temblar al poder!

La presidente Dina Boluarte fue a inaugurar una escuela pública en Talara (Piura), y terminó dictando cátedra de intolerancia. Frente a más de mil estudiantes, no les habló del futuro o de quedarse en Perú, país de oportunidades. No habló de los sueños. Habló de sus críticos. De esos “ciegos, sordos y no mudos” que —¡osadía imperdonable! —Se atreven a cuestionarla. Y lo peor no fue solo el tono. “Critican desde su corazón desleal con el desarrollo de la patria”, dijo sin titubeo. “Critican, pero no ven las obras”. “Nos recargamos de esas energías negativas”. ¿Desleal el que piensa distinto?
No, señora presidente. No es deslealtad. Es un derecho. La Constitución reconoce incluso la crítica a resoluciones judiciales. ¿Y usted pretende que no se cuestione su gestión? ¿Ese es el mensaje que quiere dejar a los estudiantes del Perú? Qué espera entonces; si el Estado reduce el polígono de protección de las Líneas de Nazca, silencio. Si se intoxican estudiantes con alimentos del programa Wasimukuna del MIDIS, silencio. Si se contratan a los amigos o allegados de los ministros, como lo ocurrido en el MINEDU y MINCUL silencio. Si el MININTER no puede con la delincuencia, si desaparecen tesis de congresistas o se pierden donaciones en el Ministerio de la mujer no exista crítica.
En las aulas del Perú se les dice a los docentes y estudiantes que una de las competencias más urgentes del siglo XXI: el pensamiento crítico. Para la OEA (2015), “construirse como pensador crítico implica abandonar una postura egocéntrica en la que los argumentos son ciertos porque tenemos confianza en ellos o porque tenemos cierta preferencia afectiva hacia ellos, porque nos conviene que sea así o simplemente porque así lo hemos creído siempre” (p. 10). Y usted, en una institución educativa pública, les dice a los estudiantes que no sean críticos. Que seguir la línea del gobierno es sinónimo de lealtad. ¿Entonces cómo se construyen ideas, cómo se proponen soluciones de contexto, si solo se permite seguir órdenes como peones bajo el miedo al látigo?
Recuerde, presidente, que el himno nacional no dice «callamos por mandato”. Dice: «¡Somos libres!» Y esa libertad incluye la de pensar. La de decir. Quien no critica está condenado a fracasar por seguir a quien cree que tiene siempre la razón, a quien cree que solo su criterio es válido. Eso no es liderazgo. Es dogma. Es autoritarismo disfrazado de progreso. ¿Dónde se formó en Derecho, señora Boluarte? ¿En qué manual le enseñaron que disentir es deslealtad? ¿Con qué lógica se ataca a quien piensa distinto?
Lo irónico es que quien más dignidad mostró ese día fue un estudiante. Sí, un adolescente peruano. Que, con respeto, pero con firmeza, le pidió: «Es hora de un verdadero cambio, de un compromiso real con las necesidades de nuestro pueblo. La juventud peruana espera, con esperanza y exigencia, un gobierno a la altura de nuestros sueños». Le dijo que la juventud no quiere solo palabras, quiere compromiso. Le habló de frente. Un estudiante del colegio Ignacio Merino de Talara, frente a todos, sin papeles que lo amarren ni miedo que lo frene, le dio una lección de ciudadanía. Clase que sus ministros, asesores y congresistas a sueldo no se atreven a dictarle: “Sabemos su gran compromiso al estar aquí, la verdad, pero no podemos ignorar la creciente desconfianza que genera la política actual”. Y usted eligió responderle desde la tribuna del agravio. Le contestó con el látigo simbólico. Con la burla solapada. Con el autoritarismo que no necesita uniforme, solo soberbia.
Construir colegios no le da permiso para deseducar. Poner ladrillos no la autoriza a silenciar conciencias. Y cortar cintas no la absuelve del deber democrático de escuchar. Entonces, en agosto del 2026, ¿deberíamos pensar que para ese entonces expresidente Boluarte será desleal si se atreve a criticar al nuevo gobierno? ¿Sería desleal con el sistema de justicia si se atreve a criticar alguna resolución en su contra? ¿Nos van a decir que ya no se puede opinar porque criticar es sabotear?
La política sin crítica no es política. Es fanatismo. O peor aún, autoritarismo religioso con sotana de obra pública. ¿Y para cuándo el diálogo presidente Boluarte? ¿Para cuándo el gobierno que escucha sin atacar? ¿Para cuándo un Estado que no ve enemigos en cada voz crítica? ¿Para cuándo los puentes —no los de concreto—, sino los del consenso político? Debemos entender, entonces, que la política en el Perú será solo confrontación y alianzas entre adeptos. Qué futuro le espera a un país donde el diálogo es percibido como traición, y la discrepancia como deslealtad.
Cuándo tendremos un o una presidente capaz de convocar a la nación incluso en medio de posiciones contrarias. Presidente, si usted fue capaz de dejar atrás sus promesas de campaña y sentarse con los Acuña y los Fujimori, ¿por qué no puede hacer lo mismo con quienes simplemente piensan diferente a usted?
La invalidación no suma adeptos. El ataque no construye gobernabilidad. Y me pregunto: ¿los que hoy callan y obedecen sin cuestionar, estarán con usted cuando lleguen los juicios, las investigaciones, los balances finales? ¿Le serán leales cuando ya no tenga poder?
Las 50 muertes en el sur se acercan cada vez más a su destino. ¿Cómo enfrentará esos momentos? O peor aún quienes estarán con usted, le recuerdo que, a Toledo y Humala no les quedó partido político, a usted tampoco. El poder sin consenso es una soledad peligrosa. Basta con ver el voto de la bancada de Cerrón y la izquierda de donde usted vino. Se está quedando sola señora presidente.
Opinión
La guerra de dos mundos
Delia Espinoza y Patricia Benavides protagonizan una pugna vergonzosa por el control absoluto del Ministerio Público. Su enfrentamiento no es por justicia, sino por intereses de poder, respaldadas por facciones políticas —conservadoras y progresistas— que instrumentalizan la Fiscalía como campo de batalla ideológico.

En un Estado de derecho, el fiscal de la Nación no es una figura decorativa ni un operador político. Su papel esencial es defender el ‘principio de legalidad’, que significa actuar con estricta sujeción a la ley, investigar con independencia, sin favorecer ni perseguir a nadie por intereses personales o ideológicos. Sin embargo, en el Perú contemporáneo, la más alta autoridad del Ministerio Público ha dejado de representar esa función republicana para convertirse en ficha de poder dentro de una guerra abierta entre facciones políticas. Hoy, Delia Espinoza Valenzuela y Patricia Benavides Vargas, lejos de honrar sus cargos, encarnan una pugna vergonzosa que pone en jaque la legitimidad de la institución que deberían proteger.
Desde hace unas horas, la Fiscalía de la Nación parece una escena de ‘teatro absurdo’. Delia Espinoza permanece atrincherada en su despacho, haciendo vigilias simbólicas con velas para demostrar que no cederá el cargo. Mientras tanto, Patricia Benavides, tras una resolución de reposición emitida por la Junta Nacional de Justicia (JNJ), intentó reinstalarse por la fuerza con respaldo policial y con una carta intimidante dirigida a Espinoza, exigiéndole que se abstenga de firmar resoluciones.
Ninguna cede, ninguna retrocede. El Ministerio Público ha quedado como rehén de una guerra personal disfrazada de debate institucional. La pregunta de fondo no es quién debe ocupar el cargo, sino si ¿alguna de estas fiscales está verdaderamente interesada en defender la legalidad por encima de su ambición?

Patricia Benavides: la fiscal del sector conservador
Patricia Benavides Vargas, destituida en mayo de 2024 por la JNJ, representa una de las etapas más oscuras del Ministerio Público en la última década. Llegó al cargo envuelta en polémicas académicas —no se han hallado sus tesis de maestría y doctorado— y salió con acusaciones graves por presunto tráfico de influencias, abuso de poder, obstrucción de justicia y uso político del aparato fiscal.
Uno de los casos más evidentes fue su interferencia directa en la investigación contra su hermana, la jueza Enma Benavides Vargas, acusada de liberar a narcotraficantes a cambio de sobornos. La fiscal Bersabeth Revilla, a cargo del caso, fue retirada por Patricia Benavides de forma arbitraria, lo cual fue considerado una falta muy grave por la JNJ. La historia se repitió con el fiscal Luis Felipe Zapata, apartado por investigar a otro fiscal (Miguel Vegas Vaccaro) afín a Benavides. Según se comprobó, los informes usados para justificar estas remociones estaban plagados de datos falsos. En otras palabras, usó su poder para proteger intereses personales y castigar la independencia.

Las revelaciones del exasesor Jaime Villanueva —hoy colaborador eficaz— son aún más alarmantes. Villanueva reveló que su exjefa Benavides se reunió en al menos cinco ocasiones con la presidenta Dina Boluarte entre 2022 y 2023. En esas reuniones, se habrían negociado favores judiciales a cambio de respaldo político. Por ejemplo, cuando Boluarte Zegarra en su condición de titular del Midis era investigada por lavado de activos en el caso «Los Dinámicos del Centro», Villanueva coordinó con el fiscal Rafael Vela para evitar que se pidiera prisión preventiva contra la chalhuanquina. ¿Cuál fue el resultado? Dina Boluarte ascendió sin obstáculos a la presidencia de la República tras la caída de Pedro Castillo.
Las relaciones entre Benavides Vargas y la mandataria Boluarte Zegarra continuaron, incluso después de las muertes durante las protestas en Juliaca. Patricia Benavides buscó frenar la destitución del general Raúl Alfaro —quien se negó a detener a Castillo durante el intento de golpe— y negoció presuntos archivos de investigaciones a cambio de nombramientos de confianza en el Programa Nacional de Infraestructura Educativa (PRONIED) y el Fondo de Vivienda Policial (FOVIPOL), según los testimonios del propio Villanueva.

Pese a este historial, Patricia Benavides ha recibido el respaldo explícito de sectores conservadores y del aprismo. Rafael López Aliaga, aún alcalde de Lima que pronto abandonará la comuna metropolitana, la condecoró por su enfrentamiento contra Pedro Castillo, presentándola como heroína democrática. Pero más allá de las narrativas épicas, los hechos revelan una fiscal que no solo traicionó el ‘principio de legalidad’, sino que convirtió la Fiscalía de la Nación en su oficina de operaciones políticas.
Delia Espinoza: la fiscal del ala progresista
Delia Espinoza Valenzuela, actual fiscal de la Nación, no representa una solución institucional a la crisis, sino la otra cara de la misma moneda. Su nombramiento en octubre de 2024 fue visto por muchos como un intento de “limpiar la casa”, pero rápidamente quedó claro que también juega sus propias cartas políticas. Su cercanía con sectores autodenominados “caviares” o progresistas ha provocado desconfianza, y sus decisiones han levantado sospechas de que estaría usando su poder para proteger a sus aliados.

Una de sus primeras acciones como fiscal fue presentar demandas de inconstitucionalidad contra leyes que otorgaban mayores facultades a la Policía Nacional en las investigaciones preliminares. La justificación fue la defensa de la autonomía del Ministerio Público, pero varios congresistas lo interpretaron como una forma de deslegitimar la labor policial en medio de investigaciones sensibles.
Desde el Congreso —especialmente desde bancadas como Fuerza Popular y Renovación Popular— se ha acusado a Espinoza Valenzuela de encubrir a fiscales investigados, de proteger redes internas en el Ministerio Público, y de tomar decisiones que benefician al sector judicial progresista con el que se le vincula. Incluso desde el Ejecutivo, el ministro del Interior presentó una denuncia constitucional contra ella por presunto abuso de autoridad, alegando que desconoció normativas que otorgan a la Policía liderazgo en las primeras etapas de investigación.
Además, hay acusaciones de que su ascenso al cargo fue negociado dentro de una Junta de Fiscales Supremos fragmentada, donde habría ofrecido archivar investigaciones a cambio de votos favorables, lo que pone en entredicho la legitimidad de su nombramiento. Su imagen de fiscal «anticrisis» se ha ido diluyendo frente a un estilo de gestión defensivo, confrontacional y cada vez más politizado.

Dos mujeres, un camino de decadencia
Patricia Benavides y Delia Espinoza representan facciones opuestas del tablero político peruano. Una es la favorita de la derecha y el aprismo. La otra, de los sectores progresistas. Pero ambas coinciden en lo esencial; han hecho del Ministerio Público una trinchera personal y una herramienta de poder. La institucionalidad ha quedado en segundo plano, desplazada por una lógica de supervivencia política donde el ‘principio de legalidad’ solo se invoca cuando conviene.
En lugar de investigar con independencia, han usado sus cargos para blindar aliados, negociar favores y enfrentarse entre sí como si la Fiscalía fuera un botín. No hay transparencia, no hay rendición de cuentas, no hay justicia imparcial.
El Perú necesita con urgencia una Fiscalía de la Nación que no responda a intereses personales ni políticos, sino al mandato constitucional de investigar y sancionar con independencia. Lo que hoy tenemos, en cambio, es una guerra vergonzosa entre dos fiscales que se disputan un cargo como si fuera una presidencia alterna del país. Esta batalla no solo erosiona la credibilidad del Ministerio Público, sino que degrada peligrosamente la fe ciudadana en el sistema de justicia. Mientras no se ponga fin a esta pugna y se restablezca el ‘principio de legalidad’, ninguna de las dos merece el sillón fiscal.
Opinión
El asalto institucional que sacude los cimientos de la democracia en el Perú
Hoy, la toma de la Fiscalía de la Nación por Patricia Benavides, destituida en 2024, expone un golpe institucional que sacude los cimientos de la democracia peruana. Respaldada por una resolución cuestionada de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) y fuerzas de seguridad leales al régimen de Dina Boluarte. Benavides intenta recuperar su cargo, pese a que la JNJ solo podría restituirla como fiscal suprema, no como máxima autoridad. La fiscal titular, Delia Espinoza, se resiste, declarando que no reconocerá un cargo obtenido por la fuerza política.

Por Jorge Paredes Terry
Este acto es parte de un engranaje corrupto que involucra al Congreso, la JNJ y el Tribunal Constitucional (TC). El Congreso, controlado por fuerzas fujimoristas, cerronistas y acuñistas, eligió a los miembros de la JNJ, quienes, en un acto sin precedentes, emitieron una resolución sin unanimidad, usurpando competencias y violando la Ley de Procedimiento Administrativo. El TC, nombrado por el mismo Congreso, permanece en silencio cómplice, avalando el operativo al no pronunciarse sobre la demanda competencial que cuestiona los límites de la JNJ. Su inacción permite que Dina Boluarte, quien enfrenta acusaciones por graves delitos, elimine a su principal opositora, la fiscal Espinoza, reponiendo a Benavides, aliada política que en 2022 facilitó su ascenso al poder.
El asalto a la Fiscalía es un atropello constitucional. La JNJ sobrepasa sus límites, ignorando precedentes del Tribunal Constitucional que establecen que la nulidad de un proceso no restaura automáticamente cargos obtenidos por designación interna. La resolución de la JNJ además omitió pruebas clave, como el informe que demuestra la destitución ilegal de una fiscal para obstruir una investigación contra la hermana de Benavides, presuntamente vinculada al narcotráfico. Diversos Juristas califican la resolución como un título inválido para ejercer como fiscal de la Nación.
Este asalto es la culminación de una estrategia de cerco perfecto: el Fujimorismo y Cerronismo controlan el Congreso e instalan operadores; Boluarte busca inmunidad persiguiendo fiscales que la investigan; y el TC legitima el abuso con su silencio, allanando el camino a una dictadura técnico-legal. La ciudadanía asiste a la destrucción del Estado de Derecho. La JNJ, el TC y el Congreso han secuestrado la justicia para convertirla en un botín político. Hoy no solo la Fiscalía está bajo asalto, sino la democracia peruana misma. Es imperativo que la ciudadanía se levante y defienda la democracia antes de que sea demasiado tarde. El silencio es complicidad. La lucha por la justicia y la democracia requiere la participación activa de todos.

Por Tino Santander
Los miraflorinos se han rebelado contra las políticas autoritarias del alcalde Carlos Canales. Lo acusan de sembrar cemento en desmedro de la poca arborización del distrito. Además, sus críticos más severos señalan que existen graves indicios de corrupción e incompetencia en las obras, y ponen como ejemplo la ciclovía de la avenida comandante Espinar y el puente Miraflores-Barranco, que tanto perjuicio ha causado a los vecinos y a los limeños en general.
Abel Condori y Justo Mamani me invitaron a participar en los plantones de los vecinos insurrectos en el parque Kennedy. Ellos creen que la clase media miraflorina puede sumarse a una insurrección contra el sistema. Justo Mamani me dijo: «También son peruanos. No te olvides de que las clases medias nos pueden ayudar a acabar con los podridos que gobiernan el Perú». Lo escuché. En ese momento apareció el periodista Rafo León, conocido como «la china Tudela», agitando alocadamente como si fuese un revolucionario dispuesto a dar la vida por la causa vecinal contra el alcalde Canales. Abel Condori dijo: «Mira, Justucha, compañero Tino, ese es el periodista racista y clasista que habla mal de los puneños. ¿Te acuerdas cuando insultaba al compañero Walter Aduviri? Con este vamos a hacer Frente Único. No jodas, Justo». Nos quedamos callados mientras los vecinos gritaban consignas contra el alcalde.
«Compañeros —les dije—, es verdad que los miraflorinos no están luchando por conseguir agua y desagüe para diez millones de peruanos, ni contra los bancos usureros que controlan la economía nacional, ni contra el monopolio farmacéutico del Interbank, ni por infraestructura agraria, de salud y educación. Ellos tienen otros problemas. Pero lo que nos une es la lucha contra la corrupción y contra el fraude electoral. Esta insurrección es el inicio para que puedan escalar sus reivindicaciones a otro nivel y así contar con ellos para transformar el país en una verdadera democracia».
«Eres iluso, compañero —dijo Abel—. Ellos son racistas y clasistas. Ese Rafo León nunca se va a juntar con nosotros. No podemos mezclarnos con ellos porque no nos quieren, y nosotros tampoco. Tú sabes el odio que siente la gente por la frustración que vive la inmensa mayoría. Ellos se imaginan un Perú diferente al nuestro; ellos aspiran a ser Miami, mientras que nosotros queremos un país democrático, libre, donde impere la ley y esta no sea un instrumento de los grupos de poder económico, como hasta ahora».
«No —les dije—. Tenemos que superar nuestros prejuicios. Además, este movimiento de las clases medias recién empieza. No hay nada orgánico; es todavía una algarada, un vacilón para los pitucos. Lo importante es ayudarlos, movilizarnos con ellos, que sientan que el pueblo, a pesar de nuestras diferencias, los apoya. Tenemos que estar a la altura del reto que significa transformar el Perú. En la batalla contra el crimen organizado, la corrupción política y el fraude electoral, estamos todos. En la próxima movilización, participaremos orgánicamente y veremos cómo los ayudamos».
«Compañeros —dijo Justo, señalando la Iglesia “Virgen Milagrosa”—, si tomamos esta iglesia con la gente que no tiene agua ni desagüe, con los colectivos que luchan contra los bancos y el monopolio farmacéutico, ¿tú crees que los “combativos vecinos de Miraflores” nos van a apoyar o van a pedir que nos saquen a palos y nos acusen de “tucos”? No jodas, Tino. Ellos son otro Perú, al margen de nosotros. Entiende: no nos quieren».
La insurrección democrática, la revolución social y la desobediencia civil son tareas que deben ser tolerantes con la diversidad de condiciones económicas, sociales y políticas si queremos acabar con los podridos que gobiernan.

Por estos días, en el Congreso de la República, se escenificó una de esas farsas que ya no sorprenden, pero sí indignan. Fabricio Valencia Gibaja, el actual ministro de Cultura —o lo que queda de esa cartera— fue interpelado por su gestión desastrosa. El escenario fue casi simbólico: un hemiciclo semivacío, con parlamentarios ausentes como si la destrucción del patrimonio milenario del Perú fuera un asunto menor. Esa imagen lo decía todo: el país se cae a pedazos y un gran porcentaje de los supuestos padres de la patria miran para otro lado.
El ministro fue interrogado sobre el escandaloso recorte del polígono de protección de las Líneas de Nasca y Palpa, una mutilación al patrimonio mundial que haría revolver en su tumba a María Reiche. Lejos de responder con honestidad, Valencia optó por la evasiva, la retórica hueca y la mentira abierta. Como si la verdad pudiera ocultarse bajo el manto de la burocracia.
Pero el punto más grotesco vino cuando se le preguntó por Shirley Hopkins, beneficiada con órdenes de servicio en su gestión y, presuntamente vinculada sentimentalmente con el ministro. Fue allí donde la compostura se desmoronó. El ministro, visiblemente nervioso, negó toda relación, balbuceó excusas y trató de esquivar el tema del uso indebido de un vehículo oficial, hoy bajo investigación fiscal. La escena fue patética, digna de una tragicomedia mal escrita.
Y es que la trama de este drama tiene nombres y apellidos: según fuentes del propio ministerio, desde Palacio de Gobierno se habría ordenado al ministro acelerar un informe —elaborado por funcionarios de la DDC de Ica— para justificar la resolución que recorta el área protegida de las Líneas. El documento, firmado por la también cuestionada viceministra Moira Novoa Silva, ha sido repudiado por arqueólogos, especialistas y una parte del Congreso aún comprometida con la cultura.
Ante el escándalo, el Ejecutivo solo ha optado por la táctica del camuflaje: “pausar” el proceso, socializarlo, dilatarlo. Pero el crimen está en marcha. Fabricio Valencia no solo ha demostrado incompetencia; ha mostrado sumisión, cobardía y desprecio por la historia del Perú. Lo que ocurrió en Nasca no es un error técnico: es un acto deliberado que pretende la destrucción cultural. Y sus responsables no deben quedar impunes. El silencio de Alberto Martorell y su nuevo cargo en el Mincul abre una nueva línea de investigación.
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