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El boca a boca del Partido Cívico Obras, ¿David contra Goliat?

Lee la columna de Rafael Romero

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Por Rafael Romero

Espartanos y no espartanos, pongamos las cartas sobre la mesa, exhortando a la verdad y a un análisis objetivo de la realidad, y el peruano tiene la inteligencia suficiente para discernir estos conceptos a tiempo. En las próximas elecciones del 2026, Perú no solo se juega un cambio de gobierno nacional y una nueva composición política en el Congreso, sino que se juega su futuro, su existencia como nación, Estado y República.

A diferencia de otras elecciones de nuestra historia, esta vez la vida peruana, la peruanidad de nuestros abuelos y padres, de todos nosotros, desaparecerá para dar paso a la más absoluta crisis moral, a la destrucción de la familia, del barrio, de la empresa y del club, pues la codicia, la angurria, la avaricia, los vientres de alquiler y las mafias de unos malvados que se han hecho de la administración estatal solo buscarán saciar su vanidad, sus bajas pasiones y las más antojadizas ambiciones.

Eso es bíblico, no es fantasía, porque el ser humano se destruye a sí mismo, como cuando Caín mató a Abel. No obstante, estamos a tiempo de salvar la vida peruana y a 34 millones de compatriotas. Por eso tenemos que elegir no solo estando bien informados, sino también hay que hacerlo con mucha inteligencia y siendo extremadamente conscientes respecto a quien se le dará nuestro el respaldo por cinco años.

Lamentablemente, ahora los tiempos no son como los de antes cuando la criminalidad era reducida y desarticulada. No, señores. Eso ya no es así, pues ahora existen estructuras y organizaciones criminales transnacionales y esas bandas tiene sus ojos puestos en Perú.

De manera que, si no están las personas correctas y los lideres honestos en los puestos de gobierno, en el Congreso y en las organizaciones sociales, es decir, si no está la mejor gente al frente del país, entonces sencillamente vencerá el mal y convertirá todo el Perú en campo de Agramante y la peruanidad se sumirá en el caos más absoluto y con signos de ser un país irrecuperable.

Pero, desde las ánforas, estamos a tiempo para decirle a las mafias electoreras y a sus vientres de alquiler oportunistas y vendepatrias que hay una excepción al estatus quo imperante y es Partido Cívico Obras, fundado por el periodista Ricardo Belmont el 8 de julio de 1989.

El valor diferencial de esta alternativa partidaria es que cuenta con un líder, con una doctrina, con una ideología y una filosofía humanista, hecha a pulso y es a través de esa adversidad que una persona madura y ama al Perú, y mucho más cuando Ricardo tiene arraigo, al ser descendiente de Ramón Castilla, y porque proviene de dos familias nacionales antiguas como los Belmont y los Cassinelli. Sobre esa base y con ese valor él como candidato brilla con luz propia, máxime a partir de sus pergaminos y de su trayectoria personal, al ser el creador del programa “Habla el Pueblo”, el 18 de enero de 1973, al ser el expositor de los principios morales de RBC Televisión, en 1986; o al ser un promotor del deporte en general, y de la natación, del boxeo y del fútbol en especial. Ese espíritu de atleta y deportista Ricardo lo lleva en el alma, incluso lo he visto nadar 100 metros sin fatiga en el mar, cosa que no haría ni Barnechea ni Hernando de Soto, por citar a algunos precandidatos.

Ricardo aporta a la vida peruana su compromiso espartano por el deporte, por disciplinar el carácter y por la superación personal, y si México tuvo a su Miguel Ángel Cornejo, Perú tiene hoy a su Ricardo Belmont Cassinelli, con el saldo a favor del peruano a partir de su brillante gestión edil en dos períodos de alcalde de Lima, desde donde inauguró 600 losas deportivas, además de muchas otras obras útiles y vigentes para la ciudad, las que permanecen intactas en su infraestructura, siendo largo enumerarlas.

Así, por respeto a la objetividad, no hay un candidato mejor que Ricardo, y si hay otros más jóvenes, lo sano y lógico es que esperen su turno, que estudien más y se preparen mejor para futuras elecciones porque les falta ganar más madurez y experiencia. Ya vendrá su tiempo y podrán dar mucho al Perú como ahora lo puede hacer Ricardo y es quien está en la edad de oro para brindarle a la política peruana lo mejor de su sabiduría, de su inteligencia emocional y de su experiencia.

No obstante, nadie puede negar que la inmensa mayoría de peruanos vive bajo un sistema de corrupción, donde hay grupos económicos que manejan medios de comunicación y que se hicieron más ricos durante el fujimorato, en el gobierno de Toledo, en el de Humala y hasta con la tristemente célebre alcaldesa Susana Villarán, haciendo un pacto mafioso para velar por sus intereses particulares y para ello combaten a todo aquel que ponga en peligro sus ilegales negocios. Hoy no le dan tribuna a Ricardo Belmont y en la praxis declaran su “muerte civil” poque no les conviene que un líder social les abra los ojos a los más jóvenes y a las nuevas generaciones.

Es más, el propio sistema mafioso con sus encuestadoras, que eran parte del SIN de Montesinos en los años 90, ahora está al servicio de los vientres de alquiler y de los negocios de las argollas electoreras. Sin embargo, es posible descolocarlos y darles una batalla dialéctica, poniendo como contrapeso frente a sus cuitas mediáticas, frente a sus televisoras y sus radios tradicionales, la alternativa del boca a boca, la opción del poder ciudadano y de las redes sociales no contaminadas por bots, hackers o troles.

El país no debe permitir nunca más los métodos de traición, los sondeos de opinión manipulados, el marketing político millonario que, directa o indirectamente, promueve el fraude. Por fortuna, a la luz de estudios e investigaciones serias, actualmente la televisión y la radiodifusión tradicionales vienen perdiendo fuerza a pasos agigantados, y encima se diluyen ante la masificación de las redes sociales, que están en estrecha relación con el entorno familiar y social del elector, pues sucede que el sistema perverso no la tiene todas consigo, porque el ciudadano ya no se deja manipular y hace crítica de los contenidos y enlatados de esos medios de comunicación convencionales, los que solo buscan “lavarle el cerebro” o condicionar su voto. Es decir, la gente ha empezado a ser más contestaria contra el poder abusivo y a abrir los ojos ante la manipulación obscena.

En este contexto, esas investigaciones señalan que entre el 30% y el 50% de los electores deciden su voto en el seno familiar, faltando pocos días para las elecciones o lo deciden en la misma ánfora el día de la elección. En otras palabras, el voto lo decide un ciudadano conversando con sus familiares y amigos, ya sea directamente o a través de sus redes sociales. Y es aquí donde gana el boca a boca de Ricardo Belmont y del Partido Cívico Obras.

De manera que algunos podrán gastar millones en marketing político y propaganda electorera pero ni aun con eso convencerán al elector, incluso la gente no votará por el candidato o partido que gasta millones de dólares en gigantescos paneles o en reiteradas tandas de comerciales, pues ese gasto excesivo trae a la memoria la época más infame de los táperes y el reparto de dinero en efectivo entre los votantes, pero esa historia oscura debe terminar, con la estrategia del boca a boca con la cual ya ganó Ricardo Belmont en Lima en 1989, y en 1992, aunque la elección presidencial del 95 se la robaron, pero dicha estrategia hoy se renueva con las frases “queremos abrazos y no balazos”, con “el que me da la mano se convierte en espartano” o el mensaje de mucha fuerza que dice así: “sé personero y no prisionero de la corrupción”, y estas son ideas fuerza que están calando muy rápido en el alma ciudadana.

Ahora, no solo es esa efectividad cuantitativa frente al elector sino que también el discurso de Ricardo y el mensaje del Partido Cívico Obras produce una toma de conciencia mayor y cualitativa entre la gente, elevando el nivel de crítica y de rechazo a los vientres de alquiler, porque se está llegando a abrir los ojos de los más jóvenes con el objetivo de que asuman no solo un voto informado, sino más consciente y más maduro, un voto que grita a los cuatro vientos “abajo las máscaras, no más fariseísmos, fuera las traiciones y nunca más las hipocresías”.

Ese boca a boca del Partido Cívico Obras le está diciendo al pueblo “vota bien”, “elige mejor”, “escoge a los buenos hijos e hijas del Perú”, “no más un plato de lentejas a cambio de votos”. En ese sentido, en las elecciones del 2026 “deben caer las máscaras” y tiene que venir una “revolución de las conciencias”.

A diferencia de otros candidatos, que actúan impostadamente en medio del más absoluto oportunismo electorero, Ricardo Belmont no exhibe máscaras, se presenta tal cual, porque es una persona conocida, porque no es un advenedizo del último cuarto de hora, él sí quiere mucho a la niñez, es sincero, y eso se corrobora por sus acciones. Por ejemplo, cuando apoyó al Hogar Clínica San Juan de Dios que pasaba a inicios de los ochenta del siglo pasado por una grave crisis económica dejando de atender a los niños más vulnerables del país, pero la aparición de Ricardo fue por una obra de amor a partir de que vivía en carne propia ese sentimiento de apego por la niñez del Perú, desarrollado al máximo por su hijo Omarcito, tal como él mismo lo ha narrado.

Solo con esa sinceridad y transparencia el Perú podrá reencontrar su camino para ser una gran nación, heredera del legado de los incas, y abierta al mundo para recibir lo mejor de la ciencia y la innovación bajo el crisol de una filosofía humanista, estoica y espartana, forjada en la adversidad, porque solo así se puede vencer a los malvados que fugen de políticos, quienes han defraudado al elector, lo han traicionado y le han robado. Por eso el PCO combate a los vientres de alquiler donde los jefes de los “partidos” piden 100,000, 200,000 o 300,000 dólares para ser un candidato al Congreso, y el pueblo sabe cuáles son esos seudo partidos que cometen semejante barbaridad. Por eso se requiere de una refundación de la política y del Perú.

Afortunadamente, ocurren señales, prodigios y milagros, o si se quiere presagios, como recientemente sucedió con la elección del Papa León XIV, donde el estadounidense-peruano Robert Prevost, quien no estaba en la lista de favoritos para suceder a Francisco (Jorge Bergoglio), resultó elegido evidenciando un aura especial, un discurso abierto, una visión latinoamericana y una mirada agustinas en provecho del prójimo y del más débil, coincidiendo en muchos aspectos con Ricardo. Por ejemplo, el ser ambos admiradores de la encíclica “Rerum Novarum”.

El caso es que hay un vaso comunicante entre aquel como periodista, broadcaster, deportista, idealista, filósofo o líder político y el Santo Padre Robert o León XIV, y ese vaso comunicante es el amor al Perú, a la paz, a la niñez, querencias estas que son fortalezas inspiradoras para darle soluciones a la patria frente a sus problemas, porque el amor todo lo puede, mucho más cuando hay que tener esa fuerza para hacer los cortes necesarios donde haya que hacerlos, para vencer a las mafias que han tomado el Estado, y lograr ese cometido con éxito, sin necesidad de caer en ese debate insulso e irreal de “izquierdas” y “derechas” porque quita tiempo y distrae a las fuerzas positivas.

La solución para el Perú no pasa ni por la izquierda ni por la derecha, ya que son entelequias fabricadas desde los centros del poder corporativo con el fin de dividir a nuestros pueblos. La batalla hoy es entre soberanistas y globalistas, y no la de derechistas e izquierdistas.  Pero esa paradoja la resuelve Ricardo Belmont con su conocido estilo comunicativo, cuando afirma respecto de una de sus obras emblemáticas, como es el Trébol de Javier Prado, obra que está con sus puentes que no se han caído, señalando él que por ahí transita tanto la derecha como la izquierda. Además, las vías y circuitos de dicho trébol se unen, sirviendo de interrelación a través de las vías que van de izquierda a derecha, y viceversa en medio de un óvalo.

De manera que, con símil o metáfora, el debate queda superado y la discusión resuelta a la hora de elegir al próximo presidente del Perú y es Ricardo quien está en el centro aristotélico, en el justo medio, y es la fuerza centrípeta y no centrífuga que necesita el Perú, la que une a los compatriotas, a los estudiantes, trabajadores, campesinos, empresarios, emprendedores y a los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. El Perú es nuestro y es demasiado bueno como para no ordenarlo y garantizar a las nuevas generaciones su existencia con paz, desarrollo, justicia y libertad, sin corrupción ni impunidad, para este siglo.

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El Partido Cívico Obras es el Partido del Pueblo 

Lea la columna de Rafael Romero.

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Por: Rafael Romero.

A diez meses de las elecciones el Partido Cívico Obras (PCO), liderado por Ricardo Belmont Cassinelli (RBC), sigue sumando adherencias de buena voluntad, con ciudadanos transparentes, colectivos gremiales y de vecinos, agrupaciones populares y frentes regionales; y esa sumatoria no para, pues al pergeñar estas líneas nuestra agenda está recargada con la audiencia ininterrumpida junto a bases juveniles y asociaciones de emprendedores de nuestra patria.

Por lo pronto, no podemos dejar de informar la emocionante y patriótica actividad realizada el pasado sábado 28 de junio, cita en la cual RBC inauguró un nuevo local de los espartanos del Perú, esta vez en el Jr. Caylloma del Cercado de Lima.

En dicho evento partidario, con la presencia del secretario general del PCO, Daniel Barragán Coloma, se sumaron líderes sociales, intelectuales y empresariales de la patria, como Luis Thais, Juan Alejandro Zec Bejar, Hilario Rosales y Henry Shimabukuro, haciendo suyas las 10 vigas maestra del partido.

Cada uno de los citados líderes populares tiene más que un cargo, un encargo por el desarrollo humano y el crecimiento moral del Perú, siendo oportuno destacar la experiencia de Lucho Thais, quien comandará el equipo de Plan de Gobierno del PCO, partiendo precisamente de las citadas vigas maestras, a saber:

1.- No prescribirán los delitos contra el Estado y los funcionarios sentenciados serán inhabilitados a perpetuidad.

2.- Desarrollo de una televisión que promueva valores y sanciones severas a quienes no cumplan la Ley de Protección al Menor.

3.- Obligación de los medios de comunicación de promover cultura y distribución de forma equitativa de la publicidad del Estado.

4.- Educación pública gratuita, de calidad y obligatoria.

5.- Prestación de servicios de salud universal de calidad, otorgando prioridad a la población más necesitada.

6.- Promoción de una economía social de mercado, sin monopolios ni oligopolios.

7.- Garantía de transparencia en contrataciones y licitaciones del Estado.

8.- Promoción de la formación integral del ser humano a través del deporte y la cultura.

9.- Establecer niveles dignos para las pensiones de los jubilados.

10.- Revisar y renegociar los contratos sobre recursos naturales cautelando los intereses del país.

A la parte técnica de estos pilares, se suma la voluntad de combate por una patria sin corrupción, sin impunidad; también la mística que une al hombre con el ser superior que irradia la moral y fortalece la ética; y el liderazgo de un estadista y periodista como Ricardo Belmont, que lleva más de medio siglo hablando y haciendo por una patria con paz, desarrollo, educación, salud, justicia, trabajo, ciencia y arte para todos los peruanos sin excepción ni discriminación.

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Opinión

¿Silenciar a los que saben demasiado?

En el Perú, saber demasiado puede costarte la vida. Andrea Vidal, Nilo Burga y José Miguel Castro conocían información clave que pudo desentrañar graves casos de corrupción. Hoy están muertos, y sus muertes siguen rodeadas de sospechas e impunidad.

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¿Qué está pasando en el Perú? ¿Nos hemos acostumbrado, como sociedad, a ver morir a quienes tienen información clave sin exigir justicia con la firmeza que corresponde? ¿Es esto una nueva modalidad de silenciar a las voces incómodas? Las recientes muertes de Andrea Vidal, Nilo Burga y José Miguel Castro no solo han estremecido al país, sino que también nos obligan a preguntarnos con crudeza si estamos frente a un patrón de impunidad sistemática.

El 10 de diciembre de 2024, la abogada Andrea Vidal Gómez de 27 años, fue acribillada en La Victoria. Más de 40 balazos impactaron contra el vehículo donde viajaba. El taxista murió al instante; ella, tras seis días de agonía, falleció en el hospital.

Sin duda, no fue una víctima colateral porque la precisión de los disparos, varios en la cabeza, indica que era el verdadero objetivo. Vidal Gómez no era una chica cualquiera; era exasesora del Congreso de la República y conocía a fondo los engranajes de una presunta ‘red de prostitución’ que presuntamente operaba al interior del Parlamento, dirigida —según sus propias denuncias— por un operador político de Alianza para el Progreso (APP), el inefable Jorge Torres Saravia. Sin embargo, hoy ya casi no se habla de este lamentable episodio.

Andrea Vidal Gómez fue acribillada antes que pudiera declarar.

Su muerte no solo apagó una vida; también sepultó información valiosa sobre un caso que tocaba las fibras más podridas del poder. Hoy, las hipótesis van desde un crimen por encargo, hasta un intento burdo de encubrirlo con la narrativa de un crimen pasional. ¿Hasta cuándo se permitirá que hechos de esta naturaleza queden sin responsables?

A los pocos días, el 25 de diciembre del 2024 en un hospedaje del distrito de Magdalena del Mar, fue hallado sin vida Nilo Burga Malca, presidente de la empresa Frigoinca, clave en la investigación sobre el caso ‘Qali Warma’, donde se descubrió la distribución de alimentos malogrados a niños escolares. Burga Malca tenía mucho qué contar; demasiado, quizás.

Lo encontraron con heridas profundas de arma blanca en el cuello, pecho y abdomen. Según el peritaje, era prácticamente imposible que él mismo se haya causado tales lesiones. Las manchas de sangre y la posición del cuerpo evidenciaban que fue movido. ¿Alguien intentó simular un suicidio? La respuesta parece obvia: sí. Y, sin embargo, nadie ha sido procesado.

Una excolaboradora lo dijo claramente: «Yo creo que a él lo mataron». ¿Por qué? Porque sabía demasiado. Porque podía exponer la cadena de responsabilidades detrás del negocio sucio que compromete a funcionarios públicos del Midis y proveedores del Estado. Su muerte —como la de Andrea Vidal— tuvo el mismo patrón: alto perfil, información delicada y una escena sospechosa.

Fiscalía investiga muerte de Nilo Burga, ligado al Gobierno de Dina Boluarte.

Más reciente aún, el domingo 29 de junio de 2025, el país amaneció sorprendido con la noticia de la muerte de José Miguel Castro Gutiérrez, de 51 años, exgerente municipal durante la gestión de Susana Villarán y colaborador eficaz en el caso Lava Jato. Él estaba bajo arresto domiciliario en Miraflores y lo encontraron muerto con un corte en el cuello de 14 centímetros, con un cuchillo plateado cerca y señales claras de manipulación del entorno. Aunque no había reportado amenazas, sí mostró preocupación en su última visita al Ministerio Público. El fiscal José Domingo Pérez lo confirmó: “Castro temía por lo que sabía”.

Su testimonio era clave para el juicio oral contra su ‘intima’ Villarán de la Puente, previsto para septiembre. ¿Coincidencia? Difícil creerlo. Castro Gutiérrez había entregado pruebas valiosas sobre los millones de dólares que Odebrecht y OAS entregaron a la campaña política de la exalcaldesa, a cambio de concesiones. Su muerte representa no solo una pérdida humana, sino un daño gravísimo al proceso judicial más importante del país.

José Miguel Castro, exmano derecha de exalcaldesa Susana Villarán.

Tres personas claves. Tres muertes en menos de un año. Tres historias que apuntan a una misma dirección: el silenciamiento. No es paranoia, ni teoría conspirativa. Es la realidad que, con pruebas y documentos en mano, ha ido construyendo una narrativa inquietante: “en el Perú, saber demasiado puede costarte la vida”.

¿Existe en el Perú una nueva modalidad de encubrimiento extremo? ¿Estamos ante una estrategia sistemática para callar a los que pueden revelar nombres, vínculos y tramas enteras de corrupción? Los casos de Andrea Vidal, Nilo Burga y José Miguel Castro no son hechos aislados. Son piezas de un rompecabezas mayor. Uno donde el crimen organizado, los tentáculos del poder político y el desgastado aparato judicial conviven, se protegen y se fortalecen en la impunidad.

Aquí no se busca acusar sin pruebas, ni promover el sensacionalismo. Pero sí se exige, desde un mínimo de decencia ciudadana, que se actúe con contundencia. Las autoridades —el Ministerio Público, el Poder Judicial y la Policía Nacional— tienen la responsabilidad histórica de llegar al fondo. No se puede permitir que estos casos terminen archivados. No más “carpetazos”, no más extrañas muertes sin justicia.

En Congreso habría operado una ‘red de prostitución’, y Andrea Vidal ya no está para contarlo.

La ciudadanía, los medios de comunicación y la sociedad civil, debemos mantener la presión. Porque si dejamos que estas muertes pasen como una estadística más, habremos perdido algo más que vidas: habremos perdido el derecho a la verdad.

¿Qué está pasando en el Perú? Está pasando que matar a los incómodos parece más rentable que enfrentar las consecuencias. Está pasando que el silencio de un testigo vale más que su palabra ante un fiscal. Y está pasando que la impunidad, mientras no se le ponga freno, seguirá devorando la democracia.

Ya no se trata solo de justicia. Se trata de dignidad. Por Andrea Vidal, por Nilo Burga, por José Miguel Castro y por cada persona que ha sido callada para proteger a los intocables. Exhortamos a las autoridades a dejar la indiferencia, a comprometerse verdaderamente con la verdad y con el país. Porque ningún sistema democrático puede sostenerse sobre cadáveres incómodos.

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Opinión

Enrique Polanco: el pintor que escucha el latido de la ciudad

Sus colores conmueven y guardan la memoria de lo que fuimos y aún somos.

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Hay artistas que desaparecen con el tiempo. Y hay otros que, como Enrique Polanco, se convierten en cronistas del alma urbana, en testigos fieles del cambio y de la memoria. Su obra no solo persiste: sorprende, interpela y nos recuerda que el arte puede ser un lugar donde la ciudad todavía respira.

Desde sus primeros pasos en la Escuela de Bellas Artes, el destino de Polanco estuvo marcado por un encuentro: Víctor Humareda, el solitario de La Parada. Con él descubrió los barrios que Lima esconde. El Porvenir en La Victoria, ese corazón caótico y vital que late fuera de los catálogos turísticos. “Humareda me llevó a un barrio totalmente marginal como La Parada. Caminábamos en silencio, absorbiendo los olores y los colores del mercado”, recordaba Polanco con una sonrisa nostálgica en una antigua entrevista que me brindó.

En una de esas caminatas subió al cerro San Cosme y fue testigo de una escena cruda: dos meretrices ‘faites’ peleando en un bar de la calle San Pedro, una de ellas con la cara cortada por el filo de un pico de botella. Esa imagen punzante no desapareció. Solo cambió de forma y se transformó en pintura.

Luego vinieron los bares del Callao, los rostros ‘chuzados’, la niebla espesa y los muros con historia. Todo quedó atrapado en su paleta texturada. Pero también hubo silencio. China lo marcó con su contemplación. Allí aprendió a escuchar los espacios, a mirar desde adentro.

Durante años, Polanco se mantuvo alejado de las galerías. Desde 1983 hasta 2002 trabajó con ellas, pero luego tomó distancia. “Ellas perdieron interés, y yo también”, dijo con serenidad.

Hoy, su fabulosa obra vuelve con fuerza en una exposición que conmueve: “Dos décadas de color y memoria (2004-2024)”, una selección de 60 lienzos que resumen su viaje por la alegoría social del siglo XXI, está en el ICPNA de Miraflores hasta el 20 de julio.

Es una cita con el tiempo, con las calles y con la verdad pintada sin ornamentos. Y es también, un reencuentro con un artista que nunca se fue, porque sus obras continúan perennizadas en la retina del público y solo esperó el momento justo para volver a hablar con el pincel.

(Columna publicada en Diario UNO).

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Machu Picchu en la blacklist

Lee la columna de Edwin Cavello

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Por más que nos duela, Machu Picchu ya no es lo que era. No porque el tiempo haya carcomido sus muros, sino porque el abandono y la ineptitud han terminado por mancillar lo que la naturaleza y los incas preservaron durante siglos. La inclusión del santuario en la lista negra de destinos turísticos, elaborada por una de las principales plataformas internacionales de viaje, no es solo una advertencia ecológica: es un diagnóstico moral del país.

¿Cómo hemos llegado a esto? La respuesta se llama desidia, y tiene nombre propio: Fabricio Valencia. Ministro de Cultura de un gobierno sin brújula, sin alma y sin vergüenza, el señor Valencia es la encarnación de esa burocracia inútil que, en lugar de custodiar nuestro patrimonio, lo oferta al mejor postor o lo abandona hasta que se desplome. No bastó con la omisión criminal ante el turismo descontrolado en Machu Picchu; ahora arrastra también la ignominia del caso Shirley Hopkins y el recorte de las Líneas de Nasca y Palpa, mutiladas como si fueran tierra baldía y no vestigios sagrados de nuestra historia. ¿Qué hace mientras tanto? Nada. Ni siquiera se atreve a renunciar.

Congresistas, arqueólogos, trabajadores del propio Ministerio y hasta instituciones culturales han pedido su salida. Los empleados de la Dirección Desconcentrada de Cultura del Cusco, exhaustos y humillados, claman a la presidenta Dina Boluarte que lo reemplace. Y como si el drama fuera aún poco, lo último que se sabe es que estos trabajadores planean tomar Machu Picchu. No por vandalismo, sino por desesperación. Porque el Estado los ha dejado solos, igual que al Santuario.

Machu Picchu, ese milagro de piedra, sobrevive por inercia. Pero ya no es eterno. Está cercado por el turismo irresponsable, por la incompetencia institucional, por la indiferencia de quienes deberían defenderlo. Y mientras tanto, el ministro sigue allí, aferrado al cargo como si la historia no lo fuera a juzgar. Pero lo hará. Como juzga siempre a quienes traicionan a su país.

En julio de 2022, durante una conferencia en Cusco, la exdirectora de la DDC, Mildred Fernández, denunció irregularidades en la venta de entradas a Machu Picchu e indicó que no toleraría actos de corrupción. La red fue previamente señalada por Alfredo Cornejo, presidente de AOTEC. Tres años después, debido a la desidia del Mincul, Machu Picchu aparece en la lista negra.

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Día de la Infamia en la Amazonía: crímenes de Lesa Humanidad en Loreto

Lee la columna de Jorge Linares

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Por Jorge Linares

El 29 de junio de 1985, en una noche serena del pueblo de Lagunas, en la región Loreto, la tranquilidad fue arrancada de raíz. Exactamente a las 11:00 p.m., desembarcaron en el puerto Santa Gema más de 50 terroristas encapuchados y fuertemente armados, quienes tomaron por asalto la Plaza de Armas con la ayuda del Dr. Castillo —médico del pueblo— y de otro grupo de senderistas que se encontraban atrincherados en las cuatro esquinas del centro.

Los terroristas tenían por objetivo asaltar, robar e incendiar todas las oficinas del Estado, además de asesinar a las personas que se opusieran a sus peticiones. La comisaría, en ese momento, estaba resguardada por el policía Luis García Ramírez, quien valientemente repelió el numeroso ataque, llegando a generar seis bajas y un herido en el bando criminal. Lastimosamente, fue abatido sanguinariamente por estos delincuentes.

El mismo fatal desenlace tuvieron los pobladores Javier Arévalo Guzmán, empleado del Banco Agrario, quien recibió un certero disparo en el pecho que acabó instantáneamente con su vida, y el joven ingeniero agrónomo Pablo Teodoro Inga Vásquez, quien recibió dos disparos en el cuerpo, quedando tendido en la Plaza de Armas. Acercándose, el médico terrorista pisó el pecho del joven caído, quedando registradas las huellas de su zapato en la camisa ensangrentada de la víctima.

Al pasar las horas, Pablo Inga fue rescatado por su primo y conducido a su casa para curar las heridas de bala; pero el destino ya estaba marcado para este joven profesional: había perdido mucha sangre y murió en los brazos de su madre, ante la mirada iracunda de su padre y de sus familiares, en la madrugada del 30 de junio, a las 4:00 a.m.

Esta escena desgarradora quedó en la memoria de tres familias que, hasta ahora, cargan la cruz de la infamia terrorista. Una verdad que se cuenta a medias o con falsos testimonios. La familia Inga está sorprendida porque hay variaciones en el informe de este hecho sedicioso presentado ante la Comisión de la Verdad, como fechas y nombres que generan confusión respecto de la realidad.

Tula Inga Vásquez de Iglesias manifiesta:

—Yo sé quién mató a mi hermano. Yo le enfrenté más de dos veces en las calles de Iquitos al criminal Martín Reátegui Bartra. Él debe vivir agradecido a mi madre, porque no quiso proseguir con el juicio, ya que ella decía que nunca le iban a devolver a su hijo. A mí me llama la atención que las autoridades municipales, el Ministerio de Cultura y las universidades, como la Universidad de Lima, le brinden espacio a este terrorista y asesino para ser conferencista o profesor. Él debe mantenerse alejado de los niños y de los jóvenes, porque va a querer inculcar su ideología genocida. Las nuevas generaciones deben crecer sabiendo el terror que sembraron Sendero Luminoso y el MRTA en todo el país, para que no se repita.

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¡Viva el Perú!, ¡Viva la justicia!

Ningún otro país en la historia moderna ha logrado lo que el Perú ha demostrado al mundo: someter a la justicia a todos sus expresidentes vivos en un periodo tan corto.

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Por Jorge Paredes Terry

No es un relato de venganza, sino de equidad ante la ley. No es persecución política, sino la afirmación rotunda de que nadie está por encima de la Ley. Mientras otras naciones luchan contra la impunidad de sus élites, el Perú ha convertido sus tribunales en un faro de esperanza para las democracias que anhelan justicia.  

Desde Alan García, quien optó por el suicidio antes que enfrentar las pruebas en su contra por el escándalo de Odebrecht, hasta Pedro Castillo, encarcelado por intentar cerrar el Congreso de la República, pasando por Alejandro Toledo, extraditado desde Estados Unidos para cumplir una condena de 20 años; Ollanta Humala, sentenciado a 15 años por lavado de activos; Martín Vizcarra, se libró por el momento de una prisión preventiva por corrupción; Pedro Pablo Kuczynski, bajo arraigo domiciliario por sobornos; y Alberto Fujimori, quien murió sin limpiar su nombre tras años en prisión por crímenes de lesa humanidad. Siete expresidentes, siete personajes que los libros los retratarán como lo más ruin y deshonroso de la historia moderna del Perú.

Este fenómeno no es casualidad, sino el resultado de una sociedad que ya no tolera la impunidad. Mientras en otros países los poderosos negocian su libertad, en el Perú la justicia ha hablado con pruebas, no con privilegios. La detención de Castillo en pleno ejercicio del poder, en menos de tres horas después de su intento de cierre del congreso, demostró que las instituciones peruanas actúan con autonomía, salvo excepciones donde se observa que algunos magistrados se inclinan por alguna de las partes.

¿Es nuestro país un modelo perfecto? No. Persisten la polarización, las críticas por selectividad y la lentitud de algunos procesos. Pero mientras en México, Argentina, Colombia o Brasil los expresidentes se pasean libres pese a escándalos millonarios, en el Perú la cárcel no distingue colores políticos. La justicia, aunque tardía, ha sido implacable.  

“El Perú ha demostrado que ni el poder absoluto, ni el tiempo, ni siquiera la muerte borran los crímenes de los gobernantes. Es una lección para la humanidad», escribió The Washington Post en 2024. Y es cierto. Nuestro país, golpeado por crisis, corrupción e inestabilidad, ha dado al mundo una enseñanza invaluable: la democracia no se defiende con discursos, sino con hechos.  

Hoy, mientras Toledo, Humala pagan sus condenas; mientras Castillo enfrenta su juicio por rebelión; mientras Fujimori murió sin rehabilitación y García solo escapó de la justicia por su propia mano, el mensaje es claro: en el Perú, el poder ya no es un salvoconducto, mensaje directo también para la actual mandataria Dina Boluarte y la exalcaldesa de Lima Susana Villaran, las cuales, si la justicia prevalece, seguirán el mismo camino.

Mensaje a la juventud peruana.

Hermanos y hermanas de la nueva generación:  

Miren bien lo que está pasando en nuestro país. Siete expresidentes, los hombres más poderosos de su época hoy están muertos o presos. Alan García prefirió el suicidio antes que la cárcel. Fujimori murió sin limpiar su nombre. Toledo, Humala, Castillo ven el amanecer tras las rejas. PPK, en arresto domiciliario y Vizcarra más tarde que pronto será el nuevo inquilino del Fundo Barbadillo.

¿Qué nos enseña esto?  

Primero: El poder no los hizo invencibles. Creían que sus títulos, sus contactos, su dinero mal habido o su popularidad los salvarían. Se equivocaron.  

Segundo: La corrupción siempre termina en derrota. Esos mismos que robaron millones hoy no pueden disfrutarlos, salvo Nadine Heredia que logró burlar a la justicia, pero esperemos el cambio de régimen en Brasil y dicha señora tendrá que retornar y cumplir su condena.

Tercero y más importante: La justicia existe cuando el pueblo la exige. Estos casos no avanzaron por magia, sino porque ciudadanos como ustedes, estudiantes, trabajadores, jóvenes indignados salieron a las calles, fiscalizaron, no se callaron.  

A ustedes les toca escribir el siguiente capítulo.

No repitan los errores del pasado. No idolatren políticos corruptos, aunque les repitan mil veces que «roban pero hacen obras». No normalicen lo injustificable.  

El Perú que heredarán será el que construyan HOY con sus acciones:  

Viva el Perú! ¡Viva una justicia que no se inclina! Porque cuando la ley triunfa sobre la impunidad, no solo gana un país, gana la dignidad de toda una región y gana la humanidad.

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Opinión

Tocar con los ojos (sobre Una ballena blanca…, de Mario Castro Cobos)

Lee la columna de Salvador Carrillo

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Por Salvador Carrillo

“Una ballena gigante, una ballena blanca, en la niebla” (2025) es un filme
experimental que busca educar al espectador en una forma estética de percibir
el mundo. La obra obliga a detenerse, a contemplar planos de nubes, texturas
de hojas, globos: un reencuentro con lo cotidiano desde una perspectiva
eminentemente visual. Revaloriza la mirada, como si intentara adentrarse en la
experiencia mística y contemplativa de aquello que se observa. Podría decirse
que el director ha intentado filmar el silencio y enseñar lo que significa tocar
con los ojos.

Podemos clasificar las escenas, principalmente, en dos tipos: la contemplación
de las texturas de los objetos y la de los seres humanos. Casi pareciera que la
contemplación de los primeros funcionara como una antesala para aprender a
mirar a las personas más allá de los marcos mentales, y así redescubrirlas
desde una dimensión estética.

Aunque no existe aquí una narrativa en el sentido convencional, se percibe una
suerte de hilo conductor en esta sucesión de imágenes contemplativas: una
mujer que reaparece en distintas situaciones —sentada absorta en sus
pensamientos, o interactuando de manera singular dentro de un grupo—. Su
figura adquiere un protagonismo sutil, destacándose sobre las demás escenas
en las que intervienen personas, como si encarnara el núcleo emocional y
simbólico de la obra.

Ella remite a los experimentos audiovisuales de Warhol, quien detenía la
cámara para filmar el rostro de una persona en estado de quietud. Del mismo
modo, el director, a través de diversas experiencias contemplativas, busca
inculcar una forma de ver. En este sentido, resulta especialmente significativa
la escena en que la mujer habla sin que se escuche lo que dice: solo su sonrisa
y sus gestos permanecen. Es una invitación a privilegiar lo visual, a persistir en
la contemplación, no desde la comprensión racional, sino desde la vivencia
estética.

La dinámica en la que, en varios pasajes del filme, ella aparece junto a otros,
colocándose mutuamente las manos sobre el pecho y sosteniendo la mirada,
responde a la misma lógica pedagógica: una educación sensorial y estética. Se
transita así desde la observación de objetos hacia la apreciación visual de los
seres humanos, ahora resignificados como presencias artísticas: tocar con los
ojos.

Es una producción audiovisual en la que el autor intenta revelar cómo
experimenta visualmente el mundo, en qué elementos se detiene, cómo
contempla estéticamente a los seres humanos. Más que una película en el
sentido convencional, podría tratarse de una composición de videoarte que
persigue desestructurar la experiencia directa de la realidad, basándose en el
principio esencial del cine: imágenes en movimiento.

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https://www.youtube.com/@marszproject7155/videos


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Opinión

Como un gamonal del siglo pasado, César Acuña se hace cargar por campesinos

Lee la columna de Jorge Paredes Terry

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Por Jorge Paredes Terry

El “plata como cancha” en su última visita a Pataz, volvió a escenificar un viejo ritual del poder peruano: el político que se hace cargar por los pobres para demostrar que es “uno más del pueblo”. En imágenes que rápidamente se viralizaron, el líder de Alianza para el Progreso (APP) apareció siendo transportado en hombros por campesinos, sonriente, repartiendo  promesas, como si el tiempo no hubiera pasado. La escena, grotesca y humillante, parece sacada de un archivo del siglo XIX, cuando los hacendados exhibían su dominio montados sobre los hombros de los indios. Pero hoy, en lugar de látigos y tierras, el gamonal moderno usa su cargo y la plata del estado.

Acuña, dueño de un imperio educativo y con décadas en la política, no es nuevo en este tipo de teatros. Su carrera está construida sobre el clientelismo descarado: regala dinero en efectivo, becas de dudosa calidad, materiales de construcción y hasta medicinas a cambio de lealtades. En Pataz, como en tantos otros pueblos, la fórmula se repite: llega con fanfarria, reparte promesas como si fueran caramelos, posa para las fotos abrazando a ancianos y niños, y luego se va, dejando atrás más pobreza que soluciones. Es el mismo juego de siempre, pero con selfies y redes sociales.  

Lo irónico es que, mientras Acuña se hace cargar como un cacique de antaño, su partido controla municipios y gobiernos regionales con una red de favores que poco tiene que envidiarle al gamonalismo clásico. Antes, los terratenientes mandaban con el látigo y la amenaza; hoy, lo hacen con contratos públicos, empleos temporales y la promesa de una beca en una universidad de garaje. La esencia es la misma: el pobre sigue siendo usado como animal de carga, solo que ahora, en lugar de arar la tierra, aplaude en mítines.  

Pero hay algo aún más cínico en este espectáculo. Mientras Acuña juega al “hombre del pueblo”, su fortuna,amassada gracias a universidades que venden títulos como pan caliente, lo delata como parte de una élite que disfraza su explotación de filantropía. El hacendado de antes al menos no fingía: sabías que te explotaba. El nuevo gamonal te vende la ilusión de que algún día, si le eres fiel, tendrás una migaja de su riqueza.  

La imagen de los campesinos cargando a Acuña no es solo un acto de sumisión: es un símbolo de cómo el poder en el Perú nunca ha dejado de humillar a los más pobres. La Reforma Agraria acabó con los terratenientes, pero no con la mentalidad que los sostenía. Hoy, los nuevos gamonales no necesitan haciendas; les basta tener un puñado de billetes y una cámara cerca. Y el pueblo, como en los tiempos de Max Uhle, sigue cargando el peso de quienes dicen gobernarlo.

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