Por: Fernando Casanova.
En el Perú, la política ha muerto. No de un solo golpe, no de una bala certera como la que apagó la voz del ya mítico ‘Ruso’ Flores en una Lima desangrada, sino de una lenta putrefacción. Se ahoga en su pantanal de promesas huecas, en sus coimas rancias, en el reciclaje fabril de candidatos sin cerebro ni moral. Mientras tanto, los que aún respiran, los que sueñan con vivir sin miedo y sin miseria, son los pueblos que han decidido tomar las riendas de su destino. En Piura, la Junta Vecinal Comunal (JUVECO) Tres Culturas – 27.03.2017, es la más reciente prueba de que la esperanza ha migrado de los locales partidarios para anidar en los parques, en las calles, en los corazones de quienes no aceptan la prepotencia como norma.
El alcalde de Piura, Gabriel Madrid, ha decidido hacer gala del eterno dogma de la política peruana: cuando el pueblo grita, los poderosos tapan sus oídos con concreto y maquinaria pesada. Así ha nacido la amenaza sobre la Plaza Tres Culturas, donde un grupo de vecinos ha tenido la osadía de resistirse a un proyecto de ‘modernización’ que no respeta ni árboles, ni casas, ni historia. La estrategia es de manual: decir que la obra ‘mejorará la ciudad’, que es por el bien común, aunque implique arrasar con la poca vida arbórea que aún resiste.
El arquitecto Jorge García, secretario general de la JUVECO, ha señalado con claridad lo que todos saben, pero pocos dicen: este no es un proyecto pensado para solucionar problemas, sino para engordar bolsillos. La descripción oficial asegura que ‘ha generado una respuesta favorable y positiva de la población’. Pero los vecinos, esos seres molestos que caminan, opinan y no encajan en los planes del poder, afirman que jamás fueron consultados. Y si alguien se atreve a cuestionarlo, siempre está la opción de callarlo con amenazas, indiferencia o, en última instancia, con una patrulla municipal lista para arrebatar pancartas a vecinos de 70 años. Pura modernidad democrática.
Piura ya ha visto este espectáculo antes. El Parque de las Aguas – antaño Parque Néstor Martos – sufrió el mismo destino: tala indiscriminada, sobrecostos inflados y un ‘progreso’ que solo beneficia a los mismos de siempre. Los vecinos alzaron la voz, llevaron sus reclamos a la Fiscalía, a la Contraloría, a todas las instancias que en teoría deberían protegerlos. ¿El resultado? El gran truco del Estado: el silencio. El mutismo cómplice de las instituciones, el eterno bostezo burocrático que lo deja todo en la nada. Porque si algo ha perfeccionado la política peruana, es la capacidad de hacer que los ciudadanos se estrellen contra un muro invisible de indiferencia institucional.
Mientras tanto, la inseguridad sigue ganando terreno. Paul Flores, el querido cantante de Armonía 10, cayó a balazos en una ciudad donde un sicario llama inútiles a los policías. El crimen y la corrupción, aliados inseparables, han dejado al país a la intemperie, donde los ciudadanos son presa fácil de sicarios y políticos con la misma vocación depredadora. Lo que le ocurrió a mi paisano ‘Ruso’ y su familia, es el eco de un país en el que el Estado ya no protege, en el que la ley es un adorno y la justicia es un mero fantasma.
Pero la historia no se detiene en la tragedia, las calles se están levantando. En Piura, en Lima, en cada rincón del país, los vecinos, las familias, los ciudadanos de a pie han comenzado a entender que el poder puede volver a las manos de quienes aman la vida. Las Juntas Vecinales se han convertido en el nuevo rostro de la resistencia, en una ideología sin partido, cuyo único propósito es la dignidad y el derecho a existir en comunidad. Las orquestas musicales se unen ahora y deciden cuidarse y salir a marchar para mandar un mensaje claro a los delincuentes y sus aliados congresales.
Lo que ocurre en la Plaza Tres Culturas, en los barrios, en la música y cultura peruana es un síntoma de algo más grande: el fin del letargo. La idea de que la política se practica en los partidos ha muerto. El mensaje es claro: no basta con votar y esperar lo mejor. Hay que organizarse, salir a la calle, exigir respuestas, defender cada metro cuadrado de nuestra historia, de nuestros derechos, de nuestros sueños.
Si los partidos han muerto, celebremos su entierro. Aquí estamos, pico en mano, listos para sellar la tumba de sus tristes payasos, de sus compadritos y comadrejas, de sus contratos amañados y su eterna vocación de saqueo. Sépanlo bien: no se juega con el futuro de los pueblos, y esta vez no habrá pacto ni indulgencia. Esta vez, por nuestros hijos, venimos a tomar lo que nos pertenece, cueste lo que cueste.