Condenar el terrorismo –y más si este es institucional, corporativo o falogocentrista—debería ser un acto natural de todo ser humano que entiende que la vida solo se puede dar en convivencia pacífica o como dicen los vedantas o los herméticos: “en paz y armonía con el universo”; pero condenar el cinismo casi siempre se convierte en un acto de raciocinio abyecto, un desiderátum imposible o confuso en un tiempo en que pensar es un “delito”, un reto o un acto “políticamente incorrecto”. Y, claro, rechazamos el terror, venga de donde venga, pero ¿estamos dispuestos a rechazar el cinismo, la mentira, el engaño y la manipulación? ¿Estamos dispuestos a levantar la mano y la voz por unos cuantos mientras millones son vejados y muertos por quienes dicen ser víctimas del violentismo internacional? O es que en realidad somos “antiterroristas” desde la visión del cínico, no el de Antístenes ni el de Diógenes o Crates de Tebas, que al fin y al cabo hacían diatribas contra los vicios y la corrupción de las costumbres, sino desde el más ignaro cinismo, el que como decía Bertrand Russell, “no se puede curar con la simple prédica”, porque es más fácil y, de alguna manera, funcional y conveniente para todos.
Lo ocurrido con la revista Charlie Hebdo, nos mueve a pensar en que el insulto gratuito, la mofa, el escarnio y la burla sin límites, tienen licencia de lo que llaman “librepensamiento”, “democracia” o “primermundismo” y que, de alguna manera, se representan en la frase arquetípica francesa solo válida para ellos como nación colonialista: Liberté, egalité, fraternité ou la mort (“Libertad, igualdad, fraternidad o la muerte”, según consta en el lema original caído en desuso porque les hacía recordar a la época del Terror robespierrano). Todos ahora somos “Charlie Hebdo” y todos salimos con nuestras velas y nuestras pancartas a rechazar las balas que jamás podrían tener justificación desde la visión judeocristiana occidental, lo cual está bien en el sentido de oponernos a cualquier loco con metralleta y de pararnos fuerte frente a cualquier ismo que se quiera imponer por métodos barbáricos (¿el bárbaro siempre es el otro?), pero es o fue Francia y sus tenedores, adláteres y sus sachabufones o catecúmenos satíricos, como Charlie Hebdo, lo suficientemente libertarios para reclamar eso mismo que le han negado a otros y con el cual han construido uno de los estados más representativos de la democracia occidental: respeto, paz, dignidad, trabajo, cooperación, etc., etc.
La revista de Charlie Hebdo ha erigido un monumento no a la libertad, sino a la befa más estrafalaria y ridícula, haciendo de los tótems o dioses de occidente, pero sobre todo oriente, víctimas y reflejos de las taras de unos dibujantes cuyo mayor talento consistía y consiste en exacerbar el odio del otro, no entendible ni siquiera desde la perspectiva de Bergson y La Risa (o quizás desde el inconsciente post-lacaniano y la dictadura del padre o desde cualquier patología clínica: mal de Tourette, fobias o frenopatías, etc.); y, sobre todo, en un momento histórico en que la opresión y el derramamiento de sangre por petróleo, recursos naturales y geopolítica han sido el lugar común en medio oriente. Así, de esta manera, para estos señores, Alá anda en silla de ruedas o es gay, filma una película pornográfica mientras pregunta ¿“te gusta mi culo”?; o come excremento o es un monigote al que se le puede latiguear o apalear como a una piñata zurrándose en los principios islámicos y la ley Sharia, o puede decir con los ojos tapados: “es posible ser amado por idiotas”. ¡Qué de libertario puede tener esto? No se necesita ser creyente o simpatizante de algún credo o religión para entender que algo está mal aquí.
Lo inverso o lo opuesto no nos da derecho a deformarlo o destruirlo, más bien podría ser todo lo contrarío, así como el arquitecto Óscar Niemeyer no necesitó ser creyente para construir las veintitantas iglesias de Brasilia o como el principista Voltaire pudo decir enfáticamente “Aplastad al infame”, refiriéndose, en su tiempo, a la degeneración de la iglesia católica. Y sobre todo porque lo que esconden esos dibujos de Hebdo, aparte del odio, es el mercantilismo y la capitalización de sentimientos negativos, solo acordémonos o revisemos que las ventas de ese pasquín subían cuando más islamofóbicos se mostraban (el consumo y la aceptación de sus consumidores y/o lectores se hacía a sapiencia y conciencia de esto) y, por supuesto, el 2014 no fue un buen año económico para Charlie Hebdo. Hecho que motivó a la revista a radicalizar su propuesta recayendo en lo grotesco, la calumnia y la difamación, cuando no en el facilismo y la gráfica efectista y malintencionada. A todo esto, los directivos han anunciado que el nuevo número del pasquín acaba de salir con más de 3 millones de ejemplares, o sea 50 veces más de su habitual circulación y con traducciones al español y al árabe y con versiones en Italia y Turquía.
Por otro lado, si Charlie Hebdo es el héroe caído que se intenta vengar o hacer justicia (en contraposición al héroe como profeta explicado por Thomas Carlyle cuando se refiere a los islámicos en su Sobre héroes, El culto a los héroes y Lo heroico en la historia: “Nosotros hemos escogido a Mahoma no como al profeta más eminente, sino como a aquel del que nos sentimos con mayor libertad para hablar”), ¿por qué otro dibujante francés antisemita, Dieudonné M’bala M’bala, célebre por haber hecho gráficas del periodista decapitado James Foley comparándolas con Muamar Gadafi y Sadam Husein, se encuentra actualmente preso y acusado por “terrorismo” en el país que dice que todos son “libres”, “iguales” y “fraternos” y que el derecho a la opinión es igual al derecho a la vida? O acaso la frase de Freud «Cuando el primer hombre que insultó a otro, no le tiró una piedra, ese día empezó la civilización», solo es aplicable verticalmente y de forma resemantizada para quienes se muestren como disidentes a las ideas-fuerza que sostienen, en este caso, un orden euro-occidental.
Francia ha sido golpeada y el mundo levanta la voz y los críticos autorizados de occidente opinan desde las antípodas, pero ¿alguien se acuerda de que Francia se hizo sobre la opresión y la destrucción de otros pueblos? Alguien se acuerda de que Francia hace apenas un siglo o un poco más, invadió y tuvo presencia, rapiña y carroñera, en países de cuatro continentes: Túnez, Marruecos, El Congo, Sudán, Senegal, Guinea, Costa de Marfil, Benín, Chad, Birmania, Laos, Tailandia, Vietnam (Annam y Tonkín), Camboya, Malasia, Canadá, Tahití y hasta la Guyana francesa, aquí en Sudamérica, considerada eufemísticamente como “departamento de ultramar” donde tiene armamento y arsenal radioactivo y otrora fue usada como lugar penitenciario. Y para los que digan que esto es historia trasnochada, pueden recordar que Argelia recién se liberó de Francia en 1962. Y lo hizo con terrorismo porque no tenían de otra, poniendo bombas en sus aeropuertos, en las discotecas y autoservicios franceses, secuestrando gente y matando a policías invasores con tiros en la nuca, algo que se grafica perfectamente en la película premiada de Gillo Pontecorvo, La Batalla por Argelia. Solo habría que recordar que los combatientes del Ejército de Liberación Nacional de Argelia se autodenominaban “muyahidines” o “guerreros de alá”, algo que cualquier crítico moderno o con dos dedos de frente no debería perder de vista, si quieren hablar de Francia y de Charlie Hebdo y recordar, cómo no, ese más de millón de argelinos que tuvieron que matar al modo de Guilles da Rais para tratar de imponer su orden y su paz.
También habría que recordar que Francia actualmente recibe más de 500 mil millones de dólares por año producto de su impuesto a sus ex colonias o neocolonias económicas por el supuesto beneficio obtenido por la invasión salvaje, cruel e inhumana impuesta a rajatabla por el yugo francés. Sumado al hecho de que 14 países africanos son obligados por los sátrapas gabachos a colocar más del 80 % de sus reservas en el Banco Central de Francia y todo bajo el control y la vigilancia del Ministerio de Finanzas y gobierno central francés quienes en los últimos 50 años no les ha temblado la mano para subvencionar y promover más de 50 golpes de estado en 26 países de África que reclamaban su total independencia.
Quizás para muestra deberíamos apuntar que cuando Guinea decidió liberarse en 1958, Francia, en represalia, ordenó destruir todo lo que habían construido en territorio guineano y que significaran algún adelanto o beneficio; de esta forma, escuelas, construcciones públicas, material médico, medicinas, libros y hasta caballos, vacas y ganado fueron quemados vivos como venganza por el “crimen” independentista.
Quizás también habría que recordar al millón de negros africanos obligados por Francia a luchar contra Hitler en condiciones precarias o a modo de mesnada o al peor estilo de los romanos, o sea como escudos humanos o carne de cañón. Y, cómo no, las palabras escupidas por Mitterrand en 1957: “Sin África, Francia no tendrá historia en el siglo XXI”. O las que manifestó crudamente Jacques Chirac en 2008: “Sin África, Francia se deslizará hacia abajo del rango de tercera potencia (en el mundo)”.
Mientras tanto, la Francia moderna es miembro activo de la OTAN, parte de los G-8 y uno de los miembros de seguridad permanente de la ONU (al lado de China, Rusia, Inglaterra y USA), además de ser, en efecto, el tercer país con más potencia nuclear y poseer más de 300 cabezas atómicas (cien más que los ingleses) y consumir, dizque, energía limpia con el uranio que le roba a Níger hace cincuenta años (cuyas instalaciones de su empresa estatal Areva han decidido defender a capa y espada de los posibles ataques que podrían recibir en estos días); y claro, ya autorizó el bombardeo de Irak o como ellos dicen, eufemísticamente, un repase con sus aviones Dassault Rafale con un daño colateral menor y con bombas lanzadas por un cirujano. Solo habría que preguntar cuántos saldrán, en estos días, con sus carteles y con sus velas para reclamar por esos niños, mujeres y ancianos muertos por las bombas que caen del cielo sin ningún dios que pueda evitarlo.