Te mudas a Lima con tus tíos, dijeron mis padres una tarde. Vivirás con ellos hasta que consigas un trabajo y puedas pagar tu renta; ya hablamos con ellos y están felices de volver a verte.
– Pero mamá no quiero irme de Arequipa, repuse extrañado mirando a ambos.
– Ingresaste a la Católica, hijo, ¿o acaso quieres que la Universidad venga hasta ti? – sentenció mi padre rotundamente, con los ojos firmes en mi rostro.
Días después estaba en esta ciudad sin cielo, sin aire, sin secretos. Dijeron que iba a estar mejor. No lo creo. Acá las cosas están peor de lo que parece. Por lo menos el baño es socialmente aceptado que quede en cualquier parte, no hay reparos a la hora de mear. Y es casi imposible encontrar en otra parte del mundo cosa más democrática como detener el auto en cualquier centímetro de esta ciudad de cemento y polvo.
No hay peor ciudad en el mundo como Lima, donde el tiempo ha impuesto su regla más severa: aquí no existe el futuro, solo pedazos de torres levantándose hasta ocultar al Sol. Aquí no existen los modales, solo las modas, la de los bárbaros Atilas, como diría Vallejo a lo lejos.
Jode vivir aquí. Me pidieron que busque trabajo, bueno lo encontré. La paga es una miseria y eso que soy el primero de la facultad de Derecho. De nada sirve ser el primero aquí si los demás no van en la misma dirección. Dicen que crece, yo no lo veo en la gente. Se llenarán sus cuentas, sus cerebros se llenan de lo que los medios de comunicación les ofrecen.
Cadenas de oro, camionetas negras con lunas polarizadas, adentro un tipo ebrio de felicidad maneja sin cuidado. No hay reglas, no hay topes. Acá se hace lo que quiere, es utopía. No hay límites para tu imaginación. Todo se consigue, todo se ofrece y se vende. Lima es, en pocas palabras, una zorra dándoles las ubres a todos.
El otro día me quedé observando a la cajera de una tienda de comida rápida. Se le veía tan feliz (risas) mientras los niños de papá hacían sus pedidos. Pensé que su vida, como la mía, era totalmente extraña. Ella, tomando su colectivo desde algún lugar distante, convencida que en algún momento de su irremediable vida conocerá a un tipo que le haga ver las cosas de otra manera, pero por ahora solo atiende poco entusiasmada los pedidos de los clientes. Yo, que nunca quise estar aquí, me pregunto qué es lo que tengo que hacer para cambiar esta realidad, tal vez invitarla a salir, tal vez intentar una sonrisa y decirle que es muy bonita aunque esté mintiendo. Lo más seguro es que estaba contando los minutos para largarse de su trabajo y regresar a su humilde hogar para ver los últimos chismes que la televisión le ofrece a esa hora.
Ese mismo día, ya de noche, me invitaron a salir a tomar unos tragos. No sé qué pasó en mi cabeza pero acepté la oferta. En un momento recuerdo haber dicho en mi mente “por qué no” si son amigos de la facultad. Me citaron para ir hasta la casa de uno de ellos, por San Isidro. Llamé a una amiga para que me acompañe, le digo “te pago todo”, ella pensó que la confundía con una puta. Aceptó.
Llegamos, se escuchaba una música horrible pero a los limeños alcoholizados les encanta. Se creen los reyes de la ciudad. No los contradigo, para una ciudad mediocre está bien reyes mediocres. Mi amiga se llamaba Camile, con e al final, me dijo bailemos, yo le contesté que no sabía bailar, que lo hago pero en mi departamento cuando estoy solo y desnudo. Ella me miró y contestó “el dinero no te comprará sentido del humor”. Yo me reí y le tomé de la cintura, cómo se baila, le hablé al oído, enséñame a ser tu pareja de baile. En eso se acerca un compañero de clase (nunca lo consideré un amigo, es demasiado idiota para serlo y finge ser un tipo cool de California). Nos saluda y nos invita unos tragos. Acepto los dos vasos, el mío y el de ella; me tomo los dos y ella me mira. ¿Por qué siempre me invitas y nunca has querido besarme, Javier, o acaso eres gay?, pregunta mi inquisidora amiga. ¿Necesito besarte para no serlo? ¿Quieres que te bese ahora, delante de todos? Ella se quedó mirándome; me dijo vete a la mierda. No quise ser descortés pero no pienso involucrar los sentimientos con una persona que se auto ridiculiza por el Facebook con intransigentes selfies cuando va a comer a cualquier lado; es como si nunca hubiese ido a comer a restaurantes de renombre. Solo salgo con ella porque acepta que le pague todo, pero besarla jamás, no vaya a tomarnos una foto en ese instante y lo cuelgue. Le contesto si gustas te puedes ir, pido el taxi para que te lleve a tu casa. La música horrenda sigue sonando, es el grupo de moda que tanto se habla, cuando escucho otra vez una voz conocida: doctor Escalante, a qué se debe su misteriosa presencia. Era un compañero – otro más – que ahora trabaja en el ministerio público como asesor, se casó y se divorció. Le saludo con la mano y acto seguido volteo la mirada para ver a Camile, ella retrocede lentamente, molesta. Veo a todos muy distraídos con la música, le contesto al que me saludó “vine solo”.
Horas después llamo al celular de Camile para pedirle disculpas. Afuera, bajo la desprotección de las calles en madrugada, veo caminando a una agraciada señorita con el cabello largo y una falda muy corta, distraída revisando su Smartphone. Pasa un taxista y reduce la velocidad de su vehículo; la jode, la piropea a su estilo. Ella lo ignora. Quiero acercarme y golpear a ese tipo por no tener educación. Piensa en tu hija, hijo de puta, pienso, en cambio solo me quedo mirando esa escena. Al final el tipo sigue su marcha y la chica continúa su camino. El celular suena pero ella no contesta. Insisto un par de veces más y al final decide responder de mala gana. Su voz refleja una noche de desvelo. No puedo creer que se haya enamorado de mí, no logro concebir esa idea. Camile, al final digo, no quiero engañarte con un beso. Ella guarda un momento de silencio y se anima a responder – tú me gustas más de lo que te imaginas, Javier -. Y continúa: más de lo que yo puedo soportar en este cuerpo, más de lo que mis ojos buscan en los tuyos, así no me mires, así no me estés dirigiendo tu atención yo sí lo hago, porque veo en ti algo que los demás no tienen, porque sé, y a mi modo trato de entenderte, que no te gusta vivir aquí, que no soy la clase de persona que tú deseas que sea, pero es inevitable la sublimidad que percibo al estar a tu lado. Perdóname pero quería decirte eso.
Traté de contestarle pero su celular aparecía apagado. Ya más avanzada las horas nuevamente probé llamándola pero igual seguía apagado. Fue entonces cuando decidí ir a buscarla a su casa, en Barranco. Llegué ya de noche, como a las ocho. Busqué su dirección entre las casas, ella vivía sola en un departamento. Se dedicaba a la pintura y daba clases de inglés en un instituto conocido. Toqué el timbre y no contestaba nadie. Tampoco no había nadie afuera para darme noticia de su llegada. Pensé en lo peor.
Aparece luego de varias horas de espera, ella me queda mirando mientras avanza por el pasadizo, yo me reincorporo luego de haberla esperado varias horas afuera de su casa. Se aproxima hasta mí y me dice, fríamente y sin aspavientos lárgate, no te quiero ver más, y continúa avanzando hasta su puerta. Ya ahí, antes de entrar me grita ¡qué no oíste, lárgate mierda, no te quiero ver! Me quedo en silencio. Algunas luces se encienden en otras viviendas y se escuchan rumores a los costados. Yo sigo parado mirando a Camile y logro apreciar que sus ojos comienzan a tomar la apariencia del fondo de un vaso de cristal. Cierra la puerta dejándome afuera sin decir nada. “She told me loved me, witch means she must be insane” (1) recuerdo esta frase y me retiro con dirección a la calle.
Meses después, por intermedio de un amigo en común, me entero que Camile había fallecido de cáncer a los ovarios, sola y abandonada. Prometí ir a visitar su tumba antes de irme de Lima para decirle que lo siento mucho y me perdone ya que no sabía que sufría de esa enfermedad. Y ahora que lo veo con más calma tal vez esa noche solo quería una persona con quien compartir su tiempo en este mundo, en esta ciudad que se va al demonio, donde nadie conoce a nadie, donde personas, como yo, tal vez sean exitosas y poderosas pero jamás tendrán un corazón para compartirlo, y eso me lo enseñó Camile. Nunca me lo perdonaré.
- MORRISSEY “How could anybody possibly know how i feel”. Álbum: You are the quarry.