Si descartamos a dictaduras hiperincompetentes como la de Venezuela, la situación de inoperancia ejecutiva en la región se la disputan sin duda los gobiernos de Gabriel Boric en Chile y Dina Boluarte en Perú.
Boric no solo es un exitoso estudiante de Derecho que jamás ejerció, sino que además logró la realización profesional al alcanzar el epítome final del sueño alcaloide universitario más insospechado: ser presidente en el límite legal y destruir el tan odiado modelo económico, y de paso acabar con su país. Dirigente estudiantil, luego diputado y finalmente presidente, la suya es una historia que confirma que el éxito personal puede significar un fracaso nacional.
Por su Boluarte de origen provinciano, destacó en una plana carrera como funcionaría pública en una institución tan poco emocionante como la RENIEC (la que emite los documentos de identidad en Perú), una carrera de burócrata que tuvo su cénit casi casual, casi de relleno cuando fue elegida vicepresidente de la lista presidencial de un partido de extrema izquierda. Y como en Perú las elecciones son tan justas como jugar a la ruleta rusa, un insospechado Pedro Castillo ganó las elecciones presidenciales y ella automáticamente pasó a ser vicepresidente de la república sin quizás apenas sospecharlo meses antes. Sepultado el gobierno de Castillo en el desastre de una pantomima de autogolpe, la accesitaria llegó a la presidencia de la república y dió un dramático giro a la derecha, o algo parecido a la derecha, y se estableció en el poder hasta ahora.
Uno llegó por el pecado capital del voto popular, la otra por giros de la suerte. El chileno apenas llegó, apoyó e impulsó un proceso constituyente que minó el prestigio internacional forjado por Chile durante cuarenta años de institucionalidad. La peruana, contra todos los pronósticos, como buena y cruel chanca sobrevivió a las protestas populares más grandes vistas en Perú desde los paros que llevaron a las caídas de los gobiernos militares, primero de Velasco Alvarado y después de Morales Bermúdez. Si bien Boluarte sobrevivió, los que no sobrevivieron fueron los manifestantes, que con razón o sin razón, acabaron acumulando un número de muertes de alrededor de 40 fallecidos en todo el Perú. Entre diciembre de 2022 y febrero de 2023, el gobierno de Boluarte compitió en represión a manifestantes como solo lo había y sigue haciéndolo el régimen de Caracas, Managua o La Habana.
El gobierno de Boric una vez perdida la oportunidad de cambios en la constitución heredada de la junta militar, devino en una inercia y falta de objetivos políticos que acentuaron la incertidumbre y llevaron a una fuga de inversiones, talento humano, sumado al aumento del crimen y la descomposición social en un lapso de tiempo muy breve.
Por su parte la presidenta Boluarte ha demostrado ser de los gobiernos más increíblemente volátiles de la historia peruana, sin una bancada en el Congreso, con censuras a ministros, caídas de gabinetes, jaladas literalmente de cabello en la calle, escándalos por gastos superfluos, ataques permanentes de la prensa y una impopularidad histórica de casi el 100%, el suyo es un gobierno a lo Bruce Willis, Duro de matar. Con todo ha contado con suerte, en su gestión no solo se lo se dió una cumbre APEC sino que además cosechó los sembrado por otros gobiernos cuando le tocó inaugurar el megapuerto chino de Chancay, la inversión china más cara en toda su ruta de la seda. Su economía, aunque no estupenda, ha logrado sobreponerse a un 2023 de recesión técnica, y ha logrado posicionarse con un crecimiento aceptable e incluso óptimo si se compara con su vecino del sur.
El problema de Boric no es que sea de izquierda, su problema es que no tiene ni idea a dónde quiere llegar. Muerta la nueva Constitución, ha quedado a la deriva, sumido en una crisis de violencia criminal y en escándalos sexuales (caso Monsalve primero y caso Boric después por presunta difusión de imágenes íntimas por correo hace diez años). Pero Boric no está solo. Si Boluarte carece de ministros de lujo, cuando menos son ministros competentes hasta donde pueden, en el caso de La Moneda lo que se tiene es la suma de la inutilidad más absoluta. Primero Giorgio Jackson que dejó el gobierno para posiblemente seguir estudiando algún postgrado de arte conceptual gay, después el fracaso de la gestión en Interior de la Tohá mientras la crisis delincuencial aumenta cada día, a esta sigue la Orellana, una especie de alta comisaria feminista que viene implantando una red de acusetas en el aparato del Estado para delatar presuntos actos machistas, pero incapaz de críticas ante las acusaciones de presuntos actos de acoso o abuso cuando vienen de los hombres de su tribu. Súmese a esto a una Camila Vallejo, estrella deslucida del PC que vemos cada mañana ante conferencia de prensa tener que arriar la bandera del feminismo.
Entretanto la economía chilena se cae abajo ante un Estado inoperante, con una Hacienda a la que le falta fondos para cubrir gastos del año en curso, con políticas que desincentivan la inversión y por tanto la recaudación, con chorradas alucinadas como políticas portuarias con inclusión de género, etc, etc.
Boluarte por su parte tiene ganado el odio de la izquierda y la falta de estima que le tributa la derecha. Es un gobierno al cual todo el mundo apuesta en contra mientras sus adversarios esperan el momento oportuno para defenestrarla. Su ministro de interior es comparable en ineptitud a la Tohá de Boric. Y si no fuera poco, Boluarte llega a decir que con menos de 3 dólares alcanza para que un peruano coma. Visto así, es difícil saber quién es peor, pero lo peor de lo peor es tener que vivir bajo sus gobiernos.
Ahora bien, hay que reconocer que ambos no son intrínsecamente malos, porque para ser malvados hay que ser competentes.