La Semana Santa ya no es lo que era antes del cable y el internet: una sesión interminable de películas de contenido bíblico y edificante. Veamos si esta tradición ha devenido en algo positivo para la sociedad o si ha sido solo un acentuamiento de la banalidad de nuestra época.
En primer lugar debo testificar que nunca fui solicito con la tenebrosa ideología que año tras año conmemora el recuento de la gran perversidad que se dio en contra del bondadoso rabí de Galilea, y que dos mil años después colma la señal abierta de televisión con filmes acerca de la vida , pasión y muerte de un individuo del que sabemos tan poco como mucho asumen sus fieles fanáticos.
De hecho, la idea de ser redimido por un iluminado nacido hace 2000 años en una latitud tan distante y tan pródiga en ardores místicos fundamentalistas, en circunstancias recargadas de tanta magia y misterio que ha dado abasto para encender las mentes más brillantes y oscuras de los últimos 21 siglos, que, además, asumió las consecuencias de todo el pecado del mundo aun cuando la idea de pecado pueda ser tan poco discutida en un tiempo donde no hay imperativos morales absolutos y cuando ya Patti Smith enrostró su disidencia en Gloria: Jesus died for somebody’s sin but not mine, configurando el máximo dogma espiritual de Occidente aun cuando disputa el cetro a diario con el libre mercado y el capitalismo, en uno de los suplicios más horribles que hayan sido concebidos: siempre me pareció tan egoísta como sádica.
Sin embargo, quisiera escribir sobre Jesucristo con sinceridad y sobre lo que ha significado el trajín de su figura en los últimos veintiún siglos teniendo en mente la degradada secuencia escénica en la que vemos hundirse, año a año, a la Semana Santa no sólo por el poco o nulo entendimiento que se tiene de la doctrina en cuestión sino porque en los sitios donde él predicó, su efigie se escarnece a tal punto que muy poco puede hacer su recuerdo o su importancia para atenuar la diaria confrontación entre palestinos e israelíes.
Y no sólo eso sino que tanto para uno u otro bando su paso por la tierra fue más que secundario. Así para los musulmanes. Jesucristo, fue sólo un gran hombre, un profeta, pero no el Hijo de Dios y para los israelíes fue solo un gran rabino que fingió ser el Mesías, esto es un impostor.
Como puede deducirse fácilmente, en virtud de esa actitud, el rabino pierde mucho de lo que había conseguido con su juicio, juicio que al ser negado acarreó tan graves consecuencias al pueblo hebreo por tantos siglos como fue venerado Jesucristo en Occidente.
No es una novedad que se afirme la falta de sentido en que se halla imbuido nuestro tiempo, pero es el colmo que Caco, el protagonista de la película Vengo pueda conmovernos más que el profeta de Nazaret.
Mi impresión es que la suficiencia de sus fieles al aceptarlo como el Hijo de Dios y como tal, y según dice la ortodoxia cristiana, y al ser uno con el Padre y con el Espíritu conformando el Ser Supremo, aparta antes que aproxima a cualquiera con la lucidez suficiente para darse cuenta de esta ficción.
Esta circunstancia vedó siempre mi camino y así cada vez que quise aproximarme a su doctrina y a riesgo de parecer un superficial sofista creí que es demasiada fantasía asumir que Dios mismo se escarneció al punto de tocar las mismas puertas del cielo que cualquier otro forajido –pese al Padre porque me has abandonado, una de las siete palabras que no son explicadas de ningún modo – forajidos que como el Billy the Kid del film de Sam Peckimpah no tienen mejor compañía a la hora de la muerte que un triste atardecer y una melodía insuperable como Knockin’ on Heaven’s Door, la canción con la que, en mi inexacto y arbitrario recuerdo del film, agoniza luego de recibir las balas que le matarían.
Por otro lado, creer que Jesucristo era Dios mismo y que se degradó al punto de volverse un hombre, siempre tuvo al menos dos explicaciones : Jesucristo era un gran varón aunque algo megalómano o sus discípulos inventaron todo ese rollo acerca de que él era Dios mismo para así satisfacer sus propios intereses.
Esta divinización se ve hasta en la actualidad y de los modos más subalternos. Por ejemplo, los argentinos con Maradona o con Charly García, situación absurda y triste, sobre todo porque Spinetta sin ser Dios rozó las nubes en muchas de sus composiciones. Tambíen los antiguos hicieron de la divinización una moneda muy corriente a tal extremo que los griegos y romanos volvían dioses a todo lo que les parecía trascendente y eso va de Aquiles y el resto de los héroes homéricos a Julio César y el resto de emperadores romanos.
Recuerdo, aleatoriamente, la figura del Cid al final de la película homónima que protagonizaron Charlton Heston y Sofía Loren. El Cid fallecido pero vestido y colocado al frente de su ejército pone en fuga con su sola presencia al enemigo; y con ello se me ocurre que los cristianos, al revés de los fieles del Cid Campeador, al echar de menos un cuerpo no sólo dan base a una doctrina sino que con ello pretenden la milagrosa resurrección y la posibilidad de lo mismo para todos lo que compartan el mensaje de “salvación”.
Por otro lado , la otra explicación sería que Dios no es todopoderoso tal cual lo refieren la mitología hebrea y cristiana sino que es vulnerable y en su vulnerabilidad ha llegado a extremos tales de padecer el martirio ignominioso – recuérdese que para los judíos es maldito todo aquel que muere en un madero-, y, por tanto, su enemigo tuvo suficiente poder para no solo tentarlo como dice la tradición sino que tuvo el poder para gozar con su sufrimiento.
Lo dicho en último término nos lleva a otro grado de especulaciones puesto que al juzgar la realidad no parece que haya vencido ni Dios ni su enemigo, aunque siempre nos parece que este último podría –si existiese– hasta sonreír porque quizás tanto estas líneas como gestos aun más obscenos como el abierto desprecio o la indiferencia hacia la Pascua y Jesucristo configuren un modo de estar perpetuando su terrible camino al Monte Carmelo –Vía Crucis – sin posibilidad de salvación.
De los veintiún siglos que han transcurrido desde los tiempos de Jesucristo, la Tierra no ha sido en ningún momento objeto de la paz sino que el conflicto ha estado presente cada día y cada noche desde entonces y me pregunto si eso se debe a que la gente que ejece el poder reniega precisamente de la doctrina que él compartió con todos los que aun se atreven a leer la Biblia o si es por la oprobiosa disposición del ser humano hacia extremos tan perversos de tomar lo mejor que cada quien puede crear y revolverlo entre vísceras, lodo y estiércol como en un sacrificio de inmundicia o por sabernos condenados de antemano y así desatar nuestros instintos más negativos sobre el mundo y sobre nuestros semejantes o por no saber nada acerca de ninguna cosa y como tal ignorar la verdad y sobre todo cuando viene esta viene investida de las formas más modestas o por qué razones creemos que sabemos cosa alguna acerca de nosotros mismos o porque sabemos que lo cierto requiere de algunos sacrificios y al no tener ninguna gana de asumirlos hemos preferido aprender todos los sofismas y crear algunos nuevos como este.
Intentando finalizar esta reflexión he atisbado el horizonte del esnobismo cinematográfico más típico:
Jamás he sabido que hayan programado, para Semana Santa, ni a Scorcese, La Ultima Tentación de Cristo, ni a Pasolini, El Evangelio Según San Mateo, lo cual en su momento debe haber sido motivo de execraciones o figuras por el estilo – circunstancia exacerbada por no haber tenido acceso al cable en ese momento –sobre todo al ver una y otra vez Ben Hur o Los 10 Mandamientos, circunstancia que alguna vez se vio agravada por haber contado cinco canales de TV que transmitían al mismo tiempo Ben Hur aunque con algunos minutos de desincronización entre una y otra, situación que originó la manifestación exuberante de los más venenosos epítetos .
Lo peor de todo no ha sido lo que he descrito sino el pueblo y su cada vez más nula intención de volverse reflexivos en estas fechas y también, su contraparte, es decir, los que consideran que es la época del año más propicia para dedicarse a los excesos. Fíjese el lector, sino, en las reuniones de playa o campamentos dados en estos días en los que la gente se embebe de toda su falta de sentidos
Pero todo esto que he escrito no es todo. En realidad, quería escribir sobre Jesucristo, su efigie es para mí un drama permanente, y sobre lo que ha significado el trajín de su figura en los últimos veintiún siglos. Sin embargo, esto es lo único que se me ha dado pensar sobre el tema este Domingo.