Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
«Cien Cuyes», una novela con mediocres personajes
Apuntes diversos sobre la novela «Cien Cuyes» de Gustavo Rodríguez y la última narrativa peruana
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1 año agoon
Leer Cien Cuyes ha sido toda una experiencia… Las formas empleadas, el lenguaje que engloba todo el discurso, las anécdotas de los personajes y sus propios caracteres psicológicos han constituido una dificultad ineludible para la lectura, pero no por sus méritos o complejidades sino por la simpleza de la propuesta que desaprovecha un problema de absoluta seriedad filosófica como es el derecho a morir ante la autoextinción que implica el desgaste y la debacle del propio cuerpo debido a la vejez y a la enfermedad y prefiere, en cambio, apostar por unas caricaturas de seres humanos incapaces de enfrentar la realidad con lucidez y crudeza; además, sus deficiencias amparadas en pretensiones que en ningún momento fructificaron (como un cierto tono pseudopoético que abordaremos más adelante) hicieron que el libro fuera dejado varias veces de lado pues era increíble que haya gente capaz de publicar un volumen semejante y ni se diga de la opacidad y mediocridad de sus personajes que niegan, en todo momento, que el ser humano aun en sus extremos menos soberbios sea capaz de uno que otro acto de grandeza que es lo único que justifica la vida. En suma, esta experiencia ha sido tan absolutamente negativa que ha alcanzado a rozar la superficie misma del desastre en cada capítulo y en cada página y casi en cada párrafo y en cada renglón.
En todo caso, esta novela bien puede ser aniquilada en un solo párrafo, pero eso no es lo más importante ni lo más digno de una reflexión en torno a ella sino el hecho de que en el medio «literario» nacional se haya evitado exponer las miserias del texto en cuestión en el curso de los meses transcurridos desde su puesta en venta (apenas un par de tibias reseñas han indicado un par de falencias, pero muy a la ligera), así como el ensalzamiento falaz que le han brindado no pocos autores nacionales (de un corte inmensamente menor, aunque más o menos mediático, casos en los que quizás la amistad haya superado al rigor aprehensivo o en los que el arribismo en boga ha supuesto que pasar la franela rebotará en el propio beneficio del abyecto).
A todo ello se añade la nulidad de cuestionamientos en torno al Premio Alfaguara y al estado situacional de la narrativa que se presenta a este y a otros concursos puesto que o el resto de obras en disputa ha sido aun más deplorable o, y aquí, hemos de citar al siempre infalible Perogrullo, toda la tira de certámenes literarios del planeta son un acomodo bárbaro entre los vacuos contactos de los autores y nada más, porque ni siquiera se puede admitir la acreditación adquisitiva de libros en un mercado como el Perú, es decir, que si los otorgantes del premio hubieran calibrado darle el trofeo al autor de un país donde se va a asegurar una venta importante, nuestro país habría resultado el menos adecuado para tales fines.
Desde luego, los narradores peruanos contemporáneos (serios) ni siquiera pueden capitalizar el impacto del premio internacional que se ha dado de alguna forma al Perú en la persona de Gustavo Rodríguez pues quedarían en ridículo habida cuenta de toda la falsedad implícita en cualquier forma de elogio que pudieran ofrecer y eso es una circunstancia que afecta a todo el país en torno a la mínima identidad nacional que compartimos todos los peruanos, en este momento, y afecta, también, como solo puede hacerlo otra oportunidad perdida para celebrar, puesto que si la novela fuese tan siquiera pasable, todo el Perú debería haber celebrado el premio, pero una vez vista la calidad de Cien Cuyes, es decir, la ausencia de todo mérito, se puede decir que enhorabuena no tenemos ninguna identidad bien conformada pues eso nos evita tener que fingir y alcahuetear el pseudoéxito literario de hace unos meses.
Siendo que en mi anterior crítica abordé la última novela de Bayly, me sirve ese recuerdo para oponer una expresión muy personal ya que dicho autor, conforme a lo que expuse en aquel documento, escribe novelas ligeras y superfluas, pero es un escritor por donde se le mire. De hecho, se intuye en él al artista, al individuo que ama a la literatura y en el curso de sus libros se ve a un hombre al que hacer literatura se le da de modo casi natural.
Rodríguez, en cambio, en ningún momento, da la impresión de tener ninguna cercanía con la literatura, ni exuda ningún tipo de pasión (ni siquiera una pasión fría -que es algo paradójico, pero posible-). De hecho, está tan lejos de la literatura que no puede provocar ninguna emoción y, peor aun, ni siquiera puede ofrecer una idea, como cientos de otros autores a los que se les debería efectuar una terapia de choque idéntica a esta, pues ya es demasiado canalla para la escena literaria y el incipiente mercado lector que se publiquen tantos libros sin que sean atendidos por una crítica fundamentada que apueste realmente por unos valores y formas que cada crítico deberá sostener y defender cuando corresponda, sobre todo, cuando se tiene que preservar la dignidad y el criterio incipiente de lectores potenciales que ante la vista de las apariencias y el silenciamiento de los defectos puedan verse orientados a comprar volúmenes que a la hora de la hora no les van a servir ni para envolver sus desperdicios..
A partir de aquí solo ofreceré una dispersión de ideas sobre distintos momentos de la novela y acerca de la novela en cuestión de modo general más unos apuntes hechos al margen porque, en todo caso, el volumen que analizamos ha producido por oposición no pocas reflexiones sobre la literatura o lo que esta debe ser pese a que muy pocos ofrecen lo que corresponde a una disciplina tan maravillosa.
1. La literatura es arte y como tal es creación aún desde la mera lectura. Si un texto no te provoca eso está perdido.
2. Si la literatura no genera creatividad, genera cretinismo.
3. Hacer literatura en el Perú acarrea dos desgracias y hasta tres:
Producir una obra importante y trascendente para la que no hay mercado.
Producir una obra de medio pelo para la que si hay mercado y que te premien por ello.
Y, ya sea que estemos frente a una obra espectacular o una mediocridad plena, el silencio de adueñará del panorama excepto por los pocos amigos que, en cada caso, escriben sobre cada una de las obras en cuestión.
4. El problema de los premios, en general, es que son similares al Salón de la Fama del Rock and Roll (que pese a haber sido fundado por Ahmet Ertegun, en los últimos años no solo galardona a gente que no tiene nada que ver sino que, además, excluye a verdaderas leyendas basadas en cualquier capricho o intención comercial que no haya fundamentos en ninguna parte).
Tan radical es está arbitrariedad que Iron Maiden, por ejemplo, no es parte de dicho Salón y sí lo integran, en cambio, Michael Jackson o incluso su hermana Janet (una extrema absurdización de lo que implica el salón en sí en la actualidad y cualquier tipo de premio).
En este orden de cosas, entre los organizadores de los certámenes y los jurados, lo único que existe es una banda de tipos que no tienen ninguna idea y, sin embargo, evalúan a autores y creadores a los que no entienden y así, casi siempre se galardona a puro mediocre.
5. En el principio de la literatura, estuvo la verdad. Luego, la grandilocuencia y la persecución de la gloria. Ahora, salvo excepciones doradas, la subnormalidad y la aquiescencia con las exigencias bajísimas de lectores de rango paupérrimo, la plena complacencia con el mercado.
6. Es una perversidad ofrecer a los lectores rumas de libros en los que aquellos pueden regodearse en sus propias limitaciones en lugar de proponerles una experiencia que los haga ser más de lo que son siquiera por el rato que les lleve la lectura.
7. La falta de ambición ha sido siempre el gran problema de la literatura peruana. (La falta de ambición ha sido siempre el problema del país entero totalmente exento de una plataforma nacional sólida y un contundente proyecto de hegemonía, pero ese es otro tema, aunque, quizás, sea el origen de todos los males del presente, etc.).
En todo caso, me he referido a la ambición literaria (no a la económica ni a la política) y expuse que ha sido el mayor de los problemas de toda la vida, pero se ha agravado tanto en las últimas décadas que sorprende negativamente la proliferación exagerada de «escritores» que no tienen ninguna pretensión mayor que ser a lo sumo el próximo best seller (ya ni siquiera intentan ser los nuevos Vargas Llosa y ni eso) o que solo alcanzan a «expresarse» como si esa expresión pudiera importar a alguien más que a ellos mismos.
En este sentido, es crucial que un artista de la palabra tenga en cuenta a la historia de la literatura (dado que muy poco de nuevo se inventa en estos días sin que tenga un asidero anterior) y a la tradición en la que se inserta su propuesta (lo quiera o no) Incluso es positivo que tenga ganas de competir y que intente ser superior a sus maestros o, por lo menos, un par de aquellos.
Así, es fama que García Márquez siempre quiso escribir algo del nivel de Las Mil Y Una Noches y en ese camino y en esa disposición espiritual nació Cien Años De Soledad (sumado, desde luego, al concierto de toda la sabiduría formal y existencial que pudo compilar en el curso de toda su vida hasta el instante mismo en que se instaló en La Cueva De La Mafia).
También, Faulkner expuso el deseo de que sus textos dejaran en el lector el estremecimiento que él sentía al leer el Antiguo Testamento y vaya si lo consiguió.
Hasta el mejor Vargas Llosa intentó ser Flaubert o Faulkner (sobre todo en La Casa Verde) y, de hecho, lo logró en algunos fragmentos. Lamentablemente, luego se imitó a sí mismo y ya sabemos los deplorables resultados.
En poesía, ni hablar. La gente se conforma con solo ser estilista, en el mejor de los casos, pero obvía que el arte, también, debe ser estremecedor o extático.
8. Ulises (“Hay que acercarse al Ulises como el predicador bautista iletrado se acerca al Antiguo Testamento: con fe”. W.F ) no fue el surgimiento de una nueva era sino el fin (provisional) de la literatura porque es imposible llevar la literatura más allá salvo que aparezca un genio loco y lúcido que combine la destreza formal y lingüística de Joyce con la pasión visionaria y terrible de Dostoievski (dicho sea esto tan solo para dar una idea acerca de la gravedad de nuestra era y del estado situacional de la literatura y de la humanidad).
9. Anotar en la puerta de la sala de escritura de todos los escritores del mundo como meta absoluta de dominio formal y experiencia vital y como advertencia de que si no van a jugarse el todo por el todo mejor no lo intenten:
«LA DESTREZA FORMAL Y LINGÜÍSTICA DE JOYCE + LA PASIÓN VISIONARIA Y TERRIBLE DE DOSTOIEVSKI».
10. En promedio, el peruano lee un libro al año (véase la Encuesta Nacional de Lectura de 2022). Siendo que este es un índice realmente bajísimo, debería tratar de, por lo menos, no leer basura ni de dar cabida a cualquier cosa. Entonces, la función de la crítica sería, en primer término, orientar a la gente para su mayor bienestar y provecho, y, luego, no dejar que los lectores sean víctimas de estafas mediáticas ya sea que estas sean promovidas por editoriales transnacionales o por oscuras «imprentas» de provincia.
11. En el Perú no existe la crítica literaria sino una entronización absoluta de la alcahuetería más bárbara y la cobardía más tremenda. Ver, en este sentido, que hay gente presuntamente «entendida» que halaga un mamotreto como Cien Cuyes es ver el rostro mismo de la decrepitud, la faz más rotunda de la ineptitud estética e, incluso, una forma de corrupción absurda que ni siquiera enriquece a esta turba de repentinos corruptos involuntarios, decididamente, una tira de lambiscones sin sesos.
12. Ahora parece que todo es literatura. Pero, es sencillo y necesario precisar que la diferencia entre un texto literario y otro meramente informativo es el espíritu que lo colma, el dominio de las formas y la intención poética del lenguaje que no es la misma con la que se pide un servicio o con la que se compra o se paga algún producto. Eso es lo más básico y aunque existen matices, poco puede cuestionarse al respecto salvo que seamos cínicos o alcahuetes como parecen ser la gran mayoría de «lectores» y «críticos» del momento.
13. La palabra aun en su expresión más simple refleja el espíritu del autor aunque sobre esto se hable cada vez menos en estos tiempos. Demás está decir que en esta época desnaturalizada y absorta en las apariencias (a un grado tal que ni siquiera la caverna platónica se le compara) se ha producido un vaciamiento del espíritu a raudales sin ningún tipo de contención; una condición muy evidente, sobre todo, si observamos las vitrinas de las principales librerías del mundo.
14. Otro problema de escribir en Perú es la tradición de estilistas que pueblan las estanterías y eso aunque muchas veces me ha parecido una gran debilidad nacional o una fineza que no corresponde, me lleva, precisamente, a que cuando veo en la obra de un escritor peruano el fracaso y la falta de cuidado del estilo, experimento como lector una suerte de molestia ante una circunstancia que es poco menos que una falta de respeto habida cuenta de la tradición estilística que confiere a la literatura peruana una dimensión argéntea.
Vargas Llosa, por ejemplo, tiene un estilo bastante seco, pero es literario y sabe disponer de sus palabras y, generalmente, sus novelas iniciales estuvieron imbuidas de una gran ambición.
Rodríguez, en cambio, no tiene nada que ver ni con el estilo ni con la ambición literaria y así cuando quiere darse color todo el texto se identifica con un desastre chirriante.
15. Cien Cuyes no roza ni de casualidad a la literatura, pero, pese a todo, Jack Harrison es un personaje memorable (aunque mal dispuesto excepto por la llamada a su hija y nieto antes de su propio fin). Esto es curioso y contradictorio, pero ese personaje es el único acierto en medio de la mayor enumeración de mediocridad que se ha visto en mucho tiempo en un solo libro y este pasaje que menciono es el único con algo de valor. Que cada uno lea bajo su cuenta y riesgo. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
16. La literatura ha sido siempre un escenario frágil cubierto de los más inciertos destinos.
17. El mínimo holocausto personal y deliberado de los personajes de Cien Cuyes sería más o menos pasable si todo el libro no estuviera matizado por una simpleza existencial demasiado pesada, innecesariamente degradante y sin ninguna muestra de trascendencia ni humor que serían las únicas dos opciones para enfrentar una circunstancia como la que propone el autor, es decir, una elevación espiritual que esté por encima del promedio o una dosis de ironía y desenfado que reste importancia al drama propuesto, pero nada de nada.
18. Sobre el lenguaje tan mal empleado en Cien Cuyes prefiero enumerar algunos yerros tremendos y añadir breves comentarios al modo de sentencias puesto que Rodríguez hace uso de palabras realmente imperdonables a tal punto que da la impresión de querer volverse literato a la fuerza, engolando así un estilo genuinamente pobre de formas, de espíritu y de ideas.
En la página 8, por ejemplo, expone el siguiente fragmento: «Los edificios a ambos lados de la avenida formaban un callejón por el que la brisa del Pacífico ingresaba como un toro salino. Eufrasia pensó que aquellas cornadas húmedas no le harían bien a la seño, y que era una suerte que ella sí tuviera una resistencia cetácea al frío».
Lo del símil de la brisa, el toro de sal y las «húmedas cornadas» podría pasar como una mera impostura o como una árida comprobación de no tener ninguna aptitud para crear imágenes literarias, pero lo que vuelve a este párrafo un pedazo de horrenda incongruencia y de impericia es que Eufrasia piense en un adjetivo como «cetácea» para describir su resistencia al frío.
De este tipo de detalles (errores letales) está lleno el libro. En todo caso, un contrapunto lingüístico demasiado «enrevesado».
En la página 15, «—La puta madre —tembló su boca. La mitad del primer bocado se había despeñado al masticarlo. Era notorio que la parálisis facial había avanzado…». Salvo que se considere una muestra de poesía vanguardista el uso de «despeñado» no solo es insólito sino que quiebra una descripción que pudo ser más sensata y si bien Harrison es un buen personaje, tampoco es un coloso como para sugerir que está a alturas tales que puede soltarse desde tan alto. Ni siquiera como figura literaria podría valer esta suerte de hipérbole involuntaria.
En Cien Cuyes se usa a menudo el tiempo pasado en un marco casi tan inmediato que hace moroso todo lo que describe. Realmente hay un uso abusivo de la forma verbal «hacía». Quizás si empleaba la forma verbal «hace» (en las ocasiones que fueran pertinentes) hubiera añadido un mayor dinamismo. Pasar de frente al tiempo presente todas esas expresiones habría conformado un abordaje más directo de todo lo que narra y ello le habría añadido dinamismo.
En la página 15 se expone la frase «El humo etéreo» (de una taza de café cualquiera). Si solo hubiera puesto «el humo» a secas hubiera sido algo más honesto y modesto como corresponde al tono de los personajes y del propio autor, pero no, tenía que intentar darle más color del que domina y del que necesitaba la expresión en cuestión. Todo esto hace presumir que el autor cree que la literatura es agregar color a sus grises páginas a través de palabras que no tienen nada que ver con la llaneza de su circunstancia.
Otro tema menor (como todas las incidencias verbales de la novela en cuestión), pero digno de ser cuestionado es el uso del término «chactado» como sucede en la página 22 cuando se expone «Qué rico un cuy chactado, con su papita con ají.» El problema es que eso sucede en Simbal donde salvo por la presencia de algún migrante arequipeño improbable o algun cajamarquino, nadie llama de esa forma al cuy frito, mucho menos, alguien proveniente del campo. Esto es una inexactitud insalvable.
Hay varias enumeraciones presuntamente literarias en las que el autor intenta obtener una presea poética sin ninguna gracia. Por ejemplo, entre las páginas 53 y 54 se halla el siguiente pasaje que es ilustrativo sobre esta constante del discurso del narrador. «La anciana sintió que desde un cántaro enterrado en la profundidad de su asistenta emergía un sonido dulce, el tarareo con emes que todos los infantes de la especie humana han escuchado alguna vez en su vida: la melodía era la del huayno que habían cantado juntas hacía un tiempo, pero esta vez, extrañamente, le encendió en la mente, con una intensidad inexplicable, el susurro de unos árboles al viento y el rumor de un río, las cosquillas de unas hormigas al caminar sobre las manos, el olor de las hierbas ofrendando su clorofila al sol. Quién sabe si esa no sería la tierra prometida de la que tanto hablaban las Escrituras, el descanso que cualquiera merecería luego de haber andado cuarenta años en un vil desierto».
Considero que esta es otra intentona trunca desde cualquier perspectiva y así se repite una y otra vez en toda la extensión de las 256 páginas que forman Cien Cuyes.
Eso de «El vil desierto…» es una horrible manera de adjetivar sin cualidad alguna. Pero, aquello de «el olor de las hierbas ofrendando su clorofila al sol…» no tiene ningún arreglo. Ni Maxwell Perkins hubiera podido corregir estas expresiones rayanas en lo infame. En este punto, cabe hacer una recomendación para los escritores aficionados o para todo aquel que quiera parecer poético sin serlo: «Si quieren parecer poéticos contraten a poetas reales para que reescriban sus borradores y no vendan humo falsamente que no todos los lectores son analfabetos en estética».
19. Otro elemento negativo es la presentación de reflexiones realmente paupérrimas como si fueran grandes hallazgos de los personajes. Esto afecta a todos los habitantes del mundo de Cien Cuyes y no se excluye ni el mismo Jack Harrison que es, con mucho, el tipo más lúcido de la novela. Así en la página 58 consta el siguiente fragmento que ilustra lo que acabo de describir: «Jamás se había hecho de nada pensando en la posteridad: si lo que tenemos en verdad no nos pertenece, ¿qué sentido tiene pasar el testigo de una propiedad? Esta noción de propiedad hizo aparecer en su mente a la chacra abandonada. Si su biblioteca hoy estaba polvorienta, ¿cómo estaría esa parcela abierta al cielo? ¿Qué altura tendría la maleza, qué sería del árbol donde reposaban las cenizas de Consuelo, qué tan derruida estaría la cabaña?» Luego, el fallo del lenguaje es aplastante. «Derruida», por ejemplo, no tiene nada que ver con la expresión general de esta sección.
En la página 60 hay otra enumeración fallida. Digamos en beneficio del autor que intenta ser más de lo que es, pero ya sabemos adonde conducen los caminos empedrados de intenciones.
20. Cien Cuyes es, así, una suma de contradicciones. La novela es mala, pero intenta ser buena a la fuerza; no es literatura, pero intenta ser literatura. Intenta una y otra vez hasta enumeraciones (¿»poéticas»?), pero no es suficiente. Cualquier poeta promedio puede ver aquellas sumatorias de palabras y decir «yo puedo hacer algo mejor sin esforzarme», pero no lo hacen ni se lanzan a escribir novelas ni críticas.
21. En la página 61 consta una de las enumeraciones con mayor potencial de toda la novela que, lamentablemente, se cae por el uso absurdo del gerundio y la falta de una disposición enumerativa precisa al no poner en un presente alucinado lo que Harrison vio muchos años antes y aunque esto es más atribuible al editor por consentir la publicación tal cual está, el autor no deja de tener responsabilidad en la materia.
Veamos: «Tiene que agradecerles a los congresos médicos todos esos kilómetros recorridos y aquellos homenajes bajo tantos cielos; los olores, texturas, sonidos y vistas que jamás imaginó que llegaría a conocer: tortugas gigantes apareándose con majestad en Galápagos, géiseres apuñalando al cielo en una isla austral, danzantes de tijeras retando a la física en Huancavelica, el Urubamba corriendo plateado bajo la luna antes de ver amanecer en Machu Picchu, delfines rosados chapoteando mientras el sol se oculta sobre el Amazonas, el mar de Tasmania insertado como una aguja entre los fiordos nevados de Nueva Zelanda, el monte Fuji elevado sobre un lago azul y la Muralla China serpenteando sobre árboles coloreados por el otoño; ….» Acaso habría quedado mucho mejor si le añadía el siguiente viraje «y que ahora ve, en este mismo instante, idéntico en todo al ayer» y si quitaba los gerundios por la expresión correspondiente al mero presente. Entonces, la nota quedaría así (añadiendo, además, ligeras variaciones que ya no menciono, sino que ejemplifico de una vez):
«Tiene que agradecerle a los congresos médicos todos esos kilómetros recorridos y aquellos homenajes bajo tantos cielos; los olores, texturas, sonidos y vistas que jamás imaginó que llegaría a conocer y que ahora ve, en este mismo instante, idéntico en todo al ayer: LAS tortugas gigantes SE APAREAN con majestad en LAS ISLAS Galápagos, LOS géiseres APUÑALAN al cielo en una isla austral, LOS danzantes de tijeras RETAN a la física en Huancavelica, el Urubamba CORRE plateado bajo la luna antes de ver EL amanecer en Machu Picchu, LOS delfines rosados CHAPOTEAN mientras el sol se oculta sobre el Amazonas, el mar de Tasmania SE INSERTA como una aguja entre los fiordos nevados de Nueva Zelanda, el monte Fuji SE ELEVA sobre un lago azul y la Muralla China SERPENTEA sobre árboles coloreados por el otoño; ….»
Considero que así queda mucho mejor, pero, de todos modos, «los géiseres que apuñalan al cielo en una isla austral» es una especie de canallada verbal.
Pese a lo expuesto. no hay ni un solo momento de inspiración.
22. La novela en cuestión está repleta de morosas explicaciones inservibles. No presenta ninguna clase de movilidad ni tensión ni nada que resulte atractivo. Todo en ella es demasiado plano (incluso Jack Harrison, excepto en los fragmentos que hemos indicado) y cuando el lenguaje intenta dejar de lado esa condición, fracasa terriblemente como ya se ha evidenciado en los puntos anteriores.
23. En la página 87 el progresismo del autor incide en imponer una frase incoherente en el viejo Jack en medio de las reflexiones más superfluas sobre el aborto. «Qué país de mierda, pensó, imaginándose la camilla del matasanos en algún sótano clandestino, mugriento, sórdido, sin ninguna supervisión: sociedad hipócrita que promueve un mercado negro en el que las niñas ricas pueden abortar exitosamente pagando una fortuna mientras las niñas pobres se mueren desangradas por hacer lo mismo.»
Una expresión sobrante e inconcebible en un viejo que no parece ser rojo por ningún lado. Esta es una concepción demasiado obvia para cualquiera, pero que el autor usa para sobredramatizar una escena que no requería de ello y que, para agravar aun más todo, daña la imagen más o menos aguda del viejo médico escéptico. Si, en todo caso, Harrison iba a indignarse, se debió usar fórmulas menos trilladas y más singulares.
24. Asimismo, en la página 158 se insiste en interferir el discurso narrativo con impresiones pseudoprogresistas que afectan la ya de por sí endeble estructura de Cien Cuyes. Veamos: «…cada vez se vulneraba más el derecho de la gente para leer lo que le provocara, para vivir y morir con dignidad, y hasta para formar pareja con quien quisiera: extrañamente, el dios de una tribu aparecida en un lejano desierto hacía cinco mil años parecía legislar sobre ciudadanos al otro lado del mundo y del tiempo.»
Rodríguez, en este caso, endilga censuras y restricciones al dios de Israel a través de un discurso ridículo que no tiene nada que ver con la circunstancia de la novela, y aún cuando disentimos del culto a ese dios, debe reconocerse que ese dios dio forma a Occidente y que solo los ignorantes en nombre suyo censuran a la gente. Acaso los judíos ortodoxos podrían darse por aludidos por la expresión del «narrador», pero no los católicos pensantes o los protestantes evangélicos inteligentes que creen en el Dios de Israel y en la mediación sacra de la Virgen María o Jesucristo según corresponda y que saben que lo más importante es el amor como indica la doctrina neotestamentaria. Este punto es importante para ejemplificar, además, las formas en las que se exhibe la falsedad de la presunta amplitud del progre promedio que ve en todo lo que no está en su onda a un enemigo. En este sentido, la atribución que cuestiono en este momento es similar a creer que cualquier izquierdista puede «parecer» un terrorista revolucionario de izquierda y eso es algo totalmente incorrecto.
25. En la página 159 y en la 172 consta un absurdo e imperdonable uso del término cabildero en lugar de lobbysta («un cabildero atizado por un jugoso honorario…» y «con sus dotes de cabildero para la aventura»). Esto lo debe haber hecho para congraciarse con los españoles, pero no tiene nada que ver con el castellano peruano donde siempre se dice «lobbysta» o «gestor de intereses».
26. Está tan mal todo, a estas alturas, que ni siquiera citar a Neil Young mejora el panorama (véase la página 142). «Es mejor arder, que apagarse lentamente» (Hey Hey, My My (Into the Black), Rust Never Sleeps, 1979, Reprise Records). En vano se expuso la cita que iluminó a Kurt Cobain en sus últimos instantes en este mundo.
27. El discurso mejora apenas luego del suicidio colectivo e incluso hay algo de tensión en las interacciones de los sobrinos del Tío Miguelito, pero eso es recién en el borde de las 200 páginas, es decir, en el último tramo del texto. Y, realmente, la narración mejora porque el autor se deja de llanezas y de pretensiones infundamentadas y expone expresiones acaso más cercanas a la voz que puede manejar. Todos los demás personajes están fuera del alcance de las posibilidades del narrador.
28. Sin embargo, esta débil mejora duró demasiado poco y así a partir de las siguientes páginas retoman protagonismo las monsergas demasiado obvias y cansinas. ¿Por qué los personajes de Cien Cuyes tienen que reducirse a ser tan mediocres?
29. Acaso en otro momento podría considerarse un mérito que el autor se lance a querer hacer figuras aunque estas le salgan mal y sean muy trilladas y fáciles, pero no cuando a ello le agrega reflexiones del orden más banal como esta de la página 218: «¿No era irónico que su hermana llevara la muerte encima mientras ayudaba a morir a otra persona? Tendrían que pasar muchos años, convertida ya en anciana y a días de la tumba, para que reflexionara que, en verdad, todo ser que ha nacido lleva consigo la muerte. Que incluso la belleza en auge de la juventud es un pasaje que acerca más al último día de nuestras vidas.»
¿Realmente existe alguien tan limitado que tiene que esperar a la ancianidad para reflexionar recién o reparar al fin en obviedades que cualquiera con un par de días en el mundo advierte a la primera? Eso quiere decir que todos esos personajes han vivido en vano y, así, Rodríguez se convierte, involuntariamente, en el más «existencialista» de los autores del momento.
30. «Hoy escribe todo el mundo. Al primero que se le antoja se pone a escribir. Aquellos que tienen el alma más negra que mis botas, aquellos cuyo corazón no se creó en las entrañas de su madre, sino en una fragua, aquellos que tienen tanta verdad como yo casas, se atreven a penetrar en el camino de los elegidos, en la senda exclusiva de los profetas, de los que aman la verdad… Queridos señores míos: este camino es hoy más ancho, pero no hay quien pase por él. ¿Dónde están los verdaderos talentos? Por más que uno los busque, no los encuentra. Todo se ha vuelto caduco y mísero. Si queda vivo alguno de los bravos de antaño, se ha convertido en un pobre espíritu y en un fracasado…» Antón Chéjov. El corresponsal.
31. Las ficciones (la literatura en general) deben ampliar la vida y sus posibilidades del modo que sea, pero siempre deben lograr que el lector se enriquezca por el conocimiento propuesto. Si esto no sucede solo cabe constatar el fracaso del autor y de la obra a la que se haya accedido y el del propio lector que ha perdido el tiempo sin obtener un solo beneficio.
32. La farsa de la literatura no tiene límites y así cualquiera halla dos o tres tipejos que los ensalcen y a los que luego les devolverán el favor y así sigue rodando el giro interminable de la literatura más mediocre del mundo. Como, además, cada quien cree en su grupo y en su propia burbuja, cualquiera se cree artista. Se agravan las cosas cuando la crítica es elusiva (o inexistente) y empeoran hasta el extremo si hay premios derivados de fondos públicos. En el caso privado, la desgracia es la misma, pero, al menos no se afecta al dinero ni al interés de los contribuyentes.
33. Oscar Wilde enseña en La Decadencia De La Mentira que «La literatura se adelanta siempre a la Vida. No la copia, sino que la modela a su antojo. El siglo diecinueve, tal como lo conocemos, es en absoluto una invención de Balzac.» Si Cien Cuyes se ha adelantado a la vida en el país, sin duda, este merece la aniquilación. Lo bueno es que Cien Cuyes no llega a ser literatura, así que no hay ninguna clase de problema.
34. Cioran expuso en Cuadernos (1957-1972) que solo leyó para buscar en las experiencias ajenas la base de su propia explicación de sí mismo. Y añade, en ese sentido, que «Hay que leer no para comprender al prójimo, sino para comprenderse uno a sí mismo”.
Si ese fuera el caso, el tema de esta novela tenía mucho qué hacer y mucho para dar puesto que, de alguna manera, se empalma con una visión de la vida que confronta la épica resolución del suicida y buen poeta catalán Gabriel Ferraté que se mató a los 50 años para no padecer la decadencia que una vida colmada de excesos puede producir en alguien de edad avanzada y, literalmente, según su propio testimonio, «para no oler a viejo». Lamentablemente, según se ha sostenido en toda la extensión del presente, Cien Cuyes no ha obtenido ningún mérito pese a que, incluso, ha llegado a citar a poetas o a mencionar a autores como Blanca Varela y José Watanabe.
35. La desgracia de casi toda la narrativa peruana actual es que en lugar de proponer la Gran Novela Peruana (del mismo modo en que los estadounidenses han perseguido durante todo el siglo pasado la dación de la gran novela «americana»), es decir el ofrecimiento de una propuesta que integre al país y lo exalte aún en sus defectos y ruinas y en los escasos elementos de grandeza oculta que aún quedan en ciertos recodos donde yace la salvación, o que, en todo caso, muestre que los creadores peruanos están a la altura de los más grandes creadores del orbe, lo que se impone como una moda son libracos dedicados a minucias y delicadeces o a reportajes camuflados en la piel infértil de la pseudoliteratura más adulterada de la época.
36. Cien Cuyes sólo agrega patetismo y superficialidad como punto final de la muestra narrativa peruana más totalmente deplorable del momento.
PERCY VILCHEZ SALVATIERRA. Escritor, abogado y analista político.
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Editorial Planeta y El Comercio presentan una colección de libros sin rigor literario
Libros de Carlos Paredes y Hugo Coya han sido incluidos de manera atrevida como obras literarias emblemáticas de todos los tiempos.
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7 meses agoon
19/04/2024La literatura peruana está herida de muerte desde hace demasiado tiempo. Sus estertores, sin embargo, no cesan y no alcanzan a poner un fin digno a su agonía. La crítica nula que deja a millares de homúnculos con cabeza y creyendo que son cualquier cosa (que les facilite la demencia y la alcahuetería de sus amigos) excepto aficionados con suerte (mala en su mayoría) lleva buena parte de culpa en este trágico chascarrillo que implica ser escritor en el Perú.
Esta ausencia de criterio no solo se da en torno a los libros contemporáneos sino, también, a los supuestos clásicos que no se cuestionan de ninguna forma, sino que se aplauden por sus alcances mínimos sin compararlos jamás con otras obras notables coetáneas de otras latitudes.
En este sentido, las argollas tanto limeñas como provincianas repiten una y mil veces el mismo tipo de jugadas que falsamente «imponen» a sus adeptos en coyunturas despreciables en tanto que de estética, inteligencia, talento y osadía no queda absolutamente nada, ni siquiera una nómina de buenas intenciones.
Todo ello coadyuva a que nadie centre el valor real de los miles de libros que pululan en ferias y librerías de todo el país a tal extremo que entre los resentidos marginales en sus mínimos cenáculos miserables y los aparentemente favorecidos y prósperos, la literatura peruana se ha convertido en un crimen palpable como una cicatriz inmunda en el rostro más delicado, en una abyección insostenible aún ante los más réprobos delincuentes.
Tal es así que entre los pseudomoralistas en boga que proliferan, siempre, ignorantes (y medianamente aviesos con quienes no conocen y chupamedias complacientes de los que les hacen el mas mínimo favor) y quienes tienen acceso a medios tradicionales sin tener ninguna claridad, dignidad ni criterio, cada uno de ellos, en la medida de sus oficios e influencias, se aprovechan de los lectores sin brújula que se someten a ver la literatura, de vez en cuando, desde cualquier feria del libro o desde un puesto de periódicos en cualquier parte con las clásicas ofertas adjuntas previo pago adicional.
En este desgraciado orden de cosas, la última colección de la Editorial Planeta presentada y promocionada por El Comercio lleva hasta el extremo varios de estos problemas y eso se debe a la inexistencia de rigor en el medio cultural, la nulidad tanto de la crítica libre como de la rígida y superflua de la «academia» y, desde luego, la falta de carácter y agudeza del escritor peruano promedio.
Claro está que a todo esto debe sumarse el abuso desmedido en contra de la población tal y como se ha caracterizado la presencia del falso decano de la prensa peruana durante toda su existencia. Veamos el motivo de esta enumeración de desgracias y juzgue cada uno la pertinencia y necesidad de lo expuesto.
Desde febrero se puso en circulación la colección Planeta Lector 2 y en medio de 13 obras de calidad sino incuestionable, por lo menos, sí, aceptada por medio mundo, se infiltraron un par de obras cuyo «mérito» ni siquiera viene al caso pues para cualquiera (con un mínimo de cultura) es obvio que no pueden figurar ni siquiera entre las obras más representativas del Perú, mucho menos, entre las supuestas «piezas clave en la literatura mundial» y «títulos fundamentales» que contiene la colección en cuestión como “Cumbres Borrascosas», “La Divina Comedia”, “Don Quijote de la Mancha”, “La Vida es Sueño”, “Edipo Rey”, “Hamlet”, etc.
Me refiero a que en esta lista aparecen, sin ninguna posibilidad de justificación, “La Hora Final” de Carlos Paredes y “Estación Final” de Hugo Coya, dos libros dignos de pertenecer a una lista de volúmenes cuyos títulos incluyan la palabra «final», pero nunca a una serie de literatura de primer orden a nivel mundial.
Esto solo puede pasar en Perú y es meritorio exponer que ante dicho exceso no cabe ninguna forma de tolerancia.
(Columna publicada en Diario UNO)
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Elogio crítico de Eielson en su primer centenario
Lee la columna de Percy Vìlchez Salvatierra
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7 meses agoon
13/04/2024Entre los artistas nacidos en Perú no hay ninguno que esté por encima de Jorge Eduardo Eielson. Y aunque puede haber poetas, músicos o artistas plásticos superiores a él en uno o dos puntos, hay ninguno, si se presenta la totalidad de su obra.
En este sentido, Antonio Cisneros, inveterado provocador de controversias (no siempre frágiles), solía decir que nuestro autor era el mayor poeta peruano de todos los tiempos y tenía un muy bien abastecido repertorio de argumentos y argucias en favor de su tesis.
Por mi lado, sí considero admisible que Eielson entre a disputar este cetro del mayor poeta peruano de todos los tiempos aunque no digo que lo sea ni que pueda serlo con exclusividad (es claro, para mí, que toda interrogante sobre quién es el mayor poeta peruano solo puede recibir una respuesta plural), pero, si debo precisar que su obra vasta y contradictoria no tiene porqué inclinarse ante ninguna otra aunque no ensalce la solidaridad o el amor universal (como prefieren los moralistas) sino la individualidad, el deseo y, sobre todo, un culto rendido ante la belleza.
En este sentido, Ni «Doble Diamante» ni «Noche Oscura del Cuerpo» (ni «Reinos» ni «Canción y Muerte de Rolando») pueden ser opacados por ninguna obra, ni nuestro autor puede ser soslayado por nadie y antes se destruría el mundo entero antes de consentir tamaña abyección.
Realmente, Eielson es el autor de muchos de los poemas más bellos jamás escritos por un poeta nacido en Perú («La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada», por ejemplo), pero, por sobre todas las cosas, fue un artista irrepetible cuyo espíritu renacentista, omnicomprensivo y audaz lo llevó a abarcar casi todos los modos de expresión estética conocidos en su tiempo, las artes plásticas, las artes visuales, la poesía, la narrativa, la música …
Este hombre irrepetible en su desborde artístico, en la consideración de quien escribe estas líneas, solo halla un par suyo entre los artistas peruanos, en el sentido de su exploración multidisciplinaria y en su aproximación a las vanguardias, en el genial César Moro, compañia, sin duda, inmejorable para uno de aquellos “pocos” que de muy cerca han visto a la belleza en este país.
Sin embargo, lo que muchos no saben es que el desarrollo de la obra plástica de Eielson es tan o más relevante que su poesía «escrita». De hecho, la famosa aversión eielsoniana contra la retórica tuvo una repercusión insólita en su propuesta. (pese a los logros expresivos de «Reinos» o de tanto otros poemarios) o su progresiva desconfianza en la palabra que se demuestra en la evolución de un verbo inicialmente espléndido hasta esa especie de minimalismo concreto que fue despojando a su verso del lujo y la exuberancia de «Reinos», pasando por «Áyax en el Infierno», «Habitación en Roma» y «Noche Oscura del Cuerpo» hasta llegar a los poemas que escribió en los últimos años de su vida, «Sin Título», «De Materia Verbalis», etc.
Es decir que, en tanto su desconfianza de la palabra aumentaba, su interés expresivo incontrolable se volcaba con intensidad en soportes tales como las artes plásticas y visuales.
De esta última fórmula de exploración se trató la muestra panorámica «Eielson» que el MALI puso en exposición desde el 18 de noviembre de 2017 hasta el 4 de marzo del siguiente año.
Cabe preguntarnos, entonces, antes de esbozar una impresión de aquella muestra en sí, si para Eielson la poesía y las artes visuales y plásticas seguían caminos distintos y yo creo que no hubo tal dicotomía en su obra.
En este sentido, no es casualidad que la recopilación de sus poemas -en reiteradas ocasiones, estando vivo el poeta y con su pleno consentimiento- se haya titulado «Poesía Escrita», circunstancia que nos muestra la claridad mental absoluta de Eielson para indicar en un solo gesto magnífico que todas las otras manifestaciones de su obra, también, son poesía, claro está que, poesía más allá de la palabra.
Por esto, es notable que su influjo poético inmenso haya afectado en él tanto a su obra en verso como a su obra plástica y así, este gran creador logró víncular esta enigmática y antigua profesión con uno de sus significados originales, es decir, la pura creación, la poiesis. Hasta en estos detalles, Eielson es esencial.
Mas no nos desviemos del tema de fondo, en este punto, es decir, los lienzos de Eielson – pinturas puras, no atravesadas por telas ni nudos- que fueron la impresión más impactante de la muestra en cuestión que confirmó la gran distancia que existe entre ver una obra en fotos y verla frente a tus propios ojos (como bien saben todos los aficionados al arte).
Tan impactantes fueron dichos lienzos que para abordar en un texto todo lo que esos cuadros suscitaron en mi sensibilidad debería haber escrito un poemario de 500 páginas y no solo un ensayo de dos mil palabras.
Por otro ado, sus famosos nudos (quipus) y los lienzos en los que se cruzan telas anudadas en los extremos son siempre objetos de gran interés dado que rebasan el límite espacial que supone el marco o el mismo lienzo en una clara tentativa de transgresión. Tal es así que, estas telas superpuestas y los nudos (quipus), representan, paradójicamente, además de su conocida pretensión de asimilar la cultura prehispánica -siempre Eielson va a lo ancestral, pero, de la mano, de la más alta vanguardia- una decidida vocación por la ruptura, algo que tiene que ver, también, con los referentes que asimiló del Grupo Madí (acaso la más original vanguardia latinoamericana del Siglo XX).
La instalación final, según recuerdo, un piso de arena y una línea de neón azul transversal, merece todos los elogios posibles porque lleva al espectador a cavilar sobre un horizonte que se confunde con el mar en una circunstancia casi de ciencia ficción debido a la intensidad del neón azul y seguro cada uno podrá exponer una serie de imágenes al respecto luego de haber presenciado este bello espectáculo visual, pero a mí se me antojó ver la siguiente línea: el desierto, el océano, el horizonte, el infinito y la infinita capacidad de ilusión que cabe en el ojo humano.
De sus lienzos, se debe indicar, que lo fundamental es el uso de colores nítidos aparentemente sin ningún interés en representar nada, además, de una mera impresión. Sin embargo, esa condición apacible se quiebra, en tanto, estos lienzos se ven desbordados por el uso de telas superpuestas y algunos nudos (como se ha expuesto en las líneas anteriores), lo que provoca una suerte de hendiduras en el espacio que se hace cada vez más vasto y todo eso conduce, en este punto, a la integración de todas las dimensiones propuestas por el artista conformando así una obra que se excede a sí misma y nos hace pensar, imaginar, divagar y cavilar, expresiones todas de la gran calidad artística de este arte conceptual. Compárese, entonces, estas aproximaciones con lo que sucede al estar frente a mustios objetos supuestamente conceptuales y se verá la contundencia de la propuesta de un artista imponente y poderoso (pese a su extrema delicadeza).
El arte de Eielson, en este sentido, como todo arte genuinamente grande e importante se basta a sí mismo para “expresarse” y para enfrentarse o para cautivar al espectador.
Una curiosidad de la exposición en cuestión fue el breve espacio concedido a Michele Mulas. De hecho, haber expuesto algunas pequeñas obras del artista sardo que estuvo con Eielson durante décadas fue un fino gesto que dio una redondez extra al imaginario eielsoniano, pero los curadores incidieron en la ridiculez de usar el eufemismo de “compañero de vida” respecto del sardo quien fue, obviamente, el caro marido del poeta de la referencia y, por lo menos, merecía ser llamado cónyuge, así no hayan estado vinculados por la forma prescrita en un contrato o acuerdo matrimonial.
En fin, el MALI se lució en el 2017 al aceptar la exhibición de una propuesta tan amplia e impresionante aunque no se haya contado con todo el material fílmico ni musical que produjo J.E.E. De haber conseguido estos materiales, sin duda, la muestra habría sido la más completa que se haya realizado con la obra eielsoniana en razón de su variedad y dispersión.
Considero, finalmente, que en el espacio plástico en conjunto con el verbal se establecen las coordenadas de mayor provecho del legado de Eielson para el arte en nuestro país y en el mundo a tal punto que inclusive para gente aficionada a espectar exposiciones ir a una muestra de Eielson resultará una experiencia mpactantemente sugestiva, así que imaginemos la repercusión de esta sensibilidad enorme del artista en la sensibilidad y la imaginación de gente que apenas esté interesada en el arte.
Aquellos que supongan que por su inexperiencia no contarán con los elementos de juicio suficientes para apreciar las obras realmente sofisticadas y agudas de nuestro poeta, pese a la aparente lógica de la suposición, estarán errados puesto que si algo debe resaltarse de las propuestas conceptuales de Jorge Eduardo Eielson, es que no necesitan de ningún apoyo textual para orientar o sugerir una vía de interpretación como sucede con la mayoría del arte conceptual, que en mi opinión, desprestigia ese tipo de propuestas, dado que un objeto artístico debe ser autosuficiente.
No debo acabar este homenaje sin insertar un elemento de discrepancia con nuestro autor, pues lo hago responsable (no por su obra de creación, sino por su posición crítica facilista aunque rupturista de los años cuarenta), de la debacle de la poesía peruana que atenta a las mutilaciones propias de una identidad contrahecha hizo su peor movimiento al desvincularse de poetas como Prada o Chocano (siempre el lastre de la ruptura en un país tradicionalista en apariencia aunque sin las sólidas tradiciones que justifiquen tanto ánimo revulsivo) por un arrebato exclusivista, realmente, un capricho de niños esnobs.
Me refiero a la célebre antología “La poesía contemporánea del Perú” (1946) realizada en conjunto con Javier Sologuren (frágil poeta exquisito, divulgador cultural) y Sebastián Salazar Bondy (crítico polemista, poeta terciario) que solo esbozó un lado de la cuestión en su clasificación: José María Eguren, César Vallejo, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Enrique Peña Barrenechea, Ricardo Peña Barrenechea y Carlos Oquendo de Amat.
Y aunque entendemos los móviles coyunturales que llevaron a esta reacción, prácticamente, una bofetada contra los poetas sociales o “comprometidos”, debemos mencionar la torpeza de los jóvenes estilistas que excluyeron motivos trascendentales de la escritura en favor de una defensa a ultranza de la poesía por sí misma como una forma de la pureza que es realmente insuficiente desde una perspectiva que ofrezca grandeza y plenitud al lector que busque no solo un fraseo estético, sino ideas e impresiones que ahonden o robustezcan su propia vida.
Y digo esto pese a que, exceptuando a los Peña Barrenechea, los autores seleccionados fueron y son terriblemente importantes …
Además, para mal de sí mismos, los tres antologadores no fueron capaces de ver la cercenación que sus endebles criterios propiciarían en la balsa de la poesía peruana (que pese a ciertos méritos sigue a la deriva debido a las falsas impresiones de los preciosistas en boga, malamente afectos a las minucias).
En este orden de cosas, Prada y Chocano son tan fundadores como Eguren y Vallejo y todos ellos se admiraron y quisieron en su momento, aunque todo esto no podían verlo los jóvenes Eielson, Sologuren y Salazar Bondy que prefirieron un estilismo frágil en lugar de decantarse por una expresión poética totalizadora que ofreciera albergue tanto al preciosismo que les encantaba en conjunto con una suma de saberes superpuestos que confiere a los artilugios verbales una dimensión densa, profunda e, incluso, útil para la vida y hasta para enfrentar con valentía a la muerte, es decir, algo que, casualmente, presentan tanto los que fueron favorecidos con su inclusión como los perjudicados con la exclusión e incluso las obras completas de nuestro autor.
Ahora, si volvemos al concierto de la obra eielsoniana, debemos concluir que tanto en el mundo plástico como en el verbal, Eielson es un rey que, como los antiguos faraones, lleva una corona de doble copa, no por el Bajo y Alto Egipto (¡claro!) sino por su dominio formidable y su exploración desenfrenada de dos disciplinas como la escritura y la expresión visual que, sin embargo, al mismo tiempo, conforman, en este autor sin igual, una sola entidad a la que nunca renunció y a la que nunca fue infiel (como solicitos le fueron siempre los favores que la Belleza concede solo a sus elegidos), es decir, la Poesía.
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Carta abierta a los vallejólicos del mundo
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7 meses agoon
07/04/2024Se ha dado mucha vuelta en redes a mis impresiones sobre Vallejo, pero no hay ninguna importancia en lo que crítican los ígnaros y los fanáticos que no entienden ni de matices ni de paradojas.
Sin embargo, han mencionado a mi amigo Ladislao Plasencki y a su excelente mural sobre el poeta trujillano (n. Stgo…) y veo, entonces, la oportunidad de hacer algunas precisiones solo por ello.
En primer lugar, todo fundamento está en mis artículos y ensayos y bien podrían revisarlos y confrontarlos si acaso les da la inteligencia y el carácter para tales efectos sin suponer o presuponer materias distintas a las que abordan cada uno de ellos.
Luego, hay una distinción fundamental entre un vallejólico y un admirador de Vallejo. Este último tiene la dignidad que sólo la comprensión crítica y el pensamiento propio puede otorgar a quien asume sus limitaciones sin excederse. En cambio, el vallejólico es el fanático que no tiene ningún entendimiento ni de la poesía ni de nada que tenga que ver con ella y, desde luego, ni un ápice de aprehensión de la obra de su adalid.
En este sentido, respeto a algunos pocos investigadores y escritores notables que aman y admiran a Vallejo, aunque desde luego, no comparto dicha exaltación por motivos muy concretos y hasta personales a los que tengo el pleno derecho no solo de sostenerlos en mis fueros internos sino de hacerlos públicos cuando se me antoje, tal cual he venido haciendo en los diferentes medios que tengo a disposición.
Por ello, no hay contrariedad alguna entre lo que sostengo sobre Vallejo y el haber accedido a tomarme una foto ante la obra de mi amigo Ladislao Plasencki, pues lo que ensalzo en dicha instantánea es la obra del muralista y no solo al objeto del mural, pero, como hay tiempo para matices, debo agregar que jamás he negado mérito alguno a casi la totalidad de Poemas Humanos y España, aparta de mi este cáliz (pese a mi desprecio por el socialismo y pese a saber que sin ese horizonte utópico jamás habría elevado su endeble temple hasta ciertos momentos épicos de ese notable libro de poesía altamente política y abiertamente ideologizada).
Además, dicha foto fue hecha a propósito por la solicitud de mi amigo y gran artista y paisano mío y punto.
Ahora, tras esta introducción muy necesaria, comparto las acídas reflexiones que escribí en el celular mientras viajaba de Trujillo a Lima de urgencia este último fin de semana pues si hay algo que disfruto es la confrontación digna y elevada según el contendor o la exhibición de puro poder ímpio cuando hay que batir a los que son cualquier cosa, pues yo no soy como otros escritores o gente de cierta posición que ignoran a los que creen inferiores sino que yo aun cuando los considero inferiores no dejo sin aplacar ninguna insolencia.
En este sentido, sépase que desprecio a los cobardes y mediocres, a los frágiles escribidores peruanos incapaces de exponer un argumento e inválidos si se trata de exponer una idea, pero, siempre bien dispuestos, eso sí, a lanzar pedruzcos, desde lejos.
Desprecio a los vallejólicos y lo he expuesto frontalmente en columnas en diarios, en sitios web y en entrevistas en diversos medios y sostengo este desprecio y jactancia en cualquier lado.
No desprecio a Vallejo (aunque si deploro su sensibilidad en gran parte, pero admito y admiro muchos de sus poemas, como he sostenido con solvencia en diferentes escritos) y todo aquel que lea con agudeza mis escritos sobre el sufrido hombre totalmente digno de compasión que fue el poeta trujillano (n. Stgo…) debe entender los matices propuestos.
Por todo esto, he visto con regocijo la frágil exaltación vallejóllica de los marginales provincianos que jamás serán abordados por nadie salvo para sacarles algo de dinero por publicarlos y hacerles creer que son escritores.
Considero que el llanto vallejólico vertido en estos días hace muy bien en honrar a su débil maestro, que fue un buen poeta, aunque, también, un indeseable desde todo punto de vista que ensalce a nuestra nación.
De hecho, este llanto despreciable del que me burlo, acredita, además, dos tesis mías acerca del mínimo (o nulo) valor de la literatura peruana (no solo la actual) y la ingente estupidez y cobardía de la mayoría de escribidores que pueblan la «escena».
En este sentido, como confrontación de las masas iletradas que fungen de literarias desde el extremo más falso de la mentira, hace poco conversé con Ricardo Milla, individuo con el mayor expertise académico de mi generación (postgraduado en Frankfurt y París -EHESS) y marxista hasta el tuétano sobre la reciente dicotomía que he propuesto en torno al problema irresuelto sobre quién es el mayor poeta peruano y quién debe ser señalado y admirado como el poeta de la nación.
En el primer punto, corresponde a Vallejo batallar contra Adán, Moro y algunos otros que no son inferiores a él de ningún modo e incluso lo superan en aspectos muy específicos como el uso de la imaginación donde Moro es incomparable y donde los poetas peruanos en general han dado muestras de la mayor sequedad durante toda la Historia y el dominio doble de extremos tales como el soneto puro y el verso libre, además, de un verbo tan moderno como arcaico en el caso de Martin Adán.
Sin embargo, estos tres poetas (junto a otros que cada uno puede agregar sino se supedita ni a la ideología ni al burdo ensalzamiento de un solo tipo debido a falencias emocionales o a sojuzgamientos pseudoacadémicos mundiales exóticos) pese a sus méritos estéticos no alcanzan a ser útiles al país respecto de la dignidad de ser poetas nacionales pues a ningún ciudadano le sirven las obras de estos individuos respecto de ensalzar su propia dignidad en tanto compatriotas.
Por eso es que se especificó, desde el primer momento, la otra punta de esta cuerda teórica que implica un registro alterno en torno a los poetas que mejor encarnan a la nación (pese a que hayan tenido elementos personales negativos, como los otros tres que mencioné e incluso aquel que desde el desarrollo de su propia obra ofrece una muestra más rotunda de lo que el Perú debería ser).
Es en este punto donde destaca Chocano y las cualidades que fueron expuestas y que la abyecta caterva vallejólica no alcanza ni se atreve a estudiar y a atacar con ideas sino con frágiles denuestos amariconados que pisoteo tan bien como pisoteo a cualquiera de ellos en teoría y en persona.
Sobre estos mismos puntos se ahondó en grandes reflexiones con la mayor claridad y amplitud junto a Armando Arteaga (que es muy superior a todos los tipejos que lanzan débiles tergiversaciones y calumnias tan frágiles como sus inexistentes talentos desde sus muros de Facebook).
Y, en este punto, me complace mencionar a Arteaga pues tiene poca paciencia y ante la insolencia de cualquiera sabe bien poner las cosas en su lugar como hizo, por ejemplo, con los vencidos y humillados de siempre que creen poder rebelarse un segundo desde una pantalla y una red social.
Como Artega pisoteó a toda esa gentuza y como es reconocido por su sapiencia remito a los videos donde conversamos con talento y perspicacia sobre estos temas aún discrepando en muchas cosas (al igual que con Milla) como debe ser entre personas pensantes y gente de bien, es decir, entre caballeros.
A todo esto y a mis decenas de artículos y ensayos sobre Vallejo (que deberían haber estudiado pues la mayoría están en Google) los vallejólicos oponen solo pañuelazos malolientes absortos en perfumería barata y la absoluta ausencia de masculinidad, la plenitud de la abyección y un enfermizo celo pseudomoralista que los lleva a «deducir» categorías imposibles.
Todos estos arrebatos se deben a que nadie sabe quién es quién en la escena literaria nacional y cada quién, desde su burbuja, pretende ser lo que solo ven ellos mismos y acaso los dos o tres alcahuetes que les siguen el juego.
Todo esto, a su vez, es lo que ha creado la falta de crítica, la falta de carácter y la falta de ideas del escritor peruano promedio más el quiebre propuesto por mi expresión cabal y rotunda respecto de los modos de expresión de tantos amariconados pseudoletrados que exponen sus fiebres dolidas y pseudomoralistas dueños de la más absoluta cobardía y falta de ideas desconociendo tantas actividades de parte de uno que ha luchado y participado en los mayores debates nacionales de la última década en ámbitos mucho más importantes que la literatura (a la que comento solo por decir lo que nadie se atreve ni siquiera a pensar dada la comodidad que sus respectivas burbujas les proporcionan).
En todo caso, mis escritos sobre política y mis participaciones en medios durante la última década atestiguan todo lo que he expresado y aún ahora tengo columnas en diarios, sitios web y en programas televisivos para exponer cuanta idea se me venga en gana con total agudeza y valentía, la dos condiciones menos frecuentes en el país sobre todo en el medio académico y ni se diga de los marginales escritores de provincia que creen que superan a Lima por el puro desprecio de los argolleros capitalinos que, sin embargo, replican idénticamente aunque con las limitaciones de sus pueblos y sus muros de Facebook.
Yo vivo entre Trujillo y Lima, y quiero que me escriban cuando cualquiera de estos insolentes lleguen a estas ciudades importantes desde sus puestos de provincia para ver si personalmente aducen siquiera una sola silaba en contra mía.
No respondo a uno por uno pues, entre los ignorantes que no guglean o los que escriben como la turba de mariposas podridas que son, hacerlo demandaría mucho tiempo y, desde luego, soy un hombre muy ocupado y desdeñoso respecto de tratar con cualquiera.
Entre estos inservibles y los escritores de provincia que creen revolver las urbes virtuales desde sus ubres ponzoñosas, la literatura peruana y la política representan la misma caldera de bajeza y estulticia que ha hundido y que seguirá hundiendo al país hasta que se le haga frente y se le destruya.
Finalmente, sobre mi foto en el mural de Vallejo sépase que estudié unos cuantos años en la UNT y todos los días pasé frente a ese mural del que solo recuerdo su perenne abandono y los tonos entre gris y azul desvaído en que se había degradado el cromatismo original
Pese a que estuve en dicha universidad, acaso en su momento más corrupto (2002) en el que hubo grandes despilfarros mafiosos, sin embargo, las “autoridades universitarias” de entonces no fueron capaces de hacer ningún mantenimiento en la notable obra pictórica de Plasencki.
Entonces, como trujillano y como amigo de Plasencki compartí la foto para celebrar el mérito de la obra pictórica de un artista que, pese a sus méritos y premios, no ha recibido la atención debida y por eso es que lo he tenido en mi programa y hemos debatido sobre las condiciones estéticas e intelectuales de su obra junto a otros poetas contemporáneos y no como la bola de resentidos e impresentables que ni siquiera los más lobbystas entre los invitados de Libertad Bajo Palabra mencionaron en ningún momento y vean la nómina de gente (de todo tipo y calidad) a la que le di un espacio, pues siempre he buscado el ensalzamiento del talento y prueba de ello son las decenas de autores no limeños que han promocionado sus propuestas en el medio cuya videoteca consta en Youtube y Facebook.
En todo caso, esta foto fue compartida primero por Plasencki así que no hay ningún problema si agregamos que el hecho de acompañar a un amigo no hace que se deje de criticar lo que corresponde como hice en una respuesta a Diego Lino en dicha foto aunque claro está que en ello no reparan los miserables pseudoinquisidores de la zona más marginal de la literatura peruana.
(*Es un gran mural aunque con elementos controvertidos aunque comprensibles dada la institución en sí y el marxismo abiertamente pensante de Plasencki.
Por ejemplo, en el mural que está en desarrollo sale en primer plano Mariátegui y Haya de la Torre sale en un costado en una imagen mucho menor cuando por lo menos deberían estar en una proporción similar (e incluso en una posición mucho mayor, el aprista, dado que es el mayor pensador político de Trujillo hasta la fecha).
Aparece, también, Bolívar que fue un enemigo del Perú, pero esa universidad, precisamente, acrítica y desprovista de pensadores, se hace llamar «bolivariana» porque fue fundada por el tipo ese, así que ni modo.
Aparece gente de bien, también…
El trabajo es impresionante sobre todo en el mural dedicado a Vallejo que no será el mayor poeta peruano, pero que sí es uno de los más grandes y, sin duda, el máximo poeta de Trujillo en su generación y acaso hasta la fecha.
La imaginación de Plasencki se da maña para exponer de un modo épico y visionario varios elementos de la poesía de Vallejo que no siempre es doliente y minuválida sino amplia, fraterna y generosa (claro que eso no es lo principal o lo cotidiano, pero existe y los que lo admiran a fondo pueden hacerlo notar con solvencia como ha hecho Plasencki) y eso es un mérito incuestionable. No alcanza ni es útil que sea el poeta nacional dentro de los parámetros de exaltación correspondiente a un pueblo vigoroso y adepto de la belleza y la gloria, pero no está mal como lo que fue, un poeta importante y trascendental, sobre todo, desde la perspectiva de Trujillo donde sufrió, creó y dejó una estela en cada parte”.)
Sin embargo, sucede que la canalla ignorante y abyecta no solo no conoce, sino que no investiga y como solo debe preguntar entre los márgenes que habita no sabe que a uno lo ha halagado gente mucho más importante que los que nunca prestarán atención alguna a sus vidas o a sus «propuestas» deficientes en todo momento y desde todo punto de vista. Supongo que haciendo preguntas entre la banda de tipejos marginales que les responden el teléfono realmente pueden acabar rajando hasta del mismo Vargas Llosa.
Todo ello, no debe sorprendernos pues denuestan incluso a Chocano que tuvo en vida mucho más de lo que siquiera pueden soñar para sí mismos y que pese a los enredos de los débiles ha de prevalecer sí o sí cuando este país vuelva a ser una entidad poderosa.
P.S.
A cualquiera que escriba contra mis textos le responderé como he hecho siempre. Lo interesante es que en medio de este grupete de débiles nadie ha escrito nada contra los textos en sí. Solo Yohei Moriya quiso contestar desde su muro el texto que publiqué en Diario Uno sobre Vallejo y los reales poetas universales y en su esbozo de réplica quiso exponer el mérito fonético de Trilce y lo confronté, aunque como no había publicado su texto en ningún medio no lo mencioné, pero ahora lo menciono pues por lo menos se atrevió a intentar exponer una idea no como la turba miserable que no tiene ni una sola, aun sumando los esfuerzos mentales de todos ellos.
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
María Rostworowski, el mestizaje y la genuina identidad del Perú
Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra
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7 meses agoon
05/04/2024Leí en las redes sociales un fragmento de una entrevista a María Rostworowski de 1987 para la revista El zorro de abajo, aunque nadie puso la fuente ni nada ni, mucho menos, expuso ninguna idea sólida a lo que se divulgó impunemente, por todos lados, teniendo miles de compartidos y todo lo demás.
De inmediato expuse unas ideas sobre el tema en mi tablet, pero no me era dable publicar en cualquier muro así que les di espacio en mi columna y, por ello, a continuación presento las declaraciones de la celebre investigadora que, acto seguido, paso a cuestionar dado que repite los mil atavismos que pueblan la buena conciencia de no poca parte de la clase «ilustrada»:
«El peruano es un hombre acomplejado porque un puñado de hombres lo conquistó; luego porque tuvieron que venir de fuera para librarnos de España, y por último porque perdimos la guerra con Chile; todos son fracasos. Mientras no aceptemos nuestra realidad indígena, que nosotros somos un pueblo andino, serrano, mientras no comprendamos eso vamos a seguir siendo un país acomplejado; tenemos que aceptar lo andino.
El peruano quiere ser europeo, quiere ser yanqui, quiere ser cualquier cosa; no quiere ser peruano, no tiene orgullo de ser peruano. Hay que aceptar la derrota, hay que comprender por qué existió y que esa derrota fue también apoyada por los mismos indígenas, que ellos no tenían por qué imaginar lo que iba a pasar… Yo me acuerdo cuando principié una investigación, me dijeron: tú estudias indios. Te lo decían con un desprecio… Yo decía por qué si es lo más interesante y yo creo que no tengo ese complejo porque no me he educado acá no he seguido los malos textos sobre historia indígena y sobre historia del Perú.
No he tenido ese complejo y he venido al Perú con un sentido de admiración por lo que había logrado el pueblo andino a pesar de su aislamiento, a pesar de la falta de difusión de otras culturas. Porque si usted ve, Europa no inventó casi nada, Europa ha aprovechado del logro de otros pueblos. No es el mérito propio, sino que es una difusión, un constante cambio lo que ha facilitado el progreso. Pero aquí estaban totalmente aislados, dejados solos a resolver sus problemas, que eran terribles porque este no es el suelo fácil de Francia, es un suelo difícil, tiene usted desiertos, quebradas, punas, selvas. Entonces usted se da cuenta qué difícil es alimentar gente con esa situación. Sin embargo, cuando vinieron los españoles todos estaban de acuerdo en que la gente andaba bien comida, bien vestida. Es decir que el pueblo andino logró una utopía humana de dar de comer a toda una nación».
Como se ve este fragmento admite muchos matices y cuestionamientos. Vamos a ellos:
Ella dice, por ejemplo, que «El peruano es un hombre acomplejado porque un puñado de hombres lo conquistó…».
Esta es una primera mentira o un primer error gravísimo. La verdad es que el peruano es un individuo acomplejado porque no ha asimilado de modo unívoco que la conquista es tan suya como el mundo prehispánico que, además, no puede reducirse solo a los Incas que fueron detestados por la propia población tawantinsuyana como bien nos enseñan la suma de alianzas dadas en contra del Cusco y en favor de los aventureros peninsulares.
Prosigue e insiste con los atavismos conceptuales malamente enquistados en un montón de gente sin criterio, «(El peruano es un hombre acomplejado)… porque tuvieron que venir de fuera para librarnos de España…».
Este punto admite un millón de contradicciones puesto que no hubo ninguna liberación sino una reducción de los intereses de la población que prefería no solo a España sino que, además, gozaba de ventajas y posibilidades que la República criolla aniquiló en todas sus manifestaciones. Y agrega que «por último (el peruano es un hombre acomplejado) porque perdimos la guerra con Chile; todos son fracasos.»
Este punto es muy importante puesto que comprende dos factores fundamentales además de la fragilidad y estupidez de la clase dirigente criolla; el primero, es la ausencia de una identidad nacional fuerte y, el segundo es la renuncia a luchar por mantener la hegemonía continental como sí se sostuvo durante el régimen hispánico (hasta 1776).
El problema, entonces, no pasa por la falacia de la mera aceptación de lo indio como elemento predominante en el ser peruano sino por la doble aceptación de una conformación tan hispánica como india, ya que negar dicha complejidad es una mutilación que solo ha producido daños en la población y en la «academia» y si no acabamos de una vez con dicha farsa seguirá dañando a los peruanos en el futuro.
Por lo tanto, debe dejar de verse en el seno mismo de la identidad nacional solo a un manto indio sino que debe advertirse con la mayor claridad a una doble capa que es hispánica en la misma medida que es india o incluso mas desde el punto de vista de la utilidad, aun cuando ni siquiera la España moderna tiene el criterio suficiente para exaltar con lucidez su pasado imperial.
Enfatizo este último punto debido a que el distanciamiento de aquella España imperial posibilitó la desbordante tropelía de los «libertadores» incluso las del digno San Martín (pese a todo, agudo clarividente de la idiosincracia del pueblo peruano) y ni mencionemos las del despreciable Bolívar, denodado enemigo del Perú (pese a sus meritos personales incuestionables).
En este punto, considero, desde una visión personal, que para hacer del Perú una nación poderosa, debemos apartarnos de la mirada ciega de «académicos» acomplejados que promueven el victimismo y el indianismo, pues estos lastres solo debilitan a la población con sus monsergas absurdas, las mismas que pretenden hacer del indio el elemento fundamental de la peruanidad, del antihispanismo una fuerza capaz de organizar una identidad peruana realmente impostada y de Arguedas el descubridor del Perú profundo (algo que si fuera cierto sería la mayor condena para todos y gracias a la literatura que existieron Arguedas y Scorza para mostrar otros rostros del mundo andino, aún así insuficientes para dar una vista cabal de lo que es ser o de lo que puede ser el peruano).
Por todo ello, en tanto no se entienda esta complejidad, el Perú y sus frágiles elementos constituyentes dispersos y desunidos una y un millón de veces seguirá diciendo «ay» por todos lados y, desde luego, se «seguirá muriendo». En este punto, debo hacer una digresión preliminar sobre el mestizaje puesto que debería empoderar a la población y no acomplejarla ni alienarla, pero, en este país, lo niegan en todas sus formas, pese a hacer una mala publicidad del mismo, y todo por no aceptar la parte hispánica como eje nuclear, mucho mejor estructurado que todo lo del mundo prehispánico que pese a sus elementos de valor no tuvo opciones de constituirse como «inca» en ningún momento.
Lo peor es que todos estos temas no cuentan ni siquiera con los «intelectuales» para el ejercicio de una problematización solvente y, desde luego, la gente en general no puede orientarse ante todo este embrollo. Pienso, como contraparte de todo esto, en cuánto le serviría al ciudadano promedio jactarse de que hasta 1776 el Perú cubría toda la Sudamérica hispana importante hasta el Atlántico.
También, me parece muy claro que la simplicidad y contundencia de Blasón serviría mucho más para el empoderamiento de nuestro pueblo que cualquier cosa propuesta por Arguedas o Vallejo. Solo así, el Peru se constituiría al fin en un pueblo hermoso de verdad, pero, por el momento, todo está al revés .
Y, para finalizar, contrariamente a lo que cree la masa convicta y acrítica ante la farsa inglesa anticolonialista, en este país no hubo ningún colonialismo dado que la colonia dista demasiado de lo que fue, en realidad, un reino importante como el Perú (aunque no tanto como México que por algo fue denominado Nueva España).
En este orden de cosas, la mayor falsedad indianista es atribuir al mundo prehispánico una suma de virtudes inexistentes (pese a un evidente desarrollo tecnológico en agricultura e hidraúlica) pues era un marco mucho más opresivo que cualquier otra forma de dominación, sobre todo si se ve con ojos críticos la estructura social incaica y el trato dado a los mitimaes (en su faceta de penalidad) entre otros detalles que hicieron del Cusco y sus adeptos en entorno de inmenso desprecio por las naciones que recientemente había anexado el Tawantinuyo.
Tampoco es cierto que todos los indios la hayan pasado pésimo bajo el imperio español puesto que hubo cientos de casos de aristócratas incaicos y de otras nacionalidades prehispánicas que gozaron de amplios beneficios por cuenta de la Corona española y eso se vio hasta el último día antes de la batalla de Ayacucho, donde curacas y gente nobiliaria descendiente de los pobladores autóctonos defendieron la bandera del imperio español (que era y es una parte tan suya como cualquier otra que se pueda pensar) y ni se diga de la gente del pueblo que, también, defendió a España.
El Perú, entonces, en líneas generales, nunca quiso desligarse de España, pero dicha monserga fue impuesta desde el extranjero y es lo que más debilitó al país hasta la fecha, pues le hizo renunciar a su pretensión hegemónica sobre el continente y a su múltiple pasado imperial.
El Indio Fernández, gran mexicano y hombre sin acomplejamientos, amaba a España y la consideraba la Madre Patria a la par que a su propio mundo mexicano.
En el Perú, desde luego, muy pocos han tenido o tienen esa clase de criterio y basta comparar las muestras de arte y pensamiento de los dos lados para constatar la mutilación identitaria que denuncio plenamente.
Esa es la realidad. El desprecio y el rechazo de la égida cusqueña facilitó el triunfo hispánico hace cinco siglos . Por todo lo expuesto, negar a España es mutilar la identidad nacional, solo para dar cabida al capricho y al resentimiento.
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Remembranza y Encomio de Octavio Paz en su cumpleaños 110
Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra
Published
7 meses agoon
01/04/2024Octavio Paz tuvo la fortuna de hacer coincidir en su persona a varios personajes importantes, el poeta finísimo, el pensador agudo, el intelectual comprometido, el polemista, el diplomático, el hombre influyente, el poderoso, el sabio, el esteta.
Dominó la literatura mexicana durante décadas y no hubo ningún saber que escapase a su conocimiento ni a su curiosidad. Hizo confluir la estética, la política y la ética de una manera nunca antes vista en Latinoamérica, quizás, irrepetible. Su profunda comunión con la belleza produjo odios entre los canallas. El odio infrarrealista, por ejemplo, que creo yo (lo sabe cualquiera que sepa leer) no se debía a su poesía (incuestionable) sino a su poder y su elitismo.
Los infras, entonces, perfectamente impresentables, deben haberse sentido abrumados por el éxito, en todos los sentidos de Paz y como no podían acceder a los privilegios dados a otros escritores e intelectuales merced el favor del autor de El laberinto de la soledad, lo despreciaban. Sin embargo, hicieron bien, desde su minusvalía, al insurgir contra el patriarca en un momento en el que para ellos (como para cualquiera con cierto espíritu) era necesario ser confrontacional, pero no pudieron superarlo, no tenían el talento ni la disposición adecuada para tal fin. Pese a ello o, quizás, porque Bolaño empezó a escribir en serio, este entendió y señaló que en su madurez no cabía en sí sino admiración por el gran polígrafo, etc.
Como contraparte de cualquier paseo imaginario de Ulises Lima-Mario Santiago en Los Detectives Salvajes, recuerdo ahora una conversación entre Borges, Paz y Salvador Elizondo acerca de la poesía de nuestro tiempo. Se llevó a cabo en 1982 en la Capilla Guadalupana del Palacio de Minería del D. F., lección mayestática de genialidad y aprecio compartido entre dos escritores latinoamericanos que, con toda la seguridad han de ser leídos aun en el ocaso mismo de la vida humana sobre esta tierra.
Elizondo, en aquella ocasión, solo pudo relegarse a completar un tercio simbólico sin nada que decir. Esto no obra en contra de él ya que a cualquiera le habría pasado lo mismo aun si se hubiera llamado Gabriel García Márquez o cualquier otro que podamos considerar un gran escritor. Acaso solo Pound o Joyce habrían estado a su gusto y en paridad junto a Borges y Paz en aquella velada, etc.
En lo personal, empecé a leer a Paz en la adolescencia al mismo tiempo que a Vargas Llosa. Cada uno era el escritor más representativo de su respectivo país, ambos habían sufrido un terrible desencanto respecto del comunismo y habían abrazado el credo liberal (aunque Paz con mucha mayor altura, matices y varios años antes que el arequipeño) y sus obras estaban al alcance de la mano en cualquier feria o librería de viejo.
En aquellos tiempos, hasta los publicaban en las selecciones de literatura latinoamericana y mundial de cuanto diario hiciera una de ellas Llegué así a Libertad Bajo Palabra, volumen deslumbrante y diverso, obra total, llena de contrapuntos y distintas manifestaciones de formas y voces, modelos clásicos y experimentales y un denodado culto por la belleza pura aunque con ciertos momentos de ruptura que eran provocadores. Recuerdo, así, un poema en el que, el fino Octavio se apasiona y putea a las palabras.
Piedra de Sol, su clásico y conocido gran poema, está incluido en este libro que es una suerte de antología, pero que supera dicho propósito pues engarza su producción poética como una muestra de unidad, privilegio que solo pueden tener los grandes poetas. Su lectura fue y es una muestra de felicidad que, como Borges explicó más de una vez, solo sucede con la literatura que de veras importa.
Para dar una muestra de su clarividencia estética a ultranza y su entrega plena a la escritura y sus misterios recomendamos que busquen en Google su poema titulado La Poesía donde sintetiza y expone su devoción y compenetración con las musas: “Pero insistes, lágrima escarnecida, / y alzas en mí tu imperio desolado”, definición perfecta de alguien que vio más de una vez el rostro mismo de la poesía, privilegio de muy pocos entre tantos que se dicen a sí mismos y a sus alcahuetes que son poetas.
Sus distintas facetas (el finísimo poeta, el pensador agudo, el intelectual comprometido, etc.) ameritan varios centenares de páginas. Bastará apuntar para finalizar por hoy que su vasta producción ensayística fue exhaustiva respecto del ser nacional de México y el ser latinoamericano sin dejar de lado al ser humano en general, como creo que ninguna otra obra en este lado del mundo.
De hecho, la vastedad de temas que atienden su curiosidad intelectual y espiritual lo hace solo comparable con Borges, pero con una profusión y un riesgo mucho más grande y sistemático, acaso menos excéntrico, pero igual de temerario y eso es poner las notas en un punto dimensional que corresponde a arrojos titánicos.
El sereno poeta cuyo propio apellido parece haber delimitado su vida y su carácter era, en el fondo, varios hombres como todos, pero consciente de esa diversidad, eso sí como muy pocos. Varios de ellos eran gamberros y pleitistas, por eso destacó como polemista,pese a la suavidad de sus maneras. Otros, un sereno contemplador de la vida y del espíritu, un erotómano, un bon vivant, un sabio, un místico.
Para dar una idea de la importancia de Paz y su magnitud durante todo el siglo XX, puede decirse que participó en los famosos congresos antifascistas de 1937 en defensa de la república española (junto a Malraux, Vallejo, Hemingway, Huidobro, Tzara, Auden, dos Passos, Carpentier, Neruda, Machado, Alberti, etc.) y cincuenta años después participó en el congreso que hizo memoria y crítica del primero (junto a Vargas Llosa, Savater, Semprún, Vázquez. Montalbán., etc. donde, pese a todo, se notaba ya un proceso de decadencia en la intelectualidad mundial que no cesa hasta la fecha). En todo caso, en ambos periodos fue formidable.
Convivió, además, con los surrealistas durante varios años, en la ciudad luminosa, luego de la Segunda Guerra Mundial y, según diversos entendidos, los introdujo en la literatura de Pound y otros norteamericanos con lo que se cierra el círculo de aquellas épocas de vanguardia en la que Paz fue un activo partícipe.
También, debemos consignar que nuestro autor vivió bien casi siempre y usó sus influencias como corresponde, pero no fue un tipejo acomodaticio sino un individuo inquieto con una gran tendencia a la disidencia.
Cuando los juicios de Moscú o en el periodo inmediato a estos y siendo muy joven rompió con el comunismo y, más precisamente, con Stalin, a diferencia de un personaje como Neruda que pese a ser un gran poeta fue un individuo tortuoso como muy pocos.
Denunció con nombre propio los campos de concentración soviéticos cuando la izquierda intelectual, como siempre, se hallaba callada y era cómplice de la barbarie. Contradictorio, como siempre, o abierto a la pluralidad, se sabe que aprobó, en algún momento, a los tupamaros y que concedió a Mao una suerte de amplitud que no coincidió con la realidad.
En el 68, pese a disfrutar de una vida muy holgada como diplomático en la India, luego de la matanza de Tlatelolco, rompió toda relación con el gobierno priista de Gustavo Díaz Ordaz y renuncio a su cargo diplomático.
Valiente y consecuente tipo. Cuando todos creyeron que iba a abanderar a la izquierda, insistió en el liberalismo y fue crítico de los regímenes izquierdistas de Cuba y China…
Al mismo tiempo, fundó y dirigió revistas como Plural y Vuelta en las que la política, la literatura y la crítica se dieron la mano con un rigor no exento de gracia y encanto, más una permanente actitud de combate.
Este es el periodismo cultural y político que uno debe aspirar a alcanzar y no la bajeza de lo cotidiano, la coyuntura y el cálculo oportunista o, peor aún, rentado. Espero que basten estas líneas para recordar a uno de los más grandes escritores y pensadores de la lengua española de todos los tiempos sin olvidar que todo encomio y remembranza de su figura (no exentos de crítica como debe ser) son un acierto (del mismo modo que el autor en cuestión) metafísico. Ojala hubiera más individuos y escritores como él.
P.S.
He escrito este documento porque este último 31 de Marzo de 2024 de ha conmemorado el 110° aniversario natal de Octavio Paz y porque nombré a mi programa Libertad Bajo Palabra no solo por la clásica figura jurídico procesal sino por el autor al que se han dedicado las presentes líneas.
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Elogio crítico de Mario Vargas Llosa en su 88 cumpleaños
Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra
Published
8 meses agoon
28/03/2024Mario Vargas Llosa ha cumplido 88 años y se ha convertido, al fin, en el último anciano venerable de nuestra tribu y, seguramente, entre los que requieren de algún favor suyo se han erigido los besamanos y las pasadas de mano y de franela. Tal vez, los que gustan de sus libros recordarán algún pasaje o alguna anécdota que corresponda a sus persistentes lecturas y afectos. Los que odian y detestan todo lo que es superior rumiarán sus frágiles iras en sus diminutos espacios y solo pasará sobre ellos la nada y el viento del desdén del universo entero. Todo eso es meritorio y ejemplifica la categoría de cada quien pues cada uno juzga y valora según sus capacidades e intenciones.
El caso es que para todo los peruanos, les guste o no, MVLL es, desde hace más de medio siglo, el mandarín de nuestra literatura siendo descolocado únicamente por Miguel Gutiérrez en términos de destreza y ambición narrativa (hasta la fecha ambos no tienen rivales y están en la cima de los narradores aunque siendo abiertamente antípodas respecto de sus logros sociales y económicos).
Tal es la importancia de Vargas Llosa para los escritores peruanos que en el curso de las últimas dos décadas se me ha hecho inevitable escribir varios textos acerca del Nobel arequipeño, generalmente, en contra suya, pero tratando de ser justo, siempre.
En este orden de ideas, en un ensayo mío de hace dos años (Algunos Apuntes en los Márgenes de la Estética, la Inteligencia y el Marketing Literario en el Perú Contemporáneo) comparé al cumpleañero con Miguel Gutiérrez y sostuve (y sostengo) que respecto de la entrega a sus propuestas literarias y a la defensa de sus ideas políticas ambos autores son ejemplares, pese a que uno puede y debe disentir de las ideas de ambos.
Ahora, en lo personal, debo agregar que Conversación en la Catedral (la única obra que MVLL necesitó escribir o que se atrevió a escribir aún bajo el riesgo de matarse escribiendo a tal punto que de haber seguido en esa onda seguramente no habría vivido hasta estos tiempos) y La Casa Verde (que podría haber sido escrita por Faulkner si el bravo autor nacido en Mississippi hubiera conocido Piura y la Amazonía) se mantienen vigentes entre sus novelas. Las demás me parece que han envejecido mal salvo por estar llenas de curiosidades menores (como El Paraíso en la Otra Esquina o Travesuras de una Niña Mala). Ahora mismo reviso algunas páginas de varias novelas suyas y el lenguaje expuesto no me satisface. Lo hallo seco, sin vida. Puede ser una falsa impresión, pero desde hace mucho creo que sin el andamiaje técnico primordial de su propuesta inicial, su obra tendría muy poco que mostrar y ofrecer salvo que se asuma como entretenimiento. No cumple con la magna exigencia que Serge Diaghilev espetó a Jean Cocteau: ¡Étonnez moi! (anécdota conocida gracias al ensayo de MVLLL sobre Nabokov, etc.), pero ese es otro tema.
En todo caso, guardo distancias de todos aquellos que intentan negar a MVLL o que lo odian por un tema ideológico, pues creo que en ese campo, MVLL solo ha tenido la desgracia de estar a destiempo en cada una de sus intensas militancias, ya que cuando defendía el socialismo, esta doctrina era ya indefendible y cuando se pasó al liberalismo, pasó lo mismo.
Lo que nadie puede negar es que en ambos bandos demostró una testarudez y una belicosidad tremenda. Inclusive hasta el año pasado cuando no debería haberse preocupado por nada que no sea vivir tranquilo insistió en la literatura e insistió en la crítica política para mayor exaltación de aquellos que lo odian o que creen que pueden igualarlo sin realizar genuinas proezas.
Estas dos grandes pasiones singulares, la literatura y la política, lo enaltecerán siempre y lo vincularán de manera permanente con todos los grandes peruanos que han tenido un rol preponderante en el imaginario intelectual del país desde González Prada (de quien no debemos olvidar jamás que fue tan fino como poeta, como incendiario en su rol de ensayista político) pasando por Haya y Mariátegui (que fueron, en sus inicios, poetas) y hasta la actualidad.
Finalmente, MVLL ha ofrecido a la literatura peruana y a todo joven que imprime algunas líneas sobre un papel o un documento de Word en su computadora una inmensa lección de vida. Me refiero a que el autor de La Verdad de las Mentiras (enorme libro de reseñas literarias y ensayos breves sobre escritores) ha creído siempre que se puede escribir todo o acerca de todo siempre y cuando exista un impacto personal profundo en el autor (propósito imprescindible de todo gran escritor). Esta consigna es un mérito mayúsculo, y él la intentó cumplir durante casi toda la vida. El problema es que escribir todo o acerca de todo solo puede ser efectivo cuando se ha vivido todo o cuando se cuenta con el talento de un genio, pero MVLL no cumple con esa prerrogativa. Le falta gracia a su imaginación mecánica, le falta poesía y aliento. Aun así es importante, pero no solo por sus novelas sesenteras, sus premios o por su posición sino por su entrega a sus pasiones y por haber vivido como le vino en gana.
Considero, en este sentido, que la mayor virtud del gran viejo ha sido su afán polemista y el no temer medirse con cualquiera.
En la novela aprendió, sin duda alguna, de varios maestros, pero quiso retar a Flaubert y a Faulkner y no obtuvo pocas preseas por ese lado, pese a lo que he expuesto inicialmente. En el orden de las reflexiones o los ensayos, Historia de un Deicidio debe ser, dentro de la historia de la literatura, la más exhaustiva muestra de obsesión y agotamiento de las búsquedas y hallazgos de un escritor sobre otro escritor contemporáneo (MVLL estaba aún en su periodo más inspirado cuando compuso este ensayo portentoso). En el campo del pensamiento diverso y, sobre todo, político, Contra Viento y Marea es lo mejor que expuso. En este sentido, se midió, en el momento justo, hasta con Sartre y Camus, en este libro, cuando era prácticamente «nadie», lo que es un mérito respecto del peruano promedio en general y el escritor peruano promedio en particular. Gran actitud, gran pretensión, gran carácter (al menos, en el campo literario).
Se merece cumplir muchos años más y esperemos que así sea. Su presencia es benéfica para el mundo pese al insignificante odio «progre» y a que casi siempre hemos estado en desacuerdo con sus ideas.
Larga vida, viejo. Eres el último peruano al que se le puede llamar así (“viejo”) como una muestra de aprecio sin incidir en la farsa o el cinismo.
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Ochenta años de Juan Ojeda
Elogio del máximo poeta peruano del último medio siglo.
Published
8 meses agoon
27/03/2024Juan Ojeda, leyenda de la poesía peruana, que hace medio siglo ofrendó su existencia carnal en el altar de su propio delirio sobre el asfalto de la cuadra 23 de la Avenida Arequipa, hoy cumpliría ochenta años.
Poeta de grandes ambiciones y profundas intuiciones conjugó una erudición real (no impostada al modo de los seguidores de Pound) con la turbulencia de un ánima sacudida por el estruendo de lo extraordinario y lo infernal.
Su poesía es el testimonio de alguien que quiso ver el paraíso en medio de las ruinas de su propio ser y terminó arrancándose los ojos, aunque atisbó los predios celestiales puestos al fin sobre la tierra al alcance de cualquiera (como nos indica su poema «Elogio de la infancia») aunque no dejó, ni por un instante, su posición muy bien anclada en medio de las riberas de la muerte y el olvido.
Quienes dicen que este escritor genera ciertas resistencias no calibran o no se atreven a exponer con claridad la incapacidad del literato promedio para profundizar en el vasto imaginario ojediano. Tal es así que basta una conversación con cualquiera que algo sepa sobre la poesía hecha en Perú para que se evidencie una total admiración por el aeda porteño y un entendimiento ecuménico respecto de su determinación como el mayor poeta peruano del último medio siglo.
Sin embargo, hay mucho de mala suerte en el devenir de Ojeda. Tres veces le preparamos sendos homenajes junto a Rafo León y siempre pasó algo que evitó su realización (lo que nunca pasó con ningún otro autor en el curso de los 245 episodios de la última proyección de Libertad Bajo Palabra).
Luego, debe haber cierto cálculo político de mucha gente en el soslayamiento de este intrincado autor, pues si se le posiciona, ipso facto, la mayoría de los poetas del sesenta y setenta desaparecerían de sus puestos actuales excepto Hinostroza.
Quizás, el regionalismo en boga haya resultado contraproducente puesto que en Chimbote hay una suerte de apropiación del aeda (hasta una suerte de celo) que dificulta las relaciones públicas en torno al ensalzamiento del vate.
Tal vez, incluso, los marcos tan limitados de la crítica académica en boga mucho más afincada en los estudios culturales que en la propia literatura tenga algo que ver y ni se diga de la crítica a secas que prácticamente no existe.
En fin, bienaventurados sean todos aquellos que entiendan.
(Columna publicada en Diario UNO)
Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra
Tres años sin Luis Bedoya Reyes
Lee la columna de Percy Vílchez Salvatierra
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8 meses agoon
21/03/2024La muerte de Bedoya, hace tres años, constituyó la partida de un hombre que se dedicó a la política en un medio muy difícil (casi imposible, de hecho: el Perú) y que tuvo una prestancia existencial más o menos hidalga, no exenta de tropiezos y excesos, pero la vida es así y no hay nadie perfecto.
En algún momento, quizás llevado por la retórica cuando el finado cumplió cien años, incidí en el exceso de llamarlo “estadista”, pero esa expresión fue eso, precisamente, un exceso o, en todo caso, un involuntario gesto «político».
Es un estadista, claro, si lo comparamos con López Aliaga o con Antauro (con Castillo ni se diga) o con cualquier candidato actual, pero esta circunstancia solo nos demuestra una realidad infernal que debe ser alterada por y para el bienestar de la población: el Perú nunca ha tenido estadistas ni políticos de gran proyección (nunca, salvo en los años veinte y treinta del siglo pasado).
En este sentido, la generación de Bedoya tuvo varios buenos gerentes, pero nada más puesto que, en general, nunca llegó a ofrecer una lectura propia de la realidad nacional y de nuestros procesos históricos, ni un gran plan nacional, ni un programa político contundente, ni, mucho menos, una esperanza en un futuro mejor para todos.
En el orden de lo hasta aquí expuesto, el enaltecimiento o el desdén que produjo el deceso del fundador del PPC, partido sumamente desgastado ahora mismo, pero que nunca tuvo ningún propósito mayúsculo o trascendental (toda la verdad tiene que ser dicha), nos demuestra la falta de equilibrio y de un sentido crítico justo respecto de su memoria.
Así, no faltan ni faltarán quienes sobredimensionen la construcción del Zanjón que es positiva, sin duda alguna, si se le compara con la nada, pero que, en realidad, solo refleja el subdesarrollo ingente que siempre ha afectado al país incluso en el nivel de las inteligencias y los individuos, sobre todo, los políticos, ¿acaso no hubiera sido una proyección más ambiciosa y digna de elogios la construcción de un tren subterráneo como han tenido las grandes metrópolis del mundo desde hace más de cien años o la implementación de nuevas redes de tranvías?
Por el otro lado, se le juzga o le juzgarán con demasiado encono los que critiquen el caso Cromotex, (sesgadamente, claro) dejando, al mismo tiempo, muy tranquilo a Cerpa Cartolini, que era uno de los principales dirigentes en el sindicato correspondiente, cuyo fin de vida es ampliamente conocido dada su valía en la estructura jerárquica del MRTA. Entonces, un desalojo altamente violento de la fábrica Cromotex debió ser evitado, pero no puede hacerse responsable solo a Bedoya (que era el abogado de Mussiris, dueño de la empresa), sino, también, a los que exacerbaron el ánimo de los obreros.
¿Hasta cuándo se insistirá en la villanía de justificar todas las acciones del bando con el que uno simpatiza solo por esa razón? Por otro lado, es interesante que esto sucediera, precisamente en plena realización de la Asamblea Constituyente que no pocos de los izquierdistas de aquellos tiempos detestaban aun en el seno de la misma institución asambleísta. Critica, autocrítica y más crítica, siempre.
Asimismo, no faltan ni faltarán los que denuncien la debilidad de Bedoya cuando supo las turbias actividades de su hijo Luis Bedoya de Vivanco junto a Montesinos. En este caso, la conducta de los “críticos” aquí nominados exhibe no solo la impiedad sino el puritanismo en boga de no pocos termocéfalos, ¿acaso querían que él mismo flagelara a su hijo y lo depositara dentro de la cárcel para que puedan afirmar que actuó conforme a los estándares enfermizos que le exigen a todos en este mundo siempre y cuando no sean partícipes de sus argollas?
Por supuesto, el viejo derechista debió quedarse callado o ser más duro y cabal, pero esa debilidad respecto de su hijo lo muestra mucho más humano y vulnerable que tanto censor y reprimido presumiblemente hipócrita que pontifica sobre moral todo el tiempo sin entender ni atender razones y argumentos. Este trance dificilísimo y vergonzoso que se derivó de la develación pública del vladivideo pertinente, por otro lado, reflejó, también, la precariedad criolla del buen Tucán pues no era un coloso, pero tampoco un desgraciado que iba a hundir aún más a su hijo solo porque así lo han dispuesto los inquisidores sin vida de siempre. Quizás, este extremo de no haber sido un desgraciado es lo más halagüeño que se pueda decir de un político peruano.
Hay que reconocer en el famoso líder pepecista, sí, un gran sentido de lo pragmático (que, paradójicamente, le jugó en contra pues le impido ser más visionario) y una acertada exaltación de las clases medias, pero nada más. Se podría decir que fue casi lo mismo que Belaunde aunque con más malicia y criollismo de por medio y mucho más carácter.
Tengo la impresión de que hubiera hecho un gobierno mucho mejor que cualquier gobierno del arquitecto, pero la gente tan negativa que ha tenido papeles más o menos importantes en el PPC los últimos treinta años acaso se hubieran empoderado de una manera mucho más grave que la de Kouri y CIA si el Tucán hubiera gobernado al país entero alguna vez, así que lo que no sucedió, en este caso, está muy bien que no haya sucedido. En todo caso, no se le puede endilgar a un hombre las consecuencias de las instituciones que haya fundado, pero sí se puede ver la calidad del legado que ha dejado.
Finalmente, el legado concreto de Bedoya no es demasiado brillante, pero es inconmensurable al lado de cualquier político de los últimos 30 años. Lo preocupante es por qué no han surgido políticos con mejores condiciones, talentos y aptitudes que asuman los puestos siempre vacantes de legítimos padres de la patria. Es muy necesario que se puedan cubrir todos estos puestos vacantes, pronto.
Además, debemos agregar que el último caballero de la política peruana partió de esta tierra un 18 de Marzo de hace tres años y la congoja que embargó a sus familiares y amigos aun cuando no pueda ser compartida por todos sí debería ser objeto de reflexión por todos los que se muestran interesados en la política no solo como un atajo a la cumbre del lobbysmo y el confort a costa de la integridad y la moral sino como una manifestación de la actividad más importante a la que un buen ciudadano se puede dedicar luego de haber asumido una responsabilidad cívica plena.
Piénsese en todo esto en tanto se desea que el legado público del buen Tucán pase a mejores manos..
¡Pax Vobiscum!
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