Hoy fue el día mundial del libro en muchas partes del mundo no puedo sino recordar mis primeros pasos con los libros. Es cierto que nuestro destino y el de los libros que leemos son una suerte de mismo sendero que cada lector asume en el caótico y vertiginoso mundo de la lectura. Leer es atravesar un universo invisible, conocer puertas, tocar ideas, besar escenarios nunca visto, vivir mil vidas.
Sí, también es una buena forma de recordar lo cambiante y variable que resulta la realidad, la realidad personal que cada libro guarda como una esencia única, como un intento irrevocable de vencer a la muerte y convocar un trozo de eternidad. La realidad de los libros nos obliga a ver de otra forma nuestra realidad.
Expande, atrapa, derrama sentido. Los libros que leemos, los del pasado, los que llegan a nosotros después de un abismo de siglos, nos descubren que todos somos puentes, que los vínculos entre los humanos son ficticios y que el tiempo en contra no puede socavar ese deseo de comunicarse entre uno y otro ser, entre una y otra mente, entre uno y otro corazón.
Así, es pues el libro un puente, un sendero, un portal. Y en mis primeros años de lectura me descubro primero embrujado por ese raro y ancestral hechizo del lenguaje. Son ciertamente magos los escritores, los autores que trafican sueños con los signos, que elevan la conciencia interna gracias a una febril alquimia donde somos parte de un viejo hechizo, una danza frente al fuego, una quimérica batalla contra la memoria, un duelo entre lo visible e invisible, un panorámico vistazo a lo insondable de la realidad. El acto más simple de oír y ver se convierte en emolumentos de un sueño. Obviamente que no cualquier adquiere esa maestría. Solo algunos logra tarjar una voz, una filosofía estética, una propuesta de universo propio.
La lectura es magia, y los libros aquellos caballos de Troya que ingresan a nuestra mente y provocan el incendio. El incendio no solo es destrucción sino purificante, creativo, una forma de sentir el arte, que, como flama entre las hojas chamuscadas, como larga lengua ambarina extiende su reino en nosotros. La voz de los otros en nosotros es un fuego que ilumina y enriquece nuestro propio diálogo personal. Y nos permite acceder, al menos por un instante, a ese gran escenario múltiple que es la realidad.
En ese sentido, es necesario afirmar que en tiempos donde predomina la imagen, los libros guardan la esencia: la energía de la imagen, el ritmo interno de cada imagen. Esencia e imagen no son cuerpos antípodas, al contrario, como sugieren algunos griegos, y después asume el pensamiento de la lingüística moderna, son simultáneos, aunque cada uno labre su propio criterio.
La pintura enclaustra lo eterno, la música lo expande, el lenguaje acaso tiene la propiedad de generar sentido. En cuanto a las imágenes que surgen de los libros, desde joven me sentí que su poder era otro. Por eso, aunque se considere que una imagen vale más que mil palabras yo creo que, sin duda, hay palabras que valen más que mil imágenes. Pienso en la palabra Dios, Paz, Amor, Libertad, Mente, que son tan infinitas en su definición y entendimiento mismo.
Lo que genera una idea más profunda de fenómeno mismo de la palabra. Porque en su indagación captamos que nos movemos en un abismo. El lenguaje mismo es el tema del pensamiento moderno, dado que es el elemento donde nos manifestamos, solos, expresamos, entendemos.
Lo cierto es que las imágenes nos dominan hoy más que antes. La imagen misma es otro tipo de lectura: otro tipo de arte que observar y que trasmite su propia esencia, sin embargo, considero que las imágenes de los signos guardan algunas sutilezas. Y esencias. Esencias que solo en su código pueden ser trasmitidas. Pienso en las películas y los libros, o en las películas basadas en libros que, aunque presenten imágenes indomables, no dan la misma sensación de profundidad que la obra en cuestión. Eso permite ver que el idioma de la palabra sea fecundo en sentidos, en entendimientos, en una mecánica de matices que otras artes no manifiestan.
En general, la lucha política o religiosa es por el dominio de la Palabra. La palabra como ideología, o estética es afín al deseo mismo del poder. En la lucha actual por la atención es muy difícil que la letra gane, sin embargo, su papel es otro. La imagen es más súbita: no exige rigor, o estudio, tan solo observar. Observar es un acto gratuito, donde no tenemos que poner de nuestra parte el trabajo de la oscilante concentración, el esfuerzo interpretativo o la densidad detrás de cada lenguaje. Se da en simultaneidad con el propio discurso de lo inmediato. Por eso, las imágenes dominan. Es difícil que, en medio del tráfico de estímulo de la vida actual, se pierda uno en las páginas de un libro de 800 o 900 páginas.
¿Cómo leer tanto si estamos atrapados por los teléfonos celulares, por los vídeos de youtube, por los memes, por los documentales sobre extraterrestres o sobre la posibilidad de que la Tierra sea plana? Es vil también pensar que la imagen es un ente menor. No, en absoluto. Sin embargo, es el más usado por la industria, por los medios y el que más rápido envuelve las mentes. Pero su dominio ahora forzosamente nos obliga a vivir un mundo menos crítico, pensante, menos comunicativo. Lo que tampoco quiere decir que la lectura tenga que ser necesariamente un asunto engorroso. Al contrario, es placentero, pero el placer que se obtiene del entendimiento exige mucho de nosotros. Para coger la fruta más alta del árbol, primero debemos ejercitarnos. Pienso que en cada época de la humanidad hay una diversa tarea tanto para los escritores, como para la propia literatura.
La época impone una tarea como también cada autor se impone una propia. Nuestra época tiene la tarea de resistir la pasión que nos brinda la literatura, la poesía, los textos filosóficos, en general, las humanidades. Nuestra época tiene la tarea de hacer que los libros y las lecturas formen parte diaria de nuestra comunidad, sean pues pan y vino cotidiano, sean parte del día a día y no solo estatuas empolvadas en vetustos museos. Nuestra época tiene la dicha de ser consientes de su trabajo y su trabajo es también mantener abierta la voluntad, enriquecer los sueños, renovar la vida. Son estos aspectos, cada día menos visible en el movimiento del trabajo que impone la sociedad actual.
Sin embargo, mientras los espacios de la realidad se cierran para no abrir más puertas a estas artes, los espacios de la mente y de los lectores jamás se cierran. Se siguen escribiendo tantos libros como en cualquier época. Incluso, las tecnologías actuales hacen más productivo y asequible el libro para muchos espacios. Pero no basta solo con este apoyo incondicional del público lector que sabe del valor de los libros, sino de apoyos más altos que vengan de la propia conciencia de un Estado positivo con la cultura.
Llegado a este punto pienso que hay una diferencia vital entre escribir y leer un libro. Leer un libro es un acto elegante, vital, educado; escribirlo es un acto maniaco, violento, animal. La escritura es una empresa difícil y muy poca valorada. Curiosamente, en sociedades donde ya se reconocer el papel importante y nuclear de leer, la literatura empieza a cobrar más importancia. Sin embargo, en otras localidades los escritores las siguen pasando de tripas corazón. Especialmente, para los que no son parte de aquella oficialidad que ayuda con becas y otros soportes a ciertos escritores. Los que escriben saben que lo hacen dentro de un azar donde se tienta el fracaso.
El éxito, en todo caso, es tan trágico como el fracaso. Supongo que para un escritor el éxito es otro, más sutil, el de poder pues seguir escribiendo, seguir tecleando, seguir obnubilado en su trabajo de usar el lenguaje y elevarlo de su plebe función. En todo caso, los que ganan siempre son los lectores; a sus manos llegan trabajos que fueron hechos con sacrificios, trabajos de héroes que dieron su tiempo para lograr pulir y conquistar el vacío de la página. Los escritores son aquellos inmolados por el deseo de construir buena literatura. Los lectores son muy afortunados.
Pero, no podemos olvidar que para escribir y hacer libros hace falta pagar el recibo de luz, agua, los vinos o cafés, y las otras obligaciones que nos cobra la vida. Sin eso, es imposible crear algo, porque de lo contrario nos encontraríamos simplemente atados al trabajo, como muchísimos seres humanos actualmente.
Yo sé que actualmente, en países como el mío, muchos autores de genio y talento no pueden dedicarse exclusivamente a escribir por no contar con la capacidad de sostenerse. Y quizás esto defina a los autores: saber que no son apoyados ni hay interés estatal por su arte pero seguir claros y obstinados, terriblemente obstinados en su trabajo de crear arte. Yo no pido que el Estado, como buen padre, de dinero y salve a los autores, pero sí considero que sería muy hermoso que se abra en agenda la posibilidad de crear espacios que sostengan y ayuden a tantos escritores, no con dinero, sino con posibilidades de editar sus libros, moverlos en circuitos e industrializar internamente (y obviamente, enriquecer) el mercado nacional interno de lectores. ¿Por qué? Porque si no hay mercado, no se puede meter en un circuito ningún libro. Lo que falta es empezar desde las bases: educando al mercado y dándole nuevas posibilidades de autores. Invertir en cultura es hacer más respirable la atmósfera misma de un presente, permitir la expresión y crítica, la libertad y la discrepancia educan el sentir y el pensar.
Sin embargo, este pensamiento es muy lejano para la mente primita y fenicia que ronda las burocracias estatales, donde domina más el juicio que ve en la cultura y el libro un fin que no genera lucros. ¿Cuánto ganaría el país si le diera la mano a sus artistas? No solo dinero, que siempre se puede ganar, sino prestigio, sino cultura, sino identidad. Eso falta.
Por suerte, los libros y la escritura sobreviven a todo. Roma cayó, los griegos desaparecieron, se terminaron las monarquías, muchos imperios fueron exterminados pero seguimos leyendo.
Entonces, escribir es asumir que existe un mundo donde se desencadena la escritura, donde hay exigencias y necesidades, pero tener la certeza de permanecer en tu deseo de hacer arte, de crear libros. La lectura entonces es un obsequio. Un hermoso regalo que llega a nosotros desde todas partes y nos recuerdan que la realidad misma es una gran biblioteca, un gran rompecabezas de muchas aristas que nos abre la mente, las ideas, nuestro entendimiento, nuestra capacidad creativa, nuestro mundo interno.
Pienso que en un mundo cada día más egoísta, los libros tienen una función de crear vínculos, de desvanecer por un instante los muros que nos separan entre nosotros y provocar el diálogo, provocar esa magia que es reconocernos en el otro. Pienso que en un mundo más ansioso por tener poder, los libros nos hacen ver que todo poder es relativo, que donde se alza una frágil flor nació un vigoroso imperio y que toda sustancia es variable, errante, quimérica, hermosamente fluyente.
Los libros nos recuerdan que los años espejismos y lo esencial de humano no muere nunca. Y en ese fuego, es posible la libertad, la creatividad, la crítica. Gracias a esta magia podemos todavía salirnos de nuestros límites y volar.