Con toda seguridad para lectores, críticos y escritores R. Bolaño es el autor de la generación postboom más relevante, y quien de un plumazo, a través de una novela de 500 páginas que se lee a la velocidad del vuelo de un Impala sobre el desierto de Sonora, acabó con el sambenito de papagayos, socialismos caribeños y desvaríos tropicales que estereotiparon la narrativa hispanoamericana en el resto del mundo. Pero aparte de ello, si hay algo que le debemos a Bolaño a quince años de su muerte es que dejemos de exhumarlo a través de la publicación de cuanto mal libro “inédito” que nos aparece cada año.
Es justo decir a estas alturas que la obra de R. Bolaño, sus cuentos y novelas, versan una única y misma historia que se vuelve a decir sin repetirse jamás. El valor de su obra es esto, que es autorreferencial, crea un universo propio autónomo, completo en donde su vida se confunde con la ficción y es difícil adivinar en ese laberinto donde esta lo real y lo fantasioso. La novela Amuleto por ejemplo, es un capitulo extendido de un capítulo de Detectives Salvajes; solo elabora mejor la historia, la amplia, estira el chicle porque Bolaño es un cuentacuentos que te puede contar mil veces la misma historia y aún así nunca es la misma. Esa historia fue su vida, una vida tan emocionante como corriente.
Nacido en Chile el año de la muerte de Stalin, Roberto fue hijo de un ex boxeador convertido en camionero y una profesora que leía best sellers. A los 15 años su familia se fue a vivir a México en búsqueda de mejores oportunidades. Llegaron en el año de 1968, año que el mundo recuerda por las olimpiadas en México DF, pero que todo México recuerda por la matanza de la plaza de las tres culturas en Tlatelolco, la profanación de la autonomía de la ciudad universitaria por la dictadura perfecta del PRI, como años después etiquetaría excelentemente Vargas Llosa. El número de muertos y desaparecidos aun hoy no se precisa. A su modo fue nuestra Praga del 68.
En México Bolaño trabó amistades, lecturas y el sueño revolucionario. Atraído por las ideas socialistas y la conquista del poder en Chile por Salvador Allende, Bolaño, quien había desertado del colegio se fue a hacer la revolución a su patria. Regreso justo semanas antes del golpe de Pinochet. El 11 de septiembre latino, ese que tampoco se recuerda y solo se confunde como el de las Torres Gemelas en Manhattan, fue otra cicatriz a la que Bolaño llego justo a tiempo para ver abrirse y confirmar que allí donde se sueñan utopías de igualdad y justicia acaban despertando en la forma de una gran fosa común latinoamericana que lo devora todo. Una América con las venas abiertas es un famoso relato suyo, una biografía rápida de su juventud llamado Carnet de baile. Más que un cuento un capítulo de la historia del Terror. A los veinte años perdió su país y ganó un sueño: la poesía.
De vuelta en México se comenzó a juntar con poetas, con chicos más jóvenes que él y a proponerse a escribir, ser un poeta, mientras boicoteaba los conversatorios y recitales de los poetas del stablishment mexicano (esos que viven de agregadurías parasitarias en embajadas de caviar y champaña) mientras acariciaban la idea subversiva de secuestrar a Octavio Paz. Nuestro poeta más importante vivo entonces.
Sin dinero, viviendo de tacos, café con leche y metzcal Los suicidas, vagando por la Av. Bucarelli, Bolaño se propone a emigrar. Ya se sabe un exiliado pero se quiere más ajeno y extranjero, así que se va a la España postfranquista. Comienza a escribir novela, esta vez se ha tomado la literatura en serio. Ya no son los años dorados de los escritores latinos que levantaron el mito del Boom. Ahora solo es un sudaca más que ha apostado hasta el último dólar que no tiene. En los años noventa, después de varias novelas rechazadas, de cuentos geniales que apenas merecen una mención honrosa en un concurso de relato de un pueblo perdido en la meseta castellana, Bolaño logra ser visto. Su primer acierto literario es un extraño híbrido llamado Literatura nazi en América, una colección de perfiles biográficos de autores filo nazis de todo el siglo XX y que llega hasta el XXI.
La obra sorprende por su osadía, y juega con el morbo de lectores y editores interesados en esa categoría literaria que aun hoy es un taboo (recién estos años pocos saben y hablan y escriben aún menos de genios narrativos como el abiertamente filo nazi Knut Hansum, una especie de Bolaño nórdico ganador del premio nobel y purgado de la historia literaria por su abierta defensa al fuhrer hasta la caída misma del Tercer Reich). Es interesante notar el gran conocimiento de Bolaño en temas nazis, algo poco usual si notamos que cuando escribe este libro no hay internet y debió documentarse a la manera tradicional, esto demuestra una gran bibliografía de parte suya, otra cosa además es que el tema nazi vuelve con recurrencia en sus novelas póstumas el Tercer Reich, 2666, pero también hay guiños en Pista de hielo y Nocturno de Chile.
En 2666, cuatro críticos europeos van en búsqueda de un escritor alemán que luego sabemos es un escritor nazi, un soldado de la Wermacht del frente ruso que en la postguerra vive en un extraño anonimato italiano, se hace llamar Archimboldi cuando su verdadero nombre es Hans Reiter. Aunque para la parte final del libro Bolaño se encargó de suavizar el espíritu nazi de su protagonista, basto con que matara a otro nazi en un campo de concentración para hacerlo aceptable para la industria editorial. Pero el hecho de que fuese alemán y soldado en la Segunda Guerra Mundial y en el frente oriental no deja de enfatizar la sombra de un águila prusiana sobre una cruz gamada.
Pero es Los Detectives Salvajes en 1998 la novela que hace a Bolaño, Bolaño. La novela generacional que barrió con todas las malas y buenas novelas de su década. Acá no hay Paduras que valgan, ni Marías anglófilos, Detectives Salvajes es un fenómeno en lengua española comparable solo a la aparición dos años antes de Infinite Jest de David Foster Wallace en lengua inglesa. La novela de Bolaño es un homenaje a la poesía, a los sueños, las utopías, y todos esos muertos que aún viven y que una vez de jóvenes pretendieron ser escritores. Detectives es una novela de Latinoamérica, de su paso del socialismo al neoliberalismo. Basta con leer solo esa novela para haber leído todo Bolaño.
Apenas ganar el premio Herralde de novela y el Romulo Gallegos, ser traducido a otros idiomas, ser entrevistado y poder conferenciar, y saber que tienes los años contados. Una falla hepática y quedar segundo en lista de trasplante de hígado fueron su sentencia de muerte en el 2003. Quedo mucho por escribir a aquel hombre que no tenía acento ni chileno, ni mexicano ni español, un escritor en lengua española (como él mismo se identificaba) que con dinero o sin dinero se propuso vivir siendo escritor.
Y a 15 años de su muerte parece que no dejan de aparecer los inéditos, libros rebuscados en los discos duros de su computadora, páginas y páginas anilladas y engrampadas en algún archivo de trabajo en Blanes entregado al olfato de chacales editoriales que no dejan de sacarnos cada nueva mala novela de Bolaño, como si 15 años no valieran la pena para dejarlo descansar en paz y enterrarlo. Ni a Foster Wallace le hacen eso.
Salud por los muertos del 68 mexicano, del 73 chileno, también a los que arrojaron por la ventana del avión frente a las costas de Argentina, por las cenizas del Pentagonito, por los de las cárceles del pueblo que no vieron la luz, los que no escaparon de un campamento de las FARC, por los que se ahogaron de libertad en su balsa escapando de los Castro. Salud por ellos y por quien mejor los ha recordado y a quien todavía lo tiene como al cadáver de Emiliano Zapata, paseándolo con un nuevo libro en brazos y las moscas de la crítica revoloteando.