Contarlo Todo es una novela empática que no intenta problematizar el supuesto mundo desparejo que vive su personaje/alter ego, Gabriel Lisboa, y más bien funciona como desfogue o tubo de escape ante las posibilidades del fracaso, las pérdidas de esperanza y las diferencias de una sociedad clasista como Lima. Así, el autor ha procurado hacer un aderezo interesante con todos los ingredientes de moda: Asu Mare, Marca Perú, inclusión social, “sí se puede”, tonguismo, baylismo, todoterrenismo, etc. Sin embargo, la enorme cantidad de gazapos y falta de oficio –eso sin contar el abultado y desbordante queísmo, adverbios (con terminación en mente, por ejemplo), una sintaxis escasa, malsonancias, cacofonías o parrafadas– convierten al texto en un culebrón de 500 páginas que se puede leer en unas horas, si pasas por alto todas las tropelías con el lenguaje y el buen decir.
Precedida y orquestada por una enorme campaña publicitaria y padrinazgo del Premio Nobel MVLL y la representante literaria Carmen Balcells, el libro es como la novia que se desencanta en la puerta de la iglesia de la lectura, negando ipso facto el laudatorio de la transnacional Mondadori, que se ha cuidado de blindar el texto a priori a todo análisis. Y es que la historia no solo no cuaja, sino que devela una visión pobre y desideologizada (1) donde el único personaje sobre el que gira la trama no entiende o no quiere comprender una realidad que a unos puede ofrecer de todo para realizarse como personas y a otros simplemente les empuja al vacío, al arribismo o aventurar un ascenso social en base –dizque– a los estudios, sin ningún tipo de aggiornamento, crítica o autocrítica y donde, además, «mi vida es paja, tu vida es paja y la vida de todos es paja» (Entrevista al autor en Punto Final, canal 2).
La novela cuenta todas la peripecias de Lisboa en pos de convertirse en “escritor”, desde un ethos pobre, en todo sentido, viviendo de prestado en la casa de un tío mesero, Emilio, esposo de Teresa, ama de casa (tío-padre en el sentido lacaniano y, al parecer, tan inconforme como el propio Lisboa), quien consigue que su sobrino ingrese a la Universidad de Lima y logre una plaza de practicante en una conocida “revista de oposición”. Hasta ahí la historia no aporta nada ni dice nada que pueda sorprender al lector, salvo la visión advenediza y sin ninguna formación política o ideológica de Lisboa, como cuando apunta: “De pronto la ropa que llevaba tenía un sentido específico y poco grato para mí, lo mismo que mi acento, que era distinto al de los chicos que llevaban clases conmigo y que apenas me miraban. Provenía de un barrio que nadie reconocía y de un colegio del que nadie tenía la menor noticia” (p. 56); o cuando el personaje trabaja de vigilante, siente vergüenza y se oculta de sus compañeros de estudios para que no lo vean en “semejante situación” y empieza a vivir un “doble vida”: “Me topé a algunos de ellos lo sábados en la noche en el supermercado y sufrí lo indecible para encontrar la manera de vigilarlos sin revelarles mi identidad”. (p. 20).
Curiosamente, esa manifestación equívoca del personaje nos hace recordar al terror que se apodera de Goliadkin en El Doble, de Dostoievski, aquel personaje miserable que un día, hastiado por su estrechez económica, decide alquilar por un día un carruaje y no soporta que su jefe ni nadie lo reconozca en una situación de supuesto “ascenso social”; y la autonegación lo lleva a afirmar patológicamente: “No soy yo… eso es todo”; o a Jean Valjean, el delincuente redimido que oculta su identidad al insidioso detective Javert en Les Misérables, de Víctor Hugo. Pero el comportamiento de Lisboa no está construido dentro de los límites de una enfermedad mental, ni de la ironía o el cinismo, sino dentro de la medianía de lo que Luis Alberto Sánchez llamó el “perricholismo literario” (“el cholo con plata se blanquea y el blanco sin plata se cholea”). La vergüenza no se transforma en pathos o en odio de clase, sino en el-deseo-de-ser-como-el-otro, lo que, en psicología publicitaria, se llama intención aspiracional. El personaje estudia con los hijos de las clases retardatarias; comparte las carpetas, los amigos, los espacios públicos y privados (cuando se lo permiten); y muy pronto empieza a desear ser como ellos o, por lo menos, ser tratado como ellos. Un mundo de igualdad reestablecida por la educación (tal y como refiere el autor en la entrevista radial realizada por el escritor Jerónimo Pimentel: “La educación los equipara a todos (JP) […] Que culpa a la cultura de élite por todo lo que no tiene o lo que le pasa… es una literatura que representa conflicto de clase. Lo que hay en mi novela es que hay un grupo de amigos que se pasan de las clases […] porque la educación los equipara a todos […] ¿¿¿???(JG)”. (Los signos de interrogación son nuestros). Contarlo todo-Letras en el tiempo. Radio Programas del Perú, 08/12/2013.
El asunto encuentra su primer traspié cuando, en el Libro Segundo, Lisboa, ya en coqueteos y amoríos con una niña burguesa o aburguesada –que deja al novio pegalón por un “amor” que no aprobarán sus padres y ni siquiera su hermano, que supuestamente tendría una postura avant garde–, encuentra el rechazo y la no aceptación (“[…] Le estaban arruinando la vida. Un par de veces se puso a llorar y Gabriel sentía que con su llanto algo se restituía y entonces amainaba su rencor. P. 416) e incluso casi es golpeado por el progenitor de Fernanda, la confundida enamorada que cree que su familia aceptará una relación “desigual”. No obstante: “[…] ella sabe finalmente cómo son sus padres y qué tipo de persona soy yo para ellos. Cuando el padre terminó de amenazarme y se dio la vuelta rumbo a la casa ella fue detrás de él sin decirme adiós, sin la menor intención de estrechar mi mano o darme un beso. Mientras la vi caminar desde la puerta del carro no la vi voltear nunca; solo siguió a su padre por la pista hasta la casa.”
A partir de ahí, la relación entre dos seres de diferentes clases sociales, casi como dos especies incompatibles genéticamente –o como el homo sapiens y el neandertal–, entra en un estado de clandestinidad y de ciertas premuras crematísticas (por ejemplo, el padre de Fernanda la castiga aboliéndole la propina e imponiéndole horarios estrictos y métodos pavlovianos o conductismo doméstico). La casa de Santa Anita, un cuarto maltrecho en el hogar de los tíos, se convierte en el refugio para estos disidentes; para un Gabriel Lisboa que ha invertido la historia de la cenicienta, mostrándose a sí mismo como el sapo al que la señorita de las clases burguesas convertirá en príncipe, aún incluso a costa de dejar de escribir y perder, de esta forma, su leimotiv, su raison d’être.
Como era de esperarse, la relación encuentra su final de la peor forma, con el personaje principal humillado: primero, invitado de mala gana a una reunión de vacaciones en la casa de playa de la familia, y, después, obligado a dormir en un hotel barato con un baño común en el que llora sus penas y su rabia, y termina por aceptar que su relación no tiene futuro (no habrá inclusión social ni manumisión). Fernanda, seducida por el complejo de electra encuentra (o retorna) al hombre mayor que la alejará de esa “mala” elección que pudo haber hecho con Lisboa, quien, después de los consejos reflexivos de los amigos y en especial de Santiago Montero del Conciliábulo de Mostros (especie de cofradía o reunión a los Poetas Muertos), decide hacer un viaje a Ayacucho para disipar las penas y retornar a la escritura.
Las peripecias que suceden a continuación –la desvirgación de una mujer andina– relatan un extravío que podría haberse escrito para un capítulo de El Eunuco Femenino de Germaine Greer (por ejemplo, compárese la página 488 de Contarlo Todo con el capítulo “Sexo”, en el acápite Cuerpo de EEF). Y no solo por un uso del lenguaje meramente informativo, sino por la dislocación del personaje Gabriel Lisboa pretendiendo ser otro o Santiago, el amigo de quien toma el nombre para metamorfosearse, aunque sea simbólicamente, en lo que siempre había querido convertirse: alguien de cierto estatus social con una educación suficiente y que sabe varios idiomas, pero que, sobre todo, no es “cholo”.
En suma, una novela de 507 páginas que podría haberse reducido a la mitad o a la cuarta parte sin cambiar nada en lo específico. Una novela fallida a pesar de sus aires de roman à clef (en las cuales podemos reconocer a Fernando Ampuero, Raúl Vargas, Eduardo Rada, etc.) y del cintillo vargasllosiano que reza contradictoriamente: “Un escritor perfectamente dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrarse en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada”. Y en donde, en efecto, y desde la primera página, brotan los yerros a granel dejando mal parados a los correctores de Mondadori y al novelista que expone su trabajo sin una exigencia mayor.
Dejo aquí, algunos ejemplos (2), tomados al vuelo, sin mayor ánimo que contribuir a la crítica sobre una novela de aprendizaje (in progress) que pudo haber tenido una mejor suerte que los salones repletos de la Feria del Libro de Guadalajara, el mote de la “primera novela que sacude el panorama narrativo en lengua española”, o los flashes de la media manipulation, que casi siempre nubla la vista del sujeto-escritor-artista-productor-de-contenidos, etc. Abajo también podrán encontrar los números de páginas (3) donde los errores (o, por ejemplo, el excesivo uso de “que” en todas su formas/funciones: como conectores y/o pronombre relativo, pronombre interrogativo, adverbio pronominal, etc.) adquieren situaciones dramáticas; aunque algunos críticos, en forma inverosímil, han insinuado a un posible forofo de Roberto Arlt.
Finalmente, en la p. 177, el autor hace una apreciación velada o tangencial sobre la novela en un diálogo con Ferrero, un amigo de la universidad, que, de alguna manera, podría resumir el backstage o behind the scenes de este Contarlo Todo, casi al modo de un metatexto donde la sola ambición de “decirlo todo”, al modo imposible de Funes el Memorioso, de Borges, no puede servir para construir una novela: “Ferrero terminó su vaso de cerveza y pidió otra. Sabía que el medio literario en Lima era lamentable y no quería repetir los fracasos de los escritores de su generación. En las novelas peruanas que se publicaban esporádicamente y casi siempre por arte de magia –no había editores, ni librerías, y menos gente que leyera– había casi siempre lo mismo: ausencia de control sobre el lenguaje, poquísimas ideas, ninguna conciencia de la estructura y malditismo gratuito. Él sabía, me confesó, que también podría escribir una novela mala, no era algo que descartara, pero creía que si fracasaba, como lo habían hecho antes muchos otros en el Perú, no sería por falta de ambición.
-Y ese es el problema en este país –me dijo. Nadie tiene ambición.”
Funes el Memorioso, tal y como cuenta Borges, se extinguió joven en el intento por asir los detalles, que al fin y al cabo son las formas sin mayores razonamientos; eso sin olvidar que la ambición por las letras son las letras mismas.
1.-Lo que se critica en esta novela tiene poco que ver con lo político partidario o lo políticamente incorrecto (escribir una novela en un país con un enorme porcentaje de incomprensión de lectura es ya un despropósito). Lo que se critica aquí tiene más que ver con la novela que refleja una realidad de oprobio y miseria intelectual, donde el autor es quizá el tipo de escritor que nos merecemos. Y, quizás por eso, las palabras de la señora Patricia del Río sobre un artículo acerado de Guillermo Espinosa Estrada, “Una novela de superación personal”, no logren descifrar un análisis que intenta hacer calzar la razón con lo que Sartre llamaba “compromiso”. En todo caso, la locura es pretender leer un texto sin mayores recursos hermenéuticos que una boutade o como puro divertimento: “A ver no entendí bien. La novela es mala porque no toca los temas que al crítico le parecen relevantes? o ¿La novela es mala porque el personaje es arribista? o ¿La novela es mala porque el personaje no decide cambiar el sistema sino que se acomoda a él? Yo leí la novela y me pareció genial que el personaje fuera pusilánime, acomodaticio, arribista, con ganas de encajar. Muchos de los mejores personajes de la literatura universal son seres un poco mediocres, un poco miserables, un poco tiernos… No entiendo por qué los personajes y las novelas tienen que contar historias de determinada manera revolucionaria o reivindicativa. La novela puede gustar o no, pero me parece que juzgarla por lo que NO dice es una locura.”
2.-La enorme cantidad de gazapos que presenta Contarlo Todo excederían, de lejos, este breve artículo. Así que dejo un pequeño muestrario:
-“El disco gira, lo veo moverse desde aquí, gira a todo volumen […]” (p. 15).
-“[…] el bajo que se arroja como un colchón sobre las cosas.” (p. 15).
-«vestido con una camiseta cualquiera y en short, en sandalias.» (p. 15).
-«[…] y sin embargo consciente de ser un hombre que escribía algo que no se parecía a nada que pudiera escribir jamás nadie porque era absolutamente mío; ese texto no lo estaba haciendo nadie ni lo pedía nadie porque nadie en el mundo tenía necesidad de leerlo.» (p. 136).
-«Creo que terminé el cuento cuando me di cuenta de que la figura de ‘la serpiente de lava reseca’ […]» (p.. 141).
-«Me salió un texto bastante corto, de apenas cuatro o cinco páginas, en las que un hombre gris sentado en la misma mesa en la que habíamos estado nosotros observaba, del otro lado de la calzada peatonal, a una mujer concentrada en mirar un teléfono que posiblemente estuviera sonando, o tal vez no, dentro de una oficina tan iluminada y vacía como el café en el cual él se encontraba». (p. 300).
-«Fueron amanecidas de cierre y de trabajo que hizo que odiara para siempre a los gerentes de recursos humanos y a sus secretarias y que decidiera que había ahorrado lo suficiente y que podría prescindir de esos trabajos para dedicarme a escribir a tiempo completo[…]». (p. 311).
-«Recuerdo que se lo di y al encendérselo descubrí que sus manos temblaban por el frío, tanto como las mías. Cometí errores con el vuelto y la vi sonreírse y llevarse el pucho a la boca con algo de temor.» (p. 322).
-«Luego de un mirar un rato a los demás con una sonrisa que ya no sentía vacía, escuchó que Fernanda le susurraba que quería ver caer el sol. Él estuvo de acuerdo». (p. 411).
-«En el relato se decía que salía del lugar caminando como si no hubiera estado jamás allí, como si hubiera pasado toda la tarde en el centro de Lima haciendo otras cosas como comprar baratijas o mirar libros de segunda mano hasta la llegada de la noche». (p. 428).
3.-Número de páginas donde se pueden hallar errores en cantidades gravitantes, que han perjudicado seriamente esta primera edición de Contarlo Todo: 16, 17, 18, 19, 21, 23, 24, 25, 100 (…) 292, 293, 296, 298, 303, 303, 310, 311, 313, 314, 316, 317, 318, 319, 321, 322, 323, 325, 326, 327, 328, 329, 330, 331, 332, 333, 336, 337, 338, 339, 340, 341, 344, 346, 347, 349, 350, 351, 352, 353, 354, 357, 358, 359, 360, 361, 362, 373, 374, 375, 376, 377, 378, 379, 380, 381, 382, 383, 384, 385, 386, 387, 389, 390, 391, 392, 397, 403, 404, 405, 406, 407, 408, 410, 411, 412, 413, 414, 415, 416, 417, 418, 419, 420, 421, 423, 424, 425, 426, 427, 428, 429, 430, 431, 432, 433, 435, 436, 437, 438, 439, 440, 441, 443, 448, 449, 450, 451, 452, 453, 454, 455, 457, 458, 459, 460, 461, 462, 465, 466, 471, 472, 473, 475, 476, 477, 478, 479, 480, 481, 482, 483, 484, 485, 486, 487, 490, 491, 492, 493, 497, 498, 499, 501, 503, 504, 505, 506.