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Un seco y volteado por la obra de Vargas Llosa: los 83 años de Marito y el mal recuerdo de Pisco-Elqui
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6 años agoon
Escribe César Costa Aish, investigador del pisco
La narrativa del Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, llega casi a la veintena de libros, sin contar las obras de teatro, ensayos y demás escritos publicados. Son diversas novelas que retratan al Perú del siglo XX en diferentes momentos, a lo que hay que agregar un libro de memorias “El Pez en el Agua” y un primer cuento o narración suya “Los Cachorros”, en las que el pisco está presente en diversas escenas como resultado de la realidad y de la ficción en una sociedad embebida por la idiosincrasia nacional acumulada por siglos.
En estas obras escritas en el siglo XX se han realizado diversas menciones al destilado o sus cocteles en diferentes momentos y lugares. Cada lector de los libros del Nobel, en los diferentes idiomas en que ha sido traducida su obra, pudo encontrar en los chilcanos de pisco de “Conversación en la Catedral” o los pisco sauers (o si prefiere escribirlo “pisco sour” es lo mismo) de “La Tía Julia y el Escribidor”, así como en las algarrobinas del “Héroe Discreto”, o los “capitanes” del antiguo bar “El Triunfo” de Surquillo, o los piscos puros o las mulitas con los que Lituma combatía el frío o disfrutaba el reencuentro con sus amigos piuranos, una forma de conocer el Perú que nos presentaba nuestro escritor de origen arequipeño. Más allá de la cerveza o el whisky, es este literato el que ha dado a conocer al mundo –sin que necesariamente sea de su agrado personal, ser un experto en su producción o un promotor contratado- la existencia de este destilado de uva vinculado con la cotidianeidad de historias que suceden en el Perú
Algunos dirán “pero no es la historia del pisco a través de unas novelas”, y otros dirán “Vargas Llosa habló mal del pisco cuando estuvo en Chile el año 2003”. Yo saldré a defenderlo como lector suyo y su gran desarrollo literario de historias maravillosas que suceden a diario en nuestro territorio y, como bien ha señalado el Nobel, en alguna cita que recogimos para un trabajo previo: “La memoria es el punto de partida de la fantasía”, y es ahí donde la realidad debe haber servido de fuente de inspiración al escritor para recrear escenas nacidas alguna vez de la vida diaria.
Imaginar a los cadetes del “Leoncio Prado” brindando con un pisquito en las noches frías que imperaba en este antiguo colegio militar, mientras hacían fila para encontrarse con “la pies dorados” a inicios de los 50s, cuando el destilado se encontraba masivamente en lugares de dudosa reputación, o disfrutar la conversación entre “el flaco” Higueras pidiéndole al reformado “Jaguar” sobre el final de “La ciudad y los Perros” (en la novela y no en la película, donde el flaco Higueras no aparece ni por asomo) que le pague el pisco tomado, es como revivir parte de la cotidianidad que aún sobrevive en el siglo XXI en algunos bares limeños como el antiguo Queirolo de Lima o el Rovira del Callao, o la contemporánea “La Botica” de Petit Thouars, en San Isidro.
Por supuesto que también existen –y hoy son los más- sofisticados lugares donde el pisco ha pasado de la antigua trastienda y del “seco y volteado” a encontrar nuevas alternativas de consumo conforme las nuevas generaciones de productores pisqueros han ido perfeccionando sus procedimientos de destilación, lo cual seguramente algunos lectores extranjeros que descubrieron el Perú a través de la literatura del Nobel se animaron a conocerlo de verdad a través del turismo, y no solamente leyendo las páginas de un libro ubicado en su biblioteca junto a la de otros autores, mexicanos por ejemplo, en los que se enarbola el tequila o el mezcal como la gran bebida del mundo, mientras el nobel que pronto cumplirá 83 años lo presenta como algo común de la vida diaria peruana.
Existe un aguardiente de uva que se hace en el valle del Elqui, en Chile, a quienes los vecinos del sur gustan nombrar equivocadamente pisco (recomendamos leer el ensayo “Pisco-Elqui, el nombre engañoso”, del embajador Gonzalo Gutiérrez Reinel, para tener claro el asunto y que se encuentra alojado en la web de la página de la Academia Peruana del Pisco y que otras tantas han compartido), para quienes estudiamos las raíces históricas de nuestro destilado sabemos que el origen del pisco culturalmente es peruano, aspecto que no necesariamente tiene que saberlo el Nobel y que por eso, cuando estando en Chile alguna vez, para promover una novela sobre ese gran personaje Flora Tristán (“El Paraíso en la otra Esquina”), recibió a quemarropa una pregunta maliciosa respecto a una supuesta campaña del Estado peruano para demostrar y difundir la peruanidad del pisco, de la cual él desconocía. Los periodistas chilenos, por la razón o por la fuerza, querían que él, Vargas Llosa, diera una respuesta al gusto de ellos. La campaña no existía al momento (año 2003) en que se le hizo la pregunta, pues recién en los años posteriores la agencia estatal PROMPERU se empezó a preocupar por su reconocimiento y difusión a escala internacional, aunque principalmente basándose en las fuentes tradicionales del pisco durante los casi 300 años que duró el virreinato del Perú.
Para millones de peruanos y gente de diversas partes del mundo (y lo dicen claramente viajeros extranjeros de nuestro territorio como Miller, Salvin o Witt) durante los siglos 18 y 19 y previamente diversos cronistas cuando describen nuestro territorio y sus costumbres, el pisco no solo es peruano sino que es parte de la historia del Perú que ha venido acompañándonos como parte de esa extraña fusión entre lo europeo y lo americano, y luego las llegadas de las culturas africanas y asiáticas y donde siempre se llegó principalmente en Sudamérica fue al Callao y por ende a Lima como eje de administración virreinal y de ahí a otros lares.
Algunas citas de nuestro nobel como esta que presentamos del libro de memorias “El Pez en el Agua” nos dice:
“(…) Aunque nací en el Perú, mi vocación es de un cosmopolita (ciudadano del mundo- anotación nuestra- t) y un apátrida, que siempre detestó el nacionalismo y que, desde joven, creyó que, si no había manera de disolver las fronteras y sacudirse la etiqueta de una nacionalidad, ésta debería ser elegida, no impuesta. Detesto el nacionalismo, que me parece una de las aberraciones humanas que más sangre ha hecho correr y también sé que el patriotismo, como escribió el doctor Johnson, puede ser “el último refugio del canalla”. He vivido mucho en el extranjero y nunca me he sentido un forastero total en ninguna parte. Pese a ello, las relaciones que tengo con el país donde nací son más entrañables que con los otros, incluso aquellos en los que he llegado a sentirme en mi casa, como España, Francia o Inglaterra. (…) Quizá decir que quiero a mi país no sea exacto. Abomino de él con frecuencia y, cientos de veces, desde joven, me he hecho la promesa de vivir para siempre lejos del Perú y no escribir más sobre él y olvidarme de sus extravíos. Pero la verdad es que lo he tenido siempre presente y que ha sido para mí, afincado en él o expatriado, un motivo constante de mortificación. No puedo librarme de él: cuando no me exaspera, me entristece, y, a menudo, ambas cosas a la vez. Sobre todo desde que compruebo que ya sólo interesa al resto del mundo por los cataclismos, sus récords de inflación, las actividades de los narcos, los abusos a los derechos humanos, las matanzas terroristas o las fechorías de sus gobernantes”. (pág. 35).
Y esto lo dijo hace más de 25 años, cuando sufría la persecución del Gobierno de Fujimori y Montesinos, sin saber que el destino le depararía para él, el premio Nobel de literatura el año 2010. Vargas Llosa es sin duda un gran cosmopolita que nunca se pudo desarraigar del Perú, por eso escribía sobre él y sus vivencias o las de sus familiares o amigos, ello a pesar de vivir en Europa, lo cual se explica porque el ciudadano europeo quería conocer el Perú descrito por el Nobel y qué mejor que a través de su literatura en tiempos en que el internet todavía era una esperanza más que una realidad de comunicación, y cuando lo hizo siempre tuvo al pisco presente, es más su tutor o mentor, aquel que le ayudo a conseguir numerosos trabajos era don Raúl Porras Barrenechea, nacido en la ciudad de Pisco, en Ica, historiador peruano que aparece en la foto de los billetes de 20 soles para quien lo quiera ubicar, ex senador de la República, ex Ministro, extraordinario diplomático.
Porras Barrenechea, quien lo ayudó cuando él más lo necesitaba y compartieron tardes con su amigo y compañero de estudios, el respetable historiador Pablo Macera, disfrutando seguramente esas tazas de chocolate que de acuerdo a las narraciones de Vargas Llosa eran convidadas por Porras. Al terminar sus jornadas como asistentes de Porras, probablemente cruzaban de Miraflores a Surquillo, al bar más próximo. Acaso serían los viernes por la tarde, quizás a “El Triunfo”, un bar de barrio cerca al mercado de Surquillo ya desparecido al igual que ese concurrido antro de la bohemia capitalina llamado “La Catedral”, donde atendían unas chinitas y que coincide con las descripciones de los lugares regentado por descendientes de chinos que fueron desapareciendo conforme el siglo XX avanzaba.
Seguramente a Porras tampoco le gustaba el pisco, tal vez prefería el vino, eso lo saben quienes compartieron con él como el nobel interesantes conversaciones, pero tal vez estaría orgulloso que el destilado nacional lleve el nombre de su ciudad natal y a la vez tendría pena porque el Estado peruano hace poco, muy poco por nuestro producto bandera, y más pena da porque lo saca solo para exhibirlo y compartirlo en el Día Nacional del Pisco que –irónicamente se creó durante el Gobierno del antagónico candidato y luego dictador que venció al escritor convertido en político en la elección popular de 1990: Alberto Fujimori Fujimori.
Efectivamente en 1990 se realizaron democráticamente las elecciones generales en el Perú y resultó elegido Presidente de la República, contra todo pronóstico, Alberto Fujimori Fujimori, quien triunfó en segunda vuelta ante el líder de la protesta civil contra el intento en 1987 de estatización de la Banca del entonces Presidente Alan García Pérez y hoy investigado por el caso Odebrecht durante su segundo Gobierno. Coincidentemente ese año (1987), el historiador Lorenzo Huertas descubre el testamento de un hombre de origen griego llamado Pedro Manuel, que vivió en el Perú entre fines de los siglos XVI e inicios del XVII. La atención de la prensa por esos días se encontraba en la dura e intensa campaña electoral entre ambos contendores, y la preocupación de García se encontraba en buscar un candidato que pudiera oponerse al inminente triunfo del escritor. El gran descubrimiento de Huertas había pasado casi desapercibido.
En 1988 el entonces Instituto Nacional de Cultura (INC) declaró al pisco como Patrimonio Cultural de la Nación. A fines de la década de los 80, el Perú enfrentaba una grave crisis de seguridad nacional por el crecimiento del flagelo terrorista encarnado por los grupos armados Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.
La desastrosa política económica de García Pérez, sumada a la gran carga económica y administrativa del Estado, motivó que se crearán diversas propuestas de salvataje económico. Las encuestas colocaban a Vargas Llosa como virtual ganador de las elecciones y la alianza electoral que encabezaba FREDEMO había desarrollado un Plan de Gobierno que enfrentaba los males económicos y de seguridad tal cual el escritor lo narra en su libro autobiográfico “El Pez en el Agua”. Un plan económico y de seguridad contra el terrorismo que, salvo algunas pequeñas diferencias, luego sería aplicado por el equipo de Gobierno de Fujimori para recuperar la economía peruana y combatir el terrorismo.
El 26 de julio de 1990, es decir dos días antes que culminara el gobierno aprista, el entonces ministro de Industria, Carlos Raffo, emite una resolución ministerial que con posterioridad permitiría el desarrollo legislativo y económico de manera organizada de la industria vitivinícola, la cual como casi toda la industria nacional se encontraba casi quebrada, y como las industrias del campo tras la reforma agraria prácticamente en abandono.
A raíz de la derrota electoral el escritor retornó al mundo literario y en 1993 publicó tres libros:
- “La Verdad de las mentiras”, ensayo sobe la novela moderna que contiene diversos artículos o ensayos escritos entre 1987 y 1989, es decir escritos antes y durante la campaña electoral de 1990. Este mismo ya se había publicado en 1990 pero fue relanzado en 1993.
- El libro de memorias y autobiográfico “El Pez en el agua”.
- La novela “Lituma en los Andes”, la cual contiene una extraordinaria narración y presentación de la crisis de seguridad que, en la realidad, afrontaba la industria minera peruana y de seguridad con el fenómeno terrorista senderista, entre ellas la muerte de la ecologista Bárbara D´Achille, quien es presentada bajo otro nombre en la novela (señora D´Harcourt). Sobre el final de la misma el escritor presenta en los últimos capítulos a Lituma en el bar del campamento minero regentado por un hombre llamado Dionisio y donde el aguardiente de uva -el pisco- es presentado por el escritor desde un enfoque distinto a sus anteriores novelas, donde va demostrando un conocimiento más desarrollado del mismo y donde habla por primera vez en toda su obra del “pisco iqueño”, aromas, lagares, pisa de uva, o sea elementos tradicionales de la producción de nuestro destilado nacional.
En cuanto a Lituma, en la narrativa finalmente es ascendido de cabo a sargento, se casa y retorna a su pueblo natal, Piura, lugar donde se desarrollaría la novela histórica “La Casa Verde”, publicada veinticinco años antes. Esta sería su segunda gran novela, la primera es “La ciudad y los perros”, y previamente había publicado un libro de cuentos cortos titulado “Los jefes”, en el que aparece la narración “Los cachorros”. En estas primeras experiencias literarias el escritor presenta diversas historias y en diferentes atmósferas. En varias de ellas el pisco figura como un elemento en parte decadente y distorsionante.
En “El Pez en el agua” presenta una breve mención en la historia de su vida a un escritor muy talentoso llamado Pedro del Pino pero carente de disciplina para el trabajo literario, lo cual lo llevó a reflexionar sobre su vida y la literatura y el exceso de bohemia. ¿Dedicarse a la política, dejar de escribir, fue una falta de disciplina para el escritor?
Aquí un pedazo de esa historia que aparece en “El Pez en el agua”:
“Pedro del Pino Fajardo (…) Veía con benevolencia mi vocación y la alentaba, pero la verdadera ayuda que me prestó fue de índole negativa, haciéndome presentir desde entonces el peligro mortal que para la literatura representa la bohemia. Porque en su caso, la vocación literaria, como en el de tantos escritores vivos y muertos de mi país, había naufragado en el desorden, la indisciplina y, sobre todo, el alcohol, antes de nacer de verdad. Pedro era un bohemio incorregible, podía pasarse el día entero –noches enteras– en un bar, contando anécdotas divertidísimas, y absorbiendo inconmensurables cantidades de cerveza, de pisco o de cualquier bebida alcohólica (…)”. (pág. 121).
Si bien hoy en día el pisco es un producto que puede adquirirse en supermercados, licorerías o bodegas, detrás de este producto hay una cultura y tradición indesligables que se remontan a más de 480 años, es decir a la llegada de las primeras uvas viníferas al Perú. Es una cultura pisquera que casi nadie conoce por la poca promoción del Estado durante sucesivos gobiernos. Esta cultura se expresa en una fusión de conocimientos entre lo europeo, con la llegada de los españoles, los detalles del clima y de la tierra que hicieron posible que las parras se adaptaran al suelo sudamericano. El pisco ha convivido con culturas como la africana (en un inicio esclava), y con posterioridad con la asiática, que masivamente llegó para reemplazar la mano de obra esclava. No por algo la figura del “chino de la esquina” que retrata Vargas Llosa en “Los Cachorros”, al que los jóvenes miraflorinos piden 5 cocteles capitán, tiene mucho mensaje pues son las tiendas de chinos las que reemplazan las viejas pulperías del virreinato que retratadas en las acuarelas de Pancho Fierro pasaron a la posteridad, todo ello sin olvidar la imagen en tiempos republicanos de los migrantes italianos tras el mostrador expendiendo pisco, migrantes que protestaron ante la autoridad por la existencia de una calle llamada 20 de setiembre (día de la reunificación italiana) donde abundaban los burdeles y prostíbulos y ante la protesta cambió su nombre a jirón Huatica en la Victoria y luego se llamó “Renovación” (hasta ahora se llama así).
Detrás de la cultura del pisco subyace una identidad en la producción del destilado que ha sido transmitida de generación en generación, de padres a hijos, por eso muchos de los pisqueros se indignan cuando algunos buscan hacer patria con sus productos denigrando esa riqueza cultural que fue recogiendo tradiciones, costumbres, es decir un bagaje cultural inmenso mientras “la gente” sin saber ¿Cómo? Hoy prefiere el whisky (y están en su derecho), cuando hace 400, 300, 200 y 100 años los peruanos o habitantes del virreinato del Perú preferían el pisco al whisky y en algún momento todo cambió; sin duda, ello como consecuencia del incremento de las rutas comerciales y avances tecnológicos en el transporte de bebidas extranjeras. Un libre mercado con sus previstas consecuencias.
Hay que decir que, sin importar la época de la que se trate, cuando una persona adquiere un pisco, uno que respeta la tradición de su producción, adquiere parte del conocimiento de una familia que lo produce, de un pueblo, de una nación que se identifica con ese producto, y es desde esa perspectiva que vale reconocer que la obra de Vargas Llosa ¿probablemente involuntariamente? contribuyó y contribuye a mostrar en diversas ocasiones la peruanidad del pisco al mencionar esta bebida en varias de sus novelas de diversas formas. En los últimos 30 años, a raíz del descubrimiento del testamento del griego Pedro Manuel por parte de Lorenzo Huertas, el pisco tomó un impulso de reconocimiento y notoriedad nacional e internacional que forma parte de la bohemia en muchos lugares del planeta, y que no hace mucho fue reconocida en la India favorablemente al Perú pues se demostró su origen peruano, y presentada el ultimo 8 de marzo ante las autoridades de Tailandia por el profesor Dr. Eduardo Dargent Chamot conjuntamente con las autoridades del INDECOPI.
Parte de su cultura se encuentra de manera omnipresente en las obras de Vargas Llosa, quien sin saber de alguna manera ha colaborado con el consumo de esta bebida y los cocteles que con este se elaboran en los turistas extranjeros que visitan el Perú motivados por la lectura de sus obras, lo cual tal vez resulta una contradicción pues por confesión suya sabemos que aparte de ser disciplinado en su trabajo es una persona que apenas bebe vino, pero que de alguna manera supo retratar la figura del piscos y algunos de sus cocteles en historias de ficción que partían de algún lugar de su memoria.
Los que se encuentran en el ámbito del mundo pisquero no necesariamente se desenvuelven en la bohemia, pues su vinculación está más ligada al desarrollo de esta industria que se empezó a reorganizar a raíz de la estabilidad económica lograda en la década de los años 90 con la aplicación del Plan de Gobierno que había elaborado el equipo de Vargas Llosa pero irónicamente ejecutó Alberto Fujimori. Es decir que el plan lo había diseñado el equipo de MVLL pero lo implementó el equipo de su antagonista porque era lo único que había que hacer ante el desastre del predecesor de Fujimori.
Muchas de las historias que rodean el pisco en la obra de Vargas Llosa confirman lo dicho por historiadores de esta bebida en cuanto a que este destilado antes de los años 50 pasaba por una etapa de decadencia en cuanto a las cantidades de su producción y algunos de los lugares de su consumo pues había sido desplazado por otras bebidas como el Whisky, el Vodka, el Gin o el Ron, salvo algunas menciones que destaca los lugares de su consumo que recoge en 1929 al Club Nacional (Plaza San Martín) donde se brindaba con algún extraordinario Moscatel. Ya en los recientes años, a fines del siglo XX, pasó a ser un producto bandera y siempre ha sido de orgullo nacional. Resulta curioso que ambos productos (escritor y pisco) son originales expresiones culturales del Perú y que el fraude chileno de cambiar el nombre del pueblo de la Unión por el de Pisco Elqui se consolidara en 1936, año en que nacería nuestro nobel, y cuya principal crítica fuera la primera nobel de literatura chilena Gabriela Mistral quien criticara duramente el cambio de nombre de la Unión por el de Pisco Elqui, pues como bien señala Gonzalo Gutiérrez en su extraordinario ensayo, el nombre de la Unión se debía a la confluencia de dos ríos en aquel valle, en cambio el nombre Pisco ha sobrevivido en el Perú al de su fundación española (Santa María Magdalena de Pisco) pues ya era conocido este lugar como un lugar de riqueza aviar desde antes de la época precolombina y que fue retratada en los enseres, telares de las culturas Nazca y Paracas, así como los Chavín retrataron las figuras felinas por ser naturales de su zona.
En “La Verdad de las mentiras” encontramos algunas claridades respecto a realidad y ficción. Veamos qué nos dice el escritor entre los párrafos de esta su obra.
“(…) las novelas mienten –no pueden hacer otra cosa- pero esa es solo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que solo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es(…)todas las novelas rehacen la realidad embelleciéndola o empeorándola- (…) no es la anécdota lo que en esencia decide la verdad o la mentira de una ficción. Sino que ella es escrita, no vivida, que está hecha de palabras y no de experiencias concretas(…) De lo que llevo dicho, pareciera desprenderse que la ficción es una fabulación gratuita, una prestidigitación gratuita sin trascendencia. Todo lo contrario: por delirante que sea, hunde sus raíces en la experiencia humana de la que se nutre y a la que alimenta. Un tema recurrente en la historia de la ficción es: el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como ellas la describen (…). (págs. 7-11). “La Verdad de las mentiras”.
Tener pisco en casa es como tener un pedazo de la bandera peruana en el hogar. No quiero pecar de nacionalista o patriotero, algo que como el Nobel muchos detestan, sino que lo digo en recuerdo de los amigos o de la familia que ya no están y que crecieron con uno, como los pequeños productores de esos que andan aun por las rutas y los caminos de los arrieros.
Rutas que en la novela “Lituma en los Andes” transitaba Dionisio rumbo a Naccos con damajuanas para abastecer al campamento minero donde las noches andan abarrotadas de misteriosos pistacos, de huaycos, y de senderistas que asesinan gente inocente como la señora D´Harcourt en las páginas de la novela -donde Lituma es un cabo antes de convertirse en sargento y vuelve a Piura casado con Bonifacia. Y disfrutar del arpa de don Anselmo en la segunda “Casa Verde” porque la primera había sido quemada por el padre García (mientras irónicamente Vargas Llosa enfrentaría en la realidad a otro García del 87 al 90 del siglo XX, cuando el escritor salió a protestar en nombre de la libertad) porque era un lenocinio donde nació La Chunga y en la segunda, la Chunga es la que manda mientras el arpista viejo lleva el arpa pintada de verde en memoria del pueblo que lo vio nacer en la Selva, y por eso la “Casa Verde” era verde en pleno desierto piurano, sólo puede suceder en la imaginación del escritor.
Por eso nos animamos a escribir este trabajo y compartir nuestro punto de vista sobre la obra de un escritor peruano, el más laureado de su historia y la presencia del pisco dentro de su obra narrativa contextualizada en el siglo XX, tomando como punto de partida que Vargas Llosa había nacido en 1936, año en que los chilenos cambiaron de nombre un pueblo con la finalidad de arraigar su producto a la historia de ese producto que nació en otro país con mucha antelación y sobre el cual, tanto su empresariado como su Gobierno si han desarrollado políticas de consumo del mismo mientras el Perú, sigue caminando como Zavalita frente al Crillón, pensando en que momento se había jodido el país.
Curiosamente en el país del pisco el dueño de la palabra es el Estado y es el que menos invirtió durante años, aunque parece que la figura está cambiando de a pocos. Pero a pesar de ello ¿Puede llamarse acaso una industria exitosa y de bandera nacional, aquella que exporta algo menos u algo más cifras cercanas a los de 10 millones dólares al año? Un grifo en la avenida Javier Prado de Lima o en la Panamericana Sur debe de vender más gasolina al año que toda la industria pisquera junta exporta en todo un año. ¿Puede salir adelante una industria donde los que definen si un pisco es bueno o no, saben apenas algo de las raíces culturales del producto al que catalogan de bueno o malo, si apenas poco más de una década atrás se fueron definiendo los cánones de cata de la misma? ¿O donde el amiguismo sigue prefiriendo a la meritocracia para nombrar a sus representantes? No lo creo, pero así es el Perú donde a veces los políticos y los que no lo son encuentran entre las viñas de Lima, Ica, Arequipa, Moquegua o Tacna (las zonas de la Denominación de origen Pisco) o los campos de diferentes pueblos sometidos (o capturados) por la corrupción de sus autoridades son como los caminos retratados o descritos por el nobel hace casi medio siglo en “Conversación en la Catedral”.
“Avanzaron a oscuras, por calles ondulantes y abruptas, entre chozas de caña y esporádicas casas de ladrillo, viendo por las ventanas, a la luz de velas y lamparillas, siluetas borrosas que comían conversando. Olía a tierra, a excremento, a uvas” (p. 97).
En fin, historias para recordar también cómo es el Perú, y cómo es nuestro destilado y como un escritor lo tuvo presente al retratar al país que lo vio nacer, y al que donó gran parte de su biblioteca personal que se encuentra alojada en su ciudad natal Arequipa. Ojalá algún día puedan haber dos o tres escritores peruanos más de su calidad y capacidad intelectual que le permitió en el año 2010 ganar el Premio Nobel de Literatura.