Escribe: Lucy Quintanilla Fotos: Gran Teatro Nacional
“Lo que veas al despertar, esto sea tu verdadero
amor. Ama y languidece por ello; ya sea onza, gato, oso, leopardo o cerdoso
berraco, ha de aparecer a tus ojos, cuando despiertes, como digno de ser amado.”
W. Shakespeare
Una hoja en blanco, la sensación del silencio total acompañándote, seres humanos en tu mente, criaturas fantásticas rondando tus fronteras, mujeres y hombres sin límites y, de pronto, la fuerza intensa del sonido acercándose. Es la autenticidad de la fantasía enamorándose de la realidad, la inmortalidad del amor, los gritos del desamor, el vocabulario de la reconciliación y la renovación constante del sentido agudo ante la música, el punto de partida de Jimmy Gamonet, director, coreógrafo y el creador artístico de la versión del Ballet Nacional del Perú para la comedia romántica que, hace más de cuatro siglos, William Shakespeare materializara: Sueños de una noche de verano, en el Gran Teatro Nacional.
El poderío desplegado en escena es impresionante y, de pronto, la vida parece tomarse un descanso y el mundo detenerse durante dos horas, alejados totalmente de la realidad limeña al otro lado de la puerta tan solo para darle paso a un universo en que bailarines, que también son actores, describen el disfrute por la existencia, las ganas de reírse de uno mismo y una lluvia de sentimientos a través de la narrativa física y la intensidad que conceptualiza un sentimiento tan complejo como el amor. Este viaje es un recorrido por las emociones que atravesamos al estar enamorados, las ganas de vivir al máximo, las ganas de morir ante la ausencia del otro, la añoranza y el enojo, la nostalgia y el resentimiento, el permiso para perdonar y pedir perdón, la amistad recuperada y el regreso a la unión para siempre.
El tiempo pasa
sin premura, a través de dos actos en que los integrantes del elenco despliegan
potencia y sensualidad, así como ternura y complicidad. Bailarines en los que
la fuerza expresiva del cuerpo y el rostro se apodera de una compañía que habla
sin palabras, que grita con la mirada, que pinta con los brazos, que diseña con
las piernas, que coquetea con la sonrisa y se zambulle en escena con los pies
envueltos en puntas de ballet.
Sueño de una
noche de verano representa el reto para penetrar en el mundo del amor y
transmitirle a una audiencia sedienta de placer visual y auditivo lo que, a
través de la danza, se puede explicar: que amar a veces es un premio, y que
otras veces duele…duele mucho; que en un momento todo parece de otro mundo,
uno ideal y lleno de energía tan solo para pedir más, y en otro, todo resulta
sinónimo de perdición, silencio que ahoga, desconcierto y dolor. ¿Cómo expresar
eso sin palabras? Parece que tan solo con sonidos que van en perfecta sintonía
con los pasos de baile marcados por cada personaje en escena, desde las hadas
hasta un burro coqueto, o desde cada pareja de enamorados hasta un duende
despistado y luciérnagas coloridas.
EL OBJETO DEL
DESEO
Ella lo quiere,
pero él a ella no. Él la quiere, y ella también. Ellos se aman, aunque a veces el hechizo de
la propia vida permita giros inesperados, unos que acaso son el resultado de la
magia depositada en los lugares equivocados, solo para que el momento y el
espacio correcto, la atención y la voluntad reviertan aquel quiebre y todo
vuelva a la normalidad, algunas veces, con más de una lección aprendida.
Hermia y
Lisandro, Helena y Demetrio, Titania y Oberón, son los enamorados que entre
vueltas, saltos y movimientos que retan al cuerpo humano interactúan entre ser
mortales y unirse a seres encantados del bosque. Sus historias se entrelazan en
una serie de aventuras y anécdotas divertidas, a la batuta de un confuso y
pícaro Puck, el duende que resulta la estrella más querida para el público, el
culpable de tanta locura desatada al que todo se le perdona tan solo por ser un
niño, por ser un hombre, por ser real y humanamente torpe, aunque
provenga del mundo de la ficción.
Luciérnagas que parecen vivir en una eterna fiesta, corriendo por todo el escenario, dejando libres las alas y antenas juguetonas, ellas que son la representación de la pureza hecha color intenso volcado en amarillo, fucsia, lila y morado. Hadas doradas que completan la delicadeza emanada por Titania, interpretada por Grace Cobian, la primera bailarina de la compañía, totalmente empoderada en el escenario, destilando femineidad por cada poro, fuerza y también emotividad.
Rodeando todo
este conjunto, se abre un escenario que habla su propio lenguaje, el de la luna
llena que todo lo ilumina, los árboles inmensos resguardando la vida en el
bosque con actitud paternal, el cielo siempre azul y ese viento tácito que
permite que los personajes parezcan flotar constantemente, sin peso alguno,
cediendo a la representación de la libertad constante solo interrumpida,
temporalmente, por los antojos del desamor.
MÚSICA PARA
CONSTRUIR
Esta es una
relación muy íntima entre el coreógrafo y los sonidos. “Tengo que estar
sumamente familiarizado con la música, estudiar su estructura y empezar a
coreografiar desde ese momento. A mí, la música me da las sensaciones y las
indicaciones sobre qué tipo de movimiento debo usar, las melodías y las
alternativas”, comenta el director.
Hubo un punto de la vida en el que Jimmy Gamonet comprendió la necesidad de poder seguir una partitura y ya no solo de escuchar la música, sino también de verla de forma física. Dice que este conocimiento, por lo general, ayuda a alguien dedicado a la coreografía, aunque no sea radicalmente necesario.
Asimismo, afirma
que cuando estás componiendo, estás trabajando directamente con el artista y
buscas crear armonía entre la música, el nivel técnico del bailarín y tus
expectativas. Provees balance a nivel general, uno que logra que el artista se
vea bien y que no se sacrifique la narrativa.
Hay diversos
momentos conmovedores a lo largo de todo el relato, sin embargo, los que mayor
impacto han generado en nuestro coreógrafo son aquellos en que los acuerdos se
renuevan y el empezar otra vez, desde cero, abre una nueva oportunidad para los
enamorados. “Por lo general, las reconciliaciones siempre me han conmovido, a
nivel personal cuando las he tenido y también cuando las veo en otras personas.
Me conmueven, dependiendo de la interpretación del artista”.
LA CLAVE DEL
PODER
El poderío de
esta obra reside en el dramatismo intenso depositado en cada escena,
especialmente durante la confusión amenazante por la equivocación en los
hechizos de Puck.
La desgarradora
escena en la que Hermia se arrastra por el suelo, suplicando a Lisandro que no
se vaya, que no la deje, es el rostro de la desesperación, del ¡no entiendo!
¿qué pasa? ¿dónde estás? Es también la
sorpresa de Helena, ante el amor finalmente correspondido, el miedo e
incredulidad ante una realidad que ha esperado durante tanto tiempo y por la
que ha rogado siendo constantemente rechazada, hasta que un día, de pronto,
todo ocurre. Es la picardía de un hombre
con cabeza de asno que resulta el ser más lindo de todos para Titania, la reina
de las hadas y en quien radica el verdadero poder del bosque encantado. Será que, a veces, el amor ciego resulta la
razón de la felicidad, sin límites o cuestionamientos, tan solo viviendo el
momento, tal y como es.
Hay mucha lírica
entre escenas y la narrativa resulta sumamente intensa. “Eso ha tomado mucho
tiempo y es parte de la belleza de trabajar temas narrativos porque los chicos
se transforman en actores, les explicas con mucho detalle qué es lo que están
tratando de decir, qué está pasando, porque finalmente son ellos los que están
en escena. Son ellos los que cuentan la historia sin palabras”, comenta Jimmy
Gamonet, que busca darles las referencias más cercanas de la historia para que
luego los artistas las puedan filtrar a través del movimiento.
“¡Claro!, Le estás diciendo ¡te amo!, ¡te odio!, o ¡estoy confundido!” prosigue el director creativo, que afirma proveer de constantes imágenes mentales a los bailarines hasta lograr que, a través de ellos, la audiencia sepa lo que está ocurriendo, con máxima claridad. Hay todo un diálogo previo entre los artistas y el libreto de la obra, con tal de que no queden dudas.
¿Cuál es la clave
para representar el amor desde una coreografía y un género en el que solo se interpreta
con el cuerpo? Algo a lo que el orgulloso coreógrafo responde que mucho tiene
que ver con la madurez del bailarín, y que él se siente afortunado de contar
con un reparto que tiene gran dominio de escena. “¿A quién le doy los roles? El
rol se asigna no solamente basado en la técnica, sino también en el poder
interpretativo que tenga cada uno. ¿Qué te hace a ti más especial que otros?
¿Por qué a ella y no a la otra bailarina, si las dos son técnicamente buenas?
Entonces buscas detalles, te fijas en la idiosincrasia del bailarín, en lo que
me garantice que habrá fidelidad en la comunicación durante el proceso creativo
y de desarrollo de la obra y que van a poder transmitir eso a la audiencia. Es
un proceso fascinante para mí, uno que se acaba cuando ellos llegan al
escenario”.
Él es el chef que
cuida con máximo cuidado la concreción exitosa de cada receta, es el pintor que
parte del lienzo totalmente vacío, y por qué no, el escultor que tan solo con
la combinación del material entre las manos va dando forma a lo que se
convertirá en una obra llena de vida propia. “¡Es exactamente eso! Así sea
moderno, contemporáneo, narrativo, no narrativo, siempre se trata del proceso,
eso es lo más interesante para el coreógrafo. Una vez que todo está hecho, que
ya has puesto los ingredientes juntos y los has cocinado a cierta
temperatura…ya todo se terminó.”
UN SUEÑO EN
ESCENA
Jimmy Gamonet
sueña en grande y vuelca a la realidad del ballet peruano una obra a la que,
hace mucho tiempo, un escritor inmortal le dio vida a través de la literatura,
y por la que el romanticismo de Félix Mendelssohn removió la línea del tiempo
creando las notas musicales que atravesarían todas las generaciones futuras
hasta el día de hoy.
Sueño de una
noche de verano es una oda al amor, y también es la posibilidad que devela cómo
el registro de estos bailarines retrata el poder del drama íntimamente
entrelazado con la danza, la sutileza que envuelve de certeza la ilusión y la
habilidad para convencer al público de que el amor real nunca muere, por el
contrario, es celebrado de forma gloriosa devolviéndole la luz a ese bosque que
habita en la cotidianeidad de cada nuevo día.