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«La hora de la verdad», por Luis Fernando Cueto

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Empezó el zafarrancho. Los postes tambalean, la carpa se viene abajo, los cirqueros salen en desbandada y los policías y fiscales van detrás de ellos. Los periodistas están en su garbanzal, sacan fotos, toman notas, entrevistan a los payasos, y el pueblo al fin se entera que cuando necesitaba ser conducido por el mejor ciudadano, estuvo al mando de un papanatas que suplió sus incapacidades con mentiras. Un pobre chapucero que instruía a sus subalternos en cómo engañar al Congreso, a la Fiscalía, pero, cuando la verdad tomó cuerpo y estos se le torcieron, no supo taparles la boca para que no lo delaten. Y ahora todo el Perú lo sabe: en la peor circunstancia de su historia, tuvo al peor Presidente, rodeado de la peor gente.

Desde un principio, consciente de su falta de idoneidad para enfrentar la pandemia, el mandatario dio la orden de maquillar la realidad. Todo un ejército de burócratas se dedicó a controlar las cifras y manipular las estadísticas con el propósito de que nadie pudiera ver hacía dónde, con sus desatinos, empujaban al país. Ese fue el meollo de su estrategia. Y cada cierto tiempo, cuando sus errores saltaban a la vista, salía a buscar culpables. Le echaba la culpa a los otros, a los marginales, a aquellos a quienes el Estado nunca prestó atención. Se volvía loco cuando la gente, acuciada por el hambre, salía a las calles a vender sus baratijas. Y cuando la brutalidad policial causó la muerte de una docena de muchachos que se divertía en una discoteca, no supo qué hacer para dar vuelta a la tortilla; ordenó que les busquen antecedentes, que les hagan toda clase de pruebas a los cadáveres. En su mente obtusa solo afloró una idea: convertir a las víctimas en victimarios. 

Fiel a su estilo, desechó a los científicos y se rodeó de politiqueros y fanfarrones. De esa manera, cada medida que daba, era más descabellada que la anterior. Sometió a la población a una reclusión absurda, ilógica, en la que los sanos tuvieron que encerrarse, en viviendas precarias y reducidas, con los covid positivos, y el saldo fue de familias enteras arrasadas por el virus. No hubo una sola familia, un solo barrio (claro, me refiero a los de los pobres), en que no hubiera víctimas que lamentar.

Ordenó que, de todas las provincias, las pruebas sean llevadas a un laboratorio de Lima. De esa manera, los resultados, que debían de darse en 24 horas, terminaron dándose en 8 días. En ese lapso, como era de esperar, los positivos (que aún no lo sabían) contagiaban a medio mundo. El Gobierno siempre lo supo, pero nunca descentralizó las pruebas; en su afán de manipular la información, prefirió esa práctica perversa, infame, antes que salvar vidas.

Y cuando se trató de comprar los test, sus ministros de Salud y de Economía escucharon a quienes les dijeron que las pruebas chinas eran las mejores del mundo, y desecharon a los especialistas que les advirtieron que estas no servían, que eran pura engañifa. Siguieron el ejemplo de su jefe. Así hicieron negocios. Y lo que produjeron fue el infierno. Miles y miles de peruanos murieron con resultados negativos. Murieron en sus casas, en las calles, porque, como técnicamente estaban libres del covid, los hospitales se negaban a recibirlos. Y como esos muertos no eran tomados en cuenta en las estadísticas, el Presidente salía triunfante, mostraba su sonrisa macabra por televisión y decía que todo iba bien, que estábamos venciendo a la enfermedad.

Se podría argumentar que fue producto de la pandemia, que los demás países pasaron por lo mismo, pero no fue así. Eso se pudo haber evitado. Estando de por medio vidas humanas, se debió haber hecho un estricto control de calidad. Pero se prefirió el negocio, la ganancia. Esa es la única explicación para que, al mismo tiempo, sistemáticamente, el Gobierno pusiera trabas a los científicos que procuraban pruebas y vacunas nacionales. Hicieron las cosas al revés. Hicieron lo contrario, por ejemplo, que Uruguay, donde se apostó por los científicos y, antes de que llegara el virus, ya tenían una prueba propia. No tuvieron necesidad de comprar nada. El Perú sí. Pero eso no justifica que se haya comprado pruebas inservibles y desencadenado, con ello, la mortandad. Y eso no fue gratis. Para cometer tamaña barbaridad, no basta la incompetencia; se necesita también de la corrupción. Y quienes lo hicieron, tienen que acabar con sus huesos en la cárcel. 

Después vino la pitanza de los gallinazos. Los dueños de las clínicas, de las farmacias, de las plantas de oxígeno medicinal y demás mercenarios de la salud, acogotaron a la población desesperada. Un tratamiento del covid llegó a costar hasta un millón de soles (unos 300 mil dólares), una pastilla subió diez veces su precio, un balón de oxígeno que antes costaba 200 soles pasó a costar más de mil. Y todo ello con la complicidad del Gobierno. Incapaz de chocar con sus amigotes los empresarios, los funcionarios se hicieron de la vista gorda. Pero esa vuelta de ojos también tuvo un precio. Para efectos de una investigación, es preferible pensar que no fueron idiotas sino corruptos. Y que la incapacidad, la mentira y la corrupción mataron más gente que el virus.

Y luego el festín de Reactiva Perú. Una repartija inmoral, sádica, delante de los moribundos. El Gobierno regalando miles de millones de soles a sus socios los empresarios (sí, a los mismos dueños de las clínicas, las farmacias y el oxígeno que se lucraron con la pandemia), premiándoles por ser tan desalmados. Y también dándoles su alita, como se acostumbra en las mafias, a los buenos muchachos de las empresas corruptas de la construcción. Toda una orgía con el dinero de todos los peruanos, y que difícilmente será devuelto, pues el Presidente ya puso al Estado como garante. Es decir, que a la larga esa deuda será pagada por los más pobres, por aquellos que no recibieron ni un cobre, por quienes, en los distritos, en los caseríos, tuvieron que hacer colectas públicas para comprar una planta de oxígeno.

Pero todo tiene un límite, hasta la mendacidad. Y el accionar criminal, genocida del Gobierno ha sido descubierto. Los muertos empezaron a clamar dentro de sus nichos, debajo de la tierra, y los mismos delincuentes e inmorales, asfixiados por sus propias mentiras, rompieron la maraña para salir huyendo. La verdad entonces salió a la luz, y el mundo entero pudo ver el rostro horripilante, el cuerpo contrahecho de la desgracia. El Perú ha sido masacrado, arruinado, y los muertos ya deben sobrepasar los 100,000. En siete meses, ha quedado más quebrado que con la guerra con Chile, que duró cinco años. Y han fallecido más peruanos que en la guerra con Sendero Luminoso, que duró veinte. Eso no debe quedar impune. Es la impunidad, y no la delincuencia, el tobogán que conduce hacia un Estado fallido. Corresponde a los peruanos salir en auxilio del Perú. Es urgente, vital, exigir sanción para quienes condujeron al país a lo que ahora ya es inocultable: la catástrofe humanitaria.

Hace poco, Pablo Casado, líder del PP, dijo, respecto a la pandemia del covid, que solo el Perú estaba peor que España. Dijo la verdad. Pero el embajador peruano en ese país se molestó y le envió una carta manifestando su malestar. El pobre creía que aún seguía en funciones; no se dio cuenta de que el circo ya se había caído. Días después, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Joe Biden, nos mostró como el país que peor ha manejado la crisis de la pandemia. Y ya nadie dijo nada. Claro, hubiera sido ridículo salir a decir lo contrario, pues ya todo el mundo estaba enterado de lo que había ocurrido en nuestro país. Por eso, ante los ojos de la comunidad internacional, el Perú debe levantase, rehacerse, nombrar una Comisión de la Verdad que haga trizas la ominosa maraña de mentiras y devele todo lo sucedido durante la pandemia. Hoy más que nunca es necesario conocer la verdad. Y que se haga justicia. Solo así nuestros muertos podrán obtener paz, y nosotros, los sobrevivientes, encaminarnos con dignidad hacia el futuro.  

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Luis Fernando Cueto, (Chimbote 1964), Estudió Derecho y Literatura e ingresó a la extinta Policía de Investigaciones del Perú, siendo destacado a prestar servicios en Zona de Emergencia –Ayacucho-, en la época de la convulsión interna, circunstancia que más adelante se verá reflejada en algunos de sus libros. Como abogado, ha sido decano del Colegio de Abogados del Santa-Perú, y miembro de la Junta Nacional de Abogados del Perú. En su carrera como literato, iniciada a los veinticinco años, Cueto ha transitado por la mayoría de géneros literarios, como la poesía, el cuento, la novela y el ensayo. En el año 2009 ganó el Premio de Novela Política, por su obra Días de fuego. En el 2011, su novela Ese camino existe, considerada por muchos críticos como el más importante sobre el conflicto interno que sufrió el Perú en la década de los 80´del siglo pasado, ganó el Premio Copé de Oro, el más trascendente de las letras peruanas. Asimismo, su relato La venganza de John Lennon quedó finalista en el Premio Copé de Cuento del año 2018. Actualmente radica entre Alemania y España, donde ha culminado, en la Universidad de Barcelona, la maestría en Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana, y prepara una nueva novela, realiza investigaciones sobre la obra de José María Arguedas y de Oswaldo Reynoso, dirige el grupo de difusión cultural Harawi y colabora constantemente con revistas y diarios con artículos sobre temas jurídicos y literarios.

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Algunas preguntas desde un cine más libre que el de ustedes

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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¿Tendría que pedirle dinero —como un mendigo, aunque sea mi derecho, pero me harán sentirme así— a una serie de instituciones para filmar o grabar lo que mis ojos ven? ¿No les parece raro? ¿Diabólicamente laberíntico? ¿Será que ya no puedo ver con mis propios ojos sin su permiso?

¿Y qué tal si hago mi película como quiero sin la ayuda desinteresada de quienes quieren controlarme? Y si no quieren controlarme es que no son un Estado…

¿Y si no son el Estado me darán dinero para que yo les dé luego más dinero porque todo es dinero y todo lo que no es dinero no es nada en la práctica para ustedes?

Y estas instituciones tan indudablemente necesarias ¿son inocentes? ¿o tienen intereses y fines propios? ¿Fines contrarios a los míos? ¿Amarán el arte, la libertad de expresión colectiva tanto como individual y el pensamiento como tú (imaginando un tú ideal)?

¿Amarán internarse en el seno o en el abismo de lo desconocido para crear un mundo nuevo, una nueva vida? ¿O estas instituciones serán por su propia estructura reencarnaciones caricaturescas de los burócratas que torturaron a los personajes de Franz Kafka?

¿Es preciso que sepa lo que voy a hacer de antemano y que se los diga con pelos y señales? ¿Que cuente necesariamente con un plan pormenorizado? ¿O que mienta en nombre del sagrado cine industrial? Si lo que yo busco es que La Casualidad, Dios, El Azar, La Sorpresa, La Sincronicidad, El Destino, El Caos o El Misterio y El Milagro (entre otros ‘actores’ reales o imaginarios) intervengan; ¿cuál es la gracia de hacer como si lo controlara todo?

Actores. ¿Por qué traicionan las verdades de la vida con la falsedad insultante de su estilo de actuación? ¿No se dan cuenta que los mejores de entre nosotros se asquean con lo que hacen? ¿De qué nos sirven sus trucos? ¿Aprendemos a vivir o a reconocer el fondo de nuestro ser gracias a su repertorio manoseado?

En un mundo sometido a la voluntad maldita y destructora del dios dinero, para el que el crimen es el mejor negocio, ¿crees que ese dinerito te lo dan gratis? ¿O eres tonto y no sabes cuál es el precio que tendrás que pagar?

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Tragedia griega minera o esperanza peruana, he ahí el dilema

Mientras el país parece listo para reventar, los ministros invitados por la comisión de energía y minas vuelven a insistir.

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En la sesión extraordinaria de la Comisión de Energía y minas, desde horas antes se notó entre los congresistas la impaciencia y la irritación ante una situación límite. Con un país en vías de ser paralizado por protestas en 9 puntos del país, el Ejecutivo ha aplazado por cuarta vez la REINFO, el cual debía ya haber vencido pero no hay Mape que valga para satisfacer a unos mineros informales disconformes. Coincide esta situación con un aniversario más del sofocamiento de la revolución de Trujillo de 1932, que concluyó en la masacre de un número aún indeterminado de peruanos a manos del ejército peruano. En este marco conviene hablar de una tragedia minera griega que se cierne en el aire. Hoy se invitó a 4 ministros y ninguno vino.

Se cursó invitación a los ministros de Energía y minas, Economía, Ambiente y de Cultura. Ninguno vino. Solo asistió el viceministro de Energía y Minas para molestia de la Comisión que manifestó su profundo desazón. Esta es la segunda invitación que se hace y en la que son plantados los congresistas. Entre tirios y troyanos la conclusión es unánime: la responsabilidad recae en el ejecutivo. Las posturas varían en algunos matices, pero la bomba de tiempo literalmente la tienen al frente. Desde la semana pasada los mineros están acampados en la Abancay y cada día su número y molestia aumenta. Como señaló el congresista Paredes, lo que está en riesgo es arrojar a la pobreza a 50 mil mineros, a su vez calificó de  cobardes a un ejecutivo que hecha la culpa a otros sin asumir su propia responsabilidad. 

Mientras tanto, la situación en la calle se calienta. Las movilizaciones de hoy coinciden con el 93 aniversario de la revolución de Trujillo contra Sánchez Cerro, la que fue sofocada por el ejército peruano y con especial participación de la recién nacida FAP, que se inauguró con la gesta de ser la primera aviación en bombardear una ciudad y a los ciudadanos de su propio país, esto cuatro años antes que la Guerra Civil Española, lo cual convierte a la FAP en precursora en el bombardeo de una ciudad propia.

La escenificación de nuestra historia remite a una tragedia. Las tragedias no son razonables aunque sus protagonistas tengan buenas razones de lo que hacen. Son tragedias porque son ineludibles; no importa lo que se decida, el resultado será trágico. Aquí acontece algo semejante, donde las autoridades y grupos de interés yacen enredados en un nudo Gordiano que amenaza con romperse. Y sin embargo para ellos, Perú es un país católico. Existe la esperanza cristiana de romper aquello que parece ineludible, porque siempre hay otra opción: el amor, la caridad y el perdón. Quiero creer, y creo que no es tarde para desatar el nudo de una manera que no sea cortándola. Yo también amo este país porque aquí nacieron mi madre, Albertina, y Kareen.

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Enrique Congrains Martin

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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ECM perteneció a la generación del cincuenta junto a MVLL, Ribeyro, Zavaleta y otros; muy interesado en el realismo urbano y más aún, en la marginalidad, escribió Lima, Hora Cero (1954), Kikuyo (1955) y la extraordinaria novela No una sino muchas muertes (NUSMM, 1957) donde nos muestra los basurales de Lima, el mismo lo dice en una entrevista con el crítico Wolfgang Luchting. Y que luego desarrollarían escritores como Oswaldo Reynoso con los Inocentes y, mucho después, Cromwell Jara con su Montacerdos y su Patíbulo para un Caballo.

En NUSMM, los locos son vendidos o comprados y son usados como mano de obra gratuita, esclavos sin razón que fabrican pomos, tazas o botellas para la industria farmacéutica y demás. Aquí no hay condición social, son sobrevivientes, seres inexistentes en cualquier censo o cálculo estadístico. La “vieja” que regenta esta “fábrica” no tiene alma, su origen es sórdido, no tiene nada que la valide per se, que la haga amable o con algún tipo de conmiseración. Solo el dinero la mueve y no confía en nadie, solo en unos perros y en el “zambo” que la protege y le entrega favores de entrepierna.  Esta novela fue llevada al cine por Pancho Lombardi con guion de José Watanabe y teniendo como figuras estelares a Elvira Travesí y a Elena Romero. No obstante, es una versión recortada y no logra alcanzar los niveles que el libro expone de forma cruda y salvaje.

Cincuenta años después, ECM publica El narrador de historias (2007), un texto futurista dentro de la ciencia ficción que se ubica en el año 2075 donde Brasil ha anexado a Paraguay, y Argentina ha hecho lo mismo con Bolivia y en la que se desarrolla una guerra entre argentos y chilenos. El autor nos pone en un escenario bélico donde la literatura se ha reducido al lenguaje oral y así el protagonista Cayetano Cómpanis, sobrevive contando una misma historia, una versión de La pata del mono de Jacobs, con relativo éxito.

Hace unos días la Casa de la Literatura y el escritor Víctor Campos Ñique convocaron a los escritores José Donayre Hoefken, Erik Fernández, Óscar Limache, Arturo Delgado Galimberti y este servidor para disertar sobre la vida y obra de este psicopompo literario y que contó, además, con su familia directa. Fue un día de fiesta, testimonios y gratitud a uno de los grandes de la literatura peruana.

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Soy marxista, pero de Groucho

Lee la columna de Edwin Cavello

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Mi relación con el marxismo empezó en Buenos Aires, a comienzos del 2001. No fue por Karl, ni por el Manifiesto Comunista, ni mucho menos por El Capital. Mi marxismo viene de Groucho, el genio del bigote pintado, el puro y las cejas arqueadas; un revolucionario del humor absurdo que, junto a sus hermanos, fundó su propia corriente.

Una tarde de verano, haciendo zapping, me topé con El Bar, un reality show transmitido
por América TV. Allí, entre 12 personajes que convivían en una casa en San Isidro,
apareció un tipo distinto: Eduardo Nocera, a quien todos llamaban simplemente Edu. En
esos tiempos prehistóricos de internet y sin redes sociales, era difícil saber quién era
realmente. Pero bastaba verlo un par de minutos para notar que no era un concursante
más.

Hablaba de pintura, de cine, de literatura, de música. En medio de ese formato plagado de
banalidad, su presencia era una rareza luminosa. Edu era un bicho raro, de esos que no
se olvidan porque cargan con una locura brillante. En uno de los capítulos, soltó el
nombre de Groucho Marx y comenzó a desmenuzar su obra: películas, libros, vicios,
amores y, por supuesto, su humor ácido e irreverente. En ese instante, supe que tenía
una deuda pendiente con ese personaje.

Busqué sus películas y me sumergí en la demencia creativa de Una noche en la ópera,
Un día en las carreras, Una noche en Casablanca, El hotel de los líos… Y también devoré
sus libros Groucho y yo y Memorias de un amante sarnoso, donde el cinismo se mezcla
con la ternura y la inteligencia desarma cualquier solemnidad.

Años después, entendí que El Bar, producido por Cuatro Cabezas de Mario Pergolini y
conducido por Andy Kusnetzoff, también había sido una forma de subversión: colar en la
televisión comercial a un personaje como Nocera, escritor y profesor universitario, fue una
manera astuta de filtrar cultura por los poros del espectáculo.

Por eso debo confesar, que mi formación no solo vino de libros o charlas con mis padres.
La pantalla chica, a veces, supo ser una maestra inesperada. Hoy, Groucho sigue siendo
un referente de irreverencia, de lucidez y de resistencia al aburrimiento.

Y hoy, cuando muchos creen que el humor se hace “Hablando huevadas”, reafirmo mi
militancia: Soy marxista, pero de Groucho.

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¿Quién responde por la impunidad en Cultura?

El ministro Fabricio Valencia y otros exministros de Cultura se encuentran bajo la lupa, pero sin consecuencias.

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Desde su creación, el Ministerio de Cultura ha sido sinónimo de improvisación, baja ejecución presupuestal y escándalos de corrupción. Pese a sus limitados recursos, su historial está marcado por denuncias graves y funcionarios de alto nivel bajo investigación. La actual demora en los procesos fiscales contra varios de sus exministros plantea serias dudas sobre la eficacia de la justicia y el rol del Ministerio Público.

La exministra de Cultura, Leslie Urteaga Peña, quien en 2018 lideró la Dirección General de Defensa del Patrimonio Cultural, enfrenta una investigación preparatoria por presunta negociación incompatible, colusión y discriminación. Según la Fiscalía, integró una red que defraudó al Estado mediante la sobrevaloración de servicios y la utilización de un anciano de escasos recursos como supuesto proveedor. Una ferretería vinculada a esta red habría recibido 200 mil soles.

A esta situación se suma la investigación contra la exministra Patricia Balbuena, acusada de peculado doloso en el caso ‘Richard Swing’. Este escándalo, que involucró a cinco exministros de Cultura entre 2018 y 2020, muestra una presunta red que favoreció a Richard Cisneros con más de 175 mil soles en contratos irregulares. Rogers Valencia, Ulla Holmquist, Luis Jaime Castillo, Sonia Guillén y la propia Balbuena fueron señalados como presuntos responsables de estas contrataciones, que, según colaboradores eficaces, se habrían dado por órdenes de Palacio de Gobierno.

El patrón se repite: investigaciones abiertas, nombres en titulares y promesas de justicia que se diluyen con el tiempo. Hoy, el actual ministro de Cultura, Fabricio Valencia es investigado por la Fiscalía de Ica, con el respaldo de la Fiscalía Superior Penal de Lima, y ha iniciado una pesquisa preliminar de 60 días, con posibilidad de extensión, por un presunto atentado contra las Líneas de Nasca, mientras los procesos contra sus antecesores siguen sin resolución clara.

La pregunta es inevitable: ¿el Ministerio Público busca justicia real o simplemente administra el olvido? La acumulación de casos sin sanción crea una percepción de impunidad institucionalizada. Si el tiempo sigue beneficiando a los investigados, la lucha contra la corrupción se convertirá en una consigna vacía, y el Ministerio de Cultura continuará siendo un símbolo del fracaso del Estado en sancionar a quienes traicionan el servicio público.

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Regreso a Galarza

Lee la columna de Julio Barco

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Sergio Galarza es un escritor que leí mucho de adolescente. En tiempos donde la brújula de mis gustos era mi salvaje corazón. Conecté con su libro Matacabros, con aquellas escenas de la vida en Lima, con adolescentes, alcohol y violencia. Después leí Todas las mujeres son galgos, El infierno es un buen lugar, La soledad de los aviones e incluso su novela Paseador de perros, escrita en su etapa europea.  

¿Qué me atraía de esos libros? ¿Por qué los buscaba desesperadamente por las librerías de Quilca? ¿Acaso el lenguaje desinhibido? Sí, fue un autor que me tocó digamos entre los dieciséis. Lo leímos con la tribu del barrio, mientras prendíamos un fallo y nos contábamos algunas escenas, generalmente ambientadas por The Velvet Underground.

Pasaron los años y ahora estoy frente a uno de sus nuevos trabajos, Cuentos para búfalos (2015), que ya muestra a un narrador adulto, sí, aunque igual nos devuelve algunas escenas de sus primeros trabajos. El título tiene un motivo especial: es una referencia a una reflexión de Roberto Bolaño, donde comparaba el acto de ganar concursos con el de cazar animales salvajes. Esos búfalos son los diez textos que comprenden el volumen. Y nacieron por la urgencia de tener dinero para solventar el nacimiento no de uno sino de dos hijos.

En La chica sin un brazo Galarza regresa a su primer tópico (los homofóbicos), así como Skate or Die y Todas las mañanas de mi padre guardan similitud con su mirada juvenil. Sin embargo, Al borde del borde, premiado generosamente con doce mil euros, es el cuento más destacado. El narrador es un pituco y estudiante de Derecho, fanático de la música alternativa. También es amigo de Harry, el personaje central, que tiene un puesto de discos de música, el Harry Underground. Así, la historia es un fresco de la juventud, el rock y el desenfreno. 

Si bien todos los cuentos son consecuencia de concursos, guardan una misma sintonía, un nervio realista. A su vieja facilidad para crear escenas memorables se suma la reflexión política y una mirada distante que le da más hondura de sus textos.  Volvamos a Galarza.

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Cuadrilátero, de Daniel Rodríguez (2024)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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Qué tan inusual es Cuadrilátero (dentro del cuadrilátero no demasiado inspirado del cine peruano). En principio, y con ciertas prevenciones, sí; es inusual, hay un intento de hacer algo distinto, que se agradece; pero, desde otro punto de vista, en realidad, no, es solo y otra vez más-de-lo-mismo. Pese a los esfuerzos. ¿Mi conclusión o síntesis de estos dos puntos contrarios? Creo que hay que perseverar por el camino que está abriendo o tratado de abrir. Creo que hay una búsqueda pero que aún no logra escapar de lo peor del realismo, razón de las desgracias del cine peruano. ¿Y a qué me refiero con realismo?  

A un estilo de actuación y una cosmovisión reductora y simplificadora. Sabemos que el realismo no es la ‘realidad’, y el realismo a la peruana es grandioso, reduce el realismo, la realidad ya reducida previamente. Qué hazaña, compatriotas. Gloria al cliché.

Cuadrilátero, aunque no parezca, nos muestra las piezas de su juego. Su hermetismo es más enigmático que misterioso, tiene más de adivinanza o encriptamiento, que de búsqueda de lo ‘misterioso en sí’. No digamos del misterio de la vida, digamos del misterio del comportamiento humano.

Cuadrilátero coquetea con el fantástico. Y el fantástico no se deja seducir. Aprovecha -a medias- la oportunidad hacia una masiva salida sádica (era una posibilidad ‘extrema’; para entendernos: acuérdense del desenlace ‘tímido’ de Días de Santiago, de Josué Méndez). Tibio-tibio.

Es un juego que aparentemente no tiene explicación. O es muy sencillo. Comportamiento ‘animal’. Animalizado o des-humanizado. O solo son humanos, capaces no solo de lo mejor sino de lo peor; o de lo irracional (la carta marcada sería la palabra trauma) tras una pátina enferma de ‘orden’.

Orden, simetría, reglas y más reglas. Inflexibles y no de lo más sutiles. Que una película te torture puede ser bueno y malo. Pero tortúrame para decirme algo que no sepa o que haya olvidado. ¿Gusto, glorificación de la violencia? (aparece por ahí alguna melodía como para recordar lo lejos que está La naranja mecánica).

Las explosiones de violencia -no sé qué tan contradictoramente- resultan un alivio. Lo abstracto, por su parte, funciona o contribuye para crear enrarecimiento, opresión. O será -insisto- la mentalidad reduccionista pequeñoburguesa de mis compatriotas al hacer cine lo que me produce, por lo menos en parte, la opresión.

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¿La sociedad de minería y su títere de palacio buscan criminalizar la protesta minera?

Buscarían crear las condiciones para generar caos y violencia con elementos infiltrados y así justificar la captura de sus principales dirigentes y asesores para descabezar a la CONFEMIN.

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Por Jorge Paredes Terry

En los últimos años, los gobiernos de turno han perfeccionado un método represivo para neutralizar las demandas sociales: la criminalización de la protesta. Bajo el pretexto de mantener el «orden público», se estigmatiza a los movimientos sociales, se infiltran agentes provocadores, y se judicializa a los dirigentes legítimos.

Hoy, este riesgo acecha a la Confederación Nacional de la Pequeña Minería y Minería Artesanal (CONFEMIN) quienes se encuentran en una movilización pacífica frente al Congreso de la República.  

El pretexto: un informe policial sospechoso.

Según el Memo 012-2025 de la Dirección de Seguridad del Estado, se alerta sobre una supuesta «toma violenta» del Congreso por parte de los mineros artesanales, argumentando que habría «infiltrados» para generar caos. Este lenguaje es clásico en los manuales de criminalización: se sataniza la protesta antes de que ocurra, justificando una represión desmedida.  

Lo grave es que, tras este operativo, podrían estar las grandes compañías mineras y consultoras de seguridad internacional, interesadas en debilitar a los pequeños mineros para imponer sus proyectos extractivos sin resistencia.  

El objetivo: descabezar el movimiento.

El verdadero peligro no es solo la represión en las calles, sino la detención selectiva de dirigentes y asesores, acusándolos de sedición, disturbios o terrorismo. Así se busca quebrar la organización, sembrar miedo y desarticular la lucha.  

Llamado a la prudencia y la resistencia legal.  

Frente a esto, los mineros deben:  

1. Mantener la protesta pacífica, sin caer en provocaciones.  

2. Documentar todo acto represivo (grabaciones, testimonios).  

3. Exigir veeduría internacional para evitar abusos.  

4. Preparar defensa legal anticipada, ante posibles detenciones arbitrarias.  

El pueblo no olvida. Si el gobierno insiste en reprimir en lugar de dialogar, quedará claro quiénes defienden al pueblo y quiénes protegen los intereses de las grandes mineras.

Que la lucha no se apague con la cárcel, sino que crezca con la verdad!

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