Opinión

Eugenio Vidal, el amanecer sin esquinas

Lee la columna de Hans Alejandro Núñez

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El día 30 de agosto último falleció Eugenio Vidal, comunicador, periodista, deportista, fotógrafo artístico, escritor, músico y amigo de sus amigos. Recordamos su multifacética vida, rescatando su amor por el arte, de quien fuera un gran amigo del gran escritor Oswaldo Reynoso.

Me impresionó al llegar a su velorio su rostro tranquilo y limpio, como si tan solo durmiera, con su skate volteado de costado bajo su féretro y buena música sonando, porque la música que escuchaba Eugenio siempre era bueno. «Esa es, vamos», recuerdo nos decía ante cada propuesta descabellada para una nueva andanza. Siempre dejaba la puerta abierta para una aventura. La suya, su vida, fue eso, una aventura con una sonrisa del tamaño de un sol.

A diferencia de muchos artistas que crean obras muertas, Eugenio supo hacer de su vida una obra de arte, fue puliéndola hasta hacerla un diamante. Hay en la historia del arte un tipo de artistas distinto, y es el que inspira una obra. Eugenio era eso. Pero también tuvo sus incursiones en casi todas las facetas de las artes.

Eugenio quien entrevistó a Oswaldo Reynoso para el libro de Santiago Pedraglio, una serie de entrevistas a personajes relevantes de la escena cultural del siglo XX de Perú, tenía el innegable don del escritor.

«Yo te presento el libro» le dijo Oswaldo años atrás a Eugenio, cuya capacidad en la escritura queda atestigua en el entusiasmo del reconocido escritor arequipeño hacia su talento. Eugenio había escrito un libro de relatos el cual lo presentó a Oswaldo que quedó encantado con su prosa. No obstante, el borrador del libro se perdió.

Una capacidad suya, muy extraña hoy en día, era su natural alegría. Era como si los contratiempos no le importaran mucho, sabía tomar las cosas serias como se tienen que tomar, con sentido del humor, y pasar a otra cosa. Ante momentos desagradables o los problemas, en lugar de frustrarse encontraba siempre Eugenio un atajo para su alegría. Si por ejemplo, ibas en grupo con él pero guiados por Gino, su amigo, después de diez minutos todos acabábamos perdidos, entonces operaba la magia, Eugenio decía algo o hacía algo y terminábamos todos encontrando allí mismo donde nos perdimos el destino de nuestras búsqueda, que por lo general siempre eran parques. Y es que siempre encontraba un atajo para nuestra felicidad y también sabía atajar ese atisbo de mal humor que nos tentaba cada pequeña frustración. Como decía Eugenio, “Regla número 1: no le hagas caso a Gino”.

En esas salidas nocturnas Eugenio se mostraba como un líder que no conduce, sino que agrupa, preocupado siempre por los demás, animándonos, jamás corrigiéndonos, nos aceptaba cómo éramos. Si estábamos por movernos de un sitio a otro nos decía “un momento está viniendo Gero, y Netox y Hoffa está a cinco minutos. ¿Gigi por dónde estás? Estoy acá con Ahumada ya llegó con Arévalo. Apúrate que sombra se va temprano, ya sabes cómo es, se cree Cenicienta, nunca se queda después de la medianoche”. En palabras de su novia Pilar Fonseca, Eugenio fue “un compañero incondicional”. Y todos los que lo conocimos lo sabemos.

Estas andanzas que parecen tan pueriles sin embargo son más significativas de lo que se cree. Yo no lo sabía entonces, pero cien años atrás por el parque del retiro en Madrid, caminaban de noche la tribu de nuestros ancestros, los escritores Pio Baroja, del Valle Inclán, Maeztu, los poetas Pedro Luis Gálvez y Buscarini, la anarco poeta Ana María Martínez Sagi y una serie de animales del arte que hicieron poesía y fueron motivo inspirador de otros que les siguieron. Los parques han sido significativos en la vida literaria, tuvieron su epicentro en México en torno al parque hundido con los poetas infra, pero también con la gloriosa generación del 98 y la del 27. Ese calentarnos caminando juntos por las calles en días lluviosos y fríos hablando de una película o de un libro mientras escuchabas a Pilar a Diego y Rodrigo discutiendo sobre no sé qué verso de Vallejo o Eielson, practicando todos el venerable ejercicio de peatones nocturnos a los que nos impulsaba Eugenio, todo fuera para salir un rato a disfrutar del frío para saber que estábamos vivos. Esa práctica tan literaria es enseñanza de Baudelaire. Y ese caminar con Eugenio era literatura a paso firme.

 Desde los tres o cuatro años Eugenio leía. Testigo es su biblioteca la cual atesoraba libros de filosofía, de cine, tenía el Tractatus de Wittgenstein y una joya bibliográfica única: la primera edición de 1998 de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, el de la pasta blanca. Dios mío como he codiciado ese libro. Eugenio no tenía libros, los libros lo tenían a él.

Eugenio también fue actor, participó en la película El soñador (2016, dirigido por Adrián Saba), y fue documentado en la película Prometeo Descadenado (también conocido como Homeless riders), dirigido por Jackie Coogan (Pseudónimo de Gabriel Zamalloa), un documental imprescindible en tanto retrato juvenil de una época, donde aparecen, además del mismo Eugenio Vidal, su novia la escritora Pilar Fonseca y el poeta Rodrigo Ahumada.

Además de actor y personaje documentado, Eugenio se desempeñó como periodista, músico (era un excelente pianista, quien, según su madre, Margarita Sánchez, él mismo explicaba que “lo que compongo es lo que siento en este momento”). Fanático de los libros, del cine y la música era también un amante del skate, siendo uno de sus más destacados retratistas a través de su buen ojo fotográfico.

El cineasta y crítico de cine, Mario Castro Cobos, lo recuerda así. «Un día me enseñó un trago diciéndome, “esto es exquisito y sé que te va a gustar”. Cada vez que me tomo un negroni digo salud por él».

La temprana pérdida de Eugenio es grande. Si nos apresuramos pareciera que no dejara muchas obras detrás, sin embargo, una mirada más minuciosa nos revela algo diferente: su presencia fue estimulante en la escena cultural más alternativa y joven. No hay casi nadie en Lima menor de 40 años que no hubiese alguna vez tratado con Eugenio y su rigurosa alegría que entusiasmaba vigorosamente la escena. Podías verlo en cineclubes, en galerías de arte o practicando el skate, como también en cafés y bares. Su presencia era suficiente para saber que algo nuevo, distinto e interesante estaba ocurriendo. Era del tipo de personas que forman esa fauna cultural que inspiran a los artistas. Si existe la musa, también debe existir el muso, y él era ese eterno joven que iluminaba la noche, que ofrecía la calidez de su voz en los días más fríos de nuestra soledad. Eugenio era un amigo. Era alguien a quien tenías que conocer y a quien tenías que compartir, porque él inspiraba con esa sonrisa suya que era un amanecer sin esquinas.

 Su pérdida es también la pérdida de una pieza clave de la escena cultural urbana limeña, el de la personificación más ecuánime de una parte de nuestra juventud global que vivía la cultura con pasión y entrega. Podríamos hablar de él como la imagen de una época, de la mejor época de nuestras vidas, del retrato de nuestra juventud, de esa Lima en rock. Ahora queda en los que lo conocimos el deber de preservar ese acervo que fue su presencia, porque la cultura no son películas, ni libros, ni pinturas, la cultura son las personas que motivan la aparición de esas obras, los que la inspiran porque hacen de sus vidas la cultura misma, y él mismo dejó como legado la frescura de su existencia. En una época como la actual, seca y árida, dónde casi todo parece momificado, Eugenio fue, y es también ahora en su recuerdo, una ventana abierta que deja entrar el viento para que no nos sofoquemos.

Eugenio Vidal es un artista de la vida. Nunca te vi enojado Eugenio, ni de mal humor, tampoco triste ni amargado. Era como si siempre la pasases bien. No podía comprender hasta que te fuiste, Eugenio, que era tan fácil disfrutar de la vida, que es algo que tenemos al alcance de la mano y además gratis, y a la cual tú le sacabas el jugo e incluso nos lo compartías como quien rota un cigarro en una noche fría. Hoy que te velaron llovió, era como si se despidiera Lima de ti, esta ciudad que recorrías en skate como si tuvieras veinte años, porque tú siempre tuviste veinte años, tú eres la imagen de nuestra juventud. Y ahora que te has ido serás por siempre joven. Eugenio, francamente nunca te imaginé viejo. Tu si entendías la vida. Esa es, Eugenio. Esa es.

Como no soy poeta tengo que citar a otro poeta para debidamente saludarte.

XL

Así, con tal entender,

todos sentidos humanos

conservados,

cercado de su mujer,

Y de sus hijos y hermanos

y criados,

dio el alma a quien se la dio,

el cual la ponga en el cielo

y en su gloria,

y aunque la vida perdió,

dejónos harto consuelo

su memoria.

(Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre. Siglo XV)

Hasta pronto Eugenio, nos vemos más tarde.

A la memoria de Eugenio Vidal. Te recuerdan tu madre, tu novia, tu hermano, tus amigos y los skates cada vez que dan una pirueta.

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