Cultura

Entrevista a Nicolás López-Pérez, escritor y poeta chileno

Lima Gris conversó con el escritor chileno sobre el panorama de la poesía latinoamericana y la difusión de la cultura en la era digital.

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Nicolás López-Pérez es una actualidad de las letras del sur latinoamericano. Nacido en Rancagua (Chile) hace treinta y dos años, representa, por su obstinado estudio y esfuerzo, una realidad y una figura a observar con detenimiento. Viene publicando poemarios de ambicioso estilo, traduciendo poesía y publicando a diferentes autores a través de su contraeditorial Astronómica. Realizamos esta entrevista vía online para todos los lectores de Lima Gris.

Hay una ausencia de lecturas y conocimientos de la poesía chilena en nuestro país; por eso mismo, me gustaría empezar con este punto: si un lector se aventura a conocer la poesía chilena de los últimos años, ¿cómo deberíamos orientarnos?

Me parece preocupante el diagnóstico de la ausencia. Es probable que el panorama lo tengas más claro que yo. A mí me da la impresión que, en cuanto a poesía, el Perú es un lugar bastante letrado. El hecho de conmemorar cada 15 de abril el día del poeta nacional es ya un logro, aunque sepamos que conmemorar —en estos tiempos— es un espectáculo a veces forzado, otras banal. La conmemoración termina agotándose en su continuidad repetitiva y en los procesos de individuación. En fin, de seguro en el Perú se conocen los monumentos de la poesía chilena como Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda. En lo que respecta a la «poesía de los últimos años» me resulta impertinente empezar a chorrear nombres y, más aún, moldear a un lector a partir de un canon personal y basado en mis propias afinidades. Cada generación, cada década tiene su poeta institucional, su poeta polémico, su poeta meloso. Si el desconocimiento es cómo dices, sería un poco infructuoso partir por gente que está en el tramo de los cuarenta años como Héctor Hernández Montecinos o Ernesto González Barnert (ambos editados por la colección digital de la Municipalidad de Lima). Dos poetas que en nada se parecen. Uno rupturista que arma y desarma el poema y la poesía a gusto en vista de la obra. El otro, en cambio, que mantiene ese registro conversacional, coloquial y con chilenismos, aunque muy apegado a lo que se cree es o parece ser un poema. Casi un poeta pop, a veces con reminiscencias al imperialismo cultural gringo o inglés. Yo no lo leo desde la nostalgia. Mucho más infructuoso sería hablar de jóvenes posnoventistas (como dijera la escritora española Luna Miguel para los nacidos en la década finisecular) como Fernanda Martínez Varela o Marcelo Nicolás Carrasco, dos poéticas que han aprendido a construir sobre las ruinas lingüísticas de sus predecesores. De lo infructuoso, de lo improductivo, una poética como crítica del lenguaje, como vehículo de afectos politicos o bien, como una experiencia estética agradable. Nombres hay cientos, insisto, sin embargo, quien esté interesado podría bucear en la etiqueta “poesía chilena” o en cualquiera de las subetiquetas ad hoc, presentes en la mediateca la comparecencia infinita. Pienso que la curatoría es incompleta, pero útil para hacer conexiones. Los lectores se crean a partir de encuentros, casualidades e inquietudes. No quisiera darle a ninguno la excusa para guarecerse en una zona de confort. Los y las poetas están, lo próximo es descubrir y bailar.

En relación a tu trabajo poético, vemos que vienes de una etapa muy vanguardista, para irte decantando por una poesía más sencilla en apariencia, aunque no en hondura, ¿te gustaría contarnos sobre tu itinerario poético último? ¿Sigues trabajando en esa línea? Cuéntanos de tu presente literario.

La otra vez leía una entrevista a un poeta chileno cuyo oficio era el de soldador. Él contaba que un amigo suyo le hacía el paralelo entre la composición de un poema y el valor de la soldadura como enlace. Lo encontré ingenioso. Pensé en esas tareas de una asignatura escolar que se llamó técnico manual y luego, educación tecnológica. No sé si aún existirá, le he perdido la pista y solo ahora vuelve a mí retroproyectada para ilustrar. El profesor del ramo nos pidió una pistola para soldar y soldadura. A decir verdad, nunca fui bueno para las manualidades, pero sí me pareció interesante ver cuando la soldadura se calentaba y se derretía hasta ser una suerte de pegamento hecho de metal. En la adolescencia tuve un amigo que reparaba los audífonos que se echaban a perder de un lado. Lo hacía con soldadura. Parece una buena metonimia para explicar el trabajo poético, aunque yo solo he hecho cosas burguesas para sobrevivir. Cuando partí escribiendo en serio, en sociedad y con una consciencia crítica y nada autocomplaciente de lo que hacía, estaba bastante equivocado. Publiqué una plaquette-libro que iba en una dirección indeseada, obnubilada por un contramensaje, o sea, todo lo que no quería transmitir. Pareció que escribir poemas de amor, pero ya no buscar el amor en la realidad, hizo que el ejercicio escritural para mí no tuviera sentido. No obstante, de ahí comenzó una incursión literaria interesante y que dio paso, a lo que has dicho, a esta etapa vanguardista plasmada en un par de libros: De la naturaleza afectiva de la forma (2020) y Metaliteratura & Co. (2021). La verdad es que, como Oquendo de Amat, tuve miedo y me regresé de la locura. En esta década, pese a la parálisis de la pandemia, han pasado muchas cosas. El tránsito a esa poesía que dices más sencilla, fue una manera de aferrarme a una corriente en la que pudiera nadar y, tal vez, fruto de algunas lecturas como la poesía de Eielson, Kavafis, Larkin, Ashbery y Bolaño. Ferdydurke de Gombrowicz, recomendado por mi querida Virginia Benavides, me ayudó a pensar algunas cosas sobre la forma. Hoy, en realidad, me tomo la escritura con calma. No he cambiado esa idea de escribir libros & hacer libros, tengo muchos poemas escritos a mano, algunos archivos de Word que son semillas que de a poco toman forma. He bajado un cambio y creo que a veces me voy “con el vuelito”, sin acelerar ni mantener la velocidad. El trabajo es mi pan de cada día. Hasta ahí creo que es justo contar. El resto es la vida misma y, por supuesto, la esfera privada de una persona nada excepcional. Un weón más, como se diría en chileno.

Eres un conocedor de poesía latinoamericana, queremos saber más sobre ella. ¿Qué autores nos recomiendas leer?

Creo que aquí insisto con la remisión a la comparecencia infinita y a las distintas etiquetas que tiene esa mediateca, por nacionalidad (aunque no sea el dispositivo que me gusta más). Luego están las diferentes antologías al respecto, un poco para dar a elegir a los curiosos que en verdad quieran saber más. Por ejemplo, el precioso esfuerzo que es Medusario, al cuidado de Kozer, Echavarren y Sefami. Hay varias ediciones. Si mal no me equivoco pasó por las manos del Fondo de Cultura Económico, Mansalva en Argentina y RIL Editores en Chile y España. Esto ya para lectores que quieran dislocarse con la poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Ahora si se quisiera un salto cuántico al siglo XXI, están las tres partes de 4M3R1C4 (de las que hay solo dos publicadas) compiladas por Hernández Montecinos. Para cosas más clásicas está la selección de Piedad Bonnett que tiene, entre otras, a las voces canonicas. No todo es hablar de lo que nace en las repúblicas y estados consolidados, por lo que una mirada a cualquier libro de poesía latinoamericana indígena vendría bien. Por ejemplo, a Los cantos ocultos, al cuidado de Jaime Luis Huenún, editada por LOM en Santiago de Chile el 2008. De todas maneras, la mayoría de estos libros están pirateados en la web, de seguro uno se encuentra con los archivos. Si el deseo es de realidad, quiero decir, para quienes tienen el fetiche del libro en papel, el llamado es ir donde el librero de confianza. En el centro de Lima por donde está el Queirolo hay varios negocios donde encontrar alguna antología para continuar. O bien, donde el poeta Ángel Yzquierdo Duclós que tiene su puesto en Gamarra. Esta es una recomendación que tomo de los textos y experiencias de Julio Barco. Cuando vuelva por Lima iré.

Manejas no solo un blog de difusión diaria de poesía, sino también uno de difusión de ensayos. ¿Qué tanto consideras que se puede hacer en tiempos de digitalidad por la cultura?

Depende de la voluntad y del tiempo para hacer activismo cultural. Detrás de cada esfuerzo virtual, hay, aunque sea ínfimo, un efecto en el mundo real. Sea individual, compartido o afín. Con lo último quiero decir, una puerta que abre otra. Preliminarmente, dos problemas. El financiamiento y el impacto. Por una parte, la gestión de un espacio cultural (incluso virtual) requiere, digámoslo en jerga leguleya, de un lucro cesante. O sea, de dinero que permita no solo ponerlo en movimiento, sino también cubrir o remunerar ese tiempo que emplea el gestor. La dificultad se ve caso a caso. De por sí, hay una inversión del recurso tiempo. Por otra, el impacto, el alcance de lo que se hace, por ejemplo, gestionar un espacio cultural frecuentado por cuatro gatos o por un número no despreciable de personas. Puede que esto sea balanceado la mayor parte de la vida del proyecto de que se trata. O puede que no. Tanto los espacios como los personeros que pertenezcan a un campo cultural (reconocidos o no como tales) son esencialmente pasajeros. El accidente es ya tener público y plata. Entre talón de Aquiles y el orgullo, por eso la autogestión se celebra, piensa que logra franquear esas barreras. Y sí, pero el asunto es la permanencia en el tiempo. Tanto la comparecencia infinita como los tiempos postergados son, desde un punto de vista, ejes desgastantes. No obstante, los veo como una dicha no solo para los que se han suscrito a las actualizaciones, sino para el archivo que se crea y al que cientos pueden llegar al día. Basta con una pequeña ayuda de Google y estamos. Me agrada la idea de que el encuentro sea fortuito. Luego están las redes sociales como plataforma, pero a decir verdad son otra inversión de tiempo y energía. Si el trabajo es cooperativo y no solitario, mejora. Aunque atraer a la gente implica participar de las dinámicas de entretención. Al final, todo es contra la cultura. Me conformo, a veces, con que haya algunos que no la miren como un adorno o un bien de consumo. Al menos eso es lo que está detrás de mi no-activismo, sino solo porfía e idealismo de que alguien sufra una catarsis con la poesía y con la literatura. El resto son asociaciones inusitadas, conexiones provisorias y puntos de llegada.

De tu experiencia en Italia, sumergiéndote en las fauces de otro idioma distinto del que has estado acostumbrado toda tu vida, ¿qué nos puedes decir de su literatura y de su cultura?

Siento que para mí sería un poco apresurado ya emitir juicios categóricos. De lo que he visto, es una aproximación más en términos de profundizar lo que se conoce o superficialmente o en modo caricaturesco. Desde fuera hay cosas que se ven luminosas o sombrías, pero es la distancia la que calibra el prejuicio y el juicio. La literatura de un país es siempre vasta y depende de donde la mires van surgiendo nuevas cosas. Hay un cauce canónico que forja la tradición de lo más conocido y allí puedes agrupar, al menos en Italia, a tipos como Torcuato Tasso, Guido Cavalcanti, Dante Alighieri, esos del Dolce stil novo y Giovanni Boccaccio que con su Decamerón logró transmutar la forma del derecho en la literatura. Al respecto hay un ensayo precioso de un querido profesor e intelectual chileno Raúl Rodríguez Freire. Y si sigues tirando del hilito te encuentras con obras fascinantes como las de Giacomo Leopardi con sus cantos y su sorprendente Zibaldone (una obra de ensayo escrita en 15 años y que agrupa más de 4500 páginas). O con una novela de culto que es I promessi sposi de Alessandro Manzoni que cuenta la historia de Renzo y Lucia, en una prosa y una trama que haría temblar al mismísimo Shakespeare. O poetas como Alda Merini o Chandra Livia Candiani que conjugan el erotismo y lo místico. O poetas como Sandro Penna o el gran Pier Paolo Pasolini que supieron lo que es reventar el margen. A mí la antología de Carlos Germán Belli de poesía italiana me enseñó mucho. Es un librito del 2018 de Casa de la Literatura Peruana. En general, el resto lo dejo a la experiencia, al escuchar con respeto a los demás y el idealizar en la justa medida. La cultura también es vasta, desde parques arqueológicos hasta modos de comer que tienen su historia. Otra lengua te pone a prueba cada día y, al menos en mi caso, me ha hecho seguir el consejo de Ezra Pound a propósito de la vanidad.

¿Qué ensayistas de nuestros tiempos nos recomiendas leer?

No quisiera moldear y modular un lector en base a mis gustos. Depende también si hay quienes tienen las capacidades y desean dejarse interpelar por otra lengua. No siempre la traducción viene al rescate. Roberto Calasso, de fortuna que está disponible en español, es una persona que habla de su experiencia con los libros y el mundo editorial, te hace pensar que no todo es un negocio y que aún hay lugar para la cultura que se hace a partir de la porfía, la curiosidad y la persistencia. Los ensayos de Louise Glück, la última poeta laureada con el Premio Nobel de Literatura, son interesantes. En los tiempos postergados hay algo de eso. Trabaja la velocidad de la experiencia como si trabajase la piedra. No sé si está disponible en español, pero en inglés incluso se encuentra para descarga en plataformas digitales. El libro se llama American Originality. Tuve algunos sentimientos encontrados con un ensayo titulado I poeti sono impossibili: come fare il poeta senza diventare insopportabile que compré en una librería en Roma. Un poco tiene algo del oficio de poeta, eso de ser insoportable. Tal vez se encuentra algo de paz en un ensayo de Pierre Bayard: Cómo hablar de los libros que no se han leído. Es un antídoto no sé si tan eficaz a esa soberbia intelectual y al hecho de sentirse superior por ser una persona que lee (cuando en realidad no es tan así). El último ensayo que leí fue Elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki. Lo conocía hace años. Es una edición pequeña, de bolsillo, que publicó la editorial Siruela. Tanizaki que es de vocación novelista, más en la línea de Soseki (el de la historia del gato), marca el límite entre occidente y Japón a propósito del tratamiento estético de la sombra. Y me ha golpeado un buen poco, toda vez que en occidente suele mitigarse, del mismo modo que sucede con el vacío. Cualquier ensayo es actual si produce la continuidad de una idea en quien lee. O si, digamos, pone preguntas donde antes había respuestas. Los ensayos no se quedan porque la tapa es bonita.

Dentro de tu editorial, llevas publicando tres libros del poeta peruano Julio Barco. ¿Qué te motiva a seguir difundiendo su arte?

Julio, como se decía de Marcelo Bielsa en Chile, es un loco lindo. Un tipo cuya pasión y desenfreno me parece excepcional. La relación entre publicar y ser publicado, yo la veo como un acto de confianza. Publicar un libro y, luego, en el mejor de los casos, volverlo público mediante un lanzamiento, es como organizarle la fiesta a un amigo que, a su vez, vela al cadáver que es el libro. Si bien no he estado detrás de las presentaciones de Julio, me ha hecho sentir bien la difusión de su trabajo, sobre todo en un mundo donde la poesía tiene tanto en contra. No es que yo pueda hacer mucho, pero seguiré contribuyendo a que ese fuego no se apague. Feliz. E incluso de abrir ventanas con una poética que sabe efectuar la combustión sobre los materiales que entrega la vida misma. Recuerdo que el trabajo editorial surgió espontáneamente. Era el 2020 y la pandemia nos mantenía con un ojo en la realidad y otro en la virtualidad, Julio me mandó el borrador de Mosaico y yo sentí que merecía la pena convertirse en un hermoso libro. Lo conversé con Ana Abregú de Metaliteratura y voilá, hicimos una preciosa coedición Chile-Argentina. Las siguientes aventuras corrieron más que nada por mi cuenta: Made in Perú y Siete arengas populares. Libros extraños, fragmentarios que transmiten un potente mensaje polifónico estético. El primero, en la antesala del viaje de Julio a Alemania invitado al festival Latinale, fue pensado como un panorama de su trayectoria de diez años en la literatura. Lo discutimos, nos reímos, pusimos manos a la obra y usamos como base una eventual antología de su poesía que se iba a publicar en México, incluso yo ya tenía el prólogo listo. El segundo, ahora en el contexto de la agitación social en el Perú, viene como una oportunidad de extender el pensamiento literario de Julio a modo de aforismos o, como le digo yo, pequeñas molotov intelectuales. Estoy contento que esta obra haya sido reeditada en Huaral. Julio es un romántico cree que el arte nos puede desempeorar como especie. Estoy de acuerdo con él.

Sabemos que manejas cinco idiomas y sueles traducir poesía. ¿Qué autores nuevos descubriste en este periplo? ¿Te gustaría darnos una recomendación?

Gracias por el piropo. Buceando en Internet se descubren tantas cosas. A veces por casualidad, un diario o una revista (de las que sigo) presentan tal o cual autor desconocido para mí. O incluso en librerías, en viajes o hasta mirando la Wikipedia que conecta gente con más gente. Hay otras veces en que algún amigo me habla de algún autor. El freno a la traducción es no lograr traerlo al español, digamos en palabras y sentido. O bien, cuando hay una traducción que creo inmejorable. Aunque sabiendo que podría llegar alguien —no yo— que haría una con otro ritmo, otra sintonía, pero siempre en esa áurea del poema. Para traducir no hay solo una receta, pero implica ser exigente con los propios conocimientos y el respeto al otro, porque podría eventualmente volverse público en un lugar hasta entonces desconocido para él. Todo gracias a uno. Me agrada la idea de traducir algunos autores que pese a estar traducidos, con una simple búsqueda en Google no aparecen los poemas con facilidad. Entiendo el asunto de la compra de los libros y el derecho de autor que se paga a los traductores, pero en el fondo se trata del acceso a la cultura. Si a veces puedo ser un mediador o un puente a un autor, me basta. Recientemente descubrí a Diane Seuss, una poeta gringa nacida en 1956, cuya poesía es un eco en loop. Fue por casualidad, creo que en The Poetry Foundation. Mi amiga Raquel Madrigal, incansable traductora del portugués al español, también me mantiene curioseando en la poesía lusófona. De hecho, gracias a ella he conocido a grandes poetas africanos de lengua portuguesa como Luís Carlos Patraquim, Hirondina Joshua, João Vário, Tânia Tomé, Zetho Cunha Gonçalves. Franco Arminio, un poeta italiano nacido en 1960, me pareció desde el inicio un buen desafío para establecer una conversación de lingua a idioma. Más que recomendación, un consejo a quienes son más curiosos, probar el estudio de un nuevo idioma, cuestionar también lo que se vaya leyendo y poner ojo en las expresiones locales y metafóricas. Lo último, tal vez una riqueza de la que va quedando menos. Me sorprenden algunas traducciones espléndidas de poesía latina publicadas a fines del siglo XIX, pero hay otras bastante dudosas de hace sesenta, setenta años. Fernando Pessoa todavía se traduce y traduce.

Finalmente, dados los últimos acontecimientos políticos y sociales de Latinoamérica, los giros a la izquierda, a la derecha, los movimientos sociales, ¿cómo crees que la poesía irrumpe en esas dinámicas?

Pese a que a mí entender la poesía latinoamericana es una gran galaxia, cada país, territorio, nación tiene sus particularidades históricas. Así también se refleja en las vicisitudes de la poesía a lo largo del tiempo. La poesía latinoamericana es un campo ubérrimo de batallas y experimentación. Y, en cierta medida, de contrapoder, esto es, de ser un discurso crítico respecto al poder, al establishment. Cuando me refiero a esto último, pienso en el poder del mundo editorial, de la industria cultural e, igualmente, en la política partidista y de la presunta representación popular. La dificultad aquí radica en saber qué es un poema político. Desde mi punto de vista es más o menos claro el qué no es un poema político. Porque la definición positiva es problemática y nos podemos quedar atrapados allí por quizás cuánto. Si político tiene que ver con la raíz griega, polis y polemos, depende de la instalación de un discurso y de la disputa por la hegemonía. La poesía, por lo menos en Chile, a nivel de la conducción política del país, durante los años ochenta dio una bofetada simbólica. En efecto, cómo la protesta durante la dictadura de Pinochet no podía ser explícita, gente como Raúl Zurita, Carmen Berenguer, Carlos Cociña, Rodrigo Lira o Elvira Hernández lustraron el poder de la palabra como una resistencia no solo al apagón del campo cultural, sino que a los lenguajes que instalaba paulatinamente el proyecto contrarrevolucionario del régimen autoritario. Con el estallido social de 2019, tengo mis serias dudas respecto al rol de la poesía. Bajo el influjo neoliberal y pos Guerra Fría la utopía se transforma en una fuerte zona de frontera. De un lado, la promesa de la libertad. Del otro, la esperanza (centrada en ese porvenir). La poesía se deja capturar por una suerte de neobucolismo (una romantización de la propia vida en el modelo) o por los procesos de individuación que en realidad buscan el reconocimiento (y seguir viviendo bajo el modelo) antes que la transformación radical de la sociedad. La palabra poética se debilita y obedece a las lógicas de una genuina despolitización o a un efectismo sentimental que busca que el poema y la poesía tengan como desembocadura un suspiro. Puede que todo esto sea impopular, pero si los poetas, la poesía y los poemas no pasan de moda, es que todavía es una zona estratégica para impulsar cambios. Lo importante es la astucia y saber que se trata de una tarea colectiva, más allá del relato o narrativa a defender, que de verdad trabaje los tres verbos que agrupó Antonio Gramsci en una columna del día del trabajo de 1919: instruirse, conmoverse y organizarse. Y aquí tenemos que estar casi todos, jamás podremos estar todos. Siempre hay quien está del lado del poder, un emplazamiento siempre incómodo para la poesía.

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