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DONNA TARTT, EL TALENTO REBELDE DE LA INDUSTRIA EDITORIAL

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“—La muerte es la madre de la belleza.

—Y ¿qué es la belleza?

—El terror.”

El secreto. Donna Tartt.

 

Cierre los ojos e imagínese una autora nueva, bisoña, que nadie conoce y aparece con su primera novela; ahora imagínese que es todo un boom, vende más de un millón de libros en su primer año, se traduce casi de inmediato a más de 15 idiomas, que la feliz aprendiz de literata es invitada a todos los programas culturales de televisión, a conferencias, entrevistas, cócteles con la crema y nata literaria, que se convierte en el  epicentro del mundillo letrado, la sorpresa de fin de siglo y fenómeno editorial y que, de repente, esa misma autora desaparece, se borra y no volvemos a saber de ella.

Diez años después aparece con otra novela tremenda, otra vez el fenómeno de grandes ventas, críticas favorables e inmediatas traducciones a lenguas que ni siquiera sabías que existían, y una vez más, fiel a su estilo, apenas pasados un par de meses de conmocionar las librerías del mundo con su arrollador estrellato se borra, así, sin más, y nos devuelve a la consternación de no saber nada, de tener que esperar en la incertidumbre su próxima reaparición (¿volverá?).

Y en efecto vuelve a aparecer 11 años después con una nueva novela, y de paso  ganar el premio Pulitzer. Intenta imaginar que esto no es la sinopsis de una novela de ficción sino la realidad de una autora que no le teme al olvido porque conoce el secreto de la resurrección literaria. Ahora abre los ojos para que te acostumbres a extrañar a Donna Tartt, el tesoro mejor guardado de las librerías y el amor literario de toda mi vida.

UN PETIT  PERFIL

Si Edgar Allan Poe hubiese tenido una hija, esa sería Donna Tartt. La celebrada, deseada, frecuentemente olvidada y permanentemente extrañada Donna Tartt, es una novelista norteamericana (Missisipi, 1963) que mide 1.53 cm, tiene el cabello castaño oscuro, casi negro; de un estilo anacrónico, viste con una ambigüedad elegante (con predilección de colores oscuros y una preferencia por corbatas tipo Annie Hall), de piel pálida y ojos verde claro, toda ella pareciera un personaje salido de una novela de misterio. Es tan menuda que pareciera querer pasar inadvertida (su vida social es una sospecha de la que no tenemos ni chisme de noticia). Tal vez por eso sorprende conocer el volumen de ventas de sus novelas, cuyas páginas oscilan entre las 600 y las 1,000 por título. Su primer libro ha vendido cinco millones de copias en todo el mundo, y su última entrega ganó el premio Pulitzer 2014.

Tartt pertenece a una  rancia familia del Sur de EE.UU., su infancia transcurrió en un paisaje con aroma a “Lo que el viento se llevó”,  devorando la biblioteca familiar con especial predilección por los grandes novelistas ingleses y rusos del s. XIX; ya en su juventud se unió a la fraternidad Kappa Kappa Gamma de su universidad en Mississippi, no se le conoce pareja alguna, y algunos la sospechan monásticamente asexuada, vive sola en algún lugar de Virginia que nadie conoce. No concede entrevistas fácilmente y solo durante el escaso tiempo (apenas unas semanas) del periodo en que anda de gira presentando su nueva novela se la puede ver y oír. Ella misma ha señalado que la mayor parte de su tiempo lo dedica a la soledad y a escribir. No tiene Facebook ni Twitter y recién esta última década  ha descubierto el e-mail.

Al leerla uno se extraña de que Donna pertenezca a esa clase de autores raros que evade el tema del romance en sus novelas (los toca, pero sin mucho entusiasmo melodramático y sin volverlos la trama sustancial), al mismo tiempo que nos zambulle en crímenes, arte, lenguas muertas y adolescencias minusválidas al borde del barranco. Por su primera novela, El Secreto (1992) Donna recibió un insólito adelanto de 450 mil dólares. Rápidamente se volvió una autora de culto al punto de que Vanity Fair inmediatamente publicó un extenso perfil de la autora, comparándola con Faulkner y Capote y profetizando lo imposible: que sería ella quien borraría la distancia que hay entre alta literatura y el best seller, cosa que parece se ha cumplido definitivamente a partir de su tercera novela EL Jilguero (2013).

Como fenómeno editorial que aparece solo cada década, Donna tiene un estilo que nos recuerda a Dostoievsky y a Dickens. Sus extensas novelas, auténticos ladrillos mortales  con los que corres el riesgo de quedar cojo si caen sobre alguno de tus pies, (a mí me ha pasado, una semana en cama), son trabajos logrados con personajes creíbles, auténticos humanos, casi vivos, por algo será que han sido construidos a lo largo de diez años. Esta sorprendente humanidad de los personajes de su última novela contrasta con la casi inexistente vida que Donna ha consagrado a sus últimos 20 años de vida.

En su primera novela, El secreto, a un grupo de hedonistas estudiantes de griego de una universidad de Elite, se une un talentoso joven becado que esconde su origen de clase obrera, mientras los demás traman el asesinato de uno de sus compañeros de clase. En El jilguero, el protagonista es una especie de Oliver Twist postmoderno, con una madre muerta durante un atentado terrorista y un padre ludópata, ausente y siempre de viaje por Las Vegas; este huérfano vive entre snifadores de coca, porritos de marihuana adulterada, trozos de pizza con anchoas, y sin  rumbo alguno,  apenas asido a las drogas para mitigar el dolor y continuar andando por la vida, a trancas de desilusión en desilusión, todo esto mientras lleva un cuadro del s. XVII que ha robado a un museo. Mientras que en El secreto Donna nos expresa sublimemente el deseo desorientado de una generación por pedirle todo a la vida sin saber  qué ofrecer a cambio,  en El jilguero es el sentimiento de la pérdida y los afectos truncados el centro de la historia. Su obra explora las profundidades humanas del adolescente contemporáneo a la vez que juega con los géneros enmarcándose a medio camino entre el policial, el thriller y cierta pretensión de ensayo filosófico. Y eso me encanta, porque precisamente no la puedes clasificar y catalogar.

Foto: Erik Smits.

EL OFICIO DE ESCRITORA: SÓLO ESCRIBIR.

Sobre su obra, Donna ha comentado en las pocas entrevistas que ha ofrecido: “Si yo no me divierto escribiendo, la gente no se va a divertir leyendo”, y luego continúa, “lo que yo quería, más que escribir, era leer. Me encantaba leer y, si te gusta lo suficiente leer, quieres empezar a escribir los libros que te gustaría leer y no están escritos”. Según ella la escritura es semejante a la lectura, solo que en un nivel más profundo, pues la literatura para ella le permite comprender mejor el espíritu del otro, lo cual hace de la escritura “el arte más espiritual”, a la vez que reivindica el silencio y la apacible soledad que ofrece la lectura en esta época de medios de comunicación estruendosos y de permanente ruido. La literatura ofrece así un oasis de silencio, la sensación de estar en otro sitio, de escapar de nuestra vida, tener otra alma y por tanto comprender el espíritu de la otra persona, de  ahí que la literatura sea el arte más espiritual.

Como escritora, Donna Tartt le dedica su vida a su trabajo, como dijo en una ocasión, cada novela la acaba de escribir al tercer o cuarto año de redacción y los otros 6 o 7 y hasta 8 años lo dedica solo a corrección (ni Flaubert), “puedo pasarme toda una tarde solo moviendo una coma”, dice, y esa dedicación se traduce en trabajo de monje, “me paso años sentada en un escritorio en mi despacho sin ver a mucha gente” señala, mientras yo como lector me pasé este último verano solo pensando en ella, y eso que un lector tiene costumbre siempre de sacarle la vuelta a su autor, pero ello es difícil con novelas tan bastas y atractivas como las de Donna. Las primeras 180 paginas corren solas y si te esmeras y tienes un fin de semana completamente libre puedes acabar de leerlo en 30 horas de corrido.

UNA PESADILLA PARA LAS EDITORIALES

Ciertamente vende, genera expectativa y es aclamada por la crítica, gana premios, lo es todo pero desaparece hasta que ya nadie la recuerda. En esta época en que las editoriales se esfuerzan porque sus autores publiquen al menos un libro al año para no ser sepultados en el olvido, ella se da precisamente ese lujo. Apenas reaparece por unas semanas a la vida pública con su nueva novela para luego regresar al más absoluto anonimato sin dar señales de vida hasta que tiene algo nuevo, para cuando reaparece sus fervorosos lectores ya están reflexionando proustianamente en busca del tiempo perdido. De hecho ella no estará de vuelta antes del 2023. ¿Cómo duele, no?

Entre los misterios de su vida y el ahínco de su escritura una cosa queda bien clara con Donna: solo vuelve para que la extrañemos, y apenas ha pasado mucho tiempo desde que se ha ido, cuando ya la damos por muerta o algo peor —la olvidamos— regresa. Con Donna Tartt uno no se puede entusiasmar, solo esperar, es un amor a distancia sin cartas de por medio, un romance de escritora a lector que me llena de gozo y dolor, porque eso es el amor cuando lo encuentras entre sus páginas. Y 1,000 páginas de libro nunca son suficientes para no tener que volver a extrañarte por nueve o diez años, mi querida Donna Tartt.

(ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA IMPRESA LIMA GRIS 12)

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