Si hay un estado de descomposición de las cosas o si
el estado de las cosas está descompuesto, o se está descomponiendo… en qué
medida nosotros también somos parte de esa descomposición; cómo se manifiesta
esa descomposición.
Es normal que la
gente se descomponga, que se pudra viva, entra en la definición de la vida
normal y de la gente normal, esa es la vida de la gente, todos los días, la
patología de la normalidad. Es la naturaleza, el clima cotidiano del sistema de
explotación. Es fácil de ver. Si nos atrevemos a verlo.
Con respecto a
las autoridades, padres, sacerdotes, dios, profesores, otros parientes, gobernantes,
medios masivos, grupos de poder… El entorno, la autoridad del entorno, la presión
del entorno, el régimen mutilador del entorno contra la autonomía del individuo.
La regla, no la excepción, se llama descomposición.
Ser parte de la
descomposición era y es lo normal, la norma, la ´ley’, y esa es una carga que
no quiero, no quiero ser parte de eso, por eso leo, escribo, hago crítica de
cine, y ahora hago películas.
‘Cuaderno de
notas’ está fuera del sistema o en la frontera del sistema, es una película de
francotirador. Una pregunta, una exploración por cómo la ciudad, la sociedad, está
compuesta y descompuesta. También: la vieja idea del arte como un método de
purificación.
Sí, es un potencial, lo que tú dices; tiene una
potencia de poder tomarle el pulso. Pero hay dos cosas si seguimos la línea del
pulso: el pulso tuyo y el pulso de lo otro que en este caso es el medio, la
ciudad, lo que te rodea: dos pulsos distintos. Un pulso que es el que lates,
que tú conoces un poco mejor que el medio, sabes cómo lates, sabes cómo
pulsionas, sabes cómo reaccionas; y está lo otro, el medio, que tiene su propio
pulso, que es más impredecible, incluso menos conocido a veces. Entonces ¿cómo cabría
la posibilidad de hacer una especie de rítmica entre dos pulsos, el pulso del
medio y el pulso tuyo… de fusionarse? O son paralelos…
Un poeta árabe, hablando
consigo: ‘Te tienes por nada pero contienes todo el universo’. ‘Cuaderno de
notas’ prueba ¡oh, sorpresa! ¡estafadores del cine! que no necesitas dinero ni
la gran cámara, ni siquiera un guión, para hacer algo de valor, de auténtico
valor.
Así que no oigas
sirenas tan feas: ‘no seas tú, sé como otros quieren que seas, así te aceptarán
en la secta, el grupito, el negocio, la mafia’. Piensa en lo que dice Antonio
Porchia: ‘Cien hombres juntos no hacen la centésima parte de un hombre solo’.
Corruptos o
tontos, sépanlo bien: la esencia del cine no es el negocio.
Quiero un cine
más cerca de la vida y no obediente y sumiso al capital, hostil a la vida, a la
libertad, hay que recordar que los más grandes, que se supone que todos
admiramos, han roto o han intentado romper esos esquemas en vez de ser rotos,
devorados por ellos.
El grado de
homogeneización, de sometimiento (y ni se dan cuenta) al paradigma del cine
industrial es tal que ser uno mismo, haberse atrevido a ser uno mismo contra del
‘sentido común de derechas’ que lo infecta todo y que por desgracia seguirá matando
mucha gente… Ser uno mismo en mis propios términos es descolocar, ‘ofender’ a
los demás, a ese entorno miserable y vendido; y me alegro: hay que desenmascar su
fracaso moral y artístico, evidenciar precisamente su descomposición.
Lo que te digo
lo siento en las vísceras, tripas, entrañas, boca del estómago, plexo solar o
como dijo un músico de jazz sentado en el suelo al que le pidieron que tocara ‘a
pedido’: Yo solo toco lo que me sale de
los cojones.
Si no sigo mi
propio pulso, o ritmo, si no doy una respuesta inmediata al mundo en mis
propios términos, ‘a mi estilo’, a mi manera, sin concesiones, ‘con mi
conciencia y con mi inconsciente’ para mí no tiene sentido hacer cine. Ni
tampoco vivir. Lo que está en juego es mi integridad. Puedes observar por eso en
tantos seres humanos procesos de descomposición y desintegración por vivir a
espaldas de su ser más verdadero. Capitalismo ‘puro’. Destrucción total.
Grabé lo que me
gustó. Quería belleza. Pero qué más había. Ironías sociales. Prejuicios
sociales. Amarguras sociales. INJUSTICIA
SOCIAL. Clases sociales, diferencias de clase, fracturas, barreras sociales,
y ¡luchas sociales! Así que para ese
mapa psíquico, sociológico, político, y claro, mítico y estético… y ético, fui
hacia formas más libres, fuera de la censura de la institución, de lo ‘profesional’,
tenía que no ser elempleado (implícito o explícito) de ‘alguien’,
del poder.
Pero cuando… Vuelvo a lo del pulso otra vez. Se trata un
poco de medir el pulso. ¿Crees que es suficiente solo el artefacto cámara, el
dispositivo cámara, como medio de medir el pulso, en este caso, de ‘el medio’, del
afuera?
Tú pones en los créditos, Grabación: Mario Castro
Cobos. Le das más responsabilidad a la cámara incluso cuando defines, cuando
presentas (en los créditos) como que tú has hecho una colaboración con la
cámara, has permitido que la cámara haga su trabajo. ¿Eso es suficiente? En todo caso cuando nos enfrentamos al pulso de
la ciudad, de una ciudad como Lima además, particular en su pulso, diverso, confuso,
taquicárdico casi.
Yo no construí,
yo no inventé esta ciudad ni la cámara que usé, y la ciudad y la cámara que usé
no construyeron o inventaron ‘Cuaderno de notas’. Por condiciones de producción
semejantes, reviví a Vertov: soy un hombre-cámara. Creo en mi instinto, en mí, me
llevo bien con mi camarita y no tanto con las instituciones. Creo que mi cámara
llega a ser a veces mi cuerpo, mis brazos, mis articulaciones, mis músculos. No
hubiera grabado nada si no hubiera sentido previamente que podía mirar a mi
manera, que tenía una mirada.
Hay una ciudad, y
yo mismo soy una ciudad. Grabé ese ‘todo’, esa fusión. Sin duda hice un retrato
de mí y un retrato de la ciudad, que son indesligables.
Luego del
colegio salí más a la ciudad, la recorrí de verdad. Liberación. La ciudad tenía
más aire, más posibilidades, aunque yo fuera un solitario. Luego descubrí que
la ciudad era también otro encierro. Algo de todo esto está en mi película, en
mi manera de grabar la ciudad, lo que hay en la ciudad.
Pero utilizas el dispositivo. ¿Cuál es la cualidad de una
cámara para que pueda tener esa capacidad de tomar un pulso, ya que estamos en
tiempos en que la gente se mide el pulso, el estado, en foto, en video… Dónde
estás, cómo estás, cómo luces, a quién miras… no sería que estás respondiendo a
las mismas disposicionesque la gente que registra el pulso de su vida en cualquier momento, en
cualquier lugar, hasta transmitiendo en vivo?
‘Cuaderno de
notas’ no es una película narcisista. Trato de entender y aquilatar gestos-clave,
los más pequeños detalles, trato de grabar lo que no soy yo -lo opuesto al
selfie-. Era suficiente que fuese yo quien grabara algo, alguien, lo que sea.
Lo importante es ver, y ver para todos, esto era solo para mí pero era ir más
allá de mí. Siento que las imágenes son más importantes que yo, ahí no hay
campo para el ego. Hay una orden: que veas el mundo como el poder quiere. Yo
rompo el orden, y lo he hecho en el mejor lugar, en lo más cotidiano. Lo extra-ordinario
es el corazón lo más ordinario.
A mí me parece que quizás la pregunta iba en general
más dirigida al hecho de que si lo visual, lo que acabas de mencionar, es lo
más importante en la captura de la imagen; es decir, si no es una cosa más allá
de los ojos; si no tiene que ver con el sonido, por ejemplo, si no tiene que
ver con el calor, la temperatura, el olor de los lugares, la humedad en este
caso de la ciudad.
Sigo pensando que lo visual no es lo más importante.
Sí, lo que vamos a ver es lo que capta un dispositivo audiovisual pero aquellos
otros sentidos, y sobre todo aquellos otros sentidos tuyos, y otra vez volviendo al medio, que también tiene su
propio sentido, su propia respiración… Como esto (estamos dentro de un
restaurante)… Tú sales a la calle y es diferente salir en estos momentos porque
vas a captar una explosión de sensaciones en la calle.
Me parece que no es que quizás midas el tiempo de la
ciudad, el pulso de la ciudad, sino que mides tu pulso en relación a la ciudad;
de lo que yo puedo ver, y de lo que he visto, es más tu pulso de la ciudad.
Los momentos que tienen más pulso en sí, en tu trabajo,
son los momentos más narrativos, para recordar dos: el momento de la caída de
la comida, del accidente de la señora, es una pequeña historia, con personajes,
con plot, una pequeña trama, enemigos, amigos, defensores, hay héroes, un antagónico,
hay un teatrito ahí, que acaba cuando ya se van, hay una dramaturgia y hay una
narrativa muy fuerte.
Luego en el ciego, que también tiene su narrativa, va
y viene, ves cómo opera, el dinero… Ahí yo sí siento un pulso de afuera, que es
la narrativa que me permite enlazarme con una situación de la que ni siquiera son
muy conscientes de que tú estás ahí; en comparación a las imágenes que están
como más sueltas, que están más recogidas de momentos, de sensaciones, de este animalario
que hay también ahí de seres que pasan, de rostros, porque pasan del animal y de
ahí hay rostros que parecen animales, rostros humanoides, o zoomorfos que
carecen de narrativa, que carecen de pequeñas dramaturgias o micro dramaturgias,
de situaciones, pero que tiene que ver para mí más con el pulso tuyo,
enfrentado a una especie de pequeñas obsesiones, de pequeñas llamadas de
atención…
Mi reflexión es en tanto a que todavía no se mide
todavía el pulso de la ciudad sino que más es tu pulso, y sí, se nota también
como un encierro, porque podríamos hacer un cuadrante de dónde te has movido… Has
hecho como un mapa del encierro; podríamos enlazar todo, incluso las caras de
los objetos, los animales… no es casual que hay también imágenes que son muy
tuyas, los muñecos de fuera te remiten a los de tu casa, son primos, que tienen
sus propios encierros.
Entonces hay una hipersubjetividad muy en potencia por
eso comencé diciendo, hay una potencia de subjetividad no explotada aún, y no
por una cuestión de narrativa, no es que hay que hacer la historia del perrito,
hay que hacer la historia del muñeco, del conejo, no, sino más bien hay que
realmente hacer un ejercicio de desestabilizar al conejo, que entre en una
especie de… que el conejo llegue en un momento a mirarte realmente, que te
mire, que también entre en ese conflicto.
Mi ‘objetivo’ era
ser subjetivo, absolutamente subjetivo: ser yo, recuperar mi ser: afectos,
perceptos, conceptos, como diría Deleuze. Quería reventar de subjetividad a los
que creen en la objetividad. Mi objetivo no era anonadarme y enajenarme y mesiánicamente
contener supuestamente en mí (o ser ‘el mero vehículo’ de) el pulso de la
ciudad. Yo quería estar más presente, no quería olvidarme de mí, no quería
disolverme en la ciudad. Quería apoderarme mágicamente de la ciudad y no que la
ciudad se apoderara diabólicamente de mí.
Así, construí-descubrí
mi propia visión, hice mi propia ciudad, mi propia película-ciudad.
He abarcado
desde lo más abstracto, simbólico, ‘no-narrativo’, mítico, hasta lo más
concreto, desde el extremo de lo exquisito y lo delicado hasta cosas muy
crudas. Quería ser, sobre todo, lo-más-yo que pudiera ser en el seno de lo otro. Quería unirme a lo otro y a los otros y ser a
la vez más yo que nunca. Aquí hay un ‘testimonio’: vivencias-observaciones que
son solo mías, y que, a la vez, valen para todos (o para muchos).
O te podría
decir que ni la ciudad ni la cámara me interesan. Son medios. Estoy vivo, qué
es todo esto, qué hago aquí. Las viejas preguntas. El cine me ayuda con eso. Grabo
lo que grabo, pero grabo mi mirada. Soy una mirada que se niega a ser tragada
por el mal, por la estupidez, por la indiferencia llámese ciudad, mundo,
entorno. Toco, toco con los sentidos, no solo con mis ojos. Toco, con toda mi
historia, también con la historia del cine. Toco, algo, a alguien, lo examino,
sigo mi camino.
Hice lo que
necesitaba, y lo que quería hacer. Respondí a lo más íntimo, a un principio de
necesidad interior, lo que hice es casi un diario íntimo en clave. Hice lo que
necesitaba absolutamente. Y no dejé que la ciudad, en el sentido de poder
opresor, me aplastara, no permití que hiciera de mí uno más, un estúpido, un
esclavo. No me sometí, en ese sentido, a su ‘pulso’.
Encontré a la
señora con la comida de su carrito regada en el suelo, encontré al ciego
pidiendo dinero a la gente en los autos; ahí parece que hice algo más objetivo que
con otras imágenes pero quien los grabó fui yo quien decidió cómo grabarlos fui
yo y quien decidió esa técnica de supuesta ‘objetividad’ fui yo, no la
sangrienta payasada de un reportero televisivo, de un noticiero, de una
película sin punto de vista propio, de un cine de explotación comercial, más
bien pensé en Rossellini, en el neorrealismo, en la lucha por la dignidad de
los seres en medio del capitalismo asesino.
Camino por la
ciudad pero -o porque- busco mis sueños. Salgo a la ciudad porque -o pero-
pasan cosas que justo dan cuenta, van al encuentro directo, de mi propia ciudad
interior. Para mí el tema era el autoconocimiento. En acto. En la ciudad. En lo
inmediato. En el instante. En cada experiencia. No soy el presuntamente
ingenioso aparato medidor del pulso de este monstruo, Lima, no es esa mi
vocación, ni mi papel. No quiero tomarle el pulso a la ciudad a costa de mí.
He vuelto a los
lugares que grabé. Ya no están. No siento lo que sentí, no me saldría el mismo
plano otra vez. Y si todo es ya otra
cosa sería interesante saber de qué pulso hablamos… O más bien, un pulso
cuántico, eso sí, es algo que podría… es algo que aparece y desaparece, casi…
justo después de haber aparecido… y esa característica efímera, instantánea de
su aparición / desaparición (del evento, del acontecimiento) es perturbadora y
es placentera. Estoy más cerca de la experiencia de la vida. Justo lo contrario
de una cosa prefabricada o fabricada en serie para el consumo, como la mayoría de
las películas.
Chris Frías (1974). Performer cuyos principales intereses giran en torno de la confluencia turbulenta entre el «Pensar y las prácticas de arte/acción». Forma parte de la práctica procesual y colaborativa «Estado de Encuentro». www.estadodeencuentro.com