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Walter Curonisy / LA ETERNIDAD DEL TEXTO

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El poeta peruano Walter Curonisy falleció el año pasado. Pocos escritores como él nos han dejado una obra tan intensa e injustamente poco conocida.

El poeta Curonisy (Lima, 1940 – Marruecos 2012) fue autor de un único libro. Contundente, rotundo, irrebatible. Walter Curonisy no obstante, había escrito once libros de poesía mucho antes: sólidos e incontrastables. Curonisy sabía que sus breves poemarios que se fueron publicando desde El matrimonio sagrado (Lima, Capulí, 1977) formaba un atadero de un encadenamiento de poemas admirables, ensamblados a una progresión lírica que era a su vez, discurso sonoro y dramático, de hallazgos y deslumbramientos. Por ello cuando en el 2007, en su refugio de Huanchaco, publica Rehenes del tiempo (Ediciones ANREC), al fin se logra entender esta suerte de nodos que fueron expuestos con flema, parsimonia y sosiego y que se han convertido hoy en un texto concluyente y categórico donde se plasma una complejidad de registros, de frecuencias, de máscaras teatrales, que en el huso de su estructura, alzan la voz, susurran y anuncian el sordo sonido de la eternidad.

Walter Curonisy fue un poema de una sola vida. Extensa, vasta, inconmensurable. Vida singular, que apareció a inicios de los años 60, y que tuvo de protagonista a este joven limeño, de precoz sabiduría, de colegio nacional, de estirpe artística, de sello excepcional, de estilo pasmoso. Autor íntegro que amó el teatro pero más la poesía y fue universal de forma sistémica. En él se conjugaba la influencia del poeta portugués Fernando Pessoa –sus tres grandes heterónimos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos–, la pintura de Picasso, el profundo sello dramático del gran teatro, los siseos de Nietzsche, el oceánico universo de Melville, la transmisión ‘beatnik’ –su relación con el poeta Allen Ginsberg—y su fe de cuño místico, esotérico y hasta chamánico. Todo ello y su escritura, pulida y contundente.

En el prólogo a la edición de Rehenes del tiempo (Lima, FCE, 2012) dice el crítico Ricardo González Vigil que el mundo poético de Curonisy es complejo y ambicioso acaso como dos poetas de su tiempo, Luis Hernández y su Vox Horrísona y Juan Ojeda y su Arte de navegar. “Aclaremos que Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza han cincelado los dos poemarios más intensos y de mayor virtuosismo en recursos expresivos del 60: Canto ceremonial contra un oso hormiguero y Contra Natura, respectivamente; pero ni Cisneros ni Hinostroza han intentado monumentos totalizadores como los de Hernández, Ojeda y este espléndido Rehenes del tiempo de Curonisy”.

Porque según Pessoa, también, existe una graduación entre el poeta lírico y el poeta dramático. Curonisy hizo la travesía, con registros de varios personajes –o personas: el propio Curonisy, Jesucristo, Nietzsche, Ginsberg—, así llegaba a Shakespeare con la despersonalización y la polifonía propia del teatro. Por ello sorprende, que un gran poeta peruano como Curonisy, sea tan desconocido como enorme. Baste leer su virtuosismo erótico también: “Para creer hay que besar un cuerpo / como a un texto sagrado / en los pezones de una hembra / te consagras / haber servido imágenes de yeso / en vez de un rostro humano / unas caderas bellas de mujer / el altar es un lecho de sábanas revueltas / donde lo primordial es el cuerpo”.

En algún momento, el poeta Tulio Mora (ver recuadro) escribía de su sorpresa frente al libro mayor de Curonisy publicado en plena madurez del poeta. “Lo primero que me sorprendió entonces fue el número de páginas y de poemarios (once) que contenía el libro. Eso suponía que sus esquivas promesas de darse a conocer como poeta habían cruzado el umbral de la concreción. Pero esa sorpresa era trivial frente a una espléndida escritura escondida durante 40 años que de golpe se me reveló. Mi primera reacción fue enojarme con Walter: ¿cómo era posible que nos hubiera privado de leer esos poemas de tan enorme calidad, de suficiencia en el dominio de estilos, de experimentación, de atrevimiento y en todos de una hondura que solo se explicaba el mundo por la iluminación de la poesía? ¿Por qué se había desobligado de ponerse legítimamente en la primera línea de los poetas de su generación, la del 60, me refiero a la que habitan Cisneros y Hinostroza, y de la cual ya nadie podrá mover el nombre de Curonisy? Era un enojo de puro entusiasmo, de satisfacción, esa que se siente cuando los verdaderos amigos superan de lejos desafíos que uno los toma como suyos”.

De Walter Curonisy recuerdo su carcajada, y su inmediata reflexión de púgil avezado. No era un tipo opacado ni mucho menos. Fue nuestro hermano mayor –de escritura proteica, como dice González Vigil—se tragaba el mundo con su personalidad desbordante. Mora reclama que en otro momento habrá que escribir una larga crónica de ese cometa que rozó nuestras vidas, al lado de Elvira, su pareja desbocada como él tras proyectos de dimensiones temerarias: ambos promotores de festivales, creadores de coreografías, editores de sus interpretaciones musicales y anfitriones de los artistas en su hostal de Huanchaco. Y a la manera de Pimentel, habría que recordarlo también por su lado doméstico y tierno: “Y los desayunos que preparaba Walter, que eran unos deliciosos omelettes que él mismo hacía con sus cafés y pancitos calientes. Y mientras nos servía los omelettes, que él mismo nos servía, cantaba canciones de Zitarrosa. Y de ahí, a caminar por las calles de Trujillo, a descubrir el bar de Vallejo, la casa de Vallejo, las plazuelas de Vallejo”.

Cierro este recuerdo, perdonen la tristeza, de este poeta que nos entregó su mundo brillante y lúcido en una sociedad sórdida y corrupta. Nadie como él que nos enseñó que en este Perú injusto que le toco vivir a finales del siglo pasado, quedaba belleza para una resistencia digna que él nos enseñó a trabajar y que é alumbró apenas con su mirada limpia y justa. De aquel universo de sus versos de Curonisy, estos pocos que le dieron dimensión e importancia a su vida: “Los poetas muertos han de renacer / si los vivos los regresan del tiempo /si los vivos los evocan / los regresan de la muerte”.

EL POETA DE HUANCHACO

Cuando estábamos en Hora Zero, y vivíamos en la calle Torres Paz, en Santa Beatriz, Walter Curonisy se aparecía con Elvira. Venían de viajes por el mundo, del Huanchaco hermoso, del Trujillo maravilloso. Siempre se aparecían llenos de mundo, llenos de vida, llenos de fiesta. Elvira y Walter eran la fiesta. Y eran nuestros embajadores, los embajadores de los poetas. No conozco personas que, con la sola mención de sus nombres, uno ya se imaginaba que iba a haber una fiesta. Y esa fiesta involucraba grandes conversaciones de poesía, grandes risotadas, carcajadas, tomaduras de pelo, y reírnos de nosotros mismos. Y, como acto ceremonioso que engalanaba las noches, Walter descorchaba las botellas de vino, como un duque. Escogía las mejores copas. Y, ahí, vertía el vino rojo que hacía de nuestras conversaciones, de tantas tardes y noches, las ceremonias maravillosas de los escritores, de los poetas, de los amigos.

Una vez Walter se acercó al diario donde yo laboraba, siempre junto con Elvira, para invitarme a Huanchaco. Pero la forma cómo él promocionaba Huanchaco, era increíble. “Jorge, vámonos a Huanchaco, te vamos a recibir con mariachis”. Y nos fuimos con toda la familia. Y realmente nos recibieron con mariachis. Con el mar maravilloso de Huanchaco. Con los crepúsculos. Los atardeceres increíbles. Y los pescados abundantes, y las cervezas heladas, y las caminatas por la orilla del mar. De pronto Walter nos dijo: ¿Por qué no se quedan a vivir acá? Nosotros nos miramos y, sin meditar, y como hipnotizados, dijimos: “¡ya, nos quedamos!”. La miré a Pilar. Y le dije: “¿cómo hacemos?” Y ella me dijo: “pido mi traslado del Banco Central de Reserva, a la sucursal de Trujillo.” Y, le pregunté a mis hijos: “¿y ustedes van a perder su estudios en La Recoleta para venir a Trujillo?” Y me contestaron: “sí papá”. Y nos dijeron: “acá podemos estudiar, ir a la playa, y comer helados”. Pero, todo eso, Pilar y los chicos lo decían, sin dudarlo un minuto, por la convicción y alegría de Walter. Walter era la seguridad, la fiesta permanente. (Jorge Pimentel)

 PALABREANDO AL MUNDO

Algún día de 2007 recibí un ejemplar de “Rehenes del tiempo”, de Walter Curonisy (nacido en 1940 en Lima y muerto en Marruecos en junio de 2012), gracias a la gentileza de Ricardo González Vigil, con una hermosa dedicatoria de Walter. Ignoro ahora si el libro (360 pp., de formato mayor, con un tiraje de solo 50 ejemplares) fue un gesto de despedida, pues él y su compañera, la poeta Elvira Roca Rey (autora de un libro memorable: “El último del fin”), quienes vivían en Huanchaco hacía varias décadas, se marchaban esta vez para siempre, eso dijeron, nada menos que a Marruecos. Ya habían amenazado con la misma decisión, pero regresaban de la India, del Tíbet, de la China, de Europa, pata de perros, viajeros impenitentes.

A Walter Curonisy, a quien conocí cuando tenía 17 años, era mi hermano mayor, el que nos enseñó, a Óscar Málaga y a mí, las irreverencias callejeras de la poesía beat que él tan perfectamente reencarnaba en la Lima de entonces, todavía ceremoniosa, solemne, de gestos comedidos y que este loco, ya reconocido como un prometedor gran actor de teatro, televisión y hasta de fotonovelas, iba desarmando con sus frases ingeniosas y carcajadas, rendido solo ante el festejo órfico y solar, a la vez, de la conversación inagotable (años después era virtualmente un erudito en casi todo), a su celebración mística o religiosa de la poesía, con una vitalidad tan griega, como la de sus ancestros, tan desbordado y jamás desfalleciente. Por eso “Rehenes del tiempo” es un título de una ambigüedad muy propia de él: quien quiera traducirlo como un signo de fatalidad caerá en el error. Lo que nos trasmite más bien es el empeño de escapar apoteósicamente de esa resignación.

Su fallecimiento, tan discreto, no me ha despertado dolor, sino una exaltación de la vida. Vuelvo a releerlo, esta vez en una edición preciosa del Fondo de Cultura Económica del Perú, gracias a las gestiones de su directora, Rosario Torres, a Germán Carnero Roqué y a Carlos Germán Belli. Y me reafirma que si alguien fue el eslabón entre la poesía de los denominados “Los Nuevos” y la generación del 70, ese fue precisamente Walter Curonisy que se nos fue palabreando al mundo. (Tulio Mora)

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