Para Herman Schwarz Ocampo Como quien pinta una foto.
1.
Humareda es un fantasma que recorre Lima. Y la noche de Lima era ese surtidor filudo donde el pintor puneño Víctor Humareda Gallegos (Lampa, 6 de marzo de 1920 – Lima, 21 de noviembre de 1986) encontraba más que las sombras de las formas, el color. Esa tonalidad que emerge de la neblina del asfalto y del pigmento del desarraigo. Y hablaba Humareda como un descocido a grito pelado y nadie lo oía. De ahí su presencia pertinaz en bares y cantinas de La Victoria, Barrios Altos, Cercado de Lima. ¿Pero acaso el esplendoroso color de su niñez allá en el altiplano de Lampa, ese cielo azul de Puno, ese restregarse de policromías intensas no le fue suficiente? Lima no tiene color y de noche menos. No obstante aquí clavó su paleta.
Víctor Humareda tiene una cuenta pendiente con la opinión pública. Fue un maestro de la pintura pero hasta hoy un “cholo” incomprendido. Su arte, no obstante, es un buen pretexto para repensarlo, analizarlo y volver a recorrer sus pasos en este increíble Perú de racismos y omisiones. Y lo cholo dícese del mestizo de blanco con india. Indio civilizado. Gente de sangre mezclada. Y que lo cholo solo sí existe si se acepta como tal: ser ciudadano de segunda categoría en un país jerarquizado y fragmentado imposible casi de desarrollar prácticas ciudadanas.
Primero. Lo cholo es doloroso, mansilla y es cruel. Garcilaso de la Vega es el primer mestizo cholo. Su protagonismo resulta de la conquista que fue violenta y no el resultado de una conciliación de dos culturas sino un drama y un conflicto que no termina. En la biografía oficial de Garcilaso se dice que es hijo de un capitán español y que su madre es una princesa inca. Un matrimonio armónico tan lejos de la verdad. No existe tal rango social.
Al contrario. Su padre se caso con española y obligó a su madre casarse con un criado suyo. Luego ya Garcilaso escritor –como lo ha demostrado Pablo Macera—y viviendo en España sólo se atreve a géneros menores –traducciones, relatos históricos, comentarios, porque se vio desplazado y marginado sólo por ser mestizo y nunca pudo integrarse a la sociedad española occidental. Su afán por integrarse al europeo lo hizo aprender italiano y lucha contra los moros criollos en las lides de Granada. Luego como le ocurrió a su madre, toma como botín de guerra a una esclava mora a quien le hizo un hijo y jamás se caso con ella. Sólo se vengaba. Garcilaso, exponente de lo mestizo, no es un ejemplo de armonía sino de conflicto, de rencor y de lucha contra la frustración. Igual sucedería con Guamán Poma y si acaso con José María Arguedas.
Segundo. La diferencia y la desigualdad. La expresión “indio” y la manifestación “cholo de mierda” no es más que la peor agresión verbal del canon nacional. Habita en ellas el desprecio ruin peyorativo. Él que lo profiere no hace más que un ejercicio crispante de la diferencia. Se quita la máscara social de igualdad ciudadana vr. gr.: “Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz” para descubrir su pretendida no-inferioridad. El cholo es el diferente, por su condición natural, su fenotipo biológico indígena –ahora se dice andino para barnizar la cosa—, amén de su cultura [sucio e ignorante], personalidad [maricón] y dignidad [corrupto]. Veamos:
El mundo moderno acepta la desigualdad como un constructo transformable e incluso suprimible mediante determinados procesos sociales y políticos. La diferencia en cambio tiene de marcador simbólico irreversible como ADN de la conciencia individual y colectiva. Es exclusión étnica del alma nacional. Racismo puro. Choque de intereses entre el Perú oficial, el Perú real y el Perú virtual. Esta asimetría del rechazo se mimetiza en políticas del simulacro. El ciudadano novoandino existe por desgracia. Drama que los actores políticos, jerárquicos e institucionales esquivan asumiendo una coquetería étnico-cultural propia del blanco pobre. En Lima, la exclusión es una marca de clase. A pesar de la capital fue tomada por los cholos desde la llegada de Los Shapis, se sigue fomentando las vallas de la marginalidad a pesar de que existe que las mayorías de Lima son habitantes provenientes de la migración. Opera así una autosegregación no sólo étnica, sino cultural que ni Misky Taqui puede derrotar hasta el momento.
Tercero. Existe lo cholo como amenaza /Humala [Antauro]. Y existe lo cholo como lujo /Ciro Taipe [modisto]. Existe la mancha india que en las última elecciones presidenciales arrojaron como diagnostico casi un 50 por ciento. Cuidado. No confundamos. El cholo sabe de rechazo como de su hartazgo. Hay una memoria militante que no es oficial. La guerrilla del 65 dejó 300 muertos, la Guerra de Sendero 70 mil muertos. ¿Cuánto más tenemos que llorar si otra guerra nos alcanza? Estas razones de exclusión y marginalidad se refuerzan por cinco vectores: A] Razones étnicas. B] Nivel de de ingresos. C] Estatus laboral. D] Estilo de vida. E] Gradiente cultural.
2.
Humareda nació para ser inmortal. Jamás se iría a morir pensábamos los que lo frecuentamos. Pero decidió vivir en Lima y la ciudad terminó matándolo. Humareda llega a Lima en 1939. Entonces tiene 19 años. Desde que lo conocieron sólo escuchaban en sus labios la palabra Europa y en 1966 viajó con destino a Paris. Por qué regresó tan pronto del viaje tan soñado. Humareda no estuvo ni dos meses en Barcelona, Madrid y París y regresó a Lima. Regresó mudo y llorando. Era demasiado lo que se dice un placer descomunal y exagerado.
Y volvió a Lima, a La Parada, ese cogollo de los serranos, de entre la Av. 28 de Julio y Av. Aviación. Entre Tacora y la Av. Bolívar y el Jr. Gamarra. El Mercado Mayorista, los restaurantes de la berma central de la Av. Aviación. El Tip Top y Cream Rica, entre los helados y los caldos de gallina. Humareda llega al epicentro de los cholos: La Parada, a escasas cuadras del jirón Huatica, de la avenida Grau, del gran burdel México y de La Floral, barrios de putas, proxenetas y maricones y malandrines de gran calibre.
Humareda a los 20 años, luego de sus dos pasos por la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de Lima, donde recibió las excelentes enseñanzas de sus maestros José Sabogal, Julia Codesido, Ricardo Grau y Ugarte Eléspuru, quienes le permiten comprender la importancia del color como valor estético. Por sus propios méritos recibió una bolsa de viaje para viajar a la República Argentina, a donde partió en 1950, estudiando bajo las orientaciones de Larrañaga, Alfredo Guido y Jorge Soto, en la afamada escuela “Ernesto de la Cárcova”, de Buenos Aires.
Dos años más tarde, por primera vez vuelve a Lima y desde entonces según decía él mismo, “vive de la pintura y para la pintura”. Desde 1952 se aloja primero en el cuarto 3-B y luego en su habitación No. 283 del Hotel “Lima”, de la Victoria. Quién iba imaginar que en 1983, Los Shapis, el grupo que refunda el género Tropical Andino o también llamado “Chicha” se alojarían en el mismo hotel y su llegada a la capital es el punto de ruptura. Los cholos ya habían tomado la ciudad.
Humareda viajó a Europa en 1966. Sólo se soporta allá 79 días. Su estancia fue fugaz, extrañaba su propio mundo que él solo comprendía y que únicamente compartía con su pincel: Humareda desde entonces construyó ese paradigma de marginalidad vital y artística como le dicen ahora y aparece en aquel escenario a principios de la década del 40. En ese ambiente, devaluados y satanizados por la cucufatería e hipocresía limeñas, Humareda va a encontrar la fuerza, la alegría y la motivación para pintar el lado oscuro de la ciudad: mendigos, locos, ropavejeros, prostitutas y cabros. Entonces agarró callejón y solar, como lo hiciera con los tugurios de Barrios Altos, el Rímac y La Victoria y los cerros San Pedro y San Cosme. Esa actitud vital que lo acompañó hasta concluir con un cuadro de la Quinta Heeren, 48 horas antes de su muerte.
3.
Y en ese puerto para cholos que era La Parada, se hizo de morada. Un cuarto de un hotel, no de una casa. Humareda estaba de paso siempre para quedarse. ¿Por qué La Parada en el distrito de la Victoria? Por ser uno de los grandes espacios surrealistas de Lima y por representar a la Primera Lima Chola y sus cinco cerros.
Eduardo Moll, uno de su marchant, se equivocaba cuando afirmaba que Víctor Humareda fue “el último de los bohemios”. Entiéndase que “bohemio” en Lima quiere decir borracho y vago. Así, es falso su aserto. El Humareda que conocimos desde 1972, y hasta su muerte en 1986, con los poetas Juan Ramírez Ruiz y Guillermo Mercado –también muertos–, en diferentes lugares del Centro de Lima me permiten afirmar lo contrario. De pronto, de la nada se aparecía con su figura de terno usado y corbata de segunda mano, y de pronto también, ya estaba sentado en la mesa.
Y ahí mismo contaba más que hablaba en un lenguaje interdisciplinario y de todo y cuando sus opiniones –que algunos llamaban de un ser chiflado y excéntrico— que las escuchábamos absortos, nos convencían que había otra realidad. Así éramos pasto de una sabiduría distinta, la de un artista que optó por llevar hasta las últimas consecuencias el llamado profundo de su espíritu genial e incomprendido.
Mientras nosotros disertábamos de las últimas corrientes del estructuralismo y de las metaescrituras, Humareda citaba a los filósofos griegos, ampliaba la figura de Toulouse Loutrec, de Goya, de Van Gogh, de Rembrandt. Era un clásico, un auténtico clásico en una ciudad que amaba y odiaba simultáneamente. Ese sentimiento que tienen todos los cholos respecto a Lima donde llegaron a vivir porque no había otro lugar para sobrevivir. De ahí que Humareda no tuviese interlocutores. Acusado de solitario, buscó oyentes virtuales, sus compañeros de rutas estéticas con los cuales dialogaba mientras buscaba fijar una mirada por las calles viejas de la Lima vieja.
4.
¿Qué dice Daumier, maestro? Le preguntaba. “Ahí está, buscando un color en Cinco Esquinas”, respondía Humareda rapidísimo y se recagaba de risa. Luego hablaba de Sequeiros y Diego Rivera. Del muralismo y la revolución mexicana. Humareda siempre supo que era cholo y por tanto universal. No fue entonces ese Quijote que se enfrentó a monumentales y gigantescos personajes imaginados. No, el Cholo Humareda sabía que había escogido a Lima como Taller y como tumba.
Pero entre las noches del 1972 y la del año de 1986, cuando muere el pintor, muere también esa ciudad que le producía arrechuras. Lima y su centro histórico, por no llamar el damero de Pizarro, con la llegada a la alcaldía del primer burgomaestre socialista, el abogado Alfonso Barrantes, corona su infección informal con el asentamiento y tugurización de provincianos desesperados que tomaban la urbe en busca de un lugar para vivir en paz y como un cristiano exige. Así, solo hallaban el mendrugo y el recurso del método. Así también encontraron en la venta ambulatoria, el hurto, la prostitución y el asalto, aquel paraíso más que prometido, sentenciados por los apus que los por maldecían por abandonar sus pagos.
Cito: en 1985 el centro de Lima es un lugar apocalíptico. La Colmena, sólo por citar una avenida, ve como cierran sus instituciones emblemáticas. El Cortijo, el Bransa, el Tivoli, el Suizo, la Casa Vasca, el Café Francés, las Papas Fritas, el hotel Crillón. Los ambulantes toman la avenida y ya no circulan vehículos. Los negocios se mudan a San Isidro y Miraflores. Nace el Barrio Rojo de Caylloma. Don Humberto Damonte, dueño de la librería de El Sótano de la Plaza San Martín, amigo de Humareda, entiende al pintor. “Cómo se habrá sentido el artista con tanto paisano que había convertido el Centro en un guetto para la sobrevivencia. Entonces le cerraron sus cafés y sus bares. Entonces Humareda huye al Cordano del costado de Palacio de Gobierno y tomando su infusión de manzanilla espera la noche viendo a las gringas, turistas mochileras con las que siente lujuria y esplendor en su lápiz.
5.
Nunca vi ebrio a Humareda. Parecía. Su borrachera era estética. Su descuido personal no era pose, era genio. Por eso nos peleábamos. Yo quiero a los poetas pero amo a los pintores porque manejan otros códigos y ser pintor en el Perú es manejar otro imaginario. Mucha carga histórica. Mucha responsabilidad en los omoplatos. Hablaba de filosofía porque había leído a Kant y Marcuse. Era de izquierda, Humareda de Puno, porque solamente era cholo aunque este aserto merezca una aclaración.
Ser cholo en el Perú era (es) una maldición. Pero ser cholo y pobre es una tragedia existencial. Humareda sabía que ser pobre no necesariamente lo convertía a uno en socialista. Lo transformaba en un desecho humano que otra cosa, sino hace tiempo los peruanos hubiésemos llegado al cielo del marxismo. Humareda apoyaba a Izquierda Unida porque amaba la libertad y detestaba a los blancos de Orrantia que le compraban sus cuadros tapándose la nariz y pagándole tarde y mal.
Decir que para Humareda la pintura no era sólo color sino también forma, armonía, composición, dibujo y realidad, no es afirmar un lugar común. Existen otros conectores que pocos advierten. Que como el caso de otros puneños ilustres, Carlos Oquendo de Amat, Gamaniel Churata, Alejandro Peralta, por nombrar a los más conocidos, Humareda luchó –vivió y padeció–en un universo hostil que opera en la esfera de las artes plásticas y/o en la literatura en una urbe limeña. Racistas y mediocres, los críticos y galeristas jamás aceptaron su condición genial por ser sólo un “serrano cochino”.
“¿Mi cuarto? Mi cuarto es más alegre, me gusta. Me gusta La Parada, el barrio, por su bullicio, por la gente. Aunque también siento agrado por la noche, por las mujeres bonitas, de buenas formas”, dijo en una oportunidad Humareda, el pintor que dejó París por Lima, que no tomaba alcohol ni fumaba pues prefería el agua de manzanilla para bosquejar sus trabajos, mientras aguardaba la noche, a cuyo amparo incursionaba en los prostíbulos capitalinos, a la caza de damiselas con quienes fundir sus sueños de acostarse con su adorada Marilyn Monroe, la endiosada rubia norteamericana.
6.
Humareda tenía casi medio siglo viviendo en Lima. Así, por qué tenía que ser ajeno a los boleros derrotados de Bienvenido Granda, al dolor por la madre de Daniel Santos. Cómo ser inmune al empalagoso sonsonete de la Sonora Matancera, Los Compadres, el trío Matamoros o Celina y Reutilio. Clásicos de la esquina y la noche en las cantinas y con rockola, de los burdeles y con rockolas, de la casa de licencias y con rockola. Por eso era un pintor musical que por algún motivo se vacunó contra la nostalgia, esa prostituta del recuerdo, y hablaba poco de Lampa y de Puno solo cuando lo jodían y de que era serrano cuando estaba a punto de estallar. Y esa condición que lo hacía diferente y ere sólo su estigma por ser artista.
Pero acaso así no trataron a Vallejo, y a Carlos Oquendo de Amat. Porque déjense de conjueces, en Lima a Víctor Humareda lo cholearon hasta el hartazgo, lo jijunearon hasta el empacho y lo tajaron, lo oxidaron, lo trajinaron, lo inventaron, lo mapearon, lo embelesaron, lo maldijeron, lo putearon, lo ensalzaron, lo maldijeron, lo acorralaron, lo ningunearon, lo chuparon, y lo embalsamaron.
Como buen alumno de José Sabogal y Ricardo Grau, Humareda es sucedáneo en principio del cusqueño Alberto Quintanilla, del serrano del Valle del Mantaro Juan de Dios Kawashima, del chiclayano Oscar Allaín, del amazónico Pancho Izquierdo, del trujillano Gerardo Chávez, del huancavelicano Jesús Ruiz Durand, del jaujino Oswaldo Higuchi, del zambo Carlos Ostolaza, del cerrepasquino Carlos Palma y del ferreñafano Wilbert Piscoya.
¿Que los une? Ninguno es limeño y todos son notables pintores. No es invisible establecer que lo peruano existe sólo en lo cholo y no cholo y si fuera más audaz, entre lo que es de Lima y lo que no es de Lima. Vargas Llosa es arequipeño, Arguedas es andahuaylino, Chabuca Granda también, Antonio Gálvez Ronceros es de Chincha, Gregorio Martínez es de Nazca, Eduardo Gonzales Viaña es de Pacasmayo, Edgardo Rivera Martínez es de Jauja. ¿Y Vallejo, el más cholo entre todos los cholos? Peruano total. Sólo Bryce y Bayly son limeños de solera.
El valor de Humareda en la pintura peruana es y será la expresión de una posición marginal, su pintura evoca este multiexpresionismo que posee el Perú, y que no queda sólo en lo disgregado o regional, sino que se convierte en universal, como el rencor por hambre o la ira por el miedo. Y muchos lo lloraron cuando iba al cementerio. Conozco a esos buitres que cuando falleció, aparecieron de todas partes, que todos hablaban de él, que se ufanaban de ser sus amigos, que jugaban con su nombre. Fue grosero y hasta vulgar que un galerista de la Av. Larco quien se nombró su viuda oficial como otros pendejos, sus auténticos huérfanos.
7.
Domingo Tamariz también fue su amigo y así lo describió: “De rostro cetrino, cabellos chúcaros, bajito, siempre de terno negro y algunas veces con sombrero bombín, Humareda se había instalado, desde la década de 1960, en el Hotel Lima, cuarto 283, de la avenida 28 de Julio, que será el taller del artista hasta el fin de sus días. Vivía rodeado de sus cuadros de explosivos colores, entre los que destacaba el de Marilyn Monroe, de quien era un rendido admirador. Además, con la que, de acuerdo con su fantasiosa imaginación, había contraído matrimonio, pero a la que “no toco porque es de papel”. En otro apunte sobre la diva, acotó: “No tenemos hijos. Vivo solo con ella en mi hotel. Nunca me habla, ni la toco. Solo la contemplo…”. Sí: era un loco lindo”.
Tal el mundo imaginativo y siempre cruel que nos transmite Humareda, con sus escenas viejas, de brujas, de mujeres de la vida alegre, de payasos pensativos, de desnudos, de danzas y procesiones, de calaveras y máscaras, escenas callejeras sobre todo nocturnas de los bajos fondos, de cantinas y boites; versiones todas de original expresión, en las que la tragedia se preludia, o donde se avizora la tragicomedia más dramática del hombre
Uno de los pocos libros, el mejor, en todo caso, es “Víctor Humareda. Imagen de un Hombre” de Herman Schwarz y Enrique Sánchez Hernán. En el que, entre otras cosas, se revelaba el contenido de quince “libretitas” que el pintor utilizaba para anotar todo lo que pasaba por su mente -desde citas hasta sentimientos como él las llamaba-. No era raro este Víctor. Luego aparecerían otros trece pequeños libretitas más allá en La Parada del Lima Hotel, sobre el Sillón de Sócrates. Hay textos y dibujos irregulares. No importa. Qué lástima dirán ahora los que lo conocieron como ser humano, que en ninguno figure la palabra: venganza. A decir del poeta Miguel Idelfonso, autor de la novela “Hotel Lima”, un épico intento por recrear el universo maldito del pintor, Humareda vivía en la época que quería, con su humor, sensibilidad, erotismo, ironía, preocupación social, dolor. Humareda era pues un referente y un héroe cultural que le sirvió para retratar Lima.
Don Mario Sierra, que fue cuartelero del Lima Hotel y posteriormente discípulo de Humareda los acompañaba a los burdeles contaba: “Primero donde ‘La Nene’ en la Colonial, ahí había una chica Karina que lo explotaba al maestro porque por salir al cine o acompañarlo a pasear, le cobraba. Luego cambió de rumbo: el Cinco y Medio era el lugar de rigor. Hasta ahí me llevaba porque quería buscar a una chica bastante bonita, muy parecida a Marilyn Monroe”. Más tarde, Mario pintaría un cuadro en el que aparecía Humareda, acompañado por Vincent Van Gogh y Marilyn Monroe, “Yo estaba atrás sirviéndoles un trago, vestido de mozo”.
Herman Schwarz , finalmente lo describe así: “Ahí en el cuarto del Hotel Lima donde vivió alrededor de 30 años usaba el aguarrás más bravo, el más recio, para limpiar sus pinceles. Ese aguarrás, que era un barro sucio, lo vertía en una botella vacía y lo dejaba sedimentar, y una vez que bajaba el óleo, echaba el aguarrás en otra botellita para seguir usándolo. Ese sedimento lo tiraba y se acumulaba detrás del caballete. Lo que él creó ahí, en ese espacio cerrado de su habitación fue una cámara de gas que, creo, le produjo un cáncer a la garganta que después lo mataría. Yo iba a visitarlo a su casa. Un día de esos me dice “Mira lo que me ha salido”, y me enseña un bulto. “Me ha visto un doctor de Neoplásicas. Me dijo que mañana me interne. Quiero que vayas”. “¿Y tu familia?”, le pregunté. “No tengo a nadie. Solo dos hermanas que viven en Arequipa”. Y ahí me di cuenta que no tenía familia en Lima”.
· Fragmento de un texto editado en el libro TU MALA CANALLADA, Lima Lamcon, 2014, de Eloy Jáuregui.
(1) Las primera fotos pertenecen a Herman Schwarz.