Venancio Shinki dedicó incansablemente seis décadas de su vida a la pintura. Descendiente de padre japonés, fue un maestro indiscutible que recorrió Europa y Norteamérica; sin embargo, el Perú siempre fue su gran bastión. Hace unos meses él falleció a los ochenta y cuatro años.
Conversamos con Venancio Shinki en la intimidad de su casa. Elda di Malio, su esposa, nos dirigió hasta el lugar donde trabajaba el maestro. El siguiente diálogo se convirtió en la última entrevista
Naciste en la hacienda San Nicolás ¿Qué recuerdos?
No tengo el año exacto, ni sé en qué barco llegó mi padre a Perú. En esa época él llegó de Hiroshima con todos los japoneses que inmigraron a Sudamérica en un afán de rebeldía contra una disposición legal del emperador que era considerado una divinidad; pero a ellos no les importó, e inmediatamente aceptaron los contratos de los hacendados latinoamericanos.
Tú padre inmigró solo ¿Él dejó familia en Japón?
Casi como la mayoría de los viejos japoneses, él era muy cerrado, y muy estoico; pero ya estaba casado, y con dos hijos. Él nunca lo dijo. En ese momento nadie sabía que era un hombre casado.
Quedaste huérfano muy niño.
Mi padre murió cuando yo tenía 9 años. Él era dueño de dos negocios; una bodega, y un restorán, y tuvo un socio japonés para que atendiera el restorán. Recuerdo que era muy bueno con la gente; yo fui testigo la vez que una señora humilde ingresó a la bodega y le pidió algunos víveres, y cuando tuvo que pagar vio que no le alcanzaba el dinero, y mi padre le dijo: Anda nomás hijita; y el socio japonés se indignaba cada vez que se enteraba de eso. Luego de un tiempo mi padre vendió los dos negocios, y se escapó. Se había enterado de que los japoneses con negocios en Perú iban a ser deportados a los campos de concentración, porque ya se había iniciado la segunda guerra mundial; pero después nos informaron de que él dormía en una chocita del valle de Pativilca; fue allí que le dio pulmonía, y cuando estuvo muy enfermo regresó. Lo primero que hizo al verme fue pedirme agua; luego mi madre escribió una carta muy dramática para pedir ayuda a los amigos, y a los dos días llegaron a la hacienda dos camiones, y en uno de ellos tuvimos que llevar todas nuestras cosas; mientras mi padre iba echado sobre un colchón; luego no resistió más, y murió. Entonces, me quedé a vivir con mi madre. Luego de un tiempo llegó su primo para estar con nosotros, y la vio morir. Yo tenía 14 años; felizmente él era dueño de una bodega. A partir de ese momento le ayudé a atenderla durante un año; pero cuando vine a Lima empecé a trabajar en un taller de fotografía durante el día; y durante la noche me iba a estudiar al colegio Guadalupe.
Allí incursionaste como ayudante en un estudio de fotografía
El capo de los japoneses de la hacienda San Nicolás se comunicó con un señor también de origen japonés, y me recomendó para trabajar en su estudio fotográfico. Él aceptó, y cuando vine a Lima fui a vivir a su casa que quedaba al costado de la Biblioteca Nacional. Allí aprendí de todo; desde retocar, hasta revelar fotografías. A los dieciséis años ya usaba corbata y mandil blanco en mi trabajo. En esa época en los matrimonios no se podía hacer fotos en la iglesia; porque luego de la ceremonia todo el grupo tenía que trasladarse al estudio para fotografiarse. Así pasaron algunos años, hasta que me independicé, e hice mi propio estudio fotográfico a una calle de la plaza Manco Cápac en La Victoria. Ahí conocí a un tipo que me trajo una escultura para que le haga fotos. Él era un zambo del barrio, y además un gran escultor porque ya estudiaba en la escuela Nacional de Bellas Artes. Luego nos hicimos amigos, y me habló sobre la escuela; entonces, me sentí tan interesado que decidí postular. Así fui a dar mi examen, e ingresé. Fueron nueve largos años de estudio.
En aquella época Juan Manuel Ugarte Eléspuru fue tu profesor; además ya era director de la ENBA
Él fue mi profesor, y fue mi director.
Durante su gestión la ENBA alcanzó un nivel muy alto
¡Y de qué manera! Cuando yo ingresaba a la biblioteca de la escuela y encontraba en los anaqueles algunas revistas, no entendía sus idiomas, porque sus textos estaban en alemán, e italiano; pero las imágenes que observaba eran increíbles. Juan Manuel suscribió a la escuela de Bellas Artes para que todas las ediciones de las mejores revistas de arte del mundo llegasen ahí. La calidad de materiales que usábamos en aquella época era la mejor; entre los oleos, y pinceles, lo que más admiré fueron las telas de lino.
Háblanos dela famosa promoción de oro del año 1959 en la ENBA
Ellos concluyeron sus estudios unos años antes que yo. Y le doy mucho mérito a Gerardo Chávez por ser tan original y valiente. En esa época Juan Manuel como director reunió a sus profesores y les dijo: — ¿qué más le podemos enseñar a estos tromes?—no tienen por qué estar en la escuela, solo hay que darles libertad para que hagan su propia vida— Justamente, Gerardo, Tilsa, y Gonzáles Basurco partieron a Europa; y yo los fui a despedir al puerto del Callao, porque se fueron en barco.
¿Tu amistad con Tilsa Tsuchiya cómo fue?
Tilsa era cuatro años mayor que yo. Al principio la china me cayó pésimo. Yo soy de formación japonesa, muy recta y formal; y cierto día cuando entré a la escuela, escuché una bulla tremenda; esto parece un manicomio, pensé; y de pronto salió una chinita con un mandil sucio, y me dijo: —te invito a tomar un trago en la esquina de Ancash—pensé entonces: — ¡ésta es una p…!— Esa fue mi primera impresión sobre ella; pero finalmente fue una gran amiga mía, y de toda la gente. Era una pintora excepcional; luego se fue a Paris, se casó con un francés, y además tuvo un hijo.
José Sabogal en un tiempo tuvo a su cargo la ENBA; durante su gestión la escuela estaba muy influenciada por el indigenismo. Sin embargo, cuando Juan Manuel Ugarte Eléspuru tomó las riendas de la escuela, ésta cobró una dimensión más cosmopolita
Exacto. Con ese cambio, Juan Manuel sacudió la cabeza de los muchachos de esa época que estaban muy influenciados con la idea del indigenismo; y así se terminó el cuento.
¿Y qué hacías cuando los profesores te mandaban a dibujar campesinos?
Imagínate. Yo más bien he hecho temáticas de vendedoras, esas que ponían sus manteles en el suelo y vendían papas. Eso me impresionó muchísimo cuando las vi por primera vez, porque mi madre tenía su negocio en un local; ella vendía chicha y jamones.
Luego de egresar de la escuela ganaste algunos premios
Cuando egresé de la escuela en el año 1962, ya había expuesto en la Biblioteca Nacional solo por el hecho haber concluido mis estudios. Pero, la verdad que he tenido mucha suerte en los concursos; porque gané casi todos los premios. Es increíble la cantidad de galardones que he podido ganar; y confieso que fue sin pretenderlo.
Muchos artistas cuando empiezan incursionan con el figurativo, y luego de explorar distintas corrientes, terminan haciendo abstraccionismo. En tu caso fue distinto porque inmediatamente te involucraste en una corriente expresionista-abstracta; asimismo, te disgustaba que te encasillen como surrealista ¿cómo incursionaste en la pintura abstracta?
Exacto. Al principio me fastidiaba cuando decían que hacía surrealismo. Y te confieso que la abstracción me gustó gracias a los viajes que hice a Nueva York cuando vi la obra de Jackson Pollock; ahí descubrí la libertad. Luego en Paris vi minuciosamente cómo pintaban, cómo raspaban, y chorreaban, — ¿Qué es esto?— dije, —habrá que probarlo— Justamente, en el año 1963 fui invitado a la Bienal de Sao Paulo, y noté que mis obras no estaban mal. El stand peruano estaba presentable, pero tenía mis dudas. Luego recorrimos todos los stands extranjeros, y me quedé tonto, porque sentí que estaba bailando al mismo ritmo de los artistas mundiales. Pero no fue ahí, ni en Europa que me di cuenta que tenía que cambiar. Fue más bien en Perú, luego de regresar de aquella bienal llamé a un amigo de una agencia de viajes, y le dije que necesitaba viajar a Nueva York. Después de cuatro días me dio los boletos, y llegué a Nueva York para ver qué pasaba, y creí encontrar en esa ciudad mi línea conceptual, pero no la encontré. Carlos Dávila, hijo de mi profesor Alberto Dávila, residía allí, y me acompañaba a todos los circuitos artísticos. Fue entonces que le pedí que me enseñara a los artistas jóvenes que exponían en la gran ciudad; y un buen día cuando fuimos a una galería a observar una exposición, vimos que las telas de las obras no estaban colgadas en las paredes; estaban arrinconadas y así se exhibían. Yo salí indignado al ver que eso era cualquier cosa, menos arte, y cuando iba caminando por la calle quería llorar de rabia, y me cuestioné a mí mismo: —Tantos años que he estudiado, y veo que en Nueva York ese arte es lo máximo— y en ese mismo instante, escuché una voz que me decía: “Venancio no busques lo tuyo en otros…está en tu corazón, solo ahí podrás encontrar lo que verdaderamente es lo tuyo”. Luego de oír esa voz me fui corriendo al hotel, y al día siguiente me regresé a Lima para pintar lo que acontecía en mi Perú.
En ese momento recibiste algunas críticas porque decían que Venancio Shinki no se comprometía con lo que acontecía a su alrededor; y que más bien, andaba encerrado creando para él solo. Sin embargo, después entendieron que en tus temáticas había compromiso social, incluso mediante tu iconografía, con símbolos, hendiduras, y metáforas peruanas; como la mujer, los toros, y las recurrentes escaleras que siempre encuentras en el camino; ahí está el Perú.
Exacto. Después esos mismos críticos se dieron cuenta, y cambiaron de opinión. Menos mal que los estudiosos finalmente se percataron de que yo no hacia tonterías; y entendieron que en mi obra estaba creando parte de mi propia vivencia, y de los sitios en los que yo estuve de chico.
¿Alguna vez te sentiste más japonés que peruano?
Te cuento que cuando regresé de Japón estuve con una tristeza muy profunda. En ese momento creí que era más japonés, y me preguntaba ¿soy japonés, o soy peruano? Entonces, le dije a Elda que no iba a salir a ningún lado, y que a partir de ese momento no estaba para nadie. De pronto, escuché un valsecito criollo que sonaba en la radio, y dije: ¡Carajo, esto es lo mío! Allí empezó la cosa, y nuevamente volví a ser peruano. Cierto día, estábamos almorzando en el jirón Libertad del Rímac con un grupo de amigos; entre ellos un viejo compositor de música criolla. Él me confió que sus canciones le fluían porque primero visualizaba las letras en el espacio, y que luego las trasladaba al pentagrama. Pensé entonces, yo, como pintor tendría que hacer lo mismo.
En Europa visitaste los grandes museos y te sentiste influenciado por el trabajo greco-latino. Algunas esculturas que observaste de la escuela griega tenían el cuerpo sin extremidades. Eso te caló en el alma
Así es. Aquella vez me quedé parado por mucho tiempo mirando esa obra. Yo me había dado una vuelta por todo el museo; y cuando me di cuenta, me vi nuevamente parado en el mismo lugar. La escultura que estaba enfrente de mí no tenía brazos, —Esto me está diciendo algo— pensé. Ahora reconozco que eso me enseñó mucho. De mis viajes a Italia; particularmente el que hice a ese museo de esculturas en Roma, hizo que me quedé con la boca abierta.
Tu obra “Compendio” de gran formato es extraordinaria. Es un tríptico que evoca a la escuela clasicista; me refiero a que luego volviste a la figuración.
Claro. Luego yo volví a la figuración; o mejor dicho, practiqué mi propia figuración. Esa pintura es la que más ha representado a Perú de las obras de Shinki. Y ha viajado desde Nueva York, a otras partes del mundo; incluso, a la Bienal de Sao Paulo.
Elda di Malio tu esposa es artista plástica ¿Qué tanto ayuda eso?
A veces sí. Aunque a mí ella me ha ayudado mucho más. Quizás yo la apoyo también, porque deseo que sea más activa en algo que yo admiro que es su pintura. Porque me encanta lo que hace, pero a veces no lo continúa porque tiene que atender la casa, y a mí que ando delicado de salud. Yo no quiero ese tipo de atenciones; lo que quiero es que ella se entregue más a su profesión.
Fuiste docente en la UNI
En esa época Cartucho Miro Quesada habló con Juan Manuel; y luego Juan Manuel me buscó y me dijo que me necesitaban en la UNI. Lo gracioso fue que la propuesta no era para ser profesor en Bellas Artes; sino, para la Universidad Nacional de Ingeniería. Entonces, le pregunté qué cosa debía enseñar, y me respondió: —enseña lo que tú sabes— Y desde ese momento empecé a hacerlo; y no tienes idea, muchos de esos alumnos que incluso han sido ministros de Estado, hasta ahora me recuerdan, y cuando me ven me tratan de profe. Encontrarme con gente tan inteligente y sensible ha sido gratísimo.
¿Hace qué tiempo que no visitas la Escuela de Bellas Artes?
Hace muchos años, y me da mucha pena.
¿Venancio Shinki tiene calle? Alguna anécdota
Sí, siempre anduve en la calle. Cuando concluí mis estudios que fueron larguísimos, luego de nueve años llegó la libertad, y nos reunimos un grupo de seis muchachos y nos fuimos a la plaza San Martin a un bar que quedaba frente al “Negro-Negro”. En esa época ahí encontrabas a unas señoras que iban solas a “chupar”; eso era rarísimo, y yo inmediatamente sacaba de mi sacón mi cuadernito de dibujo, hacia mi bocetito, y anotaba todo. Cómo gozaba viendo a esas mujeres solitarias.
¿Qué opinas del arte contemporáneo del siglo XXI en el que priman las instalaciones con conceptos cada vez más raros?
Los viejos pintores como yo sentimos eso. Los jóvenes artistas aprecian lo otro; me refiero a todo lo opuesto que antes ejercían los viejos artistas. Yo he viajado mucho, y he visto un montón de muestras alrededor del mundo. A veces hay cosas raras que te llaman la atención positivamente, no está mal…pero la gran mayoría la “hueva”; no va conmigo; ¡ni hablar!
Por lo visto el arte te ha tratado muy bien todo el tiempo
Siempre. ¿Sabes cuándo me di cuenta de ello? desde que viajé y estuve en la ventana de un avión divisando puras montañas, y paisajes. Me di cuenta entonces; que todo era gracias a mi profesión.
Supongamos que tendrías que volver a nacer ¿A qué te dedicarías?
En principio, no creo en nada de eso; pero si habría esa posibilidad, me gustaría empezar un nuevo camino en el arte. Lo cierto es que he dejado en el camino el deseo de otras manifestaciones artísticas. Me estoy refiriendo a la escultura; que, aunque lo estudié obligado, lo hice bien en su momento; pero más me atrajo la pintura, y así me quedé con ella. Luego pensé que más adelante lo tenía que hacer; y aún tengo ideas…pero no. A la edad que tengo ya no.
(Entrevista publicada en la revista impresa Lima Gris Nº 11)