Cultura

Tres nombres para el Nobel: Cartarescu, Houllebecq y Kadaré

Lee la columna de Hans Herrera Núñez

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La ruleta del Premio Nobel de Literatura 2023 se dispara este jueves 5 de octubre, a las 8 en punto. Mientras tanto en las casas de apuestas ya se tiene un ranking. Un punto de partida es el consolidado de estadísticas de apuestas Oddspedia, en el ranking especulativo de ganadores para este año los favoritos son: la china Can Xue (¿quién?) Haruki Murakami (en serio, otra vez) y la disidente rusa Lyudmila Ulitskaya (que conveniente geopolíticamente sería que gane). En las apuestas Can Xue  va 4/1, siendo la favorita. Como solo apuesto a caballos, diré mis nominados que si o si deberían ganar. Porque para cuotas de género, origen étnico o representatividad de un continente, para esas chorradas están los premios Oscar y no Cannes. En literatura estos son los hombres fuertes de la literatura, los que realmente hace rato están escribiendo a martillazos.

Houellebecq, islamófobo y anti postmoderno

Si hay alguien que jamás debería ganar ni siquiera una mención honrosa de un certamen de literatura municipal en Murcia, esto desde la hegemónica cultura de la cancelación, ese sin dudas es Michel Houellebecq, y es que leerlo es un placer que incómoda.

Crítico feroz del postmodernismo encarnado en los valores del mayo del 68 a través de novelas como Las partículas elementales, Plataforma, Sumisión o Ampliación del campo de batalla, es sin duda, desde su aparición en los años 90, una corriente de aire fresco que devuelve a la literatura ese fuego de crítica al poder de los símbolos establecidos. Su crítica también se refiere a la creciente presencia del Islam en la sociedad europea, llegando sus novelas a ser consideradas proféticas como ocurrió en 2001 y en 2015, respecto a las Torres Gemelas y a la masacre de los caricaturistas de Charlie Hebdo, respectivamente.

Solteros inútiles y vaciados existencialmente son sus protagonistas predilectos, seres separados, aislados, a los que solo les queda el consumo. Un fiel reflejo del europeo occidental satisfecho en su insatisfacción. Son personas sin familias detrás, que irónicamente lo único que tienen son las empresas para las que trabajan, renuncian y vuelven a buscar trabajo sea en otra empresa, porque es eso precisamente lo único que tienen.

En un mundo donde todo se usa, el sexo, las ideas, el arte, la identidad, no hay espacio para el amor y la comunicación entre las personas. Su retrato es el de una sociedad donde la ciencia se ha reducido en técnica para ser usada también, para ser consumida, porque todo es consumo. Sus historias son la de personajes incapaces de ser humanos, y en la que el salvaje islam aparece en sus novelas como ese otro, que se opone a los valores democráticos occidentales, pero al que no se puede enfrentar por no tener nada seriamente con que oponerse.

Si Chul Han es el autor que acuña el término de sociedad del cansancio para referirse al postcapitalismo actual, Houellebecq es el autor en novela que acuña la cultura del cansancio de sociedades liberales sin capacidad de enfrentar culturalmente al fenómeno de la amenaza integrista. Porque el islam tiene esa convicción fanática que a la vez tiene un fundamento de juventud y lucha, que occidente no ha conocido desde la última mitad del siglo XX.

En Plataforma pareciera que, aunque accidentada, la única relación posible es hacia con el extranjero, como es el caso de la co protagonista de la novela, una tailandesa, Valérie, quien sí tiene aspiraciones de crecer, aunque sea a través del turismo sexual.

Se podría intuir que el otro a encontrar en términos pacíficos es la arquetípica figura femenina, la que le muestra otro mundo al protagonista europeo cansado. La posibilidad de vivir y tener un propósito. Las preguntas que se plantea la narrativa de Houellebecq son sobre la aparente  imposibilidad del amor, propia del cansado pensamiento global burgués, por un lado, y la de si hay una salvación o no, por el otro.

La obra de Houellebecq desde los años noventa ha sido debida y esforzadamente cabildeada por  Nelly Kaprielian, francesa de origen armenio, crítica literaria de la revista Les Inrockuptibles, su más ardiente defensora y difusora entre el hiper competitivo panorama literario francés. Fue gracias a su cabildeo que ganó Houellebecq el Premio Goncourt, el más importante premio literario en Francia.

Es sabido que los premio Nobel de Literatura son en realidad las Olimpiadas de los idiomas, dónde la pugna entre el inglés y el francés es de proporciones titánicas. A pesar de las obvias cualidades narrativas de Houellebecq, es difícil verlo ganador por razones políticas. Se lo ha intentado vincular a Le Pen y a la extrema derecha. Sin embargo sus lectores son fieles y son precisamente sus detractores sus mejores publicistas. Entre sus defensores honestos cabe mencionar a otra mujer, Eugene Basties, quien representa a esos hijos rebeldes de esa narrativa que propone el desagradable Houellebecq, quien en las apuestas va 14/1.

Mircea, el primo latino de Europa

“Le doy noticias, señor, sobre los turcos, porque he oído que el emperador salió de Sofía y no es así, y subieron al Danubio.”

El documento más antiguo que se conserva escrito en rumano es una carta datada en 1521, escrita por un tal Neacșu de Câmpulung al jude (“juez y alcalde”) de Brașov, Hans Benkner, advirtiéndole de una invasión turca proveniente desde Transilvania y Valaquia.

Siglos más tarde, un escrupuloso archivero alemán prestó atención a unos documentos municipales en abandono. Entre una serie eslavo-rumana de 700 documentos que iban de los siglos XIV al XVIII, descubrió la carta. Wilhelm Stenner, su descubridor, era el archivero de Brașov en 1894. Más adelante el lingüista rumano Aurel Nicolescu afirmó que en dicha carta no menos de 175 palabras de las 190 encontradas  tienen origen latino, sin contar las palabras repetidas y los nombres. Una expresión que se repite en la carta es “I pak”, que significa “y otra vez” y que tiene una función similar a la del latín “item”, utilizándose también para marcar el comienzo de una nueva frase, ya que es este primer documento del idioma rumano, no existían los signos de puntuación. Otra curiosidad, la carta además de estar escrita en alfabeto cirílico, tiene una introducción en lengua eslava que antecede el contenido en antiguo rumano, y que vuelve a terminar con una invocación a Dios en búlgaro, lo cual evidencia la pequeña globalización que vivía el pueblo latino con sus vecinos.

Si la historia de un escritor es la historia de su país, la historia de su país tiene por base su idioma. La historia de Rumanía desde mucho antes de su comienzo literario escrito es una historia de supervivencia. Desde los míticos tiempos de la Dacia Romana, pasando por la opresión otomana, la historia del rumano y su lengua es la historia de un pueblo latino atenazado entre rusos, alemanes, húngaros, otomanos y un sinfín de vicisitudes. A veces amigos, a veces enemigos, pero siempre vecinos.

La carta de Neacșu, tesoro de la historia de la literatura en lengua rumana, lengua que nace como carta, y además una carta de un pueblo amigo a otro pueblo amigo frente a una amenaza, eso me da gusto pensar es Rumanía, nuestro hermano latino en Europa.

Hablar del candidato al Nobel de literatura rumano, Mircea Cartarescu, exige que hablemos también en sus términos enciclopédicos. Se ha hablado de él comparándolo con Borges, Kafka, García Márquez, pero se olvidan también sus expertos de Cartarescu y su pasión de leer los once tomos de las obras completas de Dostoievski cada año, de su admiración a la obra del peruano Vargas Llosa, de quién dijo: “Para mí fue más que un referente, [fue] un héroe”, confiesa. “Yo empecé a escribir en los 70, y sus libros cambiaron mi vida. Nunca olvidaré la revelación de La tía Julia y el escribidor o de La guerra del fin del mundo, o incluso La ciudad y los perros, todos ellos libros fundamentales para mí. Nunca hubiera soñado con compartir escenario con Vargas Llosa. Ha sido un gran honor”. Señaló en una ocasión en que compartieron escena, pero ahora la proximidad puede ser más cercana. Cartarescu aparece en las quincenas de candidatos al Nobel. Y ya es voceado desde hace algunos años. El autor de Solenoide, Nostalgia y la saga de Orbitor, esta última que lo ha consagrado internacionalmente como uno de los autores hegemónicos, son perfecta muestra de porque Mircea debe y puede ganar el Nobel de Literatura.

El boom lector por Mircea en Latinoamérica (a quien muchos  confundían con una autora, por el nombre, salvo los siempre perspicaces lectores de antropología que evocaban de inmediato a Eliade a sus mentes apenas leer su nombre), se puede considerar como un fenómeno reciente y que tiene por nombre Editorial Impedimenta de España, la cual ha acercado con éxito en poco tiempo a los lectores latinoamericanos con su lejano primo.

Su obra es un realismo mágico que nos resulta totalmente familiar, el mundo de los sueños, pero sobre todo su capacidad de percibir que, tal vez, el único patrón real de nuestras vidas, sean precisamente esas anomalías que nos hacen pensar si realmente lo que sucede está ocurriendo o acaso estamos en un sueño.

La única forma que encuentro para reseñar sus historias es solo leyéndolas. Solo me queda decir: después de leer El ruletista, todo es posible en literatura.

En las apuestas Mircea Cărtărescu va 11/1

Ismail Kadaré, en los márgenes de la Historia

S. XXVI a.C. La Gran Pirámide consume los recursos y la energía de Egipto, miles de personas mueren durante su construcción mientras el faraón  Keops desata periódicamente oleadas de arrestos y torturas contra aquellos falsamente acusados de sabotear el proyecto.

El propósito de tanto esfuerzo, más allá de toda megalomanía complementaria, es simple: se trata de política. ¿Cómo asegurar el reciente paso de una sociedad de cazadores recolectores a una organizada en ciudades en plena revolución agrícola? Fácil, concentrando todo el esfuerzo y vidas de los involucrados en una tarea.

 Aprovechando los desbordamientos del Nilo, la agricultura era muy próspera y fácil, dejando varios meses a la población bastante ociosa, esto claramente para los planes de ingeniería social del faraón y su élite era un peligro que no se podía permitir por el bien de la civilización que empezaba a nacer. Entonces quizá el motivo principal de la construcción de La Pirámide y su importancia fuese no permitir el descanso y la reflexión a sus súbditos, quienes a su vez actúan voluntariamente en contra de sus propios intereses.

Este es el argumento de la novela de Ismail Kadaré, La pirámide. Porque si algo sabe Kadaré es construir metáforas políticas, y esta en especial es un monumento a la dictadura comunista que le tocó, la de Hoxha en Albania.

Albania fue en la segunda mitad del siglo XX, conocido como el país más comunista del mundo, el primer y único país oficialmente ateo (si excluimos el culto a la figura del líder), pero sobre todo un país cuya dirigencia comunista además de paranoica (Albania es un país con medio millón de bunkers, y todo el país es más chico que el departamento de Lima) era de un fanatismo ideológico tal que se peleó primero con los yugoslavos que los ayudaron a ganar la Segunda Guerra Mundial, luego se peleó con la Unión Soviética acusándola de revisionista, se acercó a China para después también pelearse con ella acusándola de desviación ideológica y al final acabar sola y aislada de todo el planeta, y todo por una ultra ortodoxia al marxismo. Y todo esto con la anuencia  de su hiper vigilado pueblo. En el caso de la Albania comunista de Hoxha se refleja perfectamente el sentido de la pirámide como símbolo de un poder total e indiscutible.

Ismail Kadaré no es nuevo en las quinielas del Premio Nobel de Literatura. Ha sido nominado casi veinte veces. Su mayor aporte en la literatura es acercar a miles de lectores a una cultura, la albanesa, la cual sigue siendo misteriosa y salvaje en plena Europa. En su obra Kadaré utiliza únicamente idioma albanés puro sin presencia de palabras extranjeras. Esta es una característica única de sus novelas, y muchos le atribuyen el mérito de haber mejorado la lengua literaria albanesa, una lengua hablada apenas por unas seis millones de personas, una lengua marginal, con una literatura de los márgenes de Europa. Ser escritor albanés y escribir desde y sobre  un  país del que apenas sabemos nada, y escrito en un idioma hablado por un puñado de gente, eso es hacer Literatura.

Kadaré creció en el mismo pueblo, y hasta en la misma calle donde nació el dictador Hoxha. Durante el comunismo se dedicó a la literatura de fondo. Y aquí viene la cuestión ¿Cómo escribir en el país totalitario, posiblemente el más comunista del mundo, sin acabar sentenciado a muerte? Pues recurriendo al folklore, los mitos y la más lejana imaginación. Se trata de alejarse en la fantasía para poder sobrevivir. Sus alegorías entretejen el acervo balcánico con las tragedias griegas de una manera propia de un autor que se puede considerar ya por merito propio, un clásico. Aunque el género hegemónico en Albania era el realismo socialista, Kadaré supo ganarse un espacio desde la fantasía más exótica y oriunda a la vez. Abril quebrado, es una novela donde retrata las costumbres atávicas de las tierras altas de Albania a través del despiadado código del Kanun, la ley de sangre que se hereda. Una forma de entender por qué los albaneses tienen fama de violentos, como los nicaragüenses en Centroamérica, quizás se deba a estos códigos ancestrales que tan bien ha sabido retratar Kadaré.

Desde hace más de una década las paredes de la universidad, de escuelas y de bibliotecas en toda Albania tienen fotos de Kadaré, dónde antes estaban las del dictador Hoxha. Detrás de unos lentes ahumados, unos ojos de los que solo se puede adivinar el color, miran con picardía al que lo ve. Kadaré es superviviente, pudo publicar su obra en una dictadura feroz, y demostró como dijo una vez Vargas Llosa, que el campo a dónde escapan los escritores en sus fantasías, huyendo de la miseria de sus pobres vidas, es precisamente ese campo el de la libertad humana, el de poder volar con el pensamiento a donde sea, incluso salir por unas horas de la Albania comunista de Hoxha, de su medio millón de  bunkers y miles de grillos (micrófonos Made in China) colocados por la Sigurimi, la policía secreta de Hoxha.

En Albania ya no hay comunismo ni ateísmo de Estado, gracias a Dios, pero el pasado queda, no importa que el pasado sea lejano o muy reciente, el pasado en Albania siempre pesa como plomo.

Volviendo al pasado, en su novela “El palacio de los sueños” (1981), se narra la historia de Mark-Alem, funcionario del imperio otomano empleado en el Tabir Saray, dónde se controla a la población mediante los sueños, que anticipan desde los intentos de derrocar al gobierno hasta las grandes catástrofes, mientras  avanza en su carrera de funcionario, Mark-Alem se irá hundiendo en las arenas del desasosiego. Escrito en plena Dictadura de Hoxha es de una osada e inteligente crítica al totalitarismo dentro del totalitarismo.

Pero volviendo a esa extraña novela, La pirámide, a medida que la narración finaliza, hace un extraño salto de tres mil años, avanzando para mostrarnos a Timur el Cojo (Tamerlán) erigiendo en Asia central otra pirámide, pero está vez hecha de 70.000 cráneos. Y con esta imagen queda claro quien es el maestro de la parábola política.

Kadaré tiene 87 años, en este año su nombre no figura en ninguna sala de apuesta, mientras nombres tan inusitados como Stephen King aparecen este año con una probabilidad de 49/1. Sin embargo, esté o no esté Kadaré, yo apuesto por él, porque “algunas gotas de lluvia llegaron a mi ventana”.

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