Opinión

Tres escenas de la irrelevancia de la cultura en el Perú

Una mirada a la destrucción de La máquina de arcilla en Huanchaco, el caso de la fortaleza Kuélap en Amazonas y sobre la boda monumentalmente ridícula en Trujillo.

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La cultura en el Perú es tan ‘la última rueda del coche’ que la boda de Belén Barnechea, repostera en boga en ciertos medios e hija de un político vano que ha sobresalido sólo por la minusvalía de los demás candidatos, incidental candidato presidencial que cree merecer gobernar cuando nunca ha tenido ningún mérito y, sobre todo, un buen relacionista público —recuérdese los audios con Rómulo León, etc.— ha recibido más atención mediática  que el derrumbamiento de Kuélap o la mutilación irreversible de La Máquina de Arcilla de Huanchaco, muestra de land art creada por Emilio Rodríguez Larraín.

Claro que como todo el mundo sabe el motivo del escándalo no fue la boda en sí sino la parafernalia adyacente, es decir, la puesta en escena del homenaje que propusieron o consintieron los involucrados que, por supuesto, no merecen tener ninguna crítica excepto la de haber incidido en una huachafería tremenda y en un entreguismo, acaso ciego y hasta inocente pero entreguismo al fin y al cabo, que es la marca característica de la ‘élite’ que ha dominado la economía y la política en el país durante los últimos doscientos años, es decir, una pseudocasta abiertamente proextranjera, convenida y débil que se postró ante los ‘libertadores’ (las anécdotas acerca de los comportamientos de los criollos burgueses cuando el paso de Bolívar por estas tierras son injuriantes hasta para el más inmoral de los canallas), se postró ante los chilenos, se postró ante el capital inglés y, luego, ante el estadounidense y, como no puede ser olvidado, se postró una y mil veces ante los mandatarios (más o menos connacionales) más obtusos de la Historia respecto de amar al Perú como Sánchez Cerro (de quien se dice que hizo un harén con las más conspicuas representantes de esta clase social que fueron por su propia mano o entregadas por los alcahuetes de sus familiares más cercanos) y Fujimori, etc.

La máquina de arcilla.

El extenso párrafo anterior se justifica porque el único motivo de crítica que debe formularse contra la puesta en escena de marras es haber accedido a sobajar al Perú prehispánico ante un descendiente de aristócratas españoles y su gente, es decir, el novio y su familia.

Todo lo demás es superfluo pues han equivocado el tiro tanto los indignados indigenistas que han malinterpretado la Danza de la Soga (como si fuera una mera representación del esclavismo) y los que han defendido la estupidez de los realizadores del pasacalle en cuestión al considerar que la Danza de la Soga es representativa de la región o un vestigio directo de la cultura Moche cuando, en realidad, no se sabe bien como se pudo llevar a cabo esa danza recuperada o inventada hace poco menos de un siglo y que tiene como base a varias imágenes de antiguos ceramios (en los que, dicho sea de paso, el esplendor moche distaba tanto de los miserables ejecutantes de la danza actual como pueden distanciarse, mutuamente, un diamante respecto de un coprolito minúsculo). Al parecer, los danzantes de la soga si bien no son sólo esclavos, son prisioneros de guerra que son conducidos al sacrificio, algo acaso mucho más grave e ignominioso que la esclavitud misma aunque en esto no ha reparado casi nadie.

Respecto de los hispanistas sólo cabe decir que su volición propeninsular o antinegrolegendaria los hace reaccionar de una manera airada contra los victimizados indigenistas (vaya maldición nacional que en buena parte sean izquierdistas) o fantasear con un Trujillo utópico en el que han sabido coexistir todos los pasados del país cuando, en realidad, en esta villa norteña sólo hubo, siempre, una gran complacencia de todas las clases sociales respecto de ser palanganas o jactanciosos para no crearse mayores conflictos al mismo tiempo que optaron por vivir una mentira tras otra sin ningún asomo de crítica (salvo por uno o dos individuos que no son causa suficiente de redención para nadie), no en vano el Apra estuvo tantos años en el poder pese a no tener ninguna propuesta moderna ni pertinente y el Fujimorismo arrasa en todas las elecciones desde hace una década sin ninguna oposición importante (a estas alturas, debe ser claro para todos que el antifujimorismo ordinario es solo una punta de lanza de la izquierda más ciega y malintencionada que, como siempre, arrastra a algunos personajes de bien aunque sumamente ingenuos, sin obtener ningún fruto de provecho para la gente). Es curioso todo esto pues Trujillo no puede ser un referente de ninguna condición importante para el país en tanto no nos ha propuesto en décadas ni intelectuales ni políticos de fuste (salvo una o dos excepciones desde hace más de medio siglo), pero esa es otra historia.

Pese a lo expuesto, esto no ha sido lo más grave pues los victimizados indigenistas e izquierdistas falsamente reinvindicacionistas del mundo prehispánico, soslayan que en aquellos tiempos hubo tanta o más devastación que cuando los españoles. Tampoco han entendido que su concepción del pasado imperial-virreinal que suelen llamar ‘colonial’ es un lastre para el Perú pues ‘el sueño del pongo’ y las fantasías endebles de Arguedas no significan nada para un Perú mestizo y achorado que no necesita de tutelas ni de tergiversaciones históricas para hacer valer sus derechos. De hecho, para cualquier peruano promedio sería útil tener presente que hasta las Reformas Borbónicas, este país fue un hegemón continental tan valioso que cuando las guerras de independencia empezaron, los dos frentes existentes tuvieron como meta final aniquilar el poderío hispano-peruano para consolidar la libertad de sus propios territorios. Imagino, en este orden de cosas, la exposición orgullosa de un peruano del futuro acerca de la importancia del Perú durante muchos siglos sin incidir en el victimismo francamente patético de los indigenistas. Entonces, seríamos un pueblo mucho más pleno y poderoso libre de estigmas y acomplejamientos pues sólo un demente puede torcer la historia y lo que sucedió en nuestro país pues aquí no hubo ‘colonia’ sino un reino importantísimo y tampoco hubo un exterminio al modo de los yanquis contra los pieles rojas; hubo, no cabe duda, grandes holocaustos y muertes, pero en nada distantes de las que hicieron los Incas con los Chancas y las que hicieron otros pueblos con sus rivales en aquellas épocas más sanguinarias.

Boda de la hija de Barnechea.

Entonces, si hubiera que elegir entre un tipo de relación con España, en lugar de insistir en la maldita utopía arguediana indigenista que es más susceptible de ser asimilada por los pieles rojas respecto de los yanquis, debería optarse por la relación que tienen los yanquis con los británicos. Es decir, un peruano promedio debería estar en condiciones de exaltarse orgullosamente por lo que ha recibido de España (como por algunos elementos prehispanos distintos de los Incas) y, al mismo tiempo, como buenos descendientes de españoles, mandar a los peninsulares, según corresponda, a ‘tomar por culo’ o a ‘pasárselos por los cojones’ junto a su macilenta aristocracia, en el caso de que aquellos crean estar en una posición superior (en caso contrario, la confraternidad no tendría porqué ser mal recibida; recuérdese como Chocano no sólo inflaba el pecho por su filiación imperial indígena —poéticamente inventada— y por su ficticio origen aventurero blanco sino que, además, en uno de sus usuales momentos de clarividencia celebró que su fantasía proviniera de ‘un abolengo moro’, crisol y más crisol de razas espléndidas en una inteligencia de primer orden.

Por desgracia para el Perú, los auténticos conceptos elevados y reales acerca de nuestros orígenes son silenciados y encubiertos por quienes, en teoría, dominan las humanidades y manejan la precaria ‘academia’ existente, ahora mismo, que exhibe las severas taras que hacen ver siempre al peruano promedio como el fruto de un atentado cuando debería verse como el producto de una mezcla magnífica aún cuando, luego los burócratas y mediocres criollos se hicieran del poder por un tiempo tan prolongado y nefasto como los últimos doscientos años casi sin excepciones.

En síntesis, en torno a todos estos sucesos, el pasacalle de la  boda de Belén Barnechea implica un sobajamiento ostensible como siempre ha hecho la clase dominante económica y políticamente en el Perú ante los extranjeros.

También, se ha dado un victimismo ridículo entre los ‘críticos, pero, eso no niega que, en la parte opositora a este indigenismo victimista, haya una ceguera increíble de acuerdo a las razones que he expuesto.

Kuélap y La Máquina de Arcilla, por otro lado, representan algo muy distinto pues el derrumbamiento de la primera se debió a una deficiente gestión de parte del Ministerio de Cultura y la mutilación de la segunda se debió a la desidia de una población a la que nunca le interesó valorar la propuesta de Rodríguez Larraín y como el mismo autor no dejará de advertir, si esa propuesta no caló en la ciudadanía, su fin no es ni un tragedia ni una cosa que merezca tener ninguna relevancia pues cumplió con su cometido. Esto es interesante pues el Mincul no puede preocuparse por caprichos civiles cuando tiene muchísimas obligaciones públicas que incumple y no atiende pese a las advertencias de los expertos pues debe entenderse que un derrumbamiento como el sucedido en Kuélap no se da de la noche a la mañana sino que es un proceso que ha demorado años y en todo ese período la ineficacia gubernamental ha sido absoluta a tal punto que se ha preferido invertir en el teleférico para los visitantes antes que en la preservación del monumento en sí, grosero error de óptica debido a que prevalece una mentalidad ‘turística’ antes que ‘cultural’ en el sector en cuestión.

Kuélap y la desidia del ministro Alejandro Salas.

Particularmente, deploro la perdida de La Máquina de Arcilla, pero, es menester recordar que estuvo abandonada y expuesta a siniestros desde el primer momento. Es una lástima lo que ha sucedido con ella, sin duda, y los responsables deben ser identificados y sancionados, pero no debemos olvidar que el abandono de parte de la ciudadanía ha sido el primer detonante de su destrucción.

Finalmente, retomando el tema de la boda del momento, la supuesta ‘élite’ nacional nació caduca y enfermiza. Los últimos doscientos años no han hecho sino agravar esas taras tal cual se ha evidenciado en el evento que medio mundo ha criticado sin advertir que todos han estado envueltos en marañas de mentiras y desviaciones tan o más graves como el victimismo indigenista que de nada sirve a la consolidación de una identidad nacional potente y orgullosa.

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