El cineasta lituano Jonas Mekas (1922) -emigrado a New York en 1949-, es uno de los artistas más reconocidos de la escena norteamericana que surge a mediados del siglo XX, identificada a grandes rasgos, como el cine experimental estadounidense.
Impulsor de nuevas formas narrativas y estéticas, a través de su obra fílmica y ejerciendo la crítica cinematográfica, ha sido conocido principalmente por sus películas-diario, como Walden (1969), Reminiscences of a Journey to Lithuania (1971-72), o As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty (2000), aunque también ha realizado algunos filmes de ficción o no documentales. Justamente de uno de ellos, The Brig (1964), tratan estas líneas.
Basada en el drama de Kenneth Brown, The Brig fue filmada en un teatro clausurado, utilizando sólo el espacio del escenario para construir el relato acerca de las vejaciones sufridas por un grupo de reclusos (algo más de una decena) en una cárcel militar. Lo primero que vemos es la ubicación de los acontecimientos (“March 7, 1957, U. S. Marine Corps, Camp Fuji”), luego la película se dividirá en segmentos, cada uno señalado por intertítulos que marcan la hora. Sobre un espacio más bien reducido, comprimido casi (un calabozo con varias literas dentro, un corredor estrecho rodeándolo, algunas sillas y un escritorio, dos puertas a los extremos por donde se entra o sale), una cámara inquieta seguirá –o perseguirá- los constantes abusos, golpes, órdenes y ejercicios a los que son sometidos los presos por los guardias. No hay guión estructurado y las acciones, a menudo caóticas, surgen repetitivas, ensimismadas en mostrar la brutalidad y el autoritarismo.
Mekas acerca al espectador, coloca la lente prácticamente pegada a los hechos (cámara en mano se puede decir), dando la impresión de que se está ahí, al lado, o que se sufre, o podría sufrirse, tanto como los presos. Utiliza una especie de plano secuencia que desplaza constantemente su enfoque (de los puñetazos que recibe un reo, al rostro medio sonriente y satisfecho del guardia), y que a manera de un reportaje, quiere implicar al que mira, pero no bajo la mediación de una distancia, sino a partir de la empatía, convocando la indignación y el cuestionamiento. Reproduce lo más que puede no el escenario exacto al que alude –su referente social, una cárcel militar- sino los efectos psíquicos y sociales que se viven en esas instituciones.
Las respiraciones agitadas, el dolor, los cuerpos vencidos por el sufrimiento o la aceptación de la violencia, la cruel satisfacción, la metódica administración del castigo, se registran de cerca y sin descanso en cada segmento. Como en el primero de estos, cuando los soldados encarcelados, son despertados en la madrugada, puestos en fila, golpeados, y después obligados a limpiar la celda. En el segmento que le sigue la pantalla negra indica las “6:00” y todo se repite con pocas variaciones, sólo se introduce una nueva tortura (el hombre cubierto por un cilindro). La cámara no mira desde afuera, está entre los personajes, como un testigo incómodo y alterado; casi no hay encuadres fijos y el ajetreo muestra lo afectado del registro fílmico, a su vez que afirma la opinión crítica del director.
Jonas Mekas.
Funciones complementarias cumplen la imagen y el sonido. El blanco y negro –intencional, pues ya en la época se conocía el color- y el aspecto descuidado del filme –se diría hasta sucio, emparentado con lo más próximo, sin retoques-, denotan la degradación humana y le otorga un aire documental y realista a la película de Mekas. A ello se suman los ruidos de objetos, gritos, cantos marciales, órdenes, insultos, que se superponen unos a otros, intensificando la sensación de opresión y aturdiendo, obligando al espectador a no desprenderse de los actos (por ejemplo una ensordecedora marcha alrededor de la jaula), mostrando como un clima saturado impide cualquier acción reflexiva en los personajes, reducidos a diálogos escuetos, pasivos, a la rutina y repetición, que reforzarán el aprendizaje de la disciplina y en su caso específico, producirá su encauzamiento.
The Brig es una crítica evidente al sistema militar, al racismo (los reclusos negros son tratados con particular dureza) y al autoritarismo. Describe el ambiente de una institución total –a decir del sociólogo Erving Goffman-, en donde el encierro, aislamiento, su específico código de conducta (que remarca la jerarquía y la obediencia), no sólo modelan sujetos, sino también desarrollan los fundamentos de una cultura represiva. Mekas filma todo en un único escenario, como en el teatro, pero introduce la cámara en la escena, para provocar, incitar la respuesta del espectador. Estos recursos son similares a las técnicas dramáticas de Artaud y su teatro de la crueldad, en donde al sorprender, agitar, perturbar los sentidos, busca despertar los conflictos que duermen en el público.
Mezcla de cine realista (direct cinema, la versión norteamericana del cinéma vérité francés) y artificio, The Brig proyecta una suerte de doble con su referente, sin intentar reproducirlo a cabalidad, optando así por su expresividad para fundamentar su tono crítico.