–Debe acostumbrarse a comer alimentos cocinados –le aconsejó D’Arnot–. Los hombres civilizados no comen carne cruda.
–Tendré tiempo de sobra cuando lleguemos a la civilización –repuso Tarzán–. No me gustan las cosas que estropean el sabor de una buena carne.
Tarzan of the apes [1912] Edgar Rice Burroughs
Si el siglo XX tuvo un suculento mito mediático este venía desnudo, hablaba con monosílabos y pegaba de gritos por quítame estas pajas antes de cruzar el alto de la jungla colgado de lianas y otras hierbas. Sí, su nombre era Tarzán y sólo con su taparrabos fue mucho más que el Hombre Araña, Superman, Batman y toda la caterva de héroes enmascarados, venciendo en la literatura, el cómic, el cine, la radio, los dibujos animados, la televisión y el erotismo como fantasía. Además, Tarzán fue el primer personaje ciento por ciento ecologista. Un encarnizado –aunque dizque vegetariano– defensor de las causas perdidas dispuesto a combatir hasta la extenuación a los malvados cazadores furtivos, deseosos de arrebatar a la naturaleza su botín de guerra. Es decir, un amante de los animales capaz de fulminar a puño limpio y con una mano.
Tarzán hecho novela fue escrita por Edgar Rice Burroughs [Chicago, 1875 – California, 1950] entre el 1 de diciembre de 1911 y el 14 de mayo de 1912, y al principio, rechazada sin compasión por las grandes editoriales americanas. A Frank A. Musney, director de All-Story Magazine, el personaje le pareció jugosa pulpa de ficción por enigmáticas razones y desde el número de octubre de 1912 lo convirtió en papel impreso. Musney jamás imaginó que había descubierto el mismo oro masivo o un icono de la cultura popular que 90 años después sigue deslumbrando al planeta; baste ver la última e impecable versión de Tarzán de Disney producida por Bonnie Arnold [«Toy Story»] con la dirección animada de de Glen Keane [«La bella y la bestia»], es decir, la batería pesada de la factoría de sueños más famosa de Hollywood.
Tarzán en 1912 era apenas un cuento y 20 meses después se hizo novela. «Tarzán of the Apes» [Tarzán de los monos], la primera de una saga que llegó a los 25 títulos. Obsérvese que la traducción dice bien claro: «monos». Licencias de las traducciones –traducción igual traición—que más de uno ha denunciado: ¿por qué el original en inglés de «Planet of the Apes» se traduce al español: «El planeta de los simios» y en cambio «Tarzán of the Apes» es apenas «Tarzán de los monos»? ¿Qué tiene un mono que no tenga un simio? Cierto, toda una monada, como la misma leyenda de su autor, Mr. Burroughs, un hombre de 1,000 oficios, un americano heming[way of life] –la frase no es mía es de Villanueva Chang– llamado a convertirse en el primer best seller de la era industrial y sobre todo, una leyenda de la literatura universal sólo comparable a Corín Tellado o Mao.
En 1928 Joseph H. Neebe, ejecutivo de la agencia Campbell-Ewald, adquiere los derechos de la serie para publicarla en cómic. Contrata al dibujante Harold R. Foster el genial creador del Príncipe Valiente y Tarzán se hace tan doméstico como un tigre amaestrado. Así, Tarzán desnudo tal cual, era de argumento sencillo y complejo depende de dónde usted lo mire. Uno: Era hijo-niño de un rico noble inglés abandonado en la jungla africana siendo criado y apadrinado por los simios. Dos: Un noble inglés es asesinado por un inmenso gorila y su hijo, adoptado por un clan de simios, ya mayor, mata al asesino de su padre y se convierte en el rey de los monos. Luego, con la visita de una expedición, viaja a la civilización donde recupera su título nobiliario, Lord Greystoke, un noble cuasi salvaje que desposa a Jane para regresa y perderse en la negra selva africana.
En julio de 1918, Tarzán llega al cine de la mano de su libro inspirador. Es una adaptación silente de sordos ruidos dirigida por Scott Sydney y protagonizada por Elmo Lincoln. Su éxito fue arrollador, recaudando casi un millón de dólares en un mes. No lo puedo negar pero este primer Tarzán era de aspecto rechoncho más que regordete, peludo, con cinta en la cabeza y una especie de toga de piel de jaguar. Sí, acaso con un aire a Pedro Picapiedra y nada que ver con el personaje estilizado y corpulento, ese cuero de gimnasio y fatachet que desde 1920 se vio en las pantallas con decenas de actores de todo calibre. Imperdible es la serie de 15 episodios, «The Adventures of Tarzan» dirigidos por Robert F. Hill quien luego cedería la posta a realizadores tan silvestres como W.S. Van Dyke, Richard Thorpe o Cedric Gibbons. ¿Usted los recuerda? Yo tampoco.
Si Tarzán hubiera nacido mudo aún sonaría la frase: «Yo Tarzán, tú Jane». Su creador Edgar Rice Burroughs no lo quiso así y El Hombre Mono fue mucho más que el personaje silente. El padre de Tarzán era hijo de un rico hombre de negocios de Chicago quien le brindó una educación exquisita que el chico no aprovechó por díscolo. Pasó así por la elitista Academia Philips de Massachusetts y fue expulsado a los dos meses igual que en la Academia Militar de Michigan y en el legendario 7º de Caballería, donde, para variar, no duró mucho.
Burroughs vivía a la velocidad de un purasangre desbocado, dedicándose a ocupaciones y oficios tan variopintos como buscador de oro, vaquero, mozo de almacén, policía, aviador y contador de historias. Tarzán nació en 1912 y se convirtió en un verdadero filón igual que sus revolcadas con Jane, sus pataletas con Boy y sus absurdas disputas con Chita. Traducidos a más de medio centenar de lenguas, superó los 30 millones de libros vendidos tanto con el Libro Rojo de Mao siendo un verdadero fenómeno sociológico y uno de los mayores best-sellers de la literatura mundial.
Hay tantos tarzanes que ninguno se parece al original. Existen tarzanes cinematográficos, de cómic, radiofónicos, televisivos y animados. Cierto, el más popular fue Johnny Weissmuller aunque no faltan los que pregonan que Ron Ely fue más grande o que tal o cual Tarzán fue más atlético. Pudieron haber sido mejores actores, acaso Lex Barker, más altos, Mr. Ely lo era, más musculosos, el Tarzán de Bo Derek, ese que se llamaba Miles O’Keefe, más salvajes, el de Christopher Lambert, sin duda o el más churro, el Tarzán al estilo Wolf Larson.
El Tarzán de Weissmuller no fue tan letrado como el de Ron Ely que jugaba ajedrez, ni tan andrógino como el Gordon Scotts y mucho menos se parecía al Tarzán del mismo Burroughs que podía hablar inglés, francés, alemán, swahili, árabe y la lengua de los simios. Sin embargo ese Tarzán le ofreció a Johnny la posibilidad de trabajar en la MGM y en la RKO. Incluso, flácido, oxidado y lejos de la figura tarzanesca, encarnó a Jim de La Selva, un Tarzán con traje de cazador y con tarjeta dorada en 16 películas para Columbia hasta su retiro en 1955.
Curioso, blanco Tarzán, es monolingüe incluso para pensar en el continente negro. Llámese Weismuller o los patéticos Gordon Scott o Lex Baker y hasta el más reciente Brendan Frasier, los tarzanes pronuncian apenas dos palabras. Para sí: « ¡Bundolo!» y para el resto: « ¡Nkawa!». Increíble, y aunque usted no lo crea, apenas dos frases y la selva es suya. Tarzán quiere comer y le pide a Chita: «¡Nkawa!». Tarzán no quiere mojarse en el río y sobre los lomos del elefante sólo tiene que decir «¡Nkawa!». Tarzán quiere ‘eso’ y le dice a Jane o a Maureen O’Sullivan (1911-1998) –la madre de Mia Farrow–: «¡Bundolo con Nkawa!» y a cobrar. Keynesiano antes que Smithiano, Tarzán sabe de la economía del lenguaje como Góngora y Quevedo conocían de las incontinencias del verbo en la jungla de la poética.
creó al intonso Tarzán con la brillantez sesuda del buen salvaje rousseauniano. Aquel de la búsqueda de la inocencia perdida, esa edad ideal como el estado más perfecto del hombre. Luego, la desnudez de Tarzán que viene a evocar la pureza de una geografía mítica y sin vellos, amén del Tarzán como ser superior –¡Oh, gran raza blanca!—en la maraña agreste de animales y hombres de tinte negro. En resumen, Tarzán, el atleta en libertad con un físico ideal causando estragos en las masas con su estampa exótica, un cicerone ecológico oteándonos entre riscos de El Dorado, los cementerio de elefantes, las ciudad abandonadas, el reino de las amazonas africanas, las minas de diamantes, las cueva de la tarántula peluda. Ninguno más, solo él, Tarzán, su taparrabos y su sagrada familia.
(Texto tomado del libro EL MÁS VIL DE LOS OFIDIOS)