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SUEÑA ENRIQUE VERÁSTEGUI Y NUNCA DEJES DE SOÑAR

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El poeta de cemento y hormigón ha muerto. Se apagaron las luces del patrullero y los castillos de fuegos artificiales se extinguieron en el Museo de la Novela de la Eterna de nuestro viejo Macedonio: “Soy el imaginador de una cosa: la no muerte”. Y ahora solo nos quedan unos cuantos versos flotando en la pálida garúa de este invierno. “Jarry” Verástegui nos dejó para siempre, sus teorías sobre el verso aún golpean las ventanas de la academia, sus teorías sobre el mundo son todavía la delicia de los jóvenes que lo visitaban todos los días en su casa que nunca fue su casa. Gracias a Nieves, su hermana que lo acogía, lo protegía y, poco a poco, se convirtió en su mejor aliada y albacea literaria.

Pero no olvidemos que, después del terremoto de Pisco, la vieja casona de San Vicente de Cañete, la casa del poeta, fue demolida y “Jarry” Verástegui pedía al gobierno que le agenciara una. Ese trabajo nos lo encomendó a nosotros, pero las puertas del estado y de sus autoridades nunca se abrieron, nunca se interesaron siquiera de darle un sueldo de gracia. La carta que escribí a los ministros, al presidente y a otros, debe haberse ido a la papelera de esas oficinas amobladas y de asientos ergonómicos que no sirven para nada. No obstante que el poeta lo pedía y hasta lo imploraba en casi todas las entrevistas que daba a los medios periodísticos.

Por eso, hoy nos parece una afrenta que el estado le dé un espacio para velarlo en el Ministerio de Cultura al que iremos de todas formas para despedirlo, pero con la bandera izada de que a “Jarry” Enrique Verástegui, lo dejaron morir, nunca le dieron un seguro social, el seguro que tenía era una extensión del que contaba Carmen Ollé, su compañera que hace muchos años ya no vivía con él. Y no cabe duda que las autoridades lo abandonaron a su suerte como hicieron con Vallejo o Francisco Bendezú; como hicieron con Arguedas quien se metió un tiro o nuestro hermano Josemári Recalde quien se quemó vivo porque esta realidad de oprobio ya no merecía vivirse. Y conste que EV decía irónicamente que la poesía lo había llevado a la quiebra y a la pobreza total. “Ser poeta no se lo deseo ni a Superman”, diría otro reconocido rapsoda.

Pero “Jarry” Enrique Verástegui siempre tuvo una sonrisa para los amigos. Y yo que lo fui a buscar a Cañete siendo un adolescente y siguiendo esa vieja dirección  de la calle O’higgins 335 que aparecía en la antología Estos 13 de Oviedo, lo sé perfectamente porque la primera vez que nos vimos lo encontré acostado en un parque y al ayudarlo a ponerse de pie me dijo “¿Quién eres?, ¡vamos a tomarnos un vino!”. Y así fue. Recuerdo una noche en un taxi recorriendo las playas de Cerro Azul a toda velocidad y el poeta declamando furiosamente los versos de Pound y Yeats. Recuerdo que, como mis visitas eran seguidas, me acomodó una cama hecha con sus propias frazadas al costado de su biblioteca. Y recuerdo que un día me dijo: “Ybarra ven, tengo un buffet para ti”. Y cuando llegué me hizo pasar al salón de recepción, efectivamente, había un enorme buffet y nos servimos y brindamos. Y cuando volteé para ver el patio trasero, se trataba de un bautizo familiar, pero todos los invitados levantaron sus copas. Y Enrique solo me dijo “Salud, poeta”.

Yo siempre lo admiré y más que un amigo lo quise como un padre, un padre literario. Y por eso, cuando el peruanista y profesor Zachary Payne de la Universidad de Hawai me manifestó que, entre otros textos de Hora Zero, quería sacar el libro Los Extramuros del Mundo en España, acepté inmediatamente*. Y así fue como me convertí también en editor de este excelente poeta que, en su humildad y sencillez, jamás le interesó odiar a nadie. A las justas se reía cuando alguien trataba de ningunearlo. Solo nos contó una vez en que retó al expresidente Alberto Fujimori a un duelo de espadas por cierto entuerto personal que jamás entendí. El artículo apareció en un diario de la capital.

Hace poco nomás, el 24 de abril, como todos los años, estuvimos en su onomástico, ahí siempre nos juntábamos los poetas del noventa, Santiago Risso, Rocío Hervias, José Pancorvo, Miguel Ildefonso, etc., o cantautores como Pepe Ramos y otros, no solo porque fuera nuestro amigo, sino porque Jarry siempre fue nuestro mentor y porque su alma de niño nos devolvía también a un tiempo en el que, seguro, muchos fuimos felices, cantando, soplando velas, contando bromas y brindando por la salud, por la vida y por la poesía que siempre se nos escapa de las manos.

Hoy iremos a despedir a “Jarry” Enrique Verástegui, una de esas rara avis que aparecen cada cien o mil años y le hablaremos al oído para que nunca deje de soñar con un mundo de arcoíris y mariposas, con ese cuento de hadas medioevales y un futuro tecnológico donde el poeta camina con un arpa dando vivas a su paso por la Tierra. Y nos daremos un fuerte abrazo, como cuando sin conocernos ya sabíamos que éramos grandes amigos y aliados o “caballeros templarios”, como decías tú, viejo arcángel con cabeza de neón, gran emperador de La Sociedad para la Liberación de las Rosas.

Sueña Enrique Verástegui y nunca dejes de soñar. Aquí te dejo esta lámpara de carburo mientras suena La Pasión según san Mateo de Bach y una lágrima es también el universo.

Hasta siempre, querido “Jarry”. Te vamos a extrañar.

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*Hora Zero (óperas primas). Amargord Ediciones. España 2016.

 

-Entrevista de Rodolfo Ybarra a Enrique Verástegui para Canal 27 (1998):

 

-Enrique Verástegui, el arcángel con cabeza de neón, entrevista para Lima Gris (2016):

www.limagris.com/enrique-verastegui-el-arcangel-con-cabeza-de-neon/

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