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Segunda mirada o… cómo me gustan los militares

Lea la columna de Maruja Valcárcel.

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Por: Maruja Valcárcel.

En nuestro país, pleno de ingenio, de humor y más, hemos tenido una y mil formas para decir qué sentimos, qué detestamos o de qué simplemente nos burlamos. Todo por supuesto en nombre de lo que somos, ciudadanos con el alma llena de sueños, pero dolorosamente también lastimados desde hace tantos y tantos años por quienes, gracias a que ignoramos que cada cinco años nos ponemos un dogal al cuello, gracias al sistema que tenemos, se entronizan.

Esto es, usted, querido lector, escoge de entre el ramillete de seres extraños que se prodigan en calles y plazas con sus imágenes en fotos gigantescas y cartelones con promesas de todos los colores, anunciando el ‘Cielo como límite’, escoge un nombre, un solo nombre, el de quien lo protegería y haría realidad su afán más importante, esto es, crecer, desarrollarse, ser feliz.

Eso, ser feliz. Así, ese nombre, de cuello y corbata… o faldas, termina siendo su tutor, su dador, su ‘Pater Familias’, su dueño. Porque luego, cuando se mude a Palacio, se dedicará a reinar nomás, ¿y… usted? Puede irse a llorar a la playa.

Creo que debe haber un error. Un sistema democrático es aquel que permite la intervención del pueblo en todos sus alcances; es decir, usted los elige para que administren sus bienes y… su vida (…no sé si se han dado cuenta), pero luego se dan de bruces ante un muro indiferente que no los escucha, no les permite acercarse. Y la parte más compleja es que en eso de administrar sus intereses se da cuenta finalmente, ante la evidencia de su hambre total, que sus más importantes representantes políticos engordan, sí, engordan de manera impúdica y sin gracia. Sus rostros abotagados y sus enormes vientres los delatan. Y usted, su prole, adelgazan de conocimientos, de salud, de tiempo extraviado entre buses destartalados. No tienen tiempo para la ilusión.

Y… algo que tendríamos que corregir. Hemos perdido la capacidad de una segunda mirada sobre lo que sucede a nuestro enrarecido alrededor. Le explico. Acaba de publicarse en letras de molde, que se asignará un presupuesto del orden casi inimaginable, para un país que ni se le ocurre entrar en guerra con nadie, de una cifra que no quisiera mencionar para que usted no entre en convulsiones… Se habla de más de tres mil millones de soles para empoderar a las Fuerzas Armadas. Sí señor, algo así como el presupuesto que permitiría hacernos de un Sistema de Postas de Salud en muchos pueblos hasta hoy abandonados. O escuelitas, o Centros de Transferencia Tecnológica para los campesinos del ande, para que abandonen la impuesta huelga de brazos caídos que impide incorporarlos a la actividad productiva del país.

Todo esto sería posible, pero… a ella le gusta la idea de quedarse hasta el 2026. He aquí la fecha que le han entregado para que pueda entrar al Reino de los Cielos. Y estará segura de que esto será posible si les compra aviones de guerra, barcos… tanques y demás juguetes que adoran los muchachos de uniforme desde niños. Un sueño hecho realidad. La oportunidad es única. Es ahora o nunca.  

Señora, de todo corazón, tiene que echar una segunda mirada a esta propuesta, tiene que escuchar toda la canción, es un antiguo valsecito criollo que termina anunciando a la damisela encantadora que…Los militares te pueden dejar plantada. Se lo digo con todo mi afecto.

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