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Sobre Recuerdos con el Señor Cárdenas

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I.

La sociedad peruana contemporánea, cuya cualidad más resaltante es una especie de amnesia selectiva, intenta sobreponerse desde hace dos décadas al terror que desencadenó Sendero Luminoso. Muchas investigaciones han intentado cubrir esta zona turbia y sangrienta de nuestro pasado reciente y no pocas obras literarias. Los resultados hasta la fecha son solo incipientes y lo peor es que a nivel de la población en general pareciera existir un total olvido de lo sucedido durante los años ochenta a tal extremo que no pocos jóvenes ven en Abimael Guzmán & CIA poco menos que a unos presos políticos o, ya de plano, no tienen ni una idea respecto de él ni de su séquito infernal.

II.

“Recuerdos con el Señor Cárdenas” se suma a la larga lista de propuestas nacionales que intentan condensar e interpretar el conflicto entre Sendero Luminoso y las fuerzas del orden, esta vez desde la perspectiva de una joven limeña atada a su pasado y, sobre todo, a la presencia bienhechora de su abuelo, un viejo miraflorino socarrón.

III.

La puesta en escena es sugestiva desde el inicio por la disposición de las luces y los muebles en el escenario y sobre el escenario. Una vez iniciada la obra, se suceden diversos pasajes de la vida de la protagonista en un ambiente semifantasioso o semiesquizofrénico en el que los muertos tienen un contacto pleno con los vivos, en el que la realidad y los miedos parecen entremezclarse hasta dar lugar a un entorno de atemorizamiento perenne, en el que la ignorancia y el fanatismo se conjugan con la indiferencia y el odio como si fueran la cosa más cotidiana del mundo.

IV.

La obra no pretende ser omnicomprensiva y pese a los variados recursos de cambios de tiempo y de personajes cuyas historias, relatos y voces se entremezclan constantemente es obvio que la intención es la contraria. La trama versa casi exclusivamente sobre el mundo privado de una chica miraflorina semidestruida por lo sucedido durante su infancia y adolescencia bajo el terrorismo y, también, por su propia insatisfacción e infelicidad al no saber qué es lo que quiere, es decir, al no tener la claridad de hallar un camino propio.

V.

Cuando al final se devela que su única tabla de salvación es la literatura o la escritura, uno no sabe muy bien para donde debería ir este lado de la historia, máxime cuando solo ha representado la indiferencia, ceguera e ignorancia miraflorina frente a la realidad nacional, la que como en el típico cliché solo se vio conmovida cuando SL voló la calle Tarata ya que hasta ese momento los apagones y cochesbomba solo impedían que se viera Risas y Salsa en la noche de cada sábado ochentero. Sin embargo, la ceguera e ignorancia de la izquierda de esas épocas no aparece ni de soslayo, lo que constituye una omisión importante, etc. aunque en una obra de dimensiones tan breves y siendo que su limitación al universo de una menor de edad es clara desde el principio, basta dejar esta mención y nada más.

VI.

Quizás, lo más resaltante es que la superación del pasado se da en la protagonista gracias a una suerte de redención literaria. Laura descubre al final de todas sus angustias, siempre de la mano de su abuelo, el Sr. Cárdenas, que contar su historia es lo único que satisfará y dará fin a ese vaciamiento del alma que queda en evidencia en varias secuencias de la puesta en escena, es decir, la clásica expurgación de los demonios del escritor a través, precisamente, del ejercicio de la escritura. ¿Pero qué hacemos con toda la gente que no escribe? ¿Y con la gente que no lee? ¿Con la que no va al teatro ni al cine? ¿O con la qué va al cine solo a ver basura enlatada como casi todos los récords taquilleros nacionales? ¿Acaso es menester que una obra definida desde su inicio como un ejercicio de memoria personal, repercuta en la memoria colectiva y otorgue todas estas respuestas? Y aunque es válido hacernos todas estas preguntas, creo que no, sobre todo porque en el curso de la obra hay un momento en el que Laura le pregunta a Cirilo- quien aparece ante ella luego de haber cumplido una condena penitenciaria a fin de pedirle perdón- si existe una forma para acallar las voces de los muertos que nos persiguen todo el tiempo y al fin poder tener algo de paz tras haber presenciado el horror y lúcidamente se acepta que hasta el momento no hay ninguna forma posible para eso salvo utilizar esas voces en la construcción de una narrativa ciertamente purificadora.

VII.

El Perú sigue siendo indiferente a sí mismo y aun no existe algo que nos una como nación excepto la gastronomía, aunque esto es un mal chiste y ya no tiene la repercusión de hace algunos años.

En este sentido, la violencia se perpetra día tras día y muchas veces se tiende sobre ella el mismo manto de impunidad que toda la vida ha posibilitado el hundimiento ético del país. Una y otra vez, vemos como todos los días se repite la misma impunidad y el mismo hundimiento degenerativo que crece en la falta de memoria como una espiral degenerada e infinita, cuya mayor muestra de afrenta para el país es la preponderancia legislativa de un movimiento político tan nefasto como el fujimorismo. ¿Si se ha llegado a estos extremos, acaso es posible hablar de memoria en nuestro país?

Respecto de este último punto tampoco hubo mención alguna en los discursos de todos los involucrados. Los individuos más complacientes dirán que el fujimorismo no tiene que ver directamente con el tema propuesto y sin embargo sabemos que es el revés de esa larga línea que enumeró la violencia en nuestro país como una fila infinita de catafalcos al borde del abismo o de fosas comunes clandestinas en cualquier descampado del territorio del país. Yo mismo he afirmado en este texto que “Recuerdos del Sr. Cárdenas” no intenta ni pretende ser omnicomprensiva, pero debo señalar que es ya tiempo de que surja una propuesta que si lo sea y no importa si se da bajo la forma de una novela, una película o una obra de teatro.

VIII.

Lo que es muy claro es que el tiempo pasa y sí  no forjamos una sólida memoria colectiva, tendremos en el futuro no pocas ocasiones en las que el terror intente insurgir aunque no necesariamente con fines políticos – véase, por ejemplo, los índices actuales de la comisión de delitos cotidianos: asaltos, lesiones, violencia contra la mujer, extorsión, violación sexual, etc.- o podría darse en un futuro no demasiado lejano que entidades tan o más falsas que el actual presidente de la república accedan al ejercicio de poder o, peor aún, que se incrementen las filas de los torvos oportunistas que buscan en la política una oportunidad dorada para satisfacer sus más bajos instintos.

IX.

Lo mejor de “Recuerdos con el Señor Cárdenas” es que no dejará indiferente al espectador ya que, sin duda, saldrá de la sala con toda la intención de liberarse y de enfrentar la realidad con un brío que quizás no haya conocido de otra forma y aunque esta propuesta no llega a hacerse universal, dado su localismo a ultranza, la obra, en general, fue entretenida. No pocos diálogos fueron conmovedores y los actores mostraron gran calidad, aunque por el uso y abuso de cambios temporales y cruzamiento de voces hubo cierta rigidez en los desplazamientos, pero eso se debe más a la forma de la obra que al desempeño actoral de todos los involucrados.

Sobre los actores debe decirse que Zoe Arévalo se robó el show, una niña- Laura- luminosa y fresca-, junto a Alberto Herrera -Sr. Cárdenas-, un abuelo ciertamente entrañable y divertido, casi sabio. María del Carmen Sirvas- Laura- en una delicada actuación personificó a una mujer en un trance de autodestrucción pasiva que es casi la representación de la emotividad de todos aquellos que sufrieron el impacto del terror y conmovió en varios tramos intensos que hasta llegaron al borde del desgarramiento. Martha Figueroa-Sra. Cárdenas- en un papel muy limitado, pese a su última interacción con Laura en la que da cuenta de los prejuicios e ignorancia a la que se veía confinada una mujer de su condición en épocas pasadas, no pudo extraer oro de un personaje tan recargado de plomo, al fin y al cabo, la actuación no es asunto de alquimistas excepto en sus cumbres más altas.

Dos actores, con los que se completa el elenco, tuvieron un doble papel, Víctor Parda y Lolo Balbín – Veneno y Gastón y Cirilo y Negro Lucho, respectivamente.

Víctor Prada como Veneno- un amigo del Sr. Cárdenas muerto en un accidente durante un apagón- sufrió una caída de su natural histrionismo al degenerar en un patetismo que se vio, hasta cierto punto, algo forzado. Por suerte, se morigeró al dar la debida densidad a Gastón- el hermano del Sr. Cárdenas, uno de los asesinados en la calle Tarata-. En este personaje se vio lo mejor de la calidad de este buen actor nacional quien sin dejar de lado el histrionismo acostumbrado otorgó la gravedad que requería esta conciencia miraflorina de lo que fue el terror. La secuencia de su agonía y muerte es digna de todos los elogios.

Finalmente, Lolo Balbín como Cirilo acertó intensamente en el papel de sirviente y, al mismo tiempo, terrorista. Como Negro Lucho, mecánico del Sr. Cárdenas, cumplió con su papel, pero toda la atención se la llevo Cirilo. Sin ahondar más en detalles, vayan nuestras felicitaciones porque varias de sus amonestaciones en contra de sus “explotadores” fueron más que creíbles, es decir que fueron dolorosas y fanáticas, cabal figuración del accionar terrorista en todos aquellos que no fueron simplemente unos obsesos del mal por el mero ejercicio del mal.

X.

Al final de estas impresiones, debo resaltar que nunca una visión miraflorina podrá captar al país y esto no es un prejuicio, sino que, a tenor de lo expuesto en la obra de teatro en cuestión, existió tanta buena fe como indiferencia en la clase media típica de este clásico distrito limeño, además de una gran ignorancia que aún está en tránsito de ser superada por las nuevas generaciones. En este orden de cosas, aunque insuficiente, el esfuerzo creativo de Patricia Romero es, desde luego, un paso adelante respecto del vacío propuesto por sus antecesores.

P.S.

En lugar de ir a ver basura al cine, vayan al teatro. Recuerdos del Sr. Cárdenas, pese a lo expuesto o quizás por ello mismo, es una de las obras de teatro más interesantes que he visto en el curso de este año.

La sala del Centro Cultural de la Universidad d Lima es pequeña pero cómoda y acogedora y, sin duda, merece verse copada todos los días. Lamentablemente, como de costumbre, resaltó la escasa presencia de público.

¿Qué pasa con la gente? Busquen cultura y arte, engrandezcan su vida, el alcance de sus emociones y transgredan el límite de sus pensamientos, et caetera, et caetera, et caetera.

 

Cita Post Scriptum:

“Cuanto mayores son los encantos que me rodean, más grande es el tormento que llevo dentro, como si viviera yo asediado entre sentimientos tan encontrados; cualquier dulzura se convierte para mí en veneno, y hasta en el Cielo más triste aún sería mi suerte. […] Me muevo animado no por la esperanza de alcanzar una condición menos miserable, sino por el deseo de hacer a otros tan desdichados como lo soy yo, aunque redunde en mayor desventura mía, pues sólo en la destrucción hallan sosiego mis implacables anhelos”.

El Satán de El Paraíso Perdido de John Milton citado por Terry Eagleton en “Sobre el Mal”.

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