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RECORRIENDO CHILE CON BOLAÑO

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Una crónica de Eloy Jáuregui

El escritor Roberto Bolaño sigue recorriendo Santiago de Chile aunque esté muerto hace mucho tiempo. Y su ciudad habita entre el gas lacrimógeno que los Carabineros arrojan a la multitud, en su gran mayoría jóvenes que bailan y cantan en paz y la protesta generalizada y eterna. Y se lee aquí y acullá: “En el país ha estallado un conflicto social agudo, que nos recuerda que vivimos en un delicado equilibrio social y político que debemos abordar con  responsabilidad. Rechazamos que este conflicto se afronte con estados de emergencia y toques de queda que inhiben el diálogo y la tranquilidad social.”

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Más al norte, en otro tiempo, delante de los grandes murales con el rostro de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona 2003), la “Gabriela Mistral Jazz Band” ha comenzado a tocar un tema de Charlie Parker y el auditorio se vivifica y explota en aplausos. La banda pertenece a un colegio estatal, todos sus músicos son adolescentes y se suma al del brillo de la batería que es un enano de 11 años de edad. No desafinan y el Teatro Municipal de Arica se viene abajo. “Aquí hay cultura del jazz”, me dice Verónica Zorzano directora regional del Consejo Nacional de La Cultura y Las Artes ese mediodía ariqueño en el acto de premiación del concurso Roberto Bolaño a la creación literaria joven que ha convocado a más de mil chilenos entre los 15 y 23 años en dos categorías y que desde hace un lustro provoca un movimiento en las letras chilenas sin precedentes.

Este cronista fue invitado a Chile a las tres jornadas de premiación por pertenecer al Movimiento Hora Zero tan cercano al escritor chileno Roberto Bolaño –Premios Rómulo Gallegos (1999) y Herralde (1998)– muerto hace una década y fue testigo de la pasión de los jóvenes creadores sureños por la figura del ahora reconocido y venerado autor de la novela Los detectives salvajes. Cierto, la cita sirvió para comparar las diferencias y las paridades en nuestros dos países del trato al fomento de la creación literaria y al estímulo que debieran de recibir los adolescentes a seguir produciendo poemas, cuentos y novelas con ese universo fantástico de cada quien para una escritura sin límites ni confines. Y para eso fuimos, para alentar con ponencias, conferencias, testimonios, mesas redondas y recitales esta fiesta de las letras que reunió a un centenar de jóvenes premiados, escritores, jurados, profesores y autoridades chilenas de la cultura y el arte.

Y de pronto el Hotel del Valle de Azapa al este de Arica desde el domingo 19 de octubre fue una fiesta. Es habían comenzado a llegar los jóvenes galardonados con el Premio Bolaño que esta vez se realizaba en esa ciudad y uno se imaginaba estar en un congreso de rockeros, funkis o emos. La mayoría de los chicos que ahora pueblan los amplios jardines que rodean la piscina lucen aretes, tatuajes y visten de negro y con los pelos parados. Casi todos recién se conocen, los más chicos han arribado con sus padres y los otros no son expresivos y prefieren saludar y permanecer callados. Recién a la hora de la cena se cuentan sus cosas, que uno es de Concepción, y la otra de Chillán y el más chico de Santiago. En cada género hay ganadores y menciones honrosas. Todos han recibido sus cheques con los miles de pesos del premio y cuando han entrado en confianza en la sobremesa parecen una bandada de párvulos a la hora de un recreo metiendo vicio y tomándose el pelo.

Entonces cuando uno le pregunta a la Camila o al Francisco que quién es Roberto Bolaño, pues dicen que es un “súper” y es un “tipazo” y saben de su vida, de sus poemas, de sus textos poco conocidos. Y cuando uno les dice que era nuestro amigo y que desde 1975 nos conocimos escribiéndonos cartas, mandándonos libros y revistas, contándonos de nuestras rabias y de nuestros sueños. Entonces se maravillan como si uno les dijera que John Lennon o Bob Dylan también era de los nuestros. Y es cierto, pocos chilenos que aman hoy a Bolaño no conocen que el escritor chileno fue nuestro cómplice y compinche en aquella quimera de los poetas jóvenes por cambiar la vida y cambiar el mundo desde mediados de esa década de los setenta. Bolaño de muy chico, con la familia se había radicado en México y ahí descubrió al Movimiento Hora Zero del Perú. Es así que se pone en contacto con nosotros y a partir de ese instante todo le fue distinto.

BOLAÑO-HORA ZERO

Michelle Truat tiene la hermosura de una poeta abrumada de bellezas. Y a ese gesto de deidad terrenal le ensambla su carácter de ejecutiva. Ella está a cargo que todos los detalles del Premio Bolaño resulten perfectos. Michelle es una dama ariqueña que trabaja en el Consejo Nacional de La Cultura y Las Artes del Gobierno de Chile y las desagradables normas de disciplina y puntualidad en todos los actos que deben de cumplir esta sociedad de jóvenes extravagantes y alucinados por las letras con Michelle ni se sienten. Ella sabe de la relación que tuvo Roberto Bolaño con los poetas de Hora Zero a mitad de la década de los setenta cuando el escritor chileno entablara una comunicación epistolar con el fundador de HZ, Jorge Pimentel, a partir de su particular admiración por la poesía peruana. Bolaño reconocería luego su entusiasmo con un testimonio publicado póstumamente en la segundo edición de Ave Soul, libro fundamental de Pimentel publicado en el 2008 que dice así:

“Fue la poeta Diana Bellesi quien me regaló Kenacort y Valium 10, el primer libro de Jorge Pimentel, hace ya muchos años, en 1971 o 1972, en México DF. A Diana le gustaba la poesía de Pimentel, a quien conocía personalmente, y a mí me gustaba Diana, los viajes de Diana, las conversaciones de Diana, las lecturas de Diana, y por supuesto también me gustó el libro de Pimentel. En 1974, después de una temporada en Chile y de haber vuelto a México, conocí a Mario Santiago. El también había leído Kenacort (probablemente éramos los únicos en el DF que conocíamos la poesía de Pimentel) y uno de los territorios en donde se cimentó nuestra amistad fue en la lectura y relectura de esa poesía convulsa y beligerante y en los caminos múltiples que se abrían a partir de ella y que Mario y yo discutíamos hasta que empezaba a amanecer en el DF, unos amaneceres de absoluto privilegio”. Así escribe Bolaño.

Estamos en el Distrito Federal de México y Roberto Bolaño radicado en esa ciudad desde 1969, siente la necesidad de la creación de un grupo poético en la época que los talleres literarios iban adquiriendo un papel fundamental dentro del mundo académico y cultural. Muchos de los jóvenes que formaron esa primera hornada del Movimiento Infrarrealistas iban al Taller de Poesía de la Universidad Autónoma de México impartido por Juan Bañuelos. Los estudiantes no apreciaban la manera de acercarse a la poesía propuesta por el director, la cual, por otra parte, no era sino el reflejo de cierta cerrazón de la cultura oficial del momento. A raíz de eso, llegaron a proponer y obtener el cese de la actividad, abriendo así el paso al nacimiento del infrarrealismo, circunstancia que está ejemplarmente descrita desde la primera líneas en la magistral novela Los detectives salvajes de Bolaño.

DE LAS VANGUARDIAS

La historia fue así. Los poetas infrarrealistas declaran su deseo de cercanía con los nuevos grupos posvanguardistas y, en particular, su deuda con los peruanos de Hora Zero. A la sazón escriben: “Nos anteceden las ‘mil vanguardias descuartizadas en los setentas […] Nos antecede Hora Zero” (Bolaño, 1977). Estos escritores abogaban por una poesía nueva, liberada del conformismo y de las coerciones políticas, y sostenían que, después de César Vallejo, la poesía peruana había dejado de producir obras literariamente importantes. La vinculación entre los mexicanos y los peruanos es evidente, tanto que en la página web oficial del movimiento infrarrealista se incluye el manifiesto de los horazerianos, firmado por Juan Ramírez Ruiz y Jorge Pimentel, en el que se dice que “a nosotros se nos ha entregado una catástrofe para poetizarla”, y nada resulta más adecuado que estas palabras para describir la literatura de Bolaño, que quiere poetizar la realidad de los márgenes y de los marginados”. (Antología “Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego”. México 1976).

La elección de los poetas de actuar en grupos y de hermanarse entre ellos es, además, una actitud típica de los vanguardistas y posvanguardistas que ven así reforzado su empeño. Y de la siguiente manera explican los infrarrealistas la razón por reproducir en su primer manifiesto: “pese a diferencias históricas, geográficas, literarias, etcétera, es parte de la poesía rebelde de América del Siglo XX, movimiento cuyas expresiones más evidentes son los beat estadounidenses, los horazerianos de Perú y los infrarrealistas mexicanos” (Bolaño, 1977). Y, en efecto, en el prólogo de “Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego”, antología que recoge algunos poemas de Bolaño, el escritor chileno Miguel Donoso Pareja dice que ellos, junto a los horazerianos y a otros grupos vanguardistas, abogaban por la “libertad de expresión, [el] rechazo de toda la retórica, [la] destrucción de lo viejo, [la] construcción de lo nuevo” (Donoso, 1979: 26).

Esta actitud se refuerza por lo que escribe Bolaño: “Recuerdo que éramos pobres, no habíamos cumplido los veintidós años, llevábamos el pelo muy largo y teníamos unas bibliotecas magníficas, cuyos libros no solíamos prestar. No siempre estábamos de acuerdo en todo. A Mario le gustaba la poesía norteamericana, a mí la francesa. Mario leía ensayo, yo narrativa. El filósofo de Mario era Nietzsche, el mío Pascal. Pero en otros puntos nuestro acuerdo era completo, aunque difiriéramos en algunos detalles. Uno de esos puntos era Hora Zero y Pimentel, al que pronto se agregaría Ramírez Ruiz, a quien Mario leyó con mucho más cuidado que yo, y Nájar, Cerna, Tulio Mora y Verástegui. En general estábamos de acuerdo en que la joven poesía peruana era de lejos la mejor que se hacía en Latinoamérica en aquel momento, y cuando fundamos el infrarrealismo lo hicimos pensando no poco en Hora Zero, del cual nos sentíamos arte y parte. No sé cómo, un día Mario apareció con un ejemplar de Estos trece, la antología de Oviedo, y otro día con En los extramuros del mundo, de Verástegui. La sorpresa mayor, sin embargo, fue cuando consiguió Ave Soul, de Pimentel”.

Roberto Bolaño y los Infrarrealistas en Ciudad de México. Al medio el poeta peruano José Rosas Ribeyro.

LAS CARTAS, LOS SUEÑOS

A partir de una entrevista que realizó en el invierno del 2007 el poeta infrarrealista chileno Juan Harrington a varios de los poetas de Hora Zero en Lima, a mi turno, explicaba que entre los ejercicios y prácticas que se podían considerar como uno de los grandes aportes de Hora Zero a la pericia de nuestra exposición poética de verso libre y prosa conspicua, fue aquella de la gimnasia y adiestramiento que origino el usos abundante de la carta, aquellas misivas por las que nos conocimos y entusiasmamos todos nosotros . Todo ello gracia al apego del género epistolar, ejecución que hoy resulta tan extraña esporádica.

Con la correspondencia en principio de Roberto Bolaño cuando se presenta a Jorge Pimentel a partir de una carta y le cuenta de lo sorprendido y entusiasmado que está en la capital mexicana. Desde ahí la comunicación se hace muy fluida. Cartas de diez hojas y más se cruzaron desde los andes sudamericanos hasta las estribaciones de la llanura mexicana para en principio consolidar una alianza y compañerismo que luego produciría una prédica poética universal como argumento literario y de conducta política en aquellos años. Las cartas sí, aquella que fueron parte también de la gimnasia escribal. Demostrar nuestra militancia por el ‘poema integral’ tanto por la salud de nuestras existencias amicales nos hizo pertenecer a una hermandad que como jamás había ocurrido en la historia de grupo o comunidad en la literatura hecha en el Perú.

De pronto, un júbilo explosivo me embargaba cuando debajo de mi puerta el cartero deslizaba un sobre. De pronto, también, he sido un coleccionista de cartas y documentos fortalecidos. Así, confieso, me hice ducho en la escritura de una carta que debía tener la misma carga emocional que un poema. No puedo pasar por alto la correspondencia epistolar que tuve con Tulio Mora cuando éste viajo a Europa y luego a Buenos Aires para después radicarse por un buen tiempo en México D.F. donde consolidó los nexos y las plataformas poéticas sistémicas entre la poesía de Hora Zero y los Infrarrealista. Igual sucedió con la formación de Hora Zero Internacional. No recuerdo haber recurrido al teléfono o como ahora uno puede hablar con el culo del mundo a través de Internet. No, esa gran internacional poética le debe tanto y más a las cartas. Gracias a estas llegamos a acuerdos, a tomar decisiones, a apostar por la plasticidad militante de una poesía que tire abajo el andamiaje (¿el gusto?) pequeño burgués que había dominado la poesía latinoamericana hasta ese tiempo.

Finalmente en mi ponencia “Cartas de Roberto Bolaño a los muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego” que llevé recientemente a Chile cuento de aquellos pasajes tan poco conocido por los investigadores de la obra de Bolaño y donde he querido demostrar que Bolaño fue antes que nada un poeta que radicando en México D.F. conoce muy bien los libros de los poetas de Hora Zero y que gracias a este roce y conecto, posibilita la creación de una pauta y método poético para aparezca el Movimiento Infrarrealista tomando como matriz el modelo peruano del “Poema Integral” y luego participando activamente con otros jóvenes infrarrealistas en la confección de manifiestos y en la articulación de un espíritu unitario en poesía con sus símiles peruanos. Roberto Bolaño es dueño de un estilo y escritura que fue innovadora y de magisterio que muchos estudiosos no han tomado en cuanta: la correspondencia con los poetas peruanos de Hora Zero, contacto fundamental para entender su obra. Luego supimos que Bolaño admiraba a Sherlock Holmes, al capitán Nemo, a Julien Sorel al mago Houdini y a Alicia. Luego entendimos por qué fue hincha del Huachipato. Y diciendo esto, regresé a Perú.

En una de las tantas actuaciones por el festival Bolaño en Chile.

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