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PUÑETES Y PATADAS CONTRA PERUANOS

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La convivencia pacífica entre venezolanos y peruanos es cada día más insufrible. No desde las clases medias o las que permanecen en la burbuja del confort o los que miran a Miami o a Bangkok como posibilidades de destino aspiracional, sino de los que trabajan día a día en las calles: los ambulantes, los que venden comida en las esquinas, los que ofertan baratijas con colgadores en mano, los estibadores, cobradores de micro, vigilantes, mototaxistas, etc. Ni qué decir del cochambroso transporte público atosigado hasta el túetano (y dizque bautizado como “Metropolitano”), especialmente en horas punta y que devela la total miseria humana en la que viajan trabajadores, amas de casa, empleados, estudiantes y también, cómo no, venezolanos, que, como bien dicen, han venido al Perú para salir adelante.

Pero, por razones, que exceden esta pequeña nota (y que seguro explicaremos en un siguiente artículo), es notorio el aumento de violencia en nuestras calles. Y no solo porque somos el segundo país más vandálico de Sudamérica (después de Venezuela) sino porque ya estamos a la altura de México, y, por encima, de Guatemala y Honduras, tal y como informó Patricia Zárate, investigadora principal del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) hace solo unos meses.

Para los que les parezca increíble estos casos de violencia producto de la migración, habría que ver que está sucediendo en Brasil ahora mismo, donde los venezolanos intentaron doblegar y asaltaron a comerciantes de Paracaima y esto suscitó un levantamiento de todo el pueblo que quemaron los campamentos llaneros en la cual incluso tuvo que intervenir el ejército para salvaguardar la vida de los enfrentados. Hecho que asimismo generó la huída de más de 1200 venezolanos por las faltas de seguridad y el reclamo de la Cancillería de Maduro que indicó en un comunicado que los «desalojos masivos» registrados en Pacaraima es un «hecho que violenta normas de derecho internacional además de vulnerar los derechos humanos».

Cabe resaltar que las solicitudes de asilo en Perú han superado incluso a Estados Unidos. Solo en el mes de junio el número de solicitantes superó las 120 mil peticiones con los 60 mil que recibió el país del norte. Lo cual nos ubica en una situación de precariedad, insuficiencia y saturación de servicios públicos. Y quizás esto sea caldo de cultivo para continuos roces con migrantes que no han tenido que mostrar ningún certificado de antecedentes penales para pasar por la frontera.

Dejamos aquí un texto del novelista Rafael Inocente que vivió en carne propia esta novísima violencia urbana y que transcribimos en su totalidad para que cada quien concluya lo más conveniente. Queremos anotar también que Rafael Inocente, biólogo de profesión, catedrático y exmiembro del cuerpo científico de Imarpe, ha sido acusado de “machirulo” por grupos seudofeministas que solo buscan notoriedad, pero lo que no saben es que Inocente es un caballero en el mejor sentido de la palabra y la prueba no solo son el trato para con su esposa, sus dos hijas o su señora madre o hermanas, sino que, Inocente, es también una persona que interviene y participa en la lucha por las mujeres oprimidas y levanta la voz cada vez que es necesario. Aunque, en este caso, más se trate de una gresca cuyas verdaderas razones tengan que ver con geopolítica o Guerras de Cuarta Generación o lo que los gringos llaman 4WW o Fourth Generation Warfare.

Leamos:

 

Rafael Inocente:

 

Lima, Perú, 21 setiembre 2018. 2 pm en el Loro, ruta Huachipa – Puente Piedra, rumbo a la Cayetano. Un grandulón repantigado en el asiento reservado para mujeres gestantes. Sus piernas largas sobresalen del minúsculo asiento y el vividi revela cien tatuajes en sus brazos entecos. Gorrita de béisbol y lentes oscuros, barba de varios días, buzo Diadora, zapatillas Nike. Los brazos tatuados terminan en dedos anillados que manipulan un i-phone maniáticamente. Una paisana humilde con su crío sube pasando puente Huachipa. Siguiente paradero, sube otra, también con niños. Se tambalean a duras penas, mientras el carro arranca bruscamente tumbando hasta a las moscas. Una anciana con sobrepeso sube a rastras y se para al lado del gorilon desparramado en el asiento reservado.

Una voz tímida, dulcemente andina, sugiere, asiento riservado, siñor…

De pie, observo el panorama y es desolador:

un montón de peruanos adormilados por el smog y desconectados de su realidad por los auriculares, otro pocoton, poseídos por sus celulares, lleva en la frente la marca de la Bestia Amarilla.

No lo pienso dos veces, me acerco al gorila con gorra de béisbol, le doy tres toques rudos en sus hombros ridículos, aguachentos y peludos… oiga, señor, éste es asiento reservado para mujeres con niños! Apenas si volteó a mirarme. Se lo repetí nuevamente y miró por sobre su cabeza, buscando el letrero que indique asiento reservado. Dos collarones colgaban de su cuello colorado y grasiento. Con cara de mierda, se subió el buzo azul hasta las rodillas. En la canilla tatuada una mujer voluptuosa, empuñando una pistola, con un rostro diabólico, chilló en tecnicolor su altanería. El chófer, otro zombi limense, reventaba el bus con alguna porquería reguetonera.

Cuando ya me acercaba nuevamente a increpar al gorila, éste se yergue lentamente, da media vuelta, se me acerca y blandiendo su índice de gorila y abriendo sus fauces de gorila, me dice: me paro no porque tú me digas, oite? Me paro porque me da la gana, no porque tú me lo digas… Bajame el dedo, veneco, bajame el dedo!. Aquí, se da asiento a mujeres con críos!

Manteniendo la distancia, midiendo un golpe o patada, se alzó los lentes oscuros. Los ojos enrojecidos y vidriosos revelaban la mala vida, la vida parasitaria. Insistió en su cantaleta: me paro, porque me da la gana, no porque tú me lo ordenes, me oyes? Ese rollo subalterno, el rollo del sometido, me hizo recordar a las mujeres maltratadas y luego empoderadas hasta la venganza por las feministas, pero también el rollo de los criminales, de los barristas bravos, de la hez del pueblo latinoamericano. Era casi las dos y diez de la tarde.

El bus con los pasillos semi vacíos, permitía fácilmente una buena trompeadera.  Gigantesco pero fofo, el gorila recostó su corpachón maloliente en el primer asiento opuesto y algo le susurró al zambo que iba sentado, con los pies sobre las barandas, también en asiento reservado.
Ambos me barrieron con la mirada y el zambo petizo, alzó la voz: este mamaguevo quiere plomo, este mamaguevo quiere plomo!
Un coro de mujeres se elevó gritando: oooye, qué te pasa, malcriado, animal, veneco insolente!
Qué tienes, porquería? – espete al zambo- aquí respetas, fracasado!

Pude esquivar el primer golpe, pero una lluvia de patadas del grandulón me cayó en la espalda, sin llegar a tumbarme. Cuando veía todo perdido, dos paisas surgieron no sé de dónde y se trenzaron con el zambo, mientras yo, colgado del pasamanos le cepillaba la cara al gorila a punta de patadas. Lo más increíble es que el bus no se detenía, el serrano acriollado reconcha de su madre que manejaba metía más velocidad y ni un puto patrullero, pasaba por la Priale a esas horas (ya se sabe, en el Perú, de 1 a 2 de la tarde, la tombería duerme la siesta) y la gente gritaba, las mujeres lloraban, todo era un loquerío.

Uno de los paisas estaba trenzado con el zambo veneco, el otro increpaba al chófer para que detenga el vehículo y yo, colgado como un monito, luchaba para que el gorila no me atrape de una pierna y me masacre. Logró asirme de una pierna, pero 45 años de ciclista no han sido en vano: su rostro blanquecino se tiñó de rojo al ser zamaqueado por la otra pierna, se tambaleo, pero no cedía. De pronto, uno de los paisas, ayacuchanos por el dejo, se colgó de la nuca del gorilón, pero no pudo tumbarlo y en su caída, le bajó el pantalón, dejándole el culo al aire: tenía tatuajes hasta en el poto el malnacido.
En ese momento el bus frenó en seco: un patrullero, apostado antes del peaje, alcanzó al Loro y se cruzó en medio de la pista. El cobarde del chófer, meado de miedo, abrió las puertas y gorilón cual gato se esfumó por la puerta delantera, atropellando en su huida, niños y mujeres. En segundos saltó hacia el barranco y se tiró al río Rimac, mientras el zambo yacía en el piso del vehículo con el cuello apretado por la pata de uno de los paisas.
Qué pasó acá? – preguntó el tombo. Las mujeres respondieron en coro, lo ha queriu matar, siñor, venecos rateros, delincuentes! Mientras me señalaban, uno de los tombos levantó al zambo del piso y le preguntó qué había pasado. Nada, mi jefe, mintió. Este tipo está loco! Loco, no? Reconchatumadre! Ahora repite, pues, este mamaguevo quiere plomo! La porquería volteó y me dijo, tú y yo solos, marico, sin policía. Ya te demostré, fracasao, ya te demostré! Ya señor, cálmate!, grito otro tombo. Qué te han robao? Mientras la gente le narraba los hechos yo buscaba mi celular, que en la trifulca había volado por los aires, pero pude oír que los perros uniformados decían que no ceder asiento reservado sólo era una falta contra las buenas costumbres, no constituye acto delictivo, mamita, decía el tombo miserable, imitando a los tinterillos.

Oiga, señor, acompañenos a la comisaría para hacer la denuncia, pidió un tombo y el otro pedía educadamente sus documentos al zambo. No los tengo, jefe, se los llevó mi amigo, ah, si, qué amigo? El que se ha escapau, seguro, siñor, ah si, y por qué se escapó? Son choros, siñor, rateros, son, rateros!

Mientras se llevaban al zambo, rodeados por los pasajeros del bus, hice un recuento rápido de lo sucedido. No habían transcurrido ni veinte minutos desde que había subido al Loro y mi vida pudo haberse trastocado en instantes. Y que un tombo venga a decirme, qué te han robado? Silenciosamente logré escabullirme y trepar a una kombi hasta Habich para abrazar a mi madre recién operada.

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