Opinión

Pesca artesanal: Bruma (2021)

Lee la columna de Rodolfo Acevedo

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En Bruma –de José Balado Díaz-, la pesca artesanal es vista a través de un tríptico, que muestra diversas relaciones entre sus actores sociales (pescadores, vendedores, familias), a partir de tres clases de registro, en donde más allá de lo “observacional” –y de tipologías-, confluyen, junto a las características evidentes de la actividad -las difíciles condiciones de trabajo-, la gente, la playa, el mar, configurando todo un modo de vida.

En la primera parte la cámara asume un tono contemplativo. El barco flota apaciblemente en un mar casi quieto, poco ondulante. Los pescadores van recogiendo las redes y líneas, primero con cierta frustración –solo sacan pota, se quejan-, después con mayor ánimo, comienzan a salir las merluzas y bonitos –por lo que se ve. Acompaña al trabajo, conversaciones sobre las dificultades de la jornada, anécdotas de otros colegas, amigos, de lo que les ocurrió un día cualquiera, de lo que les pasa en ese momento. Son conversaciones fragmentarias que pierden prioridad cuando el  plano coloca a la barcaza solitaria delante del fondo gris que parece envolverlo todo, dando al ambiente una sensación de aislamiento, aunque al mismo tiempo se observa un efecto de conjunción entre el mar, las aves, los peces, y los pescadores en sus interacciones.

Luego está la playa y su ajetreo. Los botes traen la pesca del día. En la orilla y en las proximidades se congrega una multitud. Hombres y mujeres descargan las cajas que luego serán llevadas a los mercados o a las viviendas. Niños jugando o mirando con atención las labores que probablemente reproducirán más adelante en sus vidas. Perros hurgando por algún trozo comestible. Aves sobrevolando el alboroto.  Un complejo grupo humano es filmado en sus distintos movimientos y ritmos, algunos en el apuro que apremia la actividad comercial o el asegurar alimentos para la familia; otros más sosegados, conversan, se ríen, esperan. Toda la comunidad participa de los frutos de la pesca, aprovechando así para reunirse, relajarse, reconocerse, en una especie de fiesta que a la vez que integra, reparte su temporal riqueza.

En el tercer segmento, observamos a una pareja trabajando. Ella corta, o abre, enormes tollos que él carga y cuelga para el secado en arcos de madera dispuestos por toda la playa.  La cámara se concentra en ellos, en su conversación íntima, juguetona, curiosa. Detalles de sus vidas se revelan mientras tratan con los peces, detalles que los cohesiona, que anuda su vínculo amoroso. A veces la cámara se aparta de ellos y se fija en el panorama de los escualos sobre los maderos, extrañando la visión, como tratando de proponer algún efecto artístico en la forma en que se organizan objetos y pescados. Pero es la relación afectiva y el fuerte compañerismo lo que resalta este segmento, en un entorno más o menos solitario, que evoca cierta similitudes con la primera parte, a pesar de que el mar es reemplazado por la arena, y el entorno brumoso es cambiado por un fuerte sol y un cielo despejado. (O también, los peces sacados del mar, frente al “mar” de tollos colgados en la playa). La última estación por la que transcurre este documental incide en lo más personal del vínculo humano, completando así una especie de visión global sobre la pesca artesanal y su gente en el norte del Perú. (Un tipo de mirada que también podría extenderse a otras colectividades, involucradas en actividades que les son consustanciales).

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