Agobiado por su situación
económica, Stan no sabe qué futuro tendrán él y su familia. La pobreza parece
no soltarlos y encima, su trabajo en un matadero ovino, lo tiene aburrido, hastiado.
Con esta historia, Charles Burnett (Mississippi, 1944) retrató la vida de los
afroamericanos en el barrio de Watts (sur de Los Angeles, EE. UU.), a mediados
de los setentas del siglo XX, filmando en blanco y negro, con una estilizada
fotografía que saca provecho de la luz sobre sus personajes, y acompañando las
imágenes con una música particularmente melancólica.
En Killer of Sheep la narración de la crisis del protagonista (y de
aquellos vinculados a él, esposa, hijos, amigos), está marcada por el ritmo tenso
del inicio que irá sosegándose hacia el final, aunque en apariencia no se resuelva
el objeto de búsqueda (mejores condiciones de existencia). Una especie de
revelación reorganizará los esfuerzos, cambiará las disposiciones. Por otro
lado, entrelazadas, vemos imágenes de niños jugando en el deteriorado espacio urbano,
lugar de aprendizaje, preparatorio de la adultez y su demanda de “dureza”. (En
la primera secuencia del filme un padre resondra a su hijo por no haber
defendido a su hermano. Sin importar razones, tenía que haber golpeado al otro
muchacho, así debe enfrentar al mundo). Otra serie de secuencias, la
constituyen imágenes del matadero, en donde se mezclan material de archivo,
filmación de actividades reales y puesta en escena con el personaje principal.
Cercado por la precariedad y el trabajo de matarife, la vida de Stan parece estancada. Cargando su tristeza y angustia, continúa sus rutinas mientras los intentos por generar algún ingreso extra no se concretan. Todo parece estar en su contra; el medio social tampoco ofrece posibilidades. Las alternativas planteadas por un par de gánsteres no pueden ser tomadas en cuenta –aunque es su esposa la que se opondrá a ellos con mayor firmeza. Las posibilidades de un negocio se frustrarán por un accidente desafortunado, y hasta una simple distracción, como una salida de fin de semana, un respiro, se cae debido a un desperfecto del auto. Stan habla constantemente de lo que le ocurre: arreglando el lavaplatos, con su amigo Eugene o con otros vecinos y familiares. Deprimido, sólo su esposa le ofrece consuelo y afecto, como en la secuencia donde ambos bailan una música suave y triste, en frente de la ventana, con la luz que viene de afuera iluminando tenuemente la oscuridad de la habitación y a la pareja; el plano muestra intimidad, cercanía y compromiso, si bien, doloroso y breve, ya que poco después, Stan abandonará el cuadro y ella echará a llorar.
Niños jugando por calles,
avenidas, edificios o terrenos baldíos. Sus juegos están asociados al desplazamiento,
al andar continuo, al forcejeo, las pruebas físicas. Los niños, y algunos
adolescentes, se protegen, forman pequeñas patotas, hacen bromas –incluso a los
delincuentes que roban en las casas del vecindario-; se relacionan con el
ambiente de manera distinta a los adultos. Los chicos deambulan por las calles
aprendiendo los códigos, las maneras de enfrentar el mundo que les ha tocado,
con sus propias herramientas, no sin responsabilidades (recordar lo que ya se
mencionó de la primera secuencia de la película). Sus juegos son la instancia
previa a la adultez, en sentido estricto, tiempo donde se permiten ciertas
distracciones. La belleza con la que el director filma esos saltos de un
edificio a otro o al grupo que se va formando mientras van saliendo de las
grietas en los bloques de apartamentos, no apela sólo al sentido del “joven
como futuro”, sino al momento singular –único e irrepetible- que esas imágenes connotan
de figuras que se están haciendo, en un contexto difícil, que a la larga traerá
cambio y significará pérdida.
Las breves secuencias del trabajo
diario en el camal, aparte de plantear su parecido con el registro documental, también
parecen cumplir otros propósitos, al establecer contrapuntos con las secuencias
de los niños: a los juegos y aparente despreocupación, se le opone la seriedad
de unas tareas productivas, necesarias para la manutención y la sobrevivencia. Los
juegos y correteos dilatan el tiempo, el trabajo -y las obligaciones
familiares- lo organiza y recorta, con la ansiedad que provoca. (El horario laboral
casi siempre interrumpe a Stan cuando verbaliza sus preocupaciones).
Desde cierta lectura, el matadero
se vincula al contexto social violento del barrio: la muerte para dar vida a
otros. Frases y expresiones proferidas por distintos personajes reafirmarán la
mentalidad que legitima el uso de la fuerza para obtener lo que se quiere o
precisa. La violencia entre los humanos es desplazada al asociarse con la
matanza de ganado. Pero además, planos de los trabajadores, sus labores y los
conjuntos que forman, se yuxtaponen a las ovejas agrupadas en los corrales o pasando
por las rampas. Ambas colectividades compartiendo el lugar, y por qué no,
quizás hasta ciertos destinos y posiciones (sociales). Diferencia y similitud. Colgados
en los ganchos están los cuerpos de las víctimas que alimentarán a otros;
cerca, están las víctimas de otro sistema, aferrándose a una existencia sombría
y desesperanzada.
En ese panorama desolador, la
película de Burnett muestra esos espacios y momentos en donde los vecinos se
juntan, discuten sobre su suerte, se apoyan, sonríen, bromean, hablan de asuntos
que no se relacionan directamente con los problemas de la precariedad económica,
aunque siempre subsista esta como telón de fondo. Las mujeres en particular,
simbolizan cierto espíritu comunitario. Conversan sobre cuestiones domésticas,
planean acciones que llevarán a cabo con sus familias o se piden consejos unas
a otras. Encuentran en lo cotidiano, sucesos que ilusionan, que sirven para dar
esperanza, para reconfortar y continuar con sus vidas. La llegada de un nuevo
niño al barrio es un ejemplo de ello.
Esa nueva vida que parece coincidir con el cambio de actitud de Stan, llega al final de una cadena de otros hechos: un viaje fallido, el cansancio por todo lo que no ha conseguido, una reconciliación –¿un acuerdo?- con la esposa. Stan vuelve al trabajo con otro ánimo. No se puede decir que algo haya cambiado en su vida, pero parece haber entendido que al menos no está solo. Las respuestas colectivas a los problemas comunes de los de abajo. Esa parece la conclusión de Burnett.