1.
Oswaldo Reynoso me muestra dos de sus últimos manuscritos en su departamento del distrito de Jesús María y el sol pega fuerte tras las ventanas y cortinas de aquella tarde memoriosa. Y nos hemos puesto a recordar aquellos años de los sesenta cuando publicó Los inocentes o Lima en Rock (1961), su primer libro de cuentos, y su novela En octubre no hay milagros (1966). Entonces yo, todavía corito, como dicen en Arequipa, llegaba a su casa de Santa Cruz en la calle Toribio Pacheco para recoger sus libros y llevarlos a la librería de mi padre. Sus libros siempre tuvieron lectores, los jóvenes. Y muchos detractores, los viejos. Así de simple, como le gusta a Reynoso hablar. Las cosas por su nombre.
Y es que conversar con el escritor arequipeño –nació un 10 de abril de 1931 en la Ciudad Blanca–, es regresar a los orígenes de la literatura última en estos confines. Reynoso luce su cabello blanco y sus recuerdos. Y entonces me dice que él fue uno de los escritores que revitalizó el género de la crónica. Regresaba de Maracay en Venezuela en 1964 y le pidió a Walter Peñaloza que le dieran un espacio en el diario Expreso. Así fue a caer en manos de un tal Francisco Vallebuona Cárdenas o Eugenio Buona. “No soy periodista, le dijo, pero sé escribir”. Así, le dieron como permio una columna que Reynoso bautizó como “Sucedió en Lima”. Pero no lo miraban bien. En ese espacio Reynoso escribiría apenas diez columnas que era retratos de Lima desde sus personajes, sucesos y lugares. Su presencia fue pasajera en menos de tres meses pero el estilo deslumbró a todos.
Reynoso ya no bebe. Entonces le recuerdo que hace unos meses nos encontramos en las ferias de libros de Pacasmayo y de Bernal (Piura) y que nos tomamos un vaso de cerveza en cada sitio para el calor. Y punto. Es que Reynoso es un viajero impenitente. Y uno está seguro cuando lo encuentra en un parque de Tacna o en la Universidad San Agustín de Arequipa disertando sobre sus libros, sobre la literatura en general. Y cuando uno le pregunta si es poeta o narrador él dice que es escritor de literatura. Ese género que ahora ejerce con tranquilidad y con mayor tiempo para escribir. Y entonces me habla de disciplina, que la creación literaria es el resultado de un trabajo persistente, coherente y consciente. Y que para eso tarea no hay necesidad de alcoholizarse o drogarse, ni de amanecerse todos los días.
2.
Y ahora me está leyendo su cuento Examen final. Y cada frase y cada imagen explican que el escritor no ha perdido esa belleza encarnada en su genio creativo. Debo confesarlo, entre su casa y la mía apenas hay tres cuadras. Por eso siempre nos encontramos en el supermercado y nos olvidamos de las ofertas y nos ponemos a conversar de la literatura. Y es cierto, ahora sé que Reynoso está con problemas con la presión alta pero que eso no impide que escriba. “Yo de pronto empiezo a escribir ¿Sabes? Yo escribo cuando me da la gana. Escribo 2 horas y lo dejo. Eso sí, uso muchos los diccionarios. ¿Sabes? Es que tengo un compromiso con el lenguaje, con recuperar términos y buscar la belleza extrema en la expresión escrita”.
Y cuando se le pregunta cómo siente a este Perú que heredamos del ‘fujimontesinismo’ se fastidia. Y entonces alza la voz para decir que las derechas y los reaccionarios han impuesto la norma del oscurantismo, que ya no existe una literatura crítica y cuestionadora. Así hay escritores que cuando crean miran la pared (se refiere a sus bibliotecas) otros se miran el ombligo (hablan de ellos mismos) y los otros que solo miran el piso (solo donde están parados). Entonces no se lee a Vallejo o a Arguedas, Dizque son escritores pesimistas que no ayudan al peruano emprendedor y “aspiracional” (el neologismo es de la Universidad del Pacífico). Así, la educación se ha convertido en una operación bancario y las universidad en un negocio despiadados donde los egresado solo engrosan las filas de las empresas robóticas.
Sus influencias creativas de Reynoso están en Rimbaud, Verlaine, Baudelaire y Gide. Pero antes de publicar su primer libros reconoce que leyó cuando joven La casa de cartón de Adán y Duque de Diez Canseco y quedó impresionado con el uso del lenguaje. Son libros que utilizan algunos elementos del habla popular, o temas como la homosexualidad, pero que aparecen en sus relatos como algo artificial. Hasta el año 60 tanto ese lenguaje como un tema como la homosexualidad estaban un poco al margen. “Ahora, con el tiempo, creo que lo más importante de mis obras es el empleo del lenguaje, asumir vivencialmente el lenguaje popular, la jerga, entendido como lenguaje poético. La jerga aparece como una necesidad expresiva de mis personajes para crear el ambiente y su propia problemática. Porque anteriormente los escritores del Perú eran muy pudorosos, escribían dentro del estándar de las formas cultas”, dice.
3.
Reynoso vive solo. Él se encarga de sus cosas, cocina muy bien, su fuerte son las pastas y tiene una trabajadora del hogar que le hace la limpieza de su departamento. En sus paredes se leen datzibaos chinos (afiches redactados por ciudadanos comunes con un tema político o moral y pegados en muros) que recuerdan su estadía de doce años en China. También hay un biombo de seda y máscaras de la Opera de Pekín con sus largos bigotes y cabellos lacios. Reynoso sabía que en China iba a sentir la belleza de la otra mitad del mundo y en efecto, de esta experiencia es su novela Los eunucos inmortales (1995) amén de haber conocido a decenas de amigos y recordar hoy las atroces imágenes de la represión en la Plaza Tian An Men.
Cuando me muestra su manuscrito llamado provisionalmente Arequipa, lámpara incandescente, sus ojos brillan con aquella satisfacción del maestro. ¿Qué es, cuentos, novela? Le pregunto. “No, me responde, es literatura”. Son estampas de mi vida y siempre como interlocutor un joven a quien hay que explicarle sobre la real y la ficcional. Reynoso tiene su PC bien aceitada. Cuando escribe se encierra en su estudio, desconecta el teléfono y sin prisa, lee y relee. Luego imprime su texto. Y ahí comienza el proceso de la perfección de su obra. Ahora me está enseñando sus 4 borradores que le han permitido tener esta quinta versión de su libro ya terminado y forrado como trabajo universitario. Reynoso es creador pero es más exigente con el orden y la perfección.
Y ahora nos estamos acordando de algunos amigos que ya se murieron, del poeta Manuel Morales y dos de sus grandes poemas: Si tienes un amigo que toca tambor, o el otro: Réquiem para el sordomudo Jack Quintanilla. Y ahora, casi solemne, habla de Martín Adán, quien tuvo una vida desgraciada pero que él respeta por su obra, especialmente su Travesía de extramares. Y cierto, que no es justo que hoy exista en el olvido. Y ahora está reflexionando sobre el sicoanálisis y su amistad con Leopoldo Chiappo y Sigfredo Luza. Y es cierto también que Reynoso, que fue profesor tanto tiempo en La Cantuta, me habla como a un amigo. Y siempre será mi amigo. Porque es cierto que existe una admiración por su obra literaria pero más por su vida. Este hombre que fundara el llamado “realismo urbano” y que es un ser apacible y de miles de amigos, sabe que ya está en la eternidad de los libros. Pero es más, sabe que será eterno en el corazón de muchos, que lo queremos y lo admiramos.
Y cuenta Reynoso: “Yo nací en 1931 en Arequipa. Mis padres eran tacneños. Eran los tiempos de la dominación chilena. Mi padre se fue a Bolivia y mi madre a Arequipa donde luego de 4 años se volvieron a reunir. Mi padre fue contador de la universidad en Arequipa. Y yo estudié allí. Es verdad pero creo que me estoy quedando cada vez más solo. Nosotros somos 14 hermanos de los cuales solo quedan vivos 2. Si la juventud es la entrada a la vida a los 20 años. A partir de los 60 la vejez es la salida de la vida. Ahora que me doy cuenta, también he comenzado a tachar a mis amigos de mi agenda. No porque no los estime sino porque ya se murieron. Yo siempre he sido místico y me han gustado los ritos. Me encantaban esas misas solemnes en la Catedral y en las oscuras iglesias de sillar de Arequipa. Con órganos, coros, ornamentos, cirios de colores, los altares dorados o plateados, las vestimentas especiales de los curas. Años después me encantó enterarme de lo que Wagner decía: ‘La misa no es más que una ópera para el pueblo”.