Opinión

Nubes Flotantes (Ukigumo, 1955)

Lee la columna de Rodolfo Acevedo Palomino

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Nubes Flotantes (1955) de Mikio Naruse (Yotsuya, 1905 – Tokio, Japón, 1969), narra el proceso amoroso que viven Yukiko y Tomioka, desde que se conocen durante la II Guerra Mundial, trabajando en la Indochina francesa, hasta el final de su tortuosa relación, varios años después, en el Japón de posguerra. Es el encuentro entre dos seres que huyen de sus intolerables existencias: Yukiko trata de reponerse de la violación que sufrió del hermano de su cuñado –un tipo sin escrúpulos que en la posguerra se dedicará a la estafa en un falso templo de sanación-, mientras que Tomioka, hastiado de la enfermedad de su esposa, se refugia, lo más lejos posible, en su trabajo de guarda forestal y en una serie de relaciones pasajeras que no le generan vínculos importantes. (La excepción será Yukiko).

La relación que empieza como un amorío circunstancial, va desarrollándose a lo largo de la película como un proceso que intenta recomenzar una y otra vez, para derrumbarse en cada nueva oportunidad. La historia de los dos amantes que buscan -una con más ahínco que el otro-, volver a encontrar ese momento idílico en el que aparentemente “fueron felices”, nos remite además al esfuerzo de los protagonistas por tratar de encajar, cada uno por su lado, en un país que no ofrecía muchas oportunidades, tanto en lo afectivo, como en lo económico. El drama que transcurre en el proceso de reconstrucción japonés, retrata ese clima social al mostrar a sus personajes caminando por calles atestadas de gente buscando sustento, por los destartalados mercados populares, o por las barriadas con sus endebles viviendas. (Ese contexto material en crisis, aparece también en los paseos y conversaciones de la pareja por zonas despobladas en las afueras de la ciudad. Las ruinas y el vacío que allí se ven, acompañan el andar melancólico y expectante de los protagonistas).

A partir de una narración concisa y el uso extensivo de la elipsis, Naruse enfatiza en las contrastantes situaciones individuales de la pareja. Una cierta “estabilidad” se lee y ve en Tomioka, la esposa y su familia representan un lugar al que siempre puede regresar, las reglas sociales facultan esa clase de tratos. Yukiko en cambio, desvinculada de su familia –salvo por el hermano de su cuñado que la acecha-, transita sola por una serie de empleos y algún amante ocasional para sostenerse.  (Incluso volverá por un tiempo con su violador, quien le ofrecerá casa y algunos lujos. Aunque finalmente lo dejará, robándole el dinero de sus estafas en el templo del sol). Naruse imprime un aire trágico a su figura femenina, al mismo tiempo que expresa valores como la integridad y la constancia. Yukiko atravesará un país que aún no ha reconocido sus derechos de igualdad, y hará lo que pueda para mantenerse, con ciertos límites, y volverá recurrentemente a Tomioka para intentar reconstruir algo de ese amor que vivió durante la guerra. Pero esa creencia en la posibilidad de llegar a construir un futuro con Tomioka, se estrella constantemente en la indiferencia de él, en su apatía y en su búsqueda intrascendente de nuevas amantes.

La cámara pone mucho énfasis en los comportamientos, en los detalles de los personajes, en sus fallos y virtudes. (Con planos cortos concatenados con tremenda fluidez). No hay gestos “grandilocuentes” o desesperados arrebatos. En algunos casos, las lágrimas y los reproches, por ejemplo, se diluyen en la asunción de un contexto difícil, en donde lo importante es sobrevivir. Y las miserias son parte del paisaje asumido, aunque no justificado. (Los personajes pueden vengarse, como Yukiko). Las interacciones entre la pareja revelan las debilidades de una relación amorosa que se alarga –con sus promesas-, revelando, lo vemos en las secuencias de sus reuniones cargadas de alcohol, cierta incapacidad, cierto suelo frágil sobre el que construyen sus esperanzas. (En particular ella). 

Tanto Yukiko como Tomioka tratan de recomponer una relación amorosa que parece haberse quedado en el espacio y tiempo de la guerra. Sus intentos, en paralelo por encontrar un sentido a sus vidas y un “lugar” en el Japón de la época, se deshacen por distintas circunstancias. Algo asola los destinos de la pareja. Quizás sean ellos mismos. El último acto  lo constituirá el viaje de Tomioka a una isla lejana, para volver a ejercer un trabajo de guarda forestal. Allí irá con Yukiko, en un intento final por re-unirse. La muerte de ella producto de una enfermedad, cerrara el círculo y su historia definitivamente.

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