Hace algunas semanas, leyendo el primer tomo de “Historia del Perú Antiguo (publicado en 1964 bajo la editorial Juan Mejía Baca) de Luis E. Valcárcel, encontré un dato que me hizo plantear algunas preguntas respecto a la relación que existe entre la historia, las crónicas y la literatura.
Este consiste en una cita que el Licenciado y escritor Juan de Matienzo utiliza como ejemplo para explicar la superación y dominación psicológica de los españoles hacia los indígenas:
“ … que no se atreven a hurtar plata ni oro, antes algunos hay que si ven alguna plata en el suelo se desmayan y no se quitan de allí hasta que venga español o se lo van a decir para que lo venga a alzar que no osan de miedo tocar a ella y así en tiempos antiguos ni eran menester puertas, ni arcas, ni cajas, en que se guardase la plata, ahora andan holgazanes, que hurtan las lámparas de las iglesias”.
De este escrito se puede inferir dos ideas: la corrosión de la identidad indígena (postura que se desarrollará más adelante) y lo hiperbólico como recurso de subordinación. No hay que olvidar que las crónicas españolas (nuestras fuentes primarias) son discursos cerrados, ya que el cronista incorpora su experiencia y su visión de la realidad, enfatizando el poder de su autoridad.
Estas dos características, respecto al texto de Juan de Matienzo, van a desembocar en una tradición de la narrativa peruana que une la documentación histórica y lo literario, teniendo como uno de sus grandes precursores a Manuel Scorza. Como bien menciona el crítico Cornejo Polar, el ciclo de aquel, reproduce, dentro de una tradición con las viejas crónicas de América, la constitución actual de la heterogeneidad andina. De igual forma, Mauro Mamani señala que la narrativa de Scorza está vinculada con el discurso de la crónica en sus dos vertientes, la crónica del discurso colonial y la crónica del periodismo moderno.
En la literatura no existen las coincidencias, sino todo lo contrario, abundan las referencias y los elementos intertextuales que reflejan la esencia de la ficción y de la escritura. Por lo tanto, como bien se ha mencionado anteriormente, Scorza va a nutrir su literatura a partir de la tradición y estructura de las crónicas. El mayor ejemplo está en el primer capítulo de “Redoble por Rancas, primera novela de la pentalogía de Manuel Scorza (quien, según Tomás Escajadillo, se ubica en la corriente neo-indigenista) que retrata el levantamiento campesino que explotó en la sierra central entre los años cincuenta y sesenta, introduciéndose en una tradición narrativa que se define por los acontecimientos sociales, denominándose, según Cornejo Polar, “la novela de la rebelión campesina”.
Este primer capítulo “Donde el zahorí lector oirá hablar de cierta celebérrima moneda” abre la monumental, y muchas veces dejada de lado por el “academicismo” limeño, pentalogía titulada “La guerra silenciosa. Para contextualizar un poco esta idea, la novela se sitúa, de igual forma que el escrito de Juan de Matienzo, en un espacio de dominación y de corrosión de la identidad andina. La única diferencia es que ahora ya no se trata de la colonización española, sino del imperialismo yanqui, que por intermedio de la “Cerro de Pasco Corporation” y de la figura tiránica y déspota del Juez de primera instancia llamado Francisco Montenegro (representa a la “ciudad letrada”) impone la dominación a través de la violencia y la injusticia.
¿Pero qué sucede en este capítulo? Algo simple, al juez Montenegro, en uno de sus acostumbrados paseos, se le cae una moneda de bronce. Todas las casas de la provincia de Yanahuanca se escalofriaron con la nueva de que el doctor don Francisco Montenegro, Juez de Primera Instancia, había extraviado un sol. Hay dos aspectos claves en estas líneas, en primer lugar el miedo y el terror que despierta la figura del juez en todos los pobladores de Yanahuanca, quienes no pueden vivir tranquilos sabiendo que aquella moneda puede significar castigos y encarcelamientos. Doce meses después el Juez Montenegro encuentra la moneda y exclama alegremente: “¡Señores, me he encontrado un sol en la plaza!”. La provincia, por fin, puede volver a vivir en paz”. En segundo lugar, se recurre a la ironía y a lo hiperbólico para explicar las tensiones que existen entre los opresores y los oprimidos. La frase: La moneda ardía … es clave, ya quepuede representar la abrupta distancia entre el auge económicos de los poderosos y la pobreza del campesinado.
Es tanta la similitud entre los relatos de Juan de Matienzo y de Scorza, que cabe la posibilidad que el fragmento del español haya servido como gran influencia para el inicio de la saga scorziana. Un elemento que aporta el novelista peruano a esta tradición es que introduce un registro humorístico y pícaro al relato indigenista. Esto lo utiliza, por ejemplo, en la descripción que hace del juez Montenegro; asimismo, recurre a lo grotesco y a la exageración para reflejar los vicios y las miserias del mundo andino, producto de la explotación.
Estos dos textos que son totalmente similares, uno desde el plano histórico y el otro desde lo literario, nos permite ahondar en los métodos de coacción que utilizaron los dominadores y en las terribles consecuencias físicas y psicológicas que dejó en los dominados.
La historia de la moneda que utiliza Manuel Scorza es fabulosa, pues ayuda a desarrollar la idea de que la figura de los metales preciosos sirve como alegoría de dominación y subordinación extranjera, acortando las distancias entre lo literario y lo histórico: “Redoble por Rancas nació en la realidad antes que en la literatura”.
En lo alegórico, las discontinuidades, fragmentaciones, grietas, diferencias y rasgos heterogéneos se oponen a las tendencias homogeneizadoras. Esto es lo que intentaron retratar los escritores indigenistas de las primeras décadas del siglo XX, teniendo como tribuna la revista “El Amauta” de José Carlos Mariátegui.
Al inicio del texto hemos señalado que la colonización ocasionó la fragmentación de la identidad indígena. Esto también va a tener como ejemplo el uso y la visión que se tenían de los metales preciosos. En pleno inicio de la colonización, la figura que encarnaba la crisis de identidad fue el Inca Garcilaso de la Vega, ya que en sus obras utiliza una malla de referencias cruzadas, adquiriendo distintas personalidades a través de sus escritos: servidor fiel de su majestad, mestizo noble, mestizo simple, heredero del Inca, un indio cualquiera.
Para Cornejo Polar, es imposible entender la búsqueda de la identidad si no se la enmarca bajo el signo de la dominación colonial y de la constitución heterogénea del sujeto latinoamericano. Es a través de la escritura que se va a iniciar los procesos de la búsqueda de la identidad y la concientización de la heterogeneidad cultural que nos caracteriza como nación.
La colonización que se llevó acabo en Sudamérica fue la de “implantación” ya que ocurrió una penetración cultural y étnica, sin homogeneizar el tejido cultural y social. Esta “implantación” de la colonización española no solo impuso un nuevo método económico de saqueo, aprovechamiento y derroche de los recursos naturales y la sobreexplotación de la mano de obra, sino que también (como si no bastara con todo ello) le negó al colonizado su identidad como sujeto, interfiriendo en los elementos que formaban su propia cultura.
Según el sociólogo Aníbal Quijano, la representación cultural y la colonización del imaginario indígena, fueron acompañados de un masivo y gigantesco exterminio de los indígenas, principalmente por su uso como mano de obra desechable, además de la violencia de la conquista y las enfermedades.
Se implantó la mita colonial (trabajo forzado indígena en las minas), y una política de impuestos más eficiente destinada a enriquecer al Estado y no a los encomenderos, de igual forma, a través de las reducciones se buscaba aislar a los indígenas de los brotes insurreccionales.
Debemos precisar que toda esta explotación mercantil fue deteriorando la identidad indígena, pues el concepto que se tenía respecto al oro y a la plata apuntaba hacia lo religioso, y no a lo económico. Lo que para los españoles significaba el incremento ambicioso de una riqueza material, para los indios era algo totalmente distinto: riqueza espiritual.
Tanta era la ambición por el oro, cuenta el cronista Pedro Sancho, que fueron arrancadas de unas paredes de la casa del Cusco más de 500 planchas de oro que pesaban 10 y 12 libras y las más pequeñas cuatro o cinco.
Asimismo, el cronista Pedro Cieza de León escribe que los indios “tenían en gran estima al oro, porque de ellos hacían al rey y a las principales vasijas para su servicio y joyas para su atavío y lo ofrecían en sus templos”.
Para los indios, estos metales preciosos estaban destinados a la nobleza y realeza incaica, considerando que eran importantes para presentar al inca y al Inti (Sol) su amor y total servidumbre, por lo tanto no era un tributo forzoso, a diferencia de lo que sucedió bajo la dominación española.
La concepción religiosa del oro y la plata también se evidencia en las páginas de “Los comentarios reales de los incas”:
“El oro, playa y piedras preciosas solamente lo estimaban por su hermosura y resplandor, para ornato y servicio de las clases reales y templos del sol y casas de las vírgenes”.
Según Garcilaso de la Vega las minas, de donde se extraían estos minerales, eran llamadas “huacas”, concediéndole una connotación sagrada y mítica, aunque también podía definirse como “alguna cosa que ellos adoran”; por ende se hacían ofrendas de vasijas de oro, plata y otros metales.
Carlos Tataje, en la primera parte de su libro “Mundo Inca” considera que en la filosofía inca existen los waqas, es decir, entes sagrados, que no se materializan en un individuo, en un ser autónomo. Sino que fluyen por el universo y por nuestra alma.
Todo este significado sagrado que tenían los indios respecto a los metales preciosos sufre una ruptura debido a la imposición materialista y ambiciosa de los españoles. Estos se dedicaron explotar cuanto territorio conquistaban en busca de oro y plata, dedicándose a saquear templos, cementerios y casas sagradas, violentando las creencias indígenas. Otro claro ejemplo de todo lo expuesto, es que los españoles derretían piezas, como vasos de oro o figuras de plata con que los indios representaban a sus “ídolos” (muchos de ellos eran animales), ocasionando actos sacrílegos que atentaban contra el imaginario indígena.
Se puede concluir en que la figura del metal precioso sirve como alegoría de la dominación y subordinación extranjera hacia el mundo andino, reflejando una distorsión y fragmentación de la identidad indígena. Se logra una implantación del pensamiento occidental, lo que en un inicio servía como una ofrenda religiosa hacia el inca y a sus deidades, terminó convirtiéndose en un instrumento de ambición, control y de temor por los extranjeros. Los textos de Juan de Matienzo y Manuel Scorza describen muy bien toda esta tergiversación del pensamiento andino.
Hay que resaltar que en el contexto en que empezaba a consolidarse la dominación colonial española, aparecía la figura desafiante e importantísima de Guamán Poma de Ayala: “Con los indios, vuestra majestad, no vale gran cosa, porque debe recordar: Castilla es Castilla por los indios”.
Aquella misma postura confrontacional lo toma Manuel Scorza, luchando y escribiendo (como si ambas cosas no fueran lo mismo) contra el poder hegemónico para reivindicar la figura del indio, quien viene siendo maltratado e ignorado hace centenares de años.
Scorza es mucho más que un escritor huachafo, así era como lo llamaban ¿no, Varguitas?